miércoles, 23 de diciembre de 2020

Louis Aragon Los ojos de Elsa

 


Los ojos de Elsa, publicado por Louis Aragon en 1942, es el libro más reconocido del autor y considerado una de las obras mayores de la poesía francesa del siglo XX. Los ojos de Elsa constituye uno de los más bellos cantos de amor que un poeta haya jamás escrito. Inspirado en Elsa Triolet, su mujer y una de las más importantes escritoras francesas de origen ruso, comprende veintiún poemas de excepcional belleza, transidos de historia íntima, imágenes conmovedoras y una penetrante sensibilidad. Durante la Segunda Guerra Mundial, Louis Aragon tomó partido por la resistencia contra el nazismo. Denominado el último poeta cortés, Aragon rememora la gloria de los viejos trovadores provenzales a través de su canto a la mujer amada. Precisamente escribe estos poemas en la zona no ocupada del sureste francés, el mismo territorio donde floreció la lírica occitana trovadoresca, que el poeta considera un símbolo de cultura propia y motivo de orgullo nacional ante el invasor. Convencido de que la poesía puede ser una efectiva arma de combate, Los ojos de Elsa supone una contribución poética a la resistencia francesa y un himno desgarrado de amor a Francia.

 

Louis Aragon

Los ojos de Elsa

Título original: Les jeux d’Eisa

Louis Aragon, 1942

Traducción: Raquel Lanseros

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

 

EL AMOR SOBREVIVE

Cuando Louis Aragon conoció a Elsa Triolet en 1928 en el café La Coupole de París, frecuentado por muchos artistas y escritores de la época, su vida cambió para siempre. Pero no se trató tan sólo de un cambio amoroso y sentimental, sino también poético, puesto que Elsa se convirtió desde entonces en su musa, la mujer que le insuflaba energía y fomentaba sus poderes creativos.

Los ojos de Elsa, el poemario que están ustedes a punto de leer —o releer— es el primero de un largo ciclo de libros de poesía consagrados por Aragon a su compañera, con la cual formó una pareja mítica hasta la defunción de Eisa en 1970. Es, además, el libro más leído, estudiado, conocido y admirado de todos los que escribió el poeta, y unánimemente considerado una de las obras mayores de la poesía francesa del siglo XX. Publicado en 1942, reúne veintiún poemas dispuestos siguiendo el orden cronológico en el que fueron escritos, desde diciembre de 1940 hasta febrero de 1942. El propio autor indicó que poco importaba saber el lugar exacto de la zona no ocupada de Francia donde los escribió, apuntando no obstante algunos sitios como Carcassone, Villeneuve-lès-Avignon y Niza.

Los ojos de Elsa constituye uno de los más bellos cantos de amor que un poeta haya jamás escrito. En palabras de Aragon, «un hombre no tiene nada mejor, ni más puro, ni más digno de ser perpetuado que su amor». Amor verdadero, historia íntima, imágenes emocionantes habitan estos poemas transidos de sensibilidad y de belleza. Las palabras del poeta trascienden sus versos y llegan al corazón del lector con la fuerza que mana de la verdad, la más profunda y clara, que sólo acierta a verbalizar el alma cuando está conectada con el latido del universo.

El último poeta cortés fue uno de los apelativos que mereció Aragon, tras componer tantos maravillosos poemas en honor de la mujer amada. Y no se trata de un apelativo baladí, porque el propio poeta recuerda explícitamente en sus poemas la gloria de los antiguos trovadores provenzales que hicieron florecer en la Edad Media este concepto de amor rendido, sincero, noble y caballeresco hacia una mujer a veces desdeñosa o imposible, a la que cantaron en la melodiosa lengua occitana, forjando una visión del amor que, con sus cambios y transformaciones, ha permanecido en el imaginario colectivo hasta nuestros días. Entre las numerosas referencias a distintos géneros de las canciones de trovadores, Aragon menciona por ejemplo el descort (que expresa un desacuerdo) o la reverdie (canción caracterizada por la alegría del advenimiento primaveral).

Es importante recordar que es en este territorio mítico del sureste francés donde el poeta escribe los poemas que compondrían Los ojos de Eisa. En medio de la ocupación nazi de Francia, que Aragon vivencia con profundo dolor como la más cruel humillación a su país, crece su admiración por la tierra de los poetas trovadores occitanos que desde el siglo XI con Guillermo IX, duque de Aquitania, hasta el XIV imprimieron a la literatura medieval europea su propio sentido del honor, del erotismo y del amor. En el remoto florecimiento de su propia lírica, el poeta ve un símbolo de cultura propia y motivo de orgullo nacional ante el invasor.

Miembro hasta su muerte del Partido Comunista Francés, Aragon estuvo entre los poetas que tomaron partido, durante la Segunda Guerra Mundial, por la resistencia contra el nazismo. Convencido de que la poesía puede ser una efectiva arma de combate, Los ojos de Elsa es una contribución poética a la resistencia francesa, un doble himno que canta por igual el amor a su amada y el amor a Francia, invadida y mortificada.

