CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
sábado, 3 de mayo de 2014
Sergio Pitol. El arte de la fuga.
Pitol nos lanza de bruces y sin previo aviso a una geografía desordenada, es casi imposible trazar un mapa de este libro: las reflexiones y los escritos nos trasladan de Siena a Roma, de Roma a Varsovia, de Varsovia a Praga, a Venecia o a Chiapas, a la Barcelona de la `gauche divine`... en fin, a todos los lugares que forman parte del pasado cosmopolita del autor. Porque este libro es, de algún modo, la recuperación de un pasado al que se llega sin seguir otro itinerario que la carretera desordenada de la memoria. Con una generosidad sin límites, el autor recupera para el lector los instantes felices de otros tiempos. Sin embargo, las páginas no están construidas en función de la nostalgia: sólo hay recuerdos lúcidos, rescatados de un modo deliberado y consciente y no después de un
súbito ataque de melancolía. De las palabras de Pitol se desprende una serenidad desconocida, y el lector no puede por menos que sentirse admirado de la capacidad del autor para defender a ultranza, pero sin ruido ni estridencias, los valores universales del respeto o la tolerancia. No hay lugar para la amargura, no hay lugar para los reproches. Este es el texto de un hombre que se encuentra en paz consigo mismo y con su propia historia, y que reconoce `este libro es en cierta manera una recopilación de desagravios y lamentaciones, un intento de apaciguar desasosiegos y cauterizar heridas.
Fuente: N.N.
(fRAGMENTO. El Arte de la fuga).
SERGIO PITOL
El arte de la fuga
Memoria
Todo está en todas las cosas
Sí, también yo he tenido mi visión
Bastó sólo abandonar la estación ferroviaria y vislumbrar desde el vaporetto la sucesiva aparición de las fachadas a lo largo del Gran Canal para vivir la sensación de estar a un paso de la meta, de haber viajado durante años para trasponer el umbral, sin lograr descifrar en qué consistiría esa meta y qué umbral había que trasponer. ¿Moriría en Venecia? ¿Surgiría algo que lograra transformar en un momento mi destino? ¿Renacería, acaso, en Venecia?
Llegaba yo de Trieste; no había buscado la casa de Joyce ni las huellas de Svevo, ni hecho ni visto nada que valiera la pena. Había llegado a esa ciudad la tarde anterior y al intentar hospedarme en un hotel, un empleado detectó no sé qué anomalía en mi visado, un error en la fecha de caducidad, me parece, que volvía ilegal mi permanencia en el país. A regañadientes se me permitió permanecer esa noche en el lobby del hotel. En la madrugada tomé el tren de regreso; al detenerse en Venecia decidí bajarme. Debían ser las siete de la mañana cuando puse pie por primera vez en suelo veneciano. Pasaría el resto del día allí y continuaría hacia Roma en el expreso nocturno. Está escrito que las desdichas nunca llegan solas: al consignar mi maleta en el depósito de equipajes descubrí que había perdido mis lentes; registré mis bolsillos, corrí hacia los andenes con la esperanza de encontrarlos en el suelo, pero la multitud de viajeros y cargadores que se movían por ellos me hizo desistir de cualquier búsqueda. Lo más seguro, pensé, era que los hubiese olvidado en el hotel de Trieste o en el vagón de donde había salido con tanta precipitación.
Todo esto tiene que haber ocurrido a mediados de octubre de 1961. De pronto me encontré en la Piazzeta, dispuesto a comenzar mi recorrido. Mi miopía de ningún modo atenuó el deslumbramiento. Llegué a la Plaza de San Marcos y tomé mi primer café en Florian, el legendario lugar reseñado por todos los escritores y artistas que alguna vez visitaron Venecia. Compré, a un lado de Florian, una guía turística. Ver de cerca, leer, por ejemplo, no me presentaba mayor problema. Después del café, guía en mano, comencé a caminar. Se me escapaban los detalles, se desvanecían los contornos; por todas partes surgían ante mí inmensas manchas multicolores, brillos suntuosos, pátinas perfectas. Veía resplandores de oro viejo donde seguramente había descascaramientos en un muro. Todo estaba inmerso en la neblina como en las misteriosas Vedute de Venezia, coloreadas por Turner. Caminaba entre sombras. Veía y no veía, captaba fragmentos de una realidad mutable; la sensación de estar situado en una franja intermedia entre la luz y las tinieblas se acentuó más y más cuando una fina y trémula llovizna fue creando el claroscuro en el que me movía.
A medida que la niebla me velaba aún más la visión de palacios, plazas y puentes mi felicidad crecía. Caminé tanto que aún hoy me queda la impresión de que aquel día incorporó una inmensa multitud de días. En la marcha, extasiado, repetía una y otra vez una frase de Berenson: "El mayor regalo que nos han dado los venecianos es el color", palabras que recordaba haber leído al inicio de Los pintores venecianos del Renacimiento. Vuelvo hoy al libro a ratificar la cita y encuentro que no sólo le había hecho perder su entonación, sino deformado y contraído, como sin duda pasó con todo lo que descubrí en Venecia en ese encuentro inicial. Berenson escribe: "Their mastery over colour is the first thing that attracts most people to the painters of Venice. Their colouring not only gives direct pleasure to the eye, but acts like music upon the moods, stimulating thought and memory in much the same way as a work by a great composer". La reducción de la cita intentaba aproximarse a su contenido. Sí, el color, ese gris preponderante que percibía, con fondos ocres, rojos de Siena, verdes botella y constantes dorados se convertía no sólo en fuente de placer para mis ojos maltrechos, sino que estimulaba la mente, la imaginación y la memoria de modo extraordinario.
Entré en San Marcos; la inmensidad del espacio me dejó sobrecogido. Durante un buen rato seguí a un grupo a quien un guía de turistas explicaba en francés con morosa pedantería ciertas características del arte bizantino. En aquel fastuoso espacio tuve el único momento de duda de ese día. Me parecía difícil aclararme si aquella grandeza era un signo evidente del esplendor de Bizancio, o un camino hacia la estética de Cecil B. de Mille, ese triunfo de Hollywood. En visitas posteriores más serenas persistió esa sospecha hasta que decidí salomónicamente: en la gloriosa basílica ambas poéticas se traman con notable armonía. Pasé después a una sala situada en un palacio vecino, donde vi una exposición del Bosco. ¡Fue una prueba de fuego! Había que ver los cuadros desde una distancia considerable, lo que para mí significó topar con la oscuridad total. De haber sido entonces menos rudimentarios mis conocimientos sobre arte moderno, hubiese podido comparar algunos de esos cuadros con el famoso Negro sobre negro, de Malevích, o con alguno de los enormes lienzos en negro de Rothko, cuya existencia por supuesto ignoraba.
Partí después hacia la Gallería. Recorrí sus salas colmadas de prodigios: Giorgione, Bellini, Tiziano, Tintoretto, Veronese y Carpaccio: el inmenso legado de formas y color que Venecia ha dejado al mundo. No logro recordar si seguí, como en San Marcos, a un grupo, o si me auxiliaba con la lectura de mi guía detenido ante algunos de los cuadros. Me pierdo después. Sólo sé que caminé al azar durante muchas horas, recorrí innumerables calles y crucé varias veces el gran puente del Rialto, y otros mucho menos majestuosos, hasta algunos ruinosos que cruzan los canales pequeños en barrios sin prestigio. Subí al vaporetto en varias ocasiones y seguí caminando, volví a tomar café en Florian, comí gloriosamente en alguna trattoria encontrada al azar. Me sumía de vez en cuando en la lectura de mi pequeña guía y continuaba andando. Traté de encontrar los edificios de Palladio, esos espacios que Hofmannsthal consideraba más dignos de ser habitados por Dios que por los hombres; no sabía entonces que fuera de dos o tres iglesias el resto de esa obra se sitúa en tierra firme, especialmente en Vicenza. Creí localizar el palacio Mocenigo donde Byron vivió dos años de estruendosas orgías y fecunda creación; el palacio Vendramin que alojó a Wagner, y aquel otro donde Henry James consiguió un apartamento para escribir Los papeles de Aspern, me puse a imaginar cuál fue el de Juliana Bordereau, la centenaria protagonista que custodia esos codiciadísimos papeles, y la casa donde murió Robert Browning, y aquélla donde Alma Mahler asistió a la agonía y muerte de su hija, y la otra donde se suicidó la hija de Schnitzler pocos días después de casarse. El mero nombre de la ciudad enlaza los grandes fastos amorosos con los momentos mortuorios. No por nada uno de los grandes títulos literarios es La muerte en Venecia. Vi palacios por docenas, y también iglesias, claustros, puentes. Vi torres, almenas y balcones. Vi ojivas y columnas, vi caballos de bronce y leones de mármol. Oí hablar italiano y alemán y francés en torno mío, y también el dialecto véneto, salpicado de viejos vocablos españoles, que alguna vez debieron hablar en esas mismas callejuelas mis antepasados. Me detuve frente al teatro de La Fenice, cuyo interior espléndido acababa de ver en una película de Visconti. En el vestíbulo, un gran cartel de Picasso anunciaba una función reciente del Berliner Ensemble: Mutter Courage.
Esa noche, al subir a mi vagón creía conocer Venecia como la palma de mi mano. ¡Qué iluso pobre diablo! La fatiga me vencía; sentí de golpe el esfuerzo brutal realizado durante el día; me dolían los ojos, las sienes, la nuca, todas las articulaciones. Abrí como pude la maleta en busca de un pijama. Lo primero que saqué fue una chaqueta; el tacto me anunció que en uno de sus bolsillos estaban mis lentes. El milagro se había consumado: había cruzado el umbral, el acerado huevo de Leda comenzaba a romperse y en el fondo de las sepulturas se fundían los contrarios. ¿De dónde me venía esa verba esotérica? No terminé de ponerme el pijama. Recordé una frase que está al final de Al faro: "Sí, también yo he tenido mi visión", y me quedé dormido. Volví a repetirla por la mañana, al despertar, cuando ya el tren estaba a punto de llegar a Roma.
Xavier Velasco. Novela: "Diablo guardián". Premio Alfaguara 2003.
"La escritura, una misión personal que no me perdono: Xavier Velasco"
Comunicado Núm. 1154
***El escritor mexicano comparte momentos divertidos que ha vivido dentro de su oficio
***Forma parte de la delegación que representa a nuestro país en la XXII Feria Internacional del Libro de Bogotá
Bogotá, Colombia.- Lograr que la gente sonría con unas simples aventuras y desventuras dentro de la literatura no es una virtud de todos los escritores. Xavier Velasco lo consiguió y de qué manera.
El narrador, ensayista, cronista, guionista y periodista mexicano logró reunir a jóvenes colombianos en la charla que ofreció dentro de la XXII Feria Internacional del Libro de Bogotá. Los jóvenes pasaron una tarde divertida con Velasco, quien compartió las cosas más simples de su vida, pero determinantes en su profesión.
Y es que lo mismo habló de las desventajas de haber recibido un reconocimiento tan importante (fue ganador del Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián), de su afición por ser columnista, de su frustración como actor y rockero, su etapa de adolescencia y las mujeres, así como su etapa como publicista. Temas que fueron abordados con gran sentido del humor, dándole al encuentro un toque más informal, de amigos.
Cuenta que siempre soñó con vivir de la escritura. Sin embargo, cuando decidió escribir la novela que le dio el premio Alfaguara tuvo que pedir prestado para sobrevivir, prometiendo en broma que pagaría su deuda con las regalías del libro: “Decir eso fue como soñar que me encontraría con un maletín lleno de dinero”.
