Capítulo
XLII
De la desigualdad que existe entre nosotros
Dice
Plutarco, en un pasaje de sus obras, que encuentra menos diferencia entre dos
animales que entre un hombre y otro hombre; y para sentar este aserto habla
sólo de la capacidad del alma y de sus cualidades internas. Yo, a la verdad,
creo firmemente que Epaminondas, según yo lo imagino, sobrepasa en grado tan
supremo a tal o cual hombre que conozco (y hablo de uno capaz de sentido común)
que a mi entender puede amplificarse el dicho de Plutarco, diciendo que hay
mayor diferencia de tal hombre a cual otro, que entre tal hombre y tal animal:
Hem!, vir
viro quid praestat?[1]
y
que existen tantos grados en el espíritu humano como razas de la tierra al
cielo, y tan innumerables. Y a propósito del juicio que se hace de los hombres,
es peregrino que, salvo personas, ninguna otra cosa se considere más que
-221- por sus cualidades peculiares.
Alabamos a un caballo por su vigor y destreza,
Volucrem
sic
laudamus equum, facili cul plurima palma
fervet, et
exsultat rauco victoria circo[2],
no
por los arreos que le adornan; a un galgo por su rápida carrera, no por el
collar que lleva; a un halcón por sus alas, y no por sus adminículos
venatorios; ¿porqué no hacemos otro tanto con los hombres, estimándoles sólo
por las cualidades que constituyen su naturaleza? Tal individuo lleva una vida
suntuosa, es dueño de un hermoso palacio, dispone de crédito y rentas, pero
todo eso está en su derredor, no dentro de él. Si tratáis de adquirir un
caballo, le despojáis primero de sus arneses, le veis desnudo y al descubierto;
o si tiene algo encima, como antiguamente se presentaban a nuestros príncipes
cuando querían comprarlos, sólo les cubre las partes principales, cuya vista es
menos necesaria para formar idea de sus cualidades, a fin de que no se repare
en la hermosura del pelo o en la anchura de sus ancas, sino más principalmente
en las manos, los ojos y el casco, que son los miembros que prestan al animal
mayores servicios:
Regibus
hic mos est: ubi equos mercantur, opertos
inspiciunt;
ne, si facies, ut saepe, decora
molli fulta pede est, emptorem inducat hiantem,
quod
pulchrae clunes, breve quod caput, ardua cervix[3]
¿por
qué al poner nuestra atención en un hombre le consideramos completamente
envuelto y empaquetado? Así no nos muestra sino las cosas que en manera alguna
le pertenecen, y nos oculta aquellas por las cuales solamente puede juzgarse de
su valer. Lo que se busca es el valor de la espada, no el de la vaina que la
cubre; por aquélla no se daría quizás ni un solo ochavo si se viera desnuda. Es
preciso juzgar al hombre por sí mismo, no por sus adornos ni por el fausto que
le rodea, y como dice ingeniosamente un antiguo filósofo: «¿Sabéis por qué le
creéis de tal altura? porque no descontáis los tacones.» «El pedestal no entra
para nada en la estatua, medidle sin sus zancos; que ponga a un lado sus
riquezas y honores, y que se presente en camisa. ¿Tiene el cuerpo bien
dispuesto a la realización de todas sus funciones? ¿Goza de buena salud, y está
contento? ¿Cuál es el temple de su alma? ¿Esta es hermosa, capaz, -222- y se halla felizmente provista de todas
las prendas que constituyen un alma perfecta? ¿Es rica por sus propios dones, o
por dones prestados? ¿La es indiferente la fortuna? ¿Es capaz de aguardar los
males con presencia de ánimo? ¿Posee empeño en saber si el lugar por donde la
vida nos escapa es la boca o la garganta? ¿Tiene el alma tranquila, constante y
serena? He aquí todo cuanto es indispensable considerar para informarse de la
extrema diferencia que existe entre los hombres. Es, como Horacio decía:
Sapiens,
sibique imperiosus;
quem neque
pauperies, neque mors, neque vincula terrent;
responsare
cupidinibus, contemnere honores
fortis; et
in se ipso totus teres atque rotundus,
externi ne
quid valeat por laeve morari;
in quem
manca ruit semper fortuna?[4]
Un
hombre de tales prendas está a quinientas varas por cima de reinos y ducados.
Él mismo constituye su propio imperio,
Sapiens... poi ipse fingit fortunam sibi[5]:
¿qué
más puede desear?
