sábado, 23 de enero de 2021

Georges Bataille Historia del ojo Título original: Histoire de l'oeil Georges Bataille, 1928 Traducción: Margo Glantz

 

 

Puede decirse sin temor que Historia del ojo es la obra maestra de la literatura erótica. En ella confluyen, por un lado, la mejor prosa en clave surrealista de este gran novelista, ensayista y poeta francés y, por otro, la esencia de su obsesiva preocupación por el sexo, la muerte y la fe —su fe— que configura, en realidad, gran parte de su obra. Partiendo de un proceso creativo muy querido de los surrealistas, relaciona, en una trama anecdótica, de hecho, muy simple, las imágenes que de un modo inconsciente y automático evocan el ojo, el huevo, el sol, los genitales del toro, con toda su carga de connotaciones atávicas, y nos las «revela» en su contenido erótico más revulsivo. El personaje de la joven Simone, que transgrede en todos sus actos cualquier norma de comportamiento sexual admitido, moral y conscientemente, es la encarnación, por una parte, del Deseo inconsciente y, por otra, del Pecado, de lo Prohibido y por ende del Placer, que a su vez, por ser fruto del mal, no es más que portador del máximo castigo: la muerte. Así pues, el goce en su plenitud sabe siempre a muerte…

 


 

 

Georges Bataille

 

Historia del ojo

 



Título original: Histoire de l'oeil

Georges Bataille, 1928

Traducción: Margo Glantz

 

 

 

 

 


 ADVERTENCIA SOBRE LA TRADUCCIÓN

 

 

Existen cinco ediciones de este libro de Georges Bataille. La primera fue publicada en 1928 con el pseudónimo de Lord Auch, y se tiraron ciento treinta y cuatro ejemplares con ocho litografías de André Masson, el pintor surrealista. La segunda se publicó en Burgos(!) en 1941 y la edición aumentó a quinientos ejemplares. En 1940 se editó una reescritura de la novela ilustrada con grabados de Hans Belmer (otro extraordinario pintor surrealista), en Sevilla, espacio geográfico de uno de los episodios capitales del texto, ahora con el cabalístico tiraje de ciento noventa y nueve ejemplares. La penúltima edición es la única que lleva el nombre de Georges Bataille y fue publicada póstumamente en 1967, por la editorial de Jean Jacques Pauvert, con el facsímil de un Plan de una continuación de Historia del Ojo; su tiraje fue de diez mil ejemplares. De esta versión se tradujo la que publicó en español la editorial Ruedo Ibérico, en París, en 1977, sin nombre de traductor. Esta reescritura del texto se añade como apéndice en el volumen I de las Obras Completas que la editorial Gallimard empezó a publicar con una presentación de Michel Foucault desde 1970. Las obras de Bataille se inician justamente con Historia del Ojo, primer libro importante del escritor y que Denis Hollier editó. Escritura original de la que yo traduje este texto.

En la versión que propongo no aparece el Plan de una continuación: creo que no añade nada especial al texto, al contrario, rompe el suspenso del final. En cambio, he traducido el artículo y las notas correspondientes a "Ojo" del Diccionario crítico que Georges Bataille publicó en la revista Documents, en 1929, después de la aparición de la famosa película de Buñuel y Dalí, El perro andaluz. Esa revista contiene algunos de los mejores textos de Bataille; reproducidos por la Editorial Mercure de France, aparecieron en 1968 reunidos por Bernard Noël. El artículo "Golosina caníbal" es la segunda parte de un texto dedicado a "Ojo". La primera parte la escribió Robert Desnos ("Image de l'oeil"-"Imagen del ojo") y la tercera parte Marcel Griaule ("Mauvais Oeil"-"Mal del ojo").

También incluyo, de Documents, el artículo "Metamorfosis", porque puede relacionarse muy bien con Historia del ojo.

M.G.

 


 I-EL OJO DEL GATO

 

 

Crecí muy solo y desde que tengo memoria sentí angustia frente a todo lo sexual. Tenía cerca de 16 años cuando en la playa de X encontré a una joven de mi edad, Simone. Nuestras relaciones se precipitaron porque nuestras familias guardaban un parentesco lejano. Tres días después de habernos conocido, Simone y yo nos encontramos solos en su quinta. Vestía un delantal negro con cuello blanco almidonado. Comencé a advertir que compartía conmigo la ansiedad que me producía verla, ansiedad mucho mayor ese día porque intuía que se encontraba completamente desnuda bajo su delantal.

Llevaba medias de seda negra que le subían por encima de las rodillas; pero aún no había podido verle el culo (este nombre que Simone y yo empleamos siempre, es para mí el más hermoso de los nombres del sexo). Tenía la impresión de que si apartaba ligeramente su delantal por atrás, vería sus partes impúdicas sin ningún reparo. En el rincón de un corredor había un plato con leche para el gato: "Los platos están hechos para sentarse", me dijo Simone. "¿Apuestas a que me siento en el plato?". "Apuesto a que no te atreves", le respondí, casi sin aliento.

Hacia muchísimo calor. Simone colocó el plato sobre un pequeño banco, se instaló delante de mí y, sin separar sus ojos de los míos, se sentó sobre él sin que yo pudiera ver cómo empapaba sus nalgas ardientes en la leche fresca. Me quedé delante de ella, inmóvil; la sangre subía a mi cabeza y mientras ella fijaba la vista en mi verga que, erecta, distendía mis pantalones, yo temblaba.

Me acosté a sus pies sin que ella se moviese y por primera vez vi su carne "rosa y negra" que se refrescaba en la leche blanca. Permanecimos largo tiempo sin movernos, tan conmovidos el uno como el otro. De repente se levantó y vi escurrir la leche a lo largo de sus piernas, sobre las medias. Se enjugó con un pañuelo, pausadamente, dejando alzado el pie, apoyado en el banco, por encima de mi cabeza y yo me froté vigorosamente la verga sobre la ropa, agitándome amorosamente por el suelo. El orgasmo nos llegó casi en el mismo instante sin que nos hubiésemos tocado; pero cuando su madre regresó, aproveché, mientras yo permanecía sentado y ella se echaba tiernamente en sus brazos, para levantarle por atrás el delantal sin que nadie lo notase y poner mi mano en su culo, entre sus dos ardientes muslos. Regresé corriendo a mi casa, ávido de masturbarme de nuevo; y al día siguiente por la noche estaba tan ojeroso que Simone, después de haberme contemplado largo rato, escondió la cabeza en mi espalda y me dijo seriamente "no quiero que te masturbes sin mí".

Así empezaron entre la jovencita y yo relaciones tan cercanas y tan obligatorias que nos era casi imposible pasar una semana sin vernos. Y sin embargo, apenas hablábamos de ello. Comprendo que ella experimente los mismos sentimientos que yo cuando nos vemos, pero me es difícil describirlos. Recuerdo un día cuando viajábamos a toda velocidad en auto y atropellamos a una ciclista que debió haber sido muy joven y muy bella: su cuello había quedado casi decapitado entre las ruedas. Nos detuvimos mucho tiempo, algunos metros más adelante, para contemplar a la muerta. La impresión de horror y de desesperación que nos provocaba ese montón de carne ensangrentada, alternativamente bella o nauseabunda, equivale en parte a la impresión que resentíamos al mirarnos. Simone es grande y hermosa. Habitualmente es muy sencilla: no tiene nada de angustiado ni en la mirada ni en la voz. Sin embargo, en lo sexual se muestra tan bruscamente ávida de todo lo que violenta el orden que basta el más imperceptible llamado de los sentidos para que de un golpe su rostro adquiera un carácter que sugiere directamente todo aquello que está ligado a la sexualidad profunda, por ejemplo: la sangre, el terror súbito, el crimen, el ahogo, todo lo que destruye indefinidamente la beatitud y la honestidad humanas. Vi por primera vez esa contracción muda y absoluta (que yo compartía) el día en que se sentó sobre el plato de leche. Es cierto que apenas nos mirábamos fijamente, excepto en momentos parecidos. Pero no estamos satisfechos y sólo jugamos durante los cortos momentos de distensión que siguen al orgasmo.

