lunes, 28 de diciembre de 2015

Críticos de hoy con bolas de cristal Por Guillermo Fernández y Jorge Méndez Limbrick.


Críticos de hoy con bolas de cristal
Por Guillermo Fernández y Jorge Méndez Limbrick
Es imprudente y riesgoso pretender erigirse en el censor de la producción de cualquier género literario del país en menos de mil palabras. Pero en Costa Rica suelen darse estas “iniciativas” que podrían adecuarse al folclor con el cual se mira el vasto universo de los sucesos. Se trata de una osadía poco realista. ¿Cómo referirse a tantos libros publicados en tan pocas líneas? ¿Qué clase de don es ese? Es algo que hemos visto en muchos medios periodísticos, blogs y páginas literarias de Facebook. A su vez, el hecho de forjar un rating tomando la opinión de buenos lectores tampoco es sobrio. No creemos que exista un solo lector que haya leído toda la narrativa o poesía y que pueda definir cuál es el mejor libro. En otros años, quizá cuando el folclor era menos visible, un solo hombre, desde una tribuna periodística, definía los mejores libros del año con una autoridad de piedra. Un solo hombre. Inmenso criterio.
El 20 de diciembre del año en curso, Áncora publicó dos comentarios sobre la producción literaria del país: “Narrativa en Costa Rica este 2015: Mil y una historias”, de Álvaro Rojas; y “Poesía en Costa Rica: Un 2015 conservador”, por Gustavo Adolfo Chaves. Ambos son presentados como “especialistas”, además de otros tantos en otros campos artísticos.
La nominación de “especialista” eleva un tribunal infranqueable y nos induce a que seamos, nosotros los lectores no especialistas del suplemento cultural, receptores pasivos y resignados de lo que los conocedores han logrado percibir como los mejores libros, o los peores, o los que no merecen ni siquiera una mención. Algunos que han suspirado por una crítica literaria en el país, siempre a favor del crítico y en contra de los escritores narcisistas y delicados, pueden sentirse satisfechos. Ahora sí hay quienes definan lo correcto, ahora sí se hieren susceptibilidades y que aguanten los que no merecen consideración de los respetables investigadores.
Sin embargo, nada más lejano que esa presunción. Leyendo sin más compromiso que el exigido por la objetividad, nos topamos con que los comentarios de los críticos están, lamentablemente, poblados de herméticas afirmaciones, sino personalísimos puntos de vista que no soportan una ligera discusión.
Por ejemplo, Gustavo Adolfo en su artículo nos indica que este ha sido un año conservador en poesía. Sin embargo, nunca define para él qué significa que sea “conservador”. ¿Es un término negativo? ¿Cómo debe ser una poesía no conservadora? ¿Una que no se apoye en la tradición? ¿Y cuál es esa tradición? ¿La de los nuevos poetas que ya no son tan nuevos? –algunos de estos también publicaron–, ¿la de los trascendentalistas? Puede decir, mondo y lirondo, que hay poemas de amor que en él despiertan su “indiferencia” y poemas de sexo que le provocan “castidad”, otros que “incitan a bailar salsa” y otros que son “imitaciones ad infinitum del estilo que ha ganado premios y becas”. Ergo, el año en poesía ha sido conservador. Es decir, de lo anterior se deduce que sea un año conservador. Y con esas apreciaciones. Pero tampoco establecemos por ningún lado cómo logra establecer la deducción.
De acuerdo con su amplia lectura de los libros de poesía del año –según parece–, para el crítico que es Gustavo nadie ha roto los moldes. Pero, ¿cuáles moldes, de qué corriente literaria, con respecto a la moral o al estilo? ¿De qué habla? ¿Contra qué paradigma se dirige? No entendemos.
En otro párrafo, Gustavo arremete: “Seguimos sufriendo poemas eróticos que usan las flores y las frutas como referentes, y otros de corte feminista que denuncian el sostén y alaban las estrías. Ya nadie espera que los poetas nos guíen, pero quizás podríamos pedirles que no nos atrasen”. Si para defenestrar la poesía de un año –o algunos poemarios específicos– solo es suficiente utilizar esas frases de Gustavo, algo está ocurriendo, el análisis cuidadoso está siendo reemplazado por el aforismo iluminado, por la inspiración del hierofante, algo que les ocurría a los que leían mucho a Nietzsche y terminaban en trabalenguas.
Algunos pueden pensar que este crítico es libre de percibir las anomalías de una poesía que se centra en lugares comunes. El problema es que no expone, no argumenta ni discute. ¿Cómo se puede discutir con alguien que se expresa con burlas? Es lamentable que no haya sido eficaz teniendo el espacio para serlo. Pues la mofa en sí misma no es una forma de convencimiento, sino la señal de una actitud donde prevalece la ostentación, la petulancia o, peor aún, la prepotencia. En una barra de bar uno podría indicar que la fruta es un referente anodino para un poema erótico, pero en un suplemento cultural, la exigencia sería que el crítico rompa el molde de ese escenario y nos lleve por los caminos de su mente diáfana, no de la chota cantinesca. En ese caso, nos quedamos mejor oyendo diatribas en una taberna de la Calle de la Amargura, donde parece haberse quedado una gran parte de la motivación literaria de este país.
