Convertido
desde el momento de su aparición en un clásico absoluto de la literatura
norteamericana, las cuentos narrados por El Tío Remus son un retrato
absolutamente necesario de aquello que sucedió en una época y lugar muy
concretos: la esclavitud, el sur de Estados Unidos antes y después de la guerra
civil, la segregación racial…
Con estas fábulas y
leyendas nacidas en las mismas plantaciones, más de cien cuentos narrados cada
noche por un viejo esclavo a un niño blanco —y magistralmente traducidos por
Jaime de Ojeda—, Joel Chandler Harris (influencia e inspiración para autores
como Mark Twain, Beatrix Potter o William Faulkner) recopiló, registró y
conservó un folclore que estaba a punto de perderse. Nos permitió tener un
panorama —no siempre agradable— del momento, además de un inigualable
testimonio filológico y cultural.
EL
TÍO REMUS
JOEL
CHANDLER HARRIS
ADVERTENCIA DE LA EDITORIAL
Como
documento histórico necesariamente anclado a unas coordenadas culturales, sociales
y políticas, este texto contiene opiniones o ideas que leídas a día de hoy o
desde una visión descontextualizada pueden resultar ocasionalmente rechazables.
Desde la editorial no hemos
pretendido ni edulcorar, ni matizar, ni discriminar/omitir ninguna de ellas,
pero en modo alguno las comparte. Toda muestra de odio por motivos de raza,
color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole debe
ser suprimida en nuestra sociedad, por mínima que sea su expresión. Como
editores esperamos que este libro también sea útil en este cometido que siempre
debemos perseguir y mantener viva la memoria para que no se repitan los sucesos
más atroces que parecen, hoy más que nunca, sobrevivir en nuestra historia
contemporénea.
INTRODUCCIÓN
DEL AUTOR
Me
informan mis editores que este libro será incluido en su catálogo de
publicaciones humorísticas, y esta amistosa advertencia me ofrece la
oportunidad de afirmar que por mucho que por su efecto pudiera ser el de un
libro de humor, su intención es perfectamente seria; y aunque no fuera así, me
parece a mí que un volumen totalmente escrito en dialecto tiene que tener sus
solemnes, por no decir sus melancólicos, efectos. En lo que concierne a su
serie folklorista, mi propósito ha sido preservar las leyendas en su original
simplicidad, aunándolas permanentemente al gracioso dialecto —si es que puede
tildarse de dialecto— por cuyo medio se han convertido en parte de la historia
doméstica de toda familia sureña; y he procurado darle al todo el auténtico gusto
de las viejas plantaciones.
Cada leyenda tiene sus
variantes, pero en cada caso he retenido la particular versión que me ha
parecido ser la más característica, y la he presentado sin embellecimientos y
sin exageraciones. El dialecto, lo observarán, es completamente diferente al
del Hon. Pompey Smath y sus descendientes literarios, y diferente también de
las intolerables tergiversaciones de la época de los sainetes negros[1], pero es al
menos fonéticamente auténtico. De todas maneras, si el lenguaje del Tío Remus
no logra reproducir los vívidos destellos de la imaginación verdaderamente
poética de los negros; si no logra encarnar el gracioso y casero humor que era
su característica más prominente; si no logra sugerir una cierta sensibilidad
pintoresca, una curiosa exaltación de la mente y del temperamento que no puede
definirse con palabras, entonces habré reproducido la forma del dialecto y no
su esencia, y mi esfuerzo podría considerarse un fracaso. En todo caso, confío
en que he logrado en presentar lo que pueda ser, al menos para una buena
porción de los lectores americanos, una nueva y no menos atractiva fase del
carácter de los negros —una fase que puede ser considerada como un suplemento
curiosamente comprensivo de la maravillosa defensa de la esclavitud de Mrs. Stove[2] tal y como existía
en el Sur—. La Sra. Stowe, me apresuro a añadir, atacaba las posibilidades de
la esclavitud con toda la elocuencia de su genio; pero ese mismo genio también
pintaba el retrato del esclavista sureño, para defenderlo.
Un número de las leyendas de la
plantación aparecieron originariamente en las columnas de un diario, The Atlanta
Constitution,
y en esa forma atrajeron la atención de varios caballeros que tuvieron la
amabilidad de sugerir que podrían constituir una valiosa contribución a la
literatura mítica. Corresponde en buena ley señalar que consideraciones
etnológicas no han formado parte del empeño que ha resultado en la publicación
de este volumen. El profesor J. W. Powell, del Smithsonian Institute, que se ha
dedicado a investigar la mitología de los indios de Norte América, me informa
que algunos de los cuentos del Tío Remus, aparecen en un número de lenguas, y
con diversas modificaciones, entre los indios; y es de la opinión de que han
sido apropiadas por los negros de sus congéneres rojos[3]. Pero esto, al
menos, es extremadamente dudoso, puesto que otro investigador (Mr. Herbert H. Smith,
autor de Brazil in
the Amazons)
se ha topado con algunas de estas fábulas entre las tribus de indios de
Sudamérica, y ha rastreado el origen de una de ellas hasta la India, y aún más
lejos en Siam. Mr. Smith ha tenido la
amabilidad de enviarme las galeradas de su capítulo sobre «Los Mitos de
Folclore de los Indios del Amazonas», en el que reproduce algunos de los
cuentos que ha reunido durante sus viajes en el Amazonas.