Debo advertir que nos mantuvimos largo tiempo sin acoplarnos. Aprovechábamos todas las circunstancias para librarnos a actos poco comunes. No sólo carecíamos totalmente de pudor, sino que por lo contrario algo impreciso nos obligaba a desafiarlo juntos, tan impúdicamente como nos era posible. Es así que justo después de que ella me pidió que no me masturbase solo (nos habíamos encontrado en lo alto de un acantilado), me bajó el pantalón me hizo extenderme por tierra; luego ella se alzó el vestido, se sentó sobre mi vientre dándome la espalda y empezó a orinar mientras yo le metía un dedo por el culo, que mi semen joven había vuelto untuoso. Luego se acostó, con la cabeza bajo mi verga, entre mis piernas; su culo al aire hizo que su cuerpo cayera sobre mí; yo levanté la cara lo bastante para mantenerla a la altura de su culo: sus rodillas acabaron apoyándose sobre mis hombros. "¿No puedes hacer pipí en el aire para que caiga en mi culo?", me dijo "Sí, le respondí, pero como estás colocada, mi orín caerá forzosamente sobre tus ropas y tu cara." "¡Qué importa!" me contestó. Hice lo que me dijo, pero apenas lo había hecho la inundé de nuevo, pero esta vez de hermoso y blanco semen.

El olor de la mar se mezclaba entretanto con el de la ropa mojada, el de nuestros cuerpos desnudos y el del semen. Caía la tarde y permanecimos en esta extraordinaria posición sin movernos, hasta que escuchamos unos pasos que rozaban la hierba. "No te muevas, te lo suplico", me pidió Simone. Los pasos se detuvieron pero nos era imposible ver quién se acercaba. Nuestras respiraciones se habían cortado al unísono. Levantado así por los aires, el culo de Simone representaba en verdad una plegaria todopoderosa, a causa de la extrema perfección de sus dos nalgas, angostas y delicadas, profundamente tajadas; estaba seguro de que el hombre o la mujer desconocidos que la vieran sucumbirían de inmediato a la necesidad de masturbarse sin fin al mirarlas. Los pasos recomenzaron, precipitándose, casi en carrera; luego vi aparecer de repente a una encantadora joven rubia, Marcela, la más pura y conmovedora de nuestras amigas.

Estábamos tan fuertemente arracimados en nuestras horribles actitudes que no pudimos movernos ni siquiera un palmo y nuestra desgraciada amiga cayó sobre la hierba sollozando. Sólo entonces cambiamos nuestra extravagante posición para echarnos sobre el cuerpo que se nos libraba en abandono. Simone le levantó la falda, le arrancó el calzón y me mostró, embriagada, un nuevo culo, tan bello, tan puro, como el suyo. La besé con rabia al tiempo que la masturbaba: sus piernas se cerraron sobre los riñones de la extraña Marcela que ya no podía disimular los sollozos.

—Marcela —le dije—, te lo suplico, ya no llores. Quiero que me beses en la boca… Simone le acariciaba sus hermosos cabellos lisos y la besaba afectuosamente por todas partes.

Mientras tanto, el cielo se había puesto totalmente oscuro y, con la noche, caían gruesas gotas de lluvia que provocaban la calma después del agotamiento de una jornada tórrida y sin aire. El mar empezaba un ruido enorme dominado por el fragor del trueno, y los relámpagos dejaban ver bruscamente, como si fuera pleno día, los dos culos masturbados de las muchachas que se habían quedado mudas. Un frenesí brutal animaba nuestros cuerpos. Dos bocas juveniles se disputaban mi culo, mis testículos y mi verga; pero yo no dejé de apartar piernas de mujer, húmedas de saliva o de semen, como si hubiese querido huir del abrazo de un monstruo, aunque ese monstruo no fuera más que la extraordinaria violencia de mis movimientos. La lluvia caliente caía por fin en torrentes y nos bañaba todo el cuerpo enteramente expuesto a su furia. Grandes truenos nos quebrantaban y aumentaban cada vez más nuestra cólera, arrancándonos gritos de rabia, redoblada cada vez que el relámpago dejaba ver nuestras partes sexuales. Simone había caído en un charco de lodo y se embarraba el cuerpo con furor: se masturbaba con la tierra y gozaba violentamente, golpeada por el aguacero, con mi cabeza abrazada entre sus piernas sucias de tierra, su rostro enterrado en el charco donde agitaba con brutalidad el culo de Marcela, que la tenía abrazada por detrás, tirando de su muslo para abrírselo con fuerza.

jueves, 21 de enero de 2021

Thomas de Quincey La monja alférez. (Fragmento).

 


Thomas de Quincey

La monja alférez

 

DE QUINCEY Y LA MONJA ALFÉREZ

Hay varias menciones de Catalina de Erauso en documentos de época, y hasta una pieza de teatro que sobre ella escribió Juan Pérez de Montalbán, pero sus memorias se publicaron por primera vez sólo en el siglo XIX:

HISTORIA DE LA MONJA ALFÉREZ, Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma, e ilustrada con notas y documentos por D. JOAQUÍN MARÍA DE FERRER, París, en la imprenta de Julio Didot, calle del Puente de Lodi, 6, 1829.

Eran malos tiempos para publicar libros: la edición se perdió casi enteramente poco después, en la revolución de 1830, y se convirtió en una curiosidad bibliográfica. Esto lo sabemos por Alexis de Valon, que debió poseer uno de los raros ejemplares y lo aprovechó en su relato «Catalina de Erauso», publicado en la Revue des Deux Mondes de 15 de febrero de 1847 y recogido luego en volumen: Nouvelles et chroniques, Dentu, París 1851 («Catalina de Erauso» en pps. 347-354). El método de Valon consiste en omitir algunos detalles, alterar otros y añadir muchos nuevos para adaptar las memorias en una crónica breve y no demasiado increíble. El comienzo y el final de la historia, por ejemplo, son de su cosecha. Catalina no entró al convento recién nacida sino a los cinco años. Tampoco desapareció misteriosamente al regresar a América. Las memorias sólo llegan hasta su estancia en Italia pero sabemos además, por el testimonio de un contemporáneo, Fray Nicolás de Rentería, que en 1645 Catalina estaba en Veracruz, donde se hacía llamar Don Antonio de Erauso y se ganaba la vida transportando equipajes con una recua de mulas. El final de Valon no es verdadero, aunque sin duda bien hallado e intrigó a De Quincey. Valon pensaría seguramente que era preciso dar una conclusión a su relato. En cambio es curioso que omitiera otras aventuras, como la que recoge Ricardo Palma en sus Tradiciones peruanas: Catalina se hallaba en la cárcel, acusada de haber dado muerte a un hombre; pidió la comunión y, tomando la hostia entre sus manos, dio en gritar: ¡A iglesia me llamo!; nadie se atrevió a tocarla por temor a cometer un sacrilegio y al cabo logró refugiarse en sagrado y salvar la vida.

