sábado, 12 de noviembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.


Lunes 31 de octubre de 1966 .Clase Nº 8

Reseña histórica hasta el siglo XVIII.                                                                             
Vida de Samuel Johnson.


Si bien desde el último viernes han pasado para nosotros sola-mente unos días, para nuestros estudios va a ser como si hubie-sen pasado muchos más. Vamos a abandonar el siglo XI para pe-gar un salto al vacío y llegar al siglo XVIII. Pero antes debemos, para llenar ese vacío, hacer una reseña de los grandes aconteci-mientos que pasaron en ese tiempo.
A partir de la batalla de Hastings, que marca el fin del domi-nio sajón en Inglaterra, el idioma inglés entra en crisis. Desde el siglo V hasta el siglo XII, la historia inglesa se ha vinculado con Escandinavia, sea con los daneses —los anglos y los jutos prove-nían de las tierras de Dinamarca o de la desembocadura del Rhin— o los noruegos luego, con las invasiones vikings. Pero a partir de la invasión normanda, en el año 1066, se vincula con Francia, separándose de la historia escandinava y su influencia. La literatura se quiebra y la lengua inglesa resurge dos siglos des-pués, con Chaucer y Langland.
La vinculación con Francia se da, podríamos decir, en un principio bélicamente. Ocurre entonces la Guerra de los Cien Años, en que los ingleses son derrotados absolutamente. En el siglo XIV aparecen en Inglaterra los primeros albores del protes-tantismo, que se da antes que en ninguna otra nación. A partir de este momento se da la formación del que luego sería el Impe-rio Británico. La guerra con España da a Inglaterra la victoria y juntamente el dominio de los mares.
En el siglo XVII se produce la guerra civil, en la que el Parla-mento se rebela contra el rey. Se produce entonces el surgimien-to de la República, hecho que escandalizó enormemente a las na-ciones europeas de la época.
La República no duró. Vino entonces el período de la Res-tauración, que culminó con la vuelta a la monarquía, que aún mantienen.
El siglo XVII es el siglo de los poetas metafísicos, barrocos. Es entonces que el republicano John Milton  escribe su gran poema El paraíso perdido. En el siglo XVIII, en cambio, se da el imperio del Racionalismo. Es el siglo de la Razón. El ideal de la prosa ha cambiado. Ya no es el de la prosa extravagante como el del siglo XVII, sino que aspira a la claridad, a la elocuencia, a la justificación lógica de las expresiones. Con respecto al pensa-miento abstracto abundan las palabras de origen latino.
Ahora entraremos a la vida de Samuel Johnson, vida que se conoce muy bien. Es la vida que mejor conocemos de cualquie-ra de los hombres de letras. Y la conocemos por la obra de un amigo suyo que se llamaba James Boswell.
Samuel Johnson nace  en el pueblo de Lichfield, en el conda-do de Straffordshire, que es un pueblo mediterráneo de Inglate-rra pero que, digamos, profesionalmente, no es su patria. Es de-cir, no es la patria de su obra. Johnson consagró toda su vida a las letras. Murió en 1784, antes de producirse la Revolución France-sa, a la que hubiera sido, por otra parte, contrario, ya que era un hombre de ideas conservadoras, profundamente creyente.
Su infancia fue pobre. Era un muchacho enfermizo y contra-jo la tuberculosis. Cuando aún era pequeño, los padres lo lleva-ron a Londres para que la reina lo tocara y ese contacto lo cura-ra de su dolencia. Uno de sus primeros recuerdos fue el de la rei-na, que lo tocó y le dio una moneda. Su padre era librero, lo que para él significó una gran suerte. Y paralelamente a las lecturas que haría en casa, se educó en la Grammar School de Lichfield. Lichfield significa "campo de los muertos".
Samuel Johnson era físicamente maltrecho, aunque poseía una gran fuerza. Era pesado y feo. Tenía lo que llamamos "tics" nerviosos. Fue a Londres, donde sufrió pobreza. Fue a la Uni-versidad de Oxford, pero no llegó a recibirse ni mucho menos: se rieron de él. Entonces vuelve a Lichfield y funda una escuela. Se casa con una mujer vieja, mayor que él. Era una mujer vieja, fea y ridicula. Pero él le fue fiel. Ella luego muere. Quizás en su época éste sería un rasgo que podría ser indicio de lo religioso que era este hombre. Tuvo además rasgos maniáticos. Evitaba cuidadosamente, por ejemplo, tocar las junturas de las baldosas con el pie. Evitaba también el tocar postes. Y sin embargo, a pe-sar de estos rasgos de excentricidad, fue una de las inteligencias más razonables de la época, una inteligencia realmente genial.
