jueves, 6 de julio de 2023

LUCIANO OB R A i INTRODUCCIÓN GENERAL POR. JOSÉ ALSINA CLOTA FRAGMENTO




 LUCIANO

OB R A

i

INTRODUCCIÓN GENERAL POR.

JOSÉ ALSINA CLOTA

TRADUCCIÓN r NOTAS POR

ANDRÉS ESPINOSA ALARCÓN

&

EDITORIAL GREDOS

Asesor para la sección griega: C a rlo s GarcIa G u a l.

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volum

e n ha sido revisada por A lfo n so M a r tín e z Diez.

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1981.

Depósito Legal: M. 36862 - 1981.

ISBN 84-249-0153-3.

Impreso en España. Printed in Spain.

Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1981.—5257.

INTRODUCCIÓN GENERAL

1. Panorama general del siglo II d. C.

La vida de Luciano discurre, prácticamente, a lo largo

de todo el siglo ii. Es, pues, aconsejable, para entender

la vida y la obra de nuestro autor, que tracemos las líneas

maestras de este período histórico, que presenta,

como ha dicho Tovar, un aspecto bifronte Porque, si

bien es cierto que, atendiendo a determinados datos de

esta época, puede decirse que el siglo ii fue un momento

en el que «por doquier reinaba una profunda tristeza»,

según la frase de Renan2, no lo es menos que, en determinados

aspectos, puede hablarse de un auténtico renacimiento.

Las cosas estaban, en cierto modo, preparadas para

un largo período de paz y de prosperidad, tras los sucesos

que siguieron a la muerte de Nerón y el período de

transición que siguió a la desaparición de la dinastía Julia

en Roma. Y con los Flavios, primero, y los Antoninos,

después, el Imperio iba a vivir uno de los momentos más

rutilantes de su historia. Este renacimiento, iniciado parcialmente

ya en el siglo i, continúa bajo Adriano y se

prolonga hasta los primeros Severos, en cuya corte la

1 A. T ovar, «Notas sobre el siglo n», en el libro En el primer

giro, Madrid, 1941.

2 Marc-Aurèle et la fin du monde antigüe, París, 1882, pág. 467.

8 OBRAS

emperatriz Julia Domna iba a ser un auténtico acicate

para las letras y las artes. Con la anarquía que se instala

en el Imperio a mediados del siglo ni, acaba este renacimiento

que duró más de un siglo y que propició un

importante progreso, sobre todo en literatura. Luciano

será uno de los espíritus más señeros de este importante

movimiento cultural.

Políticamente el siglo I I está determinado por la dinastía

de los Antoninos, que representa, para Roma y su

Imperio, un dilatado espacio temporal de buena administración,

de paz y de trabajo. Con Nerva (96-98), se supera

la crisis que sigue a la muerte de Domiciano, una crisis

que parecía anunciar un nuevo período de turbulencias

como el que siguió a la muerte de Nerón, con su secuela

de guerras civiles. Trajano (98-117) se preocupa tenazmente

del orden público y de la administración. Adriano

(117-138) impulsa las artes de la paz siguiendo los dictados

de su espíritu pacífico y ordenado. Antonino Pío

(138-161) cuida del bienestar de las provincias y adopta

una actitud de tolerancia hacia el cristianismo. Marco

Aurelio (161-180) fue un hombre de carácter pacífico,

pero se vio obligado a sostener dos importantes guerras

—en Oriente y en el Danubio—, si bien hizo todo lo que

pudo por continuar la política de buena administración

de sus antecesores, favoreciendo, además, la enseñanza

superior con la creación de cátedras destinadas a la difusión

y estudio de las grandes escuelas de filosofía de

la época (peripatetismo, estoicismo, epicureismo y platonismo).

Su hijo Cómodo (180-192) representa un mal final

de esta dinastía, tan positiva en general. Cómodo,

entregado a sus vicios y pasiones, confía el gobierno del

Imperio a favoritos incapaces, lo que provoca un movimiento

de rebeldía del Senado frente al emperador. No

es extraño que Cómodo muriera asesinado y que, a su

muerte, sigan unos años de anarquía, temporalmente detenida

por los Severos (Septimio Severo, Caracalla, HeINTRODUCCIÓN

GENERAL 9

liogábalo, Alejandro Severo), que, con algún altibajo,

lograron alejar por algún tiempo la tempestad que se

avecinaba, el período llamado de la anarquía militar,

terminada en pleno siglo n i por Diocleciano3.

¿Cuál era el estado de Grecia y de las provincias

orientales durante esta época? La Grecia propia había

quedado arruinada y ensangrentada tras las campañas

de las guerras civiles de finales del siglo i a. C. Plutarco,

por ejemplo4, afirma que, en su tiempo, Grecia no habría

podido poner en pie de guerra a los tres mil hoplitas que

Mégara habla reclutado para la batalla de Platea. Pausanias

observa, en varios pasajes de su obra, que muchas

ciudades, otrora florecientes, en su tiempo, eran un montón

de ruinas. Dión Crisóstomo 5 nos describe, en uno de

sus discursos, una ciudad de Eubea en su tiempo: muchas

casas estaban arruinadas y deshabitadas, y añade

que la Arcadia estaba asolada y que Tesalia era un desierto.

Estrabón6 afirma que Megalopolis era un desierto,

que Atenas se había convertido en una ciudad para turistas

y estudiantes...

También las ciudades griegas de Asia Menor habían

padecido mucho por culpa de las guerras mitridáticas,

las luchas civiles de Roma y los ataques de los Partos.

3 Para orientación del lector, ofrecemos una lista, seleccionada,

de los principales trab a jos sobre esta época: M. P. N i l s s o n ,

Geschichte der gr. Religion, II, Munich, 1950; J. G e ffc k e n , Der Ausgang

des gr. -röm. Heidentums, Tubinga, 1920; J. T re n c s é n y i-

W a ld ap fe l, «Lucían, Orient and Occident in the Second Century»,

en Oriens antiquus, 1945, págs. 130 y sigs., y, muy especialmente,

M. R o s to v t z e f f , Historia económica y social del Imperio Romano,

Madrid, 1962; J. H. O l iv e r , The ruling power, Filadelfia, 1953, y

como imprescindible, la monumental obra, en colaboración, Aufstieg

und Niedergang der röm. Welt, Berlin, 1975 y sigs. (en especial

los volúmenes sobre el principado).

4 P l u t a r c o , De defectu oraculorum, 414 ss .

5 Dió n C r is ó s tom o , Euboico VII 34 ss.

6 E s tr a b ó n , IX 403.

10 OBRAS

Pero Asia Menor, fértil y rica, tenía más posibilidades de

resurgimiento que la Grecia continental1, y, por otra

parte, Augusto y sus inmediatos sucesores hicieron lo

posible para fomentar su progreso y su prosperidad. Por

ello, nada tiene de extraño que Asia Menor salude la victoria

de Octavio como una liberación8 y que se señale su

cumpleaños como «el comienzo de todos los bienes»9.

En general, con la instauración del Imperio, toda esta

parte del mundo conoce un período de cierta prosperidad,

al menos relativa. La antigua ciudad de Éfeso tiene

que ceder el rango principal a otras ciudades: Pérgamo

era ahora el «segundo ojo de Asia». Y esta provincia era

conocida como el país de las quinientas ciudades (Éfeso,

Pérgamo, Esmirna, Laodicea, etc.), aunque al final de la

dinastía Antonina, a partir de 195, las rivalidades entre

Septimio Severo y Pescenio Niger causan verdaderos estragos

en estas florecientes urbes, que, en el siglo iii,

quedaron completamente debilitadas.

Por otra parte, las buenas comunicaciones facilitan

el comercio y, con él, la industria. Las inscripciones nos

proporcionan datos preciosos sobre la existencia de corporaciones

industriales en Mileto, Tralles, Laodicea, Éfeso,

Filadelfia y Apamea. Y Dión de P ru sa10 nos informa

detalladamente sobre Celenes, una de las ciudades más

brillantes de la provincia. Las mismas inscripciones nos

permiten conocer el esplendor de las fiestas que cele7

Sobre Asia Menor durante esta época es imprescindible

D. Magie, Roman rule in Asia Minor, Princeton, 1950 (en dos tomos).

Para la época inmediatamente anterior, G. W. B ow e r s o c k ,

Augustus and the Greek World, Oxford, 1970 (que, naturalmente,

no sólo se ocupa de Asia Menor). Datos importantes en A. B o u la

n g e r , Aelius Aristide et la sophistique dans la province d ’Asie

au II siècle de notre ère, Paris, 1923.

' Cf. W. D i t t e n b e r g e r , Sylloge, I I , núm. 458.

9 Cf. B ow e r s o c k , Augustus..., passim.

10 Dión de P ru s a , Discurso XXX 14 ss.

INTRODUCCIÓN GENERAL 11

braban las ciudades de Cízico, Sardis y Filadelfia, y los

monumentos que las adornaban. Pérgamo se siente orgullosa

de ser la antigua capital real, donde tenían su

palacio los Atálidas. Ëfeso, capital oficial de la provincia,

se jacta de ser la primera y mayor metrópoli de Asia

Menor, según reza uno de sus títulos en los documentos

oficiales. Esmirna se llama a sí misma, en los textos oficiales,

«la primera de Asia por su belleza y magnificencia,

la muy brillante, el ornamento de Jonia» 1!. Importantes

figuras de la literatura proceden de esta región:

Dionisio de Halicarnaso, Elio Aristides, Estrabón, Polemon,

entre otros.

Siria, la patria de Luciano, llegó a ser el centro comercial

más importante del Imperio, y los restos arqueológicos

confirman la riqueza de esta región (con

ciudades como Palmira, Petra, Baalbek, Antioquía). De

aquí proceden, asimismo, importantes figuras de la vida

intelectual de la época romana (el mismo Luciano, Máximo

de Tiro, Porfirio, Jámblico, Alcifrón, Juan Crisóstomo,

y los representantes de la famosa escuela jurídica

de Berito (Beirut).

Egipto ocupó lugar especial entre las provincias del

Imperio. De ella procedían, asimismo, importantes escritores

y pensadores, como Ammonio Saccas, Plotino, Orígenes,

Claudio Ptolomeo, Diofanto, Nonno, Clemente de

Alejandría 12.

Tras estas consideraciones sobre los aspectos político

y económico, podemos preguntarnos por el talante

espiritual del siglo I I . ¿Cuáles son los rasgos que,

en este aspecto, caracterizan a la época de Luciano? Los

historiadores han dado una respuesta unánime: el siglo

i i y, en general, toda la época imperial presentan to11

Corpus inscriptionum græcarum, núm. 3202.

12 El florecimiento de Egipto en el siglo ii i/iv d. C. ha sido

estudiado, sobre todo en el aspecto literario, p o r A. C am e ro n ,

«Wandering Poets», Historia 14 (1965), 470 ss.

12 OBRAS

dos los rasgos de una sociedad cansada 13. Y si intentamos

un examen pormenorizado de las notas más características

de este período, podremos distinguir las siguientes:

1. Biológicamente, un envejecimiento que se traduce

en un descenso considerable de la natalidad. Los documentos

de la época (e, incluso, podemos verlo reflejado

en los Diálogos de los muertos de Luciano) señalan

que abundaban los matrimonios con escasos hijos y hasta

sin ninguno. Ello comportó una serie de consecuencias,

entre ellas que Roma fuese perdiendo su antigua

primacía. El centro de gravedad del Imperio va trasladándose,

paulatinamente, hacia la periferia. Ya hemos

aludido antes a este fenómeno. Desde el punto de vista

político-administrativo, iban a ocurrir pronto hechos sintomáticos.

Dión Casio (LXVIII 4, 1) constatará que, con

la elevación de Trajano al trono imperial, se inicia un

hecho insólito: la exaltación de una figura que no procede

de Italia a la suprema magistratura. Oriente dará,

a partir de este momento, los principales emperadores.

2. Desde el punto de vista religioso, es posible descubrir

lo que podemos calificar de cierta esquizofrenia

espiritual.' Es el fenómeno que ha llevado a algunos críticos

a afirmar que el siglo II —y el hecho puede extenderse

a los siguientes— es un siglo bifronte: de un lado,

una exacerbación del sentimiento religioso hasta alcanzar,

sobre todo en las masas populares, cotas tales

que llegan a la superstición. De otro, sobre todo entre los

intelectuales (y Luciano sería un caso típico), un racionalismo

a ultranza que conduce al ateísmo y al más

13 Cf. A. J. F e s tu g ié r e , Personal Religion among the Greeks,

Berkeley, 1954, págs. 53 y sigs.; N i l s s o n , Geschichte..., págs. 295 y

siguientes; E. R. Dodds, The Greeks and the Irrational, Londres,

1956 2, págs. 236 y sigs.; F. W e h r l i , Láthe biösas, Leipzig, 1931.

INTRODUCCIÓN GENERAL 13

completo agnosticismo. Vale la pena dedicar una cierta

atención a cada uno de estos rasgos.

En uno de los extremos de esta dicotomía del sentimiento

religioso debemos situar una innegable profundización

de la idea de Dios 14. La tradición filosófica (especialmente

platónica y estoica) elabora, en el siglo n,

las bases de una concepción de Dios como un ser inefable,

no alcanzable por las vías de la razón, sino del misticismo.

La contemplación de Dios y sus misterios es el

auténtico fin de esta filosofía religiosa que tiene sus representantes

en lo que se ha llamado el platonismo medio,

con figuras como Máximo de Tiro, Numenio, Plutarco

o Albino. Y, al lado del platonismo, el renacer de

una serie de escuelas antiguas, como el estoicismo y el

pitagorismo. En el campo estoico, hay que citar nombres

como los de Epicteto y Marco Aurelio, y un poco antes,

Séneca, todos ellos defensores a ultranza de la Providencia

divina, y por ello combatidos por Luciano en no

pocas de sus obras dirigidas contra la filosofía de la

época. El epicureismo conocerá, asimismo, un importante

renacimiento que nos dará la curiosa figura de Diógenes

de Enoanda I5. El neopitagorismo, que había conocido

una espléndida resurrección en la época anterior

(en Roma había dado la figura curiosísima de Nigidio

Figulo), conocerá ahora otro momento de esplendor y

dará curiosos personajes divinos, como Apolonio de

Tiana, cuya vida escribirá Filóstrato. Discípulo suyo será

14 En especial, A. J. F e s tu g iè r e , La révélation d'Hermes Trismégiste,

IV: Le dieu inconnu et la Gnose, Paris, 1948; E. R. Dodds,

Pagan and Christian in an Age of anxiety, Cambridge, 1968,

páginas 69 y sigs.; W. T h e i l e r , «Gott und Seele im kaiserzeit Denken

», en Recherches sur la tradition platonicienne, Fondation

Hardt, Entretiens su r l’Antiquité, II I, Ginebra, 19S8, págs. 65 y

siguientes.

15 Cf., a h o r a , C. W. C h il t o n , Diogenes of Oenoanda, the Fragments,

O x fo rd , 1971.

14 OBRAS

el famoso Alejandro, el falso profeta que desatará las

iras de nuestro Luciano por sus pretendidos milagros.

Al lado de este renacer de la filosofía, el siglo IX conocerá

el momento culminante de las corrientes gnósticas.

No podemos ocuparnos aquí pormenorizadamente

de este importante fenómeno, que plantea innumerables

problemas tanto en lo que concierne a sus orígenes,

como a sus rasgos característicos ¡6. En todo caso, digamos

que el gnosticismo puede ofrecer una versión pagana

(el Corpus Hermético) y otra cristiana, que da

espíritus tan interesantes como Valentín y Basílides 17.

Como pendant de esta actitud, digamos, dogmática,

el final del siglo n conocerá un inusitado auge del escepticismo,

bien representado por Sexto Empírico. El

escepticismo será la comprensible reacción contra ese

excesivo pietismo y tendrá su exponente en Luciano,

sobre todo en el Hermótimo, cuya doctrina se sintetiza

diciendo que la vida humana es demasiado breve para

llegar a conocer todos los sistemas, y que la máxima

que se impone es «sé sensato y aprende a dudar».