Las letras han sido su vida. Por eso, la necesidad lo llevó a realizar otra actividad que le generaba ingresos, pero de la cual quisiera olvidarse, expresó bromeando: “Durante dos años trabajé en una agencia de publicidad. Tenía 24 años, en ese tiempo era un estudiante de filosofía arrogante que pensaba que los publicistas eran menos. Descubrí que no sabía nada de ese oficio pero como buena prostituta me adecué al ambiente para que no me corrieran. Aprendí los trucos del diablo”.
Para Velasco, colaborador del periódico Milenio, la escritura es su fuente de vida, a tal grado que no se imagina vivir sin hacer su columna semanal: “Si no la tengo, siento que me falta una columna vertebral. Como ciudadano común tengo inquietudes que quiero revelar y no precisamente dentro de un género literario, sino en una columna, donde habla el ciudadano común, no el escritor”.
Al preguntarle sobre su proceso creativo, el escritor dijo: “Necesito estar en el lugar de origen, en la rutina misma. Escuchar los pájaros o cualquier sonido familiar y dejar pasar varias horas para empezar a escribir, con la que cumplo con esa misión personal que no me perdono”.
Diablo guardián fue la novela que le valió el Premio Alfaguara de Novela. Desde su punto de vista, este tipo de distinciones pueden tener efectos negativos si no se sabe manejar: “Puedes caer en el error de creer que en verdad te merecías el premio cuando no es cierto, ya que pudo influir la suerte, el jurado o el que no compitiera uno mejor que tú. También te das cuenta que aquellos amigos no lo eran o que los que pensabas olvidados siempre te recuerdan”.
Sin lugar a dudas, uno de las experiencias contadas por el mexicano más disfrutada por los colombianos fue en torno a su vida adolescente y amorosa.
“Fui muy tímido. Mi gran conflicto es que me gustaban las niñas cuando los niños decían que debíamos odiarlas. También me gustaba Raphael y cantar pero me tenía que callar por vergüenza. De adolescente no tuve éxito con las mujeres, llegando a la conclusión de que debía hacerme amigo de las guapas aunque fuera sólo para tener más amigos”.
Justamente el tema femenino es un asunto que siempre le ha inquietado. Confiesa. De hecho, en su novela Diablo guardián aparece un personaje muy especial perteneciente a este género.
Acerca de este interés por las mujeres, Velasco señala: “Siempre me ha resultado apasionante saber qué pasa por la mente de una mujer. En el caso de mi personaje en esta novela sentí la necesidad de rascar en su interior y conocerla internamente. Confieso que me enamoré de mi personaje no obstante que es malvada; suele pasar que uno se enamora de la persona equivocada y ésta siempre es el amor más grande que tienes en toda tu vida”.
Finalmente, se refirió a su gusto por la actuación y la música (especialmente el rock), confesando que se siente un actor y músico frustrado. Sin embargo, ese gusto por el ritmo le ha servido en su obra, pues asegura que “sus escritos los piensa como música”.
GJB/ Cobertura especial
http://www.conaculta.gob.mx/detalle-nota/?id=1747
(Fragmento de novela: "Diablo guardián").
¿Quién de ellos no era yo?
El Señor esté con vosotros... El sepelio es el fin de la primera persona. Una ocasión pomposa donde unos cuantos ellos despiden a otro yo de su nosotros, a la vez que lo envían a otro ellos, más hondo e insondable. Ellos: los que no están, ni van a estar. Los que, si un día estuvieran, nos harían correr despavoridos. ¿o no es así, despavoridos como dicen que corren los que huyen de los muertos? Lo más fácil, e incluso lo más lógico, sería que enterrásemos a nuestros difuntos en el jardín de la que fue su casa. Pero entonces ya nadie se sentiría en su casa, ni en su mundo, sino sólo en el de ellos.- los temibles difuntos-, a quienes conducimos al panteón para poner entre ellos y nosotros no sólo tierra, sino de preferencia un mundo de por medio. Por más que añoremos a nuestros muertos, no queremos estar ni un instante en su mundo. Ni respirar su aire, ni mirar su paisaje.
Desde la cripta de la familia Macotela, camuflado por el olvido de los vivos, Pig divide el paisaje de tumbas sobre tumbas sobre tumbas en dos: a izquierda y a derecha de la mole blanca: una grandilocuente cripta en condominio a cuyo borde abre las alas una gran paloma, entre chispas doradas que acusan la presencia de la Tercera Persona de la Trinidad. Son cinco pisos, con nueve bóvedas en cada uno: cuarentaicinco departamentos, amparados por el titulo impreso entre el cuarto y el quinto piso:
“Hijos Predilectos del Espíritu Santo”
Ocho criptas vacías: en ninguna cabría entero un muerto, pero sí las cenizas de varios. Cuarentaicinco menos ocho igual a treintaisiete. ¿Cuántas urnas por cripta? Cuatro, tal vez. Cuatro por treintaisiete igual a ciento cuarentaiocho. Eso, claro, si las que están ocupadas tienen ya sus cuatro. Potencialmente, la cripta en condominio podría albergar hasta ciento ochenta inquilinos. Pig calcula: un metro de profundidad por diez de ancho. Diez metros cuadrados. Es decir, a dieciocho difuntos por metro cuadrado. La familia Macotela, en cambio, posee un espacio que Pig estima en cuando menos tres por cuatro: doce metros cuadrados, todos ellos en honor a los cuatro inquilinos que para siempre y a sus anchas reposan en el sótano, cada uno con tres metros cuadrados de terreno a su disposición, en dos cómodas plantas. Por ahí de las cinco de la tarde de un lunes soleado que se mira sombrío a través de los vidrios opacos de la cripta Macotela, Pig concluye que una mujer como Violetta jamás toleraría -ni muerta, ni en cenizas- terminar sus días en ese palomar, soportando además el tácito desdén de los señores Macotela, condenados a contemplar a perpetuidad el paisaje de la miseria encaramada sobre si misma. ¿Quién iba a convencer a Violetta de la predilección de la Tercera Persona del Verbo -quien es pero no es una paloma- por lo que a todas luces era un palomar? ¿Tiene acaso mal gusto el Espíritu Santo?
Pig sofoca una risa nerviosa, inoportuna, estúpida. Podría andar por ahí un enterrador, un aguador, un deudo: nadie quiere escuchar risas idiotas saliendo de las criptas. Con frecuencia se ríe de chistes malos, insulsos, como si todo el acto de reírse fuese una suerte de certificación: Ah, ya entiendo. ¿Qué es lo que Pig entiende, en este caso? Concretamente, que no todos los fans de la Tercera Persona del Verbo tienen acceso a su camerino. Y entonces se le ocurre que Violetta no dudaría en tachar hijos y escribir en su lugar siervos, ni en un rato después volver para tachar siervos y escribir criados. Pero ¿qué no un cristiano de verdad humilde tendría que considerarse criado, antes que siervo?
Cuando los vio venir, Pig llevaba tres horas esperando. Entró poco antes de las dos de la tarde, aprovechando el vuelo bajo de un avión para darle el jalón a la llave de cruz, y así probar el choque eléctrico del miedo tras el estruendo sordo del pestillo al quebrarse. Se habían roto las bisagras, además. En todo caso desde afuera no se notaba. La puerta se abría sola, pero Pig la cerró a fuerza de atorarla con la misma oficiosa herramienta.
Pasada medianoche, había llamado a la casa de la familia. La madre se quejó, pero apenas le mencionó la palabra «procuraduría», su tono se hizo abruptamente dócil, y hasta obsequioso. Le dio todos los datos: el panteón, la sección, la cripta, la hora del sepelio: cinco de la tarde. Suficiente para estar ahí a tiempo, pero no todavía para no ser visto: cosa difícil un lunes por la tarde, cuando las tumbas están casi tan solas como de noche, y las raras visitas son más que notorias. Por eso Pig llegó tres horas antes, y no bien hubo reventado la chapa se tendió sobre los primeros escalones que llevan hacia el sótano, tras los cristales convenientemente oscuros de Chez Macotela: una trinchera tétrica que lo obliga a mirar todo el tiempo hacia arriba y hacia afuera. Desde entonces ha dedicado los minutos a contar las cruces en ambos lados del paisaje, a calcular la cantidad de criptas necesarias para enterrar a todos los habitantes de la ciudad, a imaginar los más probables comentarios de Violetta, y entonces cada vez ha vuelto a los números, como niño perdido a las faldas de su abuela. Cuando uno se ha quedado solo entre los muertos, decidido a fisgar un entierro al que no fue invitado, las matemáticas acuden como legitimas enviadas del Espíritu Santo.
Un entierro sin tierra, ni ataúd, ni gusanos; un encierro, más bien. No quería perderse los detalles, ni podía correr el riesgo de que lo vieran. El único peligro inevitable era que un deudo de los Macotela -muertos hacia treinta, cuarenta años- tuviera la fatal ocurrencia de ir a visitarlos en la tarde del lunes. ¿Se es todavía deudo luego de cuatro décadas del trágico suceso? Con tan escasos momios en su contra, Pig terminó por apreciar el privilegio de los Macotela sobre los Hijos Predilectos del Espíritu Santo. Especialmente luego de verlos venir: dos, cuatro, ocho en total. La familia Rosas, más dos enterradores -o encerradores-, el sacerdote y su ayudante. Un cortejo discreto y breve.- dos calificativos que igual describen a un sepelio que al ánimo de pronto amedrentado de quienes prefirieron asistir sin otras compañías al evento.
No podía escucharlos. Se interponían el cristal y los nueve o diez metros que alejaban al multifamiliar del mausoleo. A cambio, los miraba con una nitidez obscena, y en momentos dudaba si no lo habían visto. El padre iba cargando la urna, la madre un oso de peluche rosa. Atrás, los dos hermanos caminaban con las manos metidas en las bolsas de las chamarras: Miami Dolphins, Dallas Cowboys.
Pig volvía a sentir las ganas de reírse, porque quizás con una carcajada histérica y adolorida lograría vencer los agobios que oprimen a la primera persona del singular cuando lleva tres horas oculta entre los muertos, y acto seguido es invitada a presenciar una escena que seria insoportable si no fuera, antes que eso, patética. Ya Violetta se había cansado de acusarlos: rehenes permanentes de la opinión ajena. Especialmente en ese trance, con sus caras de no soy yo el que está aquí con el dolor vestido a tiempo de pudor, a su vez disfrazado, aunque jamás a tiempo, de una dignidad meramente decorativa. Una dignidad rosa mexicano, con los ojos perpetuamente abiertos y el peluche radiante de los muñecos que jamás llegaron a las manos de un niño. Porque el oso era nuevo, eso seguro. ¿Quién seria, sin embargo, lo suficientemente cínico para indagar en el peluche del muñeco, cuando ya su presencia invita a quitarse el sombrero, persignarse, pensar, expropiar pesadumbre? (Pero Pig está allí sin estar. Mira los movimientos y los gestos de los deudos como quien ve a través de un vidrio empañado: percibiendo figuras y colores inconexos, como sueños espesos y enrarecidos, pero de rato en rato vuelve a enfocar el oso de peluche. Hasta que ve a la madre dar un paso hacia el hueco en la cripta y acomodar allí el osito, recargado en la urna. Luego la ve sacar una caja negra y blanca -¿un casete?- y pasarla lenta, pomposamente al otro lado de la urna.)
