domingo, 17 de febrero de 2019

La isla de Arturo Elsa Morante. (Fragmento).





La isla de Arturo


Elsa Morante



Traducción de Eugenio Guasta


 eDITORIAL lUMEN.



 

Dedicado a Remo M.
La que tú creíste un puntito en la tierra
lo fue todo.
Jamás se hurtará ese único tesoro
a tus celosos ojos dormidos.
Tu primer amor nunca será violado.

Virginal se envolvió en la noche
como una gitanilla en su chal negro.
Estrella suspendida en el cielo boreal,
eterna: ningún mal la alcanza.

Amigos jovencitos, más bellos que Alejandro y Euríalo,
por siempre hermosos, protegen el sueño de mi muchacho.
La enseña del miedo no cruzará el umbral
de la pequeña isla celeste.

Y tú no conocerás la ley

que yo, como otros muchos, aprendo,
y que destrozó mi corazón:

fuera del limbo no hay felicidad.

 


Yo, si en él me recuerdo, bien me parece…
Umberto Saba , El cancionero

Prólogo


Las geografías infinitas




Prócida, la isla en la que Elsa Morante y su entonces marido Alberto Moravia se refugiaron del fascismo durante algún tiempo, en plena Segunda Guerra Mundial, es uno de esos territorios de ficción que un escritor no deja escapar fácilmente. Morante reconstruyó sobre su geografía una las infancias más sugerentes de la historia de la literatura, como es la de Arturo Gerace, que junto con su padre Wilhelm y su madrastra Nunziata forman un triángulo cuyas esquinas son imposibles de enumerar, como si ese pequeño triángulo nunca se acabara de recorrer.
La gran escritora dispone para ellos una casa señorial e inhóspita, en una Prócida que es un universo del que Arturo se siente dueño y del que no sale hasta que su inocencia se rompe, y de pronto, en plena adolescencia, le llega la edad adulta. Entretanto, la isla es el escenario de esa clase de vendavales, a menudo secretos, que cambian a las personas.
Elsa Morante es una autora que captura como pocos ese movimiento perpetuo que se produce dentro de todo ser humano. Sus personajes jamás se detienen, aunque permanezcan tendidos, en silencio, o solo sueñen. Algo los zarandea continuamente. Viven una evolución constante, y en su interior van y vienen. No son los mismos ahora que dentro de unas páginas. Siempre hay un cambio, un salto, un vuelo. La autora, con su habilidad para poner en juego matices frase tras frase, acaba por crear personajes inagotables, de los que nunca lo sabemos todo. Esta habilidad permite que una novela como La isla de Arturo funcione como un tratado sobre los afectos y el hastío, mostrando de qué modo es a veces posible pasar de la ternura al odio, o del desprecio al apego de un modo casi natural, inapelable.
La relación del joven Arturo con su padre es paradigmática del tránsito de la admiración al desencanto. Abandonado entre hombres, después de que su madre muera sin llegar a conocerla, Arturo es un niño acompañado simplemente por su imaginación. Morante lo construye sobre las ausencias que lo rodean. No va a la escuela, no tiene amigos, no tiene reglas ni horarios, y casi podría decirse que carece de padre. Está Wilhelm, sí, pero es más personaje que persona, alguien que casi nunca está a su lado, y que cuando regresa de sus incontables viajes, siempre misteriosos, repudia los afectos. «Mis días transcurrían en absoluta soledad», hasta el punto de que «me parecía mi condición natural», sostiene Arturo. Y sin embargo, admira a su padre hasta convertirlo en una referencia mítica. «Él era la imagen de la certidumbre y cuanto decía o hacía representaba el dictamen de una ley universal de la que deduje los primeros mandamientos de mi vida.» Todo cuanto hace está encaminado a conquistar su aprecio y admiración. Lo idealiza, y lo hace sin importar que su amor por él jamás sea correspondido. Wilhelm repudia cualquier muestra de afecto o sentimiento. Arturo, que también está construido sobre los desdenes paternos, admite que algunas veces «anhelaba que me besara y me acariciara como hacen los demás padres con sus hijos». No recuerda que Wilhelm le haya dado un beso alguna vez.
Aferrado a su Código de Certezas Absolutas, que lo empujan a venerar a su padre, y a ejercitar el valor y la lealtad, será justamente una traición lo que acabe abriendo los ojos de Arturo, y lo que lo alejará de Wilhelm. La primera grieta en la relación padre-hijo se produce con la llegada de Nunziata a la isla. Con ella el chico experimenta su primer impulso en contra de su padre, aunque pasajero. Es un presagio, un movimiento del futuro. Arturo ha crecido en un mundo que desprecia a las mujeres. «La aventura, la guerra y la gloria eran privilegios viriles», mientras que «las mujeres, por su parte, encarnaban el amor», sentimiento que él atribuye a una invención de los libros. Jamás se enamorará de una de ellas, llega a prometerse. Al empujarlo a hacerse esa promesa, Morante se retaba a sí misma a provocar un giro narrativo de ciento ochenta grados. ¿Podría Arturo llegar a amar algo que odiaba con todas sus fuerzas?
La aversión hacia la nueva esposa de su padre parece difícil de superar. De acuerdo con los libros que ha leído en la biblioteca familiar, «una madrastra no podía ser sino una criatura perversa, hostil y digna de odio». Por lo que a él concierne, nunca la llamará mamá, o madre, ni siquiera por su nombre, Nunziata. Para dirigirse a ella le dice: «Oye, dime, tú», o si no, le silba. Ese es el punto de partida, que no hace sino agravarse con los celos.
Es una suerte que Arturo esté rodeado de huecos y ausencias. Cuando se da cuenta de que su madrastra ha ocupado algunos de ellos, ya es tarde. En silencio y lentamente ha empezado a tender afectos. El giro está dado, aunque no lo sepa. De hecho, casi sin ser muy consciente ni dominar en condiciones su propio cuerpo, en una acción inesperada, «la abracé y la besé en la boca». No es un beso cualquiera. Es todos los besos que su padre nunca le dio. Es un beso fatal, una señal de que el fin de la inocencia está cerca. Después de besar a su madrastra, que solo tiene dos años más que él, la odia más que nunca y se siente amargamente solo, a punto de hacer un magnífico y terrible descubrimiento: le guste o no, está enamorado de una mujer. Es la primera gran promesa rota; la segunda la desbarata su padre, y con ella se desmoronará el mundo que Arturo había construido en torno a su isla. Quizá haya llegado el momento de buscar nuevos horizontes y ensanchar su universo.
Es difícil no sentirse concernido por la historia de Arturo. Todos nos hicimos mayores casi de repente, sin esperarlo, después de alguna frustración que nos dejó con los pedazos de un sueño roto en las manos. Hay lecturas que se vuelven una experiencia, como la de ser el niño y el adolescente que fue Arturo, y al final de la novela descubrir que ya somos adultos. Inolvidable.