A la muerte de su mujer hizo un viaje a Londres, y allí editó una traducción de Un viaje a Abisinia, del Padre Lobo,  un je-suíta. Más tarde escribió una novela sobre Abisinia, para solven-tar los gastos del entierro de su madre. Esta novela fue escrita en una semana. Editó diarios periódicos, que salían una o dos veces por semana, periódicos en que escribía principalmente él. Aun-que estaba prohibido publicar las sesiones del Congreso, él solía asistir a tales sesiones y luego las publicaba, con un poco de fan-tasía literaria. En sus informes inventaba discursos, por ejemplo, y siempre se las arreglaba para dar la mejor parte a los conserva-dores.
Por ese tiempo escribió dos poemas, "Londres" y "La vani-dad de las esperanzas humanas", "The Vanity of Human Wis-hes". En esa época Pope  era considerado como el mejor poeta de Inglaterra. Las poesías de Johnson, que fueron editadas anó-nimamente, alcanzaron gran difusión y se dijo que eran mejores que las de Pope. Luego, conocido ya, el mismo Pope lo felicitó. "Londres" era una traducción libre de una sátira de Juvenal.  Es-to nos demuestra el diferente concepto acerca de lo que era una traducción que se tenía en la época con respecto a nuestro con-cepto. En la época no existía el concepto de traducción estricta, como hoy, que se considera a la traducción como una labor de fidelidad verbal. Este concepto de la traducción literal se basa en las traducciones bíblicas. Éstas sí se hacían con mucho respeto. La Biblia, redactada por una inteligencia infinita, era un libro que el hombre no podía tocar, alterar. El concepto de traducción literal no es, pues, de origen científico, sino más bien una mues-tra de respeto a la Biblia, Groussac  dice que "el inglés de la Bi-blia del siglo XVII es un idioma tan sagrado como el hebreo del Antiguo y Nuevo Testamento". Johnson tomó para "Londres" a Juvenal como modelo, y aplicó lo que Juvenal dice de los sinsa-bores de la vida de un poeta en Roma a la vida de un poeta en Londres. Esto es, evidentemente, [que] su traducción no tenía ninguna intención de ser literal.
En los periódicos que Johnson publicaba, él mismo se hizo conocer. Y tanto que entre los escritores era tenido como uno de los primeros. Era considerado uno de los primeros escritores de la época, pero el público lo desconocía, y así siguió hasta que pu-blicó su Diccionario de la Lengua Inglesa.  Se consideraba que el idioma inglés había llegado a su apogeo, y que luego había decli-nado a causa de la constante contaminación con galicismos. Por tanto, ya había llegado el momento de fijarlo. Johnson expresó, refiriéndose a esto: "La lengua inglesa está a punto de perder el carácter teutónico".
Según Carlyle,  el estilo de Johnson era "acartonado". Esto es cierto, los párrafos son largos y pesados. Pero a pesar de eso, detrás de cada página podemos encontrar pensamientos sensatos y originales. Boileau  había escrito que las tragedias que no res-petaban el lugar único de la acción eran absurdas. Johnson reac-cionó contra esto. Boileau había dicho que era imposible que el espectador se creyese primero en cualquier lugar y luego en Ale-jandría, por ejemplo. Censuraba también la falta de unidad de tiempo. Desde el punto de vista del sentido común, el argumen-to parecía irrefutable, pero Johnson lo contradice diciendo que "el espectador que no está loco sabe perfectamente que no está en Alejandría ni en otro lugar, sino en el teatro, que está en la platea presenciando un espectáculo". Esta réplica se dirigía a las reglas de las tres unidades, que provenían de Aristóteles y que Boileau sustentaba.
