martes, 8 de septiembre de 2020

44 escritores de la literatura universal. BALZAC Y LOS ACREEDORES. Marchalamo Jesús y Flores Damián.

 



Balzac y los acreedores


Si se trata de Balzac hay que hablar de tres cosas: su pelo, sus sortijas y su bastón. Ningún otro rasgo ha despertado tanto interés entre sus biógrafos, nada, en su vida, ha hecho correr tanta tinta como su melena impermeable a los peines —asilvestrada, arrebolada, airosa, un poco de mañana de resaca—; la variedad de sus anillos, de papa o de monarca, y las empuñaduras de sus cachavas. Suficiente para una caricatura.

Vivía en Les Jardies. Una pequeña propiedad cerca de París salpicada de árboles diminutos y empinadas terrazas, donde él mismo dirigió la construcción de la casa en la que, hélas!, se olvidó de la escalera. Por más que los albañiles preguntaran por ella —su localización en planta, la calidad de los materiales, el diseño de la barandilla—, el ocupado Honoré, pendiente de otros aspectos más urgentes de la obra, fue postergando la decisión hasta que se retiraron los andamios y la imposibilidad de acceder a los pisos superiores se hizo evidente. Así que hubo que improvisar: ponerla por fuera, en la parte trasera, como pertinaz homenaje a su impericia.

En esa casa, poco más que un pabellón umbrío y destartalado, vivió gran parte de su vida rodeado de un mobiliario inexistente que fue garabateando en las paredes, con un trozo de tiza, y que nunca llegó a comprar: aquí una cómoda —se leía—, aquí un zócalo de mármol, aquí una chimenea… Allí trabajaba, siempre de madrugada, corrigiendo una y otra vez, y de allí salía a pasear, a menudo, con sus andares torpes, sinuosos, como los de un paquidermo. Le gustaba caminar de noche, para pensar, por los bosques de Ville d’Auray y de Versalles. Y había veces en que aparecía en la plaza, ya amanecido, con pantuflas y bata, despeinado, sin reloj ni dinero, como un sonámbulo, y que tenía que volver a casa en el tranvía, contando con la complicidad del conductor que hacía la vista gorda cuando subía sin pagar.

Sus deudas fueron legendarias. Los acreedores llamaban a su puerta haciendo sonar una campanilla (se decía que de plata), y se enfrentaban a su silencio indiferente, un muro, cuando no a los ladridos amenazantes, intimidatorios, de un enorme perrazo, El Turco, todo dientes y fauces espumosas y ojos inyectados, temible y homicida. Y fue la comidilla nacional aquella señora, no se supo quién era, que cierta noche, en el transcurso de un baile de disfraces, se acercó hasta él y le deslizó un grueso fajo de billetes para a continuación desaparecer apresuradamente, enmascarada, entre los pierrots, los arlequines y los napoleones.

Un día lo visitó Victor Hugo. Desarrapados ambos, algo andrajosos. Uno, el pantalón sin tirantes; otro, la corbata raída. Uno, los zapatos sucios; otro, el chaleco falto de botones. Hugo fue parco en sus cumplidos, a juzgar por lo que contaron los testigos. Solo, casi al final, elogió la belleza de los alhelíes. «Son bonitos», dijo señalando difuso con el dedo. 

Fuente:

·      Editorial : Siruela; 2nd Edición (9 Febrero 2010)

·      Idioma: : Español

 

lunes, 7 de septiembre de 2020

BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA UNIVERSAL. ORTIZ AGUIRRE ENRIQUE. GRECIA- POESÍA LÍRICA.

 


 

LA POESÍA LÍRICA

Mientras que la poesía épica se ocupa de narrar una serie de sucesos o acontecimientos del pasado glorioso, la poesía lírica se inclina por un tono más íntimo, por convertirse en vehículo excepcional para la expresión de las dimensiones de lo emocional y lo subjetivo. Hay dos tipos fundamentales: la coral y la individual. La primera está concebida para ser cantada a varias voces y la segunda es de recitación individual. En la coral, destaca la figura de Píndaro, capaz de llevar esta modalidad lírica a su culmen y que es uno de los poetas más conocidos de la Antigüedad. Se trata de una modalidad alejada de nuestros tiempos y un tanto compleja en su construcción, que también cultivaron poetas como Simónides o Baquílides; además, al parecer, se trataba de una lírica que iba acompañada de música y baile. Entre su poesía, sobresalen los epinicios, cuarenta y cinco odas organizadas en cuatro libros que ensalzan la figura del atleta vencedor en tanto en cuanto encierra la areté aristocrática, a la que pertenecía, representaba y defendía: la armonía, perseverancia, disciplina, fuerza, rigor. Una exaltación que se relacionaba con mostrar, sin derramamiento de sangre, el potencial bélico con el que todos los conciudadanos se identificaban por su condición representativa y heroica. Sus célebres poemas solían terminar con una reflexión sentenciosa, como puede comprobarse en el fragmento de este epinicio, dedicado al vencedor Aristómenes de Egina, en traducción de Carlos García Gual:

Pero los éxitos no dependen de los hombres; la divinidad los da,

lanzando unas veces a uno a lo alto, y aplastando a otro.