JUAN TALLÓN

1


Rey y estrella del cielo


… el Paraíso alto y confuso…

SANDRO PENNA, Poesías


Uno de mis primeros motivos de orgullo fue mi nombre. Pronto descubrí —fue él, me parece, el primero en contármelo— que Arturo es una estrella: ¡la luz más veloz y brillante de la figura de Bootes, en el cielo boreal! Y que además así se llamaba un rey de la Antigüedad, jefe de un grupo de seguidores, todos ellos héroes, igual que lo era el mismo monarca, quien los trataba como a iguales, como a hermanos.
Desgraciadamente, más tarde me enteré de que el famoso rey Arturo de Bretaña no era un rey de verdad, sino de leyenda, de modo que lo abandoné por otros más históricos (las leyendas me parecían infantiles). Pero había otro motivo que bastaba para dar un valor heráldico a ese nombre; según supe después, quien me lo puso —creo que quizá ignorando el símbolo nobiliario— fue mi madre. Era en esencia una mujercita analfabeta, pero más que una soberana para mí.
En realidad, de ella siempre he sabido poco, casi nada, ya que murió antes de cumplir los dieciocho años, al nacer yo, su primogénito. La única imagen suya que he conocido es un retrato del tamaño de una postal. Una figurita descolorida, mediocre, casi fantasmal, pero objeto de una adoración fabulosa durante mi niñez.
El pobre fotógrafo ambulante al que debo esta única imagen de mi madre la retrató en los primeros meses de embarazo. El cuerpo, pese a los pliegues del holgado vestido, muestra que está encinta. Tiene las manos enlazadas delante, como si se escondiera, en una postura tímida y pudorosa. Está muy seria, y en sus negros ojos se lee no solo la sumisión propia de las muchachas recién casadas del pueblo, sino también un interrogante asombrado y un tanto temeroso. Como si, entre las ilusiones normales de la maternidad, ya sospechase su destino de muerte y de olvido eterno.


La isla


Todas las islas de nuestro archipiélago, en el mar napolitano, son hermosas.
Sus tierras tienen en gran parte un origen volcánico, y sobre todo cerca de los antiguos cráteres nacen millares de flores silvestres como no he visto nunca en el continente. En primavera las colinas se cubren de retama; viajando en junio por el mar, su dulce olor agreste se reconoce en cuanto uno se aproxima a nuestros puertos.
Subiendo hacia el campo por las colinas, mi isla tiene caminitos solitarios flanqueados por muros antiguos, detrás de los cuales se extienden huertos y viñedos que parecen jardines imperiales. Posee varias playas de arena clara y delicada, y otras menores escondidas entre los enormes arrecifes y cubiertas de guijarros y conchas marinas. En aquellos elevados peñascos que sobresalen del agua anidan las gaviotas y las tórtolas salvajes, que, sobre todo por la mañana temprano, dejan oír sus voces, unas veces quejumbrosas, otras alegres. En los días serenos, el mar es apacible y fresco, y se deposita sobre la playa como el rocío. ¡Ah!, no pretendo ser gaviota ni delfín; me contentaría con ser una escorpina, el pez más feo del mar, para volver allí a jugar en el agua.
Las calles que rodean el puerto son callejones sin luz, flanqueados por casas toscas, de siglos de antigüedad, que surgen severas y tristes, a pesar de estar pintadas con los bellos colores de las conchas marinas, rosado y gris ceniza. En el alféizar de las ventanitas, angostas como aspilleras, se ve alguna vez un bote de hojalata con claveles plantados, o una jaula que se diría idónea para un grillo y que encierra una tórtola capturada. Las tiendas son hondas y oscuras como cuevas de bandidos. En el cafetín del puerto hay un hornillo de carbón donde la dueña prepara el café a la turca en una cafetera esmaltada de color azul. Enviudó hace muchos años y lleva siempre un vestido negro de luto, un chal negro y aretes del mismo color. La fotografía del difunto cuelga en la pared, al lado de la caja, rodeada de guirnaldas de hojas polvorientas.
El posadero cría en su local, situado frente al monumento de Cristo Pescador, a un búho sujeto con una cadenilla a una tabla que sobresale en la parte superior de la pared. El ave tiene las plumas negras y grises, delicadas, un elegante copete, párpados azules y grandes ojos de color oro rojo cercados de negro. Siempre le sangra un ala, porque él mismo se la desgarra continuamente con el pico. Si la gente tiende la mano para hacerle cosquillas en el pecho, inclina la cabecita con expresión maravillada.
Al atardecer empieza a agitarse, intenta alzar el vuelo, cae, y muchas veces acaba aleteando cabeza abajo suspendido de la cadenilla.
En la iglesia del puerto, la más antigua de la isla, hay santas de cera, de menos de tres palmos, en vitrinas de cristal. Tienen faldas de encaje auténtico, amarillentas, mantillas de brocado descolorido, pelo de verdad y, colgados de las muñecas, minúsculos rosarios de perlas legítimas. En sus deditos, de palidez mortuoria, las uñas aparecen esbozadas por un tenue trazo rojo.
En nuestro puerto casi nunca amarran las elegantes embarcaciones deportivas o de crucero que pululan en los otros puertos del archipiélago; se ven barcazas o gabarras mercantiles, además de los botes de pesca de los isleños. Durante muchas horas del día la plaza del puerto está casi desierta; a la izquierda, junto a la estatua de Cristo Pescador, un coche de punto espera la llegada del vapor de línea, que se detiene unos minutos para que desciendan tres o cuatro pasajeros, casi siempre gente de la isla. Nunca, ni siquiera en verano, nuestras solitarias playas conocen el alboroto de los bañistas que, llegados de Nápoles y otras ciudades, o de todas las partes del mundo, invaden las playas de los alrededores. Si por casualidad un extranjero desembarca en Prócida, se asombra al no encontrar la vida alegre y heterogénea, las fiestas y las conversaciones en las calles, los cantos, el sonido de guitarras y mandolinas, todo eso por lo que la región de Nápoles es conocida en el mundo entero. La gente de Prócida es huraña, taciturna. Las puertas permanecen cerradas, casi nadie se asoma a la ventana, cada familia vive entre sus cuatro paredes, sin mezclarse con las demás. No cultivamos las amistades. Más que curiosidad, la llegada de un forastero despierta desconfianza. Si hace preguntas, se le contesta de mala gana, porque a los de mi isla no les gusta que se metan las narices en sus cosas.
Son de complexión menuda, morenos, de ojos negros y alargados, como los orientales. Se parecen tanto entre sí que se diría que todos son parientes. Las mujeres, a la antigua usanza, viven enclaustradas como monjas. Muchas llevan todavía el pelo largo enroscado, la cabeza cubierta con el chal, vestido largo y, en invierno, zuecos sobre las gruesas medias de algodón negro; en verano algunas van descalzas. Cuando pasan caminando con los pies desnudos, rápidas, sin hacer ruido y esquivando encontronazos, parecen gatas salvajes o garduñas.
Nunca bajan a la playa. Para ellas es pecado bañarse en el mar, e incluso ver cómo otros se bañan.
Muchas veces, en los libros, las viviendas de las antiguas ciudades medievales, agrupadas o dispersas por el valle y las laderas en torno al castillo que domina la cumbre más alta, semejan un rebaño alrededor del pastor. De la misma manera, las de Prócida, desde las numerosas que se apiñan cerca del puerto hasta las que ascienden por las colinas y las casas de labranza aisladas en el campo, parecen desde lejos un rebaño diseminado al pie del castillo. Este se alza sobre la colina más alta, que, entre las otras, parece una montaña. Ampliado por construcciones superpuestas y añadidas a lo largo de los siglos, ha adquirido la mole de una ciudadela gigantesca. Desde los barcos que bordean la costa, sobre todo por la noche, de Prócida solo se divisa esa masa oscura, así que nuestra isla semeja una fortaleza en medio del mar.
Hace unos doscientos años el castillo se convirtió en un presidio, uno de los mayores, creo, del país. Para muchas personas que viven lejos, el nombre de mi isla es el nombre de una cárcel.
Hacia el lado de poniente, que mira al mar, mi casa queda frente al castillo, pero los separan muchos centenares de metros en línea recta, con numerosas caletas de las que por la noche parten las barcas de los pescadores con las luces encendidas. La distancia impide vislumbrar las rejas de los ventanucos y el ir y venir de los carceleros alrededor de los muros. En invierno, cuando hay bruma y las nubes pasan por delante del castillo, el presidio semeja una fortaleza abandonada, como las que se encuentran en muchas ciudades antiguas. Una ruina fantástica, habitada solo por serpientes, búhos y golondrinas.

