sábado, 11 de junio de 2022

Miguel de Cervantes 1547 | 1616. GENIOS. HAROLD BLOOM. FRAGMENTO.

 



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Miguel de Cervantes

1547 | 1616

l a v id a d e Ce r v a n t e s estuvo tan plagada de accidentes e infortunios

que hoy podríamos leerla como si fuera una novela ejemplar de este

aventajado escritor español, cuya eminencia es tan imperecedera como

la de Dante, Shakespeare, Montaigne, Goethe y Tolstoi en sus respectivas

lenguas vernáculas. Me propongo discutir la influencia de Don Quijote

sobre Cenantes, retomando una vez más uno de los cabos que (para

mí, al menos) atan mi libro: la obra en la vida, en lugar de la vida en la

obra. En esto sigo al mismo Cervantes, quien al final de su maravilloso

libro sin límites declaró lo siguiente: “Para mí solo nació don Quijote,

y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos uno..

Don Quijote es una obra tan original que casi cuatro siglos después

sigue siendo la obra de ficción en prosa más avanzada que existe. Y este

comentario en realidad la subestima, pues es a la vez la novela más legible

y, en definitiva, la más difícil. Es esta paradoja lo que Cervantes comparte

con Shakespeare: Hamlet y don Quijote, Falstaff y Sancho Panza son

para todos pero en últimas agotan nuestros pensamientos. La influencia

concertada de Cervantes y Shakespeare (murieron en la misma fecha)

define el curso de la literatura occidental posterior. La fusión de Cervantes

y Shakespeare produjo a Stendhal y a Turgenev, Moby Dkk y Huckleberry

Finn, a Dostoievski y a Proust. Hace 30 años, Harry Levin señaló

la paradoja de que “un libro sobre la influencia literaria -o más bien

contra la influencia literaria- hubiese tenido una influencia literaria tan

amplia y decisiva” . Si lo tomamos literalmente, Don Quijote es un libro

sobre un héroe enloquecido por la lectura. Sin embargo el caballero es

la persona más sana en el libro, más sano incluso que Sancho -dependiendo

de la perspectiva de cada uno ante la sabiduría, la necedad y la

locura-, Miguel de Unamuno (1864-1936), gran cuentista y crítico, escribió

Nuestro señor don Quijote, mi comentario favorito sobre Cervantes.

Como lo sugiere el título, Unamuno nos insta para que consideremos a

don Quijote como nuestro salvador y como fundador de la verdadera

religión española, que es el quijotismo y no el cristianismo católico.

Cervantes le interesa a Unamuno sólo en la medida en que don Quijote

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es su genio -o su demonio-. Y admite irónicamente que don Quijote

estaba loco, pero sólo desde el punto de vista cristiano de don Alonso

Quijano, de quien don Quijote se hizo carne y a quien regresó sólo para

morir:

Grande fue la locura de don Quijote, y fue grande porque la raíz de

la que brotaba era grande: el inextinguible anhelo por sobrevivir, fuente

de las más extravagantes locuras y de los actos más heroicos12.

En su Elogio de la locura (1509), el humanista holandés Erasmo (a

quien Cervantes ciertamente había leído) distingue entre dos tipos de

locura: una perniciosa, la otra sublime, “ que mana directamente de mí

y que es digna de ser deseada en grado sumo por todos. Se manifiesta

por cierto alegre extravío de la razón, que libera al alma de cuidados

angustiosos y la perfuma con múltiples voluptuosidades” . Pero esto

suena más Cervantes que a Unamuno, cuyo Quijote estaba más desesperado

por sobrevivir que ansioso de complacerse con juegos. Unamuno,

que era un gran lector, consideraba que el pasaje más bello del libro es

el momento del capítulo lv i i i , volumen 11, cuando don Quijote y Sancho

Panza descubren de nuevo la libertad del camino, después de la larga

estadía en la sádica corte del duque y la duquesa, donde el caballero en

particular tuvo que padecer los “ requiebros” de Altisidora, quien simuló

burlonamente sentir por él una pasión arrolladora. El caballero y su escudero

se topan con unos labradores que llevaban unos bajo relieves para

el altar de su aldea. Don Quijote contempla la imágenes de San Jorge,

San Martín, San Diego Matamoros y San Pablo y se siente impelido a

establecer las diferencias entre los santos y él: “ ... estos santos y caballeros

profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino

que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y

pelearon a lo divino y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron

el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, y

yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si

mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorándose mi ventura

y adobándoseme el juicio, podría ser que encaminase mis pasos por

mejor camino del que llevo” 13.

Si la encantada Dulcinea, que a simple vista aparece como la tosca

campesina Aldonza Lorenza, fuese liberada del malvado hechizo, quizás

podría liberar a su vez a don Quijote de su compleja percepción de los

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problemáticos fundamentos de su búsqueda. Pero como Dulcinea es el

genio de don Quijote, de la misma manera que Beatriz es el de Dante y

don Quijote es el de Cervantes, el caballero no puede ignorar lo destructivo

que resultaría redimir ese ideal. Con su agudo discernimiento, Unamuno

nos muestra una nueva ironía. Dulcinea del Toboso siempre ha

simbolizado la gloria, nos dice, la gloria terrena, el deseo inextinguible

por dejar en el mundo un nombre y una fama eternos. Mientras que en

sus accesos de cordura el ingenioso hidalgo declara que si le fuera dado

curarse de su sed de gloria, de renombre y fama mundiales, quizás buscaría

obtener esa otra gloria en la que su fe de viejo cristiano lo hizo creer.

No sabemos si Cervantes era un cristiano viejo (y no descendiente

de judíos conversos). Me intimida la exclamación de Sancho cuando

hace la lista de sus méritos: “Y el ser enemigo mortal, como lo soy, de

los judíos” . Una sombra se cernió siempre sobre Cervantes: a pesar de

su heroico desempeño en la guerra, jamás tuvo el reconocimiento real,

y es probable que no disfrutara de los favores de Feljpe II. Los nuevos

cristianos eran ciudadanos de segunda y la Iglesia los consideraba eternamente

sospechosos. Cervantes luchó espléndidamente en la gran victoria

naval sobre los turcos en Lepanto y allí su mano izquierda resultó

lisiada para siempre. Su heroico comandante fue don Juan de Austria,

hijo bastardo del emperador Carlos v y resentido medio hermano de

Felipe II de España. El gobierno no hizo nada por Cervantes, aunque

desconocemos la razón. Cuatro años después de Lepanto fue capturado

por los turcos y esclavizado durante cinco años en Argel, antes de

que los monjes trinitarios (no la casa real) pagaran su rescate. Desprovisto

de cualquier tipo de mecenazgo, fracasó comercialmente como

dramaturgo y tuvo que dedicarse a recaudar impuestos; acabó una vez

más en prisión, esta vez por supuestos retrasos en las cuentas. Empezó

a escribir Don Quijote durante una segunda estadía en prisión. Aunque

el primer volumen del libro (1605) se convirtió en éxito de inmediato,

el editor se quedó con todos los recaudos y el pobre Cervantes no recibió

nada excepto la fama. Sólo el mecenazgo tardío del conde de Lemos,

desde 1613 hasta la muerte de Cervantes en 1616, le permitió gozar de

una cierta tranquilidad al final de sus días.

Así como don Quijote buscaba nombre y fama eternas en su magnífica

y absurda búsqueda de la encantada Dulcinea, Cervantes los buscó

en el Quijote. Tanto el caballero como el autor obtuvieron todo lo que

desearon en materia de reputación, o de inmortalidad, en la versión de

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Unamuno: la bendición de que nuestra huella permanezca en el espacio

y en el tiempo. Influido por Kierkegaard, y seguramente también

por Kafka, Unamuno anhelaba lo indestructible, una noción difícil de

definir. Después de una vida continuamente triste y dolorosa, Cervantes

supo que había triunfado con Don Quijote y su conciencia de ello es muy

conmovedora:

Una de las cosas que más debe de dar contento a un hombre virtuoso

y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de

las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre porque, siendo

al contrario, ninguna muerte se le igualará14.