Toda la ceremonia duró quince minutos. Si Pig hubiese estado filmando aquella escena, probablemente se habría concentrado en el osito, luego una toma lenta sobre las expresiones de piedra de los deudos, y al final otra vez el osito, justo antes de que lo cubriera para siempre la losa:
Rosa del Alba Rosas Valdivia (1973 - 1998)
«Para siempre»: Pig no estaba dispuesto a permitirlo. Porque Pig ya no piensa más en el osito, ni en la urna, ni en los deudos, como en la sola circunstancia que de un instante a otro le ha jodido el sosiego: ¿Qué hay en ese casete? ¿Las Mañanitas, Las Golondrinas, La Martina, la voz arrepentida de Rosa del Alba Rosas Valdivia? Desde que vio la caja y advirtió que si, es un casete, le ha ido creciendo dentro un temblor que tardó casi nada en llegar a las manos, las rodillas, la quijada. Un miedo intrépido, por fatalista. El miedo de quien sabe que pase lo que pase va a hacer lo que va a hacer: ese osito podrá quedarse para siempre sin un niño que lo abrace por las noches, pero Pig no tolera ni la idea de salir del panteón sin esa cinta. ... y con tu espíritu, alcanza a leer Pig en los labios de los deudos, los mira santiguarse, fisgar hacia los lados y hacia atrás: comprobar con alivio la madre, luego el padre, la ausencia de testigos indeseables (con excepción del yo que, oculto entre ellos, profana en la penumbra su nosotros).
¿Yo? -duda Pig, no bien ha recordado su calidad de fantasma, su papel de testigo, sus ganas incumplidas de llorar a gritos, y entiende que esta historia no admite más primera persona que Violetta. Su Violetta.
jueves, 1 de mayo de 2014
Manuel Puig. Novela:La traición de Rita Hayworth.
Manuel Puig nació en General Villegas, Provincia de Buenos Aires el 28 de diciembre de 1932. En 1946 se trasladó a Buenos Aires para empezar como pupilo en la escuela secundaria.
En 1950 se inscribió en la Facultad de Arquitectura y en 1951 se pasó a Filosofía y Letras, pero lo que realmente le interesaba era ser cineasta. A los 20 años cumplió con el servicio militar obligatorio y en 1956, se marchó a Roma con una beca para estudiar en el Centro Sperimentale di Cinematografía.
Como no consiguió trabajo se fue a París, pero allí no le fue mejor.
En 1958 llegó a Londres, donde escribió su primer guión. Pasó luego por Estocolmo, donde enseñó español e italiano, trabajó como lavavasos, y escribió sus primeros guiones para películas.
Entre 1961-1962 trabajó como asistente de dirección en diversos filmes en Buenos Aires y Roma. En 1963 se mudó a Nueva York, donde comenzó a escribir su primera novela La traición de Rita Hayworth, terminada en 1965, pero llegó al público recién en 1968.
En 1967 regresó una vez más a Buenos Aires para comenzar a enfrentar sus problemas con la censura. En 1969 aparece su segunda novela: Boquitas pintadas, que llevará a su autor a la fama, se convirtió inmediatamente en `best-seller`, apareció su siguiente título The Buenos Aires Affair en 1973., que fue incluido en la lista de libros prohibidos por el gobierno justicialista, apenas Juan Domingo Perón llegó por tercera vez al poder, recibió amenazas telefónicas que le llevaron a abandonar el país por 8 años.
El largo exilio comenzó en México, pero la altura de la ciudad lo tuvo a mal traer y decidió mudarse a Nueva York, donde había vivido un par de años antes de publicar su primer libro.
En 1975, en México, terminó su cuarta novela, la que lo haría famoso en todo el mundo: El beso de la mujer araña, que por su contenido, no podía ser publicado en el país. Por eso mandó el manuscrito
directamente a sus dos editores europeos más importantes: Gallimard, de Francia, y Feltrinelli, de Italia. Ambos rechazaron la novela: le dijeron que la obra estaba tan mal escrita que si la publicaban se iba a desprestigiar. Por suerte, Pere Gimferrer recomendó el libro a Seix Barral y esta vez la casa española aceptó editarlo. Apareció en 1976 y casi inmediatamente se transformó en un best-seller internacional.
Llegó al cine dirigida por Héctor Babenco y protagonizada por William Hurt (quien ganó el Oscar al mejor actor). Se convirtió en una de las comedias musicales más exitosas y premiadas de Broadway. Además, con música del alemán Hans Werner Henze, se transformó en ópera. Y Puig escribió una versión teatral que ha sido representada en todas partes.
En 1979 publicó Pubis angelical, que luego fue llevada al cine. En 1981 apareció su novela más extraña, la que a Puig menos le gustaba, Maldición eterna a quien lea estas páginas. En 1982 dio a la imprenta uno de sus libros más complejos y sutiles, Sangre de amor correspondido, y la crítica argentina de entonces volvió a manifestar su rechazo. Como el original estaba en portugués -Puig se había mudado a Río de Janeiro a comienzos de los 80 y había entrevistado a un albañil carioca para recopilar sus historias-, algunos críticos llegaron a expulsarlo de la literatura nacional.
También allí escribió Cae la noche tropical, su última novela, aparecida en 1988.
Un año después abandonó Brasil para volver a México, estableciéndose en Cuernavaca, México.Comenzó una novela, que se supone inconclusa. A diferencia de sus libros publicados, a los que Puig le ponía título definitivo recién al terminarlos, esta novela contó con título desde que escribió la primera página: Humedad relativa 95 por ciento.
Se operó por problemas de vesícula, de la operación ya salió mal y murió a los pocos días, casi sin haber recuperado la conciencia.
Sus cenizas fueron traídas a Buenos Aires y descansaron en la casa de Palermo que fue habitada en su regreso por su madre.fUENTE: n.n.
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INEDITOS > UNA ENTREVISTA A MANUEL PUIG
“Rita Hayworth es la alegría de vivir sin culpa”
En 1973, Felisa Pinto le propuso a Manuel Puig protagonizar el piloto de un programa de entrevistas que tenía como objetivo difundir la obra de diferentes autores por boca de ellos mismos. Coincidiendo con la aparición de The Buenos Aires Affair y el comienzo del rodaje de Boquitas pintadas, Puig aceptó muerto de miedo aparecer en cámara. Lo que sigue son las respuestas que dio a la voz en off que lo entrevistaba. Y como yapa, la aparición de Leopoldo Torre Nilsson.
Manuel Puig, ¿por qué el nombre de su primera novela: La traición de Rita Hayworth?
–Yo voy a las pedir disculpas y voy a leer la respuesta. Porque creo que justamente una de las causas por las que escribo es que no tengo ninguna de facilidad de palabra. Sabiendo que me iba a resultar imposible reducir a unas pocas palabras el significado de la novela, le pedí permiso al director y me traje escrita la respuesta: “Entonces, ¿por qué La traición de Rita Hayworth? La novela cuenta la historia de una familia de clase media que vive en un pueblo de La Pampa en los años ‘40. El paisaje de La Pampa, que en realidad es la ausencia de todo paisaje, resulta una pantalla en blanco donde cada uno proyecta las fantasías que quiere. Ahí un chico que no puede aceptar la realidad por sentirla hostil cambia los términos y toma como realidad a la ficción, ya sea la ficción del cine o la que le dicta su propia imaginación. En esa pantalla suya, la bondad es siempre premiada y la gente buena es hermosa. Hasta que Rita Hayworth en Sangre y arena prueba ser hermosa, la más hermosa tal vez, pero también pérfida. Y ahí comienza el drama, que del sueño pasa a la más cruda realidad”.
Su segundo libro, Boquitas pintadas, ¿por qué ese título?
–Este título está sacado de esa canción de Gardel que dice “Deliciosas criaturas perfumadas, quiero el beso de sus boquitas pintadas”. La acción de esta novela transcurre entre 1935 y el presente, y yo sentía que esos personajes, también de un pueblo en La Pampa, estaban inmersos en una atmósfera gardeliana. Personajes que creían en las letras de los tangos, sin atreverse a vivir como en un tango.
En 1973 aparece su tercera novela: The Buenos Aires Affair. ¿Por qué ese título?
–Esta novela, a diferencia de las dos anteriores que son historias de pueblo chico, se desarrolla en Buenos Aires. Es la historia de un crimen, oculto durante años, que finalmente se descubre y se paga. Ante el criminal se encuentra la protagonista en la misma situación que ha visto presentarse en tantas películas. La novela cuenta todo el dolor de pasar de espectadora a protagonista. Por eso su historia tiene título de película policial hollywoodense. Y cada capítulo está encabezado por una escena de película, una de esas películas admiradas por la protagonista, en las que ya vagamente está prefigurado su destino.
¿Por qué Rita Hayworth está tan presente en su obra?
–Creo que para mí una danza de Rita Hayworth significa, expresa la alegría de tener un cuerpo. Expresa el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo de la sexualidad vivida sin culpa, vivida con toda la alegría que el mundo ha ido olvidando a través de siglos de represión.
La larga historia de un corto
Por Felisa Pinto
Con la presentación del libro Querida Familia:, una compilación de 172 cartas europeas de Manuel Puig a su familia entre los años ‘56 y ‘62, realizada por Graciela Goldchluk para la editorial Entropía, comenzó un ciclo de homenajes en el Centro Cultural Borges, que continuará hasta fin de mes, para conmemorar el decimoquinto aniversario de la muerte del escritor, ocurrida en una clínica de Cuernavaca, cerca de su casa, en la calle Orquídea, su última morada. Mesas redondas con escritores, intelectuales y amigos, coordinadas por Patricio Lóizaga y la proyección de un documental, Puig, 95% de humedad, de Mausi Martínez, y la de los films Boquitas pintadas, Pubis angelical y El beso de la mujer araña completan el programa.
Ya en la Feria del Libro de este año se habían realizado interesantes homenajes diversos y, entre ellos, uno del cual soy autora. Se trata de un corto (cortísimo) filmado en 16 milímetros blanco y negro, en 1973. Está basado en una idea y guión original míos y puesta en pantalla por Armando Sánchez, dirigido por César Paternosto. El corto era en realidad un piloto que imaginamos para televisión y bautizamos Identikit, cuyo primer programa sería una entrevista a Manuel Puig, antes que se fuera del país. Y coincidiendo con el inmenso éxito de su obra y el comienzo de la filmación de Boquitas pintadas, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, en esos días.
Yo había conocido a Manuel tiempo atrás y, coup de foudre mediante y mutuo, inmediatamente después de la primera edición de La traición de Rita Hayworth, publicada por Jorge Alvarez en su editorial y librería de la calle Talcahuano al 400, rincón favorito de los jóvenes intelectuales y de la vanguardia porteña. Sus principales referentes, para mí, en ese grupo eran Piri Lugones y Carlos Peralta, quienes me presentaron a Manuel. Yo era periodista entonces de Primera Plana, revista que blandía en esos días la bandera de la nueva narrativa latinoamericana, venerando a García Márquez, Vargas Llosa, los cubanos Lezama Lima y Vigilio Piñera. Además de Marechal, entre nosotros. Ese fervor fue extensivo a Puig, años después, cuando descubrieron que les parecía audaz y nueva su escritura “de folletín”, absolutamente inédita. Para ese entonces, mi amistad y complicidad intelectual con Manuel había alcanzado picos de euforia creativa, así habláramos de literatura, cine, ópera o moda. Los tiempos dedicados a gozar de todos sus puntos de vista eran propicios para mí. Fue entonces que, en esa atmósfera y contexto, tuve la audacia de inventar un programa de media hora, que fuera “culto o de culto” en blanco y negro, para que algún canal comprara la idea de transmitir algo que difundiera la cultura a través de las obras de un autor y sus conceptos emitidos por él mismo, como protagonista y actor, sin mostrar al reportero o periodista y contestando en profundidad preguntas sobre su hacer. Algo que Manuel aprobó con entusiasmo no bien vio mis guiones borroneados en lápiz sobre bloc cuadriculado. Lo que más aplaudió, sin embargo, fue la idea de llamar al ídolo del radioteatro Oscar Casco, para que con su tono de galán de folletín de antes hiciera la voz en off. En cuanto a Manuel, su participación en vivo y en directo para la filmación ofreció una resistencia tenaz hasta que lo convencí, luchando con su timidez empedernida. “No soy amigo de las cámaras y no doy bien con las luces.” O: “Mi voz es horrible”. O: “En todo caso lo haré si leo el texto en cámara”, decía. Hasta que Identikit finalmente se hizo, justo antes de que Babsy Torre Nilsson empezara el rodaje de Boquitas pintadas, como él mismo lo cuenta en el corto, explicando su alegría de filmar un guión conjunto con Manuel, “un hombre de cine”. Sin mencionar que el propio Puig le había agregado una mínima parte que no existe en el libro original. Era una escena corta destinada a favorecer la aparición de Mecha Ortiz, su actriz argentina favorita, haciendo de adivina que lee en la bola de cristal la muerte segura al protagonista Juan Carlos, metido en la piel de Alfredo Alcón. Identikit reúne, además de las entrevistas a Puig y a Torre Nilsson, flashes de escenas de Rita Hayworth en las películas Gilda y Sangre y arena, en tomas que hacían delirar a Manuel y que imitaba a la perfección para todos sus amigos en momentos de euforia. Recortes y tapas de sus libros se entremezclan a sus respuestas en esta suerte de piloto que fue pensado para televisión y, a pesar de corretearlo por los tres únicos canales de aquella época, nunca se estrenó. Solamente lo pasaron una vez, el 22 de julio de 1990, día de la muerte del escritor, por Canal 7, en un programa de Carlos Morelli.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-2383-2005-07-20.html
“Rita Hayworth es la alegría de vivir sin culpa”
En 1973, Felisa Pinto le propuso a Manuel Puig protagonizar el piloto de un programa de entrevistas que tenía como objetivo difundir la obra de diferentes autores por boca de ellos mismos. Coincidiendo con la aparición de The Buenos Aires Affair y el comienzo del rodaje de Boquitas pintadas, Puig aceptó muerto de miedo aparecer en cámara. Lo que sigue son las respuestas que dio a la voz en off que lo entrevistaba. Y como yapa, la aparición de Leopoldo Torre Nilsson.