viernes, 15 de febrero de 2019

La historia Elsa Morante Traducción de Esther Benítez





Elsa Morante nació en Roma el 18 de agosto de 1912. Durante su época universitaria empieza a publicar los primeros cuentos en revistas y periódicos. En 1936 conoce a Alberto Moravia y en 1941 la pareja se casa, año en el que Morante irrumpe en el firmamento literario. En 1948 ve la luz su primera gran novela: Mentira y sortilegio, que Einaudi publica y que recibe el Premio Viareggio. En 1957 le llega el turno a La isla de Arturo, galardonada con el Premio Strega. Su matrimonio con Moravia se rompe en 1961. En 1963 aparece la colección de cuentos El chal andaluz y en 1968 los poemas y canciones que componen El mundo salvado por los niños. En 1974 Morante publica La historia, a la que sigue Araceli en 1982, cuando el estado físico de la autora ya está enormemente mermado. Al año siguiente Elsa intenta el suicidio y en 1985 muere acompañada solo de sus recuerdos y delirios en una clínica romana.


Recopilador: Dr. Enrico Pugliatti.
La historia

Elsa Morante
 Traducción de
Esther Benítez
 Prólogo de
Juan Tallón
 Prólogo

Un escándalo que nunca acaba



En 1974, cuando Einaudi publicó La historia, la editorial se sometió a una inesperada petición de Elsa Morante, empeñada en que la novela no costase más de dos mil liras (el equivalente a cinco dólares de entonces), como ejercicio literario pero también moral que era. «Quiero una edición barata», le pidió expresamente Elsa a Giulio Einaudi, quien accedió a publicarla en bolsillo.
La autora se proponía llegar a más lectores de los que se habían acercado años antes a Mentira y sortilegio (1948) y a La isla de Arturo (1957). Y lo logró. Al año de su publicación, La historia había vendido ochocientos mil ejemplares en Italia. Su agente literario, Erich Linder, se sorprendía al comprobar que, pasados los primeros meses de enorme impacto, las ventas seguían contándose por miles semana tras semana. «No sabemos quién compra todavía el libro, ya que en la actualidad parece haber ejemplares en todas las casas italianas», confesó el hombre en una carta a un editor estadounidense, según se lee en la biografía que Lily Tuck escribió de la autora.
El éxito editorial fue acompañado de un gran alboroto crítico. El choque entre defensores y detractores, a menudo arrebatado, ayudó a erigir la novela en una de las más famosas de la década en Italia. En la fase más delicada del debate, la reseña en Tempo Illustrato de Pier Paolo Pasolini, desde siempre muy cercano a la autora, provocó que Morante y él nunca más se dirigiesen la palabra. El corresponsal romano para The New York Times publicó una crónica en septiembre de 1974 en la que contaba: «Por primera vez desde tiempos inmemoriales hay personas en los compartimentos de los trenes y en los bares que hablan más del libro que de la liga de fútbol o de un escándalo de faldas. Los críticos escriben páginas y más páginas preguntándose por el significado de La historia y las razones de la excepcional polémica que despierta».
La vocación de buscar con La historia un gran público alentó la ambición de Morante desde el principio. Su amigo Luca Fontana, que al comenzar la década de 1970 la acompañaba en sus largos paseos por el gueto de Roma, los distritos de Testaccio y de San Lorenzo, pues la autora quería documentarse, contaba que por esas fechas le preguntó, a sabiendas de sus recelos a la hora de hablar de un trabajo si no estaba terminado: «¿Qué clase de libro estás escribiendo?». Fontana la había visto tomar notas en libretas durante meses, algo que Elsa no tenía por costumbre hacer. La respuesta no despejó los enigmas: «Escribo un libro para analfabetos». Años después, uno de los epígrafes que encabezarían la novela ratificó aquella respuesta: «Por el analfabeto a quien escribo». Se trata de un verso de César Vallejo incluido en su himno a los voluntarios de la República, pero también simboliza la destilación total de la obra, que a lo largo de sus centenares de páginas narra la lucha constante, diaria, de los desfavorecidos, los pobres, las eternas víctimas, los que a veces no saben leer, en pos del cobijo y la supervivencia.
Morante funde en su novela la grande y universal historia, en forma de crónica de los acontecimientos más relevantes del siglo XX, con la pequeña y particular historia de sus desamparados personajes de ficción, hasta construir dos relatos: la historia del poder y la historia de las víctimas del poder.
Articulada en nueve capítulos, el primero y el último están encabezados por un enigmático «19**», y funcionan como un catálogo de los actos de violencia protagonizados por las grandes naciones desde comienzos del siglo XX hasta el período en el que se publicó la novela. Entremedias, los siete restantes se corresponden con cada uno de los años que abarca la trama, que transcurre entre 1941 y 1947, y también incluyen al comienzo un breve repaso de la situación mundial.
El resultado hace recordar la técnica empleada décadas antes por John Dos Passos en su Trilogía USA, en la que combinaba retales de ficción con fragmentos de periódicos y letras de canciones, biografías de figuras históricas y episodios autobiográficos del propio Dos Passos, en busca de una novela que retratase toda una nación a lo largo de una época determinada.
A la sombra de la contienda mundial y el Holocausto, la tragedia de la guerra es la verdadera protagonista en este largo relato, cuyos personajes principales —Ida Ramundo, sus hijos Useppe y Nino, y Carlo-Davide— simbolizan un grito sostenido contra la injusticia. En palabras de la propia Morante, La historia pretende ser un acto de denuncia contra todas las formas de fascismo del mundo, aunque el final no sea halagador. La poesía y la palabra, que en el pensamiento literario de Morante forman parte del ser y tienen la fuerza de devolver a la persona la vitalidad, la inocencia y espiritualidad que el poder de los más fuertes le arrebatan, al final nada pueden contra la violencia de la máquina de la historia, «ese escándalo que dura desde hace diez mil años», como clamaba la escritora romana.
En el prólogo a una tirada limitada que First Edition Society publicó en Estados Unidos en 1977, Morante advertía al lector que le ofrecía «un testimonio que describe mi verdadera experiencia en la Segunda Guerra Mundial», de la que ella fue una víctima más. Junto al también escritor Alberto Moravia, con el que estuvo casada y con quien compartía orígenes judíos, se vio obligada a abandonar Roma en 1943, después de que Moravia apareciese en una lista negra de la policía fascista.
«Aprendí mucho del terror», admitía Morante, en cuya obra casi todo es dolorosamente autobiográfico. La historia, pues, representa un «sangriento ejemplo de la inhumanidad del hombre» relatado por una poetisa por naturaleza, a la que la experiencia había enseñado que «incluso la poesía puede utilizarse como coartada». Por eso señalaba en aquel prólogo: «Debo advertirles que este libro, antes que una obra poética, debe ser una acusación y una oración».
En un mundo que, de un modo u otro, estará siempre lacerado por las tragedias de los indefensos, La historia de Morante no ha perdido vigencia, sino todo lo contrario. Habrá en ella, todos los días por venir, algo que nos señale, nos interrogue y nos haga pensar que tal vez los tiempos no han cambiado tanto, y que la historia se reivindicará hasta el final como un escándalo. Por todo lo anterior, nunca será mala hora para leer esta novela pensada para los que ni siquiera saben leer.

JUAN TALLÓN,
septiembre de 2018

jueves, 14 de febrero de 2019

William Faulkner. El ruido y la furia.









