jueves, 20 de abril de 2023

Zhang Jie - Galera Titulo Original: Fang zhou Autora: Zhang Jie . CAPÍTULO I. NOVELA.

 




Zhang Jie - Galera

 

Titulo Original: Fang zhou

 

Autora: Zhang Jie

 

Año: 1983

 

Traductora: Isabel Alonso

 

Editorial: Txalaparta

 

Año: 1995

 

Galera

 

¿Que es eso?

 

¡Fuego!

 

¿Debo atravesarlo?

 

¡Si!

 

Tengo miedo.

 

Es así como te purificas

 

Capítulo I

 

Galera.

 

1. Carro grande para transportar personas.

 

2. Cárcel de mujeres.

 

3. Embarcación de vela y remo.

 

¿Otro día nublado? Jinghua siempre se asusta al ver cómo se oscurece el cielo en señal de lluvia. Cuando llueve siente un dolor insoportable en la espalda. El médico ya le ha avisado que en unos años se puede quedar paralítica debido a una artrosis de la región lumbar, al viento y a la humedad del clima. Y luego, ¿qué será de ella? Jinghua no entiende cómo los médicos se empeñan en alargar la vida de las personas. Sería verdaderamente aburrido vivir eternamente. Cuando llegue el momento en que se convierta en un ser inservible, desea morir para no ser una carga para otros. Si la gente entendiera que el sentido de la vida consiste en dar y no en recibir, todo sería más simple.

 

Jinghua estira sus piernas dormidas después de una noche de sueño. Intenta encontrar el reloj colocado cerca de la cabecera de la cama. ¡Las cinco menos diez! ¡Ah! ¡Menos mal! No es que esté nublado sino que simplemente se ha despertado demasiado pronto. Intenta incorporarse pero su espalda está muy rígida, como si fuese una tabla. Menos mal que todavía tiene fuerza en los brazos y al estirarlos consigue enderezar el resto del cuerpo sin demasiado esfuerzo. No han pasado los años en balde, sobre todo los 10 años del exilio en las zonas fronterizas{[1]}... Tal vez llegue un día en que deba jubilar a sus piernas y dar ese trabajo a sus brazos tal como lo vio hacer a los inválidos privados de sus dos piernas.

 

Afortunadamente todavía tiene dos brazos llenos de fuerza; sino, ¿qué sería de ella?... Recuerda unos poemas de Maiakovsky{[2]} de carácter social que dicen algo así como «vivir dependiendo de quien está y de quien se va». Si las mujeres tuviesen unos brazos potentes como las atletas ya no aparecerían en el cuerpo de la mujer curvas femeninas. Jinghua no sabe qué opinarían los hombres sobre este tema. Algunos se esconderían detrás del delantal de la mujer. A veces le viene a la cabeza la idea de que la humanidad va a volver a la época en que las mujeres llevaban los pantalones. La evolución del universo consiste en un eterno recomienzo y ¿es impensable que la sociedad vuelve al matriarcado?

 

Jinghua agarra el aparato de rayos infrarrojos que ha dejado sobre la cabecera de la cama. Lo enciende. Crea un tenue halo alrededor de la carcasa de plástico de un amarillo cremoso. Los comerciantes de Shanghai son realmente gente muy lista y hay que ver cómo hacen que sea atractivo un simple aparato médico.

 

A pesar de que este delicado aparato es uno de los pocos lujos de su existencia no hace sino acrecentar su ansiedad. Cada vez que utiliza ese aparato, algo le recuerda que está enferma y de nuevo evoca unos poemas en los que el poeta Lermontov{[3]} cuenta cómo en todo momento, tanto de día como de noche, con buen o mal tiempo, siempre se sentía como un viudo, como un huérfano, como una roca solitaria.

 

Al ver que el aparato empieza a irradiar calor, se lo pone en la espalda y ese calor se propaga hasta la parte anterior del cuerpo. Sea cual sea la estación del año, siempre lo usa y de esa forma desaparece la energía negativa de su cuerpo.

 

Gracias, Laoan, por encargar a otra persona traer este aparato desde Shanghai. Cuando se lo entregó no supo cómo darle las gracias. Laoan le dijo que no tenía que dárselas, pues ese favor sólo se lo hizo porque no le gusta ver sufrir a la gente, sin más. Jinghua siempre ha pensado que Laoan no es un secretario del partido como los demás. No se parece en nada a lo que normalmente se entiende por secretario del partido. Hasta su nombre evoca una quietud envidiable.

 

Con las primeras luces del día se adivina la presencia de una orquídea cuya sombra se refleja en la cortina de la habitación. La mayoría de las hojas se han caído y su vida está en juego. Otra flor que se les muere.

 

Aunque les encantan las flores sus dos amigas y ella no consiguen mantener una planta con vida. Cuando compraron esas flores, eran todas muy bellas, con unas hojas muy gruesas y de un verde luminoso. Al seguir el contorno de las hojas se podían apreciar las gotas que caían. En cada rama se asomaba un capullo. Pero ese encanto no duró mucho, enseguida las hojas empezaron a marchitarse y los capullos a desaparecer. Eso no se debe a la falta de claridad ya que la habitación da al Sur y siempre está presente el sol. Además a Jinghua jamás se le olvida poner en el tiesto mosto de sésamo y regar con una mezcla de azufre hasta que la atmósfera se impregne de oxígeno sulfuroso.

 

Basta con entrar en el bloque de casas por la parte sur y de echar una ojeada al patio para ver cómo todas las ventanas están adornadas con bellas flores menos la de Jinghua. Se podría comparar el pobre tiesto de Jinghua a una vieja ciega, fea, y de aspecto horrible que se hubiese deslizado entre bellas doncellas.

 

No me acuerdo quién dijo que la salud de las flores dependía del carácter de su amo y que los que tenían mala suerte no conseguían mantener viva una flor durante mucho tiempo. Tal vez ellas pertenezcan a ese grupo ya que hasta en los días más calurosos de julio reina siempre en su casa un ambiente helado, como si fuese un desván o la morgue.

 

¿Será porque la habitación es demasiado grande? Jinghua ha hecho lo imposible por llenarla. Libros, un sofá, una mesa, unas sillas. Después ha hecho lo mismo con la de su compañera Liu Quan. Ella misma ha fabricado los muebles. Claro está que no se pueden comparar con los que venden en las tiendas pero aun así no están mal. Juraría que ninguno de sus compañeros de trabajo cree que Jinghua tenga alma de carpintero. En realidad todo ser humano tiene habilidades insospechadas.

 

Aunque se entregó por dejar bien las habitaciones, un día se cansó y dejó todo sin acabar: ni pintó ni barnizó los muebles. El sofá se quedó sin vestir una tela de cuero sintético o de pana; sigue tirado en un rincón, envuelto en una tela gruesa y basta de color marrón y sobre él yace un trozo de tela amarillenta que compró un día de rebajas.

 

Todo lo que adorna la habitación es parte de un trabajo hecho a medias y la responsable de todo ello parece ser una persona despreocupada, incapaz de acabar las cosas.

 

Así es como la mayoría de la gente juzga a esta mujer que ya cumplió los cuarenta.

 

De repente y sin ningún motivo, Jinghua empieza a reírse.

 

La gata ha saltado del sillón y maullando se acerca a su cama como diciéndole «¿Qué, ya te has despertado?».

 

Jinghua le hace una señal con la mano para que salte pero la gata parece tener aún sueño, mueve la cola y vuelve al sillón para seguir durmiendo.

 

Ella también podría seguir durmiendo ya que todavía es pronto y además es domingo. Pero no le apetece. Es como si hubiese tenido una pesadilla en la que veía lluvia, nieve, tempestad, frío y barro; una pesadilla en la que veía el hijo o la hija al que le prohibió nacer; una pesadilla en la que veía una oficina de correos con una ventanilla con la pintura raspada y billetes de banco manoseados y tirados por el suelo, sellados por el dolor que padeció para poder juntar esa cantidad y poder así ayudar a su padre y a su hermana menor a vivir con dignidad. Todo lo que representaba ese dinero fue arrancado por ese hombre. ¿Qué le dijo exactamente? Ya no lo recuerda con exactitud. Le dijo algo así como: «Para poder ayudar a tu padre y a tu hermanita has abortado, ¡has matado a mi hijo! ¡No sé cómo me he casado contigo, quiero el divorcio!».