Finalmente, dentro de la línea religiosa, no podemos

olvidar que el siglo n es un momento de afianzamiento

del cristianismo, que representa un elemento nuevo dentro

del panorama espiritual de la época. Tras los esfuerzos

del siglo i, el cristianismo pasa ahora, ante el

paganismo, a la defensa, y surgen los primeros apolo16

En general, sobre los orígenes, el libro, publicado como Actas

del Congreso de Mesina, Le origini dello Gnosticismo (ed. por

B i a n c h i ) , Leiden, 1970. La bibliografía básica y la discusión de los

problemas más candentes pueden hallarse en J. A ls in a , «La religión

y la filosofía en la época romana», Bol. Inst. Est. Hel. VII 1

(1973), 11 ss.

17 Para Valentín, cf. S ag n a rd , La gnose valentinienne et le témoignage

de St. Irénée, París, 1947. Sus fragmentos han sido

editados últimamente por G. Q u isp e l, en Sources chrétiennes (París,

1949). Para Basílides, G. Q u isp e l, «L’homme gnostique», Eranos

Jahrbuch XVI (1948), 89 ss.

INTRODUCCIÓN GENERAL 15

gistas, que muchas veces, como Justino, Atenágoras y,

aleo más tarde, Clemente de Alejandría, se han reclutado

entre las filas de los filósofos. El cristianismo, así,

se pone en contacto con la especulación filosófica pagana,

y no tiene nada de extraño que en este contacto

se produzca la asimilación de importantes elementos filosóficos

paganos. Ello será su propia fuerza, como lo

demostrará un Celso, quien, en su Discurso verdadero,

concederá ya gran beligerancia al cristianismo, y no

tendrá más remedio que atacarlo, no ya con burdas calumnias,

sino yendo a la raíz misma de sus principios

«filosóficos». Un siglo más tarde, Porfirio volverá a la

carga en su Contra los cristianos 18.

En el otro extremo de la cadena tendremos un fenómeno

muy importante en esta época: la superstición.

Que la superstición no es un fenómeno específico de

una determinada época, en la historia de la cultura, es

algo que todo historiador aceptará, sin más. Pero es qué,

en el período que nos ocupa, se añade la circunstancia

de que esa superstición se basa en unos principios que

podríamos calificar de científicos, pese a lo paradójico

de la afirmación. Y, en efecto, las creencias astrológicas,

tan acusadas en esta época, se vieron vigorizadas, ya a

partir de la época helenística, por las nuevas doctrinas

astronómicas, y por la doctrina estoica de la simpatía

de los elementos del cosmos, que se concibe como un

auténtico ser vivo19. Cabe preguntarse por las causas

que han determinado este profundo cambio espiritual

en el hombre antiguo. Pero las respuestas de los histo18

Los fragmentos pueden verse en H arnack, Abhandt. der

Preuss. Akad. der IVYss. (Phil. hist. Kl., 1916, 1).

w Para toda esta problemática, así como para el posible

origen posidoniano de parte, al menos, de la doctrina de la

simpatía, cf. K. R e in h a r d t , Kosmos und Sympathie, Munich,

1926.

16 OBRAS

riadores varían profundamente. Señalemos las más importantes:

a) Los marxistas pretenden explicar la decadencia

general del racionalismo y del espíritu científico de la

antigüedad por causas estrictamente económicas. La decadencia

de la técnica y de la ciencia habría sido provocada

por el carácter esclavista de la sociedad antigua:

la baratura de la mano de obra —los esclavos— habría

provocado una gran falta de estímulos y, por tanto, el

abandono de toda ciencia aplicada. Pero lo que no explica

la postura marxista es por qué, incluso en las ciencias

especulativas, se produjo una tan profunda decadencia.

b) Para Dodds20, la verdadera explicación de la decadencia

del espíritu científico helénico, y su contrapartida,

el auge de la superstición y del irracionalismo,

tiene su razón de ser en el férreo dogmatismo de la

época, lo que trae consigo una considerable pereza mental

que hace vivir al hombre de espaldas a la realidad.

c) A nuestro juicio, cabría achacar esta decadencia

general del pensar racional antiguo a un fenómeno que

caracterizará, a partir de ahora, a la vida espiritual greco-

romana: la invasión de los cultos orientales, tan bien

estudiada por Cumont21, que representan lo más evidente

de esa penetración más amplia de la Weltanschauung

de Oriente en Occidente, y que sustituye el

pensamiento tradicional por la magia, la teosofía, el

misticismo. Ya ampliamente introducidos en Grecia en

la época anterior, es en la época de Luciano, precisamente,

cuando se produce la ruptura del equilibrio a favor

de lo oriental, hecho favorecido porque Adriano fue un

entusiasta partidario de la protección de los cultos del

20 Dodds, The Greeks and the Irrational, págs. 236 y sigs.

21 F. C um o n t, Les religions orientales dans le paganisme romain,

París, 19294.

INTRODUCCIÓN GENERAL 17

Este, como ha demostrado Beaujeu 22 en su importante

estudio sobre la religión romana durante el siglo ti.

3. Desde el punto de vista cultural y, sobre todo,

desde el enfoque literario, dos actitudes presiden la valoración

de los críticos y de los historiadores de la cultura

cuando se trata de emitir un juicio sobre el siglo II.

Una actitud tradicional, reflejada clásicamente en la

obra de Schmid23, que enjuicia los logros del período

que nos ocupa con los ojos puestos en lo que representa

la gran floración literaria del clasicismo. Para estos críticos,

sólo puede haber una respuesta válida: el siglo I I

es un período en el que los autores sólo practican la

mera imitatio de lo antiguo. De este naufragio general

sólo se salvan un par de figuras, un Plutarco y un Luciano.

El resto carece de valor. A pesar de que aun hoy

hay críticos que se adhieren a este juicio condenatorio

general, como no hace muy poco ha hecho Van Groningen

24, hay que señalar que, en lo que va de siglo, se ha

profundizado, y no poco, en el conocimiento de aspectos

concretos del siglo de Luciano. Y cabe afirmar que, después

de una serie de estudios importantes sobre las

principales figuras no sólo de la segunda sofística, sino

de otros campos literarios2S, ha podido abrirse paso

22 J. B e a u je u , La religion romaine à l'apogée de l'empire, Paris,

1955.

23 W. S c hm id , Der Atticismus in seinen Hauptvertretern, S tu ttgart,

1887-96 (reed. Hildesheim, 1964), en cuatro tomos.

24 B. A. v an G ro n in g e n , «General literary tendencies in the seconde

century A. D.», Mnemosyne, Ser. IV, XVIII 4 (1965), 41 ss.

25 Señalaremos algunos de entre los más importantes, sin intención

de agotar la ya considerable bibliografía existente, desde

hace algunos lustros, sobre el tema: A. B o u la n g e r , Aelius Aristides

et la Sophistique dans la province d'Asie au II siècle de notre

ère, an t cit.; P. G r a in d o r , Un milliardaire antique: Hérode Atticus

et la sa famille, El Cairo, 1930; F. A. W r i g h t , A History of Later

Greek Literature, Londres, 1932; K. G e r t h , art. Zweite Spohistik,

en la Realencyclopädie de P a u ly -W is s ow a (1956, Supl. VIII, cols.

719 y sigs.); A. C r e s s o n , Marc-Aurèle: sa vie et son oeuvre, Paris,

18 OBRAS

una nueva actitud, más positiva, que sabe analizar los

fenómenos de la época bajo una nueva luz. Concretamente

podemos aludir a B. E. Perry26, G. W. Bow'ersock27

y, sobre todo, B. P. Reardon, autor de un importante

libro que, sin ofrecer aportaciones nuevas, ha

sabido enfocar el estudio de lo que el autor llama las

corrientes literarias de los siglos il y m , en una perspectiva

que resalta los aspectos nuevos que, desde el

punto literario, hay que saber descubrir en la época de

Luciano. Apoyado, sobre todo, en los penetrantes estudios

de Marrou28 y Bompaire29 en relación con el

auténtico concepto de mimesis tal como la practicó la

segunda sofística, de las páginas del libro de Reardon

emerge, por primera vez en la historia de los estudios

literarios, una visión sinóptica que permite formarse

una idea mucho más viva del siglo n , que la que nos

había suministrado la miope consideración de espíritus

como Schmid.

El rasgo fundamental de la literatura del siglo II (y

parte del m ) es el predominio casi exclusivo de la

prosa frente a la poesía. Pero ello no significa, entendámonos

bien, que la época de Luciano no haya conocido

poetas, si bien éstos carecerán, por lo general, de

originalidad. Es ya sintomático que el libro antes mencionado

de Reardon, no hable en absoluto de poesía.

1962; F, M i l l a r , A Stu d y of Cassius Dio, O x fo rd , 1964; W. Ja e g e r,

Early Christianity and Greek Paideia, C am b rid g e , M a ss., 1962.

26 B. E. P e r r y , «Literature in the second Century», Class.

Journ. 50 (1955), 295 ss.

21 G. W. B ow e r s o c k , Greek Sophists in the Roman Empire,

Oxford, 1969.

28 H. I. M a r r o u , Histoire de l’éducation dans l’antiquité, P a r is ,

1965

29 J. B om p a ir e , Lucien écrivain: imitation et création, P a r is ,

1958. E l lib ro d e R e a rd o n a l q u e n o s h em o s r e f e r id o se titu l a

Courants littéraires grecs des I I et I I I siècles après J.-C., P a r is ,

1971.

INTRODUCCIÓN GENERAL 19

Y, sin embargo, ésta existe, y de ella hemos dado un

breve panorama en un trabajo relativamente reciente,

nosotros mismos 3°. La orientación general de esta poesía

parece haber sido eminentemente didáctica, erudita,

signo,, por otra parte, y bien significativo, de la época.

Pero esta orientación no es la única, y la publicación

por Heitsch 31 de los fragmentos de los poetas de la época

romana, lo ponen claramente de relieve. En apretada

síntesis, podríamos distinguir las siguientes tendencias:

1. Una épica didáctica que hunde sus raíces en los

grandes poemas helenísticos, al estilo de un Arato o un

Nicandro, y que ha dado figuras como Dionisio el Periegeta,

Marcelo de Side, los dos Opianos, Doroteo de Side,

Máximo y Manetón.

2. Una épica narrativa que tendrá su gran floración

entre los siglos n y v, y en la que destacan Quinto de

Esmirna y, ya mucho más tarde, Trifiodoro Museo y Coluto.

3. Una poesía hímnica cuyo ejemplo más típico es

Mesomedes de Creta, y algo más tarde, Proclo. Los Himnos

órficos pueden situarse aquí.

4. Una poesía epigramática en la que hay que situar

a los representantes de la antología pertenecientes

a este período (Lucilio, Crinágoras, etc.).

5. Finalmente, un tipo de poesía yámbica (Babrio)

y la poesía popular representada por canciones populares,

anacreónticas, etc.

Pero es la prosa, según antes anticipábamos, la gran

señora de las corrientes literarias del momento. Una

10 J. A ls in a , «Panorama de la épica griega tardía», Est. Clás.

XVI (1972), 139-167.

31 E. H f .i t s c h , Die g r. Dichterfragmente der röm. Kaiserzeit,

Gotinga, 1963-64. En general, para la poesía griega de la época romana,

cf. R. K e y d e ll, «Die gr. Poesie der Kaiserzeit (bis 1929)», en

el B u r s ia n , CCXXX, 1931, págs. 41-161.

20 OBRAS

prosa que, en algunas ocasiones, pretende adornarse con

las galas supremas de la poesía. Sobre todo en el caso de

los llamados «oradores de concierto» (Konzertredner)i2,

verdaderos virtuosos de la palabra, cuyas posibilidades

utilizan hasta extremos inconcebibles. Si adoptamos la

dicotomía de Reardon —y nada nos impide hacerlo, aunque

a veces tal dicotomía resulte un poco forzada—, podemos

establecer una división tajante entre lo nuevo

(paradoxografía, pseudociencia, religión, literatura cristiana,

novelística) y lo viejo, o antiguo. Cabe abordar el

estudio de la prosa de esta época a través de las manifestaciones

tradicionales de la retórica, que alcanza ahora

la categoría de suprema fuerza formadora del espíritu.

Todo huele ahora a retórica en el mejor sentido de

la p alabra33. La escuela es la gran moldeadora de los

escritores. En relación con esta tendencia general, un

puesto de honor en las letras de la época de Luciano lo

ocupa el movimiento literario conocido por Segunda Sofística,

cuyas relaciones con el fenómeno llamado aticismo

(imitación de los modelos clásicos), a pesar de los

numerosos estudios que se le han dedicado, no se ha

explicado aún del todo satisfactoriamente34. Tradicional32

La expresión procede de Radermacher (apud v an G r o n i n gen,

«General literary tendencies...», 47),

33 Para una buena valoración del término retórica, referido

a esta época, cf. B om p a ire , Lu d en écrivain..., págs. 30 y sigs., y

R e a rd o n , Courants littéraires..., págs. 3 y sigs.

34 Sobre esta debatida cuestión (un resumen de la cual puede

hallarse en R e a rd o n , Courants littéraires..., págs. 64-96) no hay todavía

acuerdo, se han ocupado, entre otros, E. R o h d e (Der gr.

Roman und seine Vorläfer, Leipzig, 1876 [con numerosas reediciones,

la última en Hildesheim, 1960], págs. 310 y sigs.), G. K a ib e l

(«Dionysus von Halikarnassss und die Sophistik», Hermes, 20

[1885], 497 ss.), W, S c hm id (en las páginas del libro antes citado

Der Atticismus), E. N o r d e n (Die antike Kunstprosa, 1, Berlin,

1923 \ págs. 392 y sigs.), U. v. W ilam o w itz («Asianismus u nd Attizismus

», Hermes 30 [1900], 1 ss.) y B o u la n g e r (Aelius Aristides,

ant. cit., passim).

INTRODUCCIÓN GENERAL 21

mente suelen colocarse en la misma columna autores

pertenecientes a este movimiento general, como Polemon,

Herodes Ático, Elio Aristides, Luciano, Alcifrón,

Filóstrato, Arriano, etc. Reardon, entre otros méritos,

tiene el de haber intentado una distinción, estableciendo

lo que él llama la retórica pura y la retórica aplicada,

en una distinción, como siempre ocurre con las de Reardon,

eminentemente práctica, pero con debilidades desde

el punto de vista metodológico: así, Elio Aristides,

presentado como la figura más ilustrativa de la retórica

pura, pero cuya producción entra de lleno en lo que el

crítico anglosajón llama lo nuevo. Sus obras más importantes

en el campo del género epidictico son auténticos

conciertos en prosa, que cautivan al oyente (Panatenaico,

A Roma, Defensa de la oratoria, etc.). La más alta expresión

de estas corrientes es, pues, Elio Aristides, tras los

pasos iniciales de un Herodes Ático, una de las figuras

más simpáticas de la época, enormemente rico, dotado

de excelentes cualidades de político y administrador, y

discípulo de los grandes espíritus de la generación anterior,

Polemón y Favorino. Si estos sofistas son la mejor

muestra de la tradición retórica epidictica, en Luciano

y en Alcifrón tendremos la mejor manifestación

de la creación retórica, esto es, de unos autores que,

partiendo de los clásicos ejercicios de escuela (la meleté,

sobre todo), se elevan a la categoría de auténticos creadores

a los que no puede negárseles, pese a la aparente

paradoja, la originalidad. En esta misma categoría cabe

situar a un autor como Filóstrato.

La retórica aplicada halla sus representantes más

ilustres en figuras como Máximo de Tiro, filósofo, y ya,

en el campo de la historia, en Apiano, Arriano, Dión Casio,

el anticuario Pausanias, Polieno, Eliano y Ateneo.