Manuel Puig, ¿por qué el nombre de su primera novela: La traición de Rita Hayworth?
–Yo voy a las pedir disculpas y voy a leer la respuesta. Porque creo que justamente una de las causas por las que escribo es que no tengo ninguna de facilidad de palabra. Sabiendo que me iba a resultar imposible reducir a unas pocas palabras el significado de la novela, le pedí permiso al director y me traje escrita la respuesta: “Entonces, ¿por qué La traición de Rita Hayworth? La novela cuenta la historia de una familia de clase media que vive en un pueblo de La Pampa en los años ‘40. El paisaje de La Pampa, que en realidad es la ausencia de todo paisaje, resulta una pantalla en blanco donde cada uno proyecta las fantasías que quiere. Ahí un chico que no puede aceptar la realidad por sentirla hostil cambia los términos y toma como realidad a la ficción, ya sea la ficción del cine o la que le dicta su propia imaginación. En esa pantalla suya, la bondad es siempre premiada y la gente buena es hermosa. Hasta que Rita Hayworth en Sangre y arena prueba ser hermosa, la más hermosa tal vez, pero también pérfida. Y ahí comienza el drama, que del sueño pasa a la más cruda realidad”.
Su segundo libro, Boquitas pintadas, ¿por qué ese título?
–Este título está sacado de esa canción de Gardel que dice “Deliciosas criaturas perfumadas, quiero el beso de sus boquitas pintadas”. La acción de esta novela transcurre entre 1935 y el presente, y yo sentía que esos personajes, también de un pueblo en La Pampa, estaban inmersos en una atmósfera gardeliana. Personajes que creían en las letras de los tangos, sin atreverse a vivir como en un tango.
En 1973 aparece su tercera novela: The Buenos Aires Affair. ¿Por qué ese título?
–Esta novela, a diferencia de las dos anteriores que son historias de pueblo chico, se desarrolla en Buenos Aires. Es la historia de un crimen, oculto durante años, que finalmente se descubre y se paga. Ante el criminal se encuentra la protagonista en la misma situación que ha visto presentarse en tantas películas. La novela cuenta todo el dolor de pasar de espectadora a protagonista. Por eso su historia tiene título de película policial hollywoodense. Y cada capítulo está encabezado por una escena de película, una de esas películas admiradas por la protagonista, en las que ya vagamente está prefigurado su destino.
¿Por qué Rita Hayworth está tan presente en su obra?
–Creo que para mí una danza de Rita Hayworth significa, expresa la alegría de tener un cuerpo. Expresa el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo de la sexualidad vivida sin culpa, vivida con toda la alegría que el mundo ha ido olvidando a través de siglos de represión.
La larga historia de un corto
Por Felisa Pinto
Con la presentación del libro Querida Familia:, una compilación de 172 cartas europeas de Manuel Puig a su familia entre los años ‘56 y ‘62, realizada por Graciela Goldchluk para la editorial Entropía, comenzó un ciclo de homenajes en el Centro Cultural Borges, que continuará hasta fin de mes, para conmemorar el decimoquinto aniversario de la muerte del escritor, ocurrida en una clínica de Cuernavaca, cerca de su casa, en la calle Orquídea, su última morada. Mesas redondas con escritores, intelectuales y amigos, coordinadas por Patricio Lóizaga y la proyección de un documental, Puig, 95% de humedad, de Mausi Martínez, y la de los films Boquitas pintadas, Pubis angelical y El beso de la mujer araña completan el programa.
Ya en la Feria del Libro de este año se habían realizado interesantes homenajes diversos y, entre ellos, uno del cual soy autora. Se trata de un corto (cortísimo) filmado en 16 milímetros blanco y negro, en 1973. Está basado en una idea y guión original míos y puesta en pantalla por Armando Sánchez, dirigido por César Paternosto. El corto era en realidad un piloto que imaginamos para televisión y bautizamos Identikit, cuyo primer programa sería una entrevista a Manuel Puig, antes que se fuera del país. Y coincidiendo con el inmenso éxito de su obra y el comienzo de la filmación de Boquitas pintadas, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, en esos días.
Yo había conocido a Manuel tiempo atrás y, coup de foudre mediante y mutuo, inmediatamente después de la primera edición de La traición de Rita Hayworth, publicada por Jorge Alvarez en su editorial y librería de la calle Talcahuano al 400, rincón favorito de los jóvenes intelectuales y de la vanguardia porteña. Sus principales referentes, para mí, en ese grupo eran Piri Lugones y Carlos Peralta, quienes me presentaron a Manuel. Yo era periodista entonces de Primera Plana, revista que blandía en esos días la bandera de la nueva narrativa latinoamericana, venerando a García Márquez, Vargas Llosa, los cubanos Lezama Lima y Vigilio Piñera. Además de Marechal, entre nosotros. Ese fervor fue extensivo a Puig, años después, cuando descubrieron que les parecía audaz y nueva su escritura “de folletín”, absolutamente inédita. Para ese entonces, mi amistad y complicidad intelectual con Manuel había alcanzado picos de euforia creativa, así habláramos de literatura, cine, ópera o moda. Los tiempos dedicados a gozar de todos sus puntos de vista eran propicios para mí. Fue entonces que, en esa atmósfera y contexto, tuve la audacia de inventar un programa de media hora, que fuera “culto o de culto” en blanco y negro, para que algún canal comprara la idea de transmitir algo que difundiera la cultura a través de las obras de un autor y sus conceptos emitidos por él mismo, como protagonista y actor, sin mostrar al reportero o periodista y contestando en profundidad preguntas sobre su hacer. Algo que Manuel aprobó con entusiasmo no bien vio mis guiones borroneados en lápiz sobre bloc cuadriculado. Lo que más aplaudió, sin embargo, fue la idea de llamar al ídolo del radioteatro Oscar Casco, para que con su tono de galán de folletín de antes hiciera la voz en off. En cuanto a Manuel, su participación en vivo y en directo para la filmación ofreció una resistencia tenaz hasta que lo convencí, luchando con su timidez empedernida. “No soy amigo de las cámaras y no doy bien con las luces.” O: “Mi voz es horrible”. O: “En todo caso lo haré si leo el texto en cámara”, decía. Hasta que Identikit finalmente se hizo, justo antes de que Babsy Torre Nilsson empezara el rodaje de Boquitas pintadas, como él mismo lo cuenta en el corto, explicando su alegría de filmar un guión conjunto con Manuel, “un hombre de cine”. Sin mencionar que el propio Puig le había agregado una mínima parte que no existe en el libro original. Era una escena corta destinada a favorecer la aparición de Mecha Ortiz, su actriz argentina favorita, haciendo de adivina que lee en la bola de cristal la muerte segura al protagonista Juan Carlos, metido en la piel de Alfredo Alcón. Identikit reúne, además de las entrevistas a Puig y a Torre Nilsson, flashes de escenas de Rita Hayworth en las películas Gilda y Sangre y arena, en tomas que hacían delirar a Manuel y que imitaba a la perfección para todos sus amigos en momentos de euforia. Recortes y tapas de sus libros se entremezclan a sus respuestas en esta suerte de piloto que fue pensado para televisión y, a pesar de corretearlo por los tres únicos canales de aquella época, nunca se estrenó. Solamente lo pasaron una vez, el 22 de julio de 1990, día de la muerte del escritor, por Canal 7, en un programa de Carlos Morelli.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-2383-2005-07-20.html
miércoles, 30 de abril de 2014
Ricardo Piglia: "Pesa más Borges que García Márquez".
OPINIÓN.
El escritor argentino Ricardo Piglia, renovador de la prosa en castellano con novelas como 'Plata quemada' o los relatos de 'Jaulario', cree que la narrativa Latinoamerica actual está temáticamente más cerca de las "ciudades laberínticas" de Jorge Luis Borges que de la naturaleza mágica de Gabriel García Márquez.
Piglia (Adrogué, 1941), que el pasado día 2 logró el XVII Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos con su novela 'Blanco nocturno', ofrece una hoy charla en Barcelona sobre '100 años de la novela en América Latina', en el marco del centenario de Casa América Cataluña.
El autor ha explicado a Efe que, a pesar de la diversidad narrativa (la tradición andina, caribeña, mexicana, la rioplatense o la brasileña) que hay en este inmenso territorio con cerca de 580 millones de habitantes, el arrollador "boom" de esta literatura en los años 60 "se sintetizó en un par de rasgos".
"Con la cristalización del boom, se generó una ilusión temática en la narrativa latinoamericana centrada en asuntos campesinos, mundos con desarrollos económicos muy divergentes y de tradiciones arcaicas y fue Gabriel García Márquez quien lo delimitó con más nitidez narrativa", indica Piglia.
Sin embargo, el novelista argentino cree que la novela actual de este continente bebe más de la cosmogonía de Jorge Luis Borges, autor de una generación anterior, que de la del padre de 'Cien años de soledad', del "realismo mágico" que durante décadas pareció inundarlo todo.
"Borges nos da hoy mejor la pauta de lo que es América Latina, esa mezcla de relaciones de tradiciones culturales propias y una tentación europea cosmopolita".
"Hemos pasado de cierta mirada a las selvas, a los grandes ríos y a las grandes dimensiones de la naturaleza, para pensar en mundos de ciudades con un orden en caos, que Borges atribuía a la acción de un Dios que delira", señala el escritor argentino.
Piglia, que dice provenir de la tradición narrativa rioplatense, ajena a la poética predominante del resto del continente, cree que entre los escritores contemporáneos de este área hay cierta responsabilidad por la herencia recibida de nombres como Julio Cortazar, Juan Carlos Onetti o el propio Borges.
Ensayista habitual, el narrador argentino, que mantiene un diario personal que estudia cómo publicar, alterna relatos y novelas, aunque no se atreve a determinar si el cuento es el principio o el fin.
"Yo escribo como un desafío a un grado de perfección al que el cuento puede llegar; también me interesa narrar un relato con pocas palabras y que tenga el efecto de una novela, es una gran fantasía", explica.