 

¿El motivo fue el dinero? En aquella época el aborto era casi obligatorio, no sabía que un día «La Banda de los Cuatro» se vendría abajo. Qué más da. Para muchos la vida se limita a alumbrar, dormir, instalarse y vivir. Pero a Jinghua no le van esas cosas. Su padre y su hermana pequeña ¿es que no eran su familia para él? No, claro que no, ella tampoco consideraba a su marido como de su propiedad.

 

Un cuento de invierno...

 

Cuando se junta con alguna de esas mujeres felices que no se privan de criticar a las demás, se siente sin motivos el centro de las críticas. La verdad es que si se casó con ese hombre fue para poder sacar a su padre y a su hermana de la miseria. A su padre le acusaban de reaccionario mientras su hermana no tenía apoyo alguno. La gente que presume de ser feliz debería ser más tolerante con los demás, ya que ellos gozan de salud y de bienestar.

 

Jinghua se da la vuelta en la cama. Ya no tiene ganas de dormir y de caer otra vez en esa pesadilla, o de aparecer en un bosque. El bosque sólo es poético y maravilloso en las obras de arte como la pintura, la música y la literatura. Aunque el artista intente representar al bosque como algo oscuro y brutal, siempre lo veremos como algo bello y salvaje. Si debemos vivir dentro de él, sobre todo si uno es débil como lo es Jinghua, acabaremos como menú del bosque. Recuerda aquel frío que pasó a unos 20° bajo cero en una chabola de madera. Es normal que su columna vertebral se resienta ¡ese frío hubiera sido capaz de hacer estallar una barra de acero! Cuando algún día le salen mal las cosas y empieza a deprimirse, para no caer en ese abatimiento, recuerda que de ahora en adelante, cuando llegue el invierno, ya no tendrá que sacar el agua del pozo, revolver el barro o subir y bajar aquellos barrotes de la escalera que ella misma había clavado para poder tapar los agujeros de su chabola. Hay que saber asumir su destino.

 

Pero no es un sueño sino una triste realidad. Su cuerpo recuerda todo lo que ha sufrido. Como en La Carta Escarlata escrita por Hawthorne{[4]}.

 

Es curioso. Recuerda cada puñetazo recibido en el cuerpo y en la cara así como todas las humillaciones sufridas; de cada frase del dazibao{[5]} que su ex marido escribió y pegó en el muro de la pequeña escuela donde ella daba las clases. En el dazibao su ex marido contaba cómo su mujer no había cumplido con sus obligaciones de esposa. También escribió algunas frases sacadas del Pequeño libro rojo{[6]} tales como: «No existe en el mundo un amor inocente como tampoco hay un odio inocente», o: «La clase obrera debe dirigir todo»; o: «Debemos trazar una línea fronteriza entre nosotros y la burguesía ya que no podemos convivir juntos», seguidas de frases como «Las banderas rojas flotan con el viento del Este que barre...». Todavía percibe el olor a ajo que salía de su cuerpo como si la hubiesen dejado metida durante varios años dentro de un tarro lleno de ajos.

 

Y, sin embargo no recuerda nada de aquel hombre que compartió con ella la cama y la comida durante unos seis o siete años. Teme que si un día se encuentra con él, no lo reconocerá. A veces le entran remordimientos. Pero ahora que todas las penas y sufrimientos no son más que simple recuerdo, todo parece estar cubierto por una capa de nubes y de niebla...

 

Jinghua intenta pensar en otra cosa.

 

Hoy le toca hacer la comida. Cuando se levante deberá ir al mercado. Normalmente suelen comer cualquier cosa pero hoy deberá preparar dos buenas comidas.

 

A Liu Quan se le oye llorar en la otra habitación.

 

La gata salta del sofá con un maullido, como si estuviese frente a un enemigo. Se mete en la habitación de Liu Quan, con la cola apuntando hacia arriba, como si quisiera pelearse con alguien.

 

¿Qué ocurre? Jinghua se sienta en la cama con la intención de ir a ver lo que pasa. Vaya, le falta una zapatilla que se llevó la gata y no sabe dónde demonios la habrá dejado. ¡Esa gata es una delicia!

 

De repente, Liu Quan se pone a gritar: «¡No hay que exagerar, hasta los perros saltan los muros cuando no tienen otro remedio!». Sólo ha sido un sueño. Seguramente habrá tenido otra pesadilla. Jinghua suspira; no entiende cómo ambas sólo tienen pesadillas.

 

La gata aparece de nuevo, se sube al sofá y se tumba. Mira fijamente a Jinghua con unos ojos extrañados por lo ocurrido que parecen preguntarle: «¿Qué está pasando en esta casa?».

 

No sólo los hombres huyen de la casa; hasta para una gata es cosa difícil compartir su vida con esas mujeres.

 

A esa casa se le podría llamar «El club de viudas». Esta afirmación da qué pensar. Uno debería analizar los hechos e intentar descubrir por qué en la generación de Jinghua hay tantos divorcios y no sólo por simple «ideología burguesa». Por otra parte habría que subrayar la valentía de estas mujeres por asumir el divorcio a pesar de todos los problemas que han tenido que afrontar.

 

Estas mujeres han ido juntas a la escuela primaria, secundaria y sólo se han separado después de cursar estudios superiores. Luego se han casado y como de común acuerdo se divorciaron. Fue gracias a Liang Qian que Liu Quan y Jinghua vinieron a vivir juntas en ese piso.

 

A veces Jinghua añora el pasado, esos años de estudiante cuando en vez de compartir un piso compartían un dormitorio. Jinghua solía aprovechar el momento en el que sus compañeras echaban la siesta para echarles unas gotas de agua fría sobre los párpados con un frasco de colirio. Liu Quan le solía regañar: «Camarada Cao Jinghua, no debes actuar así, no te lo pienso repetir». En aquella época Liu Quan era la responsable de la clase, tenía temperamento. Ahora no tiene ni voz ni voto.

 

¡Ay! ¡Cómo le gustaría oír otra vez el despertador de la escuela!

 

¡Pum, pum, pum! Llaman a la puerta. Llaman como si hubiese un incendio y les suplicaran ayuda. Jinghua se pregunta quién será. No consigue ponerse la blusa, el brazo izquierdo se resiste a pasar por la manga.

 

«¿Quién es?» grita Liu Quan saliendo de su habitación, arrastrando los pies y atándose los botones.

 

¡Pum, pum, pum! Nadie contesta. Siguen llamando.

 

Jinghua , muy enfadada, abre la puerta.

 

Vaya, otra vez él. ¡Bai Fushan! Ese pelma educado.

 

Bai Fushan viste un traje de un gris plateado, zapatos blancos de tafilete, un peinado que no se puede calificar de hyppie por su largura, pero tampoco corresponde al de un profesor de universidad que se pasa el día con una tiza en la mano, repitiendo siempre las mismas frases «uno grande, uno pequeño, dos grandes, dos pequeños, Jia, Yi, Bing, Jin,... A, B, C, D...», o de un empleado que se pasa el día sentado detrás de una mesa escribiendo unos documentos. Si uno examina con detalle a Bai Fushan, se dará cuenta de que tiene ante él un personaje que presume, un violinista famoso y no un músico mediocre. Ese deseo suyo de querer siempre presumir y destacar es fruto de su falta de personalidad.

 

Esta llegada inesperada de Bai Fushan desagrada a Liu Quan y Jinghua, ya que todavía tienen el mal sabor de boca, fruto de sus pesadillas. ¡A quién se le ocurre aparecer con esos modales un domingo por la mañana!

 

Bai Fushan frunce la nariz. La habitación siempre tiene un olor a zoo. Sin duda la gata a vuelto a mear en el suelo.

 

―¿A qué has venido? ―le inquiere Jinghua impidiéndole con su brazo cruzar la puerta.

 

Bai Fushan mira sin entender a esas dos mujeres que acaban de levantarse, de ponerse las zapatillas y llevan los pelos revueltos y la cara sucia. No entiende por qué le impiden pasar. Cree que como el piso está a nombre de Liang Qian también le pertenece. Entonces tiene derecho a aparecer cuando le apetezca, sin tener en cuenta si las otras dos inquilinos están duchándose o en la cama.

 

―He venido a ver a Liang Qian.

 

Sonríe con un aire socarrón. Como estas mujeres y su gata viven solas y de un modo que él no entiende, siempre que aparece, lo hace con descaro.