Pero el gran movimiento literario de la época de los

Antoninos y los Severos presenta también, junto al cultivo

de lo tradicional, hechos nuevos. La gran novedad

22 OBRAS

será, en el campo espiritual, la aparición de la literatura

cristiana; pero no menos nuevos son una serie de fenómenos

culturales y literarios entre los que hay que destacar

las obras paradoxográficas, los tratados de fisiognomías,

la curiosa figura de Artemidoro de Éfeso35, con

su obra sobre La interpretación de los sueños, los Discursos

sagrados de Aristides, auténtico documento para

elaborar un diagnóstico no sólo de la estructura psíquica

de este autor, sino de toda su época M, y la Vida de Apolonio

de Tiana, un documento, asimismo, de primer orden

para conocer la psicología de este período36 bis. Finalmente,

la novela, que, tras el trabajo pionero de Rohde31,

ha sido objeto de innumerables estudios que han aclarado

múltiples problemas de este género38.

2. Apuntes sobre la vida

De la vida de Luciano es muy poco lo que conocemos

de un modo seguro. Ni sus contemporáneos ni los autores

posteriores nos dicen cosas que valgan la pena

para reconstruir, con cierta seguridad, las grandes líneas

de su biografía. Filóstrato, autor de las famosas

Vidas de los Sofistas, silencia su nombre, a buen seguro

35 En su Oneirokritikon (editado por R. A. Pack, Leipzig, 1963);

de esta obra, de la que había escasísimas traducciones, han aparecido

últimamente varias: véase la de D. d e l C o r n o , Artemidoro,

II libro dei sogni, Milán, 1975.

56 Cf. el estudio que le dedican, respectivamente, A. J. Fest

u g i é r e (Personal religion..., págs. 85 y sigs.) y E. R. Dodds (Pagan

and Christian..., págs. 37 y sigs.).

36 bi. Véase la traducción de A. B e rn a b é , Filóstrato, Vida de

Apolonio d e Tiana, Madrid, B.C.G., 1979.

37 Der gr. Roman und seine Vorläufer, anteriormente citado.

58 Una discusión en R e a rd o n , C o u r a n ts ..., págs. 309-405; para

o b r a s e n e s p a ñ o l, cf. C. M i r a l l e s , La n o v e la en la a n tig ü e d a d c lá sica,

B a rc e lo n a , 1968, y C. G a rc ía G u a l, L o s o r íg e n e s d e la n o v e la ,

M a d rid , 1972.

INTRODUCCIÓN GENERAL 23

por no considerarlo un sofista puro. La Suda, que recoge

algunos datos, está llena de noticias que huelen a

reconstrucción a partir de leyendas surgidas del cristianismo

bizantino. No tenemos, pues, más remedio que

acudir a los datos dispersos contenidos en su propia

obra, método, lógicamente, expuesto a muchos peligros

39.

Por si fuera poco, el autor ha empleado, en su obra,

dos nombres distintos: Luciano (Loukianós), que es un

nombre latino helenizado, y Licino (Likïnos), que es

como aparece en algunas ocasiones. Ni siquiera sabemos

si los dos son un seudónimo, aunque la cosa es probable,

porque Luciano era un semita y, por tanto, su nombre

auténtico debió de ser semita también40. Que era natural

de Samósata puede darse como prácticamente seguro,

ya que en uno de sus tra tados41 así lo afirma. Samósata

era la capital de la Comagena, región semita que entró

en la órbita del Imperio Romano a partir del año 65 a. C.

Ignoramos también el nombre de sus padres, como la

fecha de su nacimiento.

Del estudio de los datos dispersos a· lo largo de su

obra podemos deducir que su familia era de modesta

posición, aunque no del todo indigente. A juzgar por lo

que dice en algunos de sus opúsculos 42, debería haber

nacido hacia el 125 de nuestra era, ya que el 160 contaba

unos cuarenta años de edad. Tenemos en El sueño un

dato que, aunque seguramente elaborado, contiene un

núcleo de verdad histórica: parece que cuando Luciano

35 Un intento muy serio para establecer los momentos más imp

ortantes de la vida de Luciano puede verse en el libro de

J. S c h w a r t z , Biographie de Lucíen de Samosate, Bruselas, 1965.

* Recuérdese el caso del filósofo neoplatónico Porfirio, cuyo

nombre no es sino la traducción del semita Maleo; o el caso de

Saulo, Paulo.

41 Cómo debe escribirse la historia 24.

42 El maestro de retórica 15, Hermótirno 13, El pescador 29.

24 OBRAS

tenía unos catorce años su padre decidió enviarlo al taller

de su tío para que se iniciara en el arte escultórico.

En un consejo de familia que iba a decidir sobre la profesión

que debía aprender el joven Luciano, se acuerda

que, puesto que las letras exigían mucho esfuerzo, tiempo

y no poco gasto, resultaba recomendable enviarle a

que se iniciara en la escultura. Razones para ello, aparte

las económicas, parece que no faltaban. El propio Luciano,

en esta especie de autobiografía de su primera

adolescencia que es El sueño, nos informa sobre su talento

para modelar figuras de c e ra43. Sin embargo, su

iniciación quedó truncada por un desgraciado accidente,

la ruptura accidental, por parte del muchacho, de una

tableta, lo que despertó las iras de su tío, quien lo devolvió,

al parecer, a casa de sus padres. Luciano nos ha

descrito, con toda su gracia, el sueño que tuvo una vez,

de regreso a su casa, y que, al parecer, determinó su

definitiva vocación. Se le aparecen dos mujeres, la Escultura

y la Retórica, y cada una de ellas hace la apología

de su propio arte. Vence al final la Retórica, que le

promete la fama, la riqueza y la inmortalidad. Parece

ser, pues, que Luciano va a ser un rétor, un sofista44.

Algunos medios debía de poseer la familia de Luciano

porque, en efecto, se toma la decisión de enviar al muÍS

El sueño 29. Una confirmación, al menos aparente, de esta

facilidad p a ra las artes plásticas de Luciano, ha querido verla Le

Morvan («La description artistique chez Lucien», Rev. Étud.

Grecques 45 [1932], 380 ss.), en el hecho de que Luciano, como escritor,

es un buen técnico en describir obras artísticas. Pero no

hay que olvidar que, en la formación retórica de la época, tal tipo

de descripciones —llamadas ecphráseis— son una práctica muy corriente,

y constituían una pa rte de la formación del fu tu ro escritor.

44 La visión de dos mujeres, cada una sosteniendo un punto

de vista, es un topos literario muy frecuente en la lite ra tu ra clásica,

y ello rebaja un tan to el posible carácter de hecho vivido

que describe Luciano.

INTRODUCCIÓN GENERAL 25

chacho a estudiar a Jonia. Esta región, así como toda la

franja costera de Asia Menor era entonces, desde los

tiempos de Augusto, uno de los territorios más cultos

del Imperio. De aquí surgirán, en el siglo n, los espíritus

más refinados y cultivados de la época45. Y durante

este tiempo, los Antoninos favorecerán enormemente el

progreso cultural de esta parte del Imperio, que va a conocer

en el siglo II un auténtico renacimiento.

Pero tampoco tenemos noticias concretas sobre los

estudios que aquí realizó Luciano. Es posible que estudiara

con Polemón, aunque el dato no es seguro. Pero sí

podemos afirmar que el joven Luciano amplía sus conocimientos

del griego, cuyos rudimentos sin duda poseía

ya a juzgar por lo que dice en el tratado Cómo debe

escribirse la historia 24. Lo que estudió es fácil deducirlo:

retórica, que, en frase de Marrou fue siempre, y

era entonces, el objeto específico de la alta cultura. Una

vez terminada su primera formación retórica, pasó a estudiar

a Atenas y, de allí, a Antioquía, donde, con toda

verosimilitud, debutó como abogado a los veintiocho

años. Antioquía era, a la sazón, un gran centro cultural.

En ella, paganos y cristianos convivían en el estudio47

y es posible que fuera aquí cuando entrara Luciano por

primera vez en contacto con el mundo cristiano.

Pero —a juzgar por los datos de la Suda— parece

que Luciano fracasó como abogado. Ello determinó el

abandono de la profesión y la decisión de Luciano de

45 Dión de Prusa, Aristides, Apolonio de Tiana, entre otros

muchos. Cf. N i l s s o n , Geschichte..., II, págs. 297 y sigs., y H. I. M a r r

o u , Histoire de l'éducation..., págs. 269 y sigs.

46 Op. cit., pág. 269.

47 Véase el interesante estudio de A. J. F e s tu g ié r e , Antioche

painne et chrétienne, París, 1959, que, aunque se ocupa de una

época posterior, ofrece datos importantes p a ra el siglo ii.

26 OBRAS

dedicarse a ejercer de sofista ambulante que recorría el

Imperio dando conferencias48.

Si hemos de creer io que nos cuenta en el Nigrino,

un viaje realizado a Roma para someterse a un tratamiento

oftalmológico fue decisivo en su orientación.

Parece, en efecto, que su conversación con el filósofo

Nigrino, un platónico de los muchos que en este momento

vivían en Roma, le causó una profunda impresión. No

sabemos hasta qué punto Luciano describe una experiencia

real, porque hay razones para poner en tela de

juicio que se trate de un topos. Pero, si realmente Luciano

nos está describiendo una vivencia propia, hay que

reconocer que este diálogo sería decisivo para muchos

aspectos de su vida y de sus ideas. Porque, a juicio de

algunos críticos49, se trataría de una obra en la que Luciano

nos ofrece una auténtica confesión personal. Gallavotti

y Quacquarelli, por otra parte, sitúan, además, la

fecha del Nigrino en época muy reciente, y sostienen que

el opúsculo lucianesco fue escrito bajo la impresión producida

por el contacto del sofista con el filósofo.

No es éste el momento de ocuparnos del problema de

la llamada conversión a la filosofía y la polémica que ha

suscitado. Bástenos, por el momento, con decir que, si

hubo conversión, ésta no fue muy duradera. Más preocupado

por ganar dinero, volvió muy pronto a la sofística,

recorriendo el mundo dando conferencias. No fue

poco lo que viajó: estuvo en Siria y Palestina, en Egipto,

en Rodas, en Cnido, pasó una larga temporada en las

Galias y llegó, en su itinirante profesión, hasta el Ponto.

Regresa a su ciudad natal hacia el 164, para volver inme"

Cf. M. G u a rd u c c i, «Poeti e conferenzieri ne ll’etá ellenistica»,

en M. A. L. 6, II, Roma, 1929. El trab a jo de C am e ro n , «Wandering

Poets», anteriormente citado, se refiere al siglo iv d. C., pero ilustra

sobre situaciones y condiciones parecidas.

,9 Cf. A. P e r e t t i , Luciano, un intellettuale greco contro Roma,

Florencia, s. a., pág. 11.

INTRODUCCIÓN GENERAL 27

diatamente a la Jonia, y se hallaba en Antioquía el día

que Lucio Vero entró en esta ciudad para tomar e!

mando de las tropas que iban a enfrentarse con la gran

pesadilla del momento: los Partos. Desde Antioquía vuelve

ahora a la ciudad de Atenas, que había conocido en

su juventud. Y permanece en ella unos veinte años. El

período de su estancia en Atenas va a ser uno de los

más fecundos de su existencia. La mayor parte de su

obra va a componerse aquí. También aquí va a dirigir

sus más acerados dardos contra la filosofía, una vez desengañado

de ella. Sobre todo, en Herrnótimo y en El pescador,

su testimonio más claro del desengaño que ha sufrido

respecto a la filosofía. Será también aquí donde

trabará amistad con Demonacte, amistad que reflejará

en alguna de sus obras.

Tarde ya, en la curva de su vida, toma esposa, de la

que nada sabemos, por otra parte, ni del hijo que menciona

en El eunuco.

La última etapa de su vida transcurre en Egipto,

donde logró un puesto burocrático en la cancillería del

gobernador. Fue allí donde, con toda probabilidad, murió

nuestro autor. Sobrevivió a Cómodo, lo que significa

que moriría hacia el 192. Una leyenda que recoge Suda

—Luciano muere atacado por unos perros— es, sin duda,

la recompensa que los cristianos le dan por haber atacado

con sus burlas a la nueva religión.

3. La obra de Luciano

Luciano fue un escritor prolífico. Su obra, aparte de

original, es extensa. Pero no todo lo que se nos ha transmitido,

a través de los manuscritos medievales, como

suyo se le puede atribuir sin más. Y lo que es peor

aún no tenemos criterios objetivos que permitan no ya

una clara cronología, sino incluso una segura atribución.

28 OBRAS

Los ensayos que se han hecho para hallar un método que

permita asegurar la paternidad de todos sus opúsculos

no son compartidos por todos los críticos 50. Con todo,

hay un grupo de obras que, con mayor o menor seguridad,

suelen considerarse como no lucianescas. Son las

siguientes:

Lucio o El asno, Encomio de Demóstenes, Tragopodagra, Ocipus,

Epigramas, Sobre la diosa siria, Caridemo, Amores, Los longevos,

Nerón, La gaviota, El patriota.

Y aun con respecto a algunos de esos opúsculos hay

discrepancias. Así Croiset considera auténticos los Epigramas,

en tanto que Lattanzi ha atacado la autenticidad

de Zeus confundido. Tampoco faltan intentos por reivindicar

escritos que, en general, suelen considerarse espurios:

así, Bompaire ha hecho serios esfuerzos por sostener

el carácter lucianesco del tratado Sobre la diosa

siria y la Tragopodagra51.

50 Cf. C. G a li.a v o tti, Luciano nella sua evoluzione artística e

spirituale, Lanciano, 1932, cree poder utilizar como criterio seguro

el contenido del códice, pero h a refutado sus puntos de vista

N. F e s ta («A proposito di criteri per stabilire l ’autenticitá degli

scritti compresi nel corpus lucianeo», Mel. Bidez, Les Étud. class.

[1934], 377 ss.).

51 La h ipercrítica del siglo xix (por ejemplo, Bekker) hizo

q u e se llegaran a rechazar la mayoría de los escritos del corpus

lucianeo (así, el mencionado Bekker atetizaba 28 de los 82 escritos

del corpus; en tre ellos obras tan típicamente lucianescas como La

vida de Demonacte). G. M. L a tta ííz i (Mondo class. 3 [1933], 312 ss.),

en u n trab a jo dedicado a criticar el estudio, anteriormente citado,

de Gallavotti y que, además, planteaba el problema de los tra ta dos

auténticos y espurios de Luciano, llegó a dudar de la au ten ticidad

del Zeus confundido. Pero ha habido, asimismo, intentos

por reivindicar obras que la crítica anterior rechazaba: así B omp

a irk , Lucien écrivain..., págs. 738 y sigs., ha intentado ganar para

L u c ia n o opúsculos como Sobre la diosa siria y Tragopodagra, aunq

u e n o le podamos seguir en su argumentación.

INTRODUCCIÓN GENERAL 29

Los opúsculos que suelen, en general, considerarse

auténticos son los siguientes 52:

El sueño o Vida de Luciano, A uno que le dijo: eres un Prometeo

en tus discursos, Filosofía de Nigrino, Pleito entre Consonantes,

Timón o El misántropo, Prometeo (o El Cáucaso), Diálogos

de los dioses, Diálogos marinos, Diálogos de los muertos,

Menipo o Necromancia, Caronte o Los contempladores, Acerca de

los sacrificios, Subasta de vidas, El pescador o Los resucitados,

La travesía o El tirano, Sobre ¡os que están a sueldo, Apología

de los que están a sueldo, Sobre una falta cometida al saludar,

Hermótirno o Sobre las escuelas filosóficas, Heródoto o Etión,

Zeuxis o Antíoco, Harmónides, El escita o El próxeno, Cómo debe

escribirse la historia, Relatos verídicos, El tiranicida, El desheredado,

Fálaris I y II, Alejandro o El falso profeta, Sobre la danza,

Lexífanes, El eunuco, Vida de Demonacte, Los retratos, Sobre los

retratos, Tóxaris o Sobre la amistad, Zeus confundido, Zeus trágico,

El sueño o El gallo, Icaromenipo o Por encima de las nubes,

Doble acusación o Los tribunales, Sobre el parásito o Que el parasitismo

es un arte, Anacarsis o Sobre la gimnasia, Sobre el luto,

El maestro de retórica, El aficionado a la mentira o El incrédulo,

Hipias o El baño, Preludio. Dioniso, Preludio. Heracles, Acerca

del ámbar o Los cisnes, Elogio de la mosca, Contra un ignorante

que compraba muchos libros, No debe creerse con presteza en la

calumnia, El falso razonador o Sobre el término «apophrási>,

Acerca de la casa, Elogio de la patria, Discurso contra Hesíodo,

El navio o Los deseos, Diálogos de las cortesanas, Acerca de la

muerte de Peregrino, Los fugitivos, Las Saturnales, Fiestas de

Crono (o Cronosolónj, Epístolas saturnales, El banquete o Los

lapitas, La asamblea de los dioses, El cínico, El pseudosofista o

El solecista y Caridemos o Sobre la belleza.

