viernes, 18 de julio de 2014

La naranja mecànica.Anthony Burgess.





La naranja mecánica cuenta la historia del nadsat-adolescente Alex y sus tres drugos-amigos en un mundo de crueldad y destrucción. Alex tiene los principales atributos humanos: amor a la agresión, amor al lenguaje, amor a la belleza. Pero es joven y no ha entendido aún la verdadera importancia de la libertad, la que disfruta de un modo violento. En cierto sentido vive en el edén, y sólo cuando cae, como en verdad le ocurre, desde una ventana, parece capaz de llegar a transformarse en un verdadero ser humano.

Anthony Burgess fue un famoso escritor y compositor británico cuya obra más famosa fue la novela La naranja mecánica publicada en 1962. La historia está inspirada por un incidente vivido por el autor durante la Segunda Guerra Mundial, cuando él y su mujer fueron asaltados en 1944, siendo la esposa del propio Burgess víctima de robo y violación por parte de cuatro soldados estadounidenses en las calles londinenses. Dado que se encontraba embarazada, la paliza le provocó un aborto. El libro trata sobre la libre voluntad y la moral, y la manipulación de los individuos por fuerzas como los sistemas políticos, la represión, y como estas conllevan a la corrupción del ser humano.
***
Publiqué la novela A Clockwork Orange en 1962, lapso que debería haber bastado para borrarla de la memoria literaria del mundo. Sin embargo se resiste a ser borrada, y de esto la versión cinematográfica de Stanley Kubrick es la principal responsable. De buena gana la repudiaría por diferentes razones, pero eso no está permitido. Recibo cartas de estudiantes que tratan de escribir tesis sobre la novela, o peticiones de dramaturgos japoneses para convertirla en una suerte de obra de teatro noh. Así pues, es altamente probable que sobreviva, mientras que otras obras mías que valoro más muerden el polvo. Esta no es una experiencia inusual para los artistas. Rachmaninoff solía lamentarse de que se le conociera principalmente por un Preludio en Do menor sostenido que compuso en la adolescencia, mientras que sus obras de madurez no entraban nunca en los programas. Los niños afilan sus dientes pianísticos en un Minueto en Sol que Beethoven compuso sólo para poder detestarlo. Tendré que seguir viviendo con La naranja mecánica, y eso significa que me liga a ella un cierto deber de autor. Tengo un deber muy especial hacia ella en los Estados Unidos, y será mejor que explique en qué consiste.

Expondré la situación sin rodeos. La naranja mecánica nunca ha sido publicada completa en Norteamérica. El libro que escribí está dividido en tres partes de siete capítulos cada una. Recurra a su calculadora de bolsillo y descubrirá que eso hace un total de veintiún capítulos. 21 es el símbolo de la madurez humana, o lo era, puesto que a los 21 tenías derecho a votar y asumías las responsabilidades de un adulto. Fuera cual fuese su simbología, el caso es que 21 fue el número con el que empecé. A los novelistas de mi cuerda les interesa la llamada numerología, es decir que los números tienen que significar algo para los humanos cuando éstos los utilizan. El número de capítulos nunca es del todo arbitrario. Del mismo modo que un compositor musical trabaja a partir de una vaga imagen de magnitud y duración, el novelista parte con una imagen de extensión, y esa imagen se expresa en el número de partes y capítulos en los que se dispondrá la obra. Esos veintiún capítulos eran importantes para mí.

Pero no lo eran para mi editor de Nueva York. El libro que publicó sólo tenía veinte capítulos. Insistió en eliminar el veintiuno. Naturalmente, yo podía haberme opuesto y llevar mi libro a otra parte, pero se consideraba que él estaba siendo caritativo al aceptar mi trabajo y que cualquier otro editor de Nueva York o Boston rechazaría el manuscrito sin contemplaciones. En 1961 necesitaba dinero, aun la miseria que me ofrecían como anticipo, y si la condición para que aceptasen el libro significaba también su truncamiento, que así fuera. Por tanto hay una profunda diferencia entre La naranja mecánica que es conocida en Gran Bretaña y el volumen algo más delgado que lleva el mismo título en los Estados Unidos de América.

Sigamos adelante. El resto del mundo recibió sus ejemplares a través de Gran Bretaña, y por eso la mayoría de las versiones (ciertamente las traducciones francesa, italiana, rusa, hebrea, rumana y alemana) tienen los veintiún capítulos originales. Ahora bien, cuando Stanley Kubrick rodó su película, aunque lo hizo en Inglaterra, siguió la versión norteamericana, y al público fuera de los Estados Unidos le pareció que la historia acababa algo prematuramente. No es que los espectadores exigieran la devolución de su dinero, pero se preguntaban por qué Kubrick había suprimido el desenlace. Muchos me escribieron a propósito de eso; la verdad es que me he pasado buena parte de mi vida haciendo declaraciones xerográficas, de intención y de frustración de intención, mientras que Kubrick y mi editor de Nueva York gozaban tranquilamente de la recompensa por su mala conducta. La vida, por supuesto, es terrible.

¿Qué ocurría en ese vigésimo primer capítulo? Ahora tienen la oportunidad de averiguarlo. En resumen, mi joven criminal protagonista crece unos años. La violencia acaba por aburrirlo y reconoce que es mejor emplear la energía humana en la creación que en la destrucción. La violencia sin sentido es una prerrogativa de la juventud; rebosa energía pero le falta talento constructivo. Su dinamismo se ve forzado a manifestarse destrozando cabinas telefónicas, descarrilando trenes, robando coches y luego estrellándolos y, por supuesto, en la mucho más satisfactoria actividad de destruir seres humanos. Sin embargo, llega un momento en que la violencia se convierte en algo juvenil y aburrido. Es la réplica de los estúpidos y los ignorantes. Mi joven rufián siente de pronto, como una revelación, la necesidad de hacer algo en la vida, casarse, engendrar hijos, mantener la naranja del mundo girando en las rucas de Bogo, o manos de Dios, y quizás incluso crear algo, música por ejemplo. Después de todo Mozart y Mendelssohn compusieron una música celestial en la adolescencia o nadsat, mientras que lo único que hacía mi héroe era rasrecear y el viejo unodós-unodós. Es con una especie de vergüenza que este joven que está creciendo mira ese pasado de destrucción. Desea un futuro distinto.

En el vigésimo capítulo no hay ningún indicio de este cambio. El chico es condicionado y luego descondicionado y contempla con júbilo la recuperación de una voluntad libre y violenta. «Sí, yo ya estaba curado», dice, y así concluyen el libro norteamericano y la película. El capítulo veintiuno concede a la novela una cualidad de ficción genuina, un arte asentado sobre el principio de que los seres humanos cambian. De hecho, no tiene demasiado sentido escribir una novela a menos que pueda mostrarse la posibilidad de una transformación moral o un aumento de sabiduría que opera en el personaje o personajes principales. Incluso los malos bestsellers muestran a la gente cambiando. Cuando una obra de ficción no consigue mostrar el cambio, cuando sólo muestra el carácter humano como algo rígido, pétreo, impenitente, abandona el campo de la novela y entra en la fábula o la alegoría. La Naranja norteamericana o de Kubrick es una fábula; la británica o mundial es una novela.

Pero mi editor de Nueva York veía mi vigésimo primer capítulo como una traición. Era muy británico, blando, y mostraba una renuencia pelagiana a aceptar que el ser humano podía ser un modelo de maldad impenitente. Venía a decir que los norteamericanos eran más fuertes que los británicos y no temían enfrentarse a la realidad. Pronto se verían enfrentados a ella en Vietnam. Mi libro era kennediano y aceptaba la noción de progreso moral. Lo que en realidad se quería era un libro nixoniano sin un hilo de optimismo. Dejemos que la maldad se pavonee en la página y hasta la última línea y se ría de todas las creencias heredadas, judía, cristiana, musulmana o cualquier otra, y de que los humanos pueden llegar a ser mejores. Un libro así sería sensacional, y lo es.

Pero no creo que sea una imagen justa de la vida humana.

Y no lo creo porque, por definición, el ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos) le darán cuerda. Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado. Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa elección moral. La vida se sostiene gracias a la enconada oposición de entidades morales. De eso hablan los noticiarios televisivos. Desgraciadamente hay en nosotros tanto pecado original que el mal nos parece atractivo. Destruir es más fácil y mucho más espectacular que crear. Nos gusta morirnos de miedo ante visiones de destrucción cósmica. Sentarse en una habitación oscura y componer la Missa Solemnis o la Anatomía de la melancolía no da pie a titulares ni a flashes informativos. Desgraciadamente mi pequeño libelo atrajo a muchos porque despedía los miasmas del pecado original como un cartón de huevos podridos.