También Elsa entró en la resistencia y colaboró activamente en la elaboración y difusión de periódicos. Es importante remarcar el alto nivel intelectual y literario de la figura de Elsa Triolet, una de las más importantes escritoras francesas de origen ruso. Nacida en Moscú como Elza Yúrievna Kagán en el seno de una familia acomodada y cosmopolita, su hermana mayor Lilia Brik fue amiga íntima y musa poética de Vladimir Maiakovski, y bautizada por Pablo Neruda como «la musa de la Vanguardia Rusa». El propio Aragon, en el segundo poema de su «Cántico a Elsa» dice en claro homenaje a ambos: «Y Lili como tú hecha para canciones / Escucha para siempre a su poeta que yo amo / Muerto una hermosa tarde sobre su poema».

La torrencial poesía que contienen estos prodigiosos versos está repleta de alusiones culturales de todo tipo: históricas, poéticas, populares y geográficas, que hacen de su poesía un complejo y rico entramado. Superviviente de las dos guerras mundiales —en ambas fue condecorado por su valentía con una Cruz de Guerra— Aragon es uno de los más destacados y comprometidos poetas franceses del siglo XX, y uno de los que mejor supieron cantar el amor por la patria y el deseo inaplazable de libertad. La patria y la mujer amada se entremezclan en Los ojos de Eisa para componer un canto poético único, hímnico y poderoso, a la vez que tierno y desesperado, rebosante de desencanto y de fe.

Este libro que ustedes sujetan entre sus manos supone la primera vez que Los ojos de Elsa se ha traducido íntegramente al español, en la exacta versión original que se publicó en 1942. Les confieso que siento como un auténtico privilegio la oportunidad de haber vertido a mi lengua materna, para disfrute de los lectores en español, uno de los más grandes libros de amor de la historia y un emblema imprescindible de la poesía francesa. Un libro, en suma, para el que no existe el tiempo, porque, como canta Louis Aragon: «el amor sobrevive».