Tal es la nómina de los escritos lucianescos. Se trata,

como puede ya entreverse a través de los meros títulos,

de temas muy variados, ¿Es posible ensayar una clasificación?

La empresa resulta ciertamente arriesgada dada

52 Una lista completa en la ú ltima edición científica de Luciano

(McLeod, Oxford, 1972).

30 OBRAS

la riqueza de sus temas, la variedad de su tratamiento, la

mezcla que hace su autor de todos los procedimientos

que la formación sofística le ofrecía. A grandes rasgos,

puede establecerse una doble clasificación atendiendo al

fondo y a la forma.

1. Si atendemos a la temática abordada por Luciano,

es posible distinguir en la obra lucianesca tres grandes

grupos:

Ante todo, los escritos de tendencia retórica. Se trata

de los opúsculos más claramente sofísticos, y, por ende,

de aquellos en los que más abunda la frivolidad. Cabe

situar en este grupo —que comprende obras de épocas

muy diversas— escritos como El tiranicida, Fálaris I

y II, y, muy especialmente, el Elogio de la mosca, que

es una de las más estupendas muestras del arte sofístico

de Luciano. Caen de lleno dentro de este grupo las

prolalías (escritos de introducción a las conferencias sofísticas),

así como Sobre las dipsadas y Sobre una falta

cometida al saludar.

Escritos de tendencia satírica y moral. Hay que incluir

dentro de este grupo los distintos tipos de diálogos

(Diálogos de los dioses, Diálogos marinos, Diálogos

de los muertos), así como opúsculos en los que se ataca

a la filosofía (Hermótimo, Filosofía de Nigrino, El pescador),

o aquellos en los que Luciano fustiga la tontería

humana (Icaromenipo, Menipo, Prometeo), la superstición

(El aficionado a la mentira), la afición a historias

absurdas y maravillosas (Relatos verídicos), etc.

Por la temática cabe, asimismo, distinguir aquellos

opúsculos que realizan una dura crítica de la actualidad.

Cae de lleno dentro de este grupo el curioso tratado

Cómo debe escribirse la historia (posiblemente el único

escrito serio de Luciano), así como aquellos opúsculos

en los que Luciano ataca aspectos concretos de la vida

de su tiempo: por ejemplo, Alejandro y La muerte de

INTRODUCCIÓN GENERAL 31

P e r e g r in o . Hay que señalar que, caso de que se aceptara

la tesis de Baldwin sobre Luciano como un escritor

preocupado por cuestiones sociales de su tiempo, muchos

escritos considerados como meramente retóricos

deberían incluirse en este grupo. Pero, según hemos de

ver, el punto de vista del crítico mencionado es poco

menos que inaceptable.

2. Si atendemos a la forma, hay un grupo de obras

que destacan dentro de la producción lucianesca: son

los diálogo.s. Luciano se consideraba, como hemos de

ver, el creador de un género nuevo al combinar el diálogo

filosófico, al estilo de Platón, con la comedia. Pero

dentro de los diálogos hay, realmente, diferencias importantes:

en algunos casos tenemos una breve conversación

entre dos o más personajes, sin que medie

introducción alguna (Diálogos de los dioses, Diálogos

marinos, Diálogos de las cortesanas, Diálogos de los

muertos). Se trata, a no dudarlo, del tipo que más famoso

ha hecho a su autor.

En otros casos, el diálogo lucianesco adquiere el aspecto

de un auténtico drama en miniatura, en el que,

en algunas ocasiones, el propio Luciano puede intervenir,

hablando en boca de alguno de los personajes. Caen

dentro de este grupo obras como Subasta de vidas, El

gallo, Caronte, Zeus trágico, Timón, El pescador y La

asamblea de los dioses.

Un problema complejo, difícil de resolver, es la

cuestión de la cronología de la obra lucianesca. Se han

intentado diversos procedimientos para conseguir establecer

ciertos criterios básicos que permitan, al menos,

una cierta base objetiva. Pero todos, hasta ahora, han

sido más o menos contestados. P. M. Bolderman53 y

T. Sinko54 han aclarado algunos puntos de esta cues5î

P. M. B o ld e rm a n , Studia lucianea, Leiden, 1893.

54 T. S in k o , E o s 14 (1908), 113 s.

32 OBRAS

tión, pero sin aportar, ni mucho menos, soluciones

definitivas. Hubo un momento en que pareció que

R. Helm 55 podía dar con la clave, con su tesis sobre los

descubrimientos, por parte de Luciano, de la mina de

temas que le proporcionaba Menipo. Pero tras las críticas

de Bomp a i r e l o s puntos de vista de Helm han

quedado profundamente desacreditados. Se intentó, más

tarde, establecer un criterio a base de considerar que

las piezas en las que el autor firmaba con el nombre de

Licinio pertenecían a un mismo período57. Pero el hecho

de que Licinio sea un seudónimo, que Luciano pudo

utilizar en cualquier momento de su \'ida, convierte esta

tesis en poco verosímil58. Se ha creído poder sostener

que las obras en las que Luciano ataca a los estoicos

sólo son comprensibles a partir de la muerte del emperador

Marco Aurelio, filósofo estoico a su vez, contra

cuya escuela es poco probable que se escribiera estando

en vida el emperador-filósofo 59. Pero se trata, como podemos

comprender, de meras suposiciones.

Pero no todo es imposible de determinar, y si tenemos

en cuenta las referencias del propio autor se puede

obtener una cierta cronología relativa, a veces relativamente

aproximada si se conjugan datos internos y

referencias a hechos externos. En conjunto podríamos

establecer los siguientes datos:

Las obras retóricas (tipo Fálaris, Hipias, Heracles,

Elogio de la mosca) pertenecen, sin duda, al período

55 R. H e lm , Lukian und Menipp, Leipzig, 1906 (reed. Hildesheim,

1966).

“ B om p a ir e (Lucien écrivain...) ha demostrado que n o existe

sólo una mina menipea en Luciano, y que la tesis de la fuente

única debe rechazarse.

57 Cf. R. H e lm , e n P a u ly -W is s ow a , Realencyclopädie..., s. v.

Lukianos, col. 1764.

“ Esta tesis ha sido defendida, sobre todo, por Richard.

59 E s la te s is d e W. S c h m id (P h ilo lo g u s 50, 297 ss.).

INTRODUCCIÓN GENERAL S ide

la juventud, cuando Luciano hace sus primeras armas

como sofista. Más o menos próximas al 157, techa

de su primer establecimiento en Atenas, serían Filosofía

de Nigrino, Diálogo de los dioses, Diálogos marinos, Diálogos

de los muertos, Zeus trágico, Zeus confundido,

Caronte, Icaromenipo.

Posiblemente escritas a raíz, o inmediatamente después

de su viaje a Antioquía, fueron El sueño, Relatos

verídicos, quizá, el Menipo. Es probable que, durante

su segunda estancia en Atenas —una de las etapas más

fecundas de su vida—, escribiera Hermótirno, Timón,

Asamblea de los dioses, Cómo debe escribirse la historia,

Doble acusación, Los fugitivos, El pescador. Tales

obras habría que situarlas, pues, hacia los años 162-165.

Sobre la muerte de Peregrino habría que fecharla hacia

169, y hacia 171, el Alejandro o El falso profeta.

Serían sus obras más tardías escritos como Lexífanes,

El eunuco, Vida de Demonacte, Pleito entre consonantes

4. El escritor

Para comprender, en todo su alcance, la significación

de Luciano, para su época, como escritor, debemos

abandonar el criterio moderno de originalidad para acogernos

a otro concepto, el de mimesis, que no debemos

traducir por imitación sin más, porque, de hacerlo, no

llegaríamos a comprender jamás el ideal literario de la

literatura de esta época. Poco avanzaremos si nos empeñamos,

como por otra parte se ha hecho en épocas

pasadas, en considerar que mimesis implica, meramente,

un simple copiar los procedimientos de los autores clá60

Un cuadro, naturalmente suceptible de modificaciones, puede

verse en el libro de J. S c h w a r t z , ya citado, Biographie de

Lu d en de Samosate.

34 OBRAS

sicos. Bompaire, autor de un inteligente libro sobre

Luciano, pero al tiempo un investigador que ha sabido

comprender muy bien el espíritu del siglo n, ha acuñado

una fórmula que, creemos, permite superar la

alicorta visión del siglo pasado en lo que concierne a la

valoración positiva de la época de Luciano, sobre todo

en el aspecto literario-estilístico. Propone Bompaire61

que debemos evitar la traducción de mimesis por pastiche,

y tender a ver en este concepto —capital para

esta época— una «referencia al patrimonio literario»

que representan los autores de la mejor literatura clásica.

Como ya había expresado Dionisio de Halicarnaso

62, se trata, esencialmente, de que el alma del estudioso

de un autor del pasado entre en contacto con este

escritor y, a fuerza de una lectura asidua y atenta, llegue

incluso a identificarse con el espíritu del autor-modelo.

Más o menos por la misma época, el autor del tratado

Sobre lo sublime insiste, en repetidas ocasiones63, en

que, al escribir, debe tenerse la impresión de que nos

están escuchando los autores más perfectos del pasado,

e imaginar cómo reaccionarían al leer o escuchar lo

que el imitador lee o escribe. Se trata, en suma, de

una «toma agonal de contacto», principio éste que ha

presidido todo auténtico renacimiento humanístico,

como es el del período que estudiamos.

Dentro de la clasificación de las principales tendencias

literarias que priman en la época de Luciano, tal

como las ha establecido Reardon64, Luciano queda comprendido

dentro de lo que el citado historiador del siglo

il llama la creación retórica. Creación que, induda61

B ompaire, L u d en écrivain..., especialmente págs. 63 y sigs.

62 D io n i s io de H a l ic a r n a s o , De imitatione, f r . 6 (c f. la e d ic ió n

d e U s e n e r -R a d e rm a c h e r , Opuscula, 2.1., 1904, p á g . 202).

63 Cf. Sobre la sublime 14. Puede acudirse a mi edición, con

traducción castellana (Col. Erasmo, Barcelona, 1977).

64 Reardon, Courants littéraires...

INTRODUCCIÓN GENERAL 35

blemente, se nutre de una inteligente combinación de

los géneros del pasado, previamente estudiados y asimilados.

Ahora bien, para sacar el máximo partido de los

géneros literarios, Luciano acude a dos principales métodos:

de un lado, la contaminación, de otro, la trasposición.

Valorar, en su auténtico sentido, estos dos procedimientos

significa estar en condiciones de expresar

un juicio de valor sobre Luciano como escritor. Veámoslo:

Es bien sabido que una de las formas más empleadas

por Luciano es el diálogo en el que toman parte grandes

figuras del pasado: filósofos, historiadores e, incluso,

dioses y personajes mitológicos. Pero aunque el diálogo,

como forma literaria, tiene una larguísima historia antes

de Luciano6S, éste sabe dotarlo de un contenido nuevo

que le concede una profunda originalidad. Ha sido el

mismo Luciano quien, en interesantes pasajes de su

obra66, nos ha informado sobre los principios en que se

basó para su re-creación. En el opúsculo A uno que le

dijo: eres un Prometeo... (6), se echa en cara a Luciano,

por parte de un personaje, que lo que ha hecho

ha sido, sin más, unir dos géneros tan dispares como

son comedia y diálogo. Y en la Doble acusación (34),

se le critica el que haya destruido la tradicional seriedad

del diálogo mezclándolo con elementos tomados de

la comedia.

El sentido de estas críticas es, pues, claro: sea o no

cierta la acusación, la verdad es que en estos pasajes

se nos informa de lo que Luciano consideraba como su

gran aportación a la literatura la contaminación de dos

65 Puede verse, sobre el tema, el libro clásico de R. H i r z e l ,

Der Dialog, Leipzig, 1895, vol. I, págs. 269 y sigs., y a J. A n d rie u ,

Le dialogue antique, Paris, 1954.

66 A uno que le dijo: eres un Prometeo en tus discursos 6, y

Doble acusación 34.

36 OBRAS

géneros preexistentes, creando una forma nueva, que

habrá de conocer, a lo largo de la historia, una considerable

fortuna (Erasmo, Quevedo, Fontenelle, etc.).

Pero una pregunta hemos de formularnos al llegar

a este punto: ¿es Luciano el inventor de este nuevo tipo

de género literario, o lo tomó de otros autores, aunque

dándole su sello propio? Se ha pensado, a la vista de

los numerosos elementos cínicos dispersos por toda la

obra lucianesca, que Luciano habría tomado esta nueva

forma literaria de la sátira menipea. Tal es la tesis de

Helm en su bien conocido libro Lukian und Menipp.

¿Qué era la sátira menipea? Aunque prácticamente nada

conservamos del famoso Menipo, a través de las imitaciones

de que ha sido objeto se ha intentado, en algunas

ocasiones, definir este curioso género satírico. Sabemos

que se caracterizaba por una serie de elementos típicos

(viajes celestes, banquetes, subastas, viajes al mundo

subterráneo, etc.), por la presencia de tipos bien concretos,

sobre todo, filósofos. Es, asimismo, cierto —y

ello es resultado del carácter cínico de este autor— que

lo fundamental era la mezcla de elementos serios y cómicos,

presencia de parodias y un cierto fondo edificante,

como es normal en la literatura creada por el

cinismo, que elaboró una especie de contracultura muy

original, estudiada recientemente por J. Roca67 en un

interesante estudio en el que se complementan las aportaciones

de Dudley, Höistad, Piot y Kleinknecht68.

Sin embargo, Menipo es un autor demasiado poco conocido

para que podamos adherirnos a la tesis de Helm,

que propugna, sin más, que Luciano utiliza, como fuente

67 J. R o c a , Kynikós Tropos, Bol del Inst. de Est. Helénicos,

Barcelona, 1974.

“ Du d ley , A History of Cynism, Londres, 1937. H ö is ta d , Cynic

Hero and Cynic King, Upsala, 1948. Pi or, Un personnage de Lucien,

Ménippe, Rennes, 1914. H . K l e in k n e c h t , Die Gebetsparodie in der

Antike, reed. Heldesheim, 1967.

INTRODUCCIÓN GENERAL 37

única, a Menipo. Luciano, que afirma, en alguna ocasión,

imitar a Menipo 69, jamás dice que se limite a imitar

a este solo autor. Por ello, Bompaire ha podido

modificar la tesis de Helm, postulando que, junto a

Menipo, el sofista de Samosata ha imitado a otros muchos

autores70.

Al lado de la contaminación, empero, Luciano ha

utilizado la trasposición. Si el primer procedimiento

consiste, básicamente, en una mezcla de géneros, la trasposición

se realiza cuando se adapta la forma de un

género literario a otro. Platón, por ejemplo, traspuso

los mimos al género dialógico. Pues bien, Luciano realizó

esta misma operación, adaptando la comedia con fines

propios. Hoy conocemos bien, gracias al trabajo de Andrieu

71, los procedimientos lucianescos de trasposición.

Pero, con todo, tenemos aquí planteado un problema.