Avanza con mesura. Tienes el premio ganado en Mégara,

y el del valle de Maratón, y en el certamen local de Hera

tres victorias, Aristómenes, conquistaste tu empeño.

Sobre cuatro adversarios arremetiste

desde lo alto, planeando su daño.

Para ellos no se decidió de igual modo que para ti

en Delfos un regreso jubiloso,

ni al llegar de vuelta junto a su madre una suave sonrisa

suscitó el regocijo. Por las callejuelas,

a escondidas de sus enemigos

se deslizan temerosos, desgarrados por su fracaso.

pero quien ha obtenido algún reciente triunfo

muy airoso se eleva

impulsado por su gran esperanza

sobre los alados poderes de su hombría,

y tiene una meta superior a la riqueza.

En breve espacio crece la dicha de los mortales. E igual

de pronto cae por tierra, zarandeada por un designio ineluctable.

¡Seres de un día! ¿Qué es uno? ¿Qué no es?

En cuanto a los grandes poetas líricos en la modalidad individual, podemos destacar tres nombres en orden cronológico, de mayor a menor: Alceo, Safo y Anacreonte. Los dos primeros fueron contemporáneos y se presume que también amantes. Alceo es considerado uno de los mejores poetas de su época (al parecer, también soldado), aunque nos ha llegado poco de su producción y todo ello gracias a la admiración que le profesaba Horacio, autor de las traducciones latinas que conocemos. Un autor reconocido que trató tanto la temática de tipo erótico como político desde su posición de aristócrata en Mitilene, en la célebre isla de Lesbos. Además, hay en sus poemas una permanente exaltación de la embriaguez y cualquier ocasión es buena para su celebración. Compartió poemas con la poetisa Safo y su crecimiento lírico se explica también desde su influencia mutua. Como es común en estos casos, su producción nos llega de forma fragmentada:

Bebe y emborráchate, Melanipo, conmigo. ¿Qué piensas?

¿Qué vas a vadear de nuevo el vorticoso Aqueronte,

Una vez ya cruzado, y de nuevo del sol la luz clara

Vas a ver? Vamos, no te empeñes en tamañas porfías.

En efecto, también Sísifo, rey de los eolios, que a todos

Superaba en ingenio, se jactó de escapar a la muerte.

Y, desde luego, el muy artero, burlando su sino mortal,

Dos veces cruzó el vorticoso Aqueronte. Terrible

Y abrumador castigo le impuso el Crónida más tarde

Bajo la negra tierra. Con que, vamos, no te ilusiones.

Mientras jóvenes seamos, más que nunca, ahora importa

Gozar de todo aquello que un dios pueda ofrecernos.

Traducción de Carlos García Gual

Safo de Mitelene

La invitación al disfrute y la sensualidad son evidentes desde la asunción de lo inevitablemente efímero de nuestra condición. Esta sensualidad también presidirá las poesías de Safo, la poeta más traducida de la Antigüedad clásica, que fue descrita por el propio Alceo en uno de sus poemas de la siguiente manera: «Safo la pura, sonrisa de miel y cabello violeta», cita que podemos encontrar en el volumen Letras de Eduardo Crema. Es la poeta más antigua conocida en el mundo occidental, a pesar de que sobre ella se sabe poco y se especula mucho. Sin su obra, no podríamos entender la de Catulo, Ovidio u Horacio, de los que hablaremos después. Una obra que canta los placeres sensuales desde una órbita profundamente femenina. Parece probada la bisexualidad de Safo, dado que —además de su relación con el poeta Alceo, algo mayor que ella— encontró entre sus alumnas múltiples amantes. Tan célebres se hicieron sus relaciones con mujeres desde una voz poética femenina que el amor entre mujeres del mismo sexo ha pasado a denominarse lesbianismo (en honor a la famosa isla que la vio nacer y morir) o amor sáfico. La celebridad de esta intensa y sugerente poeta es universal; a todo lo ancho y largo de los tiempos, ha encontrado insignes adeptos. Entre ellos, Platón, quien la denominó para la posteridad «décima musa», o Plutarco, «la bella Safo», pero también ensalzaron su poesía Boccaccio, Baudelaire, lord Byron o Ezra Pound. Por desgracia, su obra nos ha llegado de forma fragmentada, aunque conservamos un poema completo que resulta paradigmático, el «Himno a Afrodita»:

La de rutilante trono, inmortal Afrodita, hija de

Zeus, zurcidora de engaños, te suplico, no agobies con

angustias y sinsabores mi corazón, señora

sino ven aquí, si también en otra ocasión habiendo

oído de lejos mi voz, me escuchaste, y dejando la

morada aurea del padre has venido

después de uncir el carro: hermosos, rápidos

gorriones te portaron en torno de la tierra negra

batiendo fuertemente sus alas desde el cielo por entre

el medio del éter.