En este ámbito, trabaja ahora en un libro de relatos, unas "historias personales" surgidas de vivencias que, si no biográficas, al menos están inspiradas en el mundo que le rodea.
Autor de cuatro novelas (desde la reveladora "Respiración inicial", 1980) Piglia anima a sus lectores adelantándoles que quiere dedicar "tres o cuatro veces más tiempo" a escribir novelas para acortar así los plazos de entrega.
Aunque afirma que no lo gusta tomar posiciones políticas, destaca lo logrado por el Gobierno del fallecido Néstor Kirschner y su esposa Cristina Fernández, y añade que ésta no sólo volverá a presentarse a la presidencia sino que renovará en el cargo. "Han encarado ciertas cuestiones que parecían imposibles de tocar en Argentina, como el papel de los militares, o la relación con el FMI, se tomaron unas decisiones y uno valora estas decisiones fuertes", remarca.
Profesor en Princenton, Piglia tuvo allí como compañero a Antonio Calvo, al docente español que se suicidó en extrañas circunstancias, unos días después de ser despedido.
"Nunca sabremos el motivo, fue un hecho trágico que nos dejó en un estado de estupefacción y pena", se lamenta el escritor argentino que reclama una reflexión sobre las condiciones académicas en las que se renueva los contratos a los profesores.
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/06/14/cultura/1308057294.html
martes, 29 de abril de 2014
Roberto Bolaño.
Roberto Bolaño
(Chile, 1953-2003)
Escritor nacido en Santiago de Chile, Bolaño ha llevado una existencia bastante trashumante. A los 15 años estaba viviendo en México, donde comenzó a trabajar como periodista y se hizo troskista. En el 73 regresó a su país y pudo presenciar el golpe militar. Se alistó en la resistencia y terminó preso. Unos amigos detectives de la adolescencia lo reconocieron y lograron que a los ocho días abandonase la cárcel. Se fue a El Salvador: conoció al poeta Roque Dalton y a sus asesinos. En el 77 se instaló en España, donde ejerció (también en Francia y otros países) una diversidad de oficios: lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, descargador de barcos, vendimiador. Hasta que, en los 80, pudo sustentarse ganando concursos literarios. A fines de los años 90 la suerte empezó a estar de su lado: Los detectives salvajes (1999) obtuvo el premio Herralde y el Rómulo Gallegos, considerado el Nobel de Latinoamérica. Es autor de las novelas, La pista de hielo (1993), La literatura nazi en América (1996), Estrella distante (1996), Amuleto (1999), Monsieur Pain (1999), Nocturno de Chile (2000), Una novelita lumpen (2002) y 2666 (2004), ésta última póstuma.
(Fragmento. Novela.2666).
"Soy un gigante perdido en medio de un bosque calcinado. Mi destino, sin embargo, sólo lo conozco yo.
Y entonces volvieron a oírse los pasos y las risas y los jaleos y palabras de aliento de los presos y de los carceleros que escoltaban al gigante. Y luego vieron a un tipo enorme y muy rubio que entraba en la sala de visitas inclinando la cabeza, como si temiera darse un topetazo con el techo, y que sonreía como si acabara de hacer una travesura, cantar en alemán la canción del leñador perdido, y que los miró a todos con una mirada inteligente y burlona. Después el carcelero que lo acompañaba le preguntó a Guadalupe Roncal si prefería que lo esposara a la silla o no y Guadalupe Roncal movió la cabeza negativamente y el carcelero le dio una palmadita en el hombro al tipo alto y se marchó y el funcionario que estaba junto a Fate y las mujeres también se marchó no sin antes decirle algo al oído a Guadalupe Roncal y ellos se quedaron solos.
–Buenos días –les dijo el gigante en español. Se sentó y estiró las piernas por debajo de la mesa hasta que aparecieron sus pies por el otro lado.
Llevaba unos zapatos deportivos, de color negro, y calcetines blancos. Guadalupe Roncal retrocedió un paso.
–Pregunten lo que quieran –dijo el gigante.
Guadalupe Roncal se llevó una mano a la boca, como si estuviera inhalando un gas tóxico, y no supo qué preguntar".
lunes, 28 de abril de 2014
Antonio Muñoz Molina.
Antonio Muñoz Molina (Úbeda -Jaén (España)-, 10 de enero de 1956), escritor español y académico de número de la Real Academia Española (1995). Actualmente reside en Nueva York, donde dirigió el Instituto Cervantes hasta mediados del 2006.
Estudió Historia del Arte en la Universidad de Granada y Periodismo en la de Madrid. En los años ochenta se establece en Granada, donde trabaja como funcionario y colabora como columnista en el diario Ideal, su primer libro es una recopilación de esos artículos y aparece en 1984 con el título El Robinsón urbano.
Su primera novela, Beatus ille aparece en 1986. En ella figura una ciudad imaginaria de nombre Mágina, que reaparecerá en sus sucesivas obras, y que en realidad es su ciudad natal de Úbeda.
En 1987 obtiene el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa por El invierno en Lisboa y en 1991 el premio Planeta por El jinete polaco, por la que vuelve a ser Premio Nacional de Narrativa en 1992.
Otras obras destacadas son Beltenebros (1989) una novela de amor y de intriga en el Madrid de la posguerra con implicaciones políticas (véase también la película basada en esa obra), Los misterios de Madrid (1992 -publicada inicialmente como serial a capítulos en el diario El País -el título hace referencia al folletín decimonónico Los misterios de París, de Eugène Sue-), y El dueño del secreto (1994).
Está casado con la también escritora Elvira Lindo, con la que tiene un hijo.
(aporte de mjrgdelar)
Un traductor simultáneo que viaja de ciudad en ciudad le cuenta su vida a una mujer, evocando en su relato las voces de los habitantes de Mágina, su pueblo natal. Así sabremos de su bisabuelo Pedro, que era expósito y estuvo en Cuba, de su abuelo, guardia de asalto que en 1939 acabó en un campo de concentración, de sus padres, campesinos de resignada y oscura vida, y de su propia niñez y turbulenta adolescencia en un lugar en plena transformación.
En un período de tiempo comprendido entre el asesinato de Prim en 1870 y la Guerra del Golfo, estos y otros personajes van configurando el curso de la historia de esa comunidad y de España, formando un apasionante mosaico de vidas a través de las cuales se recrea un pasado que ilumina y explica la personalidad del narrador. Esta prodigiosa novela, urdida en torno a circunstancias biográficas, se transforma en una peripecia histórica surcada por tramas que se entrelazan con la principal, la enriquecen y se enriquecen con ella.
El jinete polaco fue galardonada con el Premio Planeta 1991 y el Nacional de Literatura en 1992.
Fuente: N.N.
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domingo, 27 de abril de 2014
Nicolai Vasilievich Gogol. Novela: "Almas muertas". Almas muertas o las aventuras de Chichikov.
El hombre
Nicolai Vasilievich Gogol nació en Sorochinez, del distrito de Mirgorod (en el gobierno
de Poltava, Ucrania), el 1 de abril de 1809. Descendía de una familia de cosacos
ucranianos que llevaban una vida sencilla y patriarcal. El padre, Vasili Afanasievich, era
un pequeño terrateniente y ex funcionario de Correos; comediógrafo popular, sus obras
ejercieron cierto influjo sobre los primeros pasos literarios de Nicolás; algunas de ellas
fueron tenidas en cuenta por su hijo, especialmente para La feria de Sorochinez. De ahí
que al respirar ese ambiente desde su infancia se desarrollara su afición por el teatro y la
literatura. Vasili había escrito comedias cortas, sátiras y relatos humorísticos, atrayendo
así a su hijo, que llegaría con el tiempo a alturas insospechadas hasta entonces.
Su madre se caracterizaba por su espíritu extremadamente inclinado al misticismo
religioso y a las supersticiones, y de ella lo heredaría Gogol, no sólo por su carácter, sino
por la formación que de ella recibió.
En 1820 inició sus estudios en el liceo de Niezin, en Poltava, donde permaneció hasta
el año 1828; allí empezó a escribir, concluyendo la obra Hans Hüchelgarten, publicada
más tarde bajo el seudónimo de V. Alov y por su propia cuenta.
A los dieciséis años murió su padre; ello representó un grave trastorno en cuanto a la
situación económica de la familia, puesto que de sus dominios nunca habían obtenido
pingues beneficios, sin que esto preocupara gran cosa al matrimonio: si los ingresos eran
modestos, también lo eran sus gustos.
Nicolás, el primogénito (de doce hermanos murieron siete, casi todos a temprana
edad), tuvo que encargarse de la familia, aconsejando constantemente a su madre sobre
distintas operaciones para incrementar sus ingresos, y demostrando de este modo su
sentido práctico. Por otra parte, la desaparición de su padre alteró también su disposición
de ánimo, haciendo que en adelante mostrara un excesivo apego hacia su madre; es po-
sible que esto contribuyera asimismo a una radical dificultad de su carácter, torpe hasta el
máximo para la comunicación afectiva e intelectual con sus semejantes.
Cuando hubo concluido sus estudios medios, Gogol, ante quien la economía doméstica
ofrecía una perspectiva cada vez más sombría, marchó a San Petersburgo (1828),
ilusionado por triunfar como poeta romántico e impulsado por una especie de afán de
imponer justicia en el mundo. Los primeros meses de su estancia allí coincidieron con el
poco éxito de su novela en verso Hans Küchelgarten, que al fin se decidió a publicar
apremiado por la necesidad; a su autor se le hace víctima del ridículo, arrecian las críticas
en los periódicos, y entonces Gogol, decepcionado, tras retirar de las librerías todos los
ejemplares que encuentra, decide abandonar Rusia y partir hacia América. Sin embargo,
no pasó de Lübeck, y su permanencia en el extranjero quedó reducida a un mes. Al
regresar a la patria volvió de nuevo a San Petersburgo. Consiguió por último, con la
ayuda de su tío, un pequeño empleo ministerial que apenas le daba para vivir; más tarde
obtuvo un ascenso y con ello mejoró su situación económica, dedicándose en los ratos de
ocio a la pintura. En 1830 intenta ser actor, pero fracasa. Apremiado otra vez por la falta
de dinero, decide escribir a fin de aumentar sus ingresos, y en 1831 aparece el primer
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volumen de las Veladas en la granja de Dikanka, al que seguirá en 1832 el segundo
volumen. En esta ocasión alcanzará un notable éxito.
En San Petersburgo entró en contacto con los círculos literarios de aquella época, y
sobre todo con personajes de la altura de Jukovski, Pletniev y Pushkin, que apreciarían su
obra. Pushkin será para él un buen amigo y protector, y repetidas veces le proporcionará
el tema para sus obras. Gracias a uno de sus nuevos amigos obtiene el puesto de profesor
de Historia en el Instituto Patriótico para señoritas, y después, en 1834, pasa a la
Universidad; pero pronto lo deja, debido, según dicen algunos, a sus escasos
conocimientos en la materia.
En 1835 surge a la luz una segunda colección de cuentos, Mirgorod, también en dos
volúmenes, en los que a los elementos integrantes de la primera, el colorido local y la
fantasía, añadió otros dos: el histórico-épico y el realista psicológico de fondo
humorístico, representados por Taras Bulba, novela histórica al estilo de las de Walter
Scott, y por Cómo pleitearon Iván Ivanovich e Iván Nikiforovich, y Terratenientes de
antaño, respectivamente; funde los elementos realistas con los fantásticos y románticos,
revela un espíritu satírico, y al mismo tiempo se advierte en ellos cierta tendencia a las
situaciones espirituales morbosas. Más adelante escribe Arabescos (nueva recopilación en
dos volúmenes), que contiene ensayos críticos en los que pretende dar conciencia de su
propio arte. Siguen después otros cuentos: Perspectiva Nevski, Las memorias de un loco,
en que retrata fielmente las fases de la demencia, y El retrato, en su primera versión,
donde se descubren nuevos elementos de su personalidad artística.