Raquel Lanseros

LOS OJOS DE ELSA

LOS OJOS DE ELSA

Tus ojos son tan hondos que me incliné a beber

Y vi todos los soles venir a contemplarse

Arrojarse a morir a los desesperados

Tus ojos son tan hondos que pierdo la memoria

A la sombra del pájaro está turbio el océano

De repente el buen tiempo surge y tus ojos cambian

El estío labra nubes en mandiles de ángeles

Nunca es azul el cielo como lo es sobre el trigo

El viento sigue en vano las penas del horizonte

Tus ojos más claros que él cuando brillan con lágrimas

Tus ojos ponen celoso al cielo tras la lluvia

Nunca es azul el vidrio como cuando se quiebra

Madre de los siete dolores oh, luz mojada

Siete espadas punzaron el prisma de colores

El día más doloroso despunta entre las lágrimas

Fresado en negro el iris más azul por el luto

En el dolor tus ojos abren la doble brecha

Por donde se repite el milagro de los Reyes

Cuando vieron los tres —su corazón latiendo—

El manto de María colgado en el pesebre

Una boca abastece a mayo de palabras

Por todas las canciones y todos los suspiros

Muy poco firmamento para millones de astros

Les faltaban tus ojos y sus gemelos íntimos

El niño acaparado por las bellas imágenes

Abre mucho los suyos menos grandiosamente

Cuando fijas los ojos yo no sé si tú mientes

Parece un aguacero que abre flores silvestres

Quizá ocultan relámpagos en la lavanda donde

Los insectos deshacen sus amores violentos

Estoy preso en la red de las estrellas fugaces

Como un marino que muere en el mar en agosto

Partiendo la pecblenda he obtenido este radio

Me he quemado los dedos en el fuego prohibido

Oh, paraíso cien veces recobrado perdido

Tus ojos mi Perú mi Golconda mis Indias

Sucedió que una noche se quebró el universo

Sobre los arrecifes de hogueras de piratas

Y yo veía brillar por encima del mar

Los ojos de Elsa los ojos de Elsa los ojos de Elsa

LAS NOCHES

LA NOCHE DE MAYO

Los espectros rehuían el camino por donde pasé

Pero la bruma de los campos delataba su aliento

La noche se hizo tenue sobre la llanura

Después de haber dejado los muros de La Bassée

El fuego de una granja arde al fondo de este desierto

En las hierbas de las cunetas se agacha el silencio

Un avión reza el rosario y te arroja

Un proyectil por encima de Ablain Saint-Nazaire

Los espectros perdidos confunden sus propias huellas

Los pasos cien veces dados agotan su razón

Bocanadas de miedo suben al horizonte

Sobre las casas de Arras presa de los tanques Arras

Interferencias de dos guerras os veo

Aquí está la necrópolis y aquí está la colina

Aquí la noche se suma a la noche huérfana

A las sombras de hoy las sombras del pasado

Nosotros que tan bien soñamos en la hierba sin coronas

La tierra un agujero la fecha y el nombre sin aquí yace

Va a haber que renacer a vuestras mitologías

Sin embargo ya no se oye el chirrido de los cicerones

Oh, fantasmas lívidos de Vimy veinte años después

Muertos a medias Yo soy el camino del alba hélice

Que gira en torno al obelisco y me arriesgo

Donde vosotros vagáis Maldormidos Malenterrados

Panorama del recuerdo Tan sufrido

Ah, se acabó Descanso Quién de vosotros gritó No

Al ruido recuperado del cañón Falso Trianon

De un calvario real de cruces blancas y alfombra verde

Los vivos y los muertos se parecen si tiemblan

Los vivos son los muertos que duermen en sus camas

Esta noche los vivos son exhumados

Y los muertos reanimados tiemblan y se les parecen

Se hizo de noche alguna vez tan perfectamente de noche

Dónde se fueron Musset tu Musa y tus pesadillas

Flota en alguna parte un perfume de laburno

Es mil novecientos cuarenta y es la noche de mayo

LA NOCHE DE DUNKERQUE

Francia bajo nuestros pies como una tela usada

Se ha ido poco a poco negando a nuestros pasos

En el mar donde muertos y algas se entremezclan

Están barcos volcados como mitras de obispo

Cien mil hacen vivac en el borde del cielo

y el agua extiende al cielo la playa de Malo

Sube a la noche donde los caballos se pudren

Un son de pisoteo de animales que migran

El paso a nivel sube sus dos brazos a rayas

Redescubrimos nuestros corazones aislados

Cien mil amores latiendo en el pecho de los Juan-sin-tierra

Se quedarán por siempre cien mil veces callados

Oh, San Sebastianes que la vida acribilla

Cómo os parecéis a mí cómo os parecéis

Sólo me oirán seguro quienes tengan el ánimo

De siempre anteponer la herida al corazón

Yo al menos gritaré este amor que declaro

Se ven mejor de noche las flores del incendio

Gritaré gritaré en la ciudad que arde

Hasta de los tejados tirar a los sonámbulos

Proclamaré mi amor igual que de mañana

El afilador canta sus Cuchillos Cuchillos

Gritaré gritaré Mis ojos que yo amo dónde

estáis dónde estás mi alondra mi gaviota

Gritaré gritaré más fuerte que las bombas

Que los heridos y que los borrachos

Gritaré gritaré Tu labio el vaso donde

Yo bebí el largo amor igual que el vino tinto

La yedra de tus brazos a este mundo me ata

Yo no puedo morir Aquel que muere olvida

Me acuerdo de los ojos de los que se embarcaron

Quién podría olvidar su amor por Dunkerque

No consigo dormir con estos proyectiles

Quién podría olvidar el alcohol que lo embriaga

Los soldados cavaron hoyos de altura real

Y parecen probarse la sombra de las tumbas

Rostros petrificados Gestos de dementes

Aparenta su sueño siempre un presentimiento

Los vahos de primavera la arena los ignora

Así agoniza mayo en las dunas del Norte

LA NOCHE DE EXILIO

Qué importa al exiliado si son colores falsos

Juraría dice que es París, si uno

No se negara a creer en las apariciones

Oigo el violín preludiar en la orquesta

Es la Ópera dice este fuego fatuo cambiante

Me habría gustado fijar en mis ojos medio abiertos

Esos balcones iluminados esos bronces ese tejado verde

Esa esmeralda apagada y ese zorro de plata

Reconozco dice estas bailarinas de piedra

La que las guía lleva una pandereta

Pero quién pone en su frente esos reflejos submarinos

El durmiente despierta y se frota los ojos

Medusas dice lunas halos

Bajo mis dedos finos despliegan sin fin su palidez

En la Ópera adornada con ópalos y lágrimas

La orquesta entera imita mis sollozos

Me habría gustado fijar en mi memoria loca

Esa rosa dice esa malva desconocida

