martes, 5 de noviembre de 2013

Pablo Neruda: hojarascas y naipes, por Jorge Aguilar Mora.

RESIDENCIA EN LA TIERRA II
 
ODA A FEDERICO GARCÍA LORCA
SI pudiera llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría por tu voz de naranjo enlutado
y por tu poesía que sale dando gritos.

Porque por ti pintan de azul los hospitales
y crecen las escuelas y los barrios marítimos,
y se pueblan de plumas los ángeles heridos,
y se cubren de escamas los pescados nupciales,
y van volando al cielo los erizos:
por ti las sastrerías con sus negras membranas
se llenan de cucharas y de sangre
y tragan cintas rotas, y se matan a besos,
y se visten de blanco.

Cuando vuelas vestido de durazno,
cuando ríes con risa de arroz huracanado,
cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,
la garganta y los dedos,
me moriría por lo dulce que eres,
me moriría por los lagos rojos
en donde en medio del otoño vives
con un corcel caído y un dios ensangrentado,
me moriría por los cementerios
que como cenicientos ríos pasan
con agua y tumbas,
de noche, entre campanas ahogadas:
ríos espesos como dormitorios
de soldados enfermos, que de súbito crecen
hacia la muerte en ríos con números de mármol
y coronas podridas, y aceites funerales:
me moriría por verte de noche
mirar pasar las cruces anegadas,
de pie llorando,
porque ante el río de la muerte lloras
abandonadamente, heridamente,
lloras llorando, con los ojos llenos
de lágrimas, de lágrimas, de lágrimas.

Si pudiera de noche, perdidamente solo,
acumular olvido y sombra y humo
sobre ferrocarriles y vapores,
con un embudo negro,
mordiendo las cenizas,
lo haría por el árbol en que creces,
por los nidos de aguas doradas que reúnes,
y por la enredadera que te cubre los huesos
comunicándote el secreto de la noche.

Ciudades con olor a cebolla mojada
esperan que tú pases cantando roncamente,
y silenciosos barcos de esperma te persiguen,
y golondrinas verdes hacen nido en tu pelo,
y además caracoles y semanas,
mástiles enrollados y cerezas
definitivamente circulan cuando asoman
tu pálida cabeza de quince ojos
y tu boca de sangre sumergida.

Si pudiera llenar de hollín las alcaldías
y, sollozando, derribar relojes,
sería para ver cuándo a tu casa
llega el verano con los labios rotos,
llegan muchas personas de traje agonizante,
llegan regiones de triste esplendor,
llegan arados muertos y amapolas,
llegan enterradores y jinetes,
llegan planetas y mapas con sangre,
llegan buzos cubiertos de ceniza,
llegan enmascarados arrastrando doncellas
atravesadas por grandes cuchillos,
llegan raíces, venas, hospitales,
manantiales, hormigas,
llega la noche con la cama en donde
muere entre las arañas un húsar solitario,
llega una rosa de odio y alfileres,
llega una embarcación amarillenta,
llega un día de viento con un niño,
llego yo con Oliverio, Norah
Vicente Aleixandre, Delia,
Maruca, Malva Marina, María Luisa y Larco,
la Rubia, Rafael Ugarte,
Cotapos, Rafael Alberti,
Carlos, Bebé, Manolo Altolaguirre,
Molinari,
Rosales, Concha Méndez,
y otros que se me olvidan.
Ven a que te corone, joven de la salud
y de la mariposa, joven puro
como un negro relámpago perpetuamente libre,
y conversando entre nosotros,
ahora, cuando no queda nadie entre las rocas,
hablemos sencillamente como eres tú y soy yo:
para qué sirven los versos si no es para el rocío?

Para qué sirven los versos si no es para esa noche
en que un puñal amargo nos averigua, para ese día,
para ese crepúsculo, para ese rincón roto
donde el golpeado corazón del hombre se dispone a morir?

Sobre todo de noche,
de noche hay muchas estrellas,
todas dentro de un río
como una cinta junto a las ventanas
de las casas llenas de pobres gentes.

Alguien se les ha muerto, tal vez
han perdido sus colocaciones en las oficinas,
en los hospitales, en los ascensores,
en las minas,
sufren los seres tercamente heridos
y hay propósito y llanto en todas partes:
mientras las estrellas corren dentro de un río interminable
hay mucho llanto en las ventanas,
los umbrales están gastados por el llanto,
las alcobas están mojadas por el llanto
que llega en forma de ola a morder las alfombras.

Federico,
tú ves el mundo, las calles,
el vinagre,
las despedidas en las estaciones
cuando el humo levanta sus ruedas decisivas
hacia donde no hay nada sino algunas
separaciones, piedras, vías férreas.