Ahora, una comisión de libreros fue a visitarlo y le propuso la redacción de un diccionario que incluyera todas las palabras del idioma. Esto era algo nuevo, insólito. En la Edad Media, en el siglo X o en el IX, cuando un erudito leía un texto latino y en-contraba una palabra anómala, que no entendía, incluía entre dos líneas su traducción a la lengua vernácula. Luego se reunían y así se fueron formando glosarios, pero que en un principio fueron de palabras latinas difíciles solamente. Esos glosarios se publicaron separadamente, y después empezaron a hacerse dic-cionarios. Los primeros fueron italianos y franceses. En Inglate-rra, el primer diccionario fue hecho por un italiano, y se deno-minó A Worlde of Wordes, "un mundo de palabras".  Siguió a éste un diccionario etimológico, en el que se trató de incluir to-dos los vocablos, pero no atendiendo a su significado, sino para dar los orígenes o etimologías sajonas o latinas de una palabra. Sajonas o teutonas, por cierto. En Italia y Francia hubo acade-mias que compusieron diccionarios que no registraban todas las palabras. No querían registrarlas: dejaban fuera las palabras rús-ticas, dialectales, de argot, las demasiado técnicas, propias de cada profesión. No querían ser ricos en palabras, sino tener po-cas palabras pero buenas. Querían sobre todo precisión, poner un límite al idioma. En Inglaterra no había academias ni nada se-mejante. El mismo Johnson, que publicó un proyecto de diccio-nario inglés cuyo principal motivo era fijar el idioma, no creía que el idioma pudiera fijarse definitivamente. El idioma no es obra de sabios sino de pescadores. Es decir, el idioma está hecho por gente humilde, hecho por el azar, y la costumbre crea nor-mas de corrección que deben buscarse en los mejores escritores. Para la búsqueda de esos escritores, Johnson se fijó un límite que va desde Sir Philip Sidney  a los escritores anteriores a la Res-tauración, hecho que, creyó, coincidía con un deterioro en el lenguaje por la introducción de galicismos, palabras de origen francés.
Así que Johnson decidió hacer el diccionario. Cuando fue-ron a verlo los libreros firmó un contrato. En él se especificaba un plazo de trabajo de tres años y una retribución de mil qui-nientas libras, que al fin fueron mil seiscientas. Él quería que el libro resultase una antología, agregar un pasaje de un clásico in-glés a cada palabra. Pero no pudo hacer todo lo que tenía en mente. Quería hacer tanto, que en cada palabra incluía diversos pasajes para hacer entender los diversos matices de cada palabra. Pero los dos volúmenes que publicó no le satisficieron. Se dio a releer los autores clásicos, los ingleses. En cada obra marcaba los pasajes en que una palabra era empleada con felicidad, y una vez marcada ponía al lado la letra inicial. Iba marcando de esa mane-ra todos los pasajes que le parecían ilustrativos de cada palabra. Tenía seis amanuenses. Cinco eran escoceses. Johnson sabía po-co inglés antiguo. Las etimologías, agregadas con posterioridad, son la parte más floja de su obra, así como las definiciones. De-bido a esta ignorancia suya del inglés antiguo y su consiguiente incapacidad para el trabajo de las etimologías, solía decirse, bro-meando: "hacedor de diccionarios, ganapán inofensivo". Se de-nominaba a sí mismo lexicógrafo.
Un amigo que tenía le dijo un día que la Academia Francesa, con cuarenta miembros, había tardado cuarenta años en hacer el diccionario de la lengua francesa. Y Johnson, que era nacionalis-ta acérrimo, respondió: "Cuarenta franceses y un inglés, la pro-porción es justa". E hizo el mismo cálculo con el tiempo: si los franceses cuarenta personas a cuarenta años cada uno necesita-ron en total mil seiscientos años, eso bien vale los tres que tarda un inglés. Pero la verdad es que no fueron tres sino nueve los que necesitó para completar la obra. Y los libreros sabían en to-do tiempo que contarían con él, que cumpliría. Por ello le die-ron cien libras más.
Este diccionario fue bueno hasta la publicación del de Webs-ter.  Hasta entonces rigió. Actualmente se ve que Webster, ame-ricano, tenía un conocimiento más profundo que Johnson. En nuestros tiempos, el Oxford Dictionary es el mejor, es el diccio-nario histórico de la lengua. Johnson debió su fama al dicciona-rio. Llegaron a llamarlo "Dictionary Johnson". Cuando Boswell lo conoció en una librería se lo señalaron por su mote, "Dictio-nary", que también le daban por su aspecto.
Johnson conoció durante años la pobreza —en un cierto momento, mantuvo un duelo epistolar con el conde de Chester-field, lo que luego aparecerá en su "Londres"—, la buhardilla y la cárcel, y al alejarse de ellas, el mecenas.  Por ese tiempo hace una edición de Shakespeare. En realidad es una de sus últimas obras. Deja un prólogo falto de reverencia, en el que señala los defectos de las obras. Tiene también una tragedia en que apare-ce Mahoma, y una novela breve, Raselas, príncipe de Abisinia, que se ha comparado con el Cándido de Voltaire. En los últimos años de su vida, Johnson abandona la literatura y se dedica a conversar en la taberna, donde forma una peña literaria de la que se erige en jefe, o más bien en dictador.
Samuel Johnson, abandonada su carrera literaria, se muestra como una de las más grandes almas inglesas.

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