 

―¡Oye, no nos pagas para que cuidemos de tu mujer!

 

Liu Quan está especialmente enfadada. Este individuo ya les hizo la misma jugada hace dos días. Eran ya las diez pasadas de la noche cuando apareció y preguntó por Liang Qian. Liu Quan le dijo que Liana Qian no había regresado, pero no la creyó y tal como suele actuar Hércules Poirot, se fue al cuarto de Jinghua como si hubieran escondido en su interior a un criminal.

 

Esa vez se pasó. Además, un día en verano empujó la puerta del dormitorio de Liu Quan cuando ésta sólo llevaba puesta la blusa y la braga. A Liu Quan no le dio ni tiempo a taparse con la sábana.

 

―Tengo la intención de contratar a alguien para que os vigile a vosotras también ―les dijo Bai Fushan.

 

En realidad esas palabras tenían doble sentido ya que si salieran a la calle después de las doce de la noche, nadie se fijaría en ellas, ni tan siquiera en Liang Qian. Las tres sólo son carne seca. ¡Claro está que también podrían caer con uno que no se haya comido una rosca desde hace mucho tiempo!

 

―¡Eres un caradura! ―Cuando Liu Quan se enfada, pierde el control y no piensa lo que dice.

 

Bai Fushan mueve la cabeza como diciendo «a mí nadie me toma el pelo». En realidad el comentario hecho por Liu Quan ni le va ni le viene. Desprecia a las tres y a veces da la impresión de que las pisotea.

 

Jinghua ya no le aguanta más y decide atacar con las mismas armas:

 

―Ahora son las 6.30 de la mañana. Según nuestro horario, las visitas son de nueve de la mañana a ocho de la tarde. Si tienes algo importante que contar vuelve a las nueve por favor. ―Una vez dicho esto Jinghua le cierra la puerta en las narices.

 

Ya les ha estropeado el día, ¡qué fastidio!

 

En total hay 18 tazones y platos sucios en la fregadera. Los de ayer y anteayer. Ya no queda ninguno limpio en el armario. Antes de desayunar algo Jinghua deberá fregar todo. A ninguna de las dos les gusta fregar y siempre esperan a que se les agoten los utensilios limpios. Así no pueden seguir. Tendrán que fregar a turnos como cuando estaban juntas en la escuela.

 

Eso de fregar realmente es una tarea penosa, prefiere cocinar. Por lo menos se puede considerar algo creativo.

 

Jinghua echa una cucharada de sodio en una palangana grande. El agua está ardiendo y tiene que agarrar la esponja con las puntas de los dedos para no quemarse y al mismo tiempo dar vueltas al agua para que se enfríe. El agua se oscurece enseguida formándose en la superficie una capa de espuma grasienta.

 

Nunca logra fregar del todo esos tazones y platos. La esponja está llena de grasa. Todos estos cacharros sucios muestran su poco interés por las cosas de la vida cotidiana.

 

¡Qué desastre!

 

¡Pam! Es Liu Quan que da un golpe en la mesa.

 

«¡Ni siquiera eres capaz de resolver un problema tan sencillo como éste. No pareces muy interesado en ir a la escuela secundaria. ¿Crees que no es necesario ir a la escuela secundaria para poder pasar a la universidad? Me pregunto si tu padre suele ocuparse de ti!».

 

Liu Quan le estará regañando a Mengmeng por no saber resolver un ejercicio de matemáticas.

 

«Buaa, Buaa» Mengmeng empieza a llorar.

 

En realidad ya no están en el dormitorio de una escuela secundaria. Lo que ganan por un lado, lo pierden por el otro.

 

¡Tontas! En realidad no son más que un par de tontas y van a hacer de ese chico un idiota. ¡Qué duro es vivir así trabajando como una descosida y para nada!

 

Si el niño no viniera más que una vez por semana, seguro que se perdería en elogios. Pero uno no debe creer que Liu Quan no es una buena madre, al contrario. Para no perder la custodia de su hijo Mengmeng, Liu Quan se ha esforzado en que todo el papeleo del divorcio no se haya resuelto hasta transcurrir unos cinco años. Su marido le avisó que si no quería perder la custodia de su hijo no debía divorciarse. Mengmeng era un mero objeto de chantaje. Poco le faltó a su madre para volverse loca.

 

Uno cree que el matrimonio es algo privado, que concierne sólo a la pareja, pero en realidad es un asunto mucho más confuso. Será por eso que ni a Jinghua ni a Liu Quan se les ha pasado por la cabeza la idea de volverse a casar. La palabra divorcio les asusta. No es de extrañar que algunas personas asocien el matrimonio con palabras como «luchar» o «enfrentarse». Los divorcios suelen ser una lucha a muerte, donde los dos adversarios se destrozan mutuamente, hasta llegar a la agonía mutua. La mayoría de los divorcios acaban así.

 

No entiendo a esas personas que son incapaces de distinguir lo blanco de lo negro y están convencidas de que al renunciar al divorcio tienen tanto mérito como los que construyen pagodas o perdonan a las almas criminales y se transforman en budas misericordiosos. Algunos creen que lo importante es que la pareja se mantenga unida para que el caparazón del matrimonio no se quiebre, aunque uno de los dos se vea obligado a ahorcarse, a clavarse un cuchillo en el cuello o a beberse un frasco de insecticida antes de divorciarse. Esas personas no quieren reconocer que el matrimonio se puede venir abajo después de muchos años de vida en común, al caerse las máscaras y desvelar sus verdaderas almas. Tampoco reconocen que el matrimonio no tiene en absoluto que ver con las calabazas y las berenjenas que al podrirse se puede tirar la parte dañada y comerse la otra mitad. El amor es una relación recíproca así que cuando uno deja de amar al otro, el amor desaparece y nada ni nadie puede salvarlo.

 

Por ello cuando uno decide divorciarse debe armarse de mucho valor para poder afrontar las críticas y desvelar intimidades de toda clase, hasta descripciones físicas, y estar dispuesta a repetirlas miles de veces a todo individuo que insista en entrometerse y aconsejarte sobre tu matrimonio. También te verás obligada a defender tus teorías sobre el matrimonio aunque nadie te crea y te veas acorralada, sin escapatoria.

 

Jinghua ha conseguido convencer a Liu Quan de que debe confiar en la capacidad de juzgar las cosas de su hijo Mengmeng. Todavía no entiende lo que está pasando pero como es un niño honesto, cuando crezca lo entenderá y, cuando nadie se interponga en su camino, volverá con su madre. Si uno tiene cariño a un objeto y teme por él, basta con guardarlo en un lugar seguro y cerrado con llave. A un ser humano no se le puede tratar de esa forma. No sólo está hecho de carne y hueso sino que también tiene alma. El alma es la única cosa que existe en este mundo que no se puede guardar encerrada con llave. El alma es una forma material activa y sutil que cuando se siente atraída no hace falta encarcelarla; no se va escapar. Si al contrario no hay atracción uno debe resignarse. Ni la violencia, ni el dinero, ni la astucia, nada podrá con ella.

 

Ese hombre es realmente estúpido si cree que podrá romper los lazos que unen a madre e hijo y destruir a Liu Quan. Desgraciadamente hay muchos hombres tan estúpidos como lo es el padre de Mengmeng.

 

Veis, ahora que Mengmeng está creciendo, ha venido él solo a ver a su madre. Si su padre quisiera le podría impedir ver a su madre pero no le conviene. Para él lo material predomina sobre lo espiritual. Su sueldo no puede ser inferior a 56 yuanes{[7]}. El padre de Mengmeng es un «materialista integral». En cuanto a los problemas de matemáticas de su hijo eso ya no es cosa suya.

 

«¡Buaa, buaa!» ―Ahora es Liu Quan la que llora.

 

¡Llora, vamos llora!

 

Estos dos últimos días Liu Quan se enfada por nada. El administrador Wei vuelve a perseguirla.

 

Hace unos días, al salir del trabajo, el administrador Wei la ha llamado para decirle: «Pequeña Liu, quiero hablar contigo sobre el ritmo de la producción de estos últimos 15 días».

 

¿Por qué no hablar de ello en las horas de trabajo? O que hable con el viejo Dong, el jefe de servicio.

 

Antes de que Liu Quan abriera la boca, el administrador Wei le hizo saber sus intenciones al decir: «Este vestido te va de maravilla, sigue el contorno de tus formas...» e intentando al mismo tiempo cogerla por la cintura.