Parece mojigato e ingenuo negar que mi intención al escribir la novela era excitar las peores inclinaciones de mis lectores. Mi saludable herencia de pecado original se exterioriza en el libro y disfruto violando y destruyendo por poderes. Es la cobardía innata del novelista, que delega en personajes imaginarios los pecados que él tiene la prudencia de no cometer. Pero el libro también guarda una lección moral, la tradicional repetición de la importancia de la elección moral. Es precisamente el hecho de que esa lección destaca tanto la que me hace menospreciar a veces La naranja mecánica como una obra demasiado didáctica para ser artística. No es misión del novelista predicar, sino mostrar. Yo he mostrado suficiente, aunque a veces lo oculta la cortina de un idioma inventado; otro aspecto de mi cobardía. El nadsat, una versión rusificada del inglés, fue concebido para amortiguar la cruda respuesta que se espera de la pornografía. Convierte el libro en una aventura lingüística. La gente prefiere la película porque el lenguaje los asusta, y con razón.

No creo tener que recordar a los lectores el significado del título. Las naranjas mecánicas no existen, excepto en el habla de los viejos londinenses. La imagen era extraña, siempre aplicada a cosas extrañas. «Ser más raro que una naranja mecánica» quiere decir que se es extraño hasta el límite de lo extraño. En sus orígenes «raro» [queer] no denotaba homosexualidad, aunque «raro» era también el nombre que se daba a un miembro de la fraternidad invertida. Los europeos que tradujeron el título como Arancia a Orologeria o Orange Mécanique no alcanzaban a comprender su resonancia cockney y alguno pensó que se refería a una granada de mano, una piña explosiva más barata. Yo la uso para referirme a la aplicación de una moralidad mecánica a un organismo vivo que rebosa de jugo y dulzura.

Los lectores del capítulo veintiuno deben decidir por sí mismos si mejora el libro que presumiblemente conocen o realmente se trata de un miembro prescindible. Mi intención era que el libro concluyese de esta manera, pero tal vez mi juicio estético no era correcto. Los escritores raras veces son sus mejores críticos, y tampoco son críticos. Quod scripsi scripsi, dijo Poncio Pilatos cuando hizo a Jesucristo rey de los judíos. «Lo que he escrito, escrito está». Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo. Con lo que el doctor Johnson llamaba fría indiferencia expondré lo escrito al juicio de ese 0,00000001 de la población norteamericana al que le importan esas cuestiones. Coman esta porción dulce o escúpanla. Son libres.

ANTHONY BURGESS

Noviembre, 1986

miércoles, 16 de julio de 2014

Diàlogos. Borges-Sabato.




-Barone.
Creo que hay un tema que les interesa a los dos. El del lenguaje. Usted Sabato dijo en una oportunidad que uno de los grandes peligros que corremos nosotros, los escritores de lengua castellana, es el verbalismo. Y citó a Borges a favor de su tesis.

-Sabato.
Sí, dije que cierta pompa estilística, que fue combatida por hombres como Borges, parecía entrar ahora en algunas formas de la vanguardia. Siempre recuerdo aquella parte tan graciosa de Machado, Juan de Mairena que hace pasar al pizarrón al mejor alumno y le hace escribir: “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rua”. Luego le pide que ponga eso en forma poética, el chico piensa un momento y luego escribe: “Las cosas que pasan en la calle”. Mairena lo felicitó. Claro, se podrá decir que una frase como “Las cosas que pasan en la calle” no es poesía. Pero, la otra variante tampoco es poética: solo es abominable.

(Diálogos. Borges-Sabato. Página, 38. Emecé Editores, 1976 Buenos Aires, Argentina).

viernes, 11 de julio de 2014

Sor Juana Inés de la Cruz.


REVISTA CHILENA DE LITERATURA
Abril 2012, Número 81, 69 - 89
I. ESTUDIOS

LA CELDA, EL HÁBITO Y LA EVASIÓN EPISTOLAR EN SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Luz Ángela Martínez

Universidad de Chile
 
Resumen
Centrado en las representaciones plásticas de Sor Juana Inés de la Cruz, el presente trabajo reflexiona sobre la relación entre la representación del Barroco de Indias y su contexto de producción. A partir de las anteriores coordenadas, revisa la obra de la monja y la orientación epistolar que adquieren sus poemas como forma de evasión de la celda y el hábito.
Palabras Claves: poesía virreinal, Sor Juana Inés de la Cruz, retratos, carta.



Abstract
Focused on the visual representations of Sor Juana Inés de la Cruz, this paper reflects on the relationship between the Baroque of the Indies aesthetics and their context o production. Based on the above coordinates, it reviews the nun's work and the epistolary orientation that her poems acquire as a form of escape from the convent and habit.
Key words: Colonial or Viceregal Poetry, Sor Juana Inés de la Cruz, portraits, letters.