En el primero de su serie, una
tortuga cae de un árbol sobre la cabeza de un jaguar y lo mata; en uno de los
cuentos del Tío Remus, el galápago cae de una repisa de la Señorita Prados y
deja sin sentido al zorro, de forma que este no consigue atrapar al conejo. En
el siguiente, un jaguar agarra a una tortuga por una pata trasera cuando
intentaba desaparecer en su agujero; pero la tortuga le convence de que lo que
tiene agarrado es una raíz, y de esta manera escapa; el Tío Remus cuenta cómo
el zorro intenta ahogar al galápago, pero lo suelta porque el galápago
declaraba que su cola no era más que la raíz de un tocón. Mr. Smith también relata
la historia de cómo una tortuga corrió más rápido que un ciervo, que es
idéntica al incidente de la historia del Tío Remus en la que el Mano Galápago
corrió más rápido que el Mano Conejo. Luego viene el cuento de la tortuga que
pretendía que era más fuerte que el tapir. Le dice al último que lo puede
arrastrar dentro del mar, pero el tapir le replica que arrastrará a la tortuga
dentro del bosque donde la matará además. Por lo que la tortuga se hace con el
tallo de una parra, ata un extremo alrededor del cuerpo del tapir y se mete en
el mar donde ata el otro extremo a la cola de una ballena. Luego se adentra en
el bosque, a mitad de camino entre ambos, y le da al tallo un tirón como señal
para comenzar la pugna. La lucha entre el tapir y la ballena continúa hasta que
cada uno piensa que la tortuga es el animal más fuerte. Compárese esta historia
con el torneo entre el galápago y el oso, en el que el cordaje de la cama de la
Señorita Prados es usado en vez del tallo de la parra. Uno de los más
característicos cuentos del Tío Remus es aquel en que el conejo le prueba a la
Señorita Prados y a sus chicas que el zorro es su caballo de cabalgar. Este
cuento es casi idéntico al citado por Mr.
Smith, en el que el jaguar está a punto de casarse con la hija del ciervo. El agutí
—una especie de roedor[4]— también está enamorado de ella,
y le dice al ciervo que puede cabalgar sobe el jaguar como si fuera su caballo.
«Bueno —le dice el ciervo—, si logras cabalgar al jaguar, te daré la mano de mi
hija». Tras lo cual la historia continúa casi de la misma manera en que el Tío
Remus cuenta la del zorro y el conejo. El agutí finalmente salta del jaguar y
se refugia en un agujero, donde queda bajo la vigilancia de un búho, pero le
echa al búho arena en los ojos y se escapa. En otro cuento relatado por Mr. Smith, el agutí tiene
mucha sed, y viendo a un hombre que se acerca con un jarro sobre la cabeza, se
echa en la carretera enfrente de él, y lo vuelve a hacer hasta que el hombre
deja el jarro a un borde de la carretera para ir en busca de todos los agutíes
muertos que ha visto. Este es casi idéntico al cuento del Tío Remus de cómo el
conejo le robó su caza al zorro. En un cuento del Alto Egipto, un zorro se
tiende en el camino en frente de un hombre que está llevando sus aves al
mercado, y logra finalmente hacerse con ellas.
La similitud se extiende casi a
todos los cuentos relatados por Mr.
Smith, y algunos son casi tan idénticos que apuntan sin lugar a dudas a un
común origen; pero ¿cuándo y dónde?, ¿cuándo entraron en contacto el negro o el
indio norteamericano con las tribus de Sudamérica? Sobre este punto el autor de
Brazil and
the Amazons,
que se ha dedicado a un estudio comparativo de estos cuentos míticos, escribe:
«No estoy preparado para formar
una teoría sobre estos cuentos. No cabe duda de que algunos de los que se
encuentran entre los negros y los indios tienen un origen común. La solución
más natural, sería la de suponer que se originaron en África, y fueron llevados
a Sudamérica por los esclavos negros. Se encuentran ciertamente entre los
negros rojos; pero, desgraciadamente, para la teoría africana, es igualmente
cierto que se cuentan entre los indios salvajes del valle del Amazonas
(remontando por Tapajos, Negro Rojo y Tapurá). Estos indios casi nunca han
visto a un negro, y su lenguaje es muy diferente al portugués quebrado que
hablan los esclavos. La forma de estos cuentos, tal y como los relatan en el
idioma Tupi y Mundurucu, parece indicar que fueron originariamente formados en
esos idiomas o han sido adaptados desde hace mucho tiempo».
Es interesante encontrar un
cuento del Alto Egipto (el del zorro que pretendía estar muerto) idéntico a
otro del Amazonas, y altamente parecido al que ha encontrado Usted entre los
negros. Varnhagem, el historiador brasileño (ahora Vizconde de Rio Branco) ha
intentado probar una relación entre los antiguos egipcios, u otros Turanios, y
los indios Tupi. Su teoría descansaba sobre una base más bien tenue, y sin
embargo, hay que reconocer que tiene uno o dos puntos fuertes. ¿Acaso las
semejanzas entre las fábulas del Viejo y Nuevo Mundo apuntan a conclusiones
similares? Sería difícil decirlo con el material del que disponemos hasta ahora.
Una cosa es cierta. Las fábulas
de animales contadas por los negros en nuestros estados del sur y en Brasil
fueron traídas desde África. Que si se originaron ahí, o proceden de los
árabes, o los egipcios, o aún de otras naciones más antiguas, es algo que queda
aún por resolver. Que si los indios las recibieron de los negros o de algún
otro origen anterior es igualmente incierto. Hemos visto lo suficiente como
para decir que se ha abierto una muy interesante línea de investigación.
El profesor Hart, en su Amazonian
Tortoise Myths,
menciona un cuento de la Riverside Magazine de 1868, que será reconocido
como una variante de uno de los que cuenta el Tío Remus. Me atrevo a adjuntarlo
aquí, con algunas necesarias alteraciones verbales y fonéticas, con objeto de
que el lector pueda hacerse una idea de la diferencia entre el dialecto de las
plantaciones de algodón como lo usaba el Tío Remus, y la jerga que se estila en
las plantaciones de arroz y en las Islas Marítimas de los estados sureños del
Atlántico:
Hubo una vez en que el Mano
Ciervo y el Mano Tortu (Galápago) se fueron de cortejo y la dama en cuestión
amaba más al Mano Ciervo que al Mano Tortu. Ciertamente amaba al Mano Tortu,
pero amaba más al Mano Ciervo. Así pues, la joven dama le dijo al Mano Ciervo y
al Mano Tortu que antes de que pasara otro día tenían que correr una carrera de
diez millas, y que se casaría con el que ganara.
Así que el Mano Tortu le dijo
al Mano Ciervo:
—Tienes patas más largas que
las mías, pero te ganaré. Tú corre diez millas por tierra y yo correré diez
millas por el agua.
Así que el Mano Tortu fue y
reunió a nueve de su familia, y colocó a cada uno en cada millar de la carrera,
y en cuanto a él mismo, el que tenía que ganar al Mano Ciervo, se situó justo
en frente de la puerta de la dama, entre las retamas.