Ese dominó fantasma al final de la avenida

Que cambiaba de ropa cada noche sólo para nosotros

Esas noches te acuerdas Recordarlas me duele

Tenían tantos relámpagos como el ojo negro de las palomas

Nada nos queda ya de esas joyas de sombra

Ahora sabemos lo que es la noche

Quienes se aman sólo tienen el amor por morada

Ytus labios mantenían cada noche la apuesta

De un cielo de ciclamen por encima de París

Oh, noches apenas noches color de la ternura

El firmamento se abovedaba de diamantes para ti

Yte jugué mi corazón en igualdad de probabilidades

Sol giratorio de los bulevares luces de Bengala

Cuántas estrellas por tierra y sobre los tejados

Cuando lo pienso hoy las estrellas hacían trampa

El viento arrastraba muchos sueños a la deriva

Ylos pasos de los soñadores resonaban en las calles

Los amantes se abrazaban bajo las puertas cocheras

Poblábamos los dos el infinito de nuestros brazos

Tu blancura encendía la penumbra eterna

Yyo no podía ver al fondo de tus pupilas

Los ojos de oro de las aceras que no se apagaban

Siguen pasando las carretas de verduras

Entonces los percherones se iban lentamente

Con hombres lívidos durmiendo en las coliflores

Los caballos de Marly se encabritaban en la bruma

Hacen allí los lecheros un alba de hojalata

Y amanece San Eustaquio en los ganchos de las tiendas

Los carniceros cuelgan animales fantásticos

Prendiendo la escarapela en sus vientres sangrientos

Acaso decidió callarse para siempre

Cuando la dulzura de amar desapareció una noche

La gramola mecánica en la esquina de nuestra calle

Que por diez monedas francesas tocaba una canción

Volveremos a ver alguna vez el paraíso lejano

Les Halles la Ópera la Concordia y el Louvre

Esas noches te acuerdas cuando la noche nos cubre

La noche que viene del corazón y no tiene mañana

LA NOCHE EN PLENO DÍA

Reina en la ciudad una noche negadora

El Arlequín blanco y negro ahora negro y blanco

No ve aquí ningún cambio, salvo que las actrices

Cuelgan por medio de imperdibles

La sombra de los rayos X en su hombro desnudo

Ecuación fantasma de bellas incógnitas

Estos días se inauguró el Carnaval de Niza

Pero nadie excepto yo se acordó

Una luz inversa mancha de tinta la mascarada

Bajo las mimosas oscuras un follaje de leche

Da a los jardines maquillados su brillo de ensalada

Suspendidos bajo las estrellas enfermas

Un chal de resplandor cubre sus chalets

En su cesta de flores inmóvil ballet

Fútbol petrificado bajando hacia el fondeadero

Los vecinos de las casas toman aspecto palaciego

Rascacielos florentinos Miniaturas de Kremlin

Laberinto de Delhi Póquer de ases con cien dados

Alhambras delirantes Villas Arquitecturas

Venecia a pequeña escala Schönbrunn caricatura

Pesadilla mil novecientos Palacios de orquídeas

Donde Peleas deletrea un oscuro a b c d

Y con el pelo revuelto sueña con formas de estuco

En camisón Melisande acodada

Balcones cerúleos decorados con figurillas

Porcelanas de Saxe desarraigadas Tanagras y amuletos

El cisne de medianoche viene a buscar a Lohengrin

Y Lanzarote del Lago que una Manon aflige

Mira fijamente en el recodo a una falsa María

Bashkirtseva que estaba charlando con las valquirias

Bedlam o Charenton Cerca de la Fornarina

Desdémona sorprendió a Otelo su marido

El gesto al ralenti que hizo el discóbolo

Lanza una luna opaca entre su época y nosotros

Que los bailarines provenzales bailan

La sospecha comienza donde se urde la trama

Donde dominós blancos parecen albornoces

Juan Tenorio a quien persiguen las locas

Le quita el lobo a una y se queda mudo

No es para rezar por lo que se arrodilla

Amor confiemos a las tinieblas mentales

Su carnaval imaginario Tengo bastante

Con el mundo tal y como es en las postales

La gesticulación de las sombras monumentales

Comenta el sol sobre su hipertrofia

Los transeúntes con nariz falsa se desafían entre sí

Oh, noche en pleno día de eclipses totales

Triste como los reyes en sus fotografías

FIESTAS GALANTES[1]

Se ven marqueses en bicicleta

Se ven proxenetas a caballito

Se ven mocosos con velo

Se ve a los bomberos quemar los pompones

Se ven palabras arrojadas a la red viaria

Se ven palabras puestas por las nubes

Se ven los pies de los hijos de María

Se ve la espalda de las rapsodas

Se ven coches de gasógeno

Se ven también ricksaws

Se ven muchachos a quienes las largas narices estorban

Se ven cobardes de dieciocho quilates

Se ve aquí lo que se ve en otro lado

Se ven damiselas descarriadas

Se ven rufianes Se ven voyeurs

Se ve bajo los puentes pasar a los ahogados

Se ve descansar a los vendedores de zapatos

Se ve morir de hastío a los examinadores de huevos

Se ven fracasar los valores seguros

Y huir la vida deprisa y corriendo

lunes, 21 de diciembre de 2020

EL AMANTE URUGUAYO. NOVELA. (UNA HISTORIA REAL). ROCANGLIOLO, SANTIAGO.


 

A la conclusión que llego después de leer: EL AMANTE URUGUAYO es: 1) La fama no se busca, llega si tiene que llegar. 2) Podés tener los amigos más famosos como escritores e incluso en ocasiones ser un lacayo y alfombra de "estos" famosos pero, si no valés por tu obra, de nada te servirá ser un adulador. 3) En el mundo del Arte - en este caso en la Literatura - las envidias abundan. 4) Podés escribir en París o en cualquier parte de Europa pero, si no tenés talento o no gusta lo que escribís, de nada te servirá vivir en una gran ciudad. 5) De esto último, Rocangliolo pone como ejemplo a Borges: mientras Amorim vivía en Europa rodeado de grandes artistas soñando ser de la "élite", Borges hacía su monumental obra literaria en Argentina en solitario y, no fue después de los 60 años que comenzó a tener una fama sin parangón el escritor de "Fervor de Buenos Aires" J. MÉNDEZ-LIMBRICK.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Mi blog: EL LABERINTO DEL VERDUGO. J. MÉNDEZ-LIMBRICK.

 



Mi blog.

El blog El laberinto del verdugo, es un blog de orientación literaria pero, sobre todo son mis gustos literarios. En ocasiones, he tratado de hacer recorridos a través de la Historia de la Literatura mediante artículos especializados de revistas universitarias, opiniones de los mismos escritores sobre qué entienden acerca del quehacer literario hasta entrevistas y semblanzas periodísticas.