Y rápidamente arribaron, y tú, bienaventurada,

sonriendo con tu inmortal rostro, me preguntabas qué

nuevo desasosiego me embargaba y por qué una vez más

te llamo

y qué deseo que le suceda más que nada a mi

alocado corazón. «¿Quién ahora pretendes que

Persuasión arrastre a tu deseo? ¿Quién contra ti,

Safo, comete desafuero?

Y en efecto, si es que huye de ti, presto te

perseguirá, y si no acepta tus regalos, te los dará; y

si no te quiere, pronto te amará aun no queriendo».

Ven a mí también ahora, libérame de mis penosos

afanes, y todo aquello que mi corazón siente ansia que

se lleve a efecto, cúmplemelo, y tú misma séme en el

combate mi aliada.

 «El mundo del amor y Safo», en Scriptura

Manuel Cerezo Magán

Entre las innovaciones de su lírica, se puede mencionar la estrofa sáfica, un cuarteto compuesto por tres endecasílabos sáficos (con una acentuación singular) y un verso pentasílabo. Alguna oda de Miguel de Unamuno, como ocurre en su poema «Salamanca», adopta esta peculiar forma estrófica. Además, hay que recordar que muchas obras pictóricas recuerdan la figura de esta célebre poeta; algunas, incluso, fabulan con la posibilidad de su suicido entre las rocas por un amor no correspondido. Especialmente interesante resulta la pintura que recoge juntos a Alceo y a Safo en un óleo de 1881 pintado por Lawrence Alma-Tadema o la que representa a una romántica, sensual y siniestra Safo de Lesbos en 1871, obra de Charles Mengin.

   
Safo y Alceo en el óleo de Lawrence

Otro de los poetas líricos más sobresalientes de la Antigüedad, sin abandonar una poesía profundamente sensual, es Anacreonte, nacido en Teos, en la actual Turquía. Como en el resto de los casos, nos ha llegado su poesía de manera fragmentaria (de tres libros, aunque se ha llegado a hablar de una producción total de seis) o incluso en versos aislados, recogidos por otros poetas a lo largo del tiempo. Su poesía constituye un canto a los placeres y una invitación a la vida hedonista, incluida la exaltación del erotismo (tanto heterosexual —en el que aparecen con frecuencia bellas jóvenes— como homosexual —nos deja nombres como Cleóbulo y Batilo—), en ocasiones de manera absolutamente explícita. Tan célebres son sus composiciones que en el siglo XVIII dieron lugar a todo un subgénero lírico: las anacreónticas; fueron famosas las del poeta neoclásico Meléndez Valdés, verbigracia. Además, fue el primero que habló de las gozosas relaciones lésbicas de Safo (se dice que Anacreonte de Teos pudo nacer en días próximos a la muerte de la gran poeta; es de suponer que tomó el relevo), agigantando toda una leyenda lírica del hedonismo de la maestra para con sus enamoradizas alumnas. En sus producciones líricas, a veces impregnadas de un tono irónico y satírico inspirado en Arquíloco, se incluyen referencias a la naturaleza efímera de nuestra existencia y a la necesidad del placer como reafirmación. Compruébese todo ello, a modo de botón de muestra, en esta oda de autobiografía lírica:

De un lecho fabricado

de lotos y de mirtos

sobre las blandas hojas

quiero brindar tendido.

Amor sirva la taza,

con cinta de papiro

por el hermoso cuello

su palio atrás prendido.

Como la inestable rueda,

tal sigue su camino

nuestra mísera vida

rodando de continuo.

Y ya que nuestros huesos

al término prescrito

se desaten, en polvo

seremos convertidos.

¿Para qué ungir las losas

de los sepulcros fríos?

¿ni derramar en vano

aromas exquisitos?

A mí más bien de esencias

ungidme mientras vivo,

de rosas coronadme,

llamad al amor mío.

Primero que a las danzas

me lleven del abismo,

quiero dejar cuidados,

quiero vivir tranquilo.

 Anacreonte, Safo y Tirteo

Traducción de José del Castillo y Ayensa

El poeta de los banquetes cierra esta nómina de poetas arcaicos que recitaron su poesía acompañados de la lira, instrumento que legó su nombre a esta excelsa práctica: la lírica.

Fuente:

  • Tapa blanda : 336 páginas


  • Editorial : Nowtilus; 1st Edición (15 Septiembre 2019)
  • Idioma: : Español

sábado, 5 de septiembre de 2020

La Ilíada de Homero LA LITERATURA GRIEGA.ORTIZ AGUIRRE ENRIQUE. BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA UNIVERSAL.