INTRODUCCIÓN


Para entender mejor a William Faulkner tal vez habría que pensar en lo que significa para los argentinos la figura de Jorge Luis Borges. Es decir: un escritor sublime,  emparentado íntimamente con la cultura de su país, venerado por la crítica y el público, y generalmente difícil de leer. Faulkner es algo así como el Borges norteamericano (la comparación debería plantearse al revés, pero es desde el mundo de habla hispana desde donde lo miramos).
Hay que ser un genio (y Faulkner lo era) para escribir un libro tan complejo y al mismo tiempo tan universal como éste. Para empezar: la novela está dividida en cuatro capítulos, que son narrados cada uno por diferentes personajes. El primero de ellos (más de 60 páginas) está contado por Benji, que es un deficiente mental. Y lo que leemos es justamente eso: la voz, los pensamientos, los miedos, el ruido, la furia y las cosas que hay en la cabeza de un deficiente mental. O sea: si uno no está prevenido, lo más seguro es que abandone el libro rápidamente.
En el segundo capítulo la lectura se aclara, pero no mucho. El narrador es Quentin, el hermano mayor de Benjy, pero Faulkner sigue jugando con la conciencia del personaje, que cuenta lo que le va pasando y lo que va sintiendo. También en esta parte hay que estar despierto. La obra deja de ser confusa recién comenzado el tercer capítulo, que resulta ser una especie de premio que concede el escritor a los lectores que decidieron continuar pese a todo.
La novela cuenta la historia de la familia Compson, en una típica comunidad del sur de los Estados Unidos a principios de siglo, que en realidad es un territorio imaginario bautizado por Faulkner como Yoknapatwpha. Los Compson no se llevan muy bien entre sí, y además el apellido parece haber sido marcado para siempre por las tragedias. El menor de los hermanos, Benjy, es un enfermo mental condenado a ser recluido en la casa y a quien sólo parecen cuidar los esclavos negros. La mayor, Caddy, tiene una hija de un padre desconocido y termina escapando del hogar. Quentin, eterno enamorado de Caddy, decide ahogarse en un río al no poder soportar la culpa de no haber cuidado de ella. Y Jason, el más brutal de todos, engaña y estafa a los de su propia sangre. Lo maravilloso es que Faulkner resume toda esta densa historia en solamente cuatro días.
El ruido y la furia resulta ser un relato ardiente y profundo, que nos habla de la desintegración y de las complejas relaciones entre los humanos. Y todo eso escrito en un estilo narrativo único. Sería algo así como el guión de una telenovela inteligente y nutritiva para el espíritu, si tales cosas existieran.
Fuente:
http://www.librodot.com

miércoles, 13 de febrero de 2019

Escritor: Fernando Durán Ayanegui. 100 años de literatura costarricense.



La novela “Tienes nombre de ángel” (1988), de Fernando Durán Ayanegui,  analiza críticamente comportamientos que,  según el  texto, definen la identidad nacional. (…) La intención artística que construye la novela, es decir, alegorizar la realidad social y política, lleva a que las situaciones y los personajes no tengan un significado en sí y que interesen más bien como representantes o símbolos de una situación general.
Desde el punto de vista de la composición de la novela, hay algunos asuntos que quedan sin resolver. Por ejemplo,  la función del detective que llega al pueblo a investigar la muerte del maestro y algunos acontecimientos que suceden fuera del pueblo.
Fuente:
100 años de literatura

Costarricense                                                         
Tomo II
Margarita Rojas* Flora Ovares
Editorial Costa Rica. Editorial UCR.
2018.

Páginas:813-815.


martes, 12 de febrero de 2019

HERMANN BROCH Los inocentes.



HERMANN BROCH

Los inocentes




Las mejores novelas de la literatura universal contemporánea


Título original: Die Schuldlosen
Traducción: María Ángeles Grau
Prólogo de Andrés Ibáñez







Andrés Ibáñez

Una de las felices contradicciones del modernismo literario, movimiento dentro del cual podemos incluir, en un sentido amplio, la novelística de Hermann Broch (1886-1951) junto con la de Mann, Musil, Joyce, Woolf, Faulkner, Svevo y tantos otros, es que, si bien se presenta como un movimiento de ruptura violenta con el pasado, mantiene todavía una fe inalterada en la unidad y en la importancia del ser humano, y sigue considerando la psique, alma o existencia mental del individuo como centro y metro de platino iridiado de todas las cosas. Existen, de hecho, dos ramas del modernismo bien diferenciadas: la de Kafka, Beckett o Gombrowicz, cuyos personajes no tienen entidad psicológica y son meros fantoches, voces, sombras, y la de Joyce, Woolf, Proust o Broch, que aspiran a una sensación de realidad interior casi trascendental. Siempre se ha afirmado que el sujeto de las novelas modernistas es un sujeto alienado, pero hay una diferencia radical entre la alienación de Leopold Bloom, Mrs. Ramsey o Pasenow (Joyce, Woolf, Broch) y la de K, Molloy o Ferdydurke (Kafka, Beckett, Gombrowicz). Los primeros son personas reales, sujetos psicológicos que están alienados del mundo, los últimos, puras metáforas de la alienación.
Dicho de otra forma: la línea de modernismo dentro de la cual se inscribe la obra de Broch tiene una decidida voluntad realista, aunque no en el sentido del «realismo» del siglo XIX, porque el realismo modernista no pretende explicar la realidad ni tampoco las razones de los personajes, sino presentar la vastedad y la complejidad de lo real en grandes frescos o en encendidas rapsodias donde no todo es inteligible ni tiene todo sentido (el mundo en el siglo XX se ha hecho demasiado complejo como para poder ser comprendido como un todo), y donde la experiencia parece presentarse y aprehenderse en un devenir de destellos caóticos y fragmentarios. Ésta es, precisamente, la tarea que se impuso Hermann Broch: representar no la realidad, ni la sociedad ni la mentalidad de su tiempo, sino más bien su fascinante complejidad, su carácter polifónico, y representar además la forma en que una psique vive en el mundo, con su carga de sueños y deseos inexpresados, fábula y cálculo, percepción e ilusión, y la forma en que ambas, esta psique y este mundo, entran en colisión el uno con el otro.
Para representar la complejidad del mundo moderno, para poder englobar en su amplio compás expresivo todos los matices y tornasoles de la psique en su trasiego por el mundo («el alma, a su paso por el mundo, adquiere caracteres mortales» dice el verso de Brodsky), Broch diseñó novelas que eran reuniones de elementos completamente heterogéneos entre sí desde el punto de la forma, el género, el estilo y el contenido. Así, en su novela Huguenau o el realismo, la obra cumbre de su trilogía Los sonámbulos (1931-1932), se unen una narración más o menos «tradicional», un ensayo sobre la decadencia de los valores occidentales (uno de sus temas clave) y un relato, escrito parcialmente en verso, que se titula «Historia de la muchacha salmista de Berlín», además de capítulos escritos en forma dramática (el «Simposio o coloquio sobre la redención», cap. LIX) o en forma de aforismos (cap. LXV). Broch entendió que sólo de esta manera, ampliando los horizontes del género novelesco y convirtiendo la novela, más que en un género, en un gran espacio ilimitado dentro del cual cupieran todos los géneros, era posible representar nuestra época confusa, caótica e irrepresentabk.
También el verso se combina con la prosa en La muerte de Virgilio (1945), quizá la obra maestra de Broch y una de las novelas más hermosas de toda la literatura moderna, y que es también a su manera un proyecto literario insensato: representar las últimas dieciocho horas de vida del poeta romano Virgilio, dentro de una exploración enloquecida y casi surrealista de la mente de un ser humano, y muy especialmente, de la mente de un artista que ha tenido la desdicha (¿no nos sucede a todos?) de vivir tiempos interesantes. Contiene frases como ésta: «Caminaban, se cernían a través de la inocencia de la última simultaneidad, la inocencia de la última esencialidad, que es simultánea permanencia en toda transformación de la figura, la verdad en toda transformación de la esencia, en toda transformación del error». El verso aparece y parece hacerse imprescindible en aquellos momentos en que ni siquiera una prosa de tan subidos quilates como ésta parece suficiente para expresar el desbordamiento de unas intuiciones rayanas en lo inexplicable, lo sagrado y lo sublime. «Porque», leemos en una de las partes en verso, «en el más apartado límite irradia la belleza; / desde la más apartada lejanía irradia sobre el hombre, / alejada del conocimiento, alejada de la pregunta, / sin esfuerzo / ya sólo perceptible a la mirada, /la unidad del mundo establecida por la belleza».
Ésta es también la razón de que en Los inocentes (1950) aparezcan partes en verso, las que Broch llama «Voces» o «voces líricas», que se decidió a incluir en el conjunto «pues las narraciones no ofrecían una visión total de la vida, sino sólo de situaciones, y no variaban con tal ampliación, sino que adquirían su sentido más pleno al quedar encuadradas dentro de un marco lírico puro», tal y como explica el propio autor en los apuntes finales.
Los inocentes es una de las últimas obras de Broch, y representa otro paso más en la técnica brochiana de componer novelas a partir de piezas disímiles. En este caso la singularidad se produce porque la obra no es realmente una novela en el sentido convencional, sino una serie de relatos escritos por Broch en distintas épocas y más tarde reescritos y reunidos por medio de extensos poemas. En opinión de Milán Kundera (El arte de la novela), que reconoce a Broch como una de sus grandes influencias, a menudo las piezas son demasiado disímiles y no logran una integración perfecta, y ese ligero rechinar entre las distintas piezas, esa sugerencia llena de posibilidades que se escapa entre los fuelles de una maquinaria fantásticamente ingeniosa pero que no funciona todavía a la perfección, es la que da a las novelas de Broch, precisamente, tanto encanto —ya que la perfección, a menudo, es aburrida—. Contemplar una novela de Broch es contemplar también el taller de un escritor, y no siempre es fácil ser admitido en esta clase de lugares sagrados y secretos.