Todo lo que ha llamado  mi curiosidad lo he buscado y lo he puesto en el blog.

En otras ocasiones, he opinado y he vertido mis pensamientos de lo que creo es la Literatura. En resumen, el blog es un catador de mis gustos y preferencias literarias, es la simple visión de un escritor.

Gracias a todas las personas que visitan el sitio... el blog es de todos ustedes.

J.Méndez-Limbrick..

Tolstói, el campesino. 44 escritores de la literatura universal.



Tolstói, el campesino

Una noche, cumplidos ya los ochenta, se escapó de casa. Se levantó sigiloso de la cama, y avanzó de puntillas por el corredor —¡schhh!—; los calcetines de lana resbalando sobre la tarima (era invierno), el pijama de felpa, intentando que no le sorprendieran. Se puso el abrigo en la cocina, una gorra de lana oscura, y las botas de caucho. Hizo una bolsa en la que metió su diario, una pluma, un poco de pan, y se inventó un nombre: T. Nikolaieff. Con él, tapado hasta los ojos, compró un billete para un vagón de tercera y, acompañado de su médico, se marchó.

Huía de Yásnaia Poliana, su casa. Huía de su mujer, de sus trece hijos, de sus propiedades y, sobre todo, de su condición aristocrática, de la mirada acerada de los mujik, los campesinos que trabajaban para él y a quienes tanto se parecía —cejas gruesas, barba patriarcal, frondosa, espesa cabellera— y que lo miraban, allí montado a caballo, con el recelo subversivo, tal vez amenazante, de los siervos.

Ocurría a veces que quienes iban a visitarlo, y recorrían media Rusia nevada para rendirle respetuosa pleitesía, se sorprendían de su aspecto: fornido, musculoso, tallado por el viento de la estepa. Un hombre que montaba a caballo, que salía con frecuencia de caza o a patinar en los estanques helados, donde también pescaba, y a montar en bicicleta. Sabía segar, e interpretaba el lenguaje de la tierra, esa tierra llorosa y explotada de los terratenientes: las siembras, los barbechos, la esclavitud, el hambre.

Trabajador infatigable, observador minucioso, conversador preciso, se documentaba yendo a casa de sus amigos para ver cartas o documentos, o recoger testimonios. Se cuenta que copió Guerra y paz, completa, de arriba abajo, siete veces, y que, ya en la imprenta, telegrafiaba a menudo a Moscú para parar las máquinas y cambiar una palabra.

A los cincuenta años le dio un yuyu. La vida se paró y se volvió lúgubre, explicaba. Dormía mal, agitado. Se despertaba empapado en sudor, la mirada aterrada. Sufría pesadillas, o un insomnio abrigador y susurrante, frío como un cadáver. Renunció a sus posesiones, a sus derechos, y se mezcló con los pobres, los desfavorecidos, los que no tenían nada. Con los siervos, que le siguieron mirando con recelo. Reivindicó el amor y la igualdad; los suyos le ignoraron. Reclamó la justicia, y el gobierno prohibió sus escritos, y lo marcó con el dedo acusador de las autoridades.

Cuando murió, en una estación de tren, febril y solitario, y lo reconocieron, llegaron periodistas, y curiosos, y guardias, y un edicto de las autoridades que prohibía hacer sonar las campanas, bajo pena de cárcel.

Pero en todo el país, según se iba extendiendo la noticia, los curas ortodoxos subían a los campanarios, los ojos llenos de lágrimas, y tocaban a muerto. El tañido sonó por toda Rusia, como una salmodia, una mecha.

Más de cinco mil sacerdotes fueron detenidos.


martes, 15 de diciembre de 2020

STEVENSON el que contaba historias. 44 escritores de la literatura universal.

 


STEVENSON el que contaba historias

Lo primero es un lío con su nombre. Robert Lewis Balfour Stevenson empezó firmando R. Stevenson, por abreviar, si bien ocasionalmente añadía otro par de iniciales, R. L. B. Stevenson, cuando la situación lo requería. Hasta que, en 1868, recién cumplidos los dieciocho, pidió formalmente a su madre que lo llamara Robert Lewis, olvidando el Balfour que siempre había, secretamente, aborrecido. No del todo conforme, decidió sustituir el Lewis escocés por el francés Louis, aunque en su casa, un poco escamados con tanto cambio, siguieron llamándole Lewis que, por lo demás, se pronuncia más o menos igual.

Hijo único, lo mismo algo mimado, fue un niño enfermizo que heredó una insuficiencia respiratoria y una facilidad extrema para los catarros: mocos, dolores de garganta, estornudos y noches de insomnio visitadas por una tos seca, profunda como una sima, con algo del eco de las cavernas, las catedrales o los acantilados. Recordó siempre cómo su aya, la encantadora Cummie, lo levantaba a veces de la cama, congestionado, rojo, y lo llevaba ante un ventanal desde el que se veía buena parte de la ciudad, a oscuras, salvo una o dos ventanas, a lo lejos, iluminadas, en las que imaginaba a otros niños como él, con tos, también, febriles, que insomnes lo miraban. Cuando tenía seis años, su tío David organizó un concurso entre sus hijos y sobrinos en el que ofreció un premio para la mejor historia sobre Moisés. Louis quiso presentarse y como no escribía, durante cinco tardes de domingo dictó a su madre el texto que corrigió y tachó y que, al final, le valió una Biblia ilustrada.