 

 
La Ilíada de Homero

 LA LITERATURA GRIEGA

Se considera que la antigüedad de las manifestaciones de literatura griega puede ser equiparable a las hebreas, aunque su talante poco tiene que ver con cierto autoritarismo divino y opta por un politeísmo contagiado por pasiones y conductas humanas. La mitología griega, pues, está conformada por un conjunto de leyendas y de relatos de carácter literario revestidos de religiosidad que pretenden dar respuesta al origen de los fenómenos y canalizar la naturaleza misma de los seres humanos mediante historias protagonizadas por héroes y dioses. Nos encontramos ante un vasto número de relatos que presentan gran complejidad y variedad. Por ello, resultan sumamente socorridas las diferentes compilaciones que intentan sistematizarlos, como las obras poéticas de Hesíodo compuestas en la antigüedad: Teogonía y Los trabajos y los días. El gran valor de la primera reside en su carácter organizado de los mitos, casi único. De hecho, se ocupa del origen del cosmos con una propuesta genésica:

Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y el Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los dioses Inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos.

Y de Caos nacieron Erebo y la negra Nix, Eter y Hemero nacieron, porque los concibió ella tras de unirse de amor a Erebo.

Y primero parió Gea a su igual en grandeza, al Urano estrellado, con el fin de que la cubriese por entero y fuese una morada segura para los dioses dichosos.

   
Dánae, de Gustav Klimt

Una vez más, el caos es el principio de todo. Asimismo, se presenta el reparto de los dioses en la Tierra con una trinidad: Zeus (el cielo), Poseidón (mares y océanos) y Hades (inframundo). Los mitos, junto a las aportaciones de las epopeyas, se han venido reelaborando sucesivamente, por lo que resultan indiscutibles en el panorama de la literatura universal; piénsese, como muestra, en la erudita narración mitológica de Rober Graves titulada Los mitos griegos y publicada en 1955. En ella, se da buena cuenta de los grandes héroes y dioses que se han incorporado a la cultura occidental y no solo en el ámbito literario. Piénsese en la enorme repercusión que tiene en la pintura o en la escultura: Dánae, la lluvia dorada de Gustav Klimt —tras las pinturas de Tiziano, Gossaert o Rembrandt—, pinturas que recrean el momento en que Dánae recibe la lluvia de oro en la que se ha convertido Zeus, quien, ante la reclusión de la joven, consigue fecundarla para que nazca Perseo, o el grupo escultórico Laoconte y sus hijos, condenados a ser devorados por serpientes marinas.

 LAS EPOPEYAS GRIEGAS

Abordar las dos famosas epopeyas griegas nos conduce directamente a la llamada cuestión homérica, debido a que ambas se atribuyen a Homero, cuya existencia parece probada, pero que se encuentra rodeada de todo tipo de leyendas.

Merece la pena recordar como parodia del mito de Penélope y del propio Homero su célebre microrrelato La tela de Penélope o quién engaña a quién, en el que Penélope teje para ahuyentar a Ulises y aprovechar para el flirteo con sus pretendientes, de manera inversa a lo que propone el mito original.

