jueves, 14 de enero de 2021

ANTOLOGÍA POÉTICA. LOPE DE VEGA. JOSÉ MANUEL BLECUA.

 



En esta publicación, prologada y anotada, por José Manuel Blecua, se recogen varios poemas de Lope de Vega, entre los que se encuentra una selección de Rimas de carácter amoroso y otras de carácter sacro.

Se añade a estos algunos poemas y sonetos de «La Filomena, La Circe» y las «Rimas de Tomé de Burguillos».

 

Lope de Vega

Antología poética

PRELIMINAR

El Corpus poético de Lope de Vega, extenso e intenso, se constituye medularmente como una historia personal que lo refleja en todas sus inquietudes. Tan fuerte es, que a veces se extiende por entre su amplitud teatral y a veces se nutre de lo que un personaje suyo dijo para decírselo a su amada como acaece con el conocido soneto «Ya no quiero más bien que sólo amaros», que de la comedia Los comendadores de Córdoba pasa a los oídos enamorados de Camila Lucinda. La transmisión sucede por lo que el personaje teatral de Lope participa de su propia experiencia vital, y, más importante, por lo que la poesía de Lope es reflejo de su experiencia, pero también de lo que desea experimentar. Esta doble vertiente: reflejar una experiencia y ser enunciado de lo que experimentará cohesiona la poesía de Lope dentro de una vital unidad de fuertes interrelaciones.

Se comprende que en esta unidad poética que ofrece la totalidad textual de Lope sea frecuente, directa o indirectamente, la autocita de sí mismo, poniéndose a veces como ejemplo de lo que predica. Es natural en él y es también seguir una práctica renacentista, desde Petrarca, alimentada en parte en la famosa Rhetorica ad C. Herennivm de Cornifici, donde en su libro IV, al tratar la elocutio, explicitaba la conveniencia de los ejemplos o citas del mismo autor de la teoría. Lo que no impide, claro está, ni en el renacentismo ni en Lope la frecuente apelación a otros autores para apoyarse.

En este último sentido es admirable cómo Lope asimila y apropia teorías o tópicos ajenos al reflejo poético de su trayectoria vital. Dado, por ejemplo, a una expresión poética realística en muchos de sus pasos amorosos con Elena Osorio, cuando en su última estación vive el amor por Marta de Nevares acomodará a su discurrir el ideal platónico-ficiniano, en gran parte defendido en II libro del Cortegiano de Castiglione. Es un proceso lógico, de primavera a invierno, que incluso explica en su epistolario con el Duque de Sessa. Pero he aquí que en este su relativo invierno, cuando en las Rimas de Tomé de Burguillos va trazando un especial cancionero antipetrarquista con su amada Juana, lavandera del Manzanares, compone el soneto «Espíritus sanguíneos vaporosos…» que es toda una burla del extendido tópico de los «espíritus subtiles» nacidos con Cavalcanti y anidado en los tratados de amor neoplatónicos. De este modo, si, por un lado, se acoge al neoplatonismo, por otro, se burla de él, de un tópico que Garcilaso había empleado en el soneto «De aquella vista pura y excelente» y el propio Lope por voz del don Alonso de El Caballero de Olmedo.

Significa esta dualidad, entre las dualidades barrocas, que la poesía de Lope se mantiene dentro de una tensión cuyas contradicciones no merman la fuerte unidad que expresa su totalidad poética. La consecuencia es que, con las correlaciones e interdependencias de esa poesía, nos hallamos ante un corpus poético donde raramente aparece aquella satietas, aburrimiento o monotonía, frente a la que la época helenística proponía como ideal literario la variedad y contaminación. En la poesía de Petrarca, ya éste había acudido a la alternancia de formas métricas y de argumentos para quebrar la posible monotonía de su Canzoniere. En Lope, esta alternancia, variedad, corre con la naturalidad de ser expresión de un hombre cuya acción especialmente amorosa no le permitió mucho contacto con la satietas, tedio. Con lo que quiero apuntar la posibilidad de leer un cancionero petrarquista en la poesía de Lope, extraído de su totalidad, y donde sí ciertamente existiría el quebrantamiento de la amada única petrarquesca, encontraríamos una vigorosa e íntima poesía in morte de la amada, de Marta de Nevares, como la encerrada en el soneto «Resuelta en polvo ya, más siempre hermosa», o la que, por voz de Elisio, va descolgando en su égloga Amarilis, a cuya muerte siente que:

No quedó sin llorar pájaro en nido, pez en el agua ni en el monte fiera, flor que a su pie debiese haber nacido cuando fue de sus prados primavera; lloró cuanto es amor; hasta el olvido a amar volvió porque llorar pudiera; y es la locura de mi amor tan fuerte, que pienso que lloró también la muerte.

