CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
lunes, 12 de diciembre de 2016
BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
(En la gráfica: Borges y Juan Rulfo).
Prob. Lunes 12 de diciembre de 1966. Clase Nº 24
Sigurd the Volsung, por William Morris. Vida de Robert Louis Stevenson.
En las historias de la literatura y en las biografías de Morris, se lee que la obra capital de Morris fue Sigfrido de los Volsungos. Este libro, más extenso que el Beowulf, se publicó en 1876. Por aquellos años se pensaba que el género más gustado de la litera-tura era la novela. La idea de escribir en pleno siglo XIX un poe-ma épico es bastante audaz. Milton había escrito El Paraíso Per-dido, pero lo hizo en el siglo XVII. El único contemporáneo de Morris que pensó en algo parecido fue el poeta francés Hugo en La leyenda de los siglos. Pero esta leyenda es, más que una epo-peya, que un poema épico, una serie de relatos. Morris no creía en la necesidad de que el poeta inventara argumentos nuevos. Creía que los argumentos en que podían tratarse las pasiones esenciales de la humanidad ya habían sido encontrados y que ca-da nuevo poeta podía darles su entonación particular. Morris ha-bía indagado mucho en el estudio de la literatura escandinava medieval, que él juzgaba como la flor de la antigua cultura ger-mánica, y allí había encontrado la historia de Sigfrido. Él tradu-jo la Saga de los Volsungos, obra en prosa del siglo XIII compues-ta en Islandia. Hay una versión anterior de la misma historia que ha alcanzado mayor fama, que es el Cantar de los Nibelungos alemán, que data del siglo XII pero que es, contrariamente a la cronología, una versión posterior de la misma historia. Porque en la primera se conserva el carácter mitológico y épico de la his-toria. En cambio en el Cantar de los Nibelungos, compuesto en Austria, de lo épico se ha pasado a lo romántico, y la versifica-ción ya tiene un carácter latino, se trata de estrofas rimadas. Es raro que en Inglaterra se perdiera la antigua materia germana y se conservara el verso germano, y así tenemos en el siglo XIV en Inglaterra el poema aliterativo de Langland. En Alemania se conserva la tradición germánica pero se toman las nuevas formas estróficas que han llegado del sur, el verso con un número deter-minado de sílabas y rimados, no aliterados.
La historia de Sigfrido era conocida por toda la gente germa-na. En el Beowulf se alude a ella, aunque el autor del Beowulf prefirió otra historia para su epopeya del siglo VIII. Morris se ba-só en la versión escandinava, no en la alemana. Por eso su héroe se llama Sigurd y no Sigfrid o Sigfrido. Se conservan los nombres escandinavos en general. Es verdad que él escribió en versos pa-reados, pero en versos que no excluyen el empleo frecuente de la aliteración germánica. El poema, muy extenso, se titula Sigurd the Volsung. El personaje central no es el héroe sino Brunilda, aunque la historia continúa más allá de su muerte. Utiliza los elementos míticos que la versión alemana ignoraba, y así tene-mos al principio y al final de la historia al dios Odín. La historia es complicada y larga. Hay en ella elementos antiguos y bárba-ros. Por ejemplo, Sigurd mata a un dragón que guarda un teso-ro, y luego se baña en la sangre caliente del dragón. Y ese baño lo hace invulnerable, salvo en un lugar de su espalda en el cual cae la hoja de un árbol. Y por ahí Sigurd puede morir. Esto nos recuerda el talón de Aquiles.