Este es don Quijote hablando del primer volumen de su historia,

después de oír sobre su fama internacional (en el tercer capítulo del segundo

volumen). Una y otra vez el misterio aparece a lo largo del segundo

volumen, en los momentos en los cuales no podemos distinguir al

caballero de su cronista. Una vez más recurro a Unamuno, quien combatió

contra el culto español a la muerte hasta sus últimos momentos,

cuando afrontó al general fascista Quiepo de Llano -quien gritaba

“ ¡Muerte a la inteligencia!” y “ ¡Viva la muerte!” blandiendo una pistola-.

Unamuno, que había sido destituido como rector de la Universidad

de Salamanca y tenía 72 años de edad, defendió la dignidad de su

institución ante la amenaza del fascista lunático. Se oye mejor todavía

el espíritu quijotesco de Nuestro señor don Quijote, donde Unamuno

contradice con vehemencia, en relación con el llamado culto español por

la muerte, la torpe explicación de que los españoles no aman la vida porque

les parece muy dura, o que nunca han sentido mucho apego por ella.

La religión de Unamuno, que él considera la religión española, es

la voluntad quijotesca de sobrevivir. Hay muchas otras formas peores

de leer Don Quijote, que podría ser legítimamente llamado la Biblia de

la realidad. A lo largo de la obra Cervantes le habla directamente al solitario

lector, que se identifica paulatinamente con el caballero y no con

los otros dos protagonistas, Sancho Panza y el irónico narrador. La

novedad de esta primera novela es de tal magnitud que es imposible absorber

la inmensa originalidad del libro, aun después de innumerables

relecturas. Hay tantos don Quijotes como lectores, así como hay más

Hamlets y Falstaffs que actores capaces de representarlos. Ambos, Cervantes

y Shakespeare, hacen el milagro de reunir el juego y la represen[

73]

tación con una conciencia infinita -los dos caballeros y el príncipe-. En

una historia encantadora escrita hacia el final de su carrera, Encuentro

en Valladolid, Anthony Burgess reunió a Shakespeare y a Cervantes supuestamente

con ocasión de un tratado de paz entre Inglaterra y España:

la compañía de Shakespeare puso en escena varias de sus obras ante un

Cervantes que observaba con ironía desdeñosa. La réplica del irritado

Shakespeare es asombrosa y satisfactoria:

Mañana o pasado mañana representaremos Hamlet. Pero será una

representación diferente a las que haremos de allí en adelante. Porque

pondremos a sir Juan Falstaff No se extrañe ni se sorprenda. Hamlet es

lo que ya es hasta el momento en el que el príncipe es enviado a Inglaterra

para ser asesinado por órdenes del rey. En Inglaterra, después de haber

leído y destruido la orden, se entera de que el ejército danés está a punto

de invadir Inglaterra porque no se le han pagado los tributos. Por fin ha

encontrado la acción que buscaba y esta y la compañía de Falstaff y su banda

lo hacen posponer los pensamientos de autodestrucción. Falstaff podría

decirle a Hamlet dulce Ham, en vez de Hal: no hay sino una letra de diferencia.

La noticia de la muerte del rey Claudio hace que la guerra se suspenda.

Hamlet se va a Elsinore a sucederlo en el trono. Falstaff y su banda

lo siguen pero, claro, al final se prescinde de ellos.

Cuando Shakespeare y Cervantes se encuentran después de la representación,

el castellano se queja de que le han robado “ el hombre gordo

y el hombre flaco” , a lo que Will replica: “No, no. Andaban por los teatros

londinenses mucho antes de que yo supiera que usted existía” . Y

sin embargo el Shakespeare de Burgess, a su muerte en Stratford, sigue

mortificado con la idea de que Cervantes le hubiera tomado la delantera

al haber ideado un personaje universal, Hamlet y Falstaff amalgamados

en un solo espíritu, con Sancho Panza como una especie de coro externo

que representa el aspecto mundano de sir Juan Falstaff.

Burgess, con quien nos bebimos varias botellas de Fundador mientras

explorábamos los recovecos de Hamlet/Falstaff y don Quijote/

Sancho Panza, afirmó alguna vez que la única comparación literaria que

valía la pena hacer era entre esta novela y este grupo de obras. Acto seguido

se internó en una analogía musical -que yo no estaba en capacidad

de comprender- en la cualVerdi y Mozart eran los agentes que habrían

podido conciliar las diferencias entre Shakespeare y Cervantes. Para mí,

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Falstaff es parte don Quijote y parte Sancho Panza; pero muchos antes

de mí han juntado a don Quijote y a Hamlet. W.H. Auden, quien sentía

poco afecto por Hamlet, decidió que tanto don Quijote como Falstaff

eran santos cristianos, mientras que el malvado Hamlet no creía ni en

Dios ni en sí mismo. Prefiero la perspectiva de Unamuno a la de Auden

en lo que se refiere al Quijote, y no veo la gracia cristiana en Falstaff ni

el orgullo satánico en Hamlet.

Según Auden, don Quijote es la antítesis de Hamlet el actor, porque

el caballero es “ completamente incapaz de verse a sí mismo en un

papel” . Este don Quijote es “ completamente irreflexivo” . Confieso que

yo no puedo encontrar el Quijote de Auden en el libro. El Quijote de

Cervantes es el que dice: “Yo sé quién soy y quién puedo ser, si quisiera” .

De nada sirve santificar a don Quijote o subestimarlo. Su juego con la

realidad es de una gran profundidad, como también lo es su juego con

el Estado, y con la Iglesia, y con la historia social y religiosa de España,

y un Quijote irreflexivo es imposible.

A pesar de la encantadora fantasía de Burgess, Cervantes nunca oyó

hablar de Shakespeare, pero Shakespeare sí tuvo que tener en cuenta a

Cervantes en su última fase. Leyó Don Quijote en 1611 cuando la traducción

de Shelton se publicó en Inglaterra, y fue testigo de la forma

como sus amigos Ben Jonson, Beaumont y Fletcher se reconciliaron con

Cervantes en sus propias obras. Con Fletcher, Shakespeare escribió una

obra, Cardenio, basada en el personaje de Don Quijote, pero la obra continúa

perdida. Entiendo por qué Burgess considera que Cervantes preocupaba

a Shakespeare: finalmente era el único rival verdadero que tenía

entre sus contemporáneos y había creado dos figuras que serían eternamente

universales. Sólo las 25 (aproximadamente) mejores obras de

Shakespeare se pueden igualar con Don Quijote y esa recopilación no se

haría hasta el primer folio, después de su muerte. La querella entre el

Shakespeare y el Cervantes de Burgess es fascinante: “Usted nunca

podrá crear un Don Quijote” , le espeta Cervantes a Will, y este le replica:

“He escrito buenas comedias y también tragedia, que es el punto más

alto de la habilidad del dramaturgo” , lo cual provoca un sermón por

parte de Cervantes:

No lo es y nunca lo será. Dios es un comediante. Dios no padece las

consecuencias trágicas de una naturaleza defectuosa. La tragedia es demasiado

humana. La comedia es divina.

[75]

No era necesario que Shakespeare contestara; Noche de Epifanía, o

lo que queráis es la respuesta a Don Quijote, y además uno se pregunta si

Don Quijote es una comedia divina, o de cualquier otro tipo, a pesar de

lo violentamente gracioso que puede llegar a ser. La caracterización de

don Quijote como héroe que hace José Ortega y Gasset no se ajusta a

ningún héroe cómico que yo me haya topado, al menos en la literatura

occidental:

No creo que exista especie de originalidad más profunda que esta

originalidad “práctica” , activa, del héroe. Su vida es una perpetua resistencia

a lo habitual y consueto. Cada movimiento que hace ha necesitado primero

vencer a la costumbre e inventar una nueva manera de gesto. Una

vida así es un perenne dolor, un constante desgarrarse de aquella parte

de sí mismo rendida al hábito, prisionera de la materia15.