En las sociedades fundadas y organizadas según las orientaciones políticas, ideológicas y operatorias del panóptico es común que las representaciones carcelarias aparezcan más o menos disimuladas por desplazamientos, eufemismos o cadenas metafóricas en los distintos tipos de discursos producidos en ellas. Asimismo es habitual que las imágenes de la celda y el cautiverio proliferen alegórica y metonímicamente en el orden simbólico de las creaciones estéticas. De esta manera los discursos comunes y los discursos del arte, aparentemente instalados en esferas culturales distintas y/o distantes, generan sistemas de intercambio cimentados en un sustrato elusivo común y en un repertorio intercambiable de mecanismos y estrategias para "hablar ante y entre las fisuras de la Ley".
En tal contexto de producción y en necesario acomodo con el estado de vigilancia y su doble enfoque sobre lo social-corporal y simbólico-figurativo, se aprecia que la cautela, la simulación y el juego de las apariencias funcionan como dispositivos de regulación "porosos", ambivalentes y tensos, que permiten tanto como determinan las (auto)representaciones de los sujetos emisores de los discursos y las de los creadores de las diversas expresiones artísticas. Un sistema representativo orientado por tales mecanismos no solo trasluce un campo de intersecciones en constante negociación y sostenido por pactos más o menos perecederos entre la vigilancia y las necesidades expresivas del imaginario plástico y/o poético, además revela dos aspectos significativos para la producción estética: a) que la operatoria simulación-disimulación crea el espacio intersticial donde se configura la posibilidad de la representación; en este sentido, b) que esa operatoria es conatural de la imagen.
Nuestra Colonia1 en su conjunto es un excelente ejemplo de sociedad vigilada (Foucault 1979) o sociedad cerrada2, así como sus desarrollos culturales son modélicos de los vínculos entre las formas del poder, la estética y los distintos mecanismos de enmascaramiento y simulación-disimulación que operan en los discursos. Si bien esta no es la ocasión para ahondar en los desiguales grados de subyugación experimentados por los sujetos pertenecientes a la mosaica sociedad colonial, sí es importante tener presente esa situación, en tanto los asuntos que voy a desarrollar focalizan las relaciones entre las representaciones plásticas de Sor Juana Inés de la Cruz y su creación poética, ambos aspectos especialmente intervenidos -o modelados, en sentido plástico- por las normativas sociales que la llevaron a asumir el hábito de monja y a optar por la celda como lugar de habitación.
El espacio físico y el repertorio gestual (bastante limitados; más bien icónicos) con que sor Juana fue representada por el imaginario plástico colonial3, sin duda fijaron para la posteridad una imagen suya indisociable del claustro-hábito al que la sociedad colonial del siglo XVII destinó a Juana de Asbaje y a tantas otras mujeres que le fueron contemporáneas4. Esta identificación radical, realizada por el artificio del arte, naturaliza y eterniza un hecho absolutamente cultural, en este caso plagado de complejidades y significaciones de diversa índole. Como sabemos por sus datos biográficos5, se trata de la muerte de una Juana, la de Asbaje -cuya verdadera aspiración era el ejercicio intelectual-, en pos de otra Juana de nombre antecedido por la condición irrevocable de "sor"6, de donde surge una tercera identidad: la de autora. Coherentemente con la operatoria simulación-disimulación que señalé al inicio, en el traspaso del umbral que marca la muerte simbólica para el mundo sucede una serie de desajustes importantes de observar de manera particular. Al contrario de lo que acontece con los apellidos, en donde Asbaje es sustituido -borrado- por "de la Cruz", el significante "Juana" se preserva, de tal manera que la permanencia del significante en las tres condiciones de ser, la laica, la religiosa y la autoral, entre otras cosas, permite trazar una línea de continuidad y concebir a la autora como una realización de la primera Juana, social y legalmente anulada, y simbólicamente ausente. Tal continuidad sugiere, de un lado, la inoperancia del "dispositivo sor" en su función traslaticia hacia una nueva vida relacionada exclusivamente con la dimensión trascendente; de otro lado, en la lógica simulación-disimulación pone de relieve su carácter de "dispositivo de gestión" entre la muerte mundana y la pervivencia de la mundanidad inherente a la condición autoral y a la producción literaria. Si en el orden del ritual la secuencia de transformaciones no culminó, como era de esperarse -o como hubiera deseado su confesor Antonio Núñez de Miranda-, con la paz espiritual inherente a la condición de monja de claustro7, en el plano de la representación plástica y en el orden de los signos que aquí nos interesan, la "sor" plasmada en los retratos se abre a otras dimensiones y se revela como representación de representación: como un soporte personae del significante permanente(mente) vaciado -puro-"Juana", que no deja de reescribir(se) en la interpretación y en la estética contemporáneas, en lo que podríamos llamar la "heráldica"8 de la actual cultura (neo)barroca latinoamericana.
Abordar las complejidades implícitas en esta condición eternizada por el imaginario visual, no por la obra de la misma Juana, requiere que realicemos un esfuerzo "desnaturalizador" de la imagen plástica9, si es que queremos atender a la inconcordancia entre ella y la imagen de sí misma que sor Juana construyó en sus poemas. Sin ánimo de entrar en la larga y muchas veces desenfocada discusión sobre la fe de sor Juana10, lo que me interesa señalar aquí es que, a diferencia de lo que sucede en otros textos producidos por monjas, sor Juana no se autorrepresenta como religiosa, pues, en sus poemas, sus hábitos de jerónima son prácticamente invisibles11.
Para indagar en el particular sentido que tiene esa invisibilidad, parece razonable revisar la significación cultural y filosófica de las palabras "hábito" y "celda" en relación con la imagen icónica de nuestra monja, asi como en relación con su poética.
Observemos que los términos "hábito" y "celda" constituyen ambos un lugar de habitación tanto como un ser-estar en los que interior y exterior son indisociables, pues se habita el espacio arquitectónico de la celda y se incorpora la dimensión material del ropaje de la misma manera que ese espacio y esa vestimenta representan una muy determinada manera de habitar-ser en el mundo. Hábito y celda configuran un "estado" al interior de la sociedad, así como socialmente expresan y representan ese "estado", en la múltiple acepción social, política y espiritual de esta palabra. En este sentido, hábito y celda no solo conforman un "ethos", sino que, además, desde su materialidad codificada, articulan un discurso sobre lo social, lo histórico y lo trascendente, sin dejar de subrayar nunca la situación de clausura o destinación de la vida del sujeto. Si revisamos el sentido que tiene el término "ethos" desde Aristóteles hasta nuestros días, encontramos que "ethos" indica una forma de vida (la que se desarrolla ritualmente al interior de la celda) tanto como una manera de ser: la que el hábito-costumbre forma (y la que la materialidad del vestido representa).
Si recurrimos al diccionario12 encontamos que la palabra "celda" define tres espacios arquitectónicos y/o emplazamientos políticos, judiciales y culturales de profunda significación social, tal y como interpretó Michel Foulcault. Una celda es simultáneamente el aposento de un preso en la cárcel, de un estudiante en un colegio o establecimiento análogo y de un religioso en su convento. Una celda o celdilla es también una "Instalación para manipular, procesar e investigar materiales irradiados", es decir, elementos contaminantes y letales13.
El mismo diccionario define el hábito de manera acorde a la reflexión filosófica. Un hábito es un "Vestido o traje que cada persona usa según su estado, ministerio o nación", especialmente el que usan los religiosos y religiosas. Asimismo, un "modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas". También es un vestido que identifica a los estudiantes y a aquellos que han cometido pecado o delito público. Por último, pero no menos sugerente, un hábito es un elemento usado como instrumento de mortificación.
Las anteriores definiciones adquieren singular pertinencia cuando observamos los retratos que el imaginario barroco colonial nos dejó de sor Juana, al mismo tiempo -quierase o no- que entablan paradójicos diálogos con los rasgos y el repertorio gestual con que la representó: la juventud como un estado permanente y/o inmanente, el boato del hábito, el lujo material e intelectual de la celda, el gesto habitual de sostener la pluma entre sus manos, o de posarlas simplemente sobre un libro abierto14. La imagen modélica repetitiva expuesta por esos retratos hasta hoy provoca en el observador un estado de incertidumbre y vacilación, pues frente a ella no podemos definir si estamos ante el imaginario visual de la plástica colonial y en el margen estricto de esas coordenadas debe ser apreciada, o si los retratos mismos contituyen una suerte de documentos "históricos"15 confusamente vinculantes -como es propio del Barroco- del orden profano (la escritura, la poesía, el conocimiento) y el sacro (la celda y las connotaciones espirituales que implica).
Si referimos estos retratos al marco representacional del Barroco y sus motivos, es decir, si examinamos el imaginario barroco colonial en el marco general del s. XVII, lo primero que habría que anotar es que la condición de "eterna juventud" de la "Fénix Americana" parece invisibilizar la muerte de la mujer de 43-45 años, aproximadamente, en medio de una epidemia. Lo significativo de aquello es que la representación "borra" totalmente el paso del tiempo (su acción devastadora en los poemas metafísicos de Quevedo, como mejor ejemplo) y la osamenta barroca del siglo XVii asociada a la actividad intelectual (Vanitas)16. El hecho es que a sor Juana no la vigila la calavera alogorizada o representada por alguno de sus emblemas, como es más que habitual en la representación barroca; al contrario, ella posa sus manos elegantemente sobre un libro-saber, como si con ese gesto acariciase uno de los muchos animales domésticos que pulularan en su celda. Para apreciar la singularidad de esta actitud, basta compararla con las representaciones máximamente desasosegadas del inspirador de la orden a la que pertenece nuestra monja, san Jerónimo, en las que la asociación de la cadena libro-escritura-ciencia-actividad intelectual a la calavera advierte sobre uno de los más grandes peligros que acechan el alma humana17. La diferencia entre la representación del santo y la de la monja, llama la atención sobre el espacio intersticial de posibilidad de la imagen en el ámbito colonial, para advertir ahí la presencia de la línea discursiva-argumentativa criolla-barroca, que desatiende la advertencia funesta punitiva respecto de la ciencia humana, para aunar la inmanencia de la juventud de la sujeto representada con la de América-Nuevo Mundo, concebido este continente como fuente vital de renovación material y espiritual del (viejo) mundo18. Desde esta perspectiva, la imagen de sor Juana es símbolo y metáfora del discurso argumentativo-reivindicativo del Barroco Indiano, asi como es ejemplar de su operatoria simulación-disimulación.
En otro plano, la incertidumbre producida por los retratos de sor Juana emana particularmente de las autorrepresentaciones de la obra poética y sin duda de las declaraciones que la monja vertió en la famosa carta Respuesta a sor Filotea de la Cruz, las que discuten con esos registros visuales un poco posteriores, es cierto, pero propios del mismo imaginario y periodo en que fue escrita la carta. Si no olvidamos o banalizamos (que es una de las formas más eficaces del olvido) que Juana entró al claustro y confinó su existencia a la celda para poder desarrollar su actividad intelectual, de ninguna manera podemos definir si esos retratos exponen la figura de una monja o de una escritora del siglo XVII19. Este asunto bastante trillado, por el contrario se torna insoslayable si se apunta a la operatoria simulación-disimulación como elemento congénito de la imagen y mecanismo regulador del campo expresivo. Pues las luces que la carta proyecta sobre los hábitos -reales o representados-de sor Juana, inducen un efecto anamórfico que obliga al lector-observador a un desplazamiento en virtud del cual, en una misma figura, una monja se ve desmentida por el camaleónico gesto de una escritora que se ha camuflado con los hábitos -espirituales y materiales; con el ethos- de una monja. Ciertamente, a partir de aquí las definiciones llanas sobre la identidad referenciada por el significante -puro, vaciado- "sor Juana" carecen de importancia, en cuanto el movimiento anamórfico dinamiza y encabalga una nueva transformación en el ámbito de la significación histórica: la transfiguración de la imagen icónica de la monja en la imagen del Proteo20 femenino y tutelar del Barroco Americano, atrapado en una celda colonial.
Algo parecido sucede si focalizamos la relación entre el sujeto y el mundo representado en los cuadros. Influenciados por los efectos de la meta-anamorfosis que se proyecta desde la carta escrita en la Colonia hasta hoy, resulta que el lugar físico también se inserta en el mismo tejido de incertezas. Como dije, no sabemos si el espacio representado en los retratos de sor Juan es el lugar en el que una intelectual habita y desarrolla su trabajo21, o si se trata de un lugar de reclusión -una "celdilla", en el sentido que nos entrega el diccionario22-, suntuosamente equipado y disimulado por una impresionante biblioteca. Esto, sobre todo, porque esa biblioteca es un elemento tan inherente como mitificador de la escritora barroca más famosa de nuestra historia. Así como la renuncia a ella es particularmente indisociable de la persecución ortodoxa de la que fue objeto y de su muerte, en el campo cultural amplio la biblioteca colonial también conlleva el discurso argumentativo-reivindicativo del intelectual americano23. En este sentido, el "enmarque" de la imagen de la monja en medio de sus libros no solo representa plenamente lo dicho por Carlos de Sigüenza y Góngora sobre sor Juana en su Theatro de Virtudes Políticas, también recoge ideológicamente la disputa del mismo Sigüenza y la de otros criollos con la intelectualidad peninsular-europea por el saber. De tal manera que en el campo de intersecciones negociado entre la vigilancia y las posibilidades expresivas, la biblioteca-mundo(colonial), representada en los retratos de sor Juana, alegoriza el conflicto criollo-peninsular, de la misma manera que en ese campo se presenta como una "zona endurecida" o de alta tensión24. Por último, en la imagen de la biblioteca convergen con igual intensidad el control inquisitorial sobre los libros que llegaban a las colonias, como la evidencia de su burla. En tal sentido, la secuencia anamórfica celda-biblioteca, resultante de la operatividad simulación-disimulación, obliga a componer la figura ambivalente y tensa de la "biblioteca enclaustrada", y a reflexionar sobre esta figura espacial en relación con la producción plástica colonial y con la producción poética de nuestra autora.
Ahora bien, en el visible/invisible hábito barroco de sor Juana sin duda se concentra la operatoria simulación-disimulación. Sobre todo si buscamos interpretar el hábito como un símbolo exterior de la actividad espiritual, o como la forma visible de la persona interior; es decir, si pretendemos responder a las siguientes preguntas: ¿Cuál es la actividad espiritual que simboliza ese hábito en particular? ¿Cuál es la persona interior que visibiliza? Aquí también es imposible definir si la lujosa vestimenta expresa el poder económico y el prestigio adquirido (otra forma del poder) por la intelectual que la ostenta25, o si esas sedas y damascos son un refinadísimo vestido de presidio, de mortificación. En este caso, la indeterminación y/o posibilidad anamórfica convoca las operatorias del disfraz y la máscara para señalarlas como la actividad espiritual verdaderamente simbolizada por el hábito, de tal manera que ese hábito (en sus varias acepciones) se convierte más bien en el símbolo de una travestización26 acaecida simultáneamente en distintos niveles: el intelectual, el material y el espiritual. Sin embargo, como aquí el hábito no hace a la monja -o no nos perite definirla-, lo que importa es que ese hábito barroco configura el escenario una metamorfosis en suceso que bascula entre el significante puro "Juana" y el soportepersonae "sor Juana", aprehensible solo como "Imagen", en el sentido poético que le dio a este concepto José Lezama Lima en su obra ensayística (vgr., El reino de la imagen)27. Por otra parte, lo que sí queda claro, es que la metamorfosis en suceso constituye la contracifra de las claves penitenciarias de la sociedad colonial que habitó aquella que en el siglo se llamó Juana Ramírez de Asbaje, Sor Juana Inés de la Cruz, Décima Musa, Fénix de América y La peor del mundo.
Ahora bien, si sor Juana no se autorrepresenta como una monja, ¿cómo se manifiestan la celda y el hábito en los textos?
Antes de atraer algunos de los poemas en los cuales sor Juana alude a su condición de encierro, resulta importante detenerse en un aspecto que nos puede iluminar las relaciones entre su escritura y la sociedad panóptica en la que la produjo. Para ello remito nuevamente a la carta Respuesta a sor Filotea de la Cruz, ya no por los datos biográficos que entrega, sino para sugerir su pertenencia genérica y su específica función comunicativa como dos elementos caracterizadores de la obra de sor Juana.
En tanto producción poética realizada totalmente en el encierro, más allá de esa reducida parte de su obra clasificada bajo el rótulo "epistolar"28, en gran medida la obra de sor Juana tiene la forma de un diálogo escrito o de un epistolario poético, en el cual sus poemas adquieren la función de una carta respuesta a algún asunto concreto que se le pide o demanda desde el exterior. Pruebas de ello son los "poemas misiva" en los que agradece un regalo o acompañan otro que ella misma envía fuera del claustro y que de su parte refieren a asuntos tan domésticos como la factura de una conserva; o aquellos en los que responde sobre preceptos musicales a una de sus amigas; o aquellos otros en los que, por medio de la formalidad de la carta, expresa la voluntad de figurar e interferir en lo político-público, cuando dirige peticiones poéticas de orden social o judicial a la autoridad.
Como bien se sabe, la carta Respuesta a sor Filotea no es ni el primero ni el único texto en el cual sor Juana contesta un ataque. Por el mismo medio, pero ya en una dimensión poética, replica las agresiones que le hacen extramuros, tal como muestra ejemplarmente aquel poema con el que responde la insolencia de un caballero del Perú que le dice que se convierta en hombre29. Con la misma fórmula poético-epistolar, sor Juana realiza peticiones personales que le son importantes; recordemos aquel poema dirigido a su querido don Payo para solicitarle el sacramento de la confirmación, cuyo encabezado es ni más ni menos que el de una carta. El primero de los poemas al que me refiero, clasificado como Romance Epistolar en las Obras Completas30, comienza así:
Señor: para responderos... (62)