Esa mañana a las nueve el Mano
Ciervo fue a encontrarse con el Mano Tortu en el primer millar, donde tenía que
empezar la carrera. Así que lo llamó:
—Bueno, Mano Tortu, ¿estás
preparado? ¡Empecemos ya! —Cuando llegó al siguiente millar dijo—: ¡Mano Tortu!
Mano Tortu le dijo:
—¡Hola!
Mano Ciervo dijo:
—¿Tú aquí?
Y el Mano Tortu dijo:
—Sí, Mano Ciervo, aquí estoy.
Al siguiente millar el Mano
Ciervo llegó saltando y dijo:
—¡Hola, Mano Tortu!
Y el Mano Tortu dijo:
—¡Hola, Manu Ciervo! ¿Tu aquí
también?
El Mano Ciervo dijo:
—¡Guay! ¡Parece que me vas a
empatar; creo que vamos a empatar en conseguir a la niña!
Cuando llegó al noveno millar
pensaba que sería el primero y por ello dio dos brincos, luego gritó:
—¡Mano Tortu!
Mano Tortu contestó:
—¿Tu aquí también?
El Manu Ciervo dijo:
—Me parece que vamos a empatar.
El Manu Tortu dijo:
—Venga, Mano Ciervo, que yo he
llegado aquí cuando había que llegar. —Lo que era cierto, y así fue como ganó
la carrera.
El cuento del conejo y el
zorro, tal y como lo relatan los negros del Sur, es artísticamente dramático en
esto: progresa de una manera ordenada desde el comienzo hasta llegar a una
conclusión bien definida, y está lleno de espectaculares episodios que sugieren
su culminación. A mí me parece que es en cierta medida alegórico, aunque esta
interpretación pueda no ser razonable. Al menos es una fábula completamente
característica del negro; y una investigación científica no es necesaria para
mostrar por qué elige como a su héroe al más débil y al menos ofensivo de los
animales, y lo hace salir vencedor en su liza con el oso, el lobo y el zorro.
No es la virtud la que triunfa sino la debilidad; no es la malicia sino el
ingenio. Sería presuntuoso por mi parte ofrecer una opinión sobre el origen de estas
curiosas fábulas míticas; pero si los etnólogos descubrieran acaso que no se
originaron en África, tendrían que aportar pruebas con un alto grado de
persuasiva elocuencia.
Es muy curioso también que haya
encontrado pocos negros que quieran reconocer ante un extraño que saben algo de
estas leyendas; y, sin embargo, relatarles uno de estos cuentos es la manera
más segura de ganar su confianza y estima. De esta manera, y solo de esta
manera, he podido coleccionar y verificar el folclore incluido en este volumen.
Hay una anécdota del irlandés y el conejo que un sinnúmero de negros me ha
contado con gran unción, y que es tan divertida y tan característica, a pesar
de lo cual no podría decir que tiene sus orígenes entre los negros. Hubo un día
en que un irlandés[5], que había oído gente hablando de
«nidos de yeguas» iba por el camino ancho —siempre es el camino ancho en
contradicción con los caminos vecinales y los senderos, que en su jerga
vernácula llaman «ahitos»— cuando llegó a un campo de calabazas. El irlandés no
había visto nunca una fruta como esta, y concluyó enseguida que había
descubierto un auténtico nido de yeguas. Para aprovechar bien esta oportunidad
recogió una de las calabazas y la llevó a cuestas por su camino. Llevar a
cuestas una calabaza es algo extraordinariamente aparatoso, y el irlandés no
hubo llegado muy lejos antes de que tropezara y cayera por tierra. La calabaza
también cayó y rodó colina abajo hasta llegar a unos matorrales donde chocó
contra un tocón y se rompió en pedazos. El cuento continúa en dialecto: «cuando
la calabaza rodó entre los matorrales, un conejo salió saltando; y tan pronto
el irlandés vio eso, salió corriendo tras el conejo gritando: —¡Kuorp, potrito!
¡Kuorp, potrito![6]— pero el conejo no le dio más que
por escapar volando». Es obvio el propósito del relato.
Si el lector que no esté
familiarizado con la vida de las plantaciones pueda imaginar que las fábulas
míticas del Tío Remus relatadas noche tras noche al niño por un viejo negro que
tiene todo el aspecto de haber vivido durante el período que describe (y que no
tiene más que agradables memorias de la disciplina de la esclavitud) y que
tiene todos los prejuicios de casta y orgullo de la familia que eran el
resultado natural del sistema; si el lector puede imaginar todo esto, no tendrá
mayor dificultad en apreciar y simpatizar con el aire de afectuosa superioridad
que el Tío Remus asume mientras procede a revelar los misterios de las
tradiciones de la plantación al pequeño muchacho que es el producto de esa
práctica reconstrucción que ha estado sucediendo durante un cierto tiempo desde
la guerra, a pesar de los políticos. El Tío Remus describe la reconstrucción en
su «Historia de la Guerra», y puedo añadir aquí para beneficio de los curiosos
que esa historia es[7] casi literalmente la verdad.
PRÓLOGO
DEL TRADUCTOR
Los
cuentos del Tío Remus son fábulas y leyendas que narraban los esclavos negros
en el sur de los Estados Unidos. Fueron cuidadosamente coleccionados por un
periodista de Atlanta, Joel Chandler Harris, antes y después de la terrible y
sangrienta guerra civil que destruyó al Sur y puso fin a la esclavitud entre
1861 y 1865. Además de recoger esa colección de cuentos, Harris tuvo la habilidad
de transcribirlos tal y cómo los hablaban los negros, una especie de dialecto
tan enrevesado de entender que hoy en día pocos americanos pueden leerlo sin
dificultad. La publicación de esos cuentos tuvo una enorme resonancia en todo
el país; por su influencia se han convertido en un clásico de la literatura
americana; y han servido, además, para conservar la curiosidad filológica de
cómo hablaban los negros en el Sur.