La comedia de Cervantes está ligada al dolor y al sufrimiento: es una

versión de la comedia que sigue siendo tan original que nos resulta prácticamente

imposible describirla. ¡Pero es que hay tanto en Don Quijote

que desborda nuestros parámetros literarios! A continuación me propongo

discutir el descenso del caballero a la cueva de Montesinos -tal como

lo describió don Quijote en el capítulo xxm de la segunda parte-,un incidente

que se resiste a cualquier tipo de análisis. Aunque quizás este

sea el capítulo que más perplejos nos deja en toda la novela, también es

profundamente representativo de lo enigmáticas que son la conciencia

y la búsqueda del caballero desde la perspectiva de la visión de la realidad

de Cervantes. Después de más de 800 páginas sabemos mucho sobre don

Quijote, y sin embargo sigue siendo tan imposible de conocer como

Hamlet después de una tragedia de cuatro mil versos, gran parte de los

cuales le corresponden a él.

La cueva de Montesinos atrae a don Quijote porque su legendaria

reputación le hace pensar que allí podría haber una aventura digna de

él y le permite al caballero parodiar el descenso épico de Eneas y de

Odiseo al infierno. Don Quijote desciende atándose una cuerda a la cintura,

y al cabo de una hora -no parece haber transcurrido más tiempolo

sacan de allí aparentemente dormido. Aunque el caballero es un ferviente

decidor de verdades, no se sabe con seguridad si da crédito a su

propia versión de la estadía en las profundidades de la cueva. Después

de todo, sabe que la incomparable Dulcinea es un invento suyo, su poe[

76]

ma, para decirlo de alguna manera, y es de suponer que se da cuenta de

que su versión de lo acontecido en la cueva de Montesinos es otra creación

de su sublime imaginación. Sin embargo Cervantes evita deliberadamente

la claridad en este asunto —o en casi cualquier otro-. Don

Quijote nos cuenta que se quedó dormido y que se despertó en la cueva

y que vio a Montesinos salir de un palacio de cristal a recibirlo. En el

alcázar, el gran caballero Durandarte yace en su tumba, muerto pero

muy conversador, más bien como el cazador Graco que flota como un

muerto viviente en su barco mausoleo. En medio de una procesión de

doncellas y caballeros, la señora Belerma solloza por su Durandarte,

cuyo corazón momificado lleva en las manos. Merlín, el malvado encantador,

es el responsable de lo que sucede, pero no tenemos tiempo de

meditar sobre ello porque ¡Dulcinea aparece de pronto vestida de labradora!,

sale huyendo apresuradamente y envía a una de sus dos compañeras

a pedir prestados seis reales y a ofrecer como aval su faldellín

nuevo de algodón. Su heroico no tiene sino cuatro reales y se los envía

graciosamente.

La historia, o visión onírica, es fantástica de cabo a rabo y deliberadamente

desborda nuestra capacidad de interpretación, además de que me

recuerda con frecuencia a Kafka, sobre quien evidentemente ejerció

gran influencia. El impulso narrativo de Kafka lo lleva a volverse ininterpretable,

lo cual significa que lo que habría que interpretar es la razón

por la cual Kafka se hace tan opaco. “La verdad sobre Sancho Panza”

es una parábola kafkiana que nos cuenta que Sancho era un lector obsesivo

de romances de caballería, y que estos le producían tanta gracia a

su demonio personal, don Quijote, que este resolvió volverse caballero

andante. Sancho siguió a su demonio libre y filosóficamente y se mantuvo

entretenido el resto de sus días. Aunque también Cervantes se vuelve

alegremente ininterpretable, es un escritor de tal magnitud que nos recompensa,

como Shakespeare, con un mundo de diversión. Don Quijote

es su propio demonio y no cabalga para salvar la España de Felipe ra,

que, como la España de Felipe n, no puede ser salvada, sino para salvarnos

a nosotros, como insiste Unamuno. ¿Nos salvaremos (secularmente)

convirtiéndonos en personajes de ficción? Las consecuencias de la primera

parte de Don Quijote en la vida de Cervantes aparecen por doquier

en la segunda parte. El pobre Cervantes —héroe sin recompensa, dramaturgo

fracasado, esclavo de los turcos, prisionero del Estado español,

perpetuo infeliz- se ha transformado en un personaje de fama mundial

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porque don Quijote y Sancho Panza son famosos. En la segunda parte

de Don Quijote nunca se deja de invocar la primera, si bien siempre se

deja claro que la primera parte es un libro y la segunda no lo es. Cervantes

mismo es la segunda parte; este segundo Don Quijote es lo que

William Blake llamó “ el hombre de verdad, la imaginación” . Defendiéndose

de un clérigo que lo había reprendido, don Quijote proclama así

su logro:

Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias,

vencido gigantes y atropellado vestiglos..."6.

Cervantes sabía cómo escribir, don Quijote, cómo actuar: sólo que

los dos son una unidad, nacieron el uno para el otro.

Fuente:

Genios

Un mosaico de cien mentes

creativas y ejemplares

Traducción de Margarita Valencia Vargas

EDITORIAL ANAGRAMA

BARCELONA

[5]

Título de la edición original:

Genius: A Mosaic of One Hundred Exemplary Creative Minds

Warner Books

Nueva York, 2002

Diseño de la colección:

Julio Vivas

Ilustración: mosaico de la catedral de San Marco, Venecia,

Paolo Ucello, 1425-1430

© Harold Bloom Limited Liability Company, 2002

© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2005

Pedr6 de la Creu, 58

08034 Barcelona

ISBN: 84-339-6227-2

Dep6sito Legal: B. 34830-2005

Printed in Spain

Liberduplex, S. L., Constitucio, 19, 08014 Barcelona

viernes, 10 de junio de 2022

HAROLD BLOOM. GENIOS. WILLIAM SHAKESPEARE.

 



William Shakespeare

La lujuria en acción es el abandono del alma en un desierto de

vergüenza; la lujuria, hasta que es satisfecha, es perjura, asesina,

sanguinaria, vergonzosa, salvaje, excesiva, grosera, cruel e indigna de

confianza.

Apenas se ha gustado de ella se la desprecia, se la persigue, contra toda

razón; y no bien saciada, contra toda razón, se la odia, como un incentivo

colocado expresamente para hacer locos a los que en ella se dejan coger.

Es una locura cuando se la persigue, y una locura cuando se la posee;

excesiva al haberse tenido, al tenerse y en vías de tener; felicidad en la

prueba y verdadero dolor probada; en principio, una alegría propuesta;

después, un sueño.

Todo el mundo lo sabe perfectamente; y, sin embargo, nadie sabe evitar

el cielo que conduce a los hombres a este infierno1.

Shakespeare cambió nuestra forma de presentar la naturaleza humana

-si es que no cambió la misma naturaleza humana-: es lo menos que

podemos decir de él; y sin embargo no aparece retratado en ninguna

parte en su obra dramática. Y aunque es discutible que haya revelado

su interioridad en sus 154 sonetos, en ellos su genio se manifiesta indefectiblemente.

Los Sonetos fueron publicados en 1603 pero bien pudieron

haber sido compuestos en 1593; y aun si tuviesen elementos autobiográficos,

parecen distanciarse deliberadamente de la autorrevelación.

El más poderoso de ellos, el 129, se sostiene en un tono extraordinario

de intensidad controlada a la vez que evade deliberadamente a todos los

personajes de las demás piezas: el hermoso y joven noble, la Dama oscura,

el poeta rival y, lo que es más relevante, el “yo” que pronuncia casi

todos los demás sonetos. La voluntad, el deseo e incluso la repulsión

son aquí impersonales, pero la furiosa energía de estas catorce líneas

transmite, con terrible elocuencia, un juicio negativo del elemento discriminatorio

en el impulso sexual masculino, cuya culminación orgàsmica

es “ una pérdida de vergüenza” . El “ gasto” sexual no es más que

una pérdida del espíritu en el “infierno” de las vaginas, de cualquier

vagina, que concluye el poema.

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Shakespeare creó a Rosalinda, a Falstaff, a Hamlet, a Yago, a Lear, a

Macbeth, a Cleopatra -personajes que conocemos mejor que a nosotros

mismos-, pero se niega a crearse a sí mismo en sus sonetos. Y aunque

nos suministra una gama casi infinita de conjeturas, se retira incluso

ante lo que parecen ser sus propias humillaciones y sufrimientos eróticos.