El segundo, igualmente clasificado, pero de sentimientos totalmente opuestos, mantiene el mismo encabezado epistolar:
Ilustrísimo Don Payo,
amado Prelado mío;
y advertid, Señor, que es de
posesión el genitivo: (16)
Fuera de estos romances epistolares canónicos, encontramos una serie de poemas en los que la monja acentúa la dimensión de la misiva para tratar asuntos puntuales; generalmente, cuando se refiere o comenta la obra de otros autores. Por ejemplo:
Tulio Español: mal al veros
(...)" (117)

En otras ocasiones, el poema no tiene el encabezado de la carta, pero es un texto escrito para tratar -porfiada y precisamente- un asunto no perteneciente a la órbita de lo personal pero sí de su interés. Como podemos presumir al leer "Memorial a un Juez", la monja ya ha dirigido reiteradas poemas-misivas a su destinatario para abogar por la causa de una viuda:
Juzgo, aunque os canse mi trato,
que no os ofendo, en rigor, pues en cansaros, Señor,
cumplo con vuestro mandato;
y pues éste fue el contrato,
sufrid mis necias porfías
de escuchar todos los días
tan continuas peticiones,
que aquestas mis Rogaciones
se han vuelto ya Letanías.
(...)" (121)

Como cualquier escritor profesional, vía el poema-carta, sor Juana trata asuntos de dinero. Esta función pragmática -comunicativa, económica, casi de recibo- constituye el asunto del poema en el que agradece -ambiguamente-el pago que recibió del Cabildo de México por la realización del Airco de Triunfo erigido en honor del virrey Marquéz de la Laguna.
Esta grandeza que usa
conmigo vuestra grandeza,
le está bien a mi pobreza
pero muy mal a mi Musa.
Perdonadme si, confusa
o sospechosa, me inquieta
el juzgar que ha sido treta
la que vuestro juicio trata,
pues quien me da tanta plata
no me quiere ver Poeta (120).

No obstante todos los poemas anteriores muestran que la escritura fue para sor Juana un vehículo eficaz para traspasar los muros del convento, hay un poema -clasificado en la Obras Completas bajo el rótulo "Billetes y Otros Poemitas"- en que queda clara la función comunicativa de la obra de sor Juana. Como se verá inmediatamente, ahí se alude a la materialidad del mensaje y a su intercambio habitual, al carácter "secreto" e íntimo que lo envuelve y a su forma de circulación:
El paje, os dirá, discreto,
cómo, luego que leí,
vuestro secreto rompí
para no romper el secreto.
Y aun hice más, os prometo:
los fragmentos, sin desdén,
del papel, tragé también;
que secretos que venero,
aun en pedazos no quiero
que fuera del pecho estén (119).