Sigurd es el más valiente de los hombres, rey de Borgoña y amigo de Gunnar, rey de los Países Bajos. Gunnar ha oído ha-blar de una doncella, cuya versión moderna conocemos en los cuentos de la bella durmiente. Esa doncella ha sido sometida a un sueño mágico y duerme en una isla lejana de Islandia rodea-da por una muralla de fuego. Y ella sólo se entregará al hombre que pueda atravesar la muralla de fuego. Sigurd acompaña a su amigo Gunnar y llegan a la muralla, y Gunnar no se atreve a pe-netrar en ella. Entonces Sigurd, por artes mágicas, toma el aspec-to de Gunnar. Va a ayudar a su amigo, venda los ojos de su ca-ballo y lo obliga a atravesar la muralla de fuego. Llega a un pa-lacio y allí está Brunilda durmiendo. La besa, la despierta y le di-ce que él es el héroe predestinado a esa proeza. Ella se enamora de él y le da su anillo. Pasa tres noches con ella, pero como no quiere ser desleal a su amigo interpone su espada entre él y ella. Ella le pregunta por qué lo hace, y él le responde que si no lo ha-ce ambos sufrirán de mala suerte. Este episodio de la espada en-tre el hombre y la mujer lo encontraremos en un cuento de Las Mil y Una Noches.
Luego de pasar tres noches juntos, él se despide de ella. Se entiende que él volverá a buscarla. Le dice que su nombre es Gunnar porque no quiere traicionar a su amigo. Y ella le da su anillo, y luego ella se desposa con Gunnar, que la lleva a su tie-rra. Y Sigurd, por una obra mágica, olvida durante un tiempo lo que ha ocurrido y se casa con la hermana de Gunnar, que se lla-ma Gudrun, y hay una rivalidad entre Brunilda y Gudrun. En-tonces Gudrun ha llegado a conocer la verdad de la historia, y cuando Brunilda le dice que su marido es el rey más noble, ya que ha atravesado la muralla de fuego y la ha conquistado, ella le muestra el anillo que le ha dado a Sigurd, y Brunilda comprende el engaño. Brunilda comprende en ese momento que ella no está enamorada de Gunnar, está enamorada del hombre que ha atra-vesado la muralla de fuego, y ese hombre es Sigurd. Y sabe tam-bién que hay un lugar en la espalda de Sigurd que lo hace vulne-rable. Y ella se vale de un tercero para que éste asesine a Sigurd. Cuando ella oye el grito que él da cuando lo matan, ella se ríe con una risa cruel. Una vez muerto Sigurd, ella comprende que ella ha matado al hombre que quiere, llama a su marido y le dice que levante una alta pira funeraria. Y luego ella se hiere de muerte y pide que la extiendan al lado de Sigurd, con la espada entre los dos, como antes. Es como si ella quisiera volver al pasado.
Ella dice que cuando Sigurd haya muerto su alma subirá al Paraíso de Odín. Este paraíso está iluminado por espadas, y ella dice que lo seguirá a ese paraíso: "yaceremos juntos los dos y no habrá una espada entre nosotros". La historia continúa, se entre-vera con la muerte de Atila, y el poema concluye con la vengan-za de Gudrun. Luego vuelve a perderse el tesoro de los Nibe-lungos, que es el que ha causado toda esta historia trágica.
Pensar todo esto en el siglo XIX fue algo ambicioso. Algunos críticos contemporáneos dicen que Sigurd es una de las obras ca-pitales del siglo XIX. Pero la verdad es que por alguna razón que ignoramos, la epopeya en verso es algo ajeno, por momentos, a nuestras exigencias literarias. La obra de Morris obtuvo lo que los franceses llaman "un éxito de estima". El defecto de que ado-lecía Morris era la lentitud: las descripciones de batallas, la muer-te del dragón, son un poco lánguidas. Después de la muerte de Brunilda el poema decae. Con esto dejamos la obra de Morris.
Vamos a hablar ahora de Robert Louis Stevenson. Nace en Edimburgo en 1850 y muere en 1894. Su vida fue una vida trági-ca, porque vivió huyendo de la tuberculosis, que era una enfer-medad incurable. Esto lo llevó de Edimburgo a Londres, de Londres a Francia, de Francia a los Estados Unidos, y murió en una isla del Pacífico. Stevenson ejecutó una vasta tarea literaria. Sus obras abarcan unos doce o catorce volúmenes. Escribió, en-tre ellos, un famoso libro para niños, La Isla del Tesoro. Escri-bió también fábulas, una novela policial, El comprador de nau-fragios. La gente piensa en Stevenson como autor de La Isla del Tesoro , obra para niños, y lo tiene un poco en menos. Olvida que fue un admirable poeta, y que además es uno de los maestros de la prosa inglesa.