Joel Chandler Harris nació en
1848 en Eatonton, en el estado de Georgia. Su madre, Mary Ann Harris, de una
familia de inmigrantes irlandeses que residía cerca de Richmond, se escapó a
Eatonton con su amante, que la abandonó poco después del nacimiento de Joel,
quien nunca supo su identidad. La preocupación por su ilegitimidad le acompañó
toda su vida y contribuyó sin duda a su patológica timidez. Un rico hacendado
de Eatonton prestó a su madre una pequeña casa y sufragó los gastos del colegio
de su hijo. Sus profesores y compañeros de colegio recuerdan al chico de poca
estatura, pecoso y fulgurante pelirrojo, que destacaba por las jugarretas con
las que los embromaba y los graciosos incidentes que provocaba en el pueblo. Su
particular humor era prácticamente la manera en que superaba su timidez y las
inseguridades que le provocaban el color de su pelo, su ascendencia irlandesa y
su ilegitimidad, pero también constituyó la raíz de los cuentos que luego
publicó.
Harris dejó el colegio a los
catorce años para trabajar y auxiliar a su madre. Por fortuna, vio un anuncio
del dueño de una gran plantación, Joseph Addison Turner, que buscaba a un
aprendiz de imprenta para un periódico, The Countryman, que había empezado a publicar
para dar salida a sus ambiciones literarias. Harris aprendió a trabajar en su
imprenta y su dueño le permitió, y luego le animó, a publicar pequeños poemas,
recensiones y párrafos humorísticos. Durante sus cuatro años en la plantación
Turnwold, Harris tuvo la oportunidad de leer vorazmente la amplia literatura de
la biblioteca de Joseph Turner, una de las más completas del país. Bajo su
tutela aprendió a escribir con «sencillez y naturalidad», como recuerda Harris[8]. Logró así una
extensa educación, pero mucho más importante fue que por su posición social,
más bien la de un subordinado, pudo pasar tranquilamente largos ratos en las
casas de los esclavos, trabar con ellos una intimidad familiar y absorber las
fábulas y el lenguaje con el que las contaban tipos como el Tío George Terrell,
el Viejo Herbert y la Tía Crissy, que se convirtieron luego en la figura
compuesta del Tío Remus, como reconoce el mismo Harris en su novela
autobiográfica On the
Plantation
(1892).
The
Countryman cerró en 1866 y Harris pasó a trabajar en diversos
periódicos de Georgia, gracias a la fama que habían alcanzado sus escritos de
humor. En 1876 Harris fue contratado por The Atlanta
Constitution donde publicaría la mayor parte de sus cuentos
durante los siguientes veinticuatro años. Fueron enseguida aclamados por
lectores y editores, y publicados en revistas tan importantes como New
York Evening Post, Scribner’s, Harper’s y Century.
Su creciente salario le permitió casarse en 1873 con Mary Esther LaRose, una
franco-canadiense de Quebec, con la que tuvo varios hijos de los que solo
sobrevivieron seis.
Fue tal el éxito de sus cuentos
que la editorial D. Appleton and Company le propuso que los recogiera
en una colección con el título de El Tío Remus: sus canciones
y sus dichos, que apareció en 1880 con gran aplauso de la opinión
literaria de toda la nación. Son cuentos de un viejo esclavo, el Tío Remus, que
se ha quedado a vivir en la plantación después de su emancipación tras la
guerra civil. Los relata a un niño blanco, de unos seis años, hijo de los
dueños de la plantación, que baja todas las noches, cuando lo dejan, a la
cabaña del Tío Remus para escuchar embelesado sus narraciones.
El héroe de estos cuentos es un
conejo granuja que sabe embromar y burlar a todas las demás criaturas que
rodean su mundo, no tanto por malicia como por su ingenio. Es el triunfo de la
debilidad contra la fuerza. Muchos han visto en estos cuentos una alegórica
descripción de cómo los esclavos negros sabían burlar a sus dueños blancos. No
son como los de Esopo o Perrault, fábulas con una moraleja, sino más bien
exaltaciones del triunfo del débil gracias a sus habilidades contra la
fatalidad del poder y no siempre por su moralidad: al igual que en los cuentos
de los hermanos Grimm, algunas veces asoma en ellos una sorprendente crueldad.
En 1883 Harris continuó su
publicación con una nueva colección, Cuentos de las noches
con el Tío Remus: Mitos y leyendas de la antigua plantación. En esta
segunda colección Harris va más allá de la narración de los cuentos: además del
Tío Remus aparecen otros protagonistas, que vienen a escuchar junto con el niño
lo que el Tío Remus va a contar, pero también cuentan los suyos propios. Harris
se deleita relatando también las fuertes personalidades y complicadas
relaciones de la Tía Tempi, la criada Tilde y el Papi Chack, un africano de las
islas costeras de Georgia y Carolina del Sur, que habla un dialecto, el gullah, todavía más
enrevesado. De esta manera, además de los cuentos de unos y otros, Harris entra
a reproducir la vida de la plantación y sus habitantes. Se trata, pues, de un
enriquecimiento sustancial de su idea original, uniendo el interés por el grupo
que participa en el cuento.
Harris siguió escribiendo
prolíficamente hasta su muerte en 1908: publicó muchos poemas, tres volúmenes
de historias cortas sobre la vida durante la esclavitud en el Sur y dos
novelas; y además otros ocho volúmenes de cuentos del Tío Remus. Al final el
Tío Remus vuelve para narrar sus cuentos al hijo del niño al que primero se los
contara y aprovecha para comentar la enorme transformación que el Sur estaba
sufriendo durante esos años: el Tío Remus intentaba con sus cuentos moderar el
temperamento libertario del primer niño, criado en el ambiente agrario de la
plantación, pero intentaba, en cambio, estimular al segundo a superar su
excesiva pasividad y buena educación, fruto de la industrialización y la
urbanización que cundía en el nuevo Sur.
Los cuentos que transcribió
Harris iban siempre acompañados por ilustraciones. En 1886 Harris trabó una
íntima amistad con Arthur Burdett Frost que desde 1892 fue su ilustrador
favorito.
