En
esta publicación, prologada y anotada, por José Manuel Blecua, se recogen
varios poemas de Lope de Vega, entre los que se encuentra una selección de
Rimas de carácter amoroso y otras de carácter sacro.
Se añade a estos
algunos poemas y sonetos de «La Filomena, La Circe» y las «Rimas de Tomé de
Burguillos».
Lope
de Vega
Antología
poética
El
Corpus poético de Lope de Vega, extenso e intenso, se constituye medularmente
como una historia personal que lo refleja en todas sus inquietudes. Tan fuerte
es, que a veces se extiende por entre su amplitud teatral y a veces se nutre de
lo que un personaje suyo dijo para decírselo a su amada como acaece con el
conocido soneto «Ya no quiero más bien que sólo amaros», que de la comedia Los comendadores de Córdoba pasa a los oídos enamorados de
Camila Lucinda. La transmisión sucede por lo que el personaje teatral de Lope
participa de su propia experiencia vital, y, más importante, por lo que la
poesía de Lope es reflejo de su experiencia, pero también de lo que desea
experimentar. Esta doble vertiente: reflejar una experiencia y ser enunciado de
lo que experimentará cohesiona la poesía de Lope dentro de una vital unidad de
fuertes interrelaciones.
Se
comprende que en esta unidad poética que ofrece la totalidad textual de Lope
sea frecuente, directa o indirectamente, la autocita de sí mismo, poniéndose a
veces como ejemplo de lo que predica. Es natural en él y es también
seguir una práctica renacentista, desde Petrarca, alimentada en parte en la
famosa Rhetorica ad C. Herennivm de Cornifici, donde en su libro IV,
al tratar la elocutio, explicitaba la conveniencia de los ejemplos o citas del
mismo autor de la teoría. Lo que no impide, claro está, ni en el renacentismo
ni en Lope la frecuente apelación a otros autores para apoyarse.
En
este último sentido es admirable cómo Lope asimila y apropia teorías o tópicos
ajenos al reflejo poético de su trayectoria vital. Dado, por ejemplo, a una
expresión poética realística en muchos de sus pasos amorosos con Elena Osorio,
cuando en su última estación vive el amor por Marta de Nevares acomodará a su
discurrir el ideal platónico-ficiniano, en gran parte defendido en II libro del Cortegiano de Castiglione. Es un proceso
lógico, de primavera a invierno, que incluso explica en su epistolario con el
Duque de Sessa. Pero he aquí que en este su relativo invierno, cuando en las Rimas de Tomé de Burguillos va trazando un especial
cancionero antipetrarquista con su amada Juana, lavandera del Manzanares,
compone el soneto «Espíritus sanguíneos vaporosos…» que es toda una burla del
extendido tópico de los «espíritus subtiles» nacidos con Cavalcanti y anidado
en los tratados de amor neoplatónicos. De este modo, si, por un lado, se acoge
al neoplatonismo, por otro, se burla de él, de un tópico que Garcilaso había
empleado en el soneto «De aquella vista pura y excelente» y el propio Lope por
voz del don Alonso de El Caballero de Olmedo.
Significa
esta dualidad, entre las dualidades barrocas, que la poesía de Lope se mantiene
dentro de una tensión cuyas contradicciones no merman la fuerte unidad que
expresa su totalidad poética. La consecuencia es que, con las correlaciones e
interdependencias de esa poesía, nos hallamos ante un corpus
poético donde raramente aparece aquella satietas, aburrimiento o
monotonía, frente a la que la época helenística proponía como ideal literario
la variedad y contaminación. En la poesía de Petrarca, ya éste había acudido a
la alternancia de formas métricas y de argumentos para quebrar la posible
monotonía de su Canzoniere. En Lope, esta
alternancia, variedad, corre con la naturalidad de ser expresión de un hombre
cuya acción especialmente amorosa no le permitió mucho contacto con la satietas,
tedio. Con lo que quiero apuntar la posibilidad de leer un cancionero petrarquista
en la poesía de Lope, extraído de su totalidad, y donde sí ciertamente
existiría el quebrantamiento de la amada única petrarquesca, encontraríamos una
vigorosa e íntima poesía in morte de la amada, de Marta de Nevares, como la
encerrada en el soneto «Resuelta en polvo ya, más siempre hermosa», o la que,
por voz de Elisio, va descolgando en su égloga Amarilis, a cuya muerte siente
que:
No
quedó sin llorar pájaro en nido, pez en el agua ni en el monte fiera, flor que
a su pie debiese haber nacido cuando fue de sus prados primavera; lloró cuanto
es amor; hasta el olvido a amar volvió porque llorar pudiera; y es la locura de
mi amor tan fuerte, que pienso que lloró también la muerte.