La deuda de De Quincey con Valon es clarísima porque lo sigue en todas sus adiciones y omisiones. Urgido como siempre por los editores de revistas que le reclamaban las colaboraciones prometidas, De Quincey no debió tener tiempo para investigar por su cuenta, ni siquiera para procurarse las memorias; puso inmediatamente manos a la obra y sus artículos, titulados «La monja náutico-militar de España» aparecieron en los números de mayo, junio, y julio de 1847 del Tait’s Edinburgh Magazine, con la siguiente advertencia al lector:

No existe ningún volumen de memorias, ninguna biografía que como ésta haya sido comprobada tres veces por pruebas y atestaciones, directas y colaterales. De los archivos de la Marina Real en Sevilla, de la autobiografía de la heroína, de los cronistas contemporáneos y de varias fuentes oficiales diseminadas dentro y fuera de España, algunas de ellas eclesiásticas, se han obtenido las más amplias confirmaciones, y todavía pueden lograrse muchas más, de los extraordinarios acontecimientos aquí registrados. El Sr. de Ferrer, un español de mucho estudio que en un comienzo acogió con incredulidad estos hechos, publicó hace unos diecisiete años una selección de los principales documentos, acompañados por su palinode en cuanto a su veracidad. Desde entonces estos materiales han servido de base a más de una narración, no inexacta, en publicaciones francesas, alemanas y españolas de la más elevada autoridad. Es raro que los autores franceses pequen por demasiado prolijos. Así ha ocurrido en este caso. El presente relato, en el que no hay una sola frase derivada de ninguno extranjero, tiene la gran ventaja de la apretada concisión; mis propias páginas, teniendo en cuenta el tamaño, están en relación de 1 a 3 con la más escueta de las formas adoptadas en el continente.

Como se advierte, De Quincey es vago en cuanto a sus fuentes. La acusación de prolijidad contra Valon es injusta, pues su propio texto fue mucho más largo. Pero De Quincey no mintió al afirmar que ni una sola frase de su relato provenía de los publicados en el extranjero. Tomó los hechos de Valon pero en su libro los hechos son lo de menos; desde las primeras páginas, en que inventó el pañuelo con que el padre envuelve a la recién nacida, siguió su propio camino, añadió nuevos detalles y, con su sentido del humor y su visión de lo trágico y lo misterioso, transformó la pálida crónica del francés en una narración que es enteramente suya. Al final Valon quedaría separado de De Quincey por toda la distancia que media entre un glosador más o menos infiel y una imaginación creadora que se adueña de un texto ajeno para usarlo como punto de partida.

En manos de De Quincey, Catalina de Erauso se transfigura. La antigua monja disfrazada de hombre fue un ser brutal, asesino que contaba sus crímenes con indiferencia, soldado castigado por su crueldad para con los indios. En De Quincey, por el contrario, Catalina es una muchacha hermosa y lozana, un héroe militar, un delicado personaje romántico que por la fuerza de las circunstancias y cierta viveza de genio —que su autor encuentra disculpable— reparte estocadas entre los insolentes pero mantiene siempre el sello de pureza y religión de sus años de convento. De Quincey se reconocería un poco en ella: como Catalina se había lanzado a los caminos siendo casi un niño, estuvo cerca de la muerte y a último momento lo salvó la inolvidable Ann de las calles londinenses: como a Catalina (su personaje, no el histórico) lo asaltaban terrores y remordimientos. El escenario de La monja alférez no es tanto la América del siglo XVII cuanto los sueños de De Quincey. Las desolaciones aéreas de los Andes, las catedrales entrevistas en el cielo son parte del teatro mental del comedor de opio y evocan las visiones descritas en sus otros libros. De Quincey, que no cruzó el Canal, que no levantó nunca la mano contra nadie, fue uno de los grandes aventureros ingleses: una botella de láudano lo transportaba de la soledad de su biblioteca a reinos más extraños que el Perú. El azar de una lectura lo movió a recrear los duelos, persecuciones y naufragios de una muchacha, de la sombra de una muchacha a la que dio vida, no con libros que no se ocupó en leer sino con su propia imaginación:

A pesar de sus protestas De Quincey no cuenta la historia de la monja alférez sino su novela. Aún este término no es exacto porque se trata de un novelista muy personal. «Esencialmente digresivo» lo llamaría Baudelaire y este libro le da la razón desde las primeras páginas; para De Quincey la digresión era un impulso irresistible y también un arte. En uno de los mejores momentos del relato, el trágico paso de los Andes, abandona de pronto a su heroína y se embarca en una interpretación de la «Rima del viejo marino» de Coleridge. Vale la pena leer esas páginas por sí mismas, pues De Quincey es un crítico excelente y siempre tiene algo que decir, aun cuando se aleje de su tema. Pero lo importante es que aquí, como en otros lugares, juega con dos tiempos: el tiempo interno de la narración, el tiempo del lector que la lee. Estos bruscos cambios de plano son contrarios a un principio general: el novelista debe estar ausente de su creación; para que el lector acepte los sucesos narrados es preciso que olvide que alguien los está inventando. De Quincey se burla alegremente de estos principios, interviene a cada instante, comenta la acción, habla de sí mismo y de sus preocupaciones (por ejemplo, cuando expone las virtudes curativas del alcohol y del opio que los médicos se obstinan en negar), se dirige al lector, le pide su opinión, le sonríe, se burla de él. Tal vez estas mismas transgresiones lo acercan más a nosotros, lectores de una época en que la novela se critica a sí misma y se toma todas las libertades.

En 18S4, al aparecer por primera vez su texto en un volumen, De Quincey cambió el título a The Spanish Military Nun, suprimió la nota preliminar, añadió otra más extensa al final y dividió la obra en veintiséis capítulos. El mismo número de capítulos tenían las memorias y esto hace suponer a Maurice Saillet (que prologó la versión francesa de Pierre Schneider: La nonne militaire d’Espagne, Julliard, París 1954) que entre 1847 y 1854 De Quincey tuvo alguna noticia de la edición de Ferrer. Para nuestra traducción hemos utilizado:

The Collected Writings of Thomas De Quincey, vol. XIII, Tides and Prose Phantasies. Edición a cargo de David Masson, Edimburgo 1890 / The Spanish Military Nun en pps. 159-250.

Hemos dejado algunas incongruencias, como esa simpática locando italianizante (cap. 23) que aparece tan sorpresivamente, perdida en los Andes a comienzos del siglo XVII.

Luis Loayza

LA MONJA ALFÉREZ

1. Una nueva molestia llega a España

Una noche del año 1592 (pero cuál de ellas es un secreto que admite 365 revelaciones) un hidalgo español de la plaza fuerte de San Sebastián se enteró por la nodriza de una novedad desagradable: su esposa acababa de dar a luz una niña. La pobre insensata no hubiera podido hacerle un obsequio más enteramente ajeno a sus propósitos. El hidalgo tenía ya tres hijas y por lo tanto había superado en 2 + 1 lo que, de acuerdo con sus cálculos, era una cantidad razonable. Siempre hay lugar para otro varón, pero en España el exceso de hijas era la más grave de las molestias. Así pues, hizo lo que trataba de hacer en este caso cualquier caballero español orgulloso y perezoso. Supongo que no será necesario detenerme en un paréntesis para informar al vulgar lector británico, cuya gloria es trabajar mucho, que el timbre de honor de los caballeros españoles residía justamente en estas dos cualidades de orgullo y pereza, pues sin orgullo, o con una ocupación cualquiera, no podía esperarse sino la ruina de la rancia aristocracia española, muchos de cuyos miembros se jactaban de que nadie de su estirpe —salvo, tal vez algún descastado o un mero terrae filius— hubiese trabajado un solo día después del Diluvio. Confesaban que en el Arca, obligados por Noé, no tuvieron más remedio que arrimar el hombro, pues en realidad había mucho que hacer y alguien tenía que hacerlo, pero añadían enfáticamente que una vez fijada el ancla en el monte Ararat ningún antepasado de la nobleza española trabajó nunca, cómo no fuera por intermedio de sus esclavos. Y fueron las nuevas perspectivas de holganza procuradas por nuevas generaciones de esclavos las que (a juicio de muchos) llevaron a España a participar tan decididamente en las empresas de Cortés y de Pizarro. Gracias a ellas una corporación de caballeros sedentarios, sin tan siquiera descruzar las piernas tres veces nobles, podría recabar eternamente tributos de oro y plata, extraídos de minas eternas por una eterna sucesión de naciones conquistadas o por conquistar. Entretanto, mientras se convirtiesen en realidad estas visiones doradas, las hijas aristocráticas que constituían el tormento hereditario del auténtico señor castellano seguirían el camino que señalaban las buenas y viejas costumbres, es decir, que se las encerraría de por vida en un convento; este plan no entrañaba sacrificio alguno para las partes interesadas con la única excepción, ligerísima e insignificante, del sacrificio que debían hacer las hijas de su felicidad y sus derechos. Pero sin duda tan leve e inevitable contrariedad no merecía la atención de los filósofos, sobre todo si se la comparaba con la magnífica adquisición de un ocio infinito para una aristocracia tan antigua. Generaciones de hijas habrían de perecer, y tenerlo a mucha honra, para que sus papás, los hidalgos, florecieran en el descanso. En acatamiento a tales principios nuestro hidalgo de San Sebastián envolvió en un pañuelo a la recién nacida, tan odiosa a sus ojos paternales, y después de abrigarse la garganta con bastante más cuidado se precipitó al vecino convento de San Sebastián, es decir no sólo uno de los conventos de dicha ciudad sino (entre muchos) el dedicado especialmente a ese santo. Está bien que en este mundo tan lleno de peleas todos nos disputemos por cuestiones de gusto; si estuviéramos demasiado de acuerdo sobre los objetos que deben gustamos estaríamos demasiado de acuerdo sobre aquellos de que debemos apropiamos, con lo cual habría mucho más pleitos de los que provocan los desacuerdos. El diminuto renacuajo humano, cuya presencia no había podido tolerar durante diez minutos el viejo sapo que le tocó por padre, fue recibido en el convento de San Sebastián con una alegría sólo comparable a la aversión que despertara en casa. La madre superiora, que era su tía por el lado materno, besó y bendijo a la joven dama. Las pobres monjitas, que nunca tendrían hijos propios y que languidecían por falta de distracciones, se volvieron locas de contento ante la posibilidad de una pequeña engreída. La superiora agradeció al hidalgo por tan espléndido regalo. Luego todas y cada una de las monjas le dieron las gracias, hasta que el viejo cocodrilo dejó escapar una lágrima sentimental conmovido ante el exceso de generosidad que descubría en sí mismo. En verdad, dijo, la generosidad era su débil, después de la ternura paternal.