Tanto La Ilíada como La Odisea tienen un origen oral, inauguran el canto al héroe como género narrativo en verso, precedente ineludible para la novela moderna, y ambas están compuestas por veinticuatro cantos. La primera es una narración poética que se basa en hechos históricos del período micénico, aunque no se puede asegurar que se diera esa batalla entre griegos y troyanos durante la guerra de Troya (Ilión, en griego, de ahí el título), que se relata en unos cuantos días del último año de los diez que supuestamente duró la campaña. La obra narra la cólera de Aquiles, el de pies ligeros, que se había retirado de la batalla, pero decide volver al conocer la muerte de Patroclo para tomar venganza, por lo que mata a Héctor, hijo del rey de Troya (Príamo), así como también cuenta el asedio de la ciudad de Troya por parte de los griegos, su incendio y su caída. A pesar de que la leyenda del caballo de Troya como ardid se relaciona directamente con esta contienda, no aparece en ningún momento en La Ilíada, sino que se menciona como algo ya conocido en La Odisea y aparece en La Eneida del romano Virgilio. El error común de considerar que se trata de un pasaje incluido en La Ilíada homérica viene dado porque es la epopeya que se ocupa directamente de la batalla entre troyanos y helenos, a la que se asocia correctamente esta leyenda, y por adaptaciones cinematográficas de Petersen, en su película Troya de 2004, la cual, además de basarse en La Ilíada, recoge elementos tanto de La Odisea como de La Eneida de Virgilio. En todo caso, conviene recordar la vigencia de la leyenda y que Ulises (Odiseo, en griego), en La Odisea, inventa este ardid que consiste en la construcción de un gran caballo de madera a modo de regalo para los adversarios que, en realidad, sirve para sortear barreras, aprovechar la cercanía con los enemigos troyanos y liberar a los aguerridos soldados griegos que oculta en su interior. Esta sugerente leyenda ha dejado expresiones en nuestra lengua (que algo sea «nuestro caballo de batalla»), múltiples representaciones pictóricas y curiosas aplicaciones en el ámbito de la informática, en el que se habla de troyanos para referirse a archivos aparentemente inofensivos que encierran terribles consecuencias una vez que se abren. En todo caso, hay un hilo conductor entre ambas epopeyas homéricas y no solo es la guerra de Troya, sino también temas como el destino, la anagnórisis (“reconocimiento”) o el nostós. Este último aparece como motivo constructor en La Odisea, ya que trata del viaje, del “regreso”. Se relaciona, pues, la palabra con el origen, de manera que la palabra nostalgia en español adquiere una significación única: “dolor del origen”. Asimismo, es común referirse a una odisea cuando algo nos supone un conjunto de peripecias que constituyen serias dificultades para lograr nuestro objetivo. Así le ocurre a Odiseo en su accidentado regreso a Ítaca desde Troya, plagado de vicisitudes en las que, a menudo, aparecen seres fantásticos (cíclopes, hechiceras, sirenas, etc.). Consigue superar las dificultas y regresar a casa para enfrentarse a sus adversarios en la recuperación de la corona y de su esposa Penélope; controvertido mito de la fidelidad que, para ahuyentar a sus pretendientes, cosía por la mañana y destejía por la noche el sudario de su suegro, ya que una vez que lo terminara, supuestamente, atendería los reclamos de sus atosigantes pretendientes y elegiría a uno. Estas dos epopeyas son las obras con mayor difusión de la Antigüedad griega.

viernes, 4 de septiembre de 2020

Literaturas antiguas: apasionante viaje al origen ORÍGENES DE LA LITERATURA. ENRIQUE ORTIZ AGUIRRE.

 

 

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Literaturas antiguas: apasionante viaje al origen

 ORÍGENES DE LA LITERATURA

Como no podía ser de otra manera, entendemos la literatura como manifestación artística humana, hecha con palabras, que puede difundirse tanto oralmente como por escrito. Probablemente, la literatura sea tan antigua como el ser humano, pero es evidente que de aquella proveniente de los rasgos orales de la Antigüedad no ha permanecido nada, a pesar de que es muy probable que constituyera los primeros textos de carácter literario. Estos inicios de la literatura universal pueden situarse en las literaturas asociadas a las primeras civilizaciones conocidas: las orientales. Concretamente, los comienzos de la literatura pueden situarse en las literaturas del Próximo, Medio o Lejano Oriente, es decir, de manera más o menos cronológica (con las enormes dificultades que entraña), la literatura sánscrita, mesopotámica, egipcia (que podemos considerar como islámica con la conquista de los árabes musulmanes a partir del s. VIII), hebrea, china y árabe.

 CARACTERÍSTICAS DE LAS LITERATURAS ANTIGUAS

Su carácter mítico, en el intento de explicación de los orígenes del mundo, junto a un ineludible halo religioso, ha convertido a las literaturas antiguas, en muchas ocasiones, en textos sagrados. El apego a la oralidad, su carácter fantástico y su inclinación a lo compilatorio son otros de los típicos rasgos de esta literatura fundacional, tan interesante como necesaria para comprender la historia de la literatura. Asistir a los orígenes de la literatura conforma una formidable explicación del devenir de los textos literarios, de manera que, a pesar de su condición remota, adquieren una dimensión fundamental para comprender su evolución, así como su actualidad misma.

 LA LITERATURA SÁNSCRITA

La literatura sánscrita se origina en la actual India y parte de Pakistán asociada al sánscrito, la lengua indoeuropea más antigua entre las conocidas. En esta literatura se interferían la difusión escrita y la oral, de suerte que resulta complicado conocer el auténtico origen. En todo caso, gracias a su fijación escrita, sea como primera manera de transmisión, sea con posterioridad a modo de conservación para evitar su pérdida material, podemos conocer hoy su contenido. Podríamos hablar de dos grandes períodos: el más antiguo, el védico, que recibe su nombre del conjunto de libros conocidos como vedas, es decir “ciencias”, “sabiduría”; y el clásico, en el que nos encontramos con diversidad de géneros.