domingo, 10 de febrero de 2019

Literatura: teoría, historia, crítica 3 (2001) Bloom, Harold. El canon occidental.


Literatura: teoría, historia, crítica 3 (2001) Bloom, Harold. El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas. Barcelona: Editorial Anagrama, 1995. 585 págs.

En El canon occidental Harold Bloom estudia los 26 escritores que para él conforman el centro de la tradición literaria occidental. Dividido en cinco capítulos, correspondientes a una elegía inicial del canon, una conclusión igualmente elegíaca, y tres capítulos en los que se desarrollan los 26 estudios, este libro constituye la explicación y ejemplificación de la manera como Bloom se aproxima a la literatura. Aunque no está organizado cronológicamente, pues se inicia con un análisis sobre Shakespeare al que le siguen Dante, Chaucer, Cervantes, Montaigne, su orden responde al ciclo que Giambattista Vico propuso en Principios de una ciencia nueoa y que dividió en tres fases: Teocrática, Aristocrática y Democrática. Variando un poco el esquema, Bloom organiza los tres capítulos de su lectura de la tradición a partir de la fase AriSTOcrática, siguiendo con la Democrática, para terminar en un período de Caos -nuestro siglo XX-que, según Bloom, anuncia el advenimiento de una nueva edad Teocrática. En los capítulos en los que el autor hace un elogio del canon, escritos con un tono diferente al que se percibe en el resto de la obra, se pueden encontrar los puntos centrales de su discusión con la Escuela del Resentimiento, escuela en la que el crítico norteamericano incluye tendencias teóricas tan dispares y de tan diferente valor para el estudio de la literatura como el feminismo, el marxismo, el nuevo historicismo, el deconstruccionismo y la semiótica. Lo que Bloom identifica como común a estas teorías es su tendencia a utilizar criterios sociales, históricos, de género o de raza a la hora de evaluar quiénes serían los autores o cuáles las obras que conformarían el canon de la literatura occidental. El problema de agrupar bajo el mismo nombre a corrientes teóricas tan distintas es que los juicios no siempre llegan a ser justos. No se puede negar la contundencia de Bloom al proponer una revisión de cienos conceptos como la «muene del autor» de la tradición crítica francesa, o como las «energías sociales» de los 375 Reseñas neohistoricistas, en la medida en que nos recuerda que algunos teóricos dejaron de lado el trasfondo real y concreto de sus conceptos básicos. El ejemplo más claro es Foucault, quien sustituyó los de la historia lovejoyana de las ideas por sus propios tropos y entonces no siempre recordaba que sus 'archivos• eran ironías, deliberadas o no». Citando a Hayden White, Bloom concluye que «el gran fallo de Foucault era. su ceguera hacia sus propias metáforas». Pero tampoco debemos olvidar que aplicar esta misma reflexión a corrientes teóricas inspiradas en la sociología, la filosofía, la historia, la filología o la lingüística, como lo puede hacer el lector siguiendo la sugerencias de Bloom, resulta bastante problemático. U na cosa es defender la autonomía estética de la literatura y otra es caer en el exceso de negar que la literatura pueda ser un fenómeno que trasciende lo estrictamente ·estético. En una conversación que sostuvieron Francisco Rico y Claudio Guillén, casualmente el mismo año en que se publicó El canon occidental en inglés (1994), se puede percibir esta paradoja producto del exceso. Ante la afirmación de Guillén de que «es importante salvar lo literario de la literatura», Rico respondió: «Salvarlo, sin duda sí, pero no condenar todo lo demás». Y añadió: «La literatura es una experiencia y una realidad harto más compleja, no limitada a sus componentes literarios, por importantes que en principio sean. La literatura es diversión, es conocimiento, historia, esperanza, qué se yo» ("Del arte de editar a los clásicos". Insula 576. Diciembre de 1994). Es comprensible que en el actual estado de la discusión Bloom tenga que dirigir su ataque de la manera como lo hace. Sin embargo, parece importante hacer una revisión de los términos en los que se desarrolla. En el centro de la discusión está la noción misma de canon literario y de su conformación: ¿quién y por qué entra. a formar parte del canon de la literatura occidental? El descontento de Bloom con la Escuela del Resentimiento surge precisamente porque se pretende ampliar los límites del canon literario a partir de criterios como la representatividad, o la justicia social. Y todo bajo la idea de que la literatura es el producto de instancias sociales, políticas, de clase, y no, como quiere proponer Bloom, el resultado del trabajo creativo del genio individual. 376 Literaoo-a: teoría, histtnia, CTÍtÚ:a 3 (2001} Bloom no niega que el «canon• sea un tropo más, o que sea flexible y que esté abierto, pero, aclara, sólo puede «quebrarse desde dentro, en la permanente lucha agónica con la tradición». Y esa lucha es la del genio individual que combate contra su propia supervivencia y que, como Píndáro, «arquetipo fundamental de las grandes obras literarias», al tiempo que «celebra las victorias casi divinas de los atletas aristocráticos[ ... ] transmite la sensación de que sus odas a la victoria son, ellas mismas, victorias sobre cualquier otro posible competidor». En este sentido un concepto como la «angustia de las influencias» nos permite hacer una lectura de la tradición literaria en la que se privilegia la originalidad de los escritores respecto al pasado. El valor de una gran obra se encuentra en su extrañeza, es decir, en «una forma de originalidad que o bien no puede ser asimilada - como en el caso de Dante-, o bien nos asimila de tal modo que dejamos de verla como extraña -como en el caso de Shakespeare». En un libro anterior, mucho más contenido y preciso, Poesía y creencia (1989), Bloom definía esta segunda manera de presentarse la extrañeza con un concepto que no deja de ser sugestivo. «Por 'facticidad' entiendo -dice- ser atrapado en una factualidad o contingencia que sea un contexto del que no se puede escapar y que no se puede alterar». En esta medida Shakespeare, el centro del canon de la literatura occidental, nos ofrece una «fuerza idiosincrásica• insuperable, que siempre está «sobre ti, tanto conceptual como metafóricamente, sea quien seas y no impona a la época que pertenezcas». Y es precisamente esa fuerza insuperable -¿sublime?- la principal dificultad con la que se encuentran los estudiosos de las corrientes teóricas de la Escuela del Resentimiento. Es decir, ante la pregunta por las razones que han llevado a Shakespeare a ocupar el centro del canon, ni las luchas de clases, ni «el poderoso Demiurgo, ]a historia social y económica., pueden ofrecer una respuesta contundente. «Cuánto más simple sería admitir -se dice en el Canon-, que existe una diferencia cualitativa, una diferencia específica, entre Shakespeare y cualquier otro escritor». 