Los padres y los abuelos de Stevenson habían sido construc-tores de faros, y en la obra de Stevenson encontramos un traba-jo bastante técnico sobre la construcción de faros. Hay un poe-ma suyo en el cual él parece considerar que su tarea de escritor, esa tarea por la cual el linaje de los Stevenson es famosa, era en algún modo inferior a la obra de sus padres y abuelos. En ese poema habla de "las torres y las lámparas que encendimos". Un poco como nuestro Lugones cuando en ese poema a los mayo-res dice: "Que nuestra tierra quiera salvarnos del olvido / por es-tos cuatro siglos que en ella hemos servido" Como si sus mayo-res, los de la Independencia, fueran más importantes que él, Leo-poldo Lugones.
En el poema, Stevenson habla de un linaje arduo que al final se sacó de las manos el polvo de granito, y que en su declinación jugó como un niño con papeles. Ese niño es él, y ese juego es su admirable obra literaria. Stevenson comenzó los estudios de abogacía, y luego sabemos que su vida pasó por una etapa oscu-ra. Stevenson en Edimburgo frecuentó la sociedad de ladrones, de mujeres de mala vida, pero al decir "mujeres de mala vida" y "ladrones" debemos pensar en una ciudad esencialmente purita-na. Edimburgo fue, junto con Ginebra, una de las dos capitales del calvinismo en Europa. Ese mismo ambiente era un ambiente que tenía conciencia de sus culpas, era un ambiente de pecado-res que se sabían pecadores. Y esto lo vemos en el famoso relato El extraño caso del Doctor Jekylly el Señor Hyde, sobre el cual volveremos.
A Stevenson empezó por interesarle la pintura. Stevenson consultó a un médico. Éste le dijo que estaba tuberculoso y que fuera al sur, pensaba que el sur de Francia podía ser benéfico pa-ra su salud. Escribió un artículo corto sobre el sur en el cual re-fiere este hecho. Luego pasa a Londres, que debe haber sido pa-ra él una ciudad fantástica. El artículo se llamaba "Ordenado ha-cia el sur". Y en Londres escribió sus Nuevas Mil y Una No-ches. Tendremos que hablar de un cuento en especial, "El Club de los Suicidas". Igual que en Las Mil y Una Noches tenemos a un califa llamado Harún el Ortodoxo, que disfrazado recorre las calles de Bagdad, aquí, en Las Nuevas Mil y Una Noches de Stevenson, tenemos al príncipe Florizel de Bohemia, que recorre disfrazado las calles de Londres.
Luego Stevenson va a Francia y se dedica a la pintura, en la que no logra mayor fortuna, y con su hermano llegan a un ho-tel, creo que en Suiza, en una noche de invierno, y adentro hay un grupo de gitanas sentadas junto a la chimenea. Y en vez de es-tar solas, hay también una muchacha joven, una señora mayor —que después resulta ser la madre de la niña. Y entonces Steven-son le dice a su hermano: "¿Ves esa mujer?" Y su hermano le di-ce: "¿A la muchacha?" "No, no —dice Stevenson—, la mayor, la que está a la derecha, voy a casarme con ella". El hermano se ríe, piensa que se trata de una broma. Entran al hotel. Se hace amigo de esa señora, que se llama Fanny Osbourne, y que le dice que sólo se queda unos días allí, ya que tiene que volver a los Esta-dos Unidos, tiene que volver a San Francisco, California. Ste-venson no le dice nada, pero él ya ha tomado la decisión de ca-sarse con ella. No se escriben, pero al cabo de un año Stevenson se embarca como inmigrante, llega a los Estados Unidos, atra-viesa el vasto continente, trabaja como minero en un lugar. Lue-go llega a San Francisco. Allí está la señora, que es viuda, y él le propone que se casen, y ella acepta. Mientras tanto, Stevenson vive de colaboraciones literarias. Esas colaboraciones estaban es-critas en una prosa admirable, aunque no llamaban la atención del público.