 

Liu Quan hace como que no le oye y se dirige hacia la silla más próxima de la entrada de la oficina. El rostro del señor Wei cambia de expresión y se queda unos momentos sin hablar. Liu Quan intenta controlarse. Siente que se le suben los colores.

 

―¿No quería discutir conmigo un asunto de trabajo?

 

―Sí, así es. Si quieres ven esta noche a casa y lo discutiremos. ¿Qué te parece? ―Al decir esas palabras empieza a reír a carcajadas. Parecía que un sapo frío se movía bajo sus pies y que ello le producía movimientos incontrolados. Ciertamente es difícil acertar con un hombre que tiene un humor tan versátil.

 

―No tengo tiempo.

 

¡Qué tonta! A ese Wei le tendría que haber dicho que no la tomase por una cabaretera.

 

A Liu Quan le hubiese gustado contestar con el mismo aplomo que el que tienen esas mujeres que parecen estar pegadas a una columna de acero de un metro de diámetro. Ella misma pudo ver a esas mujeres que se sienten a gusto en cualquier situación y que al entrar en una sala saturada de gente que mira hacia el mismo lado, caminan como si fuese un desierto. Lo malo es que no dispone de acero en donde apoyarse. No puede hablar ni actuar como ella quiere. La experiencia le ha enseñado a controlarse, a encajar los insultos, a callarse.

 

¿Por qué nació hembra y no varón? Bueno, el ser mujer no le molesta tanto, lo peor es que es guapa. La gente piensa que la fealdad es una calamidad pero no se imagina que la belleza también puede ser una desventaja. Además ¿por qué debe permanecer divorciada y sin pertenecer a nadie? No pertenecer a nadie es como pertenecer a todo el mundo.

 

Su única salida está en la fuga. Liang Qian y su padre le están buscando otro trabajo. ¡A ver si hay suerte! Si cambia de trabajo tal vez mejoren las cosas.

 

Jinghua coge la botella de aceite y la menea. Está casi vacía. Tendrá que comprar otra hoy mismo, de lo contrario, no le va llegar para preparar la comida del mediodía. Echa todo lo que queda en la sartén. No tiene que quedar ni una sola gota en la botella, necesita hasta la última gota para poder freír los trozos de pan al vapor.

 

Mengmeng sigue llorando; Liu Quan también. Primer movimiento de una sinfonía de domingo.

 

Jinghua llama:

 

―¡Mengmeng ven aquí!, ¿qué prefieres? ¿que ponga los panes con sal o con azúcar?

 

―¡Con azúcar! ―contesta Mengmeng lloriqueando.

 

Hum... Por suerte Mengmeng se va interesando por la fritura de los panes y ya no llora.

 

«Con azúcar». Cuando uno es pequeño sólo le interesan las cosas dulces. Luego cuando uno se hace mayor se da cuenta de que los otros sabores, picante, salado y amargo, son igualmente buenos.

 

«¡Toc, toc, toc...!». Llaman otra vez a la puerta.

 

Jinghua mira el reloj: son las nueve.

 

¿Y si Bai Fushan no se fue y se quedó tranquilamente fuera esperando a que dieran las nueve? ¡Ese maldito viejo!, a ver cuándo decide dedicar media hora de su tiempo para asuntos serios. Creo que eso ocurrirá cuando el sol salga por el Oeste. A menos que se trate de algo serio.

 

―¡Mengmeng!, ¡Ve a abrir la puerta!

 

Un ruido, la puerta no se abre. Otro ruido, la puerta sigue cerrada. Mengmeng todavía no sabe manejar el cerrojo. No hay prisa, hay que dejarle solo. Ya aprenderá. Tiene que aprender a apañárselas solo. Su madre interviene demasiado en sus tareas cotidianas. Estoy segura de que si no estuviese ahora lloriqueando como una tonta, estaría abriendo la puerta. Si sigue actuando así, Mengmeng se convertirá en un ser sin futuro.

 

Por fin abre la puerta.

 

―Abuela... ¿a quien desea ver?

 

Así que no era Bai Fushan. Jinghua se ríe sola. Sabe que Bai Fushan no hubiera sido capaz de esperar tanto tiempo fuera.

 

Jinghua oye cómo la directora Jia del comité del barrio le pregunta a Mengmeng con un tono sospechoso:

 

―¿Hay algún adulto en casa?

 

Los ruidos producidos antes de que se abriera la puerta y el hecho de que sea un niño quien lo hiciera, pueden levantar sospechas. Tal vez estén escondiendo a alguien.

 

Liu Quan no está muy arreglada y por eso no ha ido a recibir a la directora Jia, quien se extraña de esa actitud. Jinghua se apresura en apagar el fuego y en sacar de la sartén los trozos de pan fritos. Corre a recibir a su huésped.

 

―¡Ah! camarada Cao, ¿estás ahí? ―le dice a Jinghua, mirándola con afecto y al mismo tiempo echando una ojeada por el pasillo.

 

La directora Jia vive en un piso al lado de Jinghua y sus amigas. Por la mañana ha podido oír cómo llamaba Bai Fus-han a la puerta y las voces que siguieron a la conversación. Durante los años de la revolución cultural, era cosa corriente entrar en los pisos para controlar a sus inquilinos. ¡Muchas veces vinieron a registrar este piso, como si escondieran ocho o diez hombres en su interior! Al principio creyeron que era una rutina y que miraban todos los pisos, pero luego se dieron cuenta de que algunos, como el de ellas, estaba en una lista especial. La verdad es que para muchos, una mujer divorciada no es una mujer, por así decirlo, normal. Por eso no hay que extrañarse si el señor Wei siempre intenta aprovecharse de Liu Quan.

 

―¿Ocurre algo? ―Cuanto más insiste la directora Jia en meterse en los asuntos de Jinghua, ésta sostiene con más fuerza la puerta para que no pueda entrar. ¿Cuál será el verdadero motivo de esta visita?

 

―¿No habrá entrado por casualidad nuestro gato en su casa?

 

―¡No! ―contesta Jinghua enfadada― ¿Para qué vendría su gato a nuestra casa?

 

―Vaya, camarada Cao, ¿así que no lo sabe? Pues mire, su gata se pasa el día ligando con los seis gatos, de varios tamaños de la residencia, ji, ji.

 

La directora se ríe y esa risa tiene doble sentido.

 

¡Increíble! Que la gente se meta con las mujeres solteras, pasa, pero que encima atosiguen a una pobre gata soltera... ¡Un día de estos deberán «casarla» a la fuerza!

 

A Jinghua también le entra la risa.

 

―Pues estoy muy orgulloso de nuestra gata. ¡Vaya suerte tiene al contar con tantos pretendientes!

 

«¡Ah, vaya!». La directora no sabe qué contestar.

 

―¿No quiere entrar y sentarse un rato? ―le pregunta Jinghua con una voz más amable y abriendo la puerta de par en par.

 

―No, no gracias. ―La directora desea irse, tal vez tema que el piso esté infectado por la lepra.

 

Jinghua cierra la puerta y la abre de nuevo como si de repente se hubiese acordado de algo importante. Llama a la directora que ya había bajado unas cuantas escaleras y le pregunta:

 

―Directora Jia, hay algo muy importante que deseo preguntarle, ¿No se habrá quedado usted dormida en la terraza después de cenar?

 

La terraza de la directora Jia es contigua a la de Jinghua. Cada noche, entre las diez y las once, si uno presta atención puede oír el ruido del abanico que golpea contra el muslo. Es la directora Jia que está tomando el fresco. Cuando el movimiento del abanico se hace menos audible es señal de que la directora Jia se está durmiendo.

 

―Así es, ¿pues?

 

―Es que la he oído hablar en sus sueños ―añade Jinghua como si tuviese muchas cosas que contar.

 

―¿Qué dije?

 

Al ver la expresión de la cara de Jinghua, se da cuenta de que desveló algo importante que no debía contar. Empieza a asustarse y reacciona como si inconscientemente hubiese acercado su mano al agujero del saco, después de que todo el arroz se hubiese derramado por el suelo.

 

―Dijo algo sobre política, algo muy grave que no me atrevo a repetir. ―Jinghua deja que sus palabras asusten a la directora Jia.

 

―¿Yo?, imposible, ¿cómo voy a decir esas cosas...? ―dice asustada la directora. Su doble mentón al temblar la traiciona.