377 En este punto vuelve Bloom sobre la importancia de evaluar la tradición a partir de criterios estéticos. Quien lee El canon occidental no puede dejar de inquietarse sobre la manera como su autor aplica estos criterios a la lectura de los textos canónicos. El valor de este libro está en esa capacidad de Bloom por seguirle el rastro a figuras, imágenes, metáforas, a través de las cuales un escritor, Freud, por tomar un ejemplo, representa en su obra, en sus textos, su angustia ante la autoridad de Shakespeare. En cada uno de los 26 estudios se expone en qué radica el valor original e irrepetible de los escritores que componen el canon, en su relación con la autoridad máxima que representa Shakespeare. Hay capítulos más acertados que otros, sobre todo los dedicados a la literatura en lengua inglesa, a excepción, tal vez, de Cervantes y Montaigne. En casos como Borges y N e ruda la interpretación está un poco mediada y condicionada por el interés de Bloom de exponer algunas de sus nociones respecto a la lectura. Pero a este respecto no logra la claridad y sugerencia de un capítulo como el dedicado a Virginia Woolf, en el que se atacan las interpretaciones de Orlando que han servido de credo a las corrientes feministas de la literatura, a la vez que se defiende una interpretación en la que el acto individual, íntimo e irremplazable de la lectura pasa a ser el protagonista de la obra de Woolf. En un concepto como la «transferencia de las metáforas» expuesto enPoesíaycrt?I!11CÍay que retoma en El canon occidentd, podemos encontrar al Bloom verdaderamente importante para el esrudio de la literatura, en el sentido de que es un concepto práctico, útil para el análisis de los textos de la tradición. Sería injusto reducir esta noción al fenómeno de la intertextualidad porque, entre otras cosas, de lo que se trata es de ver en las obras mismas la capacidad creativa e imaginativa {en el sentido de creación de imágenes) de un escritor. «Una nueva metáfora -dice Bloom-, o una figura retórica inventiva, siempre implica panir de una metáfora previa, lo que lleva aparejado, al menos parcialmente, dar la espalda o rechazar una figura anterior». Para el estudio de la tradición poética, por ejemplo, el rastrear imágenes, metáforas, figuras, y demostrar lo original que puede traer Borges o N e ruda respecto a su principal antecesor, Walt Whitman, 378 Literatura: teorfa, historia, critica 3 {2001) por citar una de las líneas más cercanas a nuestra tradición, no deja de ser una manera bastante enriquecedora de abordar los textos literarios. En este sentido el problema no se reduce únicamente a determinar quién influye a quién, sino más bien, a saber cuál es la fuerza creadora con la que irrumpe un escritor en el canon. Aunque El canon occidental parece por momentos abstracto y nebuloso, tiene una cualidad indudable: siempre remite a sus lectores a las obras, esto es, a sus lecturas y a su conocimiento de la tradición. La lectura y relectura atentas de Shakespeare, Dante, Cervantes, Milton, Goethe, Wordswonh, Dickens, Freud, Proust, K.afka, Borges, son los requisitos primordiales para sacarle provecho a este libro, aunque cueste trabajo libramos de esa nefasta idea de que en los estudios literarios no hay requisitos. Con su manera de proceder y de abordar con cierto detalle los textos de los 26 escritores estUdiados, Bloom está aportando su mejor argumentO en contra de la Escuela del ResentimientO, en el sentido de que permanentemente nos recuerda que el objeto de estudio debe seguir siendo la «literatura de imaginación». Tal vez los mejores párrafos en contra de los detractores del canon son aquellos en los que se hace una especie de llamado al orden de la situación actual en los departamentos de literatura de las universidades norteamericanas. Preocupa bastante que el estudio de la literatura se esté relegando a los departamentos de filología clásica, o hispánica, inglesa, etc., y que lo que antes era un departamento de literatura se haya convertido en estudios multiculturales. Y preocupa aún más que los mejores estudiantes de la literatura estén abandonando su estudio para dedicarse a otras disciplinas y profesiones. ¿Cómo evitar qúe siga creciendo el número de estudiantes de literatura que se convienen en «científicos políticos aficionados, sociólogos desinformados, antropólogos incompetentes, filósofos mediocres e historiadores culturales llenos de prejuicios»? Bloom afirma que los actuales estudiantes están o «resentidos con la literatura, o avergonzados de ella, o simplemente no les gusta leerla». Y ante estas opciones, un libro como El canon occidental puede leerse 379 Reseñas también como una interesante invitación a la lectura atenta de las grandes obras de la tradición literaria occidental. «La cuestión ya no es ¿qué debo leer?•, sino más bien, «¿debo moleStarme en leer?•. Otra forma de contrarrestar los fenómenos antes citados es revisar los planes de estudio de los departamentos de literatura. El autor del Canon no acepta que bajo un criterio como la dificultad de la lectura se dejen de estudiar textos estéticamente valiosos como Finnegans Wake de Joyce o The Faerie Queene de Spenser, en beneficio de «relatos cortos chicanos y bastante incompetenteS». Nos dirigimos a una época en que Faulknery Conrad entrarán a formar parte de esos textos que ofrecen dificultades «imaginativas y cognitivas» para sus lectores. Si no se insiste en que la lectura de los textos canónicos es un placer que requiere esfuerzo, trabajo y dedicación, no tardará en llegar ese momento. Al igual que en su defensa de la autonomía estética, el énfasis que hace el autor de El canon occidental en la lectura de las obras puede conducir a excesos y perjudicar la intención inicial El estudio atento de los textos a partir de criterios estéticos no tiene que conducir a un aislamiento innecesario de los departamentos de literatura, ni a prescindir de herramientas teóricas, metodológicas y empíricas de disciplinas como la fllología, la lingüÍstica, la filosofía, la sociología o la historia -leer entre líneas el Canon puede servimos de ejemplo. Tampoco es necesario convertir la lecturn en «la última fuente de valor en un mundo degrndado, el único antídoto para una academia obsesionada con el travestismo, los cruces y el multiculturnlismo", como lo señala Terry Eagleton en un comentario al último libro de Bloom, Cómo leery por qué. Siguiendo a Eagleton, «Bloom tiene razón cuando critica a la academia de los EE.UU. y afirma que padece de una obsesión sexual, pero si lo único que nos separa del suicidio es la literatura, entonces bien podríamos suicidarnos» ("Raros placeres de la lectura" Clarín, Octubre 1 de 2000).