Podría ser que su alejamiento de sí mismo sea una insinuación que

nos hace para que podamos tolerar los sufrimientos formidables que son

el don estético que nos hacen sus tragedias.

[51]

William Shakespeare

1546 | 1616

a l c o n t e m p l a r e l g e n i o de Shakespeare nos topamos con la desesperanza

del crítico y también con su éxtasis. Dudo que el Shakespeare

moribundo, de apenas 52 años, se consolara pensando que había creado

a Hamlet, a Falstaff, a Lear, a Yago, a Cleopatra, a Rosalinda y a Macbeth,

esos hombres y mujeres cuya realidad, supuestamente ficticia, trasciende

la nuestra. Si yo pudiera interrogar a un autor ya muerto escogería a Shakespeare

y no perdería ni un segundo preguntándole la identidad de la

Dama oscura ni los elementos delicadamente precisados de homoerotismo

en la relación con Southampton (o con cualquier otro). Ingenua

y abruptamente le preguntaría si lo confortaba el hecho de haber modelado

hombres y mujeres más reales que los hombres y mujeres de carne

y hueso.

El lenguaje de Shakespeare es primordial en su arte y es flor abundante.

Sentía profundamente el impulso de acuñar nuevas palabras:

nunca deja de sorprenderme el hecho de que haya empleado más de

21.000 palabras diferentes; de estas, inventó aproximadamente una de

cada doce: casi 1.800 nuevos cuños, muchos de los cuales se usan hoy.

Racine, en un soberbio despliegue de un arte antitético al de Shakespeare,

usó dos mil palabras, poco más que las que este inventó. Si bien es

cierto que la tarea del crítico retórico que analice el banquete lingüístico

shakespeariano es a la vez fructífera y formidable, sus diferencias con la

obra de un puñado de poetas en lengua inglesa cuyos recursos verbales

son prácticamente interminables son de grado más que de esencia. Lo

que hace que Shakespeare sea verdaderamente diferente, lo que es único

en su genio, está en otra parte, en su universalidad, en la muy convincente

ilusión (¿ilusión?) de que ha poblado un mundo, sorprendentemente

parecido al que consideramos nuestro, con hombres, mujeres y niños

sobrenaturalmente naturales. Cervantes compite con él con dos personalidades

gigantescas, don Quijote y Sancho Panza, pero en Shakespeare

hay cientos. Bernardino, en Medida por medida, no habla sino cinco veces

para pronunciar un total de siete oraciones, y sin embargo lo conocemos

totalmente.

[52]

Como no sabemos si hubo comedias de Sófocles o tragedias de Aristófanes,

no sabemos si hubo otro dramaturgo que sobresaliera por igual

en la comedia y la tragedia. Ben Jonson se aventuró con ambas y mientras

que le estamos agradecidos por sus comedias, Volpone y El alquimista,

estamos de acuerdo con sus contemporáneos en que Sejanus es

prácticamente imposible de poner en escena. No esperamos de Racine

la comedia, ni la tragedia de Molière. Ibsen escribe de una forma mixta:

Peer Gynt no acaba de ser una comedia y Hedda Gabier no es precisamente

una tragedia. Bernard Shaw indudablemente ha debido limitarse

a la comedia: Pygmalion [Pigmalión] sigue viva mientras que Saint

Joan [Santa Juana] es una vergüenza. Sólo Shakespeare compuso una

Noche de Epifanía, o lo que queráis y un El rey Lear. ¿Por qué?

Cuando el Banquete de Platón se acerca a su fin, todos se han ido a

casa o duermen la borrachera excepto Agatón, Aristófanes y Sócrates,

que podían beber más que cualquiera en Atenas. Los tres sobrevivientes

se pasan un enorme tazón de vino y siguen bebiendo mientras Sócrates

sostiene que un mismo hombre debería de poder escribir comedia y

tragedia. Vencidos por el vino y el argumento del sabio, Aristófanes, primero,

y después Agatón se quedan dormidos. Sócrates los arropa y sale

caminando hacia el amanecer.

Sin ánimo burlón, parecería que Platón insiste en su contienda con

los poetas. Podemos inferir cómo habría reaccionado ante Shakespeare,

cuya amplitud artística le habría acarreado el exilio inmediato de la República.

Dado que Shakespeare es el único capaz de hacer frente al reto

de Sócrates, podría ser útil conjeturar cómo y por qué se convirtió el

autor de A vuestro gusto en el autor de Macbeth. Sir Juan Falstaff y Yago

no tienen el menor aire de familia, no hay un vínculo claro entre Shylock

y Hamlet. Ni siquiera Feste, el sumo bufón y el bufón de El rey Lear

tienen algo en común además de su profesión.

Shakespeare se convirtió en un gran dramaturgo trágico cuando

escribió Hamlet, apenas empezaba el siglo xvn. Y Hamlet abrió el camino

para la secuencia de Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra y

Coriolano. De las primeras tragedias, Tito Andrónico es una imitación y

una farsa sangrienta, una parodia, en realidad, y La tragedia de Romeo

y Julieta es una composición lírica soberbia pero es una tragedia de circunstancia;

no hay nada en la personalidad de Julieta que acarree la

catástrofe. El doctor Johnson consideraba que Julio César es fría y yo

estoy de acuerdo; la bien elaborada tragedia de Bruto no nos conmueve

[53]

porque él es un hombre hueco, atrapado en el solipsismo de su propia

nobleza. Shakespeare tuvo que aprender la tragedia y sólo lo logró a la

cuarta vez: la tragedia no nació con él ni le resultaba inevitable e interiormente

el costo que pagó por su descenso en el abismo de Yago,

Edmundo y Macbeth fue muy elevado.

En cambio como comediógrafo fue maravilloso desde el comienzo.

La comedia de las equivocaciones ha sido gravemente subestimada. No sólo

es de una gran belleza formal sino que su retrato de Antífolo de Siracusa

tiene resonancia psicológica y un trazo muy preciso. La doma de la bravia

ha sido mal leída y peor interpretada como una travesura misógina; su

descripción sutil de cómo se forma un verdadero matrimonio como

defensa contra la supuesta sabiduría del mundo es definitivamente lo

contrario. Trabajos de amor perdidos es una obra maestra prácticamente

desconocida que esconde su riqueza cómica bajo los esplendores barrocos

de su retórica elevada.

Sin Shylock, El mercader de Fenecía sería una de las comedias románticas

más creativas; con él, es un enigma riguroso. Sus triunfos cómicos,

ni siquiera igualados por Molière, son Sueño de una noche de verano, A

vuestro gusto, Noche de Epifanía, o lo que queráis y la que yo considero la

falstaffiada, las dos partes de Enrique iv. Falstaff se ensombrece en la segunda

parte y acaba como un descastado, en el limbo habitado por Shylock

y al cual se sumará el pobre Malvolio. No obstante lo cual es todo

lo que William Hazlitt consideraba que era: la cumbre de la realización

cómica en la literatura, como corresponde a una figura que compite con

Hamlet y Rosalinda en astucia, inteligencia y agudeza psicológica.

Siguiendo sus instintos, Shakespeare escribió comedia hasta que las

sombras cayeron sobre Troiloy Cressida, A buen fin no hay mal principio

y Medida por medida, el scherzo que destruyó el género. Compuso tragedias

contra la corriente, hasta que con Timón de Atenas el género, una

vez más, se agotó para él. Nos hemos equivocado con la última fase al

adoptar la denominación de Edward Dowden, el crítico irlandés de finales

del siglo xix que llamó “ romances tardíos” a sus últimas obras. En

realidad las partes shakespearianas de Pericles, príncipe de Tiro y, al puro

final, de Los dos hidalgos de Verona son tragicómicas, como lo son Cimbelino,

El cuento de invierno y La tempestad. Todas estas son comedias

con una diferencia, pero comedias al fin y al cabo.

Es de suponer que el paso de Shakespeare de un drama a otro fue

guiado por una mezcla de ideas comerciales y personales, aunque es

[54]

poco probable que lleguemos a conocer los elementos personales. Sin

embargo nos encontramos ante la conciencia más descomunal y el intelecto

más incisivo de la literatura, uno que supera incluso al de Dante.