Muy pronto, después de la
publicación de sus primeros cuentos, Harris empezó a recibir una cuantiosa
correspondencia, no solo de los que se entusiasmaban leyendo sus cuentos, sino
de importantes filólogos y etnólogos que le preguntaban o comentaban aspectos
científicos de sus narraciones. Harris había empezado a escribir sus cuentos
transcribiendo espontáneamente lo que le dictaba el que llamaba «su otro»,
sobre el ambiente de la plantación antes y después de la guerra civil. Gracias
a esta correspondencia se fue dando cuenta de que estaba registrando un
folclore que estaba desapareciendo. Valoraba sobre todo las cartas en las que
otros le relataban los cuentos que habían oído en su juventud o de antiguos
esclavos negros del Sur. Incluso los solicitaba en anuncios en el periódico.
Harris los analizaba con extraordinario cuidado buscando siempre cerciorarse de
su autenticidad. Solo entonces los publicaba, muchas veces ampliando
considerablemente un pequeño relato con diálogos y escenas inspiradas por su
peculiar e intenso conocimiento de la psicología de la población y el ambiente
de su vida. Uno de ellos, «La Mujer del Brazo de Oro» le fue sugerida por Mark
Twain.
Parte del entusiasmo con que fueron
recibidos los cuentos del Tío Remus se debe al enorme interés que la guerra
civil había despertado en toda la nación respecto al Sur: en el Norte para
comprender qué pasaba y cómo se vivía en el Sur; y en el Sur para comprender su
propia identidad después de la destrucción de una institución que los había
condenado moralmente de manera indeleble. El presidente Theodore Roosevelt, que
había quedado prendado de los cuentos del Tío Remus, los aclamó en un viaje que
realizó a Nueva Orleans en 1902, como una importante contribución a la
reunificación del país. Unos años después, el presidente invitó a Harris a la
Casa Blanca. Por su invencible timidez, sin embargo, Harris se negaba a recibir
los doctorados honorarios con los que quisieron distinguirle varias
universidades.
Asimismo se despertó una gran
curiosidad entre filólogos y etnólogos que hasta entonces no habían dado con el
filón que Harris acababa de revelar. La Sociedad del Folclore Americano lo
nombró miembro fundador cuando se constituyó en 1888, aunque Harris, con su
acostumbrada modestia, atribuyera su manera de transcribir la lengua de los
negros a su predecesor en este arte, el poeta Irwin Russell (1853-1879).
No obstante, su mayor efecto
fue la influencia que tuvieron sus cuentos en la literatura americana. Mark
Twain, el pseudónimo de Samuel Clemens, leyó con estupefacción los cuentos del
Tío Remus. Fue para el gran escritor una revelación, tanto de la transcripción
de una jerga que conocía perfectamente pero que nunca había considerado como una
vía literaria, como del descubrimiento de que la compleja vida en América, de
negros, esclavistas, colonos y aventureros, era un mundo que se abría a la
literatura más allá de la tradición inglesa que había predominado hasta
entonces entre los escritores americanos. En 1882 Mark Twain pidió reunirse con
Harris en Nueva Orleans para expresarle su entusiasmo. Había estado leyendo con
gran éxito sus cuentos en las numerosas actuaciones que daba por todo el país;
ahora quería que Harris se uniera a él en esos viajes y actos públicos, pero la
tremenda timidez de Harris impidió la ejecución del proyecto. Le invitó
reiteradas veces a visitarlo pero Harris, que no quería dejar la privacidad de
su casa, no lo hizo hasta que en un viaje a Canadá para visitar a sus suegros
en 1883, pasó finalmente a visitar a Mark Twain en su casa en Hartford
(Connecticut). En su autobiografía Mark Twain describe la sorpresa de sus hijas
cuando vieron que el autor de los cuentos no era un negro, como se imaginaban.
Harris mantuvo una amplia correspondencia con Mark Twain que no se cansó en
toda su vida en señalar la maestría que Harris había conseguido en sus
transcripciones del lenguaje de los negros.
Es más, los cuentos del Tío
Remus le inspiraron nada menos que su inmortal Huckleberry Finn. Mark Twain andaba
rondando algo parecido cuando estaba escribiendo The Adventures of Tom Sawyer, publicado en 1876,
pero al leer la manera en que Harris había destacado la personalidad y la vida
de los esclavos negros y, además, la fiel transcripción de su lenguaje,
cristalizó en su mente la narración del joven Huckleberry y sus aventuras con
un negro fugitivo, Jim, que publicó en 1884. Por una propuesta de Mark Twain,
Harris fue recibido en 1905 como miembro de la Academia Americana de Artes y Letras.
Rudyard
Kipling también le escribió para expresarle su admiración e informarle que sus
cuentos estaban siendo leídos apasionadamente en los colegios británicos. Su
influencia se detecta también en la obra de Ezra Pound y T. S. Eliot, que en su
correspondencia se llamaban «Brer Rabbit» y «El Viejo Oposum» respectivamente.
Más claramente se ve en William Faulkner la continuación de la vena que
iniciara Harris, en los caracteres de los negros que fluyen en su obra y en la
transcripción de su habla, especialmente en Absalom, Absalom!
Inmediatamente después de su
publicación otros escritores comenzaron a imitar su estilo y sus
transcripciones. Charles Chestnutt publicó en 1899 The Conjure Woman, una colección de
narraciones cortas en las que un antiguo esclavo, el Tío Julius, narra
historias de la plantación hablando según las transcripciones de Harris. En
1893 se fundó la Hampton Negro Folklore Society como una rama de la American
Folklore Society,
que continuó los esfuerzos de la revista mensual Southern Workman para recoger y ampliar
los cuentos, leyendas y fábulas de los esclavos negros. Fruto de su persistente
investigación varias compilaciones posteriores fueron saliendo durante los
siglos XIX y XX. Destaca por su
alcance, extensión y crítica la última y decisiva, The Annotated African American
Folktales[9], en la que
figura un capítulo especial con cuentos de Harris destacando su importancia
tanto por su recopilación como por su manera de transcribir el dialecto negro.