Los anteriores ejemplos revelan que la obra misma también exhibe operaciones complejas acordes a la anamorfosis que hemos señalado, en tanto la función comunicativa y la expresiva-estética se mixturan y el poema se transfigura en una carta o al revés.
Si bien los poemas-carta son medios efectivos a través de los cuales sor Juana rompe el aislamiento de la celda y trasciende el hábito para entablar diálogos no siempre felices con la sociedad, en otro orden constituyen una especial forma de documento o manifiesto cuya afortunada conservación nos permite conocer los conflictos ideológicos y las relaciones sociales que suscitaron su escritura. Por eso mismo llaman la atención sobre el despliegue de la escritura poética como estrategia comunicativa en la sociedad panóptica. En este último sentido, estos poemas-carta deben ser observados como textos híbridos que cumplen una función muy específica de "representación", en uno de los sentidos que la RAE da a esta palabra: "sustituir a alguien o hacer sus veces, desempeñar su función o la de una entidad", pues los poemas-carta "representan" a la enclaustrada (informan, declaran, rebaten o refirieren), así como configuran una especial forma de "presencia estética" por medio de la cual la famosa escritora Sor Juana Inés de la Cruz figura y se representa (en el sentido dramático del término) como tal en la sociedad31.
Si el avance de lo epistolar hacia lo público proporciona un productivo punto de vista para exponer las estrategias evasivas del claustro-hábito, lo que los poemas-carta muestran en el ámbito de la intimidad resulta todavía más significativo, pues una lectura extendida de la obra de la monja revela una plena conciencia de funcionalizar sus poemas como cartas, respuestas, apelaciones o medios en general para mantener diálogos íntimos en el orden de los afectos. En ellos, más de una vez la escritura poética misma marca la condición epistolar -comunicativa- del poema, en cuanto se hace referencia directa al diálogo diferido que mantiene con alguna de sus amigas las virreinas. Esto se observa claramente a propósito de reclamos propios de la amistad y en relación con "las prisiones del retiro", cuando la monja le dice a una de las virreina frases tales como "te escribo" (poema 17, p. 24) o "no quise escribirte" (poema 18, p. 25) en el poema que se le envía o dedica. Esa afirmación íntima epistolar del poema, marcada por la primera y segunda persona del singular, nos informa del mundo psíquico y emocional de la monja, de la intensidad de sus afectos, deseos y frustraciones, así como de los vínculos amorosos que mantuvo extra muros del claustro y que tanto han dado que hablar a los exegetas de su obra.
No hay duda de que podríamos examinar largamente la interioridad de sor Juana a través de la condición epistolar de sus poemas, sin embargo, en esta ocasión dejo de lado ese interesantísimo aspecto para hacerme cargo de la forma particular que adquieren los textos en relación con las condiciones sociales de su producción. En este sentido, es necesario preguntarse por qué los poemas de sor Juana adquieren la forma de la carta y cumplen su misma función comunicativa. Como es de esperarse, la única respuesta válida a nuestra pregunta se encuentra en los mismos poemas.
Precisamente en un poema dirigido a su amiga, la condesa de Galve, sor Juana hace explícita queja por su situación de encierro. De entre los muchos poemas en que sor Juana alude con mayor o menor profundidad al asunto, elijo este para hacer presente que esa queja es relevante para comprender aspectos de su poética. Significativamente, en este texto la voz enunciante se identifica ontológicamente con el angustiado discurso de Segismundo de La vida es sueño de Calderón de la Barca, cuando este personaje eleva su queja y expresa su rabia entristecida por su inexplicable reclusión. Tal como el personaje dramático, en el texto de la monja la voz poética reclama con justicia esencial su pertenencia al género humano, para derivar de aquella pertenencia su derecho (natural) a la libertad.
¿Nací yo acaso en las yerbas,
o críeme en las ortigas?
¿Fue mi ascendiente algún risco,
o mi cuna alguna sima?
¿No soy yo gente? ¿No es forma
racional la que me anima?
¿No desciendo, como todos,
de Adán por mi recta línea? 32
Este reclamo de humanidad basado en el libre albedrío involucra lo trascendente para focalizarse luego en el alegato por las libertades individuales del sujeto, las que en el orden histórico están reguladas y restringidas por los poderes políticos e ideológicos que rigen la sociedad. Primero veamos que en sor Juana la protesta es por el encierro físico concreto; luego, que la justa demanda configura una paradoja poética y vital sin resolución a lo largo de su vida y obra, porque el encierro ante el cual se rebela, posteriormente es afirmado como la única forma posible de existencia en su sociedad, tal como confirma décadas después el registro biográfico de la Respuesta a sor Filotea.
Lo primero, el encierro concreto:
Pues por qué no he de ir a verte
cuando todos te visitan?
¿Soy ave nocturna para
no poder andar de día?
Si porque estoy encerrada
me tienes por impedida,
para estos impedimentos
tiene el afecto limas.
La paradoja se desprende también de la operatoria simulación-disimulación que con sus múltiples juegos establece la diferencia entre Segismundo (entendiendo, por supuesto, al personaje como una reflexión y una propuesta libertaria citadas por la monja) y sor Juana, pues el personaje dramático asume el juego de las apariencias como estrategia para salir de su encierro y vivir en la sociedad. La monja, por el contrario, lúcidamente percibe la imposibilidad de la libertad en una sociedad carcelaria que idea formas simbólicas de lo monstruoso como fórmula de control. Así lo dice en el poema en que responde al caballero que le escribió el romance "Madre que haces chiquitos" (poema 49):
¡Qué dieran los saltimbancos,
a poder, por agarrarme
y llevarme, como Monstruo,
en esos andurriales
...
¡Aquesto no! No os veréis
en ese Fénix, bergantes;
que por eso está encerrado
bajo treinta llaves (66).

Queda claro que el asunto de la libertad no se resuelve para sor Juana con el hecho de habitar fuera de la celda, en la sociedad. Más bien se define y cobra toda su profundidad en contradicción con los principios penitenciarios que animan la normativa social en lo más medular. Ahora, si tal normativa opera en el imaginario social y desde ahí impone la deshumanización de la sujeto en la categoría de lo monstruoso-aberrante, en el orden de la subjetividad desata el imaginario de la autoaniquilación:
¿Qué mi tintero es la hoguera
Donde tengo que quemarme,
Supliendo los algodones
Por Aromas Orientales?
Frente a la monstruosidad o la hoguera, la paradoja del "autoencierro libertario" se presenta como un acto de autodefensa y de huída. En consecuencia, no sorprende que en la poética de sor Juana la imagen mítica y trágica de Ícaro -el "emplumado" que se "incendia" en su fuga libertaria, como sor Juana, figurada por su pluma, se "quema" en su tintero- sea el doble correspondiente de la de Segismundo.
Al inicio de este trabajo afirmé que los estados de vigilancia apuntan simultáneamente a lo social y lo corporal y que esto determina significativamente las autorrepresentaciones de los sujetos en los discursos y sus representaciones en las obras de arte. Conviene, entonces, hacer una breve referencia a la representación y autorrepresentación del cuerpo en algunos poemas de sor Juana.
La representación o la ausencia de lo corporal constituye uno de los aspectos más interesantes de la poesía de sor Juana y sin duda amerita un análisis exclusivo porque no se resuelve solamente aludiendo a su condición monjil. Pero por el momento me interesa tratar la neutralización del cuerpo encerrado, a partir de la cual se articula la supremacía de la actividad mental y sicológica como vía de realización de todos los deseos y anhelos de la afectividad.
Primero observemos la desaparición o escamoteo de la materialidad (sexualidad) del cuerpo mediante el recurso al género neutro del latín que tan bien conoce desde niña. En el ya citado poema-respuesta "al caballero del Perú que le envió unos barros diciéndole que se volviera hombre", sin dejar de marcar distancia del mito de Sálmacis y Hermafrodito -que sin duda remite a una "neutralidad sexuada"-, sor Juana toca el tema de su propia sexualidad y la define en un tercer término o categoría ajena a la bipolaridad masculino/femenino:
Yo no entiendo de esas cosas;
solo sé que aquí me vine33,
porque, si es que soy mujer,
ninguno lo verifique
Y también sé que, en latín,
solo a las casadas dicen
úxor, o mujer, y que
es común de dos lo Virgen.
(...)
y solo sé que mi cuerpo,
sin que a uno u otro se incline,
es neutro, o abstracto, cuanto
sólo el Alma deposite.
Entre las paredes físicas de la "biblioteca encarcelada" -a la cual remito al resaltar la declaración "aquí me vine" en el poema-, el cuerpo encerrado sufre una suerte de metamorfosis que lo convierte en un cuerpo-letra abstracto, cuya materialidad sexuada desaparece -o se fuga- en una neutralidad conceptual, tan codificada por la lengua como inasible en lo concreto. De tal manera que ahí, en ese lugar, entre cuerpo y biblioteca se produce una alineación mimética extrema y una particular transferencia por la cual el cuerpo es signo entre los signos, significante sin polaridad.
No obstante la radicalidad del proceso, la abstracción no significa la anulación de la actividad emocional; muy por el contrario, ésta va a buscar su realización por otras vías. Así se anuncia, por ejemplo, en aquel poema dedicado a la condesa de Galve que ya cité, en el cual observamos un "deseo tránsfuga" -"emplumado", sin duda "icarizado"- que se escapa por los muros, para configurar otra forma de vivir la libertad coartada física y socialmente:
Sutil y ágil el deseo,
no hay, cuando sus plumas gira,
solidez que no penetre
ni distancia que no mida.
Como es de esperar, la abstracción del propio cuerpo es solo una parte de un proceso mayor que contempla la abstracción del cuerpo del otro. Remitámonos a aquel magnífico poema que se conoce como "Que contiene una fantasía contenta con amor decente" (poema 165), en el cual se subvierte el signo negativo de la cárcel y la abstracción toma otros rumbos para que el deseo amoroso se resuelva por la vía de la sublimación; esto es, por medio de la encarcelación de la imagen del cuerpo ajeno. Observemos la sublimación:
Detente sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegra muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Ahora la encarcelación de la imagen:
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía (43).

Bien podemos ver en este poema una magnificación del motivo del aprisionamiento en el cual confluye la imagen de la cárcel manierista y barroca, pero como sucede invariablemente en la poética de sor Juana, la representación modélica va a ser desencajada y conducida a un nuevo ámbito de significación. En este caso sucede que el lugar por excelencia de la represión es resignificado por la hablante del poema, y la cárcel misma va a ser el lugar de la libre realización: del ejercicio intelectual, del deseo y del impulso amoroso, de tal manera que la celda se nos revela como el lugar de realización de la "intensa erótica imaginaria" de sor Juana, de la que habla Paz.