Aunque Shakespeare, a diferencia de Ben Jonson, siempre mezclaba los

géneros y rompió todas las reglas, no es probable que no haya sido consciente

de los infinitos alcances de sus propios poderes. Los histriones

anticuados y el muchedumbramiento actual de defensores, entre los académicos

y los directores, del Shakespeare francés (o sea de las obras

como las hubiese escrito Foucault) han opacado las complejidades literarias

de las obras principales.

Aunque ignorásemos los cuartos -los autorizados y los pirateados-,

si nosotros mismos leyéramos a Shakespeare con atención sabríamos que

esperaba que lo leyeran. Nosotros nos ahogamos en los medios visuales;

y los espectadores de Shakespeare, entrenados en las iglesias, estaban

más capacitados para absorber las minucias de lo que oían. Sin

embargo, hasta los más perspicaces habrían tenido muchas dificultades

para aprehender el parlamento crucial del Actor rey en la obra dentro

de la obra (acto m, escena 2,183-209), 26 líneas de un denso argumento

que concluye así:

...nuestras voluntades y nuestros destinos corren por tan opuestas

sendas, que siempre quedan derrumbados nuestros planes. Somos dueños

de nuestros pensamientos; su ejecución, sin embargo, nos es ajena2.

Para meditar sobre el genio es necesario reflexionar sobre la verdadera

originalidad y sobre las primacías creativas. Shakespeare fue tardío

en relación con Homero o con la Biblia, pero ni el Homero de Chapman

ni la Biblia de Ginebra fueron más que libros de consulta para él, mucho

menos importantes en la práctica que Ovidio. Shakespeare siempre admitió

alegremente la contaminación de sus antecesores excepto durante

sus primeros años como dramaturgo, cuando Marlowe representaba un

problema. Pero la creación de Hamlet y de Falstaff lo liberó de cualquier

vestigio de Marlowe, excepto aquellos que quiso preservar como instrumentos

de parodia. La prosa de Falstaff y la poesía y la prosa de Hamlet

son una celebración por parte de Shakespeare de su propio genio.

Hay otros personajes en la literatura mundial, además de los de

Shakespeare, que parecen haber estado ahí siempre, mucho antes de que

sus autores los tíajeran a la vida. Y sin embargo una de las peculiarida[

55]

des de la presencia triunfal de Shakespeare es que sus hombres y sus

mujeres, y se cuentan por decenas, nos crean la ilusión de que Shakespeare

es su criatura, o al menos de que es uno de ellos. De Falstaff,

William Hazlitt dijo que “ es un actor en sí mismo casi tanto como lo es

sobre el escenario” . Me gusta casi todo ío que Falstaff dice, pero lo que

más me gusta es su declaración a Hal:

¡Oh! Repites mis palabras de un modo condenable, y en verdad que

eres capaz de tentar a un santo. Me has hecho mucho perjuicio, Hal...

¡Dios te perdone! Antes de conocerte, todo lo ignoraba, Hal; y ahora, si

he de hablar con franqueza, soy poco menos que un malvado3.

¿Acaso hay alguien en toda la literatura que disfrute tanto de lo que

dice como Falstaff? Y esto es exactamente lo que quiere decir Hazlitt:

Falstaff es una actor además de ser el papel para un actor. Falstaff siempre

representa el papel de sir Juan Falstaff, así como Cleopatra, su hermana

en Shakespeare, nunca deja de representar el papel de la antigua

serpiente del Nilo. Siempre acabo meneando la cabeza maravillado

cuando trato de recordarme a mí mismo que Falstaff y Cleopatra son

papeles para actores, y el recordatorio a duras penas funciona.

Y no debería. La realidad del personaje literario y dramático es un

complemento necesario, si es que el lector ha de conservar el contacto

con su propia realidad. Contrario a lo que predica el egregio Foucault,

no hay tal cosa como la muerte del autor. A los 71, no puedo menos que

sentirme impaciente con aquellos que insisten en reducir a los autores

a energías sociales, a los lectores a respigadores de fonemas y a Falstaff,

Hamlet y Cleopatra a papeles para actores y actrices. Nuestra muerte

es todo lo real que se puede: ¿deberían ser menos reales nuestras vidas?

Lo único que Hamlet, Falstaff y Cleopatra exigen de usted es que no

los aburra.

¿En qué altar deberíamos arrodillarnos? ¿Quién más hay? Si uno

fuera Sancho Panza o don Quijote quizás escogería a Cervantes, pero

esas dos sublimidades sólo se tienen la una a la otra. ¿Con qué frecuencia

podemos representar un papel que no sea de Shakespeare? O quizás

debería decir: ¿un papel que no sea ya de Shakespeare? Emerson consideraba

que el creador de Falstaff era el maestro de la humanidad en

materia de juergas. Pero hasta Emerson tuvo que hacer un guiño: Falstaff

compite con el Sócrates de Montaigne como sabio de la conciencia

[56]

humana. A pesar de los elogios calificados del doctor Johnson, y del

entusiasmo de Hazlitt, Swinburne, A.C. Bradley y Harold Goddard,

Falstaff me sigue pareciendo -en relación con sus dotes y sus méritosel

personaje más subestimado de toda la literatura occidental. Así que

me explayaré en el genio de sir Juan Falstaff.

Aunque sublimemente encantador, el persistente buen humor de

Falstaff corresponde más a su carisma que a su genio, cualquier que sea

el sentido que demos a esta palabra. Aunque Falstaff es preciso al ensalzarse

por su “ ingenio” -un término más amplio entonces que ahora-,

sir Juan no es más ingenioso en sí mismo que Hamlet, Rosalinda o

Cleopatra, o Yago y Edmundo -en su versión aterradora-. Como siempre,

Falstaff no se equivoca cuando afirma que no sólo es ingenioso en

sí mismo sino que es fuente de ingenio para otros hombres. Falstaff es

un maestro y enseña ingenio, aunque muy a expensas de sí mismo. Su

variopinta compañía de humoristas de toda calaña está compuesta por

estudiantes poco aventajados, porque no son más que sus imitadores.

Pero sí tiene un estudiante estrella: el magnífico, frío, hipócrita, desalmado

y maquiavélico príncipe Hal -un estudiante de auténtico genio-.

Antes de que empiece Enrique iv, parte i. Hal ya ha completado sus estudios

y a juicio del príncipe el extravagante profesor —irrefrenable y

omnipresente- debe ser exterminado en la horca, de ser posible con el

mayor daño posible. Shakespeare no podía soportar la idea de entregar

a Falstaff al verdugo. De hecho no podía tolerar la idea de que Falstaff

(¡o Macbeth!) muriera sobre el escenario. Pero Hal desea apasionadamente,

necesita, para ser exactos, que Falstaff abandone el escenario porque

mientras él siga distrayéndonos Hal no podrá ser la estrella. A lo

largo de Enrique iv., parte r, Hal lucha por convertir la obra en parte de

su trilogía, destruyendo a Hotspur y usurpando, por tanto, sus “ honores”

, y tratando de opacar a Falstaff por todos los medios posibles. Hal,

un rival formidable, siente: ¿quién puede derrotar a Falstaff? Hal y Shakespeare

son más sabios en la segunda parte, donde Hal comparte (¡y

esta difícilmente es la palabra adecuada!) con Falstaff apenas dos escenas.

El príncipe espía a Falstaff mientras este corteja, vulgar y conmovedoramente,

a la ramera DollTearsheet, y al final rechaza y humilla a su antiguo

compañero con horrible crueldad moralizante. En un epílogo,

Shakespeare promete traer a Falstaff a Francia en Enrique v, pero lo

pensó mejor. Incluso un Falstaff rechazado le robaría a Hal su propia

obra. Sir Juan convertiría la batalla de Agincourt en un repetición de la

[57]

batalla de Shrewsbury, y ya no habría obra. ¿Imaginan a Enrique v

perorando “nuestro pequeño ejército, nuestro feliz pequeño ejército”

(acto iv, escena 3, monólogo de San Crispín) ante un grupo en el que se

encuentra Falstaff? Es inconcebible. Agincourt no es el tipo de pelea

en la que uno entra con una botella de vino español en la pistolera. Y ni

el dramaturgo ni los espectadores tolerarían que sir Juan reemplazara

al pobre Bardolph en la horca para alentar a los otros.