Los cuentos del Tío Remus
inspiraron luego toda la vasta literatura infantil de animales personificados
de Kipling (Jungle Books), Alexander Milne
(Winnie-the-Pooh), los veintitrés libros de Beatrix Potter (el primero se
titula La historia de Pedrito Conejo), el Tío Wiggily de Howard Garis, los cuentos de Thornton Burgess
y de Enid Blyton. Prácticamente toda la literatura de cuentos para niños ha
seguido la pauta de los que el mismo Harris publicó posteriormente[10]. No es la
primera vez que en la literatura aparecen animales personificados, pero los de
las antiguas leyendas de la India y China son figuras deificadas que actúan
desde su Olimpo. A través de sus transcripciones, Harris logró aunar con
nitidez un personaje con rasgos animales con una fuerte personalidad humana. Lo
mismo hizo Lewis Carroll en sus dos «Alicias», con la particularidad de que en
estos cuentos también figura un conejo como protagonista.
Ahora bien, por esos
antecedentes, desde la aparición de los cuentos del Tío Remus, se levantó una
intensa polémica sobre sus orígenes. Muchos de los cuentos del Tío Remus
aparecen también, en su integridad o en otras versiones, en cuentos de África,
Asia, Europa y hasta entre los indios americanos. En su introducción, el mismo
Harris reconoce que la crítica ha detectado el origen o influencia europea,
asiática o indígena de muchos de estos cuentos pero concluye, con muchas
razones, que continúan siendo en su mayor parte de la tradición oral africana.
La polémica ha continuado hasta nuestros días, en parte porque a la filología
«oficial» le ha costado mucho reconocer la cultura negra. Antes de la guerra
civil en el Sur no se quería aceptar que los esclavos negros no fueran más que
una especie de animales desprovistos de toda educación o cultura. Ya en esa
época, sin embargo, sorprendió a muchos que algunos esclavos que provenían de
la zona musulmana de Senegal y Guinea supieran escribir en árabe. Intentaron
encubrir este descubrimiento afirmando que no se trataba de negros propiamente,
sino de árabes. Al final de la guerra civil, durante el breve período conocido
como la «reconstrucción», escritores y etnólogos blancos comenzaron a
comprender la contribución cultural de los negros. Lo primero que descubrieron
fue su música y sus bailes, que poco a poco, con el jazz, sus reencarnaciones, y con
los cantos sagrados de los spirituals, se han convertido en la
espina dorsal de la música en Estados Unidos. Finalmente los estudios han
concluido, como Harris, que al menos la mitad de los cuentos de los esclavos
negros proceden directamente de África[11].
De todas formas, aunque el
origen de estos cuentos pueda ser una cuestión de gran interés para la
filología, lo que nos interesa antes todo es la naturalidad con la que los cuenta
Harris, la fidelidad con la que retrata a sus protagonistas negros, su fuerte
personalidad y además la manera tan extraordinaria con que supo transcribir su
particular modo de hablar. En esto todos están de acuerdo en que Harris fue el
primero y el que mejor reveló esta importante dimensión de la literatura
americana: fue «la autoría de mayor y singular fuerza que impulsó el desarrollo
literario de la materia y manera del folclore afroamericano»[12]. Como el mismo
Harris explica en su introducción a estos cuentos y en otros relatos, para los
negros esos cuentos y canciones representaban la supervivencia de su identidad
cultural, su manera de mantenerla contra sus dueños blancos y, por esta razón,
querían ocultar su secreto a toda costa. Otros autores posteriores también
confirman que los negros se resistían a contarles sus cuentos o cantarles sus
canciones. Harris lo lograba empezando él mismo a contarles las historias que
conocía y demostrando así que era partícipe del secreto.
Pese al valor de los cuentos
del Tío Remus y el mérito que ha tenido su transcripción, estos han recibido
reacciones negativas por su publicación cuando estaban empezando a ser
olvidados. Se reconoce, por supuesto, la autenticidad de unos cuentos que
muchos habían escuchado en sus propios hogares, pero se critica cómo Harris
retrata el mundo de la esclavitud. El mismo Harris expresa en su introducción
la nostalgia que sentía por esa vida, sin percatarse de que estaba siendo
violada por la barbaridad de la esclavitud. Lo que Harris recuerda es la vida
tranquila de la plantación de su infancia. De todas formas, es comprensible que
reniegue violentamente de lo que puede ser interpretado como una defensa de la
esclavitud cuando han pasado, primero, por toda la horrible época llamada de
«Jim Crow», medio siglo en que los blancos en el Sur les sometieron bajo una
legislación que reinventaba la esclavitud; luego por toda la época del Ku-Klux-Klan,
que durante la primera mitad del siglo XX los separó de toda
expresión política y los sometió al terror de los linchamientos, que
indirectamente permitió el Tribunal Supremo; y después de la II Guerra Mundial
han tenido que luchar, y en muchos casos perdiendo la vida, contra la
segregación en todas las dimensiones sociales hasta que en nuestros días ha
sido declarada inconstitucional, sin que por ello se hayan superado los
prejuicios de la discriminación racial.
En particular, esta reacción fue
muy pronunciada cuando Walt Disney llevó los cuentos del Tío Remus a la
pantalla. Quedó prendado de esta obra desde que se los contaron de niño. Cuando
entró en el mundo del cine en 1939, Walt Disney se propuso crear una película, Canción del Sur, que se estrenó en 1946 con singular éxito
de la crítica y la taquilla. La canción que canta el Tío Remus, Zip-a-Dee-Doo-Dah, fue premiada por la
academia del cine en 1947 como la mejor canción original y todos la conocen aun
hoy en día como una celebración de la primavera y de la libertad. Los cuentos
seleccionados en su película son representados en dibujos animados, pero las
escenas del Tío Remus con el niño son actores reales sobre los que flotan los
dibujos, con una técnica desconocida hasta entonces. A pesar de su éxito en
Estados Unidos y en el resto del mundo, la película inició una característica
controversia de la época. Ha sido calificada como racista y ofensiva por
divulgar una figura denigratoria y atípica de los negros y su jerga. Se acusa,
además, a la película de pintar una imagen idílica y romántica de la esclavitud
y reducir la complejidad e interés de los cuentos a una simple literatura
infantil de los blancos. Por todas estas razones, la película no se puede
proyectar ni divulgar por otros medios en Estados Unidos. Solo en plataformas
como YouTube se pueden ver algunas de sus más famosas escenas de animación.