 Leonardo Espitia Egresado de Carrera de Estudios Literarios. Universidad Nacional.

jueves, 7 de febrero de 2019

POETA: RODRIGO QUIRÓS: (Fragmento. Estudio Crítico). LA CONCIENCIA DE LA SEPARACIÓN MARGARITA ROJAS GONZÁLEZ


RODRIGO QUIRÓS:
(Fragmento. Estudio Crítico).
LA CONCIENCIA DE LA SEPARACIÓN
MARGARITA ROJAS GONZÁLEZ
¿Puede tener la sangre altura?, ¿cuál es la distancia que establecería? “Es muy alto mi llanto. Florece en la ceniza de mi cuerpo, abriéndome, mostrándome que no soy carne estéril, sino un flujo de amor amenazado”, responde uno de los poemas, ante la pregunta que lanza el título del libro. Si la sangre es el hombre, de su distancia con lo Alto es sobre lo que discurre el tomo póstumo de Rodrigo Quirós,  Altura de la Sangre. Y en la altura se coloca el interlocutor del hablante, aquel a quien se dirigen sus plegarias y sus requerimientos.
La palabra poética se vuelve un constante diálogo: consigo mismo, con la amada, con Dios y el padre fallecido del poeta. Todos son sus seres amados y también comparten la condición de receptores de la conversación con aquel.  Porque el amor se entiende aquí en un amplio sentido: erótico, fraternal y filial, si bien en todos los casos se trata de un amor “herido”, aunque “no se ha resignado a morir” (p.35). La relación amorosa resulta entonces una difícil tarea para el amante, el hijo, el hermano;  por eso los momentos que la marcan son principalmente la separación y el abandono.
Fuente:
100 años de literatura
Costarricense                                                            
Tomo II
Páginas: 852-853.
Margarita Rojas* Flora Ovares
Editorial Costa Rica. Editorial UCR.
2018.


miércoles, 6 de febrero de 2019

Cuentos completos de La Comedia Humana Honoré de Balzac,


Honoré de Balzac

Cuentos completos de La Comedia Humana

 Título original: Cuentos completos de La Comedia Humana

Honoré de Balzac, 2014
Traducción: Mauro Armiño
Edición: Mauro Armiño
Editorial: Páginas de Espuma
 INTRODUCCIÓN

 Es en 1830 cuando Balzac reúne en dos volúmenes seis novelas bajo el título genérico de Escenas de la vida privada. No era, desde luego, todo lo publicado por el novelista hasta entonces, sino una parte que tenía, en su opinión, un fondo común por más dispares que pudieran ser sus tramas. Cuatro años después, bajo el título general de Estudios de costumbres, se recogían esas escenas que, en el nuevo conjunto, se limitan a ser un apartado más al lado de otras: Escenas de la vida de provincias, de la vida parisiense, de la vida política, de la vida militar y de la vida campesina. En 1835, se le suma otro título global más: los Estudios filosóficos, que añade a nuevos textos algunos ya publicados en esas secciones citadas, porque a la casilla bautizada con el adjetivo de «filosóficos» pueden adscribirse títulos que, además de pertenecer por su trama a ambientes concretos –parisiense, provincianos, etcétera–, encierran un fondo de ideas sobre personajes y una visión del mundo que Balzac quiere exponer o demostrar, con intervenciones de lo fantástico, de lo misterioso, del vitalismo de la voluntad o del pensamiento que reaccionan sobre los órganos físicos del cuerpo.

En la década de 1830, a partir de ese agrupamiento de narraciones, va surgiendo en Balzac la idea de su obra como un todo, dividido por las distintas secciones ya apuntadas; piensa primero en un titulo, Estudios sociales, que subraya la intención básica del novelista: abrir con un escalpelo la sociedad para analizar las causas profundas de sus movimientos, la creación de los caracteres, las ambiciones de toda suerte de personajes, desde políticos a campesinos… En 1841, esa idea se perfila para terminar, todavía más, definiéndose por completo: recogerá toda su obra hasta la fecha, más la que escriba en el futuro, bajo el título general de La Comedia humana. Ha sido comparada, por la amplitud, con una catedral, que tiene sus naves, principal y laterales, su transepto, sus cruceros, su girola, su ábside y sus capillas, que van pegadas al muro exterior desde la entrada y, dando la vuelta al ábside, retornan por el otro lado hasta la puerta principal.
Seguro de lo que pretende, hacer de toda su obra un cuerpo único, Balzac se impone la tarea de revisar todos sus textos anteriores para hacerlos partícipes de ese conjunto catedralicio. Las revisiones de los textos anteriores no se limitan a un cambio de nombres para que se integren en una acción totalizadora, aunque en algún caso menor se limite a eso, sino que endereza las tramas y sus protagonistas hacia ese fin: personajes que hemos visto en la madurez, son dotados ahora, a partir de narraciones anteriores, de un pasado, en intrigas de juventud que denotan, bien la persistencia de sus caracteres o de sus andanzas, bien los cambios a que el choque con los turbulentos hechos históricos ha producido en ellos.
En estos Cuentos completos de La Comedia humana recojo las «capillas» laterales, relatos y narraciones que, creados en su mayoría antes de 1841, quedaron más exentos; en algunos, ni siquiera aparece un solo nombre capital de La Comedia humana; en otros, Balzac se limita a convertir personajes con un peso específico en el conjunto en figuras menores o de acompañamiento: por ejemplo, la marquesa Béatrix de Rochefide, a la que dedicará toda una novela titulada con su nombre, es una mera interlocutora del narrador en «Sarrasine»; solo la condesa de Beauséant, que tan importante papel desempeña en Papá Goriot, y a la que se cita de refilón en «Un episodio bajo el Terror», se vuelve ahora protagonista de un relato, «La mujer abandonada». Con toda evidencia, y como toda decisión antológica, es discutible; han quedado fuera, además, nouvelles que parecen traspasar por su longitud los límites de términos tan indefinidos en ese terreno como cuento o relato.
En conjunto, las narraciones de estos Cuentos completos pertenecen a todas las divisiones citadas en que Balzac distribuyó su gran obra: desde escenas de la vida privada a la militar y política, desde escenas de la vida de provincias a la vida parisiense o rural, así como los estudios filosóficos; solo un apartado ha quedado al margen: el más incompleto de todos los que Balzac ideó: el de los Estudios analíticos, del que solo llegó a publicar La Fisiología del matrimonio, aunque tenía previstos cuatro obras más, ya tituladas en sus planes, pero que se quedaron en proyecto.

En las páginas siguientes trato de situar cada uno de los cuentos en el momento de su creación, indicando sus posibles fuentes de y algunas particularidades que me han parecido de interés para la lectura.

martes, 5 de febrero de 2019

ESCRITOR: HUGO RIVAS. 100 AÑOS DE LITERATURA COSTARRICENSE. TOMO II.



(8, DESENCANTO Y ORFANDAD).
LA NARRATIVA
“…Esta condición que define a los personajes se corresponde con la incomunicación que predomina en sus relaciones con los demás. En los diversos textos la incomunicación se presenta en distintos grados. En la novela de Hugo Rivas, “En esa orilla sin nadie (1988), aun si el grupo de adolescentes conserva aún algunos vínculos afectivos entre sí, la incomunicación mayor se da con respecto a la generación anterior...”.
Página 895
100 años de literatura
Costarricense
Tomo II
Margarita Rojas* Flora Ovares
Editorial Costa Rica. Editorial UCR.
2018.

sábado, 2 de febrero de 2019

Contra las ferias del libro, Daniel Espartaco Sánchez.