Aunque Shakespeare no podía permitir que Falstaff muriera sobre

el escenario, sí le asignó las mejores líneas de Enrique va la Hostelera,

quien entona una soberbia aria en prosa popular sobre la muerte de sir

Juan Falstaff:

No; de seguro que no está en el infierno; está en el seno de Arturo, si

algún hombre ha ido alguna vez al seno de Arturo. Ha tenido un fin hermoso,

y partió como hubiese partido un niño recién bautizado. Partió

justamente entre el mediodía y la una, en el preciso momento en que la

marea comenzaba a descender; pues cuando le vi juguetear con sus sábanas,

jugar con las flores y sonreír a las puntas de sus dedos, comprendí

que no había más que un camino para él, porque su nariz estaba afilada

como una pluma, y despotricaba sobre una mesa de verdes praderas. “ ¡Vamos,

sir Juan -le dije-, vamos, hombre, alegraos!” . En seguida exclamó:

“ ¡Dios, Dios, Dios!” , tres o cuatro veces. Entonces, para confortarle, le

aconsejé que no pensara en Dios; esperaba que aún no tenía necesidad de

perturbarse con tales pensamientos. En aquel instante me ordenó ponerle

más ropa a los pies. Metí la mano dentro de la cama y se los toqué, y estaban

fríos como una piedra. Entonces le toqué sus rodillas, y después, más

arriba, y luego más arriba, y todo estaba tan frío como una piedra4.

“Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores” ,

canta el rey David en el salmo 23, y de allí sale “la mesa de verdes praderas”

\a toble o f green fields] de la confundida Hostelera, que el erudito

Teobaldo corrigió equivocadamente como “ el murmullo de las verdes

praderas” [and'a babbled o f green fields]. Así, a su muerte se le concede

a sir Juan una música que rivaliza con la de Hamlet mientras Shakespeare

murmulla con añoranza “dejémoslo” , refiriéndose a sus más

grandes creaciones.

Pero yo no estoy dispuesto a dejar el genio educativo de Falstaff, el

[58]

Sócrates de Eastcheap, que también muere envenenado. Enrique v destruye

todo lo que hay de mortal en sir Juan con tanta contundencia como

al deslumbrante Hotspur. Pero Sócrates tenía a su demonio o a su genio

y también Falstaff lo tiene, y el genio es un dios que está más allá del

alcance vengativo de Hal. Tanto Wyndham Lewis como William Epson

insinuaron que había una relación homoerótica previa entre Falstaff y

Hal, pero yo no he podido desentrañarla en el texto de Shakespeare.

Alcibiades nos cuenta que intentó seducir a Sócrates pero fracasó. Parece

improbable que Hal hubiese corrido tan grotesco riesgo en el largo preludio

de la falstaffiada. Las sugerencias homoeróticas en la relación

antagonista entre Hal y Hotspur son más convincentes, pero el estilo

docente de Falstaff es muy diferente del de Sócrates. Sócrates profesa

una sabia ignorancia, pero sir Juan se conoce a sí mismo en todos los

aspectos y enseña mediante el exceso, por desbordamiento más que por

ascesis. Falconbridge el Bastardo de El rey Juan y el grandiosamente

subestimado Bottom de El sueño de una noche de verano son los precursores

de Falstaff. Más allá de estos antecesores, Falstaff desafía todos los

reveses y triunfa hasta que muere por amor: y yo haría énfasis en el hecho

de que es el amor de un maestro.

Pero sé de algunos escépticos que cuestionan este amor. Y es que,

¿qué es el amor de un maestro? En el mundo académico angloparlante,

estrechamente regido por los puritanos del campus, contamos con los

grupos de tejido de las madames Defarges, que esperan sádicamente el

espectáculo de la guillotina, castigo más que adecuado para el “ acoso

sexual” , esa pobre parodia del eros socrático. Aunque tengo 71 años, lo

cual me convierte en alguien para quien la virtud y el agotamiento son

sinónimos, sigo creyendo que un eros aun más dualista que el de

Sócrates es el más indicado, de hecho es esencial, para una enseñanza

eficaz. Emerson les recordó alegremente a los estadounidenses (y a todos

los demás) que sólo lo trascendental y lo extraordinario bastan.

Sobre el Gólgota dijo lo siguiente: “Fue una gran Derrota -exigimos

una Victoria, una victoria para los sentidos y una victoria para el alma” .

La extravagancia de Emerson es falstaffiana de los pies a la cabeza: también

sir Juan exige la victoria, en todas partes excepto en el campo de

batalla, hacia donde se arrastra al despreciador del honor en contra de

su voluntad. ¿Por qué? Los motivos del príncipe Hal son lo suficientemente

claros: una muerte honorable redimiría al maestro que se ha

[59]

vuelto incómodo. Shakespeare replica, junto con Falstaff: “ ¡Sir Walter

Blunt! ¡He aquí un honor para vos! [...] No quiero una mueca de honor

como la de sir Walter. Dadme la vida” .

Falstaff no podría ser nombrado profesor de planta de West Point

ni de Sandhurst. ¿Lo nombraría usted en Yale? Aunque lograra con maña

y talento entrar a formar parte de ese cuerpo de profesores, tendría

que conformarse con ser un departamento de uno, un profesor sin colegas

-aunque con bastantes estudiantes-. Las instituciones exigen que

sus maestros sean “buenos ciudadanos académicos” , lo que significa

votar con frecuencia y entre los primeros y seguir la moda, cualquiera

que esta sea. Falstaff es un votante errático, pero aparecerá sin falta en

la taberna que es su salón de clase y le enseñará a quien esté lo suficientemente

calificado para aprenderlo que el significado empieza a existir

cuando uno se oye a sí mismo por casualidad, con la vitalidad de la mente,

y que empieza a existir también para que la comedia pueda florecer.

Falstaff o Hamlet: ¿cuál de los dos es más el centro de Shakespeare? En

una cruel burla de sí mismo, Orson Wells fantaseó con la partida de

Hamlet a Inglaterra, donde se volvió viejo y gordo y se convirtió en sir

Juan Falstaff. Bernard Shaw, que detestaba tanto a la Cleopatra de Shakespeare

como a su Falstaff, despachó a este a Egipto, lo sometió a una

dieta estricta y a una operación de cambio de sexo y convirtió a sir Juan,

el sabio de Eastcheap, en la serpiente del Nilo. Falstaff, Hamlet, Cleopatra:

si añadimos a Rosalinda, Yago y Macbeth, y el cuarteto formado

por Lear, Edmundo, Edgardo y el Bufón, tendremos a aquellos que a

mi juicio se prestan para una reflexión interminable. No quiero decir

con ello que esté dispuesto a prescindir de Falconbridge el Bastardo,

Bottom, Julieta, Feste, Viola, Leontes, Imogen, Próspero y un par de

docenas más, pero meditar sobre Shylock me resulta demasiado doloroso,

y otro tanto me sucede con Otelo, Desdémona, Antonio, Coriolano,

Timón, y algunos otros.

¿Dónde encontrar a Shakespeare en Shakespeare? Todos quisiéramos

hallarlo en los sonetos, pero él es demasiado astuto para nosotros y

habría que ser el mismo diablo para toparse con Shakespeare allí. Fue

el Fantasma de Hamlet, y el viejo Adán, el criado, en A vuestro gusto. Quizás

también desempeñó el papel de ambos Antonios, el de El mercader

de Venecia y el de Noche de Epifanía, o lo que queráis, y el de un puñado

[60]

de reyes y nobles envejecidos además -Julio César, Enrique iv, el conde

de Gloster-, pero les aseguro que estas no son más que suposiciones.

James Joyce pensaba que Shakespeare se sentía más a gusto como el

Fantasma del padre de Hamlet, y quizás tenía razón. Dos fantasmas

rondan a Poldy Bloom, el sustituto de Joyce: el de su padre y el de su

hijo. El padre de Shakespeare y su único hijo murieron antes de que se

pusiera en escena la versión definitiva de Hamlet. Hamlet es un hombre

atormentado hasta que logra deshacerse del fantasma de su padre

en el mar, y regresa, soberbiamente transformado, para sobrellevar la

catástrofe del quinto acto.