NOTAS
1 Ver la Ordenaza del 20 de febrero de 1493 del Almirante Cristóbal Colón.
2 En su clásico libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz discurre largamente sobre las condiciones y características de la sociedad colonial de Nueva España. Precisamente, cuando revisa la biblioteca de la monja señala: "Si alguna sociedad mereció el nombre de Sociedad cerrada, en el sentido que Popper ha dado a esta expresión, esa sociedad fue el Imperio español. La monarquía y el clero, poseídos por una mentalidad defensiva, alzaron muros, tapiaron ventanas y cerraron todas puertas con candado y doble llave. La guardiana de las llaves fue la Compañía de Jesús" (339). La idea de "sociedad vigilada" que aquí manejo es totalmente afín a la confabulación del poder político y la ortodoxia ideológica para constituir la sociedad jerárquica que Paz advierte.
3 El frontispicio dibujado por Lucas de Valdés y grabado por Gregorio Fosman para la edición sevillana de 1692 del segundo volumen de las obras de Sor Juana. El retrato de Juan de Miranda de 1713, el retrato de Miguel Cabrera de 1751 y el retrato pintado por Andrés de Islas en 1772. En este trabajo aludo a los tres últimos y no forma parte de sus objetivos determinar si tuvieron un "modelo verdadero" para su ejecución, ni argumentar sobre la fecha de su ejecución. En este sentido, refiero al imaginario colonial, que es, en definitiva, el que "eternizó" la imagen de sor Juana y al sistema de copia entre unos y otros que generan un Modelo, levantado sobre el retrato "original perdido": el Modelo barroco sin original. Para este asunto, remito al mismo Paz (304-329). Por otra parte, Margo Glantz aborda el mismo asunto desde dos puntos de vista que aquí interesan: el Modelo de las mujeres virtuosas y la figura de sor Juana como Modelo insigne del "Mexicano Museo". Respecto del primero Glantz señala lo siguiente: "Insisto, una monja-poeta es un artefacto sorprendente pero peligroso: bien clasificada, puede controlarse su productividad, inscribirse en una sección especial, una galería de retratos en donde las mujeres ocupan el lugar que les corresponde como modelos de imitación: se completa así una taxonomía sobre lo femenino que tranquiliza a sus detractores y, de paso, protege a las mujeres, si se mantiene dentro de los límites preconizados por la clasificación". Esta galería de "mujeres virtuosas" proviene de una antigua tradición que busca perpetuar el modelo femenino en el orden familiar -del mismo modo que los retratos de las Monjas Coronadas; sin embargo, Glantz avanza sobre el punto hacia el "Mexicano Museo", en cuanto la imagen de sor Juana (monja-poeta e intelectual) es generada por la sociedad colonial de Nueva España, no por su familia, en razón de que esa sociedad busca decir algo de sí misma al tiempo que controlar el "peligroso artefacto" monja-poeta. Bien advierte Glantz que la imagen de la monja ha sido constituida por una serie de fórmulas reiterativas que generaron un "estereotipo" del cual no podemos liberarnos "en el cual ella no se reconocía cabalmente" (28-30). Solo en este último punto no concuerdo con la opinión de Glantz, pues sor Juana conocía y manejaba muy bien la imbricación barroca entre poder e imagen plástica o poética, así como tenía plena conciencia de la preeminencia que adquiría el sujeto al "aparecer como Imagen" en la sociedad; de hecho, teorizó brillantemente sobre este punto en la explicación del Neptuno Alegórico. Para el tema de la representación y el poder de la imagen en el Barroco, remito al clásico libro de Werner Weisbach: El Barroco, arte de la Contrarreforma (1948). En nuestros días, esos retratos han tenido una gran difusión, pues son numerosos los libros sobre la monja que los usan de portada, como el de Paz mismo. Lo cierto es que su imagen parece haber alcanzado el estatuto de fetiche, esto, si pensamos en los afiches que hace unos años se podían adquirir en la Universidad Claustro sor Juana de la Cruz, en los cuales el rostro de la monja aparece maquillado y con los labios pintados de rojo.
4 Bien sabemos que en la época la condición religiosa era una forma de vida para hombres y mujeres, un "acomodo" en la sociedad, según Octavio Paz. Sin embargo, para las mujeres este "acomodo" era bastante más estrecho, en tanto para ellas la condición de "desposadas" era irrecusable, ya fuera en su dimensión terrena o trascendente. No obstante el tutelaje masculino de las dos formas del desposorio y las ideas que se tenían sobre la nula formación de las mujeres, el convento constituyó un espacio de desarrollo de una determinada cultura femenina, tal como la investigación ha venido demostrando desde los estudios de Josefina Muriel hasta este momento, en que se ha ahondado más en el tema. Paz, por ejemplo, refiere largamente la vida conventual de la clase alta y sus laxitudes cuando revisa las posibles razones que determinaron la toma de hábito de sor Juana; de nuestra parte, pensamos que en la toma de hábitos pesaron más las posibilidades ofrecidas por el convento que la ausencia de padre a la que el crítico mexicano da tanta importancia. Cfr. Muriel: Conventos de monjas de la Nueva España (1946) y Culturafemenina novohispana (1994).
5 Sus dos ingresos a la vida conventual, el primero, fallido, a la orden de las carmelitas, el segundo, a la de las jerónimas.
6 Me refiero al rito de ingreso al claustro en que se asumen los hábitos de monja, es decir, a la muerte simbólica para el mundo.
7 En el plano histórico, el apelativo "sor" asociado a la orden de las jerónimas y no a la de las carmelitas más bien funcionó como una cuña destinada a impedir el cierre de todas las puertas que en la época sí hubieran aislado a sor Juana del mundo de las letras y el conocimiento: el matrimonio, la condición subordinada de la mujer, la pobreza de la vida conventual. Este último elemento sin duda hubiera constituido un severo impedimento para el desarrollo intelectual de sor Juana, pues no sin razón, aquellos que se han abocado a reconstruir su biblioteca aluden el costo económico de ella, así como revisan las instalaciones del convento de las jerónimas y sus relaciones con la corte. Bien se sabe que los conventos reflejaban las jerarquías económicas y sociales de la Colonia.
8 En el sentido en que Severo Sarduy ha trabajado este término en sus Ensayos Generales sobre el Barroco (238-239).
9 Este esfuerzo "desnaturalizador" no está en desacuerdo con la obra poética, pues son más que complejas las relaciones de la autora con los retratos, con su dimensión material y con su dimensión representativa. Más conflictivas con los retratos propios. Georgina Sabat de Rivers ha trabajado el tema del retrato poético en la obra de la monja y señala: "Entre las muchas tradiciones literarias que llegaron a sor Juana parece tener un lugar especial, por la cantidad que ella dedicó al tema, las composiciones de retratos" ("Sor Juana y sus retratos poéticos" 39).
10 Cuando sor Juana aborda "cuestiones de fe", lo hace desde el ejercicio político, estético o de la discusión intelectual, no desde la profesión o declaración de crencia. Paz es enfático en este punto: "No hay alusión al llamado de Dios ni a la vocación espiritual..."
(157).
11 Al respecto, Paz dice lo siguiente: "Los poemas de sor Juana tienen un carácter muy distinto y en ellos nunca se hace la menor alusión a su estado religioso. En ningún momento la autora aparece como una monja sino como una mujer libre de la clase alta, soltera a veces y otras prometida, casi siempre en trato con uno o dos galanes." (368).
12 Diccionario de la Real Academia Española (2001). De aquí en adelante, todas las definiciones extraídas del diccionario, corresponden a esta edición.
13 Refiriéndose a la situación de la mujeres, Margo Glantz dice: "Es obvia la necesidad de tenerlas perfectamente encasilladas en espacios supervisados con estrechez, donde pudieran estar aisladas, al alcance de la mano, incapaces de causar daño. Y solamente causa daño aquello que por su misma naturaleza infringe las estrictas reglas que una sociedad ha erigido como válidas para controlar todo lo que salga de su concepto de normalidad" (39).
14 Aun cuando adjudicar los retratos al Manierismo no aparece justificado, sí vale la pena registrar la impresión de Paz al observarlos. "Agrego que las jerónimas también llevaban pulseras de azabache, anillos y escarolados los hábitos, a imitación de las concepcionistas. Las escenas pintadas en los escudillos a que se refiere de la Maza, según lo atestiguan los retratos de sor Juana, son decididamente manieristas: estilización que roza la afectación y una indefinible sensualidad a un tiempo azucarada y mórbida. En el retrato de Juan de Miranda, el más antiguo que tenemos de sor Juana, ella acaricia con la mano izquierda, como si fuese un collar, las cuentas del rosario descomunal, en un gesto más galante que devoto. En ese retrato, como en el concetto poético y en la moral de la época, triunfa el principio manierista de la conjunción de opuestos" (174). En la adjudicación manierista de estos retratos, lo que Paz no observa es que, hasta hoy, el Barroco americano siempre alude, incorpora o pone en perspectiva al Manierismo sin dejar de ser plenamente Barroco.
15 En el sentido en el que una obra de arte constituye el registro de una época.
16 Entre los múltiples trabajos que se pueden consultar sobre el tema está el de Sebastián Santiago. Cotrarreforma y Barroco: lecturas iconográficas e iconológicas. Prólogo de Alonso G. De Ceballos. Madrid: Alianza 1989.
En el retrato de Miguel Cabrera, el reloj incrustado en la biblioteca de la monja es absolutamente barroco, así como el cortinaje que encubre los libros en la esquina superior izquierda de la estantería. Sin embargo, ese reloj en nada amenaza la lozanía del rostro de la monja ni la elegancia juvenil de sus manos. Por otra parte, la tela del cortinaje alarga sobre los libros los pliegues y la cadencia del elegante hábito de la monja: los vela, los oculta, aureola la biblioteca del misterio con que el Barroco impacta los sentidos y contamina la biblioteca de esa "indefinible sensualidad" de la que habla Paz.
17 El San Jerónimo escribiendo de Caravaggio (Galería Borghese, Roma, 1605), para poner solo un ejemplo. Por otra parte, José Lezama Lima ha insistido sobre la ausencia de la osamenta medieval y la presencia de la risa en el barroco americano en La expresión Americana y en sus reflexiones sobre el pintor mexicano José Guadalupe Posada (La Materia Artizada).
18 En el acápite "Sor Juana, el oro racional", en la misma línea de Antonio Alatorre, Margo Glantz examina el proceso de metaforización del que fue -y es- objeto sor Juana y que la convirtió en "paradigma de lo americano" (36). Por su parte, Paz nos informa que el cuadro de sor Juana pintado por Juan de Miranda fue adquirido por la Universidad Nacional Autónoma de México y se encuentra en la Rectoría de esta Casa de Estudios.
19 Escritora con "celda propia", en un sentido literal.
20 Utilizo la figura de Proteo tal como la trabajó Jean Rousset en su obra Circe y el Pavo Real. La Literatura Francesa del Barroco.
21 Como sabemos, las celdas eran propiedades privadas, algunas sumamente cómodas, dotadas de dependencias para esclavas y/o criadas que se compraban y vendían desde el interior del convento. La investigación contemporánea sobre la vida conventual del s. XVII adelanta que en cierto sentido constituían espacios privilegiados de independencia femenina.
22 Con relación al significado de "celdilla", no debemos olvidar que el jesuita Antonio Núñez de Miranda, calificador del Santo Oficio, es quien gestiona el ingreso de Juana de Asbaje a la vida conventual. Sin embargo, este hecho contrasta con la impresión que causan los retratos. Hablando de las celdas de las monjas, Paz nos hace partícipes de la suyas: "la de sor Juana, a juzgar por sus retratos, era elegante y un si no es teatral" (179).
23 No son pocos los esfuerzos de la crítica contemporánea por recomponer la biblioteca de sor Juana: a partir de la revisión de los autores citados por la monja, de sus retratos y de una serie de conjeturas sobre la profundidad de su conocimiento. Este esfuerzo parece encerrar un secreto deseo de reponerle en la fama aquello que suponemos le fue arrebatado.
24 No en vano los "datos duros" sobre los libros que circulaban en las colonias se encuentran en los registros del Santo Oficio (Trabulse 125-230).
25 Esta ostentación también debe considerarse como un elemento ideológico de la plástica colonial, que disimula su discurso con el boato permitido; en palabras de José Lezama Lima, "con fastuosidad que cruje en el misal."
26 Tal y como ha sido interpretado, por ejemplo, por Mabel Moraña en Viaje al Silencio. Exploraciones del discurso barroco. Diccionario de la Real Academia Española: Travestismo: Práctica consistente en la ocultación de la verdadera apariencia de alguien o algo. U. t. en sent. fig.
27 Lezama que nos habla del Rey-Poeta y de su poder cohesivo y reformulador de las épocas históricas, desafortunadamente no se detiene lo suficiente para percatarse que en el ámbito americano la imagen de sor Juana tiene esas características.
28 Trece en total son los poemas clasificados como "Romances Epistolares".
29 En el mismo sentido y tono se encuentra el epigrama comentado por Georgina Sabat de Rivers, del cual comenta esta crítica ".. .en buen español, lo que hace la poeta es llamar al que la ha atacado, 'hijo de puta'" (En busca 40).
30 Todos los poemas citados o aludidos pertenecen a esta edición y serán citados con el número de página en donde aparecen.
31 Al comentar la actividad escritural de sor Juana, Paz se lamenta por la pérdida de su nutrida correspondencia y acota: "Además de su obra literaria, nada desdeñable por la cantidad y por la diversidad de asuntos, fue una infatigable escritora de cartas". Y un poco más adelante agrega, "la avidez de sor Juana por la comunicación escrita revela cierto oportunismo, un ansia inmoderada por conocer y ser conocida. Vanidad, sí, pero asimismo soledad" (180-181).
32 Probablemente aquí podemos encontrar un eco de las discusiones sobre la pertenencia o no del indígena a la genealogía adánica, es decir, sobre si tenía alma o no.
33 Las negritas son mías. El "aquí", sin duda remite al claustro, encabalgado semáticamente con el hábito.