Hay tantas gentes haciendo preguntas
por todas partes.
Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el
desanimado,
y el miserable, el árbol de las uñas,
el bandolero con la envidia a cuestas.

Así es la vida, Federico, aquí tienes
las cosas que te puede ofrecer mi amistad
de melancólico varón varonil.
Ya sabes por ti mismo muchas cosas.
Y otras irás sabiendo lentamente.


 

Pablo Neruda

Hojarasca y naipes
 
Por Jorge Aguilar Mora
 
Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,
repitiendo su número, su señal idéntica.
Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo,
en su fina materia hay olor a edad,
y el agua que trae el mar, de sal y sueño.

Me rodea una misma cosa, un solo movimiento:
el peso del mineral, la luz de la miel,
se pegan al sonido de la palabra noche:
la tinta del trigo, del marfil, del llanto,
envejecidas, desteñidas, uniformes,
se unen en torno a mí como paredes.

Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo,
como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto.
Pienso, aislado en lo extremo de las estaciones,
central, rodeado de geografía silenciosa:
una temperatura parcial cae del cielo,
un extremo imperio de confusas unidades
se reúne rodeándome.
Aunque publicado originalmente en Chile en 1933, Residencia en la tierra  de Pablo Neruda tuvo el recibimiento que lo haría uno de los libros capitales del siglo XX sólo dos años después, en España.

La historia puede carecer de todo, menos de malentendidos: los poetas españoles, deslumbrados por la originalidad de las imágenes y por la precisión de un engañoso verso libre, convirtieron al libro en el inicio radical de una nueva etapa. Se desconoció que la vertiginosa visión de este mundo contenida en el libro era la continuación de las reflexiones de Neruda sobre las condiciones y consecuencias de una concepción auténticamente materialista de la realidad.

neruda3-baja.jpgEn la sombra de la riqueza imaginativa y conceptual de Residencia en la tierra quedó El hondero entusiasta, publicado también en 1933 en Chile. Sin este último libro, no obstante, es imposible entender la coherencia del pensamiento de Neruda.
El hondero entusiasta es la crónica de un fracaso mitigado. Fracaso de la trascendencia: el hondero, por más entusiasmo que tenga (como buen heredero del romanticismo), no puede hacer pasar la piedra por encima del muro… ningún intento humano puede ya superar la altura de este mundo y alcanzar la trascendencia. El hondero, entonces, otra vez como buen romántico –y en el caso específico de Neruda, como buen continuador de Veinte poemas de amor y una canción desesperada– encuentra en el amor el único remedio para la desesperación.

Residencia en la tierra
ya no busca ninguna trascendencia; al contrario, asume al mundo con todas sus contradicciones, todas sus exaltaciones, todos sus deslumbramientos, todas sus decrepitudes, y todas sus limitaciones.

Aunque a veces Neruda parece entregarse a una desesperanza existencialista que ve la realidad en su materialidad como una cárcel o como un estado de literalidad sin sentido, en la mayoría de los poemas –que da el verdadero tono del libro– se suscribe una actitud de asunción total de este mundo. Unidad es una de las declaraciones más claras de la consistencia de la naturaleza: ésta es única, está unida, consiste en una sola geografía… y al mismo tiempo tiene una pluralidad infinita…

Extrañamente (pero no es nada raro en Neruda), estamos frente a un mundo leibniziano, hecho de mónadas, de objetos idénticos a sí mismos e idénticos al todo: “un extremo imperio de confusas unidades”. Todo está unido desde el principio y todo sigue reuniéndose constantemente… “rodeándome”…

No es extraño que estas imágenes se expresen también en otro poema de reflexión materialista de la época, Muerte sin fin: “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis/ por un dios inasible que me ahoga/ mentido acaso/ por su radiante atmósfera de luces…”  No es extraño porque uno de los proyectos más audaces –y quizás más ignorados– de la vanguardia latinoamericana fue pensar un auténtico materialismo: el mundo tal y como es, sin más allá trascendental, pero también sin más allá mecanicista. Es la verdadera salida del Romanticismo y del Positivismo, es la verdadera iluminación de lo que Nietzsche llamó el verdadero mundo, este mundo, el único que ha existido y el único que existirá… aunque algún día muy lejano –y por lejano que fuera, la mera idea de su finitud espantaba a Verlaine–, aunque algún día muy lejano desaparecerá.

Pero antes de su desaparición seguirán hablando los poemas de Neruda del privilegio de la vida, del milagro que es la madera, el apio, el vino, y todo lo que existe, incluyendo al pensamiento… Neruda reunirá los grandes himnos a la existencia pura de los objetos de este mundo en sus odas elementales; odas únicas por la maestría y el amor con los que Neruda describe los objetos más banales, más efímeros, más duraderos, más esenciales, y, para violentar la semántica, más únicos.

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