En su prolífica obra Harris no
solo idealiza la serena placidez de la vida en el ambiente agrario de la
antigua plantación, sino que también aparecen los tópicos de la posguerra: el
irreductible orgullo de la vieja familia arruinada por la guerra (léase también
en William Faulkner) el papel de los negros encumbrados al poder y a la
legislatura de los días de la «reconstrucción», la devoción de los esclavos
emancipados por sus antiguos dueños o el aristocrático defensor de los negros
indefensos (aunque partidario de su segregación). Son relatos emotivos y bien
escritos que destacan los sentimientos que podían unir a blancos y negros pese
a la barrera de la esclavitud, pero son escenas idílicas cuya realidad los
afroamericanos rechazan violentamente. En uno de esos relatos posteriores
Harris cuenta cómo el Tío Remus en plena guerra civil salva al hijo de su amo,
con el que se había criado de niño, hiriendo con un rifle al soldado norteño
que lo acechaba subido a un árbol. Transportado a la casa de los dueños de la
plantación donde fue cuidado con esmero, a pesar de haber sido un enemigo, ese
soldado se enamoró de su hija, con la que contrajo matrimonio. El hijo de esta
pareja es el niño al que el Tío Remus cuenta sus historias. Ahora bien, el
mismo Tío Remus confiesa a veces que se vivía mejor antes de la guerra o se
burla además de los negros de la ciudad, de sus pretensiones y de la pérdida de
las virtudes que antes tenían. El último de los cuentos es particularmente
ofensivo: pinta las delicias de nochebuena cuando los negros vienen desde donde
trabajan en el río, aunque atados a un carro, a la casa solariega de sus dueños
para bailar y cantar mientras los blancos los escuchan emocionados con lágrimas
de cocodrilo.
Sin embargo Harris no oculta
los aspectos más odiosos de la esclavitud. La afrentosa sujeción mantenida con
castigos que llegaban hasta la muerte, la venta de esclavos separando incluso a
las familias, la crueldad de la que eran capaces los esclavistas, el pavor de
los blancos ante la amenaza de una rebelión negra, la arrogancia e
irresponsabilidad de los ricos hacendados en contraste con la suerte de los
blancos pobres (nuevamente William Faulkner), etcétera. Durante toda su vida
continuó publicando artículos en los que defendía la personalidad de los
negros, deploraba el racismo de los blancos y condenaba en particular los
linchamientos. Afirmaba que el problema de la emancipación de los negros era
económico y psicológico: ¿podrían los negros encontrar un trabajo que les
permitiera sobrevivir en el Sur? ¿Cuáles serían los efectos psicológicos de la
intervención de los agentes federales en su defensa, tanto de los mismos negros
bajo una tutela que prolongaba una protección paternalista, como de los blancos
estimulados bajo una posible reacción? Harris consideraba que estos problemas
estaban siendo tratados por el Norte como un balón en su propia partida
política, con grave perjuicio para la solución del problema entre negros y
blancos en el Sur. Harris estaba convencido de que esa solución estribaba en la
educación de los negros, aunque reconocía que eso requeriría un prolongado
periodo. Por esta razón Harris no llegó a superar su convicción de que la raza
blanca tendría que mantener a la negra separada bajo su tutela hasta que su
educación le permitiera una mayor igualdad. Defendía, pues, la causa de los
negros cuando otros no lo hacían, pero no lograba superar la idea de su
segregación[13]. Sus ideas fueron publicadas por
última vez en cuatro importantes artículos que escribió en 1904 para el Saturday
Evening Post.
La controversia que despiertan
los escritos de Joel Chandler Harris no puede, sin embargo, borrar su mérito
literario e incluso histórico. Así lo explica Henry Louis Gates Jr., profesor
de la universidad de Harvard, crítico literario, historiador, productor de
documentales cinematográficos y autor de numerosos escritos sobre la cultura
afroamericana. Ha destacado en la televisión por visibilizar a personalidades
afroamericanas y, desde 2012, ha dirigido la serie televisiva de Encontrando sus raíces que en diez episodios ha descubierto,
valiéndose de ingeniosos métodos de investigación, como del adn, el origen
genealogico y la composición racial, la raíz genética, de celebridades de la
vida americana. Por otro lado ha dado a la luz las primeras novelas escritas
por negros: Our Nigi de Harriet E. Wilson
(1859) y The
Bondwoman’s Narrative
de Hannah Crafts (¿1853?). Frente al canon eurocéntrico de la literatura
occidental su tesis pone en valor la literatura afroamericana con los criterios
estéticos de su origen africano.
El director de la editorial
Liveright, Robert Weil, tuvo la idea de encargar a Henry Louis Gates Jr. y a
una especialista en mitología folclórica, también de Harvard, Maria Tatar, la
publicación de The
Annotated African American Folktales[14] que recoge más
de cien cuentos afroamericanos, y entre ellos unos cuantos de Joel Chandler
Harris, junto con numerosas notas explicativas y varios ensayos introductorios.
En una entrevista publicada por Lovia Gyarkye en la sección bibliográfica de The New York
Times
de 14 de diciembre de 2017, ambos profesores explicaron que su propósito ha
sido el de restaurar del olvido la cultura de los afroamericanos, ya que
durante el siglo XIX y la primera mitad del XX fueron despreciados
como simples residuos del pasado esclavista y no fruto de la riqueza atesorada
que portaban desde sus orígenes africanos.
Sin embargo, como siguen
explicando, la inclusión de los cuentos de Harris provocó una animada discusión
entre Henry Gates y Maria Tatar, ya que esta insistía en que la inaceptable
nostalgia de Harris por el pasado esclavista pudiera dar la impresión de una
reivindicación del pasado esclavista. Henry Louis Gates mantenía, en cambio,
que esa dimensión negativa de la obra de Harris no había impedido que sus
cuentos hubieran sido leídos y escuchados desde siempre en todos los hogares de
los negros, incluso durante su infancia en la casa de su familia en Virginia
Occidental y, es más, son «el primer esfuerzo de primera línea en coleccionar
el folclore afroamericano», iniciando y estimulando el trabajo de los autores
afroamericanos que lo siguieron, como Charles Chesnutt. Maria Tatar acabó
aceptando esta visión de la obra de Harris y añadió que una escritora
afroamericana, Toni Morrison, premio nobel de literatura en 1993, los ha
legitimado al integrarlos en su propia obra.