BIBLIOGRAFÍA
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Colón, Cristóbal. Textos y documentos completos. Relaciones de viajes, cartas y memoriales. Ed. Consuelo Varela. Madrid: Alianza, 1982.
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Lezama Lima, José. El reino de la imagen. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981.
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Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de lafe. Barcelona: Seix Barral, 1982.
Rousset, Jean. Circe y el Pavo Real. La Literatura Francesa del Barroco. Traducción de Jordi Marfá. Barcelona: Seix Barral, 1972.
Sabat de Rivers, Georgina. En busca de sor Juana. México: Facultad de Filosofía y Letras (UNAM) 1998.
_______"Sor Juana y sus retratos poéticos". Revista Chilena de Literatura. 23 (1984): 39-52.
Sarduy, Severo. Ensayos Generales sobre el Barroco. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1987.
Sigüenza y Góngora, Carlos de. Seis obras. Ed. William G. Bryant. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1984.
Trabulse, Elías. Ciencia y Religión en el Siglo XVII. México: El Colegio de México, 1974.
Weisbach, Werner. El Barroco, arte de la Contrarreforma. Madrid: Espasa-Calpe, 1948.

miércoles, 9 de julio de 2014

Arthur Schnitzler y Stanley kubrick

 Arthur Schnitzler fue un narrador y dramaturgo austríaco. Médico de profesión, en sus obras muestra gran interés por el erotismo, la muerte, la psicología y la crisis social de entresiglos en un centro cultural como Viena.
Médico, dramaturgo y novelista austriaco, famoso por sus dramas psicológicos sobre la vida vienesa de su época. Nació en Viena, estudió la carrera de Medicina en la Universidad de Viena y ejerció la profesión médica hasta 1894, cuando comenzó a dedicarse a la literatura. Schnitzler creó el grupo de la Joven Viena (1891) junto con el poeta y dramaturgo austriaco Hugo von Hofmannsthal y otros escritores. Las obras de Schnitzler, ni religiosas ni idealistas, sorprenden con frecuencia por su profundo y despiadado análisis de las motivaciones humanas, y giran en torno a temas como las relaciones personales, las complejidades de la vida erótica y el temor a la muerte. Exploró los problemas de las relaciones entre hombres y mujeres en obras de teatro como Anatol (1893), Rueda (1897, llevada al cine con el título de La Ronde, en 1950), en las que denuncia la vida sensual y romántica de su Viena natal, y Paracelso (1899). Tal vez la obra más importante de Schnitzler sea El camino de la libertad (1908), que da cuenta del antisemitismo predominante en la época, el cual constituye también el tema central de su tragedia El profesor Bernhardi (1912). Con el paso del tiempo, Schnitzler comenzó a obsesionarse con el miedo a la vejez y a la muerte, tal como se refleja en sus novelas El velo de Beatriz (1913) y El retorno de Casanova (1918). Schnitzler mantuvo una estrecha amistad con Sigmund Freud, con el que compartía muchos puntos de vista sobre medicina y psicología. Otras obras de Schnitzler dignas de mención son La cacatúa verde (1899), El teniente Gustavo (1901), La señorita Else (1924) y Novela de un sueño (1925).Fuente:http://www.epdlp.com/escritor.php?id=3098

 La película de Kubrick sigue muy de cerca la novela Relato soñado, de Arthur Schnitzler, y ambas pueden conectarse fácilmente con Sigmund Freud y el psicoanálisis a través de la posición central de la sexualidad, los sueños, el deseo y la fantasía en la vida de la gente. Al igual que la novela, la película describe la relación entre dos personajes que son arrastrados por impulsos inconscientes y desgarrados por conflictos reprimidos. Como los sueños, la película está construida principalmente con imágenes, y su lenguaje queda reducido al punto del minimalismo. Como resultado, muchos de sus diálogos son repetitivos y a menudo incluso banales. Los diálogos son frecuentemente monosilábicos y ordinarios, y la película está llena de instantes en los que un personaje simplemente repite lo que otro acaba de decir. La cualidad onírica de la película queda reforzada por su sorprendente ritmo pausado, que crea un espacio vacío y un tiempo muerto.

Fuente: wikipedia.

sábado, 5 de julio de 2014

Todo es presente: Entrevista a Carlos Fuentes por: Massimo Rizzante.


Entrevista a Carlos Fuentes por: Massimo Rizzante
A propósito de la tradición, usted tuvo una intuición formidable cuando describió la historia de la novela moderna como el tejido de dos tradiciones: la de la Mancha y la de Waterloo. ¿Podría hablar de ello?
Primero Cervantes. Él es y sigue siendo el más grande novelista de la historia de la novela. Inventó la novela. ¿Cómo? Reunió todos los géneros: pastoral, picaresca, épica, cuento árabe… Creó una novela de novelas en la que está todo, todos los géneros que forman un nuevo Género —con mayúscula— que se llama novela. ¿Cuál es la diferencia entre la novela y el resto de las artes? En la novela todo tiene cabida si se sabe cómo estructurarlo. Todo lo que la historia, la filosofía, el ensayo, el periodismo e incluso la poesía no pueden decir, la novela lo hace: es el arte más vasto, todo puede estar integrado. Además, gracias a Cervantes, la novela comienza a criticar el mundo poniéndose a prueba así misma, criticando sus propios recursos.