En 1832 realizó un viaje a Ucrania, despertándose entonces en él el amor por el teatro,
al que años más tarde se dedicaría escribiendo algunas de sus mejores obras. Regresó
después a San Petersburgo, donde entabló nuevas amistades en el ambiente intelectual,
especialmente con la familia Aksakov, dando con ello un renovado impulso a sus ideas
teóricas nacionalistas y eslavófilas. Su amistad con Pushkin se estrechó, y éste le contó un
día la anécdota que serviría de base para su comedia El inspector general. Acerca de ella,
Gogol afirmó en cierta ocasión que al empezar a escribirla tenía el propósito de poner al
descubierto todo lo feo y lo malo que había visto en Rusia, a fin de que el público pudiera
reírse de todo aquello. En esta comedia las dotes de humorista de Gogol aparecen
condensadas con fortuna. Con autorización del mismo zar se puso en escena el 19 de abril
de 1836; la obra era un despiadado ataque contra la corrupción burocrática, y ni siquiera
Nicolás I había previsto la reacción de las clases satirizadas. Proporcionó a su autor
muchos disgustos, a pesar de la admiración del grupo de idealistas moscovitas; Pushkin
ya le había advertido que en Moscú sería mucho mejor acogido que en San Petersburgo, y
al fin Gogol autorizó su representación allí. No obstante, las polémicas suscitadas
ahondaron en él la amargura, ya aumentada por su morbosa sensibilidad, y resolvió
emprender otro viaje al extranjero. Sin embargo, no desistió de terminar Almas muertas, o
las aventuras de Chichikov, obra iniciada en 1835, y la continuó en Roma, adonde llegó en
marzo de 1837, permaneciendo allí dos años; anteriormente había residido por algún
tiempo en Alemania, en Suiza y en París, donde recibió la noticia de la muerte de
Pushkin. Todos estos años fueron para él de continua actividad; la impresión producida
por la Ciudad Eterna le impulsó a escribir el breve fragmento Roma; asimismo escribió El
capote, que se convertiría en el más famoso de sus cuentos; refundió El retrato, rehizo
Taras Bulba, terminó El matrimonio, su segunda comedia, y dio punto final a su "poema",
como él le llamaba, Almas muertas, primera parte, publicada en el año 1842, y que
alcanzó gran resonancia, hasta el punto de colocar el arte de Gogol por encima del de los
escritores rusos de todos los tiempos. Su publicación coincidió con el punto álgido de la
crisis que minaba física y espiritualmente a Gogol desde hacía ya mucho tiempo, puesto
que su innata tendencia al misticismo religioso se convirtió entonces en una obsesión.
Marchó otra vez fuera de la patria y se instaló en Roma, desde donde realizó algunos
viajes a Paris, a Niza y Ostende. Estuvo trabajando en la segunda parte de Almas
muertas, trabajo que avanzó con mucha lentitud debido a esa obsesión que le llevó a la
idea de que era necesaria una purificación moral, de que debía reformarse él mismo para
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tratar después de reformar a los demás, de salvar a sus compatriotas. Todo esto oscureció
su inteligencia hasta llegar a hacer de él un pobre desequilibrado. El mismo confesó que
había perdido para largo tiempo la capacidad de crear. Más tarde sería posible darse
cuenta de que, en sus obras, Gogol había esparcido esos pensamientos y elucubraciones
que habían hecho presa en él, mediante el estudio de los cuales se descubren numerosos
aspectos borrosos de su psicología.
Regresa de nuevo a Rusia, donde, convencido de que su destino es realizar elevadas
obras morales, y tal vez por cumplir un voto, publica Fragmentos escogidos de la
correspondencia con los amigos (1847), en que reúne sus reflexiones acerca de los
problemas más importantes de la vida de la época, acerca de la servidumbre, el arte, la
libertad, la religión, los castigos corporales (de los que era partidario), etc. Esta obra, que
resultó ser como un breviario del oscurantismo reaccionario, produjo una desastrosa
impresión y disgustó especialmente a los ambientes literarios democráticos, que hasta
entonces habían visto en él a un escritor progresista y liberal, según juzgaban por el
contenido crítico de sus obras. Bielinski, el famoso crítico, le escribió una carta abierta
acusándole de haber abandonado su tarea de renovación justiciera y clamando indignado
que volviera a ella.
Al año siguiente, en 1848, realiza un viaje a Palestina en busca de tranquilidad de
espíritu; allí se empeña en recorrer con un guía el mismo camino que siguió Cristo hasta
el Gólgota. A partir de entonces su salud se quebranta cada vez más. Se dedica a concluir
la segunda parte de Almas muertas, y al fin se entrega casi por completo a sus
elucubraciones religiosas y morales; la idea de la muerte le horroriza, y acaba renegando
de su obra literaria, considerándola injuriosa e indigna. Se da cuenta al concluir esa
segunda parte de que se ha salido de sus posibilidades artísticas, y una mañana ordena a
su criado que abra la estufa y arroje al fuego el manuscrito. Poco tiempo después (21 de
febrero de 1852), Gogol dejaba de existir.
Carácter y significado de Gogol
Gogol era un ser esencialmente contradictorio y enigmático en todos los aspectos de su
carácter y reacciones, e incluso en sus más elementales sentimientos, hasta el punto de
hacerse incomprensible. Esa dualidad fue notable sobre todo en el aspecto religioso, y a
medida que avanzaba su vida iba haciéndose cada vez más evidente; en los últimos
tiempos su espíritu oscilaba continuamente entre los pensamientos del diablo y de Cristo.
A causa de su debilidad espiritual, llegó incluso a creer que percibía al diablo casi de un
modo físico.
Su vida se caracterizó por un miedo casi místico a la muerte y a tener que presentarse
ante el Dios justiciero; ese sentimiento, heredado de su madre, presidió toda su vida y
aumentó conforme pasaban los años. Era un miedo injustificado, una melancolía, que
quizá también en cierta parte se debiera a su salud enfermiza, fortalecida a partir de los
24 años, pero no por ello superada; sus enfermedades y desasosiegos eran muchas veces
más imaginarios que reales. Por otra parte, carecía de dominio propio; estaba dotado de
un carácter vacilante, y esto hizo que a menudo se encontrara en situaciones absurdas,
ridículas y hasta humillantes. Su vida tenía toda la apariencia de una fuga de sí mismo, a
pesar de que más bien rehuyó siempre toda compañía y amó la soledad. Se mantenía
alejado de todo el mundo y jamás confesaba por entero sus pensamientos ni sentimientos,
ni tan siquiera a su madre o a sus amigos; espíritu nada abierto, reconcentrado, prefería
guardar siempre para sí algún pequeño rincón, algún secreto, por simple que fuera,
porque, según él, de este modo conservaba siempre la libertad.
El prosista Gogol y el poeta Pushkin fueron los creadores del moderno idioma literario
ruso, dando a sus letras la orientación nacional; crearon la conciencia de los valores
espirituales de su patria, e indicaron a sus colegas el camino a seguir. Pushkin con su
poesía y Gogol con la prosa de sus obras realistas fundaron la literatura nacional rusa.
Gogol le dio su orientación decisiva y fecunda, sentando las bases del futuro realismo.
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Las obras de ese escritor a quien muchas veces rodeó un silencio hostil o que fue
rechazado por su público tan injustamente, contenían el germen de la literatura rusa del
futuro. El también creó toda una serie de personajes cuyos nombres quedaron, como
apelativos entre los rusos.
No obstante, es curioso que siendo Gogol el creador de la prosa rusa, del moderno
idioma literario, se diera también en su lengua una contradicción íntima, como la que
existía en él en tantas otras cosas. Por una parte la domina totalmente, pero por otra
vacila en su sentimiento, exageradamente fino, de la lengua. Con frecuencia afirmaba que
temía pecar contra ella, llegando a decir: «Mi lengua y mi estilo son tan imprecisos que en
esto me quedo atrás con respecto a muchos malos escritores. Hasta un principiante o un
escolar puede reírse de mi lengua. Cuando cojo la pluma, me siento como paralizado.» En
estas palabras podemos ver hasta qué punto le preocupaba la lengua.
Gogol entre el romanticismo y el realismo
La posición de Gogol en la literatura rusa ha sido muy discutida, llegando al extremo
de que unos le han considerado el representante de la «escuela naturalista» de Bielinski,
y, en cambio, otros, un precursor de las más modernas tendencias romántico-grotescas.
Gogol pertenece a la generación de 1830; dentro del romanticismo, es él quien inicia en
la literatura rusa la corriente realista. Su vida transcurrió bajo el régimen reaccionario del
zar Nicolás I, y en él se dan fundamentales características que le diferencian tanto de los
escritores anteriores como de los posteriores o coetáneos más jóvenes que él.
Contrariamente a los que le sucedieron, Gogol no intervino nunca en las querellas
ideológicas de la crítica literaria que entonces cobraba auge, así como tampoco pensó ni
remotamente en acusaciones contra el Estado ni en reformas e innovaciones progresistas.
De este modo Gogol se mantuvo alejado de la orientación social, que no tardaría en ser la
principal característica de los escritores rusos. En cambio, se diferencia de los anteriores
como Puhskin, o los coetáneos como Lermontov, en que con su obra exclusivamente en
prosa llevó a cabo el tránsito del romanticismo al realismo, inspirándose directamente en
la realidad de su patria, a pesar de que lo hiciera con temperamento de humorista, y
ofreciendo de este modo el ejemplo a seguir. Así, pues, en la historia de la literatura
nacional, su obra no sólo representa el paso decisivo del romanticismo al realismo, sino
que abre el camino de la época áurea de la narrativa de su país.
Sin embargo, Gogol no se limita a copiar la realidad; al mismo tiempo que la describe,
aparecen en sus obras numerosas escapadas hacia el mundo de la fantasía (mediante la
intervención de diablos, brujos...) y, cosa nada de extrañar, hacia un reformismo moral a
ultranza. No obstante, esto no le separa de lo que en adelante será la gran literatura del
siglo 19, en la que, a pesar de su realismo, es frecuente encontrar también elementos
fantásticos y reformismo moral; así ocurrirá, por ejemplo, en Chejov y en Dostoievski.
De ahí que en sus obras deban tenerse en cuenta estos dos aspectos, tanto el romántico
y moralizador como el realista, aunque no hay que decir que acierta mucho más en el
segundo. Por otra parte, no es posible separar uno de otro, ya que ambos se interfieren en
la mayoría de sus obras; por los dos lados es como hay que verle, y así lo hicieron casi
todos sus compatriotas y especialmente sus coetáneos. Gogol mismo atestigua lo
evidentes que son ambos planos cuando explica la impresión que le causó a Pushkin la
obra Almas muertas al leerla ante éste: “Pushkin, tan aficionado a reír, a medida que yo
leía se iba poniendo cada vez más sombrío, y al acabarse la lectura exclamó con
desesperación: "¡Dios mío, qué triste es nuestra Rusia!". Pushkin había interpretado como
amarga revelación de la realidad aquello que a primera vista aparecía como una obra
caricaturesca. Entonces Gogol sigue diciendo: "En aquel momento me di cuenta de la
importancia que podía tener todo cuanto saliera directamente del alma, y, en general,
todo cuanto poseyera una verdad interior”. Gogol acababa de ver la superioridad de lo
real, y advirtiendo que esto obliga al escritor a esforzarse más, exclama: "Cuanto más
común es un objeto, más por encima de él debe hallarse el artista a fin de conseguir de él
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lo no-común, para que esto llegue a ser verdad completa”.