El desarrollo de Hamlet, de estudiante atormentado a maestro del

histrionismo, no es tan diferente del de Shakespeare, pero este es un

asunto muy menor. Lo que sí fue importante para el arte de Shakespeare

fue la influencia que sobre él ejerció Falstaff y que hizo posible a Hamlet.

Aún más importante fue la subsiguiente influencia de Hamlet sobre

Shakespeare, que hizo posible todo lo demás.

El Wilhelm Meister de Goethe intenta desarrollar plenamente su

propia persona dirigiéndose en el papel del príncipe de Dinamarca en

una representación de Hamlet, obra que él considera en parte una novela.

Con ironía nada despreciable, Goethe centra completamente esta

supuesta faceta novelística de Hamlet en el Fantasma. Un misterioso extraño

encapuchado, con todo y capa blanca, se pone su armadura y hace

el Fantasma frente al Hamlet de Wilhelm. Este, convencido de que se

trata de su propio padre muerto, se supera a sí mismo como actor, pues

por fin puede actuar en el papel de sí mismo.

Quizás Goethe, en relación con Shakespeare, por fin desempeña el

papel de sí mismo en el curioso ensayo de 1815 “ Schákespear und kein

Ende!” , en el que aparentemente Shakespeare se convierte en el fantasma

del padre de Goethe. El padre real, Johann Caspar Goethe, quien

había muerto en 1782, había acumulado riquezas suficientes para comprar

un escudo de armas, pero su ascenso social llegó hasta allí. De modo

que Caspar Goethe se concentró en su hijo, cuyos triunfos culturales

se convirtieron en la obsesión del padre. No ha habido un triunfo cultural

equiparable al que alcanzó el poeta-sabio Goethe en vida, y sin embargo

jamás dejaron de atormentarlo Shakespeare y, en particular, Hamlet.

Goethe no podía saber que Shakespeare se había adjudicado el papel

de fantasma del padre de Hamlet, pero quizás habría apreciado la ironía

[61]

del gesto. Goethe tampoco sabía que John Shakespeare, el padre de William,

había caído de su posición de caballero con escudo de armas, y

que William lo restituyó.

Goethe tuvo la inmensa ventaja de carecer de grandes precursores

en alemán. Aunque la suya es una tradición chauceriana, muy inglesa,

Shakespeare resulta soberbio en alemán, cosa que molestaba a Goethe más

de lo que estaba dispuesto a admitir. La segunda parte de Fausto, de una

extravagancia magnífica, es frecuentemente una parodia de Shakespeare,

en particular de Hamlet. Incapaz de reinventar lo humano como había

hecho Shakespeare, Goethe se vio impelido a ironizar todas las representaciones

de lo humano, incluyendo su Fausto, que resulta un zombi

al lado de Hamlet. Esto no le importaba a Goethe, pues su propia personalidad

trascendía cualquier inventiva de la que fuese capaz. Shakespeare

está escondido en su obra, detrás de su obra; y aun en la segunda

parte de Fausto se ve el esfuerzo de Goethe por estar a la altura.

A él le debemos la refrescante idea -tan impopular en el mundo angloparlante-

de que es más provechoso leer a Shakespeare que verlo en

escena. Goethe simplemente acertó, y su reflexión de que las grandes

obras de teatro trascienden el género también es esencialmente correcta.

Cuando se las lee juntas, las dos partes de Enrique /^constituyen una

obra de teatro y una extraordinaria novela, con tanto derecho a ser considerada

el ancestro de Los hermanos Karamázovi como Hamlet de ser

el precursor de Crimen y castigo. ¿Qué puede hacer un espectador en un

teatro con las alusiones obsesivas de Falstaff a la parábola del leproso y

el rico glotón? Shakespeare mantiene vivo este patrón en la escena de

rechazo con la que termina la segunda parte de Enrique iv y después lo

lleva a una extraordinaria apoteosis en la narración de la hostelera de la

muerte de sir Juan Falstaff en Enrique v. Y los aspectos novelísticos de

Hamlet van mucho más allá de las preocupantes exigencias del Fantasma.

La invención de lo humano por parte de Shakespeare fue un elemento

tan importante en la invención de la novela como la transformación que

logra Cervantes de lo picaresco en el análisis que surge en la relación

del Don y Sancho.

¿Dónde empieza nuestro yo? Goethe, que era una autoridad en el

tema del desarrollo, da por sentado que él se origina en sí mismo. Pero

ese formidable psicólogo que fue Shakespeare nos inventó un nuevo

origen, basado en la idea más luminosa que un poeta haya descubierto

o inventado jamás: el propio reconocimiento de oírse a sí mismo. ¿Dónde

[62]

empezamos? ¿Acaso el Fantasma de Hamlet engendró no sólo a Shakespeare

y a Goethe sino a todos los escritores de caletre desde entonces?

¿Acaso el crimen de Claudio, que es el crimen de Caín, nos procreó a

todos, en especial en estos últimos dos siglos? ¿Nos oiríamos a nosotros

mismos, obligándonos a cambiar ante el impacto de lo escuchado, si no

nos confrontara el fantasma de nuestro padre, prefigurado en el Fantasma

del rey Hamlet?

He descubierto que se me malinterpreta con facilidad en lo que tiene

que ver con esta idea, y se me antoja elaborarla. John Stuart Mili observó

que la poesía se oye más que escucharse, y aunque no somos el príncipe

Hamlet, por momentos nos oímos a nosotros mismos y nos sobresaltamos.

¿Es porque alcanzamos una nueva conciencia de nosotros mismos

o simplemente es que nos damos cuenta de que no somos lo que creíamos

ser? ¿Verdaderamente se sorprende Hamlet tanto con el espíritu

de su padre en armas como con los rumores que vienen de sí mismo?

¡Dios mío! Podría estar yo encerrado en una cáscara de nuez, y me

tendría por rey del espacio infinito, si no fuera por los malos sueños que

tengo5.

Este es el origen del Ham de Fin de partida de Samuel Beckett y de

Beckett mismo, mediado por Joyce y por Proust pero en últimas mediado,

como todos nosotros, por Hamlet, el maestro oidor. Kierkegaard,

quien hubiera querido aprender sus ironías de la dificultad de convertirse

en cristiano, en realidad las absorbió del hábito frecuente de Hamlet

de no decir lo que piensa ni pensar lo que dice. Proust, ese otro ironista

soberbio, escribió un ensayo extraordinario sobre la lectura como una

forma de oír pasivamente, en el prólogo a su traducción de Sesame and

Lilies [Ajonjolí y azucenas], de John Ruskin. La lectura, dice Proust,

no es una conversación con otro. La diferencia radica

... en que cada uno de nosotros recibe la comunicación del pensamiento

de otro, pero mientras permanecemos solos, mientras seguimos disfrutando

del poder intelectual que tenemos cuando estamos en soledad y que

la conversación disipa de inmediato.

El poder intelectual del príncipe Hamlet nunca se disipa porque el

príncipe habla con todo el mundo pero no escucha a nadie, excepto qui[

63]

zás al Fantasma. No estoy seguro de que haya nadie en Shakespeare que

realmente escuche a otro. Otelo es destruido por el genio de Yago para

la sugerencia y la insinuación, pero si escuchara más atentamente a Yago

no estaría tan convencido. Después de escuchar brevemente a su esposa,

Macbeth está tan inmerso en sus propias palabras que casi no se da cuenta

de que la ha perdido, primero por su demencia y después por su muerte.

Antonio y Cleopatra están tan sordos a lo que no sea ellos mismos

que resulta gracioso. El pobre Antonio exclama, “ ¡Muero, Egipto, muero!

Dame un poco de vino y permíteme hablar un instante” , a lo que

Cleopatra replica “ ¡No, déjame hablar a mí!” 6. Como Proust después

de él, Shakespeare se hace pocas ilusiones sobre la amistad o el amor.

Oírse a uno mismo es el camino fácil al cambio en Shakespeare.