Nonne
videmus,
nil aliud
sibi naturam latrare, nisi ut, quoi
corpore
sejunctus dolor absit, mente fruatur
jucundo
sensu, cura semotu metuque?[6]
Comparad
con él la turba estúpida, baja, servil y voluble, que flota constantemente a
merced del soplo de las múltiples pasiones que la empujan y rempujan, y que
depende por entero de la voluntad ajena, y encontraréis que hay mayor distancia
entre uno otro que la que existe del cielo a la tierra. Y sin embargo la
ceguedad de nuestro espíritu es tal que en las cosas dichas no reparamos al
juzgar a los hombres, allí mismo donde si comparásemos un rey y un campesino un
noble y un villano, un magistrado y un particular, un rico y un pobre, preséntanse
a nuestra consideración, por extremos diferentes, no obstante podría decirse
que no lo son más que por el vestido que llevan.
El
rey de Tracia distinguíase de su pueblo por modo bien característico y
altanero; profesaba una religión distinta; tenía un dios para él solo, que a
sus súbditos no les era permitido adorar, Mercurio, y desdeñaba las divinidades
-223- a que sus vasallos rendían
culto: Marte, Baco y Diana. Tales distinciones no son más que formas externas,
que no establecen ninguna diferencia esencial, pues a la manera de los cómicos
que en escena representan ya un duque o un emperador, ya un criado o un
miserable ganapán, y ésta es su condición primitiva, así el emperador cuya
pompa os deslumbra en público,
Scilicet
et grandes viridi cum luce smaragdi
auro
includuntur, teriturque thalassina vestis
assidue,
et Veneris audorem exercita potat[7]:
vedle
detrás del telón; no es más que un hombre como los demás, y a veces más villano
que el último de sus súbditos: ille beatus introrsum est; istius bracteata felicitas
est[8];
la cobardía, la irresolución, la ambición, el despecho y la envidia, le agitan
como a cualquiera otro hombre:
Non enint gazae, neque consularis
summovet
lictor miseros tumultus
mentis, et
curas laqueata circum
tecla
volantes[9]:
y
la intranquilidad y el temor le dominan aun en medio de sus ejércitos.
Re veraque
metus hominum, curaeque sequaces
nec
metuunt sonitus armorum, nec fera tela;
audacterque
inter reges, rerumque potentes
versantur,
neque fulgorem reverentur ab auro.[10]
La
calentura, el dolor de cabeza y la gota, le asaltan como a nosotros. Cuando la
vejez pesa sobre sus hombros, ¿podrán descargarle de ella los arqueros de su
guardia? Cuando el horror de la muerte le hiere, ¿podrá tranquilizarse con la
compañía de los nobles de su palacio? Cuando se halla dominado por la envidia o
el mal humor, ¿le calmarán nuestros corteses saludos? Un dosel cubierto de oro
y pedrería carece por completo de virtud para aliviar los sufrimientos de un
doloroso cólico.
Nec
calidae citius decedunt corpore febres,
textilibus
si in picturis, ostroque rubenti
jactaris,
quam si plebeia in vesto cubandum est.[11]
-224-
Los
cortesanos de Alejandro Magno le hacían creer que Júpiter era su padre. Un día
que fue herido, al mirar cómo la sangre salía de sus venas «Qué me decís ahora?
dijo. No es esta sangre roja como la de los demás humanos? Es bien diferente de
la que Homero hace brotar de las heridas de los dioses.» El poeta Hermodoro
compuso unos versos en honor de Antígono, en los cuales le llamaba hijo del
sol; éste contestó que no había tal, y añadió: «El que limpia mi sillón de
servicio, sabe muy bien que no hay nada de eso.» Es un hombre como todos los
demás,.y si por naturaleza es un hombre mal nacido, el mismo imperio del
universo mundo no podrá darle un mérito que no tiene.
Puellae
nunc
rapiant; quidquid calcaverit hic, rosa fiat.[12]
¿Qué
vale ni qué significa toda la grandeza si es un alma estúpida y grosera? El
placer mismo y la dicha no se disfrutan careciendo de espíritu y de vigor:
Haec perinde sunt, ut illius animus, qui ea possidet:
qui uti
scit, ei bona; illi, qui non utitur recte, mala.[13]
Para
gozar los bienes de la fortuna tales cuales son es preciso estar dotado del
sentimiento propio para disfrutarlos. El gozarlos no el poseerlos, es lo que
constituye nuestra dicha.
Non domus
el fundus, non aeris acervus,
aegroto
domini deduxit corpore febres,
non animo
curas. Valeat possessor oportet.