Luego fue la Ingeniería, como su padre, que acabaría esquivando; el Derecho, solo de refilón, y una mácula de elegante indigencia que le obligaba a visitar lugares acordes con sus precarios medios. Tabernas que se llamaban El elefante verde, El ojo parpadeante, El alegre japonés…, en las que se sentaba a escribir, rodeado de deshollinadores, marineros, rateros que, en atención a su atuendo, lo llamaban «levita de terciopelo».

Hombre de hábitos nómadas, vagabundo, bohemio, se habituó a viajar con un mínimo equipaje: ropa, libros y un sky terrier negro, de peludas orejas, como sauces llorones y que, en consonancia con la costumbre de su amo, fue cambiando de nombre: Walter, Wattie, Woggs, Bogue…

Lo demás fueron enfermedades: el frío le ocasionaba pulmonía; el polvo, oftalmia, ciática el ejercicio… A menudo tenía que guardar reposo, en silencio, como un inválido, a oscuras, dictando a su mujer sus escritos. Acabó en los Mares del Sur, en Vailima, aquel lugar, un poco el paraíso —el sol, el mar, la paz—, en el que los nombres eran como un hechizo: Taahauku o Hiva-oa, viviendo en una casa de madera, con una biblioteca en la que barnizó las tapas de los libros para protegerlos de la humedad. Allí lo llamaban Tusitala, aquel que cuenta historias. No es mal mote.

sábado, 12 de diciembre de 2020

"Principios nocturnos", de Jorge Méndez Limbrick, se adjudica el III Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas

 


"Principios nocturnos", de Jorge Méndez Limbrick, se adjudica el III Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas


En total, se recibieron 70 novelas participantes en esta tercera convocatoria

La obra será publicada por la EUNED en el 2021 y se presentará en la próxima Feria Internacional del Libro de Costa Rica

El ganador fue dado a conocer en la Entrega Anual de Libros de la EUNED

limEl III Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas, convocado por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED) en el género novela, ya tiene ganador: "Principios nocturnos", de Jorge Méndez Limbrick.

El jurado calificador, compuesto por Karen Calvo Díaz y Carlos Morales Castro, destacadas personalidades del mundo cultural y literario de Costa Rica y la región, seleccionó la obra entre un grupo de 70 novelas participantes en la convocatoria 2020, un número importante a pesar de la pandemia generada por el COVID-19.

De acuerdo con el jurado calificador, nombrado por el Consejo Editorial de la EUNED, la obra ganadora presenta novedad temática en el contexto costarricense y reflexiona sobre temas universales como la fama y la muerte. En su dictamen agrega, además, que plantea preocupaciones propias de la posmodernidad.

Entre sus cualidades, el jurado destaca que la obra recurre a una serie de referencias intertextuales vastas y no localistas; construye un mundo ficcional basado en el discurso de lo fantástico; critica el mundo cultural y académico del país, y posee un estilo cuidado y ágil, junto a una buena técnica narrativa.

El ganador recibirá un premio de 2 500 dólares y la publicación por la EUNED durante el 2021. También, será presentada en la Feria Internacional del Libro del próximo año.

Debido a la calidad de las obras recibidas, este año el jurado recomendó dos obras “Mentiras veniales, pecados mortales”, de la autora Silvia Lorena Rodríguez Ruiz, y “Los recuerdos del burro Marín”, del autor Cristóbal Gerardo Montoya Marín.

Sobre el autor ganador 2020

Jorge Méndez Limbrick, autor de “Principios nocturnos”, nació en San José el 6 de noviembre de 1954. Es abogado y escritor costarricense de novela negra y policial.

Ha ganado el Premio Editorial Costa Rica y el certamen “UNA Palabra”, de la Universidad Nacional (UNA). Obtuvo, en el 2010, el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría, en novela.

Fue colaborador de las antologías “Para no cansarlos con el cuento” (1989, Editorial Universidad de Costa Rica) y “La gruta y el arcoíris” (2008, Editorial Costa Rica).

En 2010, publicó “El laberinto del verdugo”, secuela de “Mariposas negras para un asesino”, que forma parte de una trilogía, cuya última obra está en producción.

Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2021

Para el próximo año, la EUNED convocará nuevamente el género de cuento. Según acuerdo del Consejo Editorial, presidido por la Dra. María Eugenia Bozzoli, las obras se recibirán del 15 de febrero al 30 de junio de 2021, aunque la fecha límite está sujeta a las condiciones de emergencia nacional y podría ser cambiada por la editorial, según su conveniencia.

Las obras participantes se deben enviar al correo electrónico: premio_narrativa@uned.ac.cr. Puede leer las bases completas del Premio 2021 aquí.

Es importante tomar en cuenta que el Consejo Editorial no recibirá, para dictamen, obras del género que esté vigente para el Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas; es decir, no recibirá cuentos fuera de concurso en el 2021.