   
Portada de Los vedas

Los textos védicos tienen carácter litúrgico, lo que explica su permanencia, y constituyen los primeros textos sagrados de la religión hinduista. Se conocen como los cuatro vedas (Rig veda, Yagur Veda, Sama Veda y Atharvaveda). Los textos del Rig Veda son los más antiguos y forman un conjunto de himnos en verso en los que aparece ya un tratamiento poético de la naturaleza cuya influencia en otros libros de las literaturas antiguas es enorme; de hecho, en él se propone un origen caótico en el que no existirían ni la noche ni el día, ni la inmortalidad que después se recogerá en la Biblia, el “libro de libritos” (literalmente) más influyente en la cultura occidental:

Entonces la No Existencia no era, ni la Existencia

tampoco; no era el cielo, ni tampoco el

Empíreo de más allá:

¿Qué cubría todo y dónde, o qué era

ese lugar de reposo? ¿Qué eran

las Aguas? El Abismo Insondable.

Entonces no era ni la muerte ni la vida,

ni ningún advenimiento de la noche o del día:

Ese Uno respiraba sin soplo por

poder intrínseco, ningún otro era, ni

nada más allá.

En el comienzo, la Obscuridad Inerte estaba

oculta por la Obscuridad Inerte. Este todo

era fluido, indeterminado:

El vacío estaba cubierto por el vacío:

Ese Uno nació por la omnipotencia

de la intensión.

En el comienzo, surgió en ello la Voluntad,

la semilla primordial del Intelecto,

eso fue lo primero:

«Buscando el corazón por medio del pensamiento

los sabios cantores encontraron al pariente

de la Existencia en lo No Existente».

 Los vedas

Coomaraswamy, Ananda K.

Interesante mitología del desorden y del caos como origen que influirá determinantemente en libros como el Génesis. Por otra parte, este conjunto de himnos presenta con frecuencia preguntas con sus correspondientes respuestas, de manera que parece proponerse un diálogo como método de extraer conocimiento, con mucha anticipación en el tiempo respecto a la mayéutica de Sócrates, excelso pensador de la Antigüedad griega que supone la inspiración fundamental del aprendizaje dialógico. De estos cuatro vedas, surgen los Upanishads, en los que el alma individual busca su liberación para unirse a la universal (Brahman). Se trata de unos textos míticos, tanto en verso como en prosa, de difícil datación por su carácter oral, que explican el origen del universo y del alma y que son considerados como los más antiguos del pensamiento de la India. Con el significado de “sentarse cerca”, parecen aludir a la figura del maestro que instruye a unos cuantos elegidos.

Tras el período védico, asistimos al clásico de la literatura sánscrita, caracterizada por la variedad genérica. Como textos narrativos en verso, las epopeyas tradicionales, nos encontramos con dos obras fundamentales: el Mahabharata y el Ramayana. El primero se considera la obra más extensa de la literatura universal con más de doscientos mil versos y algunas intercalaciones en prosa, repartidos en dieciocho cantos. Sin duda, constituye la gran historia del pueblo de la India de carácter legendario, cuyo asunto principal aborda la historia de dos grupos enfrentados provenientes de los descendientes de dos hermanos de una misma familia noble (los panduidas y los kuruidas) por hacerse con el poder de un reino del norte de la India, el Kurukshetra, actual estado de Haryana. Esta obra continúa con absoluta vigencia en la actualidad y de ella se pueden extraer enseñanzas para afrontar la vida; una sabiduría que ha venido manteniéndose de generación en generación. Tanto es así que son múltiples las adaptaciones televisivas, sin olvidar intentos teatrales y cinematográficos como los de Peter Brook en 1985 y 1989, respectivamente.

El Ramayana parece haber sido compuesto en una época similar a la anterior, aunque es bastante más breve. En unos cincuenta mil versos distribuidos en veinticuatro mil estrofas, esta epopeya narra la historia de Rama, que pretende liberar a su mujer (Sita) del rey de los demonios en la isla de Ranka. El rapto de su esposa se produce cuando Rama iba a suceder a su padre, el rey Dasaratha, y consigue liberarla aliándose con un ejército de monos. La obra se atribuye a Valmiki, quien lo escribió, al decir de la leyenda, por orden del dios Brama, y destaca el tratamiento sublime de la naturaleza, tan colosal y atractiva como peligrosa. Se considera el libro más popular de la India, conocido por niños y mayores, y sigue representándose en la actualidad mediante una peculiar danza.