Qui comportatis rebus bene cogitat uti:
qui cupit, aut metuit, juvat illum sic domus, aut res,
ut lippum
pictae tabulae, fomenta podagram.[14]
Si
una persona es tonta de remate, si su gusto está pervertido o embrutecido, no
disfruta de aquéllos, del propio modo que un hombre constipado no puede gustar
la dulzura del vino generoso, ni un caballo la riqueza del arnés que le cubre.
Dice Platón que la salud, la belleza, la fuerza, las riquezas, y en general
todo lo que llamamos bien, se convierte en mal para el injusto y en bien para
el justo, y el mal al contrario. Además, cuando el alma o el cuerpo sufren, ¿de
qué sirven las comodidades externas, puesto su que el más leve pinchazo de
alfiler, la más insignificante -225-
pasión del alma bastan a quitarnos hasta el placer que podría procurarnos el
gobierno del mundo? A la primera manifestación del dolor de gota, al que la
padece, de nada le sirve ser gran señor o majestad,
Totus et
argento confiatus, totus et auro[15],
¿no
se borra en su mente el recuerdo de sus palacios y de sus grandezas? ¿Si la
cólera le domina, su principalidad le preserva de enrojecer, de palidecer, de
que sus dientes rechinen como los de un loco? En cambio, si se trata de un
hombre de valer y bien nacido, la realeza añade poco a su dicha:
Si ventri
bene, si lateri est, pedibusque tuis, nil
divitiae poterunt regales addere majus[16];
verá
que los esplendores y grandezas no son más que befa y engaño, y acaso será el
parecer del rey Seleuco, el cual aseguraba que quien conociera el peso de un
cetro no se dignaría siquiera recogerlo del suelo cuando la encontrara por
tierra; y era ésta la opinión de aquel príncipe por las grandes y penosas
cargas que incumben a un buen soberano. No es ciertamente cosa de poca monta
tener que gobernar a los demás cuando el arreglo de nuestra propia conducta nos
ofrece tantas dificultades. En cuanto al mandar, que parece tan fácil y
hacedero, si se considera la debilidad del juicio humano y la dificultad de
elección entre las cosas nuevas o dudosas, yo creo que es mucho más cómodo y
más grato el obedecer que el conducir, y que constituye un reposo grande para
el espíritu el no tener que seguir más que una ruta trazada de antemano, y el
no tener tampoco que responder de nadie, más que de sí mismo:
Ut satius
multo jam sit parere quietum,
quam
regere imperio res velle.[17]
Decía
Ciro que no pertenecía el mando sino a aquel que es superior a los demás. El
rey Hierón, en la historia de Jenofonte, dice más todavía en apoyo de lo
antecedente que en el goce de los placeres mismos son los reyes de condición
peor que los otros hombres por el bienestar y la facilidad de los goces les
quitan el sabor agridulce que nosotros encontramos en los mismos.
Pinguis
amor, nimiumque potens, in taedia nobis
vertitur,
et, stomacho dulcis ut esca, nocet.[18]
-226-
¿Acaso
los monaguillos que cantan en el coro encuentran placer grande en la música? La
saciedad la convierte para ellos en pesada y aburrida. Los festines, bailes,
mascaradas y torneos divierten a los que no los presencian con frecuencia, a
los que han sentido anhelo por verlos; mas a quien los contempla a diario lo
cansan, son para él insípidos y desagradables; tampoco las mujeres cosquillean
a quien puede procurárselas a su sabor; el que no aguarde a tener sed, no
experimentará placer cuando beba; las farsas de los titiriteros nos divierten,
pero a los que las representan los fatigan y dan trabajo. Y la prueba de que
todo esto es verdad, es que constituye una delicia para los príncipes el poder
alguna vez disfrazarse, descargarse de su grandeza, para vivir provisionalmente
con la sencillez de los demás hombres:
Plerumeque
gratae principibus vices,
mundaeque
parvo sub lare pauperum
caenae,
sine aulaeis et ostro,
sollicitam
explicuere frontem.[19]
Nada
hay tan molesto ni que tanto empache como la abundancia. ¿Qué lujuria no se
asquearía en presencia de trescientas mujeres a su disposición, como las tiene
actualmente el sultán en su serrallo? ¿Qué placer podría sacar de la caza un
antecesor del mismo, que jamás salía al campo sin la compañía de siete mil
halconeros? Yo creo que el brillo de la grandeza procura obstáculos grandes al
goce de los placeres más dulces. Los príncipes están demasiado observados, en
evidencia siempre, y se exige de ellos que oculten y cubran sus debilidades,
pues lo que en los demás mortales es sólo indiscreción, el pueblo lo juzga en
ellos tiranía, olvido y menosprecio de las leyes. Aparte de la inclinación al
vicio diríase que los soberanos juntan el placer de burlarse y pisotear las
libertades públicas. Platón en su diálogo Gorgias,
entiende por tirano aquel que tiene licencia para hacer en una ciudad todo
cuanto le place; por eso en muchas ocasiones la vista y publicidad de los
monarcas es más dañosa para las costumbres que el vicio mismo. Todos los
mortales temen ser vigilados; los reyes lo son hasta en sus más ocultos
pensamientos, hasta en sus gestos; todo el pueblo eres tener derecho e interés
en juzgarlos. Además, las manchas adquieren mayores proporciones según el lugar
en que están colocadas; una peca o una verruga en la frente parecen mayores que
en otro lugar no lo sería una profunda cicatriz. He aquí por qué los poetas
suponen los amores de Júpiter conducidos bajo otro aspecto diferente del suyo
verdadero; y de tan -227-
diversas prácticas amorosas como le atribuyen, no hay más que una sola en que
aparezca representado en toda su grandeza y majestad.