Con este mismo espíritu
ofrecemos esta traducción para deleite y conocimiento de los ingeniosos cuentos
del Tío Remus, que tanta influencia han tenido en la literatura americana,
esperando que el lector comprenda que Joel Chandler Harris estaba escribiendo
justo después de la guerra civil, en pleno siglo XIX y que sus opiniones
eran evidentemente progresistas para la época. En general, sus ideas nacían del
conflicto de las emociones que le inspiraba la esclavitud. Por un lado se
aferraba a las memorias de la vida tranquila y armoniosa de la antigua
plantación de Turnwold, donde había pasado su primera juventud, bajo un
esclavista que trataba a sus esclavos con indulgencia y generosidad, pero por
otro lado su conciencia le inducía a condenar sin ambages la odiosidad de la
institución de la esclavitud y sus perniciosas consecuencias. Lo más que puede
decirse en defensa de Harris es que retrató la vida en las plantaciones del Sur
antes y después de la guerra exactamente como la veía, por mucho que esto pueda
repeler más de cien años después.
UNAS
PALABRAS SOBRE LA TRADUCCIÓN
La
traducción de los cuentos del Tío Remus presenta complicaciones difíciles de
superar tanto respecto a la transcripción del habla de los negros como de la
particular gracia con la que Harris reproduce el ambiente social y psicológico
de la plantación.
La característica manera del
habla de los negros de aquella época no es propiamente un dialecto. Ha llegado
hasta nuestros días cada vez más influida por el inglés normal a medida que los
negros se han asimilado al resto de la nación. Es difícil de entender y la
transcripción fonética de Harris es aún más difícil de interpretar. Su origen y
su particular gramática han sido muy estudiados y discutidos. Para unos es
simplemente un vernáculo criollo parecido o derivado de los que se hablan en el
Caribe. Para otros, en cambio, se ha originado en Norteamérica por una
combinación de los idiomas del África Occidental y del viejo inglés que se
hablaba en el sur de Estados Unidos. Es difícil detectar la influencia original
de los idiomas africanos, porque no se los conoce suficientemente, pero han
contribuido a divulgar ciertas palabras en el inglés americano, tal como gumbo, el conocido guiso de
Luisiana, goober por maní, yam por batata, y banjo el típico instrumento
de cuerda del folclore musical. El extraordinario lingüista de la universidad
de Harvard, John McWhorter, mantiene que la contribución de esos idiomas
africanos o de los criollos del Caribe al vernáculo de los negros en Estados
Unidos es mínima; se deriva más bien del peculiar inglés que hablaban los
primeros colonos ingleses en el continente americano. Es «un híbrido de los
dialectos regionales de Gran Bretaña al que los esclavos fueron expuestos
cuando trabajaban frecuentemente con los que servían penas o contratos de
servidumbre (Indentured
servants)
que hablaban en esos dialectos»[15]. El vernáculo de los negros del
Sur comparte gramatical y fonéticamente las maneras de hablar del mundo rural
del Sur.
Intenté encontrar una manera
parecida de reproducir en español ese idioma: imposible hacerlo con cualquiera
de las diversas jergas hispánicas y ni siquiera con la manera en que hablan los
negros en Cuba. La diferencia cultural no lo permite. El negro en
Hispanoamérica, aunque sufrió y sufre discriminación racial, estuvo plenamente
integrado en la sociedad hispana, mientras que en Estados Unidos y en las
colonias británicas, francesas y holandesas estuvo siempre apartado no solo de
la educación sino también de las maneras y relaciones sociales de los blancos.
Esto separa nítidamente a los negros hispanos, y su manera de hablar, de los
negros del Sur. Hasta hace algunos años, esta diferencia se reconocía en el
censo de Estados Unidos al separar en sus categorías a los afroamericanos (los
negros en general) de los de origen hispano.
Así pues, me resigné a traducir
esos maravillosos y enrevesados diálogos en un español estándar, intentando
capturar su ambiente con un lenguaje lo más rural y campesino que he podido. Lo
mismo hacen las publicaciones de los cuentos del Tío Remus que se han hecho en
un inglés normal para su mejor conocimiento y en los libros para niños. Un
problema singular presentaba la hermandad con la que los protagonistas de los
cuentos se llaman los unos a los otros: «hermano tal» y «hermano cual», solo
que en el vernáculo la palabra brother y sister (hermano y hermana) se abrevian en brer y sis[16]. No he
encontrado otra manera de traducir esta abreviatura en español más que con el
mexicano mano y mana,
abreviaturas de hermano y hermana que en el mundo hispano todos conocen y
comprenden. Más difícil aún es el curioso dialecto del Papi Chak, un auténtico
africano que venía de las Islas Marítimas, islas costeras de Georgia y Carolina
del Sur, donde se hablaba un vernáculo criollo casi imposible de entender y que
Harris explica y detalla cuando su protagonista aparece en escena: carece de
artículos, conjugaciones y género. Es particularmente difícil de traducir a un
idioma latino que está mucho más estructurado que el inglés con esos elementos.
Mi traducción de estas singulares parrafadas es, naturalmente, subjetiva e
irregular: me he dejado guiar por lo que espontáneamente me inspira su dicción
siempre que continúe siendo inteligible.
No obstante, es tanto lo que se
pierde de su aire original, el característico modo de vida de los negros en las
plantaciones de esa época, las íntimas relaciones de sus protagonistas,
expuestas lejos de la influencia de sus dueños blancos, que varias veces
desistí de continuar su traducción. Sin embargo, a medida que avanzaba, esos
cuentos me fueron cautivando tanto que finalmente decidí terminar su traducción
para que el lector en español pueda al menos hacerse una idea de su tenor, tan
difundido en la literatura americana y en particular por la película Canción del Sur, que quizá algún día vuelva a poder
proyectarse, cuando hayan pasado las aristas de sus aspectos denigratorios para
los negros. Espero que el lector avisado llegue también a estar de acuerdo
conmigo en que merecían conocerse y que pueda gozar con las divertidas piruetas
de Mano Conejo y las criaturas de su mundo.