miércoles, 20 de enero de 2021

Roberto Sosa 1930 - 2011.

 


Roberto Sosa

1930 - 2011

Conocido poeta hondureño, considerado el más prestigioso de su país y uno de los más importantes de América Central.

Nació en la ciudad de Yoro el 18 de abril de 1930. Estudio artes visuales en Estados Unidos. Regento la dirección de varias revistas literarias y fue colaborador de muchas publicaciones periodísticas latinoamericanas. También llevo la dirección de centros de exposición de arte, e impartió durante un tiempo clases de literatura en EE.UU.

De entre su extensa obra literaria, dentro del campo poético, citaremos: Muros (1966), Mar interior (1967), Los pobres (1968), Un mundo para todos dividido (1971), Hasta el sol de hoy (1987), Mascara suelta (1994) y El llanto de las cosas (1995).

Su actividad literaria tuvo reconocimiento internacional, siendo traducidas sus obras al francés, inglés, alemán, ruso, chino y japonés. Igualmente, su poesía le hizo merecedor de premios y galardones diversos, como: Premio Juan Ramón Molina (1967); Premio Adonis (1968) por su libro Los pobres; Premio Casa de las Américas (1971) por Un mundo para todos dividido; Premio Ramón Rosa (1972); Premio Ramón Amaya Amador (1975).

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Entre los poetas míos Roberto Sosa

En 1990 el gobierno de Francia le otorgo el Grado de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.

Hallándose en Tegucigalpa, un ataque cardiaco puso fin a su vida el 23 de mayo de 2011.

La poesía de Roberto Sosa puede calificarse como una poesía social, política y de protesta, libre de retórica, que apela a la inteligencia del lector a través de la precisión estilística y la persuasión moral de su alegato. Sirva este cuaderno como in-traducción a su obra, de la que hallara el lector una mayor in-formación en las páginas finales de este cuaderno.

ƒÔƒÓƒn

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Entre los poetas mios¡K Roberto Sosa

Aire-Fuego-Agua-Tierra

Alguien extiende la asfixia.

Alguien planea

las descomunales mordeduras

que dejan los incendios.

Alguien gobierna el sumergido mecanismo del ahogo

y las refinadas aproximaciones de las calaveras,

y esa visión subterránea del hombre, nos deja un hilillo gris

en la comisura izquierda de los labios.

Alguien grita (en nombre de millones de seres humanos)

soterrado

hasta resquebrajar

el espesor de las lluviosas paredes crepusculares,

y nadie lo oye.

De: Un mundo para todos dividido

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Entre los poetas mios¡K Roberto Sosa

De niño a hombre

Es fácil dejar a un niño

a merced de los pájaros.

Mirarle sin asombro

los ojos de luces indefensas.

Dejarle dando voces entre una multitud.

No entender el idioma

claro de su media lengua.

O decirle a alguien:

es suyo para siempre.

Es fácil,

facilísimo.

Lo difícil

es darle dimensión

de un hombre verdadero.

De: Los pobres

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Entre los poetas mios¡K Roberto Sosa

Del odio

A Inés Consuelo Murillo

Flotaba como una ola encrespándose

la hermosísima mata de pelo

a cada impacto.

Intensos y pálidos

y creyendo como creen los idiotas del odio

que puede hacerse añicos la belleza, la hicieron

picadillo.

Se equivocaron, claro, en el menor desvió

de su línea recta

Porque

fusil en mano ha vuelto la muchacha guerrillera:

Mírenla.

Fuente: Arte Poética: Roberto Sosa

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Entre los poetas mios¡K Roberto Sosa

Dibujo a pulso

A como de lugar pudren al hombre en vida,

le dibujan a pulso

las amplias palideces de los asesinados

y lo encierran en el infinito.

Por eso

he decidido -dulcemente-

-mortalmente-

construir

con todas mis canciones

un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen

uno por uno,

los hombre humillados de la tierra

De: Selección poética, de Roberto Sosa

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Entre los poetas mios¡K Roberto Sosa

El aire que nos queda

Sobre las salas y ventanas sombreadas de abandono.

Sobre la huida de la primavera, ayer mismo ahogada

en un vaso de agua.

Sobre la viejísima melancolía

(tejida y destejida largamente) hija

de las grandes traiciones hechas a nuestros padres y abuelos:

estamos solos.

Sobre las sensaciones de vacío bajo los pies.

Sobre los pasadizos inclinados que el miedo y la duda edifican.

Sobre la tierra de nadie de la historia: estamos solos

sin mundo,

desnudo al rojo vivo el barro que nos cubre, estrecho

en sus dos lados el aire que nos queda todavía.

Fuente: Poemas del alma: Roberto Sosa

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Entre los poetas mios¡K Roberto Sosa

El llanto de las cosas

Mama

Se pasó la mayor parte de su existencia

parada en un ladrillo, hecha un nudo,

imaginando

que entraba y salía

por la puerta blanca de una casita

protegida

por la fraternidad de los animales domésticos.

Pensando

que sus hijos somos

lo que quisimos y no pudimos ser.

Creyendo

que su padre, el carnicero de los ojos goteados

y labios delgados de pies severos, no la golpeo

hasta sacarle sangre, y que su madre, en fin,

le puso con amor, alguna vez, la mano en la cabeza.

Y en su punto supremo, a contragolpe como

desde un espejo,

rogaba a Dios

para que nuestros enemigos cayeran como

gallos apestados.

De golpe, una por una, aquellas amadísimas

imágenes

fueron barridas por hombres sin honor.

Viéndolo bien

todo eso lo entendió esa mujer apartada,

ella

la heredera del viento, a una vela. La que adivinaba

el pensamiento, presentía la frialdad

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jueves, 14 de enero de 2021

ANTOLOGÍA POÉTICA. LOPE DE VEGA. JOSÉ MANUEL BLECUA.

 



En esta publicación, prologada y anotada, por José Manuel Blecua, se recogen varios poemas de Lope de Vega, entre los que se encuentra una selección de Rimas de carácter amoroso y otras de carácter sacro.