En un principio, se preguntó la crítica si realmente

nuestro sofista había echado mano de la comedia antigua

n. La respuesta fue ambigua, pues, aunque hallamos

en Luciano determinados temas de este género (por

ejemplo, la bajada al infierno de Las ranas de Aristófanes),

no pudo señalarse un empleo normalizado de la

comedia antigua.

Una respuesta más clara se ha dado cuando se plantea

la cuestión del empleo de la comedia nueva por

parte de Luciano. Pero si la respuesta es aquí unánimemente

afirmativa, el problema se agudiza cuando se

trata de determinar el grado de presencia de estos elementos

cómicos en Luciano. La tesis extrema está representada

por Kock, quien ha pretendido hallar, en la

69 Doble acusación 33.

70 B om p a ire , L u d en écrivain..., pág. 555.

71 A n d r ie u , Le dialogue antique, ya citado en nota 65.

72 Véase el estudio de L a \d e rb e r g e r , Lukian und die altattische

Komödie, Friburgo de Br., 1905.

38 OBRAS

prosa de algunos Diálogos de las cortesanas13, versos

más o menos modificados. Contra tal postura se ha

observado —por ejemplo, Bompaire— que un tipo así

de trasposición sería en extremo rudimentario. En verdad,

un procedimiento indigno del refinado arte de Luciano.

Una posición más aceptable, sostenida por

K. Mras74, defiende que Luciano halló en la Comedia

Nueva un simple estímulo para su producción literaria.

En el otro extremo de la gama de teorías sobre esta

cuestión, un Legrand75 llegará a sostener que no hay

base suficiente para afirmar que Luciano se inspire en

la comedia. Que no hay, en los Diálogos de las cortesanas,

paráfrasis alguna de comedias. También Helm se

une a este punto de vista.

¿Ha traspuesto Luciano, además de comedias, otros

géneros a sus diálogos? La cosa es harto dudosa. Se ha

intentado sostener, por ejemplo, la presencia de poemas

épicos en la obra lucianesca. Se ha sostenido, incluso,

que hay razones para creer en la trasposición de idilios.

Pero, aparte el hecho de que los puntos de contacto,

los indicios, son más bien escasos (por ejemplo,

Teócrito, Id. II, y Diáil. Cort. 4), todo lleva a hacer creer

que los elementos épicos e idílicos que podamos hallar

en los diálogos de nuestro autor deben proceder de meras

reminiscencias de escuela.

Hasta aquí, los puntos referentes al arte de Luciano,

tomado en sí mismo. Pero es interesante, también, intentar

rastrear el origen de los temas abordados por el

escritor, el de sus personajes, el ambiente que domina

en sus opúsculos. Ello nos proporcionará, al mismo

73 Cf. B om p a ire , Lu d en écrivain..., págs. 569 y sigs. Una crítica

a esta tesis la lleva a cabo K. M ra s , en Wiener Studien (1916),

341.

74 En Wiener Eranos (1909), 77 ss.

75 «Les dialogues des courtisanes comparés avec la comédie»,

Rev. des Études Grecques 20 (1907), 176 ss., y 21 (1908), 91 ss.

INTRODUCCIÓN GENERAL 39

tiempo, creemos, la procedencia de lo que cabría llamar

el caudal cultural de Luciano.

Comencemos por sus personajes históricos, que

abundan en su obra. Luciano, autor de un importante

tratado teórico sobre Cómo debe escribirse la historia,

bien estudiado por algunos au to re s76, está relativamente

bien informado respecto de los hechos básicos de la

historia de Grecia77. Pero, hecho un tanto extraño en un

conocedor de la historia de la Hélade, sus personajes suelen

ser figuras tradicionales que actúan en situaciones

típicas: Creso es, en nuestro escritor, el tipo de rey opulento;

Alejandro, el vencedor, un tanto jactancioso;

Solón, el consejero de los grandes príncipes. Las figuras

de los grandes filósofos están siempre cortadas de

acuerdo con un patrón típico. ¿Cómo explicar este

hecho?

La respuesta, a juicio de los críticos más recientes,

es que la formación lucianesca es una formación escolar.

Los procedimientos de la enseñanza retórica (la metete,

los progymnásmata) son los que hallamos en los

autores de esta época, y Luciana no podía ser una excepción.

El hecho ha sido muy bien estudiado por Bomp

a ire78 y Reardon79, quien ha señalado que el estudio de

los tópoi «es central para el estudio de Luciano». Por

su parte, Bompaire ha insistido, con razón, en que «no

puede dejar de subrayarse la importancia de la teoría

y del catálogo de los tópoi en la retórica antigua... Buena

76 Entre otros, G. A v e n a r iu s , Lukians Schrift zur Geschichtsschreibung,

Meisenheim a. Glan, 1956, y últimamente H . H om e y e r

(Munich, 1965).

77 Véanse los trabajos de S. W a lz , Die geschichtlichen Kenntnisse

des Lukians, tesis doct., Tubinga, inédita (cf. B u r s i a n , 221,

62), y E. F lo d e r , Lukian und die historische Wahrheit, tesis doct.,

Viena, inédita.

IS B om p a ire , Lucien écrivain..., passim.

79 R e a rd o n , Courants littéraires..., p á g s . 169 y sigs.

40 OBRAS

parte de las ideas de Luciano, y su misma imaginación,

se alimentan, consciente o inconscientemente, a base de

tales repertorios».

El tipismo que hallamos en sus personajes históricos

es el mismo, por otra parte, que descubrimos en

sus figuras mitológicas. Las actitudes que adopta el Zeus

lucianesco se nutren de Homero: su Prometeo es invariablemente

el ladrón del fuego, su Hermes es el dios

que disfruta hurtando.

Pero es que incluso los personajes inventados de Luciano

caen dentro lo que cabría llamar arquetipos psicológicos:

sus figuras constantes, sobre todo en los

Diálogos, son el supersticioso, el heredero que espera

con impaciencia la muerte del anciano que ha de legarle

su dinero, el petulante, el nuevo rico, el adulador, el

avaro, el misántropo, el incrédulo... Es muy posible que

tales tipos procedan de la comedia. Pero tampoco hay

que olvidar que la retórica había clasificado, con vistas

a la enseñanza, los tipos clásicos que, sin duda, utilizaría

Luciano.

Pero no acaban aquí los elementos retórico-escolares.

También las descripciones geográficas. No practica nuestro

autor lo que en su tratado Cómo debe escribirse la

historia había señalado —siguiendo principios clásicos—

como la base de toda buena historiografía: la autopsia,

el principio que señala que el historiador y el geógrafo

deben describir lo que han visto con sus propios ojos.

Y, en efecto, sus ciudades, sus ríos, sus paisajes están,

todos, cortados de acuerdo con el patrón retórico de la

época. Bompaire80 ha dado importantes ejemplos de

ello, en su obra sobre nuestro autor.

Pero la huella de la formación retórica de nuestro

autor no se limita a lo que hemos venido señalando.

Se extiende a los elementos estructurales de toda su

30 B om p a ire , L u d e n é c r iv a in ..., p á g s . 161 y sig s.

INTRODUCCIÓN GENERAL 41

producción. Y, en efecto, podemos descubrir, en los

opúsculos lucianescos:

1. El proceso, en sentido estricto o lato, un juicio,

un elemento judicial. Unas veces se trata de auténticos

juicios (Apología, Pleito entre consonantes, El tiranicida,

El desheredado) en los que aparecen todos los recursos

de la oratoria judicial81. Otras veces nos hallamos ante

auténticos discursos de carácter deliberativo (Fálaris,

La asamblea de los dioses, Zeus trágico). Pero también

el género epidictico, con sus ataques, elogios o reproches:

así Filosofía de Nigrino, Elogio de la patria, Elogio

de la mosca, entre otros.

2. Elementos socráticos, en un sentido más o menos

estricto, entran, asimismo, en el opúsculo lucianesco.

El banquete, la conversación entre maestro y discípulo,

la simple conversación, son constantes.

3. Finalmente, el elemento filosófico. También aquí

la temática recuerda la formación escolar, sofística. Los

lugares comunes más corrientes en la literatura filosófica,

sin olvidar la diatriba cínica, dominan su obra escrita,

de un modo especial en opúsculos como el Icaromenipo

y la Necromancia, según ha estudiado Prächt

e r 82.

Tras el análisis de los elementos literarios de la obra

de Luciano, nos resta ocuparnos de su lengua y de su

estilo. Respecto a la lengua de nuestro escritor, lo primero

que hay que señalar es que Luciano, como los demás

representantes de la segunda sofística, no utiliza

la lengua hablada en su época; la tendencia de la época

era la imitación de los grandes modelos de la época clásica,

siguiendo la corriente que, iniciada en el siglo i,

“ Cf. el estudio de L. M ü l l e r , «De Luciani dialogorum rhet.

compositione», Eos 32 (1929), 559 y sigs.

!2 K. P r a c h t e r , «Zur Frage nach Lukians philosophischen

Quellen», Archiv f. Geschichte der Philos. 11 (1898), 565 y sigs.

42 OBRAS

ha recibido el nombre de aticismo. Se procura escribir

como un Platón o un Demóstenes, aunque, curiosamente,

tanto en Luciano como en sus colegas, se han podido

observar algunas desviaciones de la norma. ¿Cómo debe

explicarse este hecho? Para ciertos críticos, como Deferr

a r i83, tales divergencias son el resultado de un propósito

determinado, no meros descuidos del escritor. Así,

por ejemplo, si bien en Luciano, habitualmente hallamos

utilizados los rasgos más típicos del ático, como el empleo

de la /-ir-/ en vez de /-ss-/, la llamada /-n¡ efelcística,

la contracción regular en los verbos contractos

y el llamado futuro ático, el dual (ya desaparecido prácticamente

del ático, y, desde luego, de la lengua conversacional

de la época de Luciano); el optativo —que en

la época helenística había sufrido una gran merma en el

empleo, hasta llegar a desaparecer de la lengua normal—

es, asimismo, utilizado, pero a veces —y de este hecho

nos ocuparemos inmediatamente— de manera «incorrecta

», así como ocurre, en algunos casos, con el empleo

de las negaciones. De acuerdo con la tesis de Deferrari,

si hallamos en Luciano algunas formas jónicas

es debido a la intención deliberada de dar una pequeña

pincelada jónica a su obra: así, en los Relatos verídicos,

los jonismos que se han podido detectar se deben a que,

dado que Luciano, en esta obra, se propone satirizar la

literatura de fantasía, emplea algunos de los usos habituales

en este género, normalmente escrito en jónico.

Asimismo, algunos vulgarismos que contienen los Diálogos

de las cortesanas pueden explicarse, según el crítico

antes citado, por el tipo de género que el autor

imita.

Quedan, sin embargo, algunos casos que no han po83

R. J. D e f e r r a r i , Lucian’s atticism, Princeton, 1916. Esta obra

se aprovecha de los estudios anteriores, sobre todo, del fundamental

de W. S c hm id , Der Atticismus..., vols. I-IV, y S. C h a b e r t ,

L ’atticisme de Luden, París, 1897.

INTRODUCCIÓN GENERAL 43

dido ser explicados: Deferrari ha pretendido explicarlos,

o al menos justificarlos, como consecuencia de una deficiente

tradición manuscrita o como un descuido, en algunos

casos, del propio Luciano. Otros críticos, como

Fritsche84, han emitido la hipótesis de que la obra de

Luciano ha sido sometida, tras la muerte de su autor,

á una revisión aticista, hipótesis poco plausible si tenemos

en cuenta que esta hipotética revisión habría introducido

más desorden que orden en la lengua de Luciano.

El problema que plantea la lengua de la segunda sofística

resulta ser, pues, que, en ocasiones, los autores

de esta corriente han intentado imitar la lengua de los

siglos v y IV a. C. Los sofistas, de acuerdo con esta tesis,

defendida especialmente por S c h m i d serían unos espíritus

que escribían de espaldas al presente, con los

ojos puestos en los modelos áticos. Pero en la tesis de

Schmid había un punto que parecía contradecir los postulados

y los datos en los que se basaba su autor: porque

el uso del optativo que hallamos en algunos casos

en estos sofistas sería un mentís al principio fundamental

establecido. ¿Cómo habría que explicar, pues, estos

usos anómalos?

Hacia los años cuarenta, Higgins86 intentó atacar la

tesis de Schmid en un trabajo de grandes ambiciones

que se proponía no sólo explicar los usos anómalos del

optativo que hallamos en la lengua de la segunda sofística,

sino incluso concluir, por medio de los datos obtenidos

del estudio de los papiros de la época, que la lengua

de los sofistas no era una lengua artificial, sino que

esta lengua habría adoptado muchos elementos de la

“4 En su edición de Luciano (Rostock, 1860-62, vol. I, página

XIII).

15 En Der Atticismus..., I, págs. 212 y sigs.

86 M. J. H ig g in s, «The Renaissance of the First Century and

the Origins of Standard Late Greek», Traditio 3 (1945), 49 ss.

44 OBRAS

lengua hablada en el siglo n. Higgins opina que estos

usos anómalos procedían de usos dialectales vivos. En

suma, que puede hablarse de lo que Higgins llamaba el

«standard late Greek», que sería una especie de compromiso

entre la lengua literaria y la koiné de la época,

una lengua que mezclaría una sintaxis dialectal y el vocabulario

jónico-ático de la koiné. Hay que decir, empero,

que, a pesar de que Higgins utiliza los más recientes

estudios sobre la lengua hablada de esta época87, los

datos aportados por las inscripciones y el conocimiento

de los autores tardíos, la tesis ha sido atacada de raíz

incluso por autores que pertenecen a la escuela del crítico

citado. Así, Anlauf88, tras pasar revista a los trabajos

de esta escuela, concluye que la tesis básica es

errónea, lo cual no quiere decir que la labor crítica de

Higgins haya sido vana. Sobre los aspectos positivos

de Higgins y su escuela se ha manifestado, recientemente,

por ejemplo, Reardon89 al señalar que «ha echado las

bases para un estudio, más exacto y comprehensivo que

el de Schmid, del fenómeno que llamamos aticismo».

Si pasamos ahora, tras esta digresión, al estilo de

Luciano, señalaremos que Luciano no se ha limitado a

una simple imitación del estilo clásico; como en todos

los demás aspectos de su personalidad, ha sabido inspirar

vida a los elementos que imita, marcándolos con su

sello propio. Ello aparece ya claro en el modo de citar

de Luciano. Por un lado, tenemos las «citas de adorno»,

87 De entre los estudios sobre estos problemas, cabe citar:

E. H e rm a n n , Die Nebensätze in den gr. Dialektinschriften, Leipzig-

Berlin, 1912; A. P e r e t t i , «Ottativi in Luciano», Rev. Fil. ed Istr.

Class. 23 (1948), 69 ss.; R. de L. H e n ry , The Late Greek Optative

and its use in the Writings of Gregory Nazianzen, Washington,

1943.

88 G. Anlauf, Standard Late Greek oder Atticismus? Eine S tu die

zum Optativgebrauch im nachklass. Griechisch., tesis doct.,

Colonia, 1960.

89 Courants littéraires..., pág. 84.

INTRODUCCIÓN GENERAL 45

citas innecesarias para el contexto y que sólo emplea el

autor para elevar el tono del pasaje. Un ejemplo lo tenemos

en Icaromenipo 12 y 22. Se trata de puras citas

literarias, sin duda tomadas de antologías, como parece

demostrarlo el hecho de que los otros autores de la

época suelen acudir a las mismas. En otros casos, la

cita sirve para conceder autoridad a lo que se afirma.

Sería no ya una cita de adorno, sino una cita que tiene

una finalidad práctica concreta.

Otro elemento estilístico muy abundante en Luciano

es el uso de los proverbios con la finalidad de dar un

sabor más o menos popular a algunos pasajes de su

obra. El fenómeno ha sido estudiado por Rein 90, quien

cae, empero, en el defecto de creer que Luciano los ha

ido a buscar en los autores clásicos. Más probable es

que procedan de colecciones antológicas. Ocurre aquí

como en el caso de la cita: los autores de su época suelen

acudir a los mismos refranes, lo que delata un origen

escolar-retórico, como, por otra parte, ha demostrado

recientemente Bompaire91.