El I Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas fue otorgado a la novela Las armas de Psique de Javier I. Guevara, mientras que el II Premio lo recibió el cuentario El elixir de Changó, de Sergio Murillo. Ambos libros están disponibles en Librerías UNED y en la plataforma librosuned.cr.

https://www.uned.ac.cr/acontecer/a-diario/gestion-universitaria/4251-principios-nocturnos-de-jorge-mendez-limbrick-se-adjudica-el-iii-pr

viernes, 11 de diciembre de 2020

Stendhal, las doce en punto. 44 escritores de la literatura universal.

 


Stendhal, las doce en punto

Se llamaba Henri Beyle. Un caballero grueso, según él mismo escribió, que compraba muchos libros, escribía de historia, comía en un café y se acostaba todas las noches a las doce. Tenía una extraña barba que le nacía en las patillas, y que se prolongaba bajo el rostro enmarcando su cara redonda. Todavía adolescente se enamoró de una joven actriz y vivió tal pasión, tal locura amorosa, que iba todas las noches al teatro solo para verla. Aquel primer amor le redimió de una infancia desdichada; una madre tempranamente muerta, y siempre condolida, idealizada, y un trío de enemigos familiares. Su padre, rígido y autoritario; su tía Séraphie, severa como su propio nombre indica, y el abate Raillane, su preceptor, puritano y estricto, amenazante como el ángel de la espada flamígera.

Uno de sus recuerdos, imborrables, de infancia, fue el de Luis XVI muerto en la guillotina. Su padre entró en casa demudado, desencajado, lacio, con un correo en la mano, dejándose caer sobre un diván como una marioneta descordada: «Se ha terminado», murmuró, «ha muerto asesinado».

Fue oficial de dragones, uno de aquellos tipos arrogantes, juerguistas y arrojados que recorrieron Europa de taberna en taberna, con la Enciclopedia de Diderot debajo del brazo, las botas de charol y los chacós de entorchados imperiales. Fue después funcionario, cónsul y auditor: un uniforme de terciopelo azul bordado de hilo de plata, un sombrero de plumas, y una espada colgada del cinturón de seda que probablemente no sacó nunca de la funda.

Vivió un mundo poblado de condesas, bailes, gasas y tules, cuellos y puñetas de encaje, en un tiempo agitado: polvos blancos, de arroz, y pólvora negra.

Y Napoleón, claro, de paso por la Historia, con mayúsculas. Lo siguió con su ejército, siempre en puestos administrativos desde los que pudo contemplar, a resguardo de los cañones y los sables, la grandeur de los mariscales pintada al óleo, con marcos de oropel, y también la débâcle, la de los veteranos cercados en las estepas rusas, que traducían el heroísmo en subsidios y cruces pensionadas, su ambición en limosnas.

Administró, también, un ejército de amantes, novias y enamoradas. Todas con nombres de pastel o merengue: Angela, Adèle, Métilde, Pauline, Alexandrine, Mina, Angéline… En una visita a su editor, inquirió por sus obras, almacenadas en la trastienda de la imprenta: «Aquí las tiene», dijo malhumorado, abriendo un arco exagerado con el brazo. «Como libros sagrados: sin que nadie los toque».

A última hora, se dedicó a redactar infinidad de testamentos, aterrado por la idea de una muerte que, finalmente, se presentó, dulce y condescendiente, y se metió en su cama. Fue su amigo Romain Colomb quien buscó para él, en Montmartre, un lugar tranquilo y agradable donde hoy está su tumba, con su cara, de perfil, enmarcada, y su nombre con hache intercalada.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Simenon, los cuatrocientos libros. 44 escritores de la literatura universal.

 


Simenon, los cuatrocientos libros

 Había dos Simenon. Ambos iguales, en apariencia, o parecidos. Ambos, por ejemplo, sombrero de ala ancha. Ambos pipa, sujeta entre los dientes —llegó a tener cuarenta—. Ambos rostro afilado, un poco de roedor, gesto sonriente. Ojillos diminutos, vivarachos, pajarita o corbata. Ambos, porte elegante; ambos también, delgados. Y a partir de ahí todo eran diferencias, sutiles u ostensibles, discretas o notables.

Había un Simenon familiar y hogareño, educado y jovial con los vecinos, amante esposo y padre, con algo de colono, de explorador, pionero: tuvo un barco, una canoa y una casa con bosque, donde iba a cazar con una carabina. Todo idílico, apacible, muy de documental, de postal o de libro.

Sorprendía su inesperada, pasmante voluntad de escapismo. Cambiaba con frecuencia de ciudad, de casa —en París vivió en veintisiete, una detrás de otra—, de habitación de hotel. Viajero empedernido, enfermizo y voraz, a menudo hacía la maleta, cogía el coche, en silencio, por sorpresa, recién amanecido, y desaparecía.

Eso y una descomunal pasión creadora. A los dieciséis años había publicado su primer libro. Después, en tres años, escribió tres mil cuentos. Un día se compró una colección de novelas populares. Contó las líneas, las páginas, los capítulos, e hizo sus cálculos. Ideó una veintena de seudónimos —Christian Brulls, Jacques Dersonne, Luc Dorsan o George Sim, entre otros— y con ellos escribió más de cuatrocientas novelas que enviaba a los editores en un Chrysler de color chocolate, con chófer, porque también sabía ser excéntrico cuando correspondía. «No es un gran libro lo que me he planteado hacer», dijo en una ocasión, «sino muchos pequeños».