 

Parece que sí ha discutido en privado sobre temas políticos, con opiniones contrarias. ¡Lo que solemos pensar durante el día, aparece luego en nuestros sueños!

 

―¿Imposible?, ¡Intente recordar! ―le dice Jinghua al cerrar otra vez la puerta.

 

Liu Quan le pregunta extrañada y con los ojos hinchados y enrojecidos.

 

―En serio, ¿la has oído?

 

―La he oído decir ¡A tomar por culo! Eso es lo que llamo caer en su propia trampa.

 

―Te has pasado, le has metido el miedo en el cuerpo.

 

Jinghua lo admite, pero ¿cómo sobrevivir en este mundo si uno no actúa de esta forma?

 

Hace poco vinieron a preguntar por una mujer, ahora les interesa una gata, la verdad nadie entiende lo que está pasando. En vez de venir a molestarlas, por qué no se preocupan por sus penas y les traen regalos, amistad, solidaridad,...

 

¿Qué le ocurre? parece otra, ahora actúa como una viuda solitaria. No tiene a nadie para compartir sus penas. Le gustaría ser una flor y abrirse al universo o, mejor aún, ser una luna para poder envolver todos los sueños del mundo en un manto plateado. ¡Cómo le gustaría ser una mujer amada y amante!

jueves, 13 de abril de 2023

Jenofonte Helénicas

 




Jenofonte

 Helénicas

 

 Título original: Ἑλληνικά

Jenofonte, 354 a. C.

Traducción: Orlando Guntiñas Tuñón

 

 

 

 


 INTRODUCCIÓN

 

Vida de Jenofonte

Las propias obras de Jenofonte y el segundo libro de las Vidas de los filósofos de Diógenes Laercio son las fuentes que nos proporcionan algunos datos sobre su vida. Poco es lo que sabemos acerca de él, aunque sea algo más de lo que conocemos de otros historiadores como Heródoto y Tucídides. Ignoramos la fecha exacta de su nacimiento y de su muerte. Probablemente nació en Atenas hacia el año 430 a. de C. Así lo suponen todos los autores, basándose en su participación en la expedición de Ciro en los años 401-399 a. de C. como oficial griego más joven, y en que fue discípulo de Sócrates como dice en las Memorables. (Véase Strasburger, Xenophon Hellenika, pág. 646; Lesky, Hist. de la literatura griega, pág. 646.) Este último sitúa su muerte después del año 359, aunque quizá se deba rebajar esa fecha tope, pues en el libro VI habla de Tisífono, tirano de Feras del 358 a 355. Como este dato está relacionado con la cronología de las Helénicas volveremos más tarde sobre él.

Naturalmente, en la Anábasis hay numerosas alusiones a sus intervenciones en la expedición que relata, y también alguna marginal al tema de la obra. Así en III 1, 4 y ss. nos informa de su incorporación a la expedición invitado por Próxeno de Beocia; en III 1, 11 y ss.; 45, de su elección como jefe; antes, en II 5, 37 y siguientes, va con Cleanor y Soféneto para enterarse de lo que le sucedió a Próxeno que no ha vuelto; en III 2, 7 y ss., propone el plan de retirada; en V 3, 4 y ss., trata de la parte que le correspondió de botín y de su estancia en Escilunte en la finca que le regalaron los lacedemonios; en VI 1, 20 y ss., de su intento de elección como jefe único al regresar al Mar Negro; en VII 7, 55, de su intervención ante Seutes y de la preparación del regreso a Atenas de donde aún no había sido desterrado, según afirma él mismo; finalmente en VII 8, 22, de sus últimas actividades con los expedicionarios antes de incorporarse al ejército de Tibrón.

Después de la batalla de Leuctra (371) vivió algún tiempo en Corinto, al caer su finca de Escilunte en manos de los eleos.

Las «Helénicas»

Cronología.—Si dejamos aparte el Cinegético, obra de autenticidad dudosa considerada de su etapa juvenil, debemos situar las Helénicas, al menos parcialmente, entre las primeras obras de Jenofonte.

Casi todos los autores coinciden en separar una primera parte formada por I-II 3, 9 (o sea, la parte que corresponde a la guerra del Peloponeso) del resto de la obra. A esta primera parte le asignan como fecha probable de composición el año 390, después de la campaña de Ciro y la estancia con Agesilao en Asia Menor. (Así Anderson, Xenophon, pág. 66, que añade que no hay pruebas de que fuera escrita antes del año 401.) Pudo haber tenido la idea de escribir la historia en los años 403-401 y haber tomado notas hasta el gobierno de los Treinta, incluido este período. (Strasburger, Xenophon, Hellenika, pág. 667; Brownson, Xenophon, Hellenica, pág. VIII, fijan el año 393 para la composición de esta parte o un poco más tarde; Hatzfeld, Xénophon, Helléniques, pág. 9, el 390.)

Asimismo todos señalan las diferencias estilísticas con la segunda parte o el resto de la obra. (Por ejemplo, Anderson, pág. 66, se fija en los caracteres de Tisafernes y Farnabazo y los coteja con el resto y con la Anábasis. Henry, Greek historical writing. A historiographical Essay Based on Xenophon’s Hellenics, pág. 14, observa el diferente uso de una serie de partículas: mēn no aparece en I mientras es común en II (73 veces); de, sólo 7 veces en I, frente a 211 en II; ge 7 frente a 130; -per 11 y 151 respectivamente; Strasburger, Hellenika, páginas 668-69, no ve la narración intuitiva que observa en Helénicas II y Anábasis, salvo en algunas escenas como la llegada de Alcibíades al Pireo, el proceso de las Arginusas, la actuación de Calicrátidas en Asia Menor y algunas más. La viveza de la descripción que nos cautiva en la Anábasis se encuentra a menudo en Helénicas II y aparecen nuevos elementos estilísticos que apenas se encuentran en la primera parte: caracterizaciones de personajes, diálogos, juicios del autor en primera persona, sentencias, comparaciones y sobre todo la observación de la influencia de la divinidad en el correr de la historia. (Hatzfeld, ob. cit., pág. 6, insiste en el método analítico de la primera parte, en las digresiones de la segunda, etc.; lo mismo podemos ver en Lesky, ob. cit., pág. 649, que nota además el uso del optativo futuro después de II 3, 9.)

Estas diferencias suelen atribuirse a la influencia de Tucídides en la primera parte, cosa que no ocurrió en la segunda, donde Jenofonte tiene ya un estilo propio. Incluso algunos pretenden que la primera es fruto intencionado de una imitación de Tucídides, del que Jenofonte intenta continuar la obra inacabada. Pero los más se inclinan por atribuir al tiempo estas diferencias, puesto que entre ambas partes hay un largo intervalo que supone un desarrollo en el estilo jenofonteo.

Para esta segunda parte ha de pensarse en los años posteriores al 381, si se tiene en cuenta que en III habla de la muerte de Pausanias ocurrida en este año; en VI de los tiranos de Feras, entre ellos de Tisífono (358-355) que vive cuando escribe esa historia. En III remite a la Anábasis para los hechos correspondientes a esa época. (Por ello Strasburger, pág. 668, piensa que han de colocarse en este orden cronológico las Helénicas y la Anábasis: Helénicas I  [1.ª parte], Anábasis y Helénicas II  [2.ª parte]. Cf. asimismo Hatzfeld, página 9.)

Hay autores que sostienen una división tripartita, es decir, hacen una segunda separación en lo que hemos llamado 2.ª parte: 2.ª II 3, 11-V 1, 36 y 3.ª V 2, 1-fin, escritas en los años 385-380 y 362-354 respectivamente (como en Brownson, Hellenica, págs. VIII y IX), o un núcleo compuesto por III y IV completado luego con la 1.ª parte y más tarde con la 3.ª, pero casi todos rechazan esta división por considerarla inútil y no estar fundada en pruebas convincentes. (Así Lesky, pág. 649; Hatzfeld, págs. 7 y 8; Strasburger, pág. 670, y, sobre todo, Henry, op. cit., págs. 131 y ss., que rebate ampliamente a De Sanctis y Sordi, los sostenedores de tal teoría.)

Otro problema es el de la cronología relativa del Agesilao con las Helénicas y sobre todo con las partes correspondientes III-V. Henry, ob. cit., págs. 108-133, no ve argumentos sólidos para sostener la anterioridad de una u otra; pero la mayoría sitúan el Agesilao después de la parte correspondiente de las Helénicas. Por ejemplo, De Sanctis admite la fecha del 360 para el Agesilao, antes del VI y VII de las Helénicas.