Debemos a O. Schmidt92 uno de los estudios más

completos del uso del símil y de la metáfora en Luciano.

Nuestro autor toma sus metáforas de los campos más

variados de la vida humana, pero tampoco puede negarse

el origen libresco de tales procedimientos estilísticos.

Pero sabe emplearlas con buen tino: puede incluso

ocurrir, como en los mejores autores de la época clásica

—Platón, incluso Píndaro—, que a lo largo de toda una

obra hallemos un motivo dominante: así, en el Hermó-

90 R e in , Sprichwörter und sprichwörtliche Redensarten bei

Lukian, Tubinga, 1894.

91 B om p a ire , Lucien écrivain..., p á g s . 392 y sig s.

92 O. S c hm id t, Metapher und Gleichniss in den Schriften Lukians,

Winterthur, 1897.

46 OBRAS

timo, este motivo es el camino empleado ya por Platón

en el Lisis 9i.

Otro recurso corriente en el estilo lucianesco es la

presencia de la anécdota y la fábula, lo que concede a

la narración un ritmo vivo, muy personal.

Debemos a Schmid94 buenas observaciones sobre

los períodos retóricos de Luciano: según el gran estudioso

del aticismo, los períodos lucianescos se caracterizan

por su elegancia y su proporción, elementos que

contribuyen a hacer agradable la lectura de nuestro

autor. Rico es, asimismo, su vocabulario, como ha señalado

Rothstein95 en el estudio que le ha consagrado.

En resumen, Luciano sigue la norma general de su

época en la lengua que utiliza: una lengua artificial, imitada

de los grandes autores del aticismo, aunque, en

ocasiones, pueda caer en pequeños errores sintácticos,

pese a que él conocía muy bien el ático, como demostró

en el curioso opúsculo El solecista. En cuanto a su estilo,

es una magnífica combinación de recetas de escuela

y de buen gusto literario. Ello convierte a nuestro

autor en uno de los más agradables de la literatura griega

de todos los tiempos.

miércoles, 5 de julio de 2023

Robert Lowell Día a día INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

Día a día expresa con profundidad el mundo de Robert Lowell, su bagaje intelectual; las ideas aparecen de manera más nítida y evocadora y la visión que del mundo tiene Lowell no se reduce al inventario descarnado de ciertas anécdotas propias, sino que se convierte en el eje mismo de la obra… Nunca hasta ahora como en Día a día la Weltanschauung de Lowell había aparecido en su poesía con tan armónica profundidad.

 


 

 

            Robert Lowell

 

         Día a día

 

           

 

 
 

 

Título original: Day by DayRobert Lowell, 1977

Traducción: Luis Javier Moreno

Diseño de portada: Editorial

Editor digital: AlNoah

Escaneo y ePub original:

 

 
Prólogo

 

 
1. Sobre Lowell y su obra

 

Para no generar equívocos acerca de la naturaleza de estas líneas (notas incluidas) desearía aclarar que mi traducción de Día a día de Robert Lowell no es una edición crítica de la obra, ni este «prólogo» es un trabajo de índole erudita, sino (y sólo) una aproximación de carácter informativo a la obra y persona del poeta. Tanto en el «prólogo» como en las «notas» a los poemas, he pretendido contextualizar y aclarar algún aspecto mencionado por Lowell en sus poemas que, aunque presuponga el poeta que se conocen y dé por hecho tal conocimiento, no lo son tanto, ni siquiera en Estados Unidos. De este modo, y con estos escritos, me propongo poner al alcance del lector que lo necesite una sucinta información que haga más comprensiva su lectura.

Durante algún tiempo, Robert Lowell no fue sino el nombre de un destacado poeta norteamericano. Los escasos poemas incluidos en las antologías que por aquí circulaban no ofrecían suficientes elementos con los que calibrar el puesto relevante que, según la crítica, ocupaba Lowell en la poesía americana del siglo XX. La ratificación teórica de que Lowell debía ser un poeta importante me la dio el artículo (página completa, con foto) que José María Valverde (una persona tan bien informada como competente en ese terreno) dedicó a la persona y obra del poeta en el diario El País, con motivo de su muerte, tan sólo a los nueve días del suceso (El País, Madrid, 21 de septiembre de 1977).

El breve ensayo de Valverde sobrepasaba el convencional elogio fúnebre para ofrecer una imagen muy ponderada de la poesía de Lowell, su trayectoria, algún dato biográfico y unos cuantos rasgos de su obra. Dice, por ejemplo, Valverde: «Lowell era sin duda, en este momento, el más importante y el más típico de los poetas de Estados Unidos […].» El que este juicio no es una de tantas simplificaciones que se incluyen en los obituarios al uso, lo podrá comprobar el lector que se acerque a las páginas de Día a día.

A partir de entonces se intensificaron mis aproximaciones a Lowell y su obra hasta abarcar la totalidad de la misma, y no unos cuantos, escasos, poemas dispersos aquí y allá. El proceso de acercamiento lo aceleraron mis estancias en Iowa (1985 y 1987), donde comencé a leer su obra con sistemática asiduidad; Lowell se convirtió (lo sigue siendo) en una presencia familiar. Robert Lowell había sido profesor en el Workshop de Iowa y allí encontré a personas que lo habían tratado y se tenían por sus amigos, comenzado por quien fue su jefe, el poeta Paul Engle, que dirigía el Workshop Writing de la Universidad de Iowa (uno de los primeros y, quizá, el más prestigioso de Estados Unidos), y que le contrató, los años que permaneció allí, con el rango de resident lecturer in Creative writing. Tanto Paul Engle, como algunas otras personas que lo trataron en sus años de Iowa, me proporcionaron información acerca de su conducta y modo de ser… Me llamó la atención el resignado humor de Lowell quien, antes de instalarse en la ciudad, solicitó que le proporcionasen «casa y un psiquiatra medianamente competente».

Día a día (Day by Day) es el último libro y, según la crítica más especializada, el mejor de los suyos. Culmina en él la que el poeta denominó Autobiografía en verso, en la más total de todas sus versiones, caracterizada por el denominador común de lay my heart out («dejar mi corazón al desnudo»), lema que el poeta parece haber tomado por divisa para toda su obra, incluso para la que aún no tenía escrita. Ese modo radical, original y complejo de autobiografiarse es la novedad mayor que Lowell aporta a la poesía del siglo XX. En el modo y en la forma reside la novedad, no en el simple uso de los temas, ya que el empleo de la materia autobiográfica en poesía es tan antiguo como la poesía misma. El abandono de ese radical despojamiento (más aparente que real) es lo que llevó a ciertos estudiosos a creer que la poesía de Lowell había comenzado su decadencia. Para el crítico Hayden Caruth (Poetry, 5, 1965), Lowell, «buscando mayor espontaneidad, relajó su estilo y, en la mayor parte de los casos, ha obtenido el efecto contrario».

Day by Day demostró que la capacidad de Lowell para renovarse era sorprendente y que la miopía de los críticos es pandemia arrogante de difícil arreglo. Fue el pequeño bache (bache según como se mire; no conviene confundir lo diferente con lo inferior) que supusieron algunos libros posteriores a Life Studies lo que dio pie a opiniones como la de Caruth. También el poeta y crítico Robert Bly se hace cargo de la presunta recaída del estilo-Lowell, y con lamentos un tanto agoreros dice: «Estamos en un momento grave de nuestra poesía si el más grande de nuestros poetas vivos, R. Lowell, vomita ampulosidades y retórica, como si se tratase de los discursos del presidente. Resulta inquietante pensar qué va a ocurrirle a la poesía de este país». La posterior trayectoria de la obra de Lowell evidenció que no había motivo (al menos en lo que a su poesía se refiere) para tanta alarma.

El impacto de la aparición de Life Studies fue tan fuerte que todos aguardaban más de lo mismo. Ante la legión de imitadores que surgieron tras la aparición del libro (que como suele ser habitual en los imitadores repararon en lo más superficial del discurso: largas y monótonas exposiciones de sus desgracias personales y de su vida privada…, narcisismo interesado en la propia desgracia). Ejemplos de ese tipo de tomar el rábano por las hojas pueden encontrarse en la obra de Anne Sexton. El mismo Lowell se encargó de advertir, en 1962, tres años después de publicarse Life Studies: «Creo haber escrito ya bastante* poesía confesional. No quiero decir que no vaya a escribir más, pero no por ahora. Sé que no he utilizado toda mi experiencia o, quizás, lo que había en ella de más importante; he dicho, o casi, todo aquello que me inspiraba. Hablar más habría sido diluir. Por eso se impone algo más impersonal».

Aunque la poesía posterior de Lowell es distinta, no creo que la palabra impersonal sea la adecuada para caracterizar la obra que Lowell escribe desde For the Union Dead hasta Day by Day. Ni Lowell mismo podía barruntar en 1962 lo que sus libros For Lizie and Harriet y, sobre todo, The Dolphin, publicados en 1973, once años después de esas palabras, iban a suponer en el tratamiento de la materia confesional. Lowell poseía la rara capacidad de sorprender siempre. Un lector atento, como Derek Walcott (véase bibliografía), que ha estudiado la obra de R. Lowell con todo detalle, está en condiciones de afirmar: «Cada nuevo libro de Lowell producía tal impacto que desarmaba a sus detractores. Éstos se limitaban a observarlo desde lejos y Lowell hacía un nuevo esfuerzo mental con deliberadas y amplias fisuras en su técnica».

Al estar tan cerca el Lowell literario del Lowell individuo, en pocos casos como en éste se hace necesario una somera referencia a sus más imprescindibles datos biográficos, que nos permita contextualizar los poemas que configuran Día a día, libro que nos ocupa, el último y mejor, según la crítica más rigurosa (opinión que comparto).

Nadie debe engañarse: el hecho de que la poesía de Lowell requiera, de cara a una mejor comprensión, un conocimiento adecuado de su biografía y del medio histórico y cultural en el que surge y del que trata, no supone que sea una poesía vicaria, dependiente de asuntos contingentes, particulares e inmediatos. No. La obra de Lowell es de las menos previsibles de la poesía contemporánea y su complejidad estilística, así como la variedad de sus registros lingüísticos, se cuentan entre los rasgos más característicos (Véase al respecto el poema «San Marcos, 1933», incluido en este libro). A nadie debe confundir el hecho de que la vida de Lowell sea, en muchas ocasiones, el argumento de su obra.

Robert Traill Lowell IV nació en Boston el 1 de marzo de 1917, perteneciente a una antigua familia de Nueva Inglaterra (bien se ve por los ordinales: el IV). Entre sus antepasados se contaban ilustres personajes como el escritor James Russell Lowell, famoso por sus sátiras políticas The Biglow Papers, la poeta Amy Lowell, y otros. Se educó en la prestigiosa St. Mark’s School, una selecta escuela episcopaliana para hijos de familias acomodadas, donde pergeñó sus primeros borradores poéticos, animado por uno de sus profesores, el poeta Richard Eberhart. En Harvard comenzó sus estudios universitarios, aunque a través de su amistad con Alien Tate, conoció a John Crowe Ransom (una celebridad en la crítica literaria, gran escritor, profesor en Kenyon College, Gambier, Ohio), quien animó a Lowell para que se matriculara en Kenyon, y así lo hizo. Allí conoció a poetas como Randall Jarrell que se contarían, para siempre, entre sus mejores amigos. En Kenyon College, concluyó el primer ciclo de sus estudios superiores, entre 1937 y 1940, hecho del que, con manifiesto orgullo, da cuenta a su madre en carta del 22 de abril de 1940: «Summa cum laude, phi, beta, kappa highest honors in classics, first man in my class».

En 1940 se trasladó a Luisiana, donde inició el siguiente y último ciclo de sus estudios bajo la tutela de R. Penn Warren, uno de los poetas (junto con William Carlos Williams) que más huella dejaron en ciertas etapas de su obra. En el mismo año, 1940, se casó con Jean Stafford, su primer matrimonio, que coincidió con su conversión al catolicismo; ambos hechos comenzarían a ser materia de su poesía y siguieron siéndolo hasta Day by Day, su último libro, del que no están ausentes las alusiones religiosas.

Las citas bíblicas, los asuntos teológicos, las fórmulas de la liturgia cristiana, junto a las citas clásicas (latinas mayormente) de Tucídides, Cicerón o Tácito, alternan en sus poemas con otras de sus mismos contemporáneos, R. Penn Warren incluido. Su fantasía y su discurso rebosan de su particular religiosidad que, más que con la fe, tienen que ver con la necesidad de creer, y manifiestan la intención de plantar cara al mal, encarnado en el mundo y el hombre, enarbolando las armas fanatizadas de los neoconversos.

Tras finalizar sus estudios, Lowell trabajó como editor y, sobre todo, como profesor en diferentes universidades de América e Inglaterra, donde tuvo como alumnos (como discípulos más tarde) a poetas tan importantes como W. D. Snodgrass, Anne Sexton y Sylvia Plath.

Mientras tanto, su matrimonio se iba deteriorando poco a poco. En 1943, se declara objetor al ser llamado a filas, lo que le costó un año de cárcel.

En 1946, se le concedió su primer premio Pulitzer por su libro Lord Weary’s Castle. En 1959, obtuvo el National Book Award por Life Studies, la obra con la que inicia los rasgos más peculiares de su estilo poético que culminarán en su último libro Day by Day (1977). En 1973, se le concedió un segundo Pulitzer a su obra The Dolphin, pero para entonces ya se había divorciado, en 1948, de Jean Stafford, al tiempo que abandona el catolicismo y es ingresado por primera vez en una clínica de salud mental.

En julio de 1949 se casa (el segundo y más largo de sus matrimonios) con Elizabeth Elardwick (también escritora como J. Stafford) con quien tuvo a su primera hija Harriet Winslow Lowell, nacida en 1957. En 1955, poco después de la muerte de su madre (febrero de 1954), ingresa por segunda vez (debido, según él, a la tensión de los últimos acontecimientos) en un sanatorio para enfermos mentales. Restablecido de esta nueva crisis y tras una breve estancia en Nueva York, el matrimonio se instala en Boston y allí concluye Life Studies, publicado en 1959 y considerado, casi con unanimidad, por críticos y poetas como uno de los mayores acontecimientos de la poesía norteamericana. Su tiempo y su espacio, encarnados en los más mínimos acontecimientos, llamados por sus nombres, aludidos en la precisión de sus fechas, articulan una de las obras mayores aparecidas en la poesía del siglo XX.

En 1972 nuevo divorcio y nueva boda. En Nueva York, hacia los sesenta, había conocido Lowell a Lady Caroline Blackwood y en Londres, durante una fiesta, la reencuentra. Pese al recelo que producen en Milady las crisis del poeta y las visitas, más frecuentes cada vez, a frenopáticos varios, la relación acabó en boda. El matrimonio está relacionado con el nacimiento de su nuevo hijo Robert Sheridan Lowell y se celebró en Santo Domingo; Lady Caroline Blackwood nos indica los motivos del porqué del lugar: «We got married there for technical reasons. It can be done very quickly. You get divorced the same day and they hurry you to the wedding». Divorcio y matrimonio por el mismo precio y en el mismo lote.

Para entonces la publicación de For Lizzie and Harriet y The Dolphin estaban en marcha, aparecieron en 1973. Tanto la naturaleza de las obras como los materiales empleados (cartas, conversaciones, incluso conjeturas), no dejaron indiferente a las protagonistas ni tampoco a los integrantes de la comunidad literaria americana. El asunto trascendió del ámbito privado en que habían mantenido su disgusto poetas tan distinguidos como T. S. Eliot, Auden (quien, sin leer los libros, manifestó que no volvería a dirigir a Lowell la palabra) o Elizabeth Bishop, una de las mejores amigas de Lowell, para trascender a periódicos, revistas… Lowell no salió bien parado. Marjory Perloff, en la prestigiosa New Republic, lamenta el papel que Lowell hace jugar a su hija adolescente: «Poor Harriet emerges from this pasagges as one of the most unplesant child figures in history». La poeta Adrienne Rich fue quien, en público y con más vehemencia, arremetió contra la rastrera actitud de Lowell contra su segunda esposa y su hija. Lowell atribuyó la postura de Rich como «a symptom of Rich’s dogmatic feminism». También el crítico Geoffrey Grigson arremetió, con dureza y en público, contra Lowell por idénticas razones.