Se añade a estos algunos poemas y sonetos de «La Filomena, La Circe» y las «Rimas de Tomé de Burguillos».

 

Lope de Vega

Antología poética

PRELIMINAR

El Corpus poético de Lope de Vega, extenso e intenso, se constituye medularmente como una historia personal que lo refleja en todas sus inquietudes. Tan fuerte es, que a veces se extiende por entre su amplitud teatral y a veces se nutre de lo que un personaje suyo dijo para decírselo a su amada como acaece con el conocido soneto «Ya no quiero más bien que sólo amaros», que de la comedia Los comendadores de Córdoba pasa a los oídos enamorados de Camila Lucinda. La transmisión sucede por lo que el personaje teatral de Lope participa de su propia experiencia vital, y, más importante, por lo que la poesía de Lope es reflejo de su experiencia, pero también de lo que desea experimentar. Esta doble vertiente: reflejar una experiencia y ser enunciado de lo que experimentará cohesiona la poesía de Lope dentro de una vital unidad de fuertes interrelaciones.

Se comprende que en esta unidad poética que ofrece la totalidad textual de Lope sea frecuente, directa o indirectamente, la autocita de sí mismo, poniéndose a veces como ejemplo de lo que predica. Es natural en él y es también seguir una práctica renacentista, desde Petrarca, alimentada en parte en la famosa Rhetorica ad C. Herennivm de Cornifici, donde en su libro IV, al tratar la elocutio, explicitaba la conveniencia de los ejemplos o citas del mismo autor de la teoría. Lo que no impide, claro está, ni en el renacentismo ni en Lope la frecuente apelación a otros autores para apoyarse.

En este último sentido es admirable cómo Lope asimila y apropia teorías o tópicos ajenos al reflejo poético de su trayectoria vital. Dado, por ejemplo, a una expresión poética realística en muchos de sus pasos amorosos con Elena Osorio, cuando en su última estación vive el amor por Marta de Nevares acomodará a su discurrir el ideal platónico-ficiniano, en gran parte defendido en II libro del Cortegiano de Castiglione. Es un proceso lógico, de primavera a invierno, que incluso explica en su epistolario con el Duque de Sessa. Pero he aquí que en este su relativo invierno, cuando en las Rimas de Tomé de Burguillos va trazando un especial cancionero antipetrarquista con su amada Juana, lavandera del Manzanares, compone el soneto «Espíritus sanguíneos vaporosos…» que es toda una burla del extendido tópico de los «espíritus subtiles» nacidos con Cavalcanti y anidado en los tratados de amor neoplatónicos. De este modo, si, por un lado, se acoge al neoplatonismo, por otro, se burla de él, de un tópico que Garcilaso había empleado en el soneto «De aquella vista pura y excelente» y el propio Lope por voz del don Alonso de El Caballero de Olmedo.

Significa esta dualidad, entre las dualidades barrocas, que la poesía de Lope se mantiene dentro de una tensión cuyas contradicciones no merman la fuerte unidad que expresa su totalidad poética. La consecuencia es que, con las correlaciones e interdependencias de esa poesía, nos hallamos ante un corpus poético donde raramente aparece aquella satietas, aburrimiento o monotonía, frente a la que la época helenística proponía como ideal literario la variedad y contaminación. En la poesía de Petrarca, ya éste había acudido a la alternancia de formas métricas y de argumentos para quebrar la posible monotonía de su Canzoniere. En Lope, esta alternancia, variedad, corre con la naturalidad de ser expresión de un hombre cuya acción especialmente amorosa no le permitió mucho contacto con la satietas, tedio. Con lo que quiero apuntar la posibilidad de leer un cancionero petrarquista en la poesía de Lope, extraído de su totalidad, y donde sí ciertamente existiría el quebrantamiento de la amada única petrarquesca, encontraríamos una vigorosa e íntima poesía in morte de la amada, de Marta de Nevares, como la encerrada en el soneto «Resuelta en polvo ya, más siempre hermosa», o la que, por voz de Elisio, va descolgando en su égloga Amarilis, a cuya muerte siente que:

No quedó sin llorar pájaro en nido, pez en el agua ni en el monte fiera, flor que a su pie debiese haber nacido cuando fue de sus prados primavera; lloró cuanto es amor; hasta el olvido a amar volvió porque llorar pudiera; y es la locura de mi amor tan fuerte, que pienso que lloró también la muerte.

Los primeros versos líricos de Lope que se conocen aparecieron en 1585, dentro del Jardín espiritual de Pedro de Padilla. Por ese su vitalismo, en el que la poesía mucho más que ciencia es testimoniar la vida en palabra, Lope crea toda una trayectoria de herencia popular que son sus romances moriscos, por los que con los nombres de Gazul o Zaide canta y proclama sus amores con Zaida, Elena Osorio. Romances que corren como pregón de amores y que se hermanan a sonetos que irán avanzando argumentalmente conforme avanza su proceloso amor con Elena. Es toda una historia que luego, sin perder recuerdo, se continuará en otras historias con distinto nombre femenino hasta culminar en la luz y hermosura de Marta de Nevares.

Está enunciado que la vida se transforma, en Lope, en una personal creación literaria que es intensa parte de su acción de vivir. Pero acaece que su vivir amoroso se produce en acto poético, donde se descarga vitalmente, y es, a la vez, tema recurrente e incrementado a lo largo de su obra. Esto es: un hecho, una vivencia amorosa produce en Lope una respuesta poética inmediata (el soneto, por ejemplo, «Una dama se vende a quien la quiera», contra Elena), pero, a su vez, es una vivencia que se posa literariamente y que puede ir aflorando a lo largo de su trayectoria poética más o menos fundida con nuevas experiencias y la deformación que procura el recuerdo. Es el caso de la misma Elena Osorio, que se instaura en La Dorotea, donde se recupera lo que fue acto y es recuerdo, y donde Elena participa, con la deformación del tiempo, del encuentro de Lope con Marta de Nevares y de su lectura (literatura) del amor de Propercio por Cintia.

Este ser acto poético y motivo recurrente fortalece la unidad y coherencia del corpus lírico del poeta madrileño, que no se interrumpe por las contradicciones que ofrece, propias de su vida, y empujado por no pequeñas guerras y envidias literarias. Pero digamos pronto que su recuperación del pasado no participa de una melancolía o nostalgia del tiempo ido que le impida sentirse en nuevos actos. A veces, como en la evocación de Elena Osorio citada, casi parece tratarse de un recuperar por el recuerdo nuevas fuerzas para ser más acto poético y ofrecerlo como acción de vivir. Y en ocasiones es como desalojar de sí el recuerdo, entregándolo en palabra, para poder vivir la acción de su actualidad.

La palabra poética tiene así en Lope un mucho de razón de olvido, y de saber que por ella está alcanzando el ser en la memoria de los siglos, como expresará en su soneto «A la muerte»:

La muerte para aquél será terrible

con cuya vida acaba su memoria…

Este soneto es una de las escasas composiciones del poeta que tienen como argumento la muerte o el pasar del tiempo. Es casi una excepción, frente a la frecuente y profunda detención de Quevedo en el pasar de la vida camino de la muerte. Es lógico en su proceso vital. La entrega al presente, a la acción de vivir de Lope, hará que esta acción continua le impida la detención en el pensamiento de la muerte, en una nueva y personal conjugación del virtù vince fortuna renacentista. Por ello en Lope apenas si hay poemas detenidos en la muerte o en el pasar del tiempo o detenidos en túmulos y ruinas, cuando tanto se prodigaban. Y por ello sorprende menos que en 1634, rozando ya la despedida de su invierno, recupere su lejano seudónimo para conjuntar las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos que nos presentan un Lope lleno de humor, de vitalismo, de acción de vivir, con alguna excepción de hondo contraste, escrita «en seso», como el citado soneto a la muerte de Marta de Nevares.

A. P.

domingo, 10 de enero de 2021

Diario de una resurrección. (Fragmento). Luis Rosales.