Relación con la obra de Tucídides.—Comúnmente se admite que Jenofonte pretende continuar y completar la obra histórica de Tucídides y que sus primeras palabras metà dètaûta… enlazan directamente con los acontecimientos descritos por su predecesor. Incluso el título de su obra es muchas veces Paraleipómena tês Thoukydídou xyggraphês o Complemento de la historia de Tucídides. El de Helénicas es común a muchas historias de autores de esta época. En Lesky (págs. 653-659), encontramos media docena de Helénicas, como las de Teopompo, que también enlazan con Tucídides; las de Oxirrinco, de Calístenes de Olinto, Anaxímenes de Lámpsaco… Sin duda ha de entenderse su significado en oposición con Persiká o Mediká de Ctesias, Indiká, etcétera, obras que abundan en este siglo IV y en los posteriores.

Mas puede pensarse que Jenofonte no tuviera esta idea de completar a Tucidides y que el punto de partida sea sólo eso, un punto de arranque de un historiador que pretende también escribir los hechos de su tiempo. En este sentido, repetimos, Teopompo enlaza igualmente con Tucídides en sus Helénicas. Su método analístico y los demás rasgos tucidídeos pueden ser consecuencia de la influencia profunda del maestro en sus escritos jóvenes o incluso una imitación consciente sin que ello presuponga la intención de completar la obra del maestro. De todos modos, piénsese que precisamente presenta esas semejanzas el período de la Guerra del Peloponeso, es decir, la 1.ª parte que señalamos antes hasta el II 3, 10 con la capitulación de Samos.

Pero veamos más detenidamente este problema. Siguiendo a los autores que constituyen la base de nuestra introducción, Lesky, ob. cit., pág. 649, lo da por admitido. Hatzfeld, Helléniques, págs. 5-6, señala que la unión no es perfecta. Strasburger, Hetlenika, págs. 666-667, nos recuerda la teoría de varios investigadores que sostienen que existía un resumen de Jenofonte con los últimos acontecimientos de Tucídides e incluso que se debió perder una parte de este último. A ello opone que otras obras de Jenofonte comienzan de modo parecido sin introducción o presentación como el Económico. Agrega (págs. 670 y ss.), que acaso su intención fue acabar la obra inacabada de Tucídides, y publicarla y que quizás animado por el éxito de la Anábasis se decidió a pasar la línea del 404 por sus propias fuerzas, aunque nunca abandonó la influencia de Tucídides. Así en VI 2, 9 razona los motivos de ayuda a Corcira de un modo semejante a Tuc., I 32; la caracterización de Alcibíades de I 4, 16 aparece con los rasgos de Tuc., V 43, VI 16, aunque aquí la semejanza puede no deberse a dependencia mutua, ya que Alcibíades es una figura clave entre historiadores y filósofos; la contraposición de Atenas como poder marítimo y Esparta como poder terrestre del discurso de Procles en VII 1, 2, es réplica de Tuc., IV 12. Como éste coloca tres discursos antes de la expedición a Sicilia, así Jenofonte inserta otros tres antes de la batalla de Leuctra. La caracterización tucidídea de Brásidas influye en la jenofontea de Calicrátidas.

Al faltar una introducción que nos explique sus propósitos, método, relaciones con sus predecesores, etc., nos quedamos con la duda de si Jenofonte quiso hacer en su tiempo lo que aquél en la guerra del Peloponeso.

Henry, ob. cit., págs. 15 y ss., trata este problema con más detenimiento y parte de una doble suposición: si Jenofonte al escribir la primera parte reconocía simplemente la existencia de la obra de Tucídides y sufrió su influencia o si el relato de Jenofonte de los últimos años de la guerra del Peloponeso constituye un intento formal de continuar y completar la obra inacabada de Tucídides. Luego estudia los desajustes de la unión de ambas obras. Luego (págs. 53 y ss.), sostiene que en el fondo esta relación con Tucídides nace de un juicio de valor comparativo de la obra de Jenofonte. También habla de los que sostienen que Jenofonte tuvo en su poder unas notas —hypomnémata— de Tucídides para su propia historia y que estaría relacionado con lo que dice Diógenes Laercio sobre Jenofonte como editor de Tucídides. Más adelante (pág. 87), nos recuerda la tendencia antigua a asociar sucesos importantes y personas: como los tres trágicos con la batalla de Salamina, así se ponen en relación los tres historiadores: Tucídides y Heródoto por su vida en parte coetánea, Tucídides y Jenofonte por los biblia lanthánonta de los antiguos y las notas o hypomnémata de los modernos. Hipótesis, añade, que no sirve sino para confundir y añadir dificultades sin que ayude a resolverlas.

Fuentes.—Hay unanimidad en casi todos los autores al señalar la misma vida viajera de Jenofonte como la principal fuente de información de los hechos relatados en las Helénicas. Así, de su vida en Atenas hasta la expedición de Ciro provendría su conocimiento de los acontecimientos de la primera parte y de los Treinta; la estancia en Asia Menor con Agesilao le puso en contacto directo con los de esta época hasta la batalla de Coronea y, en consecuencia, estaríamos ante una especie de memorias como la Anábasis. Asimismo su permanencia en el Peloponeso y especialmente en Escilunte (Élide) le dio ocasión de anotar hechos y recabar información del lado lacedemonio. Su último período en Corinto le proporcionó abundante material sobre los asuntos de esta polis, de Sición y de Fliunte… Incluso algunos atribuyen omisiones importantes en su historia a esta causa: Jenofonte no refiere a sabiendas acontecimientos trascendentes porque no asistió a ellos, como sería la batalla naval de Cnido, que sólo menciona de paso cuando se entera de la noticia durante el regreso a Grecia, la segunda liga marítima ática, que se creó como resultado de la influencia de Atenas cuando él estaba fuera de su área, etc.

Es de suponer que le ayudarían informadores, testigos directos o indirectos de los hechos que personalmente no pudo conocer. Sobre otras fuentes, al carecer de una introducción, no podemos asegurar nada, así como de la consulta a los documentos oficiales, por así decirlo, que por cierto parece no haber prodigado según se deduce de la misma obra. (Véanse Henry, Essay…, páginas 91 y ss.; Strasburger, Hel., págs. 677 y ss. Ésta añade además que coincide a veces con Isócrates sin que podamos decir quién sigue a quién; Brownson, Hel., pág. IX, le llama ciudadano del mundo y nos confirma que de ahí saca su material; Hatzfeld, Helléniques, págs. 14 y 15, abunda en lo mismo.)

Jenofonte escritor.—Las cualidades que los investigadores niegan a Jenofonte como historiador se las suelen reconocer como escritor. Efectivamente, todos coinciden en alabar su claridad, sencillez, viveza del relato y agradable fluidez. Por ejemplo, Bowra (Introducción… página 269), reconoce su sentido de la situación dramática y elogia pasajes como el lamento que recorre los Muros Largos a la llegada de la noticia de Egospótamos. Strasburger, (págs. 681 y ss.) admite que los discursos son más reales y adaptados a los personajes que los pronuncian que los de Tucídides, sus escritos son verdaderas memorias que se leen con gusto y enumera unos cuantos episodios que cautivan al lector: conversaciones de Agesilao, conspiración de Cinadón, despedida de Teleutias, el vendaval que azota al ejército peloponesio al regreso de Beocia, situación de Corcira durante el asedio, las maniobras por mar de Ifícrates, el ataque nocturno contra Fliunte…

Henry, (págs. 192 y ss.) elogia igualmente su obra literaria e insiste en que hay que verla como tal más que como obra histórica. Volveremos sobre él en la valoración crítica.

Hatzfeld, (págs. 10-11) a las cualidades ya reseñadas y episodios notables añade el arresto de Terámenes en el consejo, la matanza de los Muros Largos de Corinto (IV 4, 9 y ss.), el efecto escénico del desastre del batallón espartiata (IV 5, 6 y ss.), la entrada de la escuadra de Teleutias en el Pireo, el regreso de los desterrados de Tebas. Observa que son admirables diálogos como los de Dercílidas y Midias, Agesilao y Lisandro, Agesilao y Otis…

Lesky, (ob. cit., pág. 646) reconoce además que Jenofonte no incurre en los excesos retóricos de los historiadores del siglo IV.