ARTÍCULO TOMADO DE LETRAS LIBRES.
CONTRA LAS FERIAS DEL LIBRO. 
Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de las ferias del libro. Metternich, Guizot y el zar ya están más que muertos, el papa ahora es argentino, pero como cada año, al acercarse el mes de abril, el que esto escribe, las ancianas y los niñitos de secundaria tiemblan ante la sola mención de las ferias del libro.
Y para colmo de males ya cada pueblo de más de cien mil habitantes tiene su propia feria del libro. Algunas de estas incluso llevan el calificativo de “internacional”. Pero, ¿qué es una feria del libro, querido lector? O mejor dicho: ¿cómo es una feria del libro a la mexicana? Tomemos como ejemplo aquella del pueblo donde yo nací: San Juan de los Palotes. Se trata de tres carpas en una plaza pública. Dos de ellas funcionan como auditorios. Cada una de estas tiene el nombre de una vaca sagrada muerta hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana. En la tercera, la más grande, se encuentran los puestos donde se vende aquello que menos importa en una feria del libro; es decir: los libros (como bien sabemos la función de estas ferias es que dos o tres burócratas se paren el cuello “apoyando a la cultura”, comenzando por el gobernador, que jamás ha leído un libro, pasando por el presidente municipal, hasta el director del instituto de cultura, un hombre triste y arrogante al que nadie quiere, etcétera). Quien haya frecuentado estos espectáculos deplorables en dos o tres ciudades distintas se habrá dado cuenta de que los expositores siempre son los mismos y por lo tanto la mercancía es igual: saldos con bestsellers y libros de superacion personal; clásicos pésimamente editados por Editores Mexicanos Unidos (nuestros Penguin de petatiux); y libros educativos para niños cuyas ilustraciones nos recuerdan a las paredes de una guardería en Pyongyang. También hay volúmenes editados por el gobierno o la universidad (o en el peor de los casos por ambos). El catálogo de los mismos es variado: poetas locales cuyos títulos rimbombantes nos dejan perplejos: Páramo insomne o Páramo equidistante (agregue a páramo cualquier adjetivo y felicidades: ya es usted poeta); olvidables antologías de jóvenes poetas menores de veinte años con títulos al estilo de Florilegio sanjuanense (poetas nacidos en la década de los noventa); sesudas investigaciones regionales al estilo de La fluctuación de los precios del maíz en el valle de San Juan de los Palotes de marzo de 1775 a abril de 1775: un acercamiento.
Lo que sucede en estos puestos podría ser trágico pero es opacado por las carpas pequeñas con el nombre de un vaca sagrada muerta hace muchos años en una galaxia muy lejana. Ahí suceden cosas que pueden hacer que un pajarito se caiga muerto de un árbol a dos kilómetros de distancia. Los entendidos llaman a esto “presentaciones de libro” (la piel se me pone chinita). Pero, ¿qué es una presentación de un libro en una feria a la mexicana? Hay una mesa cubierta con un mantel de plástico que dice: Feria Interplanetaria del Libro de San Juan de Los Palotes 2015. Sobre la mesa hay botellitas de agua y un micrófono y cartelitos con los nombres de los tres individuos de expresión adusta que miran con los brazos cruzados las cincuentas sillas vacías frente a ellos. Que en el lugar del público no haya ni un alma es el resultado lógico de que en San Juan de los Palotes a nadie le interesa lo que los señores de expresión adusta tengan que decir sobre el nuevo libro del poeta (sentado a la izquierda) ni lo que este diga sobre sí mismo ni su obra cumbre: Páramo inexorable. Afortunadamente para la autoestima del señor poeta los burócratas que organizan estos festivales de la palabra conocen toda clase de artimañas. Cuando existe la amenaza de que la presentación reviente por falta de público, el burócrata manda una señal telepática a la escuela secundaria más cercana. Con el pretexto de la promoción de la lectura, el maestro, a quien no le gusta dar clases ni trabajar en general, acarrea a sus cincuenta alumnos hasta la carpa con el nombre de una vaca sagrada muerta hace muchos pero muchos años en una galaxia muy pero muy lejana. Se trata del más puro estilo priísta de hacer las cosas. El acarreo no nomás funciona a la hora de llenar mítines sino también a favor de una tarea tan noble como la difusión cultural. Pero ahí, sin deberla ni temerla, estos pobres niños (quienes están en una edad en la que sus únicas preocupaciones deberían ser el acné y la laca para el cabello) tendrán que escuchar durante más de cuarenta minutos los inteligentes comentarios de los señores adustos sobre la obra del poeta; y peor aún (tiemblo solo de pensarlo): la obra misma. Y el poeta, con una crueldad que no conoce parangón desde la aurora del derecho, alarga la lectura de su poemas mientras da pequeños sorbos a su botella de agua, paladeando como si fuera un caramelo cada prescindible adjetivo de Páramo ineluctable.
Eso, en términos generales, querido lector, es una feria del libro a la mexicana. Se me van algunos detalles, como la pomposa inauguración por el gobernador y el presidente municipal y la vaca sagrada viva disponible para tal efecto. En las presentaciones además de los poetas están los historiadores y antropólogos regionales, los provocadores que deberían estar encerrados entre cuatro paredes acolchadas, los borrachos que hacen preguntas impertinentes, lo reporteros culturales que jamás en su vida han leído un libro, los intelectuales de café que ni escriben ni pintan ni leen ni pichan ni cachan ni dejan batear, etcétera. Y como ya dije, ahora cada pueblo quiere tener su propia feria del libro internacional con el fin de promover la lectura y pagarle los viáticos a los infelices (como yo) que publican en Tierra Adentro: es un mal que se extiende por todo el país como un reguero de pólvora. Alguien debería de hacer algo. Alguien debería de pensar en los niños.



UN DELGADO HILO DE SANGRE. FLORA OVARES. ESCRITOR: MARIO ZALDÍVAR. (Fragmento).


UN DELGADO HILO DE SANGRE.
FLORA OVARES.
ESCRITOR:  MARIO ZALDÍVAR.
(Fragmento).
Como en muchas otras novelas, el narrador protagonista de “Después de la luz roja” es un huérfano que deambula en busca de su origen y su identidad. El ancestral motivo de la búsqueda del padre se liga a la indagación acerca de un libro que este había escrito y que se cree extraviado. En esta aventura, el protagonista cuenta con la ayuda de los amigos de su padre: un sacerdote que ama la música popular, un médico nicaragüense, un emigrado francés, un ingeniero alcohólico y un paralítico.
El misterio que representa la identidad paterna se relaciona con un reloj fantástico que se convierte en el centro de una serie de intrigas y enfrentamientos. Ambos asuntos, la búsqueda del manuscrito y la lucha por la posesión del reloj, tienen como principal escenario diversos barrios de la ciudad de San José.
Tenemos, pues, dos momentos: en el presente están la orfandad y las preguntas acerca del inicio de la propia existencia; en el pasado están las respuestas y la escritura del libro. Como es lógico, ambas circunstancias están alejadas por el transcurrir del tiempo, por la marcha de la vida que se desliza rápidamente. Daniel Mondragón el protagonista, se sabe cada vez más apartado de su  propio origen, lo que equivale a decir que está alejado de sí mismo.  No conoce su estirpe y por eso la sangre, que es la vida, se escurre de sus venas: Daniel es hemofílico. Y sabe que el tiempo, otra forma de la vida, se le escapa de las manos, por lo que intenta el dominio del reloj fabuloso que acelera el ritmo del tiempo. Inicia entonces el viaje hacia el pasado guiado por los amigos de su padre que ahora son sus protectores.
100 años de literatura costarricense
Margarita Rojas * Flora Ovares
Tomo II
Editorial Costa Rica
Editorial UCR
2018

Páginas: 986-987.

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