La «Fábrica Simenon», afirmaba, irónico, de su literatura. Al final de su vida escribía un libro cada dos meses; trescientos días de vacaciones al año, presumía. Cuando le tocaba, hablaba con su mujer, fijaba una fecha en el calendario, iba al médico a que lo reconocieran, anulaba citas y compromisos, y el día señalado se encerraba en una habitación, con las ventanas cerradas, y un flexo. El otro Simenon: no cogía el teléfono, ni leía el correo, ni hablaba, ni comía durante horas, o días. Bebía solo cuando lo hacían sus personajes, tomaba las mismas píldoras que ellos… Terminaba un capítulo al día, casi siempre desnudo porque se iba quitando ropa: el pantalón, y una camisa de franela que no se cambiaba hasta que acababa la historia. Diez días exactos después, exhausto, sucio, sin afeitar, delgado, con los ojos todavía perdidos, desorbitados, las manos temblorosas, como el superviviente de un secuestro, salía del cuarto. Había acabado. Durante dos meses volvía a ser el Simenon de siempre. El de la vida tranquila y ordenada. La pipa y el sombrero.

Se pasó media vida suspirando por recibir el Nobel. Cuando se lo dieron a Camus dijo: «Ce petit con», masticando las palabras una a una.

martes, 8 de diciembre de 2020

Jean-Paul Sartre (y Beauvoir también un poco). 44 escritores de la literatura universal.

 


Jean-Paul Sartre

(y Beauvoir también un poco)

 

Acababan de conocerse y se habían citado en un café. Ella se retrasaba y él, nervioso, fumando, muy francés, impaciente, leía distraído mirando hacia la puerta de hito en hito. Regordete, los dientes amarillos, separados como una vieja sierra, cara redonda, hinchada, y una bizquera obvia, superlativa, inmensa. Al rato entró una joven y se dirigió a su mesa. Era Hélène de Beauvoir, que había ido a decirle que su hermana Simone sufría una indisposición, y que no podría ir.

Sartre le preguntó cómo le había reconocido. Y ella, apurada, tal vez intimidada, mordisqueándose ligeramente el labio, respondió que su hermana le había dicho que tenía gafas. Él señaló a otros dos clientes que también las llevaban. Y Hélène, carraspeando, casi como un susurro, sofocada, añadió: «Bueno, también me dijo que era bajito y feo».

Tuvo toda su vida un aspecto de gárgola malévola, de diablillo mordaz y una fascinación por la belleza. Más que una aspiración, un requisito. A todos sus amigos se lo exigía, casi en primera instancia, indefectiblemente: la belleza.

Así que le gustó. Aquella chica alta, elegante y altiva, inteligente, muy francesa, también, con quien hablaba de filosofía, todo el tiempo tratándose de usted. «El Castor», la llamaban, uno de los mejores motes desde luego, con quien acabaría firmando un pacto de dos años, prorrogable. Un contrato verbal de amor descomunal y eterno hasta la muerte. Nunca vivieron juntos, aunque compartieron a veces el hotel, amantes con frecuencia, y siempre una común admiración. Quedaban en cafés, a trabajar: el Flore, en Saint-Germain, con sus butacas rojas; el Dôme, desde cuya terraza se veía la estatua de Balzac; o el Trois Mousquetaires. Se sentaban en mesas separadas, para no molestarse, más allá de una vaga, imperiosa mirada, mientras escribían durante horas. Sartre, con letra pequeña, pulida y oficiosa, y Beauvoir, con una caligrafía dentada, accidental, difícil, casi siempre, de leer.

Cuando quisieron darse cuenta, se habían convertido en una leyenda, en historia de Francia. Una celebridad común e inseparable que arrastraba toda una troupe de amores compartidos: queridas, mantenidos, celos, furias, escándalos, coridrina, café, whisky, tabaco, y un registro de amantes (hasta cinco distintas), a las que Sartre daba hora como un médico de la seguridad social. Rechazó el Nobel cuando se lo ofrecieron, mientras comía lentejas y cordero, sin inmutarse.

Una mañana se levantó con el brazo izquierdo paralizado. Solo fue al médico cuando el cigarrillo empezó a caérsele de los labios. En su entierro, Beauvoir se sentó en una silla junto a la tumba abierta, aferrada a una rosa. Lloró en silencio y nadie, nadie se atrevió a consolarla. Al fin, la cogieron del brazo, recogieron la silla, y se marchó. Antes dejó caer la rosa sobre el ataúd, y un beso, frío y aristocrático, como de la nevera, existencial. Sartre había, por fin, dejado de fumar.

 

Simone de Beauvoir sufrió una grave enfermedad pulmonar. Estuvo semanas en cama, ingresada en un hospital. Sartre le escribía casi a diario. Le escribía por ejemplo: «¿Se encuentra bien, hay rosas hoy en sus mejillas?», siempre de usted. «No se olvide de dar un pequeño paseo rodeando su sillón, y cuando haya viajado a su alrededor, siéntese en él».

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID

 


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