Después Stevenson vuelve a Escocia, y para distraer los días lluviosos, tan frecuentes en Escocia, dibuja con tiza en el suelo un mapa. Ese mapa tiene forma triangular, hay colinas, hay ba-hías, hay golfos. Y su hijastro, Lloyd Osbourne, que luego co-laboraría con él en The Wrecker , le dice que le cuente sobre la is-la del tesoro. Cada mañana, él escribe un capítulo de La Isla del Tesoro y luego se lo lee a su hijastro. Creo que consta de veinti-cuatro capítulos, no estoy seguro. Es la obra más famosa, aun-que no la mejor.
Stevenson intenta el teatro también, pero el teatro fue en el siglo XIX un género inferior. Escribir para el teatro era como es-cribir para la televisión ahora, o para el cine. Escribe en colabo-ración con W. E. Henley, editor de El Observador, varias obras de teatro. Hay una que se titula La vida doble.
Stevenson conoció la ciudad de San Francisco. La ha descri-to admirablemente. Luego los médicos le dicen que California no lo salvará, que es necesario que él viaje por el Pacífico. Ste-venson entendía mucho de marinería, y viaja en un velero por el Pacífico. Y finalmente se radica en un lugar llamado Vailima, y allí se hace amigo del rey de la isla. Y aquí ocurre una cosa que tiene algo de mágico, y es que Stevenson había publicado unos años antes El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, y había un padre, un jesuíta francés, que había expuesto su vida en la lepro-sería de la región, el padre Damien. Y un pastor protestante con el cual cenó una noche Stevenson, llamado por esas cosas Dr. Hyde, le descubrió ciertas irregularidades, digamos, en la vida del padre Damien, y por razones sectarias lo atacó. Vale decir que Stevenson escribió una carta en la cual elogia la labor del pa-dre Damien, y dice que el deber de todos los hombres era arro-jar una capa sobre su culpa, y que lo que había hecho el otro ata-cando su memoria era una bajeza. Es una de las páginas más elo-cuentes de Stevenson.
Stevenson muere cuando ya empezaba la discordia entre los africanos del sur y los ingleses, y Stevenson creyó que los holan-deses tenían razón, y que el deber de Inglaterra era retirarse. Y publicó en el Times una carta diciendo esto, lo cual lo hizo muy impopular. Pero a Stevenson no le importaba eso. Stevenson no era un hombre religioso, pero tenía un gran sentido ético. Creía, por ejemplo, que uno de los deberes de la literatura era el de no publicar nada que pudiera deprimir a los lectores. Esto fue como un sacrificio de parte de Stevenson, ya que Stevenson poseía una gran fuerza trágica. Pero le interesaba sobre todo lo heroico. Hay un artículo de Stevenson titulado "Polvo y Sombra" en el cual dice que no sabemos si existe o si no existe Dios, pero sabe-mos que hay una sola ley moral en el Universo. Empieza descri-biendo lo extraordinarios que son lo hombres: "¡Qué raro —di-ce— que la superficie del planeta esté poblada por seres bípedos, ambulantes, capaces de reproducirse, y que esos seres tengan un sentido moral!" Él cree que esa ley moral rige a todo el Univer-so. Dice por ejemplo que nada sabemos de las abejas o de las hormigas. Sin embargo, las abejas y las hormigas forman repúbli-cas, y podemos conjeturar que para una abeja y para una hormi-ga hay algo prohibido, algo que no debe hacer. Y luego él ascien-de a los hombres, y dice: "Pensemos en la vida de un marinero —aquella vida de la cual el Dr. Johnson dijo que tenía la digni-dad del peligro—, pensemos en la dureza de su vida, pensemos que él vive expuesto a las tempestades, jugándose la vida. Que luego pasa unos días en el puerto, emborrachándose en compa-ñía de mujeres de lo último. Sin embargo ese marinero —dice— está listo a jugarse la vida por un compañero". Luego agrega que él no cree ni en el castigo ni en la recompensa. Él cree que el hombre muere con su cuerpo, que la muerte corporal es la muer-te del alma. Y se anticipa al argumento que dice: "De una lección cualquiera nada bueno puede esperarse. Si nos dan un golpe en la cabeza no mejoramos, y si morimos no hay que suponer que algo surge de nuestra corrupción". Y Stevenson dice lo mismo, pero dice que a pesar de todo eso no hay hombre que no sepa ín-timamente cuándo ha obrado bien y cuándo ha obrado mal.