Sin duda, la celebérrima épica india merece conocerse y, además de su vigencia y permanente actualidad, constituye una base inestimable del teatro de la India y de gran parte de Asia, sin olvidar sus repercusiones en la literatura universal, como en la recopilación que el dramaturgo español Alejandro Casona realizó de las leyendas indias contenidas en estas dos epopeyas, junto a otras procedentes de diferentes culturas, en Flor de leyendas. Entre ellas, se encuentra «El anillo de Sakuntala», basada en una de las obras de teatro más famosas de la literatura antigua india y escrita por Kalidasa: El reconocimiento de Sakuntala, cuya historia, versionada por su autor aparece en el primer libro del Mahabharata y causó auténtica admiración en Goethe, en otros románticos alemanes o en el músico austriaco Franz Schubert. Esta bella historia de amor se verá acompañada en celebridad por otra obra teatral de la antigüedad hindú, aunque bastante posterior: Malatimadhava, conocida como «el drama indio de Romeo y Julieta, con un desenlace feliz», puesto que los contrariados amores de la pareja terminan por superar los obstáculos. Fue escrita por Bhavabhuti, seudónimo de un autor considerado casi a la altura de Kalidasa. Una finísima historia de amor protagonizada por Malati y Madhava que tiene la virtud, además, de presentar una riquísima introducción por parte del autor en la que deja reflexiones acerca de su concepción del género dramático. En todo caso, este teatro de la antigua India debe recordarnos el origen de un género que nació mil quinientos años antes del nacimiento de Esquilo; eso sí, se trata de un teatro en el que la tragedia no tiene cabida y los finales son felices en un entorno generalmente idealizado.

Kalidasa no solo es conocido por sus obras teatrales, sino por su cultivo de la poesía lírica. En este terreno, podemos considerar como su obra maestra Ritusamhara, La ronda de las estaciones, también conocida como El curso de las estaciones.

Se trata de unas ciento cincuenta estrofas agrupadas en seis cantos, desde una perspectiva femenina, en las que se aborda la evolución de una bella historia de amor vivida a través de las seis estaciones en las que se divide el año estacional en la India dada su situación de corazón de Asia: primavera (वसंत = vasant), del 22 de marzo al 21 de mayo; “los calores” (गरीषम = grishm), del 22 de mayo al 22 de julio; “las lluvias” (वरषा = varṣhâ) del 23 de julio al 22 de septiembre; otoño (शरद = sharad), del 23 de septiembre al 21 de noviembre; invierno (हेमंत = hemant), del 22 de noviembre al 20 de enero, y “el rocío” (िशिशर = shishir) del 21 de enero al 21 de marzo. El poema supone una exaltación del amor y la naturaleza:

   
Portada de La ronda de las estaciones de Ritusamhara

Allí verás a mi esposa joven y bella, de mirada triste y pechos prominentes. La dio al mundo Brahma como modelo de las otras.

La verás como flor abandonada, sola y triste porque su esposo no está con ella. Sus ojos rebosan lágrimas, y su rostro, escondido entre cabellos despeinados, será como la luna cuando la oscureces con tu masa negruzca.

Entonces, nube, transmítele mi mensaje,

la hallarás en su lecho tendida, llorando, enflaquecida como luna menguante,

suspirando y buscando sueño, imaginando que recibe mis besos.

Al verla derramarás gotas de lágrimas y verás entonces cómo tu presencia abre sus ojos a flores de loto semejantes.

Si duerme, nube, acércate a ella y respeta su sueño, no interrumpas su ilusión, en la que tal vez cree apoyar su cabeza entre mis brazos.

Pero, en cuanto despierte con la brisa dulce de las gotas de agua, déjala oír los susurros que tus palabras serán, y dile:

«Tu esposo no ha muerto: vive en una ermita y piensa en ti todo el tiempo».

También nos encontramos ante una literatura de compilación de fábulas y cuentos. En este aspecto, resulta esencial referirse al Panchatantra, la colección de fábulas y apólogos más antigua de la literatura sánscrita. Tal y como suele ocurrir con este tipo de textos antiguos, resulta muy difícil su datación, así como la fijación misma del texto original o su autoría (se ha atribuido tanto a Vishnusarman, sabio que narra las historias como a Pilpay). No hay duda, sin embargo, de que se trata de una obra ético-moral que pretende ejemplarizar (al proponer un modelo que seguir o que rechazar) una determinada manera de conducta, de comportamiento. Pancha significa “cinco” y tantra, “serie”, “hilo”; por lo tanto, se trata de una obra dividida en cinco libros con el objetivo de instruir a la juventud. De hecho, el libro se abre con la petición expresa de un rey al sabio Vishnusarman para que pueda instruir a sus tres hijos, que no prestan el mínimo interés ni a la lectura ni a los libros, para la desesperación de su padre, quien llega a sostener que «preferible es no tener hijos, o tenerlos y que se mueran, a que vivan siendo estúpidos; aquellos te proporcionan una pena de corta duración; los últimos te atormentan toda la vida», como recoge la edición de José Alemany Bolufer de 1949.