Fuesen por estos u otros motivos, las recaídas de Lowell terminaron en nuevos internamientos clínicos, en más temores y recelos por parte de Lady Caroline, su tercera mujer, y cierto distanciamiento de Lowell del entorno de Milady. El poeta hace más frecuentes sus viajes a USA. Desde 1976 las relaciones con Elizabeth, su anterior esposa, tan maltratada y compadecida en For Lizzie and Harriet y en The Dolphin, se tornan cada vez más afectuosas… De hecho, el 12 de septiembre de 1977, cuando llegó a Nueva York procedente de Londres, la dirección que da al taxista que le trasladaba desde el Kennedy Airport es West 67th Street, la casa de Elizabeth Hardwick. Al no recibir respuesta a su interpelación, el conductor creyó que se había dormido… Estaba muerto. Lizzie bajó enseguida y en el mismo taxi le trasladó al Roosevelt Hospital, aunque ella misma reconoce: «I knew that he was dead». Nada se podía hacer por él. Hacía unos meses que había cumplido 60 años y, unos cuantos días antes (pocos), había salido de la imprenta su último libro Day by Day, Día a día.

 
2. Sobre Day by Day de Robert Lowell

 

En el precedente recorrido por la vida y obra de Lowell, necesariamente breve (remito a quien desee, en español, más amplia información a la edición [Véase bibliografía] de Por los muertos de la Unión y otros poemas, de Amalia R. Monroy, cuya «Introducción» ofrece gran cantidad de datos y un buen resumen de la biografía que de Lowell escribió I. Hamilton, Random Hause, New York 1982), en mi breve excursus, decía, he aludido varias veces a Day by Day, según acreditados estudiosos, la más representativa y más completa de las obras de Lowell. Como la calidad de las obras de arte no es mensurable por mecanismo alguno que la demuestre o la niegue, no seré yo quien discuta tal preeminencia con la que, por otra parte, estoy de acuerdo: la mejor poesía escrita por Lowell se encuentra en Día a día… Una opinión. Mas ya dice el maestro Descartes que una opinión vale exactamente lo mismo que otra, con tal de que sea mínimamente razonable.

Cuando académicos de prestigio (Rexroth, Getz Huxley o Moore, por ejemplo,) mantienen que, desde Whitman, la poesía americana no había registrado una transformación tan profunda como la que supuso la aparición de la obra de Lowell, esta apreciación puede ser hiperbólica… Una opinión (y recuérdese lo que Descartes, citado hace unas líneas, pensaba al respecto), pero no necesariamente una falsedad, aunque Lowell (¡y quién no!) tenga su correspondiente cupo de detractores… Da igual; las obras de arte, como la langosta, se defienden solas, sin aditamentos aderezantes que camuflen su sabrosa naturaleza, en el caso, claro, de que se llegue a ellas (cosa también difícil e infrecuente) libre de prejuicios interesados y deformantes, cuando no manifiestamente torticeros.

La obra entera de Lowell, y Día a día en particular, es una poesía donde la pasión de la inteligencia brilla de modo tan intenso como original. El orden, la elegancia, la sorpresa de las asociaciones conceptuales, la habilidad estructural, el humor, la tensión, la ironía y otras muchas cualidades de las que caracterizan un estilo literariamente personal, reemplazan con ventaja cualquier atisbo de cháchara inconsistente. Puede asegurarse, como el gran poeta y crítico Randall Jarrell lo hizo en el New York Times (citado por Hamilton), que «Lowell es el mejor poeta vivo (era) en lengua inglesa; transcurridos cientos de años, añade, su obra se seguirá leyendo y tenida por modelo, como ya lo es, por futuras generaciones».

La semejanza temática respecto a Life Studies (pese a ser tan distinto en esos libros el tratamiento de los temas) hizo pensar a ciertos apresurados que la última obra de Lowell (balance y testamento de su vida) era una continuación del libro de 1959. No es así. Aparecen acontecimientos análogos, situaciones y personas que ya nos eran conocidas por Life Studies y otros libros, pero el espectro de Day by Day es mucho más amplio y más maduro… Más piadoso también, pues, si en muchos poemas de Life Stories (y en los tres libros publicados en 1973) Lowell daba la impresión de complacerse hasta el regodeo con la destrucción de cuanto le fue querido, en Day by Day hay más benevolencia, menos acritud. La amargura que impregna experiencias, personas, recuerdos y lugares, sin desaparecer, ha sido sustituida por el humor, la ironía, el distanciamiento de la memoria, que lima las aristas más cortantes. Su obsesiva subjetividad no implica, nunca lo hizo, que sustituya los códigos morales y las obligaciones que comporta por su biografía, pese a que (según opina Seamus Heaney) «exista cierta soberbia en el tono moral de su retórica».

Día a día expresa con profundidad el mundo de Lowell, su bagaje intelectual; las ideas aparecen de manera más nítida y evocadora y la visión que del mundo tiene Lowell no se reduce al inventario descarnado de ciertas anécdotas propias, sino que se convierte en el eje mismo de la obra… Nunca hasta ahora como en Día a día la Weltanschauung de Lowell había aparecido en su poesía con tan armónica profundidad. «Las palabras de Lowell, en opinión de Seamus Heaney, están a la altura de su contenido. El punto principal sobre el que insistir reside en el modo en que fue capaz de descubrir un espacio adecuado para su autoridad, independiente de la tradición literaria y sólo basado en su maravillosa voz poética».

Por estas razones Day by Day, Día a día, se ha convertido en el más completo de los libros de Lowell, el más maduro. En estricto sentido hegeliano, Día a día es la síntesis final de su obra, ese último peldaño que, según el sistema dialéctico del filósofo, supone la armónica reconciliación de sus opuestos precedentes para constituirse en un nuevo punto de partida, en este caso sin posible continuidad, pues Día a día es su última obra. Lowell, como se ha dicho, muere recién publicado el libro.

Lo que en Life Studies se apuntaba como línea a seguir, aquí son realizaciones, definitivamente clausuradas, que el tiempo inexorable ha traído a su óptimo punto de sazón: culminación de obra, de temas y de estilo. «En Day by Day, según Derek Walcott, Lowell logra transformar su propio agotamiento en inspiración», y logra también, de un modo indiscutible, una dramatizada coherencia entre su vida y su obra en grado tan intenso que los intentos parecidos de sus contemporáneos no dejan de ser un ensayo inconsistente.

Piel a lo que Lowell enseñaba en sus Workshop Writing (talleres literarios): «un poema es un acontecimiento, no la descripción de un acontecimiento» (citado por Seamus Heaney). Piel a este principio articulador de su poética, Lowell hace de sus poemas verdaderos acontecimientos poéticos, cuyo asunto es su propia vida. Incluso aquellos textos en los que la historia (Hitler, guerra mundial, guerra de Vietnam, etc.) es el arranque argumental del texto, Lowell los convierte en el exponente de su propia realidad; el tiempo de su vida que es experimentado día a día, Day by Day, por el poeta. Sucesos, viajes, experiencias, el pasado general, el personal, su modo de espacializar sus vivencias en ámbitos familiares…, son para Lowell los acontecimientos del poema.

Hamilton, en su mencionada biografía, cita un trabajo de Helen Vendler donde ésta declara que los poemas de Day by Day «has to know (from previous work) his reading, his past and his present and the scenario behind his book… The Lowell’s life in Kent, his hospitalization in England, his wife’s sickness, their temporary stay in Boston, their separation, a reconciliation, a further rupture, a parting in Ireland, Lowell’s return to America». Efectivamente en Día a día están presentes (traduzco el texto precedente) «su pasado, su presente, los escenarios de su libro, su vida en Kent, sus hospitalizaciones en Inglaterra, la enfermedad de su mujer, sus estancias en Boston, su separación, su reconciliación, su divorcio, su marcha a Irlanda, el regreso de Lowell a Estados Unidos».

En sus temas, Lowell no ha querido dejar fuera del libro nada de lo haya tenido que ver con su vida: su abuelo, sus padres, parientes, su infancia, sus estudios, sus esposas, sus hijos, sus amigos, sus colegas, los lugares de su vida, sus crisis maniaco-depresivas, los médicos, las enfermeras y los celadores de las clínicas frenopáticas, las surtidas medicinas específicas y el efecto que todo ello (por separado y junto) producía, modificándola, en su conciencia… Todo. Los poemas referentes a crisis y hospitales son de los más emocionantes y conmovedores de esta obra de Lowell. Los estupefacientes y sedantes específicos son aludidos con sus propios nombres: toracina, fenotiacidina, bromuro, antabuse, cloropromacina… Todos ellos relativos al tratamiento de su enfermedad mental. Sus alucinaciones, indica Walcott, eran a un tiempo demoníacas y angelicales. Como Fausto, Lowell podía asegurar: «Yo soy el infierno», mas no obstante logró transformar su paranoia en serenidad, fabricar miel con la bilis de su enfermedad.

Este inventario de sucesos, lugares y personas no aparece en la obra de manera azarosa, su lugar ha sido cuidadosamente elegido por el poeta eliminando la casualidad. La estructura, las correspondencias, la simetría incluso, son uno de los más destacados méritos del libro, un orden minucioso que el lector no necesita hacer demasiado esfuerzo para descubrir; el lugar de cada poema está en función del argumento general del libro y de la relación que guarda con el texto anterior y con el que le sigue. El primer poema de Día a día, «Circe y Ulises» (el preferido de Seamus Heany), un extenso poema en el que Lowell aprovecha el argumento homérico como cañamazo de su biografía propia: Él se ve como Ulises atrapado por Circe. ¿Quién es Circe? Su mujer, cada una de las esposas que tuvo, según el momento de su matrimonio, es Circe respecto a las demás y es Penélope, en cuanto esposa abandonada que le pide cuentas. No hay duda respecto a quién es Ulises: Ulises es Lowell y su hijo Sheridan, Telémaco. El lenguaje coloquial, reflejado en citas reales o en simulacros de citas que se incluyen en el poema como fragmentos de conversación, es otro mérito de la variedad de registros que puede Lowell alcanzar en su lenguaje poético.

En este poema (el más importante del libro, el más largo y el mejor, para muchos de sus lectores, que haya escrito Lowell), se nos da la clave (el mismo poema se convierte en la clave, a la manera de las partituras musicales), de acuerdo con la cual toda la obra debe ser leída. Su correspondiente es, en perfecta simetría, «Epílogo», último poema de Día a día, donde Lowell, con el pretexto de un cuadro de Vermeer, se muestra como el cronista minucioso, fotográfico, que se esfuerza en que cada figura de la obra sea reconocible por su propio nombre.

El segundo poema del libro lleva por título «Vuelta a casa», donde el autor rememora un pasado de excesos, mujeres, sus amigos… Incluso, como en el caso de Ulises regresado a Ítaca, el último verso dice: «Los perros desconocen el olor de mi cuerpo». Vale, creo, este ejemplo para comprobar el modo en que Lowell articula los poemas de su libro. No deseo insistir más en los aspectos estructurales de la obra, el asunto podría ocupar demasiadas páginas, pero invito al lector a que lo haga por su cuenta, quedará muy satisfecho de un esfuerzo, nunca excesivo y siempre gratificante.

Respecto a la galería de personajes que aparecen en Día a día, no todos salen bien parados en su aparición por la escena de Lowell. La madre del poeta, por ejemplo, aparece en varias evocaciones y retratos… Ninguno bueno, y hasta en más de una ocasión no es favorecida, precisamente, como sale: «Mi madre era bastante más idiota / de lo que fueron todas mis mujeres». Lo mismo cabría decir de Robert Penn Warren, su tutor en la Universidad de Luisiana. Con Warren debía tener Lowell alguna cuenta que ajustar. El personaje del poema «Universidad de Luisiana en 1940» es un profesor pedante que, con sus prolijas erudiciones, aburre a sus alumnos hasta hacer que se duerman. Dice Lowell en ese poema de su profesor y maestro: «Warren / puedes hacerte amigo de cualquiera / de criminales, de escritores fatuos / de todos esos grandes escritores / a los que despellejabas cruelmente / en alguna reseña de revista. / […] / Tus reminiscencias para mí / tienen más apariencia que sustancia […]». Sin embargo, por encima de la crudeza de estas palabras Lowell, de toda la amplia obra de Warren, salva su poesía, la admira… Una poesía, en opinión de Harold Bloom, que cuenta entre las más destacadas de su tiempo y a la que Lowell manifiesta su respeto en el final del poema donde dice: «Todavía tú eres el antiguo maestro / que atrae al deslumbrado / discípulo que yo soy todavía».

Con W. H. Auden ocurre algo parecido al caso Warren en lo tocante a cuentas pendientes, aunque nunca Lowell hizo pública una manifestación de admiración análoga a la hecha hacia Warren. Auden coprotagoniza el poema «Desde 1939» (Día a día) en él, con sutil ironía desmonta Lowell lo que el propio Auden consideraba su autoridad poética, un prestigio, según Lowell, autoatribuido por el poeta inglés, reconvertido en americano, con escaso fundamento: el propio autobombo que Auden solía concederse a sí mismo.

Las desavenencias entre Auden y Lowell, cuyos orígenes no trascienden el terreno de las conjeturas, son, sin embargo, un hecho; un hecho claro por ser público. Quienes indagan en el asunto aportan un surtido abanico de motivos: celos (a Auden le contrariaba el que Lowell hubiera escrito los poemas que él hubiese querido escribir). Ciertas actitudes de Auden: tras el suicidio de Berryman (gran amigo de Lowell, que se arrojó desde un puente al río Mississippi) Auden se permitió algunos chistes de dudoso gusto que molestaron a Lowell; también unas cuantas manifestaciones de Auden que tenían a Lowell por destinatario: «He conocido a tres grandes poetas (uno Lowell), y los tres eran unos perfectos hijos de puta»; y las descalificaciones que (sin leer los libros, según Auden, manifestó) hizo publicas a raíz de publicarse los tres polémicos penúltimos libros de Lowell, previos a Day by Day.

La opinión de que Auden se sintió desplazado (y celoso) por la fama de Lowell cuenta con bastantes adeptos. La mengua de la fama e influencia de Auden coincide con el creciente éxito de Lowell y (al parecer) la novedad no fue bien digerida por Auden. Quizá… El caso es que el poeta neoamericano, en cuanto se presentaba la ocasión, arremetía contra Lowell sin que éste entendiera los motivos.

Sea como fuere, Lowell, aunque estuviera loco (loco en el registro amplio y popular del habla… Él mismo había dicho de sí: «No estoy en mis cabales»), pero aun loco, e incluso muy loco, no tenía un pelo de tonto. En su poema «Desde 1939» (Véase nota 5) está la respuesta. Lowell tenía ganas de ponerle los pavos a la sombra al hierático y orgulloso vate neoamericano, y con «Desde 1939» lo hace cumplidamente. El talante moral y el carácter civil de la poesía de Auden son puestos en solfa por Lowell con sutil ironía, concluyendo que los enfoques con que aborda Auden esos asuntos no dejaban de ser una antigualla que ni siquiera llegaba a venerable… Asuntos de poetas.

Lowell se ocupa en Día a día de otros escritores, unos más próximos y otros menos… En este sentido es emocionante la elegía dedicada a su amigo Berryman, uno de los más bellos poemas de la obra.