Al principio tal vez resaltó más el aspecto romántico, pudiéndose decir que casi entró
en la literatura como un típico romántico; pero no por ello sus primeras obras dejaron de
ser auténticamente realistas; cuanto más avanzaba en su carrera literaria, más iba
destacándose este segundo aspecto, y así Gogol llegó a convertirse en director del nuevo
movimiento novelístico, hasta que el realismo cristalizó definitivamente. Pero Gogol se
diferenció de los grandes escritores realistas que le siguieron, en que a éstos les movía
una tendencia, un interés por la situación político-social que presentaba Rusia en aquellos
momentos; todos ellos se dieron cuenta de que a Rusia era preciso cambiarla, de que su
estructura social no podía subsistir; Rusia llevaba varios siglos de atraso con respecto a
los demás países europeos y tenía que ser reformada; pero la severidad del régimen, la
censura, la vigilancia policial, no permitían el progreso del país ni la libre expresión de
las ideas; sin embargo, paradójicamente, la censura sólo prohibía los ataques personales y
no las ideas generales; mientras no se atacara a Dios, al zar o a la Administración, en los
escritos se toleraba todo, hasta el punto de que incluso, sin prever sus consecuencias, se
permitió la entrada en el país de El capital, de Carlos Marx. De este modo la literatura se
convirtió en la tribuna del pueblo, y los escritores clamaron por la justicia y el progreso
social. Estas características se dieron en todos los literatos posteriores a Gogol y también
en algunos coetáneos. A Gogol, por el contrario, no le movía la crítica social; con sus
poderosas dotes de observación plasmó la realidad en sus obras, se limitó a pintar el
cuadro de la Rusia que veían sus ojos, abriendo y preparando así el camino que seguiría
la literatura hasta la llegada del bolchevismo.
Gogol acentuó el interés de la literatura por el hombre, y concretamente por el hombre
en el ambiente ruso. En sus obras hace gala de un gran espíritu de observación, de una
gran capacidad para penetrar en la mente y en el alma humanas, pero al mismo tiempo no
puede liberarse de algunos elementos característicos del romanticismo. Esto hizo que
unos le consideran como romántico y otros como realista, e incluso yendo más allá,
llevando todo esto al campo de la vida político-social, hizo que los primeros le
consideraran conservador y los segundos liberal. Por ello ha sido el escritor ruso tal vez
más discutido por distintas corrientes, y siempre con fervor y apasionamiento. Quizá en
nadie como en él se pueda ver mejor la insuficiencia de las etiquetas, puesto que si por un
lado fue fruto del romanticismo de sus tiempos, por otro fue también el padre del
realismo ruso, siendo, pues, romántico y realista a la vez. Hoy día se le considera el
primer representante auténtico del realismo en la narrativa de Rusia, aunque no ajeno al
movimiento literario que le precedió y coexistió con él. Ya desde los primeros momentos
del romanticismo habían surgido escritores tanto rusos como ucranianos, en general de
poca talla (excepto Pushkin y Lermontov), en los que aparecían características totalmente
realistas. Estos elementos son muchísimo más marcados en Gogol, constituyendo el
escritor un caso más complejo, ya que si por una parte la abundancia de elementos
realistas permiten que se le clasifique como autor realista, por otra, los también
abundantes elementos románticos permiten encuadrarlo en el anterior movimiento
literario. Los críticos contemporáneos a Gogol le incluyeron en el primer grupo, así como
los críticos posteriores de matiz más o menos social; en cambio, una parte de la moderna
crítica, desligada de las influencias de tendencia sociológica, le incluye en el segundo. No
obstante, creemos que lo más acertado, alejados de todo prejuicio, es considerarle como
padre del realismo ruso, pero no por ello apartado del romanticismo; si bien se ha
hablado de una clasificación de sus obras según en ellas se dé la reproducción de la
realidad o la fantasía creadora, es muy difícil poder establecerla, pues ambos elementos se
mezclan y se funden casi siempre, resultando a menudo imposible afirmar cuál de ellos
predomina. Se suele decir que cuanto más avanza en su obra más característicos y
abundantes son también los elementos realistas; sí, es cierto, pero esto no significa en
modo alguno que al escribir, por ejemplo, las Veladas en Dikanka o Taras Bulba, Gogol no
hubiera concebido la idea de reproducir artísticamente la realidad, por más que interven-
gan elementos fantásticos como brujos y diablos, que por otro lado formaban parte de las
supersticiones tan comunes en el pueblo que intentaba retratar, como en el primer caso, o
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elementos de la exageración y ampulosidad romántica, como en el segundo.
Si recorremos todas sus obras, vemos que en la primera, las Veladas en la granja de
Dikanka, son totalmente realistas las descripciones de los tipos, de la naturaleza, y el
estilo en que están escritas, mientras, como acabamos de decir, intervienen numerosos
elementos fantásticos, siéndolo también incluso el tema de alguno de estos relatos. En los
siguientes cuentos, Mirgorod, en los que se incluye Taras Bulba, una corta novela,
aparecen no sólo elementos épicos y líricos en abundancia, sino que los temas están
basados en la vida real y en la historia. En Arabescos, Las memorias de un loco y El
retrato, aparece también el elemento fantástico. Su comedia El inspector general es una
sátira contra la corrupción burocrática y la sordidez de la vida de provincias, y, como tal,
está basada en la realidad, viéndose aquí el predominio de ésta. En adelante ambos
elementos van alternando hasta llegar a Almas muertas (concebida más tarde como la
primera parte de una trilogía que habría de regenerar a Rusia), en que, a pesar de que el
mismo Gogol había afirmado que su propósito era pintar una caricatura, y que todo
cuanto había escrito sólo era fruto de su imaginación, da la impresión de que no
pretendió otra cosa que ofrecer una pintura realista y verdadera de la vida rusa. No cabe,
pues, duda de que la realidad fue el último fin de su arte; en la reproducción de esa
realidad la imaginación juega un papel básico; de ella se sirvió Gogol, así como de esa
fantasía creadora que le acerca a los románticos.
«Almas muertas». Primera Parte
a) Generalidades
Almas muertas o las aventuras de Chichikov es la gran novela de Gogol, de la que,
como de algunas otras de diversos autores, se ha dicho que es la mejor novela rusa, y que
ha influido mucho en escritores posteriores. Esta primera parte, iniciada en 1835, fue
publicada en 1842, y su autor le dio el nombre de "poema", cosa muy frecuente en
aquellos tiempos. Gogol consideraba que lo que había escrito hasta aquel momento
carecía de valor, y se propone trabajar en serio. Su poema resultará ser a un tiempo la más
verdadera, la más cómica y la más cruel de todas sus obras.
Su argumento es muy sencillo; sucede con frecuencia en Gogol que en sus obras la
acción es incluso pobre; dotado de un gran poder de transformación, triunfa al detallar
siempre lo pequeño, lo absurdo, enreda y desenreda los caracteres, y, en consecuencia,
apenas si hay acción. En Almas muertas, cuyo tema se lo proporcionó Pushkin, se relatan
las aventuras de Chichikov, un personaje procedente de la nobleza, aunque de origen un
tanto oscuro, que después de pasar por la experiencia de ser funcionario, de formar parte
de una comisión de obras, de trabajar en Aduanas y de haber intentado repetidas veces
enriquecerse, fracasando siempre tras conseguirlo por descubrirse todo, organiza un plan
que está seguro no le ha de fallar para lograr hacer fortuna. Mediante la compra de
siervos muertos después del último censo (aquellos censos se llevaban a cabo cada diez
años) y que aún figuran como vivos en los registros a efectos de impuestos, conseguirá
que el Estado le facilite tierras; por supuesto que se trata de una especie de fraude, es
decir, un fraude legal, ya que estas tierras son facilitadas a quien posea cierto número de
siervos, y Chichikov, para poder demostrar que está en posesión de ese número, compra
siervos fallecidos a un precio mucho más reducido, haciéndolos pasar por vivos a fin de
transferirlos, en el papel, a dichas tierras. Con ese propósito Chichikov va recorriendo
diversas provincias rusas y trabando relaciones con toda clase, de terratenientes, muchos
de los cuales, ignorando las verdaderas intenciones de Chichikov, le ceden o le venden a
bajo precio esos siervos muertos a causa de enfermedades que han asolado la comarca,
con lo que se libran al mismo tiempo de pagar las cargas fiscales.
De este modo Gogol ofrece un cuadro de muchos aspectos de la vida rusa, y hace
desfilar por la obra un gran número de personajes verdaderamente típicos, situados en
los medios más diversos; es un cuadro realista visto, sin embargo, a través de un prisma
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caricaturesco. En esta obra el autor intercala de vez en cuando observaciones personales,
digresiones filosóficas o morales, o arranques de lirismo.
Hay que hacer notar que la expresión “almas muertas” era utilizada comúnmente para
designar a los siervos de la gleba que habían fallecido después de cada uno de los censos,
los cuales, como hemos dicho, se realizaban cada diez años. A esos siervos se les llamaba
"almas" y todavía figuraban en los registros como vivos. Por supuesto que la frase puede
tener otra interpretación, pero de ello hablaremos más adelante, y aquí nos limitaremos a
decir que fue en el sentido indicado en que lo aplicó Gogol.
Antes de su publicación, el presente "poema" pasó por diversas vicisitudes; el autor
envió el manuscrito a un censor llamado Sneguiriov, a la sazón profesor de la
Universidad de Moscú, a quien consideraba más inteligente que a sus colegas;
probablemente temía que la censura pusiera reparos a una obra como aquélla, sobre todo
teniendo en cuenta lo sucedido con El inspector general. Sneguiriov repuso que estaba
dispuesto a conceder el permiso de publicación sólo a condición de que hiciera algunos
pequeños cambios, y Gogol se mostró satisfecho. No obstante, después surgieron
problemas, puesto que el presidente del comité de censura de Moscú interpretó de otro
modo el título de Almas muertas, en el sentido de que no eran inmortales, y no sólo
mostró indignación por esto, sino que cuando lograron convencerle del auténtico sentido
de la frase, declaró que se trataba de un ataque contra la institución de la servidumbre.
Otros, en cambio, constataron que la empresa llevada a cabo por el protagonista era una
pura estafa, a lo que Sneguiriov replicó que, si bien era así, el autor no justificaba en
modo alguno su conducta; entonces alegaron sus oponentes que tal vez habría alguien
que se atrevería a imitarle. A otros les pareció inmoral que por seres humanos se pagara
la irrisoria cantidad de dos rublos y medio como máximo, replicando Sneguiriov, siempre
en defensa de Gogol, que no había que olvidar que aquellos seres eran “almas muertas",
no vivos. Y por último hubo quien en la figura del terrateniente arruinado, que a pesar de
ello se hizo construir una magnífica casa en Moscú, pretendió ver al zar, que acababa de
edificar allí un palacio. Por todo esto decidieron, finalmente, no conceder la autorización
para publicar la obra, y Gogol probó en San Petersburgo, adonde envió el manuscrito;
consiguió al fin la autorización, y Almas muertas vio la luz en mayo de 1842.
Gogol, al iniciar su “poema", tenía la intención de presentar al publico una caricatura
de la vida rusa, presentar al hombre ruso con todas sus virtudes y sus defectos, los cuales,
tanto los unos como los otros, le hacen superior a todos los demás pueblos. No abrigaba
ningún propósito de reforma, ni es probable que al comenzar a escribir concediera gran
importancia a su obra. Sin plan preconcebido, se abandona a la fantasía y no prevé las
dificultades que se le pueden presentar, ni el alcance de su empresa. Sin embargo,
apareció Pushkin, su amigo y protector, y le leyó, como hemos explicado antes, los
primeros capítulos de la nueva obra. Conocemos ya cómo reaccionó Pushkin, reacción
que sorprendió a nuestro autor, y cuáles fueron a continuación las reflexiones que se hizo
éste. Entonces ve cada vez con mayor claridad y advierte el significado y la importancia
que puede tener su libro. Decide, según sus propias palabras, “endulzar la impresión
penosa que podía causar Almas muertas”. Llega un momento en que, tras una
interrupción, al reanudarla y leer lo que había escrito, él mismo se asustó, llegando a
afirmar que si alguien hubiera visto los monstruos que había pintado, habría sentido
terror. Y no es de extrañar que así fuera, teniendo en cuenta cómo es la versión
"suavizada".