Pero
volvamos a Hierón, el cual refiere también cuántas molestias su realeza le
proporciona, por no poder ir de viaje con entera libertad, sintiéndose como
prisionero dentro de su propio país, y a cada paso que da, viéndose rodeado por
la multitud. En verdad, al ver a nuestros reyes sentados solos a la mesa,
sitiados por tantos habladores y mirones desconocidos, he experimentado piedad
más que ojeriza. Decía el rey Alfonso que los asnos eran en este punto de
condición mejor que los soberanos; sus dueños los dejan pacer a sus anchas, y
los reyes no pueden siquiera alcanzar tal favor de sus servidores. Nunca tuve
por comodidad ventajosa, para la vida de un hombre de cabal entendimiento, el
que tenga una veintena de inspeccionadores cuando se encuentra sentado en su
silla de asiento; ni que los servicios de un hombre que tiene diez mil libras
de venta, o que se hizo dueño de Casai y defendió Siena, fueran mejores y más
aceptables que los de un buen ayuda del cámara lleno de experiencia. Las
ventajas de los príncipes son casi imaginarias; cada grado de fortuna tiene
alguna imagen de principado; César llama reyezuelos a los señores de Francia,
que en su tiempo tenían derecho de justicia. Salvo el nombre de Sire, que los
particulares no tenemos, todos somos poderosos con nuestros reyes. Ved en las
provincias apartadas de la corte, en Bretaña, por ejemplo, el lujo, los
vasallos, los oficiales, las ocupaciones, el servicio y ceremoniales de un
caballero retirado, que vive entre sus servidores; ved también el vuelo de su
imaginación; nada hay que más de cerca toque con la realeza; oye hablar de su
soberano una vez al año, como del rey de Persia, y no la reconoce sino por
cierto antiguo parentesco que su secretario guarda anotado en el archivo de su
castillo. En verdad nuestras leyes son sobrado liberales, y el peso de la
soberanía no toca a un gentilhombre francés apenas dos veces en toda su vida.
La sujeción esencial y efectiva no incumbe entre nosotros sino a los que se
colocan al servicio de los monarcas, y tratan de enriquecerse cerca de ellos,
pues quien quiere mantenerse obscuramente en su casa, sabe bien gobernarla sin
querellas ni procesos, es tan libre como el dux de Venecia. Paucos servitus, plures
servitutem tenent[20].