Diario de una resurrección es un libro esencial en la obra del autor. En él

combina de manera personalísima, y con una capacidad única los contenidos

existenciales con los experimentales para lograr uno de los grandes libros de

amor de la poesía española del siglo XX.

Luis Rosales

Diario de una resurrección

ePub r1.0

Titivillus 12.01.2019

Luis Rosales, 1979

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.0

ADVERTENCIAS AL LECTOR

— Las frases entrecomilladas en el texto son citas de distintos autores:

Salinas, Altolaguirre, Gerardo Diego…

— El título de la parte I, ESTO QUE ES OBEDIENCIA YO QUISIERA

QUE FUESE OFRECIMIENTO, es el arranque de un soneto de Quevedo.

— El título de la parte II, MI ESPERANZA TE HA HECHO TAL

COMO ERES CADA DÍA, es un verso de Leopoldo Panero.

— El título del poema «Un puñado de pájaros», lo vi en una pintada en la

esquina de la calle Tutor, que decía: Un puñado de pájaros contra la gran

costumbre. Es la única pintada que ha hermoseado la ciudad.

¡Tú, tú, tú, mi incesante

Primavera profunda,

Mi río de verdor

Agudo y aventura!

¡Tú, ventana a lo diáfano:

Desenlace de aurora,

Modelación del día:

Mediodía en su rosa,

Tranquilidad de lumbre:

Siesta del horizonte,

Lumbres en lucha y coro:

Poniente contra noche,

Constelación de campo,

Fabulosa, precisa,

Trémula hermosamente,

Universal y mía!

JORGE GUILLÉN

I

ESTO QUE ES OBEDIENCIA YO QUISIERA QUE

FUESE OFRECIMIENTO

PALABRAS PARA ALGO MÁS QUE UN DOLOR

TAL VEZ SÓLO ES POSIBLE QUE PODAMOS AMARNOS

MIENTRAS QUE DURA UN BESO

O si se quiere una ardentía

que, poco más o menos, es una lástima de incendio,

quizá una lágrima de incendio,

y no puede vivir sino acabándose,

como la duración de una palabra sólo nos dice su verdad cuando está

terminada

y deja su memoria en el oído.

Tal vez tengo un cansancio dirimente

y he llegado hasta ti como el náufrago si le empujan las olas puede

llegar hasta la playa,

y he comenzado a andar con unos pasos tartamudos

hasta quedar extenuado,

y esto es ya como ver la espalda al día,

esto ya no es amar sino caer,

seguir cayendo sobre tu cuerpo como la noche cae en el mundo,

mientras siento crujir mis huesos y mis besos.


TAL VEZ ES CIERTO Y SIN EMBARGO ES TRISTE

que nuestro amor sólo puede durar mientras que dure un beso,

pero al besarte el tiempo se establece,

y tu cuerpo comienza a ser una pregunta,

cada una de tus manos tiene su gesto propio,

y el mirar de tus ojos empieza a conjugarse en voz pasiva.

Así me voy llenando de música y de tiempo,

y la música es sed,

y la sed es tan corta que tiene que nacer continuamente

como nacen mis ojos cuando el vestido empieza a resbalar sobre tus

caderas

y aparecen tus hombros soleados,

tu momentánea piel,

y tu cuello de miel agonizante,

y tu cintura que es de agua,

y recorro, una vez y otra vez, el corto territorio de tu vientre,

con un mirar infinitesimal,

con un encendimiento que cada vez se hace mayor

y que al fin se convierte en bautismo

sobre un pecho pequeño que cabe en un dedal

y unas rodillas fuertes y despiertísimas que alguna vez como las

nubes tienden a separarse,

y las manos te nacen de repente igual que brota un manantial,

y las caricias vienen del origen del mundo,

ya que cuando se ama

todo el cuerpo termina siendo labio.


Y NO PUEDO OLVIDAR QUE ESTO ES UN PREMIO,

amiga mía,

un premio que me han dado para identificarme con la nieve,

mientras te miro

y se borra poco a poco tu rostro como se empañan los cristales

pues estoy atendiendo a otro diálogo,

y este diálogo es una lágrima que tengo ya en el ojo,

puesta a punto

y nunca acaba de caer,

y se va convirtiendo en araña,

y siento su temblor,

su velludo temblor parpadeándome,

y es un poco de miedo

o una embolia

que toca con su hielo esta vida que es mía

y la contabiliza, hora tras hora, como se cierra un inventario.

Y esto no es doloroso,

amiga mía,

esto es así,

como una mano que te agarra por dentro

pensando en que la carne se encienda sin arder,

y la demora se convierta en culpa

y el beso que te doy deje de ser una caricia

y sea más bien una pregunta,

esa pregunta destituyente

que no me atrevo a hacer sino en tu boca,

pues todo lo que soy depende de ella,

depende de saber que nuestro amor pudo resucitarnos

—ésta fue su misión y la ha cumplido—

pero

sólo puede durar

mientras que dure un beso.

2 de agosto de 1976


LA ABSOLUCIÓN

«SI TÚ ME LO PIDIERAS»,

si tú me lo pidieras cuando llega esa hora

en que la vida empieza a hacer preguntas sin respuesta,

como se hace un raspado de matriz

o se pone en las venas una inyección de aire;

y después,

pero inmediatamente,

oyeses algo más terminante aún:

Una respuesta sin pregunta;

y el viento caminara con muletas,

y el mar dejase a nuestras plantas

sus indefensas olas de puntos suspensivos,

y todo ese mañana que hemos vivido juntos

se hiciera sibilante y disimilador

como las ruedas de un tren chirrían cuando se pone en movimiento,

y la rosa de un solo pétalo se convirtiera en una serpiente coral,

que levantara su cabeza,

lela y bamboleándola,

de tu cuerpo a mi cuerpo

como se cierra una interrogación.


ESTO PUEDE OCURRIR,

esto puede ocurrir a cualquier hora,

no me digas que no, quizá va a acontecer

mañana o esta noche

mientras las ramas y las hojas caen,

las hojas y las horas,

y se quedan suspensas en el aire como se borra en la memoria una

advertencia inútil,

pues

de algún modo,

amiga mía,

ese asombro que siento junto a ti

ya no es vivir sino velar tu cuerpo.


Y SIN EMBARGO, SI TÚ ME LO PIDIERAS,

si tú me lo pidieras aunque ya fuese al despedirte,

si

yo

pudiese oírlo,

aunque fuera una sola vez,

tal vez sería posible que la carne agrietada se volviera a juntar como

se juntan en el labio unas palabras de perdón,

y la vida ya no sería un gurruño,

y el cuerpo que aún me queda sonaría,

comenzaría a recuperarse como un río se evapora,

y se convierte en un temblor dialogado y concéntrico

sobre la piel tirante de tu vientre

cuando llega esa hora en que la absolución es algo más que una

palabra,

cuando llega esa hora

en que despierta al fin el jardín de los pájaros,

y siento que sus alas me golpean en el rostro

buscando la salida y hallando la alegría,

y el cuerpo se hace música,

música tiritante,

una vez

y otra vez,

con su empujón de lluvia y de violetas húmedas,

hasta sentirme tuyo,

hasta nacerme,

ya

que

si tú me lo pidieras,

no sé cómo,

pero si tú me lo pidieras,

en ese instante mismo nacería.

4 de agosto de 1976


ALGUNAS RELACIONES ENTRE EL DINERO Y EL

FRÍO

A Jaime Delgado

EL DINERO SE PAGA,

hay personas que tienen millones como hay ballenas que tienen tos

porque nunca salieron del Polo,

y son sietemesinas a la chita callando,

y no saben qué hacer con el dinero,

y no saben qué hacer con el frío,

pues el dinero es acromegálico

y a veces hace crecer tanto

que se han visto ballenas que son mayores que una ciudad,

ballenas millonarias,

que no dejan dormir a nadie con su sola respiración en diez

kilómetros a la redonda,

y esto es lo grave

ya que los marineros suelen decir que quien las oye respirar por la

mañana queda cesante un año,

y quien las oye respirar por la noche

se queda tramitado y ya no vuelve a recobrar el uso de ser hombre.