Hamlet ostentosamente cambia cada vez que se oye hablar a sí mismo,

razón por la cual no hay un pasaje central en esta obra de cuatro mil versos,

de los cuales 500 le corresponden a él. Por todas partes en la obra

es evidente cómo Hamiet se recrea a sí mismo después de oírse, pero voy

a referirme al acto v, escena 1, versos 66-216, esa extraordinaria visión

de Hamlet en el cementerio que culmina con el príncipe contemplando

la calavera de Yorick.

... me llevó a espaldas mil veces, y ahora, ¡cómo me repugna el pensarlo!,

el estómago se me revuelve. Aquí colgaban los labios que besé no

sé cuántas veces.. .7.

El Fantasma nunca habla de haber amado a su hijo y no es probable

que el rey Hamlet haya llevado al príncipe a sus espaldas alguna vez,

mucho menos mil veces. Dudo que el príncipe haya besado a Ofelia y a

Gertrudis “ no sé cuántas veces” . Si el Hamlet niño amó y fue amado a

su vez, esto sólo le incumbió a Yorick. A pesar de sus solemnes declaraciones,

no creo que el Hamlet adulto ame a nadie; y ello sólo hace más

insondable el misterio de por qué nos hemos unido al populacho danés

en el amor hacia este carismàtico demente.

Goethe parodia la escena del cementerio en su narración de la muerte

y el entierro de Fausto, pero Hamlet mismo deja poco qué parodiar:

A

Esa calavera tenía una lengua dentro, y podía cantar en otro tiempo:

¡cómo la tira por tierra ese bribón, como si fuera la quijada de Caín, el

que cometió el primer crimen!8.

[64]

Hasta ahí llega el asesinato cainesco del rey Hamlet por parte de

Claudio, que desaparece en medio de este exceso paródico de exuberancia

negativa. ¿Qué significa afirmar que Hamlet se oye a sí mismo hacer

esta alusión a Caín? ¿Hay alguna diferencia entre escucharse y oírse?

Cuando nos sorprendemos al oír nuestras voces grabadas, ¿estamos escuchando

u oyendo? Los diccionarios definen “ oír” como una actividad

pasiva, que obviamente no es el resultado de la intención o de la

conciencia del hablante. Cuando nos oímos a nosotros mismos, inicialmente

no somos conscientes de ser los hablantes. Esa ignorancia es tan

efímera que aquí “oír” es casi una metáfora; y sin embargo el instante

de literal desconocimiento es auténtico. Shakespeare, seguramente a

partir de una sugerencia de Chaucer, se agarró de ese momento para

componer otra versión de la voluntad de cambio de los seres humanos.

¿Es esta composición lo suficientemente significativa como para

hablar de la invención (o la reinvención) de lo humano? En el más famoso

de sus siete soliloquios, Hamlet se oye contemplando la posibilidad de

tomar las armas contra un océano de conflictos y ponerles fin oponiéndoseles.

Todos los que tenemos intereses literarios heredamos la equívoca

ratificación de Hamlet del poder de la mente del poeta sobre un

océano o un universo de muerte. Lo que Shakespeare inventa - y Hamlet

es su versión más sobresaliente- es esa ratificación interior de la oposición

a la mayor amenaza del eternamente floreciente espíritu del yo. El

estudio que Hamlet hace de sí mismo es un absoluto y empequeñece

todo lo que se encuentre afuera del yo por considerarlo un océano de

problemas. Hamlet medita sobre sus palabras incesantemente, como si

a la vez fueran y no fueran sus propias palabras, y se convierte en el

teólogo de su propia conciencia, tan amplia que es imposible descubrir

su circunferencia.

¿Acaso es posible prodigar con Hamlet lo que sin duda ha de ser toda

nuestra inteligencia sin convertirnos de alguna manera en Hamlet? Si

Shakespeare desempeñó el papel del Fantasma y también el papel del

Actor rey-un doble papel natural para cualquier actor-, entonces confrontó

a Hamlet en dos ocasiones: una como padre y otra como estudiante

dramático. El padre de Shakespeare y Hamnet, su único hijo,

estaban muertos cuando puso en escena el Hamlet definitivo de 1600-

1601. Hamlet morirá huérfano y sin hijos, y morirá en el momento en

el que su propio carisma es más intenso, pero no pide la resurrección

ni la inmortalidad poética: lo único que quiere es no llevar un nombre

[65]

execrable. A un nihilista mayor como Yago o como S vidrigailov no le importaría

en absoluto llevar para siempre un nombre execrable.

El Hamlet del acto quinto controla nuestra perspectiva: nosotros no

sabemos más de lo que él sabe y él cree que sabemos menos. ¿Sabía Shakespeare

más que Hamlet? En el sentido hegeliano, Hamlet es el más

libre artista de sí mismo y nos podría decir más sobre lo que representa si

sólo tuviera tiempo. Según mi interpretación, eso quiere decir que Hamlet

es el artista supremo del oír y podría enseñamos al menos los rudimentos

de tan desconcertante arte. Oírnos a nosotros mismos, al menos por un

instante, sin reconocernos es abrir nuestro espíritu a las tempestades del

cambio. Shakespeare descubrió esta apertura esencialmente con Hamlet

y con Falstaff, pero es una constante de su trabajo posterior. El agonizante

Edmundo de El rey Lear me sirve para explicar esto plenamente,

pues su transformación final es la más drástica y la más convincente en

todo Shakespeare.

No hay otro personaje en Shakespeare tan despojado de emociones

como Edmundo, el hijo bastardo del conde de Gloster y medio hermano

de Edgardo, el ahijado de Lear. Yago siente un cierto regocijo travieso

con su propia y hermosa maldad, pero Edmundo está más allá de eso.

Svidrigailov y Stavrogin, los nihilistas de Dostoievski, han aprendido

ciertas lecciones de Edmundo, pero no pueden igualar su frialdad sublime.

Edmundo, amante de Goneril y de Regan -monstruos rivales del

abismo- y traidor de su padre y de su hermano, se supera a sí mismo

cuando ordena la ejecución secreta de Lear y de Cordelia. Ni el remordimiento,

ni la piedad, ni el afecto tienen cabida en la naturaleza de

Edmundo; ni siquiera una cierta lujuria honrada. Yace moribundo en

el suelo después de haber sido herido de muerte por Edgardo, y extrañamente

parece resignarse cuando descubre que el asesino es de su misma

estirpe: “La rueda ha completado el círculo; aquí estoy” . Conmovido

por la narración de Edgardo de la muerte de su padre, Edmundo está casi

listo para cambiar, y esta transformación empieza a suceder sin duda

alguna después de un extraordinario episodio en el que se oye a sí mismo.

Cuando los cuerpos de Goneril y de Regan son arrastrados hasta el escenario,

Edmundo desentraña el rompecabezas:

Pero Edmundo fue amado:

La una envenenó a la otra por mí,

Y después se mató9.

[66]

Tanto lo sorprende su propio “ pero Edmundo fue amado” , que el

hijo bastardo de Gloster sólo puede dar crédito a lo que ha oído si añade

algo dolorosamente obvio: “La una envenenó a la otra por mí, / Y después

se mató” . En este caso, con un Edmundo semiinconsciente y con

pocas intenciones, oírse a sí mismo es todo menos una metáfora. No hay

momentos como este en Homero o en la Biblia, en Virgilio o en Dante.

Estamos ante una introspección nueva que crea el cambio en lugar de

confrontarlo. Tardíamente, y “a pesar de mi propia naturaleza” , Edmundo

intenta salvar a Lear y a Cordelia de sus propias intenciones asesinas.

Es demasiado tarde para Cordelia y Lear, una vez más demente, entra

llevando su cuerpo en brazos. Shakespeare ha llevado la capacidad de

oírse a sí mismo a un nivel de perfección que será decisivo en Chéjov y

Stendhal, en Dostoievski y Proust, y en mucho más. Si la invención del

siempre creciente espíritu interior, incluyendo su capacidad de oírse a

sí mismo, no es la invención de lo humano -tal como conocemos lo

humano desde entonces-, quizás estamos demasiado abrumados por la

historia social y por las ideologías para reconocer nuestra deuda con

William Shakespeare.

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