Los primeros versos líricos de Lope que se conocen aparecieron en 1585, dentro del Jardín espiritual de Pedro de Padilla. Por ese su vitalismo, en el que la poesía mucho más que ciencia es testimoniar la vida en palabra, Lope crea toda una trayectoria de herencia popular que son sus romances moriscos, por los que con los nombres de Gazul o Zaide canta y proclama sus amores con Zaida, Elena Osorio. Romances que corren como pregón de amores y que se hermanan a sonetos que irán avanzando argumentalmente conforme avanza su proceloso amor con Elena. Es toda una historia que luego, sin perder recuerdo, se continuará en otras historias con distinto nombre femenino hasta culminar en la luz y hermosura de Marta de Nevares.

Está enunciado que la vida se transforma, en Lope, en una personal creación literaria que es intensa parte de su acción de vivir. Pero acaece que su vivir amoroso se produce en acto poético, donde se descarga vitalmente, y es, a la vez, tema recurrente e incrementado a lo largo de su obra. Esto es: un hecho, una vivencia amorosa produce en Lope una respuesta poética inmediata (el soneto, por ejemplo, «Una dama se vende a quien la quiera», contra Elena), pero, a su vez, es una vivencia que se posa literariamente y que puede ir aflorando a lo largo de su trayectoria poética más o menos fundida con nuevas experiencias y la deformación que procura el recuerdo. Es el caso de la misma Elena Osorio, que se instaura en La Dorotea, donde se recupera lo que fue acto y es recuerdo, y donde Elena participa, con la deformación del tiempo, del encuentro de Lope con Marta de Nevares y de su lectura (literatura) del amor de Propercio por Cintia.

Este ser acto poético y motivo recurrente fortalece la unidad y coherencia del corpus lírico del poeta madrileño, que no se interrumpe por las contradicciones que ofrece, propias de su vida, y empujado por no pequeñas guerras y envidias literarias. Pero digamos pronto que su recuperación del pasado no participa de una melancolía o nostalgia del tiempo ido que le impida sentirse en nuevos actos. A veces, como en la evocación de Elena Osorio citada, casi parece tratarse de un recuperar por el recuerdo nuevas fuerzas para ser más acto poético y ofrecerlo como acción de vivir. Y en ocasiones es como desalojar de sí el recuerdo, entregándolo en palabra, para poder vivir la acción de su actualidad.

La palabra poética tiene así en Lope un mucho de razón de olvido, y de saber que por ella está alcanzando el ser en la memoria de los siglos, como expresará en su soneto «A la muerte»:

La muerte para aquél será terrible

con cuya vida acaba su memoria…

Este soneto es una de las escasas composiciones del poeta que tienen como argumento la muerte o el pasar del tiempo. Es casi una excepción, frente a la frecuente y profunda detención de Quevedo en el pasar de la vida camino de la muerte. Es lógico en su proceso vital. La entrega al presente, a la acción de vivir de Lope, hará que esta acción continua le impida la detención en el pensamiento de la muerte, en una nueva y personal conjugación del virtù vince fortuna renacentista. Por ello en Lope apenas si hay poemas detenidos en la muerte o en el pasar del tiempo o detenidos en túmulos y ruinas, cuando tanto se prodigaban. Y por ello sorprende menos que en 1634, rozando ya la despedida de su invierno, recupere su lejano seudónimo para conjuntar las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos que nos presentan un Lope lleno de humor, de vitalismo, de acción de vivir, con alguna excepción de hondo contraste, escrita «en seso», como el citado soneto a la muerte de Marta de Nevares.

A. P.

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