Hierón insiste principalmente en la circunstancia de verse privado de toda
amistad y relación social, en la cual consiste el estado más perfecto y el
fruto más dulce de la vida humana. Porque, en realidad, puede decirse el
monarca: «¿Qué testimonio de afecto ni de buena voluntad puedo yo -228- alcanzar de quien me debe, reconózcalo o
no, todo cuanto es y todo cuanto tiene? ¿Puedo yo tomar en serio su hablar
humilde cortés reverencia, si considero que no depende de él proceder de otro
modo? El honor que nos tributan los que nos temen, no merece tal nombre; esos
respetos tribútanse a la realeza, no al hombre:
Maximum hoc regni bonum est,
quod facta
domini cogitor populus sui
quam ferre, tain laudare.[21]
¿No
veo yo que esos honores reverencias se consagran por igual al rey bueno o malo,
al que se odia lo mismo que al que se ama? De iguales ceremonias estaba rodeado
mi predecesor; de idénticas lo será mi sucesor. Si de mis súbditos no recibo
ofensa, con ello no me testimonian afección alguna. ¿Por qué interpretar su
conducta de esta suerte, si se considera que no podrían inferirme daño aun
cuando en ello pusieran empeño? Ninguno me sigue, ama, ni respeta por la
amistad particular que pueda existir entre él y yo, pues la amistad es imposible
donde faltan la relación y correspondencia; mi altura me ha puesto fuera del
comercio de los hombres; hay entre éstos y yo demasiada distancia, demasiada
disparidad. Me siguen por fórmula y costumbre, o más bien que a mí a mi
fortuna, para acrecentar la suya. Todo cuanto me dicen y todo cuanto hacen no
es más que artificio, puesto que su libertad está coartada por doquiera,
gracias al poder omnímodo que tengo sobre ellos; nada veo en derredor mío que
no está encubierto y disfrazado.»
Alabando
un día sus cortesanos a Juliano el emperador porque administraba una justicia
equitable, el monarca les contestó: «Enorgulleceríanme de buen grado esas
alabanzas si viniesen de personas que se atrevieran a acusar o a censurar mis
actos dignos de reproche.» Cuantas ventajas gozan los príncipes son comunes con
las que disfrutan los hombres de mediana fortuna (sólo en manos de los dioses
hombres reside el poder de montar en caballos alados y alimentarse de
ambrosía), no gozan otro sueño ni apetito diferentes de los nuestros; su acero
tampoco es de mejor temple que el de que nosotros estamos armados, su corona no
les preserva de la lluvia ni del sol.
Diocleciano,
que ostentó una diadema tan afortunada y reverenciada, resignola para
entregarse al placer de una vida recogida; algún tiempo después, las
necesidades de los negocios públicos exigieron de nuevo su concurso, y
Diocleciano contestó a los que le rogaban que tomara otra vez las riendas del
gobierno: «No intentaríais persuadirme con -229-
vuestros deseos si hubierais visto el hermoso orden de los
árboles que yo mismo he plantado en mis jardines y los hermosos melones que he
sembrado.»
En
opinión de Anacarsis, el estado más feliz sería aquel en que todo lo demás
siendo igual, la preeminencia y dignidades fueran para la virtud, y lo sobrante
para el vicio.
Cuando
Pirro intentaba invadir la Italia, Cineas, su prudente consejero, queriéndole
hacer sentir la vanidad de su ambición, le dijo: «¿A qué fin, señor, emprendéis
ese gran designio? -Para hacerme dueño de Italia», contestó al punto el
soberano.» ¿Y luego, siguió el consejero, cuando la hayáis ganado? -Conquistaré
la Galia y España. -¿Y después? -Después subyugaré el África; y por último,
cuando haya llegado a dominar el mundo, descansaré y viviré contento a mi gusto.
-Por Dios, señor, repuso Cineas al oír esto; decidme: ¿por qué no realizáis
desde ahora vuestro intento? ¿por qué desde este momento mismo no tomáis el
camino del asilo a que decís aspirar, y evitáis así el trabajo y los azares que
vuestras expediciones acarrearán?»
Nimirum,
quia non bene norat; quae esset habendi
finis, et
omnino quoad crescat vera voluptas.[22]
Cerraré
este pasaje con una antigua sentencia que creo singularmente adecuada al asunto
de que hablo: Mores
cuique sui fingunt fortunam[23].
[1] ¡Cuán superior puede ser un hombre a otro!
TERENCIO, Eunuco, act. II, esc. 3, v. 1. (N. del T.)
[2] Se estima un corcel arrogante y animoso, que
muestra en la carrera su vigor hirviente; a quien nunca abate la fatiga, y que
sobre la plata cubriose mil veces con el polvo que levantó su casco. JUVENAL,
XIII, 57. (N. del T.)
[3] Cuando los príncipes compran sus caballos
acostumbran a examinarlos cubiertos, temiendo que si por ejemplo un animal
tiene los remos defectuosos y hermoso el semblante, como acontece con
frecuencia, el comprador no se deje seducir por la redondez de la grupa, la
delicada cabeza o por el cuello levantado y apuesto. HORACIO, Sát., I, 2, 36.
(N. del T.)