Los
primeros versos líricos de Lope que se conocen aparecieron en 1585, dentro del Jardín espiritual de Pedro de Padilla. Por ese
su vitalismo, en el que la poesía mucho más que ciencia es testimoniar la vida
en palabra, Lope crea toda una trayectoria de herencia popular que son sus
romances moriscos, por los que con los nombres de Gazul o Zaide canta y
proclama sus amores con Zaida, Elena Osorio. Romances que corren como pregón de
amores y que se hermanan a sonetos que irán avanzando argumentalmente conforme
avanza su proceloso amor con Elena. Es toda una historia que luego, sin perder
recuerdo, se continuará en otras historias con distinto nombre femenino hasta
culminar en la luz y hermosura de Marta de Nevares.
Está
enunciado que la vida se transforma, en Lope, en una personal creación
literaria que es intensa parte de su acción de vivir. Pero acaece que su vivir
amoroso se produce en acto poético, donde se descarga vitalmente, y es, a la
vez, tema recurrente e incrementado a lo largo de su obra. Esto es: un hecho,
una vivencia amorosa produce en Lope una respuesta poética inmediata (el
soneto, por ejemplo, «Una dama se vende a quien la quiera», contra Elena),
pero, a su vez, es una vivencia que se posa literariamente y que puede ir
aflorando a lo largo de su trayectoria poética más o menos fundida con nuevas
experiencias y la deformación que procura el recuerdo. Es el caso de la misma
Elena Osorio, que se instaura en La Dorotea, donde se recupera lo
que fue acto y es recuerdo, y donde Elena participa, con la deformación del
tiempo, del encuentro de Lope con Marta de Nevares y de su lectura (literatura)
del amor de Propercio por Cintia.
Este
ser acto poético y motivo recurrente fortalece la unidad y coherencia del
corpus lírico del poeta madrileño, que no se interrumpe por las contradicciones
que ofrece, propias de su vida, y empujado por no pequeñas guerras y envidias
literarias. Pero digamos pronto que su recuperación del pasado no participa de
una melancolía o nostalgia del tiempo ido que le impida sentirse en nuevos
actos. A veces, como en la evocación de Elena Osorio citada, casi parece
tratarse de un recuperar por el recuerdo nuevas fuerzas para ser más acto
poético y ofrecerlo como acción de vivir. Y en ocasiones es como desalojar de
sí el recuerdo, entregándolo en palabra, para poder vivir la acción de su
actualidad.
La
palabra poética tiene así en Lope un mucho de razón de olvido, y de saber que
por ella está alcanzando el ser en la memoria de los siglos, como expresará en
su soneto «A la muerte»:
La
muerte para aquél será terrible
con
cuya vida acaba su memoria…
Este
soneto es una de las escasas composiciones del poeta que tienen como argumento
la muerte o el pasar del tiempo. Es casi una excepción, frente a la frecuente y
profunda detención de Quevedo en el pasar de la vida camino de la muerte. Es
lógico en su proceso vital. La entrega al presente, a la acción de vivir de
Lope, hará que esta acción continua le impida la detención en el pensamiento de
la muerte, en una nueva y personal conjugación del virtù
vince fortuna
renacentista. Por ello en Lope apenas si hay poemas detenidos en la muerte o en
el pasar del tiempo o detenidos en túmulos y ruinas, cuando tanto se
prodigaban. Y por ello sorprende menos que en 1634, rozando ya la despedida de
su invierno, recupere su lejano seudónimo para conjuntar las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos que nos presentan un
Lope lleno de humor, de vitalismo, de acción de vivir, con alguna excepción de
hondo contraste, escrita «en seso», como el citado soneto a la muerte de Marta
de Nevares.
A.
P.
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