EL DINERO SÓLO ES DINERO CUANDO SE GASTA,

dicen los libros y los niños,

y este principio puede vacunarnos

ya que el dinero acumulado suele tener consecuencias muy

perniciosas:

distancia al hombre de sí mismo,

le da el poder incomunicativo de expresar su agradecimiento con un

cheque,

le entumece los pies alucinándolo,

y en esto se parecen el dinero y el frío.

Tendríamos que aprenderlo para hacer palmas con las orejas,

ya que el dinero, como si fuera un espejismo,

que no lo es,

todo lo hace posible,

todo lo hace posible y al mismo tiempo sucedáneo,

y tiene tanta fuerza que puede trasladar un monte o destruir una

ciudad,

pero no puede dar una alegría,

sólo brinda satisfacciones,

satisfacciones retaceadas, pluscuamperfectas, convergentes,

que año tras año

dejan su anonimato sobre el rostro

igual que la sonrisa se congela en la boca del muerto.


EL DINERO HA PERDIDO LA INOCENCIA,

si es que la tuvo alguna vez,

por tanto,

cuando llega el momento en que una hora vale más que una vida,

sólo debe importarte

distinguir claramente entre tener satisfacciones y tener alegrías,

ésta es la clave del vivir,

no hay otra,

puesto que el alquiler de las ballenas suele durar un año,

el alquiler de las mujeres suele durar dos meses

y el alquiler de los políticos suele durar el tiempo que se tarda en

hacer una firma.

Y es cierto,

desde luego,

y contraproducente,

que la riqueza nos convence de todo, pues tiene arcángeles

reumáticos

que pueden conseguirnos hasta las olas en que el año pasado nos

bañamos,

además

es idólatra

y crea de vez en cuando un nuevo Dios que no nos sirve para nada,

pues no basta hacer dioses, es necesario creer en ellos,

y la facilidad es descreída,

no lo olvides,

ya que nos dice la experiencia que quien consigue cuanto quiere,

suele tener un aborto de corazón,

y le sobra la vida,

y ya no sabe lo que hacer con ella.


DICEN LOS DIPUTADOS QUE LOS MUERTOS TIENEN

CONVERSACIONES ADMIRABLES;

las ballenas se convierten en islas;

hay olivos, hormigas, enfermedades súbitas,

libros que se han escrito en pie,

pueblos desmoronándose

y cantantes,

demasiados cantantes que siempre están protestando de algo.

Sí,

es cierto,

ya sabemos que hay cosas muy distintas:

dividendos,

gobiernos insepultos sobre todo en España,

castraciones,

desperdicios y esperanza de mejorar,

amores transitivos e intransitivos,

y besos que se dan a noventa días como letras de cambio

donde no se tramita la saliva,

y siempre son el mismo beso hereditario,

la misma ruina tenacísima

y desde luego el mismo frío aglutinado y uniforme

que llega hasta nosotros desde los cuatro puntos cardinales.

Y es curioso observar que con el frío,

llega también un día

en que es preciso que vayamos al Banco para pedir prestada una

peseta

y entonces cae sobre nosotros lo que algunos filósofos llaman la

nevada del pobre

y buscamos el Banco entre la lluvia y la nevisca a la buena de Dios,

y empezamos a andar cada vez más atónitos,

más ateridos,

y cuando arrecia la tormenta

queremos esperar pero no queda tiempo,

queremos resguardarnos pero no quedan árboles

porque algún industrial ha convertido el bosque en palillos de dientes,

y cada vez está más claro que en torno nuestro

sólo hay nieve,

nieve caída y manufacturada,

nieve monosilábica y cayendo,

y seguimos andando durante toda nuestra vida para encontrar el

Banco,

pero andamos cada vez con más frío,

con más impedimento y poquedad,

y al fin tropiezas en tus pies,

y caes,

y vuelves a caer

hasta que ya no puedes levantarte,

y te quedas quietecito y sabiendo

que la nieve interior es más fría que la nieve exterior,

y en torno tuyo la soledad se convierte en un crimen,

y todo es cielo y una sola nube,

y todo es nieve y una misma nieve

cuando ya el cuerpo te amortaja y te viste de muerto,

y al contraerte tienes un vómito que se hiela al contacto del aire

y se queda colgando, como una barba amarillenta, sobre el rostro,

y comprendes que ya no puede sucederte nada

pues has llegado al éxtasis y sólo vives para ti,

el cuerpo ha decretado tu expulsión,

y te rellena,

pero de afuera a adentro

mientras la vida se repliega, se sume, par

pa

dea

hasta que sólo queda en ti una oscura conciencia prenatal,

y comprendes que has muerto porque empiezas a ser feliz,

y la nieve va cubriéndote el rostro. …

y es tan dulce mirar sin ver la luz…

y es tan dulce no sentir en el cuerpo ni siquiera el latir del corazón…

no saber dónde cantan los pájaros…

porque tú ya no escuchas,

y te quedas al fin deshabitado,

y en esto se parecen el dinero y el frío.

25-26 de agosto de 1976


ESTA LENTA ESCISIÓN DE LA CARNE Y EL

CUERPO

NO ES EL CUERPO, ES LA CARNE LO QUE SIENTO,

la carne silenciosa y sucedida

que me empieza a dictar su propia vida

y me lega mi cuerpo en testamento.

4 de agosto de 1978


EL ANDAMIO

TE HE DICHO INNUMERABLES VECES QUE NOSOTROS NO

SOMOS ÚNICOS

ni mucho menos,

por diversas razones, entre otras

porque nunca quisimos disfrazarnos de amantes,

y además no tenemos esos ojos que se asemejan a una pantalla,

en la cual

todos cuantos se miran sienten su conversión;

quiero decir,

que por el hecho de mirarnos

se convierten sin más ni más en televidentes,

y empiezan a vivir,

paralíticos y necrosándose,

en la televisión de la mirada.

No es eso, por supuesto,

y nadie va a pedirnos cuentas de nuestra alegre podredumbre,

ya que no nos ha sido necesario llevar un tren en el bolsillo,

ni queremos que todas las semanas llegue la primavera,

ni hemos juzgado a nadie,

y cuando hablamos con amigos nunca estamos inquietos

como anguilas escurridizas

esperando la menor ocasión para hacer la del humo.


MUCHAS COSAS NOS HACEN DIFERENTES,

es cierto,

pero no somos únicos,

ni nos hemos sentido culpables,

ni siquiera llevamos una escafandra sobre el sexo

para hacer el amor sin ahogos;

y por si todos estos razonamientos fueran inútiles,

que lo son,

puesto que hay que contar con la inutilidad de casi todo lo que

hacemos,

fuerza es reconocer

que no tenemos lepra ministerial,

ni hemos sido tan ordenados

que pudiéramos anunciar nuestra defunción en la tarjeta de visita,

ni llevamos una hormiga en la lengua que nos haga reír a la hora

justa.

Y tú sabes que en esto estriba nuestra suerte,

nuestra corriente alterna,

ya que somos mortales y vivimos la limosna diaria

y contamos los años por latidos y somos

laminaciones de estupor,

ceniza indivisible y volandera

pero ¡qué importa esto!

qué nos importa lo que pueda venir si la mentira es una prórroga,

y nosotros no queremos mentir,

no nos queremos prorrogar,

no lo necesitamos para ser contumaces como dos seres que se aman,

como dos tartamudos que se apoyan para encontrar su identificación

en una sola sílaba,

en una sola huella

o en una sola lágrima

que se va desplazando entre nosotros hasta que se convierte en una

lágrima dialogada,

mientras se juntan nuestros labios

con esa lenta espontaneidad con que se van uniendo los bordes de una

herida,

y nuestros corazones suben una vez más,

con esfuerzo testarudo y discípulo,

un amor

o un andamio,

un andamio de huesos que nos lleva a esa altura donde la mesa se

hace pan

y todo queda vinculado,

mientras sigues subiendo como puedes

un amor compartido

o un andamio,

ese andamio de juntura y perdón en que consiste la alegría.