[4] ¿Es virtuoso y dueño de sus acciones?, ¿sería
capaz de afrontar la indigencia, la esclavitud y la muerte?, ¿sabe resistir el
empuje de sus pasiones y menospreciar los honores? Encerrado consigo mismo y
semejante a un globo perfecto a quien ninguna aspereza impide rodar, ¿ha
logrado que nada en su existencia dependa de la fortuna? HORACIO, Sát., II, 7,
83. (N. del T.)
[5] El hombre prudente labra su propia dicha.
PLAUTO, Trinummus, acto II, esc. II, v. 48. (N. del T.)
[6] Oíd la voz de la naturaleza. ¿Qué es lo que
de vosotros solicita?, un cuerpo exento de dolores; un alma libre de terrores o
inquietudes. LUCRECIO, II, 16. (N. del T.)
[7] Porque en sus dedos brillan engastadas en el
oro las esmeraldas más grandes y del verde más deslumbrador; porque va siempre
ataviado con ricas vestiduras al disfrutar sus vergonzosos placeres. LUCRECIO,
IV, 1123. (N. del T.)
[8] La felicidad del hombre cuerdo reside en él
mismo. La exterior no es más que una dicha superficial y pasajera. SÉNECA,
Epíst. 115. (N. del T.)
[9] Ni los amontonados tesoros, ni las cargas consulares
pueden libertarle de las agitaciones de su espíritu, ni de los cuidados que
revolotean bajo sus artesonados techos. HORACIO, Od., III 16, 9. (N. del T.)
[10] El temor y las preocupaciones, inseparable
cortejo de la vida humana, no se asustan del estrépito de las armas; muéstranse
ante la corte de los reyes, y sin respetos hacia el trono se sientan a su lado.
LUCRECIO, II, 47. (N. del T.)
[11] La fiebre nos os abandonará con mayor premura
por estar tendidos sobre la púrpura, o sobre tapiz rico y costoso. Con la misma
fuerza os dominará que el estuvierais acostados en plebeyo lecho. LUCRECIO, II,
34. (N. del T.)
[12] Que las doncellas se lo disputen, que por
doquiera nazcan las rosas bajo sus plantas. PERSIO, II, 38. (N. del T.)
[13] Estas cosas son lo que su poseedor las
trueca: bienes, para quien de ellas sabe hacer un uso acertado; males, para
quien no. TERENCIO, Heautont, acto I, esc. III, v.21. (N. del T.)
[14] Esta soberbia casa, estas tierras dilatadas,
estos montones de oro y plata ¿alejan las enfermedades y los cuidados de su
dueño? Para disfrutar de lo que se posee precisa encontrarse sano de cuerpo y
de espíritu. Para quien se encuentra atormentado por el temor y el deseo, todas
esas riquezas son como el calor para un gotoso, o como la pintura para aquel
cuya vista no puede soportar la luz. HORACIO. Epíst., I, 2, 47. (N. del T.)
[15] Todo cubierto de plata, todo resplandeciente
de oro. TIBULO, I, 2, 70. (N. del T.)
[16] ¿Tienes el estómago en regla y el pecho
robusto? ¿Te encuentras libre del mal de gota? Las riquezas de los reyes no
podrían añadir ni un ápice a tu bienandanza. HORACIO, Epíst., I, 12, 5. (N. del
T.)
[17] Vale más obedecer tranquilamente que echarse
a cuestas la pesada carga de los negocios públicos. LUCRECIO, V, 11126 (N. del
T.)
[18] El amor disgusta cuando recibe buen trato. Es
un alimento grato, cuyo exceso daña. OVIDIO, Amor., II, 19, 25. (N. del T.)
[19] Los grandes gustan de la variedad; bajo la
humilde techumbre de pobre una comida frugal aleja los cuidados de sus pechos.
HORACIO, Od., III, 29, 13. (N. del T.)
[20] Pocos hombres están sujetos a la servidumbre;
muchos más son los que a ella se entregan voluntariamente. SÉNECA, Epíst. 22
(N. del T.)
[21] La ventaja mayor de la realeza consiste en
que los pueblos están obligados no sólo a soportarla, sino también a alabar las
acciones de sus soberanos. SÉNECA, Thyest, 1, acto II, esc. I, v. 30. (N.
del T.)
[22] No conocía los límites que deben sujetar los
deseos; ignoraba hasta dónde puede llegar el placer verdadero. LUCRECIO, V,
1431. (N. del T.)
[23]
Cada cual se prepara a sí mismo su
destino. CORN. NEP. Vida de. (N. del T.)