¡Pero sorpresa! Más adelante, el crítico advierte “recompensas” en “Ser un tercero” de Esteban Alonso Ramírez, “un texto de amor triste, virtual e intransitivo”. Aquí la cosa empieza a cambiar, no todo es naufragio o poetas que no nos guían, etc. Sin embargo, lo del amor triste sí que lo comprendemos, pero el empleo de “virtual” e “intransitivo” revelan incauto empleo del idioma. Si es triste no puede ser virtual. Obsérvese lo que significa “virtual”, según el DRAE: “1. adj. Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real. 2. adj. Implícito, tácito. 3. adj. Fís. Que tiene existencia aparente y no real”. Por favor, no juegue de maromero del adjetivo, basta con las poesías cargadas de ellos. Si el afán era clarificar, no ayuda.
A pesar de que ha encontrado un año conservador en poesía, hay un libro que le parece “estremecedor” al crítico, incluso hay un poema en ese mismo libro (“Los paisajes son repeticiones” –Hernández–), que “es una iluminación”. ¿Será este uno de los libros que rompieron los moldes por “estremecedor”? Pero si el año fue conservador en poesía (véase el título del artículo), este poemario que lo estremeció y que fue uno de los que rompieron los moldes no puede ser conservador, obviamente. El problema de meter todo en un adjetivo nos lleva a serias contradicciones y complicaciones semánticas. Aquí el crítico da trompicones. Se le ven los “chingos” como diría nuestra abuela.
Gustavo Adolfo juega con nosotros con el título del artículo porque apunta a libros que parece consagrar. Lo de conservador del año 2015 no quita los “inefables” adjetivos que le sirven para pontificar con respecto a algunos poemarios. Y creemos que tiene todo el derecho de hacerlo porque sus gustos son respetables. Nosotros mismos defenderíamos sus gustos, vivimos en un medio donde se ha logrado un alto grado de libertad, y moriríamos por que el crítico se exprese todo lo que desee, como ya dijo un pensador. Pero por sus juegos de palabras no metemos la mano al fuego.
Vemos entonces que Gustavo cambia el tono de la burla a un tono positivo y entusiasta con respecto a libros como “Ganamos el partido”, “El señor Pound”, “Bartender” (“una hermosa y sorpresiva crónica de los trabajos y las noches que involucró sacar adelante el bar Rayuela”, conmovedor criterio para toda esa épica del bar). En este sentido, el crítico encuentra un “libro inolvidable”, “una contribución clara al género elegíaco local” (no sabíamos que existía ese género y si con el empleo de “local” se reduce las buenas intenciones de lo descrito), “las páginas más enternecedores sobre Ezra Pound” (¿había otras menos enternecedoras?, ¿cuál sería la referencia explícita?); y el libro que es un “hito”. Este cambio nos parece importante e insta a la lectura de dichos poemarios, sin embargo, las ponderaciones se hacen con esos acentos débiles y si se quiere desde una valoración cursi (por no decir conservadora). ¿Para qué desaprovechar la oportunidad de un espacio en un suplemento cultural y embutir a los lectores con que un libro es inolvidable o que pertenece a un género elegíaco local? ¿Cómo se puede legitimar el valor de un libro desde la base de una labor en una cantina por muy grandiosa que sea?
Advierte Gustavo Adolfo, finalmente (porque ya nos salió la crítica de la crítica más larga que esta misma), nos reserva una mención “curiosa” sobre el libro “Crooner” del autor Alfredo Trejos. Su mención es la siguiente: “Trejos no es que sea predecible, es que es confiable. Uno va a él como quien va a la cantina del barrio: por ʻlo de siempreʼ.” Como si no bastaran los juegos de palabras que encontramos ya arbitrarios para definir lo que se publicó en poesía en 2015, ahora nos exige Gustavo que nos imaginemos que se va al libro del poeta como se va a la cantina del barrio a pedir el mismo trago. Una comparación que bien pudo haberse quedado –de nuevo insistimos– en dicha cantina. Pues no todos los chistes de cantina sirven para hacer crítica literaria, salvo que la chistosidad haya logrado ser hoy día otra cosa.
El crítico termina su artículo con la siguiente expresión: “Lo que faltó este año es lo que ha faltado siempre, pero ya finalmente se vislumbra”. Pero, ¿qué es lo que ha faltado siempre? ¿Por qué esa pregunta numinosa, casi al borde de una jerga taoísta? Nada se definió. El crítico parece sonreír, malévolo, porque sabe más que nosotros y se guarda ese saber con una interrogante sibilina. Alguien dirá, y con razón, que el papel de Walter Mercado de la poesía no le calza con decoro. Pues no estamos para que nos lea sus cartas del Tarot.
El final de su artículo no parece honrar lo que ya había enfocado como relevante, según hemos comprobado. Encontró páginas excelentes, enternecedores, inolvidables (solo revisemos lo apuntado), pero sigue encontrando que le faltó al año lo que siempre le ha faltado, ¡y que ya vislumbra!
A todo esto, parece que sí tiene una bola de cristal.
http://www.nacion.com/ocio/artes/Poesia-Costa-Rica-conservador_0_1531446854.html

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