Respecto a métrica, unas cuantas, escasas, observaciones por no ser prolijo en asunto que podría aumentar estas páginas previas. Me limité, lo más concisamente posible, a decir que la métrica de Lowell oscila desde el rigor prosódico de sus primeras obras a un tipo de verso menos encorsetado en las últimas, incluso en la rígida forma del soneto que aborda de un modo bastante personal.

En métrica, Lowell tiene contraída una gran deuda con William Carlos Williams. La concepción métrica de Williams es muy simple, no se puede partir, según el poeta de Paterson, de una estructura métrica preconcebida, pues tal corsé métrico condicionaría la experiencia encarnada en el lenguaje. Lo que propugna Williams es que el ritmo interno del lenguaje hablado (el natural speech) determine la medida. La técnica métrica de Williams consiste en una sagaz disposición del lenguaje en un espacio limitado.

No debe verse en esta postura un alegato a favor del «verso libre»; por si alguien lo pensaba, Williams se adelanta y aclara: «El verso libre no existe. El verso siempre supone una medida, de la clase que sea». Lowell, en líneas generales, adoptó más o menos una postura parecida, aunque sin llegar a los extremos de intransigencia de Williams, radicalmente opuesto a toda forma que considerase la rima, o una estructura estrófica tan definida que resultase inflexible; tales estructuras, según Williams, «eran formas momificadas de la poesía inglesa»; en este sentido, su furibunda cruzada contra el soneto no deja de tener gracia por las surtidas maneras de insistir.

La métrica de Lowell, y más en concreto la métrica de Día a día, ronda (unas veces más próxima otras más alejada) las inmediaciones del pentámetro yámbico, siendo raro (excepto en el ya mencionado caso del soneto, un peculiar soneto al modo Lowell) el uso de estrofas canónicas. En lo que se refiere a la estilística en sí, Lowell es un maestro en las figuras de repetición, tanto fónicas como conceptuales, ese juego entre (y con) las palabras en el que se encarna el imperio de las ambigüedades más habilidosas; las aliteraciones de Lowell son bellas y sorprendentes; en la metonimia logra variantes atrevidas, síntesis de tropos que, en acumulada significación, presenta una renovada dimensión de la figura, de muy difícil traducción, aunque cuando me ha sido posible he tratado de poner en español lo que de ello he podido (en los textos originales encontrará el lector abundantes ejemplos de esta relación de recursos), sin olvidar el oxímoron, la silepsis, la elipsis, contraposiciones, sinestesias, desdoblamientos del habla, intertextualidades, autointertextualidades, pleonasmos, etc., de los que poeta obtiene resultados memorables.

No querría concluir esta apresurada referencia sin aludir a la maestría con la que Lowell utiliza los más variados registros léxicos y las diferentes jergas que configuran campos semánticos muy específicos. El poema «Circe y Ulises» supone una buena muestra: la jerga militar, los coloquialismos más variados, el tono aristocrático del idioma… También en «San Marcos, 1933» presenta el poeta un surtido inventario de la jerga escolar y juvenil… Y además, dialectalismos del inglés de comarcas diversas, el vocabulario de la psiquiatría y de los manicomios, de la cárcel; palabras en otros idiomas: latín clásico y latín religioso (fragmentos de la liturgia católica), francés, alemán… Las variedades léxicas que reflejan y resaltan ese particular asunto que es la vida, un asunto en marcha, en giro permanente sobre la rueda de las cosas.

 
3. Sobre esta traducción

 

En todas las ocasiones en que he abordado la tarea de traducir poesía, mi criterio ha sido siempre el mismo: procurar que el lector, enfrentado al texto traducido, percibiese con las mayores certeza y nitidez que aquellos poemas, escritos en una lengua distinta a la que él lee, son poesía; una poesía lo más parecida posible a la original. Soy consciente de que el empeño (en ningún caso y por muy variados motivos) es fácil. La métrica de las lenguas occidentales, aunque parecida, tiene sus diferencias, y el inglés (en este caso) muestra ciertos rasgos peculiares, distintos a los de las lenguas románicas.

No es momento éste para entretenerse (como ya señalé al mencionar el tipo de métrica de Lowell en general y el de Día a día en particular) en cuestiones de métrica inglesa; mas, aun con brevedad, conviene apuntar que el isosilabismo de las lenguas románicas no rige en el verso inglés, ni tampoco el verso inglés es todo lo griego que sus dómines quisieran, entre otras cosas porque la cantidad silábica no un es rasgo pertinente (ni siquiera tal cantidad existe en ese idioma) de la prosodia inglesa, cuyo ritmo lo establecen la distribución en determinado lugar de los acentos y la combinación alterna de sílabas tónicas y átonas, sin que los expertos, hasta ahora, hayan sido capaces de establecer si el espondeo (por ejemplo) es o no es un pie viable en la métrica inglesa.

Entre las muy variadas opiniones que circulan acerca de la traducción de poesía, predominan (institucionalizadas) las medias verdades, cuyo prestigio no estaría de más rebajar unos grados, tarea en la que tampoco voy a entretenerme demasiado por lo bizantino y prolijo del asunto.

Entre esos quasi dogmas de supuesto prestigio, disfruta de cierto crédito la creencia de que la poesía, por su propia naturaleza, es intraducible, ya que las pérdidas originadas en la operación de trasvase son irreparables. Estos sublimadores sublimistas parecen situar los géneros poéticos en el territorio del arcano, donde lo inteligible es el coto particular, vedado a muchos, donde los iniciados se solazan. No es para tanto, ni para tanto es la contundencia con que Robert Frost define a la poesía como aquello que desaparece al traducirla. Peregrina opinión que no me explico de dónde pudo sacar el vate Frost, pues, que se sepa, en su bibliografía no figura traducción alguna, como para hablar de la operación en tales términos y llegar a tales conclusiones, muy poco válidas para sus propios poemas, tan simplones y sentimentaloides que no perderían un ápice de su mérito al ser traducidos… Item, más: si, por casualidad, diésemos con la persona idónea, dispuesta a echar en la empresa el tiempo adecuado, quedarían bastante mejorados los versos de Frost, el Riguroso.

A semejante (sublimada) simpleza la rebaten los hechos: una experiencia de siglos de excelsas traducciones entre las que no es infrecuente encontrar poemas traducidos que superan a los originales. El terreno en cualquier caso es novedizo… Convendría, para evitar generalizaciones, tener en cuenta unos cuantos aspectos tan decisivos como elementales: primero, de qué lengua a qué lengua se traduce; quién es el poeta que se traduce y cuál la naturaleza de la obra traducible; no es lo mismo, evidentemente, traducir a Góngora que a Campoamor, o a Gerad M. Hopkins que a Larkin. Finalmente, el más importante de los factores: quién es el traductor, cuál su competencia lingüística y cuál su destreza con la materia poética, la materia prima del proceso… No basta en este asunto con el conocimiento, perfecto si se quiere, de la lengua… No sin motivo se dice que (lamento no conocer la autoría para hacerla constar, pues el acertado apotegma lo he encontrado atribuido a distintos y distinguidos autores de excelente poesía) los mejores poemas de algunos poetas son las traducciones que, con la debida competencia, han efectuado de los poemas de otros poetas.

Las cosas no son lo fáciles ni simples que, desde una u otra postura, se pretende. Para no salir del caso Lowell, son muy distintas las traducciones realizadas por Alberto Girri, por Amalia Rodríguez Monroy (con la ayuda no bien especificada [¿o sí?] de José Agustín Goytisolo) o por Antonio Resines (Robert Lowell, Antología, Visor, Madrid, 1982), de cuyas traducciones la mencionada Sra. Monroy, en la ya citada obra, dice (no sin razón, mas con cierta arrogancia) que se trata (la de Resines) de «una selección de carácter limitado y falta de criterio, en versiones bastante rudimentarias». La Sra. Monroy no exagera, aunque sus maneras no dejen de ser (por emplear su término) rudimentarias, más rudimentarias que sus traducciones que, en general, se cuentan entre las más presentables que de Lowell se han hecho. Sus aciertos (¡y sus errores, que también los tiene!) no debieran permitirle mirar al prójimo tan por encima del hombro, pues, con no ser malas, sus traducciones no dejan de mostrar (como supongo que las mías, nobody is perfect, y las de cualquiera) deficiencias y hasta crasos errores de los que, como muestra, señalo unos cuantos (para que no se piense que hablo a humo de pajas), consciente de que no es este lugar para minucias tales. Nuestra rigurosa colega traduce «towering over the house» como «torre sobre la casa» (pag. 296-297 de Cátedra), que, en este caso, no alude a ninguna tower de los órdenes arquitectónicos, sino a la considerable altura del fuego. En el poema «Suburban surf» (Cátedra, 300-301), no hay modo de entender la traducción de Doña Amalia; dice ella: «diamantinos como tus ojos, / luces vidriosas que se clavan / al iluminar el camino que no ven» (sic); y cuatro versos después: «Olas alargadas de desigual rugido / disipan su volumen, / siempre muy alto lo suficiente para oír» (sic). Si la traductora, en el primer caso, hubiera tenido en cuenta que los faros de los coches, de los que se acaba de hablar, son uno de los términos de la comparación, la estrofa podría comenzar a entenderse. Respecto a los siguiente cuatro versos la ininteligibilidad la aporta su traducción de breik: nada se disipa, el ruido infernal del tráfico rompe, briik, en olas de tal alto volumen, que en ese fragor, el entendimiento se hace imposible. El mejor escribano echa un borrón… Pese a éstos, no vamos a enfatizar sobre lo «bastante rudimentario» de las traducciones de Monroy, que ya lo he dicho, son en general meritorias. Más grave me resulta: «I am a thorazined fixture», «Soy un mueble torianizado» (pag. 312-313, Cátedra). ¿Dónde, qué es un mueble torianizado? Que nadie se preocupe por no contestar/no saber. No existen esos muebles. La toracina es un estupefaciente, uno de los varios que tomaba Lowell, y lo que el poeta quiere decir (permítaseme explicar la metonimia) es que tiene un botiquín repleto de tal droga y que él mismo es un armarito (un armarito de botiquín) lleno de ella. Estos dislates no están lejos de los de Resines (traductor de la Antología de Visor), cuya chapucera faena tan contundente opinión merece de la Sra. Monroy.

Las traducciones de los poetas (Lowell en sus Imitations es un buen ejemplo) son traducciones por afinidad. Su tarea traductora carece del móvil profesional de quien traduce como medio de vida (entre otras cosas porque con la poesía nadie se gana la vida, ni escribiéndola ni traduciéndola); esa elección, origen del empeño (nunca fácil), y esa afinidad son el vínculo entre autor y traductor. Éste es mi caso con R. Lowell y el de Fray Luis, por citar un ejemplo notable, con Horacio.

El trato prolongado con la obra de Lowell me llevó a dar el paso de traducirlo; pude entonces comprobar la diferencia abismal que media entre leer a un poeta para uno mismo (en la lengua que sea) y dar cuenta por escrito de esa lectura. Por suerte para mí pude acudir a personas competentes que con su ayuda facilitaron mi tarea. Éste es el momento para agradecer la ayuda, impagable, que mis amigos los profesores Joseph Schreibman y Michael W. Mudrovic de la Washington University of St. Louis, donde yo residía por entonces (años 1989 y 1990), me prestaron. Sin su contribución para desentrañar los embrollos semánticos con los que tanto disfrutaba Lowell, mis versiones no tendrían la cara bonita que puedan ofrecer (si es que la tienen y así se aprecia).

En el impulso de traducir a Lowell subyace mi admiración por su obra. Al hacer hablar a Lowell con mis palabras le devolvía cuanto él me había dado, reconocía su inmensa talla poética y trataba (eso intenté, al menos, sin que deba ser yo quien opine acerca del éxito del intento) de que sus poemas pudieran ser leídos en español del modo más decoroso posible, pues las traducciones existentes (aun siendo abundantes y editadas en publicaciones de prestigio) siempre me parecieron insuficientes, bien por la elección de los textos o por su realización misma. En el caso de Day by Day el asunto se agravaba por la escasez de traducciones; las únicas (que yo sepa) son las incluidas en la ya mencionada antología de Cátedra. La autora de la traducción selecciona 12 de los 66 poemas de que consta el libro… No está mal, pero para la transcendencia de la obra (ya he aportado testimonios de autoridad, además de mi particular preferencia) no me parecía mucho.

En mi traducción me he preocupado (como ya he repetido) de que los poemas de Lowell en versión española transmitan al lector la impresión, el convencimiento, de que está leyendo poesía, no prosa arbitrariamente cortada en líneas irregulares de discurso escrito, que es lo que algunos entienden por verso. La métrica de Lowell en Día a día se atiene, en general (ya lo he indicado), al pentámetro yámbico inglés que yo he tratado de acomodar, en aproximada equivalencia, al ritmo imparisílabo castellano, esa música que el gran Garcilaso adaptó a nuestra lengua con tal maestría que no se ha vuelto a producir en ella un hecho de tanta trascendencia para la poesía.

Respecto a los recursos estilísticos he hecho lo que he podido, pues la correspondencia entre las lenguas no permite (en los de naturaleza fónica) la reproducción mecánica de los mismos; sí existen más posibilidades de reflejar los de índole conceptual: oxímoron, silepsis, polisemias, etc., están, en los casos en que me ha sido posible, donde les corresponde.

Finalmente quiero agradecer al propio Robert Lowell la posibilidad que me ha dado de escribir, al traducir su libro, algunos de mis mejores poemas. Gracias. Como reconocimiento y homenaje final al poeta norteamericano incluyo (a modo de conclusión) el poema que escribí sobre él, incluido en mi libro Cuaderno de campo (Editorial Hiperión, Madrid, 1996):

Recuerdo para Robert Lowell

 

Su muerte la lamenta el oro y todos

 

los matices dorados del otoño

 

sobre el duro pasado de las ramas,

 

en los bosques de Maine,

 

la nieve extensa del invierno, intacta,

 

su Ford Tudor, su mesa, sus pastillas…

 

Por él fue un año enfermo el del setenta y siete

 

y ya ningún verano volvió a ser lo que fuera

 

ni el tren Roma-París ha vuelto nunca

 

a atravesar los firmes muslos rosa

 

de la aurora que él viera en aquel viaje

 

(de aquel año cincuenta) abandonando,

 

no se sabe muy bien por sus palabras

 

si el libro que leía: City of God,

 

o la ciudad de Roma simplemente.

 

En su último retrato parece muy cansado

 

de que su corazón (como él creía)

 

hubiera sostenido el peso muerto

 

tanto tiempo del mundo, muerto a plomo,

 

empapados su ropa y su cabello

 

del sudor frío y nocturno de la fiebre.

 

Casi es, en esa foto,

 

el abierto ataúd que deseaba

 

fuesen los más logrados de sus versos,

 

bajo un cielo de otoño claro y rosa.

 

Day by Day, Día a día,

 

le fue cogiendo miedo a su conciencia

 

por hacerle mentir (según confiesa)

 

al romper el Atlántico en sus sienes…

 

Pudría la distancia los colores del tiempo,

 

cuanto era violeta se tornó gris oscuro

 

en mí que he caminado sobre un tejado en llamas

 

y sentido las chispas que hacen cisco el cerebro.

 

Pretendió obsesionarse escribiendo y lo hizo.

 

Puso cerco a las flores y ya tiene

 

morada para siempre

 

en las cumbres mayores del Parnaso.

 

Sus intereses fueron reduciéndose

 

hasta el único ya de seguir vivo

 

a la agria sombra de los manicomios…

 

No consiguió del todo (y cómo lo ha intentado)

 

abrir su corazón al ritmo lento,

 

amarillo y azul, meciente de las olas

 

que, del Golfo de Génova hasta Boston,

 

acomodaron en el fondo blando

 

de un oscuro ataúd los restos de su madre:

 

Mamá viajó en bodega de primera

 

y yo, como en un sueño,

 

iba viendo pasar aquel derroche

 

que hicieron de sus bienes nuestros antepasados,

 

victorianos ilustres que compraban el mundo,

 

aireando su dinero en toda Europa.

 

            LUIS JAVIER MORENO

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