Hay otro ensayo de Stevenson, del cual querría hablar, sobre la prosa. Stevenson dice que la prosa es un arte más complejo que el verso. Tenemos una prueba de ello en el hecho de que la prosa es posterior al verso. En el verso, cada verso —dice Ste-venson— crea una expectativa y luego la satisface. Por ejemplo, si decimos: "Oh, dulces prendas por mí mal halladas, / dulces y alegres cuando Dios quería, / conmigo estáis en la memoria mía, / y con ella en mi muerte conjuradas" El oído espera ya el "conjuradas" que rima con "halladas" Pero la tarea del prosista es mucho más difícil —dice Stevenson—, porque la tarea del prosista consiste en crear una expectativa en cada párrafo; el pá-rrafo tiene que ser eufónico. Luego, defraudar esta expectativa, pero defraudarla de un modo que sea eufónico también. Así, Stevenson analiza un pasaje de Macaulay para demostrar que desde el punto de vista de la prosa es un pasaje pobre, porque hay sonidos que se repiten demasiadas veces. Y luego analiza un pasaje de Milton en el cual descubre un sólo error, pero que en todo lo demás, en el manejo de las vocales y de las consonantes, es admirable.
Mientras tanto, Stevenson sigue en correspondencia con sus amigos de Inglaterra, y como él es un escocés, está lleno de la nostalgia de Edimburgo. Hay un poema al cementerio de Edim-burgo. Desde ese destierro en el Pacífico, él manda todos sus li-bros a Londres. Allí sus libros se publican, le valen una gran fa-ma, le traen dinero. Pero él vive como un desterrado en su isla, y los aborígenes lo llaman "Tusitala", "el narrador de cuentos", "el narrador de historias". De modo que Stevenson, sin duda, aprendió también el idioma del país. Allí él vivió con su hijastro, con su mujer, y recibió alguna visita. Una de las personas que lo visitó fue Kipling. Kipling dijo que él podía pasar un examen en toda la obra de Stevenson, que si le mencionaban un personaje secundario o episodio de su obra, él lo reconocería inmediata-mente.
Stevenson era un hombre de marcado tipo escocés: alto, muy delgado, sin mayor fuerza física, pero con un gran [espíritu]. Una vez se encontraba en un café de París y oyó a un francés de-cir que los ingleses eran cobardes. En ese momento Stevenson se sintió inglés: en ese momento, puesto que creyó que el francés lo decía por él. Entonces se levantó y le dio una bofetada al francés. Y el francés le dijo: "Señor, usted me ha dado una bofetada". Y Stevenson le dijo: "Así parece". Stevenson fue siempre un gran amigo de Francia. Tiene artículos sobre poetas franceses, y ar-tículos admirativos sobre la novela de Dumas, sobre Verne, so-bre Baudelaire.
La bibliografía sobre Stevenson es muy extensa. Hay un li-bro de Chesterton sobre Stevenson, publicado a principios de si-glo. Hay otro libro, el de Stephen Gwynn, hombre de letras irlandés, publicado en la colección "Hombres de letras ingle-ses.
En la próxima clase trataremos un tema que fue caro a Ste-venson: el tema de la esquizofrenia. Veremos eso y una de las historias de Las Nuevas Mil y Una Noches, y algo de la poesía de Stevenson.
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FRAGMENTO. NOVELA. EN PROCESO. EL VUELO DE LA URRACA.
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