¿En ese mismo sentido hablaba usted de “una crítica de la lectura que se proyecta desde las páginas del libro hacia el mundo exterior, pero también y sobre todo, y por primera vez en la novela, una crítica de la creación narrativa contenida dentro de la obra misma: crítica de la creación dentro de la creación”?
A partir de ese momento ocurre algo maravilloso. Una novela no se cierra, no debe estar cerrada, debe permanecer abierta. ¿Por qué? Porque está dirigida al lector que es el único que puede cerrarla. Pero no el novelista. Quien decide es el lector, es el segundo autor de la novela. Creo que todo novelista lo sabe. Yo nunca he escrito la palabra “fin” al final de una novela. Supondría un insulto a su historia.

En la tradición de la Mancha, la crítica de la realidad implica la creación de una realidad. La novela cervantina abre posibilidades a la imaginación ya que la propia novela no se considera menos real que la Historia. Ésta es una gran diferencia con respecto a la tradición realista de Waterloo donde la seriedad de los hechos prevalece frente a la invitación al juego…
Exactamente. ¿Quién ha escrito, a lo largo del siglo XIX, novelas como Don Quijote, Tristram Shandy o Jacques el fatalista? No se ha escrito nada semejante. En el momento en que comienza la novela del realismo social, el mundo de la imaginación autónoma desaparece. Sólo se escriben novelas que beben de la sociedad. Aunque el propio Balzac rompa este esquema. Novelas como La piel de zapa, Serafita, Louis Lambert escapan completamente a las restricciones del realismo social.

Me parece que esto es muy importante. Es decir, para usted, ¿Balzac rompe con la tradición que él mismo ha inaugurado?
Tiene que romper, ya que Balzac es un escritor. No es un cronista. Debe proporcionar un margen a esta realidad inaprensible que pertenece a la imaginación y que se establece como una realidad propia. Lejos de ser una realidad que refleja el mundo, ésta anuncia sin restricción un nuevo mundo, lo que llamé una vez “un mundo inminente”. Por ejemplo, Louis Lambert es una novela que prefigura al hombre de Nietzsche, un hombre tan inteligente que se vuelve loco.

Usted dice que Balzac —al menos en algunas de sus novelas— no se limita a hacerle la competencia al código civil y a representar la realidad social, va más allá de lo que Milan Kundera llamará la “frontera de la verosimilitud”…
Balzac no se olvidó por completo de la matriz novelesca de la imaginación. Balzac introduce al hombre en la Historia, pero también le permite buscar un camino por el cual salirse para poder observar la Historia con una claridad mayor.

No es lo que dice Kundera…
No, no. Porque él no es muy balzaquiano. Yo sí.

La tradición de Waterloo, como representación de la realidad social parece tener una larga vida. Estoy pensando, por ejemplo, en la novela europea de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. E incluso hoy en día, aún sigue ahí, con esta avalancha de novelas-reportaje, novelas-crónica, novelas-documental…
Se trata de no-novelas. En América latina, también hemos tenido un largo periodo naturalista. Alguien podría habernos ayudado a superarlo pero nosotros no nos dábamos cuenta. Se llamaba Machado de Assis, el más grande novelista latinoamericano del siglo XIX.

Muy olvidado en Europa…
Y, sin embargo, el novelista más importante para entender cómo la tradición de la Mancha —Machado de Assis, en su novela Memorias póstumas de Brás Cubas (1881), apela de un modo magnífico a Cervantes, Diderot, Sterne— no deja de estar presente en el siglo de la verosimilitud triunfante.

¿Cree que los escritores latinoamericanos del boom de la novela leyeron a Machado de Assis?
Creo que sí. A Cortázar le encantaba. Creo que todos lo hemos leído porque es el vínculo que tenemos con nuestra propia realidad. Yo no encuentro mi realidad literaria en Jorge Icaza o en Rómulo Gallegos. No me reconozco en Emilio Rabasa ni en los novelistas mexicanos del siglo XIX. Me reconozco en un brasileño que se llama Machado de Assis.

Es decir, habría una tradición de la modernidad novelesca latinoamericana que pasa por Machado de Assis y llega a la gran explosión de la novela de la segunda mitad del siglo XX…
Una modernidad que no es solamente novelesca sino también poética. En mi opinión, la secuencia de esta tradición es la siguiente: Machado de Assis, Rubén Darío, Pablo Neruda, César Vallejo, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima. Y luego, nosotros.

¿Y Kafka? ¿Faulkner?
Son muy importantes. Hemingway también. Pero me refiero a que existe una continuidad de la herencia latinoamericana. Neruda y Vallejo escribían en la misma época que Jorge Icaza y que todos los realistas latinoamericanos, pero no tienen nada que ver con éstos. Así que yo, Cortázar, García Márquez y toda la compañía nos situábamos del lado de la poesía de Neruda, de la poesía de Vallejo y no del lado de las novelas bananeras, por llamarlas así. Hay una tradición que uno escoge. La tradición, tú la escoges, no se te impone. Si la tradición se te impone, estás perdido.

Hay que crear un árbol genealógico propio…
Por supuesto.

Me resulta interesante que, en la secuencia que acaba de enumerar, haya tanto novelistas como poetas. ¿Pretende subrayar la importancia de la herramienta lingüística?
Sí. A un naturalista bananero, por llamarlo así, no le interesa la “palabra justa”, lo que le interesa es contar una historia que tenga consecuencias sociales. A nosotros nos interesaba mucho la poesía de la novela. Los ejemplos más esclarecedores desde este punto de vista serían Paradiso de Lezama Lima y Rayuela de Cortázar.

Por sus palabras, parece que está reivindicando al mismo tiempo la especificidad de la tradición moderna latinoamericana y su universalidad. Estoy totalmente de acuerdo. Hay que conocer profundamente nuestra propia cultura para poder atravesar el camino de otros y construir los fundamentos de una nueva creación. Volviendo a Alfonso Reyes, fue él quien dijo: “Toda cultura es provechosamente nacional si es generosamente universal”. Veo en esta frase un cosmopolitismo inconformista… Sobre todo teniendo en cuenta que Reyes adoptaba esta visión cuando, en los años treinta y cuarenta del siglo XX, considerarse cosmopolita era más bien un insulto…
Ahora estamos más allá del cosmopolitismo. Como he dicho muchas veces, los artistas, los novelistas crean otra historia, al mismo tiempo que viven inmersos en nuestra historia. De esas dos historias nace la verdadera Historia, que siempre es el resultado de lo que ha pasado y de lo que podría haber pasado. Por tanto, hay que tener en cuenta la imaginación de cada artista, de cada novelista, para que la Historia sea restituida legítimamente. La imaginación de un novelista no está encerrada entre límites nacionales. Existe la obra individual, la obra de cada uno. No puedo decir que Juan Goytisolo sea un escritor español. Goytisolo es él mismo con o sin España; Kundera, con o sin Checoslovaquia. ¿Podemos afirmar que Nadine Gordimer es sudafricana? So what! Me doy cuenta de que esta idea me resulta completamente banal, aunque no es así para la academia ni para los periodistas, que siempre quieren que nos adhiramos a una corriente literaria, a una generación, a una nación. Se trata de cuestiones que los verdaderos novelistas han superado, bien lo sabe usted. Esto no nos interesa. Me siento más cerca de Milan Kundera y de Juan Goytisolo que de muchos escritores mexicanos. Sí, soy ciudadano mexicano, me interesa la política mexicana, la realidad de mi país a veces me obliga a tomar una posición, pero en cuanto a la historia del arte de la novela me siento más próximo a Broch.
Fuente: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/index.php/rum/article/view/534/1200


martes, 1 de julio de 2014

Jaime Torres Bodet.


Jaime Torres Bodet
(México, 1902 - id., 1974) Escritor mexicano que fue uno de los principales animadores del grupo formado en torno a la revista Contemporáneos (1928-1931), cuya particular síntesis de tradición y vanguardia resultaría de gran trascendencia en el devenir literario y cultural del país.
Cuando, en 1928, aparece en Ciudad de México la revista Contemporáneos y comienza a actuar el grupo de poetas y escritores que componen su redacción y que, durante tres años, animarán su publicación, se produce uno de los hechos capitales en el devenir de la literatura mexicana posterior. Sin aquella empresa cultural que optaba por la experimentación creadora defendiendo, al mismo tiempo, la especificidad mexicana; sin su interés por las nuevas tendencias creadoras que aparecían en Europa, pero también sin su empeño en mantener una originalidad que bebía en las fuentes autóctonas que tanto habían influido, anteriormente, en la generación de los grandes muralistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José C. Orozco, las letras y la cultura mexicana del siglo XX serían muy distintas: habrían quedado amputadas de alguno de sus componentes fundamentales. Junto a Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y otros escritores, Jaime Torres Bodet fue uno de los portaestandartes de aquel grupo fecundo y versátil.
Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/t/torres_bodet.htm

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