3 de agosto de 1976


¿EN DÓNDE EMPIEZA NUESTRA SOMBRA?

SABES QUE LLEGA UN DÍA EN QUE EL SUELO QUE PISAS

SE CONVIERTE EN PARED,

ésta es la gran lección

y la medianería que separa los muertos de los vivos;

los extremos se tocan,

no podemos salir de su contigitidad,

más tarde o más temprano

en cada orilla queda un muerto nuestro.

14 de agosto de 1978


LA ESPERA FORMA PARTE DE LA ALEGRÍA

CUANDO VUELVAS

mis ojos estarán extenuados

como sí en estos meses dejativos y transeúntes

nunca hubieran dejado de andar para mirarte.

La ausencia pesa tanto que es preciso convertirla en espera,

apaciguarla

igual que se hace un torniquete sobre el brazo para evitar la pérdida

de sangre;

y ahora quiero decir

que en cada uno de los sitios en donde nos citamos

la esperanza de verte tiene un nivel distinto,

cada lugar tiene su profecía,

éste es el rito de la espera.

Dicen, amiga mía, «que el humo sabe adónde va»,

y por lo tanto en esta hora sólo tengo que hacer un sustraendo,

una ligera operación mental,

y recordar los ruiseñores absolutos,

las sombras disponibles,

los membrillos,

las llagas,

y así he llegado hasta tu calle,

y ahora me encuentro ante tu puerta

para quedarme quieto, sin llamar, porque la dilación forma parte de la

alegría,

y sé que el corazón hay que reunirlo poco a poco,

hay que reunirlo prematuramente

para poder tenerlo junto en el momento necesario.


LA PUERTA ES UN ESPEJO QUE SE MUEVE

y al acercarme

pesa tanto la mano que no la puedo levantar para tocar el timbre,

no llego hasta esa altura,

hay días en que la muerte está tan cerca que no se puede alzar la

mano;

y a causa de ello

he iniciado el retorno

para seguir callejeando sólo un momento más,

sólo un momento,

detenido,

igual que el agua fría se bebe sorbo a sorbo,

o también

como a veces se detiene el orgasmo,

cuando la dicha es tan intensa que no queremos que se agote,

y volver a empezar se parece a morir.


LOS AMIGOS ME DICEN QUE CUANDO ESTÁS EN LA PLAYA

BAÑÁNDOTE LAS NUBES SE ADELANTAN A LAS OLAS,

y yo estoy solo ante tu casa

tratando de vivir este momento previo,

y salgo a la avenida

en donde todos los portales tienen el mismo número igual que las

arterias tienen la misma sangre,

y las casas sienten de tal manera su vecindad que abandonan la acera

y tienden a acercarse como las letras de una sílaba,

y todas las ventanas comienzan a cerrarse,

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que acabar este paseo

y demorar los pasos y los ojos hasta entrar en el cine

cumpliendo un rito de purificación,

ya

que

lo cierto es como un parto,

y al entrar en la sala te adentras en la sombra,

y en el silencio escuchas la sangre dialogada,

y sientes un calor primigenio y anónimo que te taladra con una

especie de rubor corporal,

¿no has observado que al sentarte en el cine te inmovilizas y tardas

mucho tiempo en atreverte a mirar hacia tus compañeros de

butaca por temor a encontrarlos desnudos?

y desnudos están,

configurándose,

en la antesala del vivir,

y si entonces les tocaras los ojos tocarías la esperanza.

Esto pudiera sucederme

ahora,

si no salgo a la calle para desplacentarme,

—tengo que hacerlo pronto—

y al salir estoy viendo que los políticos de izquierdas hablan

siempre del pueblo,

y los políticos de derechas hablan siempre de España,

¡qué difícil es hablar sin mentir!

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que alargar este paseo,

y tú estarás ahora con el cuerpo dormido bajo el sol,

mientras las casas convecinas,

las casas que tantas veces vimos juntos,

continúan acercándose y estrechando la calle,

estrechando la calle para hacerla más íntima y más tuya

igual que las paredes de la alcoba,

cuando llega la noche,

se empiezan a abrazar para darnos facilidades.


ASÍ LLEGO HASTA EL BAR QUE ESTÁ VACÍO,

pero lleno de huellas,

como queda la tierra coceada donde hubo una estampida.

Ayer quizá fue día de fiesta,

y el inmenso salón me recuerda una playa

en cuyo extremo hay un sofá de terciopelo rojo,

y en el extremo del sofá está sentada una pareja

que ha venido al café para esperar;

y ambos se esperan aunque están mirándose,

pues algo de ellos no ha llegado aún,

y ambos tienen una misma desolación

que les está neutralizando

como si se tuvieran que suicidar ahora para hacer el amor a la salida.

(Hay personas así, que tienen el amor despavorido

y el miedo no les da nunca cesantía).

Y yo fui acostumbrándome a este bar

en donde veo dos gatos que se están generalizando

—la cafetera lagrimeante, el anaquel, la tortilla difunta—

y una mujer muy rubia que como no tiene nada que hacer deposita su

rostro en el espejo,

y otra mujer muy cierta que entra ahora, se sienta junto a mí y está

moreneando,

mientras que los amantes venideros,

los amantes que deshabitan el sofá se empiezan a tocar de una manera

exánime,

y siento que el reloj es un goteo de sangre en la muñeca,

y el tiempo se hace un grito,

y me bebo de un sorbo el café solo,

y la sangre se mueve por mis venas con ese miedo líquido de la

felicidad

cuando salgo a la calle

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que alargar este paseo

y siento ya bajo la lengua la miel anticipada

como un interruptor que apaga el mundo

todavía no, mi amor, espera un poco

y comienza a entreabrirse una puerta,

todavía no, mi vida,

y tú estás encuadrada en el dintel,

espera un poco

y al fin puedo mirarte para seguir creyendo en lo que veo.

5 y 6 de agosto de 1976


NADIE ES PROFETA EN SU ESPEJO

DIME, ¿SIENTES AÚN LA ANTIGUA HERIDA

cuando el amor te baña en su oleaje

y el beso es luz como el amor es traje

y el labio es sed como la noche es vida?

Dime que sí, que sí, como me dices

que no con la tristeza arrinconada

cuando ya el beso se convierte en nada

en los mártires labios aprendices.

Tú, mi instantaneidad, mi únicamente,

la lluvia que vino a vivir conmigo,

trigo es mi voz cuando te nombra, trigo,

puente es mi cuerpo al abrazarte, puente.

Tú, mi diaria eternidad primera,

la noche que se junta con el día

cuando cruje en la carne la alegría

y a la puerta del cuarto el mar espera,

y el espejo es un agua tiritando,

y el agua sube lentamente un monte,

donde tu cuerpo llena el horizonte

y veo lo mismo en lo que estoy soñando.

7 de agosto de 1976


GUARDO LUTO POR ALGUIEN A QUIEN NO HE

CONOCIDO

COMO LA AUSENCIA EN UN CRISTAL QUE NO SE EMPAÑA

estoy viendo tus ojos cuando cierro los míos.

Vienen desde el dolor

y continúan mirándome igual que siempre me miraron:

desde lo abierto de la herida,

y tienen un color de tabaco quemándose,

de tabaco con miedo,

y ahora estoy recordando que los vi de repente entreabrirse como se

abre una grieta en la tierra.

Parecían una sala de hospital,

una sala vacía,

y me miraban ya con ese mandamiento que es igual que una esponja,

una esponja que ha enjugado el dolor muchas veces,

deletreándolo,

para que sus distintos elementos no vuelvan a reunirse,

y ya nada en la vida nos pueda doler junto.

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FILOSOFÍA Y LITERATURA

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