Resonancia de su obra.—Strasburger, (ob. cit., página 673) nos recuerda que Jenofonte fue muy apreciado en toda la Antigüedad, constantemente leído y admirado por su lengua y estilo. Cicerón lo cita a menudo, elogia su obra «más dulce que la miel» (precisamente como alusión a su fluidez y dulzura debe entenderse el apodo de la «abeja ática» y no por la pureza de su lengua. Cf. Hatzfeld, pág. 27, nota 1) y traduce el Económico. Los aticistas del siglo II d. C. le toman por modelo por su estilo sencillo. Flavio Arriano escribió una Anábasis de Alejandro Magno y un Cinegético en admiración por las obras de Jenofonte.

Como historiador los antiguos lo colocan en el canon de los diez historiadores; incluso con Heródoto y Tucídides ocupa a veces un lugar superior. Luciano lo elogia como tal. Dionisio de Halicarnaso lo coloca detrás de Heródoto por su sencillez. Dión de Prusa lo recomienda a los jóvenes como modelo.

Jenofonte historiador.—Al considerar su obra histórica no encontramos en los investigadores modernos la misma línea de encomios, sino que las críticas suelen oscurecer las alabanzas. Bowra (Introducción…, páginas 268 y 269) dice que no es un historiador serio y que sus méritos como tal son muy menguados. G. Strasburger, (págs. 674 y ss.), nos previene de que el juicio favorable de los antiguos no ha de entenderse referido a su obra histórica, pues sólo juzgan la forma. Es injusto compararlo con los grandes modelos como Platón en filosofía o Tucídides en historia, pues no estaba dotado de alma de investigador. Se le reprocha su parcialidad, a favor de Atenas mientras estuvo en su ciudad hasta el destierro, y más tarde cuando se le levantó éste, y sobre todo a favor de Esparta: por ello oculta hechos tan importantes como el levantamiento de los hilotas, la fundación del estado independiente de Mesenia, la fundación de Megalópolis que indica el fin de su hegemonía en el Peloponeso y sobre todo oculta las operaciones de Pelópidas y Epaminondas, silencia la gran labor de Conón y su flota, la segunda liga marítima, la victoria ateniense de Naxos. Aunque algunos objetan que también hay luces sombrías del lado lacedemonio: el sometimiento de los aliados, la toma de la acrópolis de Tebas y el engrandecimiento final de Epaminondas que acaba con la hegemonía lacedemonia. En resumen, le achacan que no sepa ver muchas cosas que interesan al historiador moderno: por ejemplo, la organización interna de la Confederación arcadia.

No obstante, alega en su favor que el material que presenta es fiel y muchos historiadores han acudido a él: Plutarco para sus Vidas Paralelas; Polibio dice que sus contemporáneos son menos dignos de fiar, abusan de la retórica y se olvidan del contenido histórico, describen batallas sin tener idea de la táctica militar, cosa que no ocurre en Jenofonte.

Gracias a él disponemos de material de primera mano para la política de Esparta, sobre todo para su política interna; las Helénicas son la fuente principal para el siglo IV, la política tesalia con el discurso de Polidamante de Farsalo sobre Jasón de Feras, predecesor de Filipo y Alejandro; la situación de Atenas después de la derrota de la guerra del Peloponeso…

Brownson (Hellenica, págs. IX y ss.), insiste en que no es exacta ni imparcial; no presenta a los personajes y trata sucesos como descritos cuando no ha dicho nada de ellos. Es neutral con relación a Atenas, pero se deja llevar de la admiración por Esparta y del odio por Tebas. En elogio suyo concluye diciendo que es la mejor autoridad que tenemos para la mitad del siglo que cubre.

Lesky (ob. cit., págs. 649-50) repite que la comparación con Tucídides refleja su superficialidad. Por ejemplo, atribuye la caída de Esparta a la cólera de los dioses y no hay ni rastro de un intento serio por examinar las fuerzas que condicionan el curso de la historia como en su predecesor.

Hatzfeld (Helléniques, págs. 12 y ss.) señala los mismos defectos anteriores. Sin embargo, reconoce que no calla las grandes derrotas ni los errores de Esparta; que en pleno destierro elogia al partido democrático de Atenas, sus gobernantes y generales. Tebas, al contrario, parece ser la única responsable en su relato de haber turbado la paz en Grecia. Epaminondas es elogiado sólo al final y únicamente por su talento militar; Pelópidas sólo es nombrado en una ocasión, que le hace antipático, en la embajada ante el rey de Persia.

Después de la guerra del Peloponeso abandona el método analístico de Tucídides, pero no lo sustituye por nada; se adelanta en el relato que tiene entre manos varios años y luego vuelve atrás; hay digresiones y saltos sin que nos lo advierta. Sólo le interesa el cómo y no el porqué de los hechos; no explica el cambio brusco de la política tebana después de la derrota ateniense; falta visión de conjunto y no podemos saber el fin que se propone en su obra; no sabe ver que la causa de la caída de Esparta está en su apego a formas periclitadas de organización social, política, económica y militar. En resumen, supone un retroceso notable sobre Tucídides.

Henry (ob. cit., págs. 192 y ss.) trata de justificarlo notando que para los antiguos la historia es literatura y por consiguiente el acercamiento a su obra debe de ser estético y no científico. En esta vía analiza literariamente tres ejemplos para hacemos ver cómo sabe crear un clímax en su narración y presentárnosla viva y emocionante, como el proceso de las Arginusas. Insiste en que la admiración de Jenofonte por Epaminondas es grande desde VII 5, 8 al fin (parte que llama tà Epameinondiká). La manera de tratar a Epaminondas contradice a los que critican a Jenofonte por presentar un método de distorsión, supresión y exageración, que minimiza u omite el cumplimiento de todo lo que representa los ideales contrarios.

La intervención de Agesilao al final es de las más finas de su espléndida carrera. Defender la ciudad con unos pocos soldados frente a un ejército completo es la acción más gloriosa en la historia de un espartano. Por ello Jenofonte aprovecha esta oportunidad única que se le presenta para terminar su obra con la acción de su gran héroe, figura central de su historia del siglo IV que comienza don las campañas de Agesilao y que domina el curso de los acontecimientos. De ahí que encuentre su momento adecuado en la memorable escena dedicada a su gran ideal: la defensa de Esparta, como broche final para cerrar la obra.

La admiración por Esparta y la aversión por Tebas las explica Henry considerando que Tebas no es digna del afecto de Jenofonte. Tenía una gran desventaja: luchó con Mardonio en Platea, y otra aún mayor: si Atenas era líder por mar y Esparta por tierra, cualquier otro poder iba contra ellos, rompía el equilibrio y, por supuesto, Tebas luchaba claramente por la hegemonía (VII 1, 33). El recelo que sentía por Tebas no era peculiar de Jenofonte, sino una convicción general compartida por sus contemporáneos. Esparta representaba más que la influencia y el poder políticos, una institución: la cultura, los antiguos ideales y la tradición conservados en Lacedemonia. Si Atenas era admirada, Esparta era reverenciada. Esparta se mantenía como un testimonio de la raza helénica. Cuando cayó Esparta, cayó el resto de Grecia. La fe en Esparta era la fe en sí mismo. Cada griego era un filolaconio. Sin embargo, precisaríamos nosotros, que cada griego de la facción oligárquica. Henry justifica en todo caso la obra del reaccionario Jenofonte anclado en los ideales de la nobleza doria, pero no nos convence. Puede mirarse una obra y analizarse bajo el punto de vista literario, pero no se debe olvidar que es una obra histórica sujeta a determinados moldes. Esto no se lo recordamos nosotros, los hombres del siglo XX, sino su predecesor Tucídides, que le abrió un camino seguro que Jenofonte no supo seguir.

En su misma obra aparecen ideas luminosas que no sabe aprovechar, como cuando Calicrátidas manifiesta su deseo de luchar por la unión de todos los griegos y acabar con su división y luchas entre sí, causa de sus males; como en el discurso de Polidamante sobre Jasón de Feras y su ambicioso plan de unión panhelénica y sometimiento del persa; como la conjuración de Cinadón denunciando a unos pocos espartiatas que esclavizan a miles de hilotas; la política del estado dominante sea Persia, Lacedemonia, Atenas o Tebas que busca el debilitamiento de todos los demás, enemigos o aliados, para mantener su explotación, etc.