Presenta coincidencias con las fábulas de Esopo, lo que demuestra cierta universalidad en la actitud ejemplarizante, y desconocemos la versión primitiva. El conocimiento de lo obra se lo debemos sobre todo a la versión árabe, muy posterior (siglo VIII) titulada Libro de Calila e Dymna, cuya traducción por parte de la escuela de Alfonso X (siglo XIII) lo convirtió en un libro esencial en el medievo europeo. Sin embargo, las diferencias entre la versión árabe y el original sánscrito parecen grandes, ya que aquella está compuesta por veinte capítulos y solo cinco corresponden al Panchatantra, con diferencias respecto a la versión original debido a que no se incorporan todas las fábulas que conforman los cinco libros y a que falta alguna historia marco (en el original, una historia marco abre cada uno de los libros). Estos cinco libros llevan por título: La desunión de amigos, La adquisición de amigos, El buhocorvino, La pérdida de lo adquirido y La conducta impremeditada. Las historias que podemos considerar centrales son: «El león y el toro», «La paloma y los animales amigos suyos», «Los búhos y los cuervos», «El mono y la tortuga» y «El asceta y la mujerzuela», historias representativas de cada libro. Estamos ante una obra tan conocida y difundida casi como la Biblia o el Corán, de impronta universal y de incidencia trascendental en la literatura de índole didáctico-moral.

Para terminar, merece la pena destacar otro tipo de obras en prosa de la literatura antigua de la India, como por ejemplo el famosísimo Kamasutra o las biografías acerca de Buda que nos han llegado a través de las traducciones castellanas de sus versiones árabes. Piénsese en Barlaam y Josafat, una visión a lo cristiano de la biografía de Buda, de origen oriental, en la que se cuenta el proceso de cristianización del príncipe Josafat por parte de su maestro, el ermitaño Barlaam; su influencia en el Occidente medieval fue más que considerable.

Pero si hay una obra proveniente de la literatura antigua de la India que resulte conocida es el Kamasutra de Mallanaga Vatsyayana, considerado parte de los libros religiosos de la India, pues se asumen las relaciones eróticas como umbral trascendente para acceder a una dimensión religiosa. Por otra parte, los sutra se consideran textos sagrados constituidos por aforismos en prosa. El título expresa de manera más o menos literal el contenido de la obra: “tratado sobre el amor”, “gramática del erotismo”, “versión abreviada de la didáctica del deseo” o “aforismos sobre el placer erótico”. El sabio Vatsyayana opinaba que la juventud era el tiempo del placer, y la madurez, el de la contemplación. Precisamente en su madurez contemplativa redacta toda la sabiduría adquirida durante el placer de la juventud. Con carácter expositivo y científico, la obra trata de instruir a hombres y mujeres frente al deseo en todas las esferas posibles. Así, además de educar a la pareja en distintos tipos de posturas sexuales para obtener goce (acompañando las descripciones de elocuentes ilustraciones al respecto), se dan consejos de relación entre los sexos y de cuidados personales (se tratan los distintos tipo de amor, de abrazos, mordiscos, besos, arañazos; del cómo relacionarse los unos con los otros, de la prostitución, del comportamiento de la esposa única y de la que forma parte de un harem, de cómo conseguir un alargamiento de pene, etc.). Por ejemplo, se le instruye al hombre en la siguiente dirección:

El hombre elegante se levante a buena hora y procure cumplir con sus obligaciones: se cepille los dientes, se dé una dosis moderada de ungüento, de incienso y se ponga una guirnalda; se pase la cera de abejas y el lápiz por los labios, se mire en el espejo y tome betel para perfumar la boca; luego inicie sus ocupaciones.

Báñese todos los días; cada dos, friegas; cada tres, se pase la concha de jibia en las piernas, desde las rodillas para abajo; cada cuatro, se afeite; cada cinco o diez, según el método, se depile las partes íntimas, sin excepciones; y, a diario, se quite el sudor de las axilas tapadas.

 Kamasutra

Vatsyayana

Se trata del libro más conocido por Occidente de la literatura de la India. Un tratado sobre el placer que pretende la felicidad amorosa desde una perspectiva científica y educativa que, a pesar de sus siglos de historia, sigue interesando y resultando sugestivo al lector de hoy, aunque se encuentre inmerso en una sociedad sobreexcitada expuesta al sexo explícito.

En definitiva, la literatura sánscrita presenta un riquísimo abanico cultural y literario cuya influencia en la literatura universal resulta ineludible, a pesar de que se trata de una literatura que no traspasa sus propias fronteras hasta el siglo XVIII y de que su filosofía incide en Occidente durante el período medieval. Piénsese, a modo de muestra, en la influencia directa que presenta la literatura de la India en el premio nobel Octavio Paz, sin duda el autor hispanoamericano que presenta una mayor impronta de esta literatura.

Octavio Paz residió durante seis años en la India; su estadía dejó impronta en Conjunciones y disyunciones, conjunto de poesías, la obra ensayística Una tierra, cuatro o cinco mundos, la singular poesía en prosa de El mono gramático, la reflexión crítica y original sobre la India, sus monumentos, creencias, usos y costumbres en Vislumbres de la India y, por último, la colección de poemas que se agrupan en Ladera este.

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