El texto de las «Helénicas»

Los principales mss. que contienen el texto de las Helénicas son los siguientes:

B. Parisinus 1738, de la Biblioteca Nacional de París de comienzos del s. XIV.

M. Ambrosianus A 4, de Milán, de 1434, contiene también la Historia de Tucídides.

D. Parisinus 1642, de la Biblioteca Nacional de París, del s. XV, contiene otras obras de Jen., de Platón y una antología de Diodoro y Apiano.

V. Marcianus 368, de la Biblioteca de San Marcos de Venecia, de los siglos XIV o XV, contiene además la mayor parte de las obras menores de Jenofonte.

C. Parisinus 2080, de la Biblioteca Nacional de París, del s. XV, contiene una obra de Plutarco y extractos de Diodoro y Apiano.

F. Perizonianus 6, de la Biblioteca de la Univ. de Leyden, de 1456, contiene también la Anáb. de Alejandro de Arriano.

Hatzfeld (Helléniques, págs. 18 y ss.) distingue dos grupos dentro de la serie de mss. basándose en las lagunas del cap. 1 del libro V: 1.° B, M, V, D y otros menos importantes; 2.° C, F y otros caracterizados por la laguna de V 3, 18; éstos tienen más faltas que los del primer grupo.

Los dos grupos derivan de un mismo arquetipo, ya que presentan faltas y lagunas comunes. Asimismo la separación entre los dos grupos no es tajante, pues se encuentran faltas comunes. Por ello Hatzfeld deduce que el arquetipo común era un arquetipo con variantes que se mantienen como tales en los mss. de donde derivan directamente las dos familias o bien que los copistas de los mss. de la segunda familia consultaron parcialmente uno o varios mss. de la primera.

Los papiros descubiertos y las citas de las Helénicas en los autores antiguos confirman la lectura de B como la más segura. Es además el ms. más antiguo.

Para la traducción presente se ha seguido el texto de «Tusculum», es decir el de Strasburger. En las págs. 744 y ss. se puede consultar el cuadro de variantes que presenta esta edición con relación a las de Hatzfeld, Hude (Teubner), Marchant y Keller.

Traducciones de las «Helénicas»

Las Helénicas no tuvieron la suerte de la Anábasis que fue traducida a nuestra lengua en 1552 por Diego Gracián. La primera versión castellana es de finales del siglo XIX, 1888 exactamente, de Enrique Soms y Castelín y figura en la «Biblioteca Clásica» con el número CXIX. Su título es Las Helénicas o Historia griega del año 411 hasta el 362 antes de Jesucristo. Traducida por primera vez del griego al castellano con numerosas notas filológico-literarias.

Soms es asimismo autor de una versión al castellano de la Gramática griega de Curtius (1886) y de la Historia de la literatura clásica griega de G. Murray (1899).

En la introducción nos dice que ha seguido el texto de Reiske, pág. XXII, y que es una «traducción ajustada al original», pág. XXIII. Hemos podido comprobar que así es en general. Aunque el juicio que da sobre Alcibíades, cf. pág. 20, a su regreso a Atenas, no se adapta al texto, al menos a las ediciones manejadas por nosotros. Cf. I 4, 13-17.

En la página 3 notamos un error o errata en el número de las naves de Míndaro: 600 en lugar de las 60 del texto. Cf. I 1, 11, 16. El «terminaron nuestras victorias» de la página 5 no está en los textos (cf. I 1, 23) y nos chocan traducciones como «regala un traje a los soldados…», pág. 5 (I 1, 24); «es proclamado generalísimo», pág. 21 (I 4, 20); «caen muchos de los escevóforos», pág. 71 (II 4, 3); «donde deja tres de las doce cohortes que llevaba», pág. 337 (VII 4, 20), etc., cuyos términos traje, generalísimo, escevóforos, cohortes… preferiríamos ver sustituidos por manto, jefe supremo, bagajeros o portadores de bagaje, compañías, etc.

En 1953 Bernardo Perea Morales traduce el libro I para la colección de textos clásicos bilingües de la editorial Credos publicados, como se sabe, con un propósito fundamentalmente didáctico.

En 1965 Juan B. Xuriguera publica en Barcelona dos volúmenes en la colección «Obras maestras» de la editorial Iberia. El I contiene el Agesilao, La Anábasis, La República de Esparta, La República de Atenas; el II, Las Helénicas y Las rentas del Ática. (Su versión de Las Helénicas depende directamente de la traducción francesa de J. Hatzfeld.)

En 1969 en Historiadores griegos de la editorial Aguilar aparecen las Helénicas junto con la Anábasis traducidas por Francisco de P. Samaranch, entre otras obras.

Esta versión está bien en general, aunque encontramos algunos descuidos come en I 2, 10, «inmunidad perpetua», por ateleî…; en II 3, 56 la traducción no concuerda con el texto griego y no se entiende en ella la alusión al juego del cótabo: «igual que en el juego del cótabo, bebió hasta la última gota…»; en II 4, 2 no comprendemos cómo traduce «constituyendo un bello espectáculo…» el euēmerías oúsēs en oposición con el khión del párrafo siguiente; en V 4, 7 «alegres comensales…», por kōmastás o miembros de un kômos; VI 5, 7 «vencedores» por derrotados; en VI 5, 37 «dieron muestras de haberse emocionado…» no parece ajustado al término griego epethorybēsan, especifico para expresar la aprobación o desagrado del público al orador; en VII 5, 24 «derecha» por izquierda (más comprensible), etc.

Entre las versiones extranjeras debemos señalar la de Hatzfeld de «Les Belles Lettres», buena, salvo algunos errores numéricos, erratas diríamos mejor; la alemana de Gisela Strasburger de «Tusculum», muy fiel y la de Brownson de «Loeb Clas. Lib.», a nuestro juicio la mejor de estas tres.

Por nuestra parte se ha pretendido conseguir una versión sencilla, fiel y concisa.

Queremos testimoniar nuestro agradecimiento a don Manuel Polín Galán, que se ha dignado leer la traducción castellana y apuntar algunas correcciones.

 


 BIBLIOGRAFÍA

 

EDICIONES

E. C. MARCHANT, Xenophontis opera omnia, I: Historia graeca, Oxford, 1900.

O. KELLER, Xenophontis Historia graeca, editio minor, Leipzig, 1903.

C. L. BROWNSON, Xenophon, Hellenica I-II (The Loeb Classical Library, 89), Londres-Cambridge-Massachusetts, 1968 (= 1918-1921).

C. HUDE, Xenophon, Historia graeca (Teubner), Stuttgart, 1969 (= 1930).

J. HATZFELD, Xénophon, Helléniques I-II, I, 6.a ed., París, 1973, II, 3.a ed., 1965.

G. STRLSBURCER, Xenophon, Helienika. Griechisch-deutsch (Tusculum), Munich, 1970.

LÉXICO

F. W. STURZ, Lexicón xenophonteum, Leipzig, 1831, Reimpr. I-IV, Hildesheim, 1964.

ESTUDIOS GENERALES

C. M. BOWRA, Landsmarks in Greek Literature = Introducción a la literatura griega  [trad. L. Gil], Madrid, 1968.

A. LESKY, Geschichte der Griechischen Literatur = Hist. de la literatura griega  [trad. J. M. DÍAZ REGAÑÓN, B. ROMERO], Madrid, 1968.

W. P. HENRY, Greek historical writing. A Historiographical Essay Based on Xenophon’s Hellenica, Chicago, 1967.

J. K. ANDERSON, Xenophon, Londres, 1974.

TRADUCCIONES ESPAÑOLAS

B. PEREA MORALES, Jenofonte, Helénicas, libro I  [Texto griego con traducción yuxtalineal y mapa por…] (Colección Gredos de textos clásicos bilingües), Madrid, 1953.

F. P. SAMARANCH, Historiadores griegos… Jenofonte: Anábasis, Helénicas, Madrid, 1969.

E. SOMS Y CASTELIN, Jenofonte. Las Helénicas o Historia griega del año 411 hasta el 362 antes de Jesucristo por… Traducida por primera vez del griego al castellano con numerosas notas filológico-literarias (Biblioteca Clásica; CXIX), Madrid, 1888.

J. B. XURIGUERA, Jenofonte. Historia griega I-II (Colección «Obras Maestras»), Barcelona, 1965

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