Dos años después de iniciarla, exclama: "Si llego a escribir este libro como es preciso
que sea escrito, entonces... ¡Qué tema original, inmenso! ¡Qué diversidad en esta masa!
Toda Rusia aparecerá en mi poema. Será mi primera obra pasable, la obra que salvará mi
nombre del olvido." Y poco más tarde escribe a un amigo: "Mi obra será inmensa y
todavía no veo su fin. Numerosas gentes se dirigirán contra mí, tendré contra mí clases
enteras. Pero, ¡qué puedo hacer! Mi destino es batallar contra mis contemporáneos.
¡Paciencia! Una mano invisible, pero poderosa, escribe misteriosamente bajo mis ojos. Sé
que mi nombre será más feliz que yo mismo. Quizá los descendientes de mis
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compatriotas, con lágrimas en los ojos, se reconciliarán con mi nombre”. Y en efecto, así
fue, como si Gogol lo estuviera presintiendo.
b) La realidad y el autor en «Almas muertas»
Almas muertas es, de todas las obras de Gogol, la más realista, si bien esta realidad
está presentada de un modo grotesco, como una caricatura. Gogol tiende aquí a la
exageración, pero ello no significa en modo alguno que no represente los tipos y las cosas
tal como son.
En Las aventuras de Chichikov aparecen innumerables personajes de todas las clases
sociales y profesiones, colocados todos y cada uno en el medio que les corresponde; esto
permite a Gogol presentarnos un cuadro completo de todos los ambientes rusos, a la vez
que a nosotros conocerlo. Terratenientes, nobles y aristócratas, gobernadores, militares,
funcionarios, campesinos, desfilan por estas páginas, cada uno en su medio social. Son
muchos los terratenientes con quienes Chichikov se relaciona, mientras va en busca de las
"almas muertas"; todos ellos aparecen con las características propias de los propietarios
de la época: grandes bebedores en general, buenos comedores (son muy notables sus
comidas, en las que abundan toda clase de manjares y en gran cantidad), menesteres
ambos, comer y beber, en los que a menudo dilapidan una considerable fortuna;
arruinados, con sus propiedades hipotecadas, no sólo a causa de sus caprichos y
continuos derroches, sino también por su imprevisión y la incapacidad de dirigir una
hacienda; extremadamente vagos, que nunca se molestan en lo más mínimo, a excepción
de Konstantin Kostanzhoglo, que sabe llevar las riendas de su hacienda con sumo acierto;
excéntricos, cualidad que queda perfectamente retratada en Nozdriov, así como en el
coronel Koshkariov y en Jlobnev, y que era muy normal en aquella época, de modo que
no resulta nada extraño que a Nozdriov se le ocurra ordenar a sus criados que azoten a
Chichikov por la simple razón de que éste se niega a proseguir una partida de damas en
la que aquél hacía trampas. Todas estas características se daban en los terratenientes y en
los nobles del momento.
De igual manera desfilan también por el "poema" los campesinos, aunque ninguno de
ellos sea una figura principal de la obra. Esta es una de las novelas rusas en que mejor se
describe el ambiente y la vida de los siervos campesinos, las condiciones en que se hallan
según sea su amo, aunque en general, menos los que pertenecen a Kostanzhoglo, suelen
vivir en condiciones ínfimas, especialmente los que pertenecen a un señor arruinado,
como es el caso de Jlobnev. Al mismo tiempo, Gogol describe la tierra rusa, sus
cualidades, sus productos, su aprovechamiento si se sabe llevar bien. El autor aprovecha
para expansionar su ánimo y hace algunas digresiones líricas al acompañar a Chichikov
en sus viajes.
Pero quizá lo que mejor retrata el escritor es la ciudad, la atmósfera de capital de
provincia, con sus calles, sus fiestas, sus comilonas, sus murmuraciones y sobre todo el
mundillo de los funcionarios, ya descrito anteriormente en El inspector general y en El
capote, y tal vez el más conocido de Gogol, por haber sido funcionario público en San
Petersburgo; en ellos se ve ese servilismo y adulación, el afán de enriquecerse, los
sobornos, tan peculiares entonces; asimismo se habla de las oficinas, en general sucias y
repugnantes.
Otro aspecto que aparece en su libro es la educación; no sólo nos narra la manera en
que fue educado Chichikov, sino que en determinado momento nos habla de la educación
recibida por la señora de Manilov en el pensionado, en el que se enseña, como en todos,
piano, francés y economía doméstica. Es de notar que, igual que hará más tarde Chejov en
Mi vida, Gogol no identifica la ciudad que retrata, llamándola simplemente ciudad de N.
Pero esto no es todo; Gogol se introduce a menudo en la novela, habla él directamente
al lector, como cuando le aconseja que tenga paciencia para leer el relato, añadiendo des-
pués que es muy aficionado a los detalles y a la minuciosidad: en otras ocasiones expone
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sus ideas acerca de la observación requerida para retratar con fidelidad a los personajes,
incluso en cierto momento habla brevemente de sí mismo. A menudo expone sus
opiniones, como al hablar de los escritores y de la suerte que corren; también son
frecuentes sus alusiones al idioma (no olvidemos que éste preocupaba en extremo a
Gogol) y a la costumbre de la nobleza rusa de valerse del francés para expresarse; a este
respecto es muy significativo el párrafo que sigue: "Con el fin de ennoblecer todavía más
el idioma ruso, en la conversación se había prescindido de la mitad aproximadamente de
las palabras, razón por la que muy a menudo se recurría al francés; por el contrario,
cuando hablaban en francés era otra cosa: entonces estaban permitidas palabras mucho
más fuertes que las mencionadas anteriormente." Satirizando, más adelante, "la
lamentable costumbre de nuestra alta sociedad, que se expresa en ese idioma a todas las
horas del día, claro es que movido por un hondo sentimiento de amor a la patria, y hasta
critica el afán que les lleva a imitar a los franceses incluso en el baile, cuando el baile no
cuadra con el espíritu ruso.
Es curioso constatar que en algunas ocasiones Gogol defiende en su obra a Rusia, a la
patria. Sabido es que numerosos escritores de la época sienten un acendrado amor por su
tierra natal, al mismo tiempo que, paradójicamente, hablan mal de ella y a veces la llenan
de insultos y agravios, o bien huyen de ella; Gogol estuvo bastante tiempo en el
extranjero, y se hallaba en Italia cuando escribió lo que sigue, casi al final de Almas
muertas, en un arrebato de amor patriótico: “¡Rusia! ¡Rusia! Te veo, te veo desde este
portento que es mi maravillosa lejanía. Te veo pobre, dispersa, poco acogedora. No
alegran ni asustan a la mirada los atrevidos prodigios de la naturaleza... No se levanta la
cabeza para contemplar los peñascos que se levantan sin fin sobre ella. No deslumbra la
luz a través de los oscuros arcos... No brillan a través de ellos, a lo lejos, las eternas líneas
de las montañas resplandecientes...”
"En ti todo es abierto solitario y llano. Como puntos, como signos, sin que nada atraiga
en ellas entre las llanuras, aparecen chatas ciudades; nada hay que seduzca ni cautive la
vista. Y sin embargo, ¿qué fuerza inefable y misteriosa atrae hacia ti? ¿Por qué mis oídos
oyen incansables, por qué resuena en ellos tan triste canción...? ¿Qué hay en ella... que
llama y solloza y oprime el corazón? ¿Qué sonidos son esos que acarician dolorosamente,
tratan de penetrar en mi alma y se enroscan en mi corazón? ¡Oh, Rusia! ¿Qué quieres de
mí? ¿Qué vínculo inescrutable me une a ti? ¿Por qué me miras así y por qué todo cuanto
hay en ti vuelve hacia mí sus ojos plenos de esperanza?... ¡Oh! ¡Qué lejanía tan
esplendente y portentosa, que, en ningún otro sitio conoce la tierra! ¡Rusia!...”
Sale después en defensa de su patria reprochando a sus lectores el mostrarse
contrarios respecto a conocer la verdad de su país, la realidad, la "miseria humana al
descubierto", quienes le acusan por ello llamándose a sí mismos patriotas, patriotas “que
permanecen tranquilos en sus rincones, se dedican a asuntos completamente ajenos y
amasan un capitalito, arreglando sus asuntos a expensas de los demás. Pero en cuanto se
produce algo que ellos consideran ofensivo para la patria, cuando aparece un libro en el
que se dicen amargas verdades, salen de sus rincones como arañas que vieron una mosca
enredada en la tela, y empiezan sus gritos"... Narra a continuación un breve cuento
defendiendo su punto de vista, "para contestar modestamente a las acusaciones de ciertos
fogosos patriotas, que hasta ahora se ocupaban tranquilamente en alguna cuestión
filosófica o de incrementar su hacienda a expensas de esa patria que tan tiernamente
aman; no piensan en no hacer nada malo, sino únicamente en que no se diga que hacen
cosas malas". E inmediatamente les reprocha su cobardía por no pararse a pensar, por no
atreverse a mirar el fondo de las cosas, acusándoles a su vez de que lo que les mueve a
sus reproches no es el patriotismo, ni tan siquiera ningún otro sentimiento puro. Porque
Gogol, como todos sus coetáneos, como todos los escritores de su siglo, a pesar de todo
ama a Rusia, a esa tierra que le vio nacer.
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c) El «poema de la vulgaridad»: personajes
Más arriba se han dicho unas breves palabras acerca del título que Gogol dio a su
libro: Almas muertas, y por el que suele conocerse esta obra, aunque su título más exacto
es Las aventuras de Chichikov, al que le agregó el subtítulo de Almas muertas. Decíamos
que con ello se significaban los siervos de la gleba fallecidos. Sin embargo, ha llegado a
tener más alcance de lo que en un principio creyó su mismo autor. Las aventuras de
Chichikov se ha convertido en el poema de la vulgaridad, un poema en el que todos sus
personajes son terriblemente vulgares, "almas muertas".
Al comenzar su carrera literaria, Gogol dotó a sus obras de seres libres, "almas vivas",
hasta que en uno de los relatos de Morgorod, en el cuento Viy, aparece Jomá Brutt, un
muchacho arrastrado por una fatalidad interior que no le deja moverse libremente, que no
le permite luchar contra esas fuerzas poderosas que le atacan, y al fin cae vencido. Jomá
es un ser encadenado, y la línea iniciada por él fue continuada por los personajes de Las
aventuras de Chichikov, todos ellos "almas muertas", seres también encadenados, los
seres que pueblan el mundo, en fin, todos nosotros. Por ello el libro suscitó tan
encontradas oposiciones, y por ello el mismo Gogol dijo: "Si ha asustado a Rusia y ha
producido tal alboroto, no es porque ha revelado sus llagas, sus enfermedades, o porque
haya mostrado el vicio triunfante y la inocencia perseguida. ¡Nada de esto! Mis héroes no
son del todo criminales... Pero lo que asustó al público es la vulgaridad general, el hecho
de que mis héroes son todos tan vulgares el uno como el otro, que el desgraciado lector
no encuentra la menor imagen consoladora, la menor ocasión de reposar un momento y
de respirar a sus anchas, de suerte que cuando se termina el libro se tiene la impresión de
salir de una cueva. Se me habría perdonado con gusto si hubiera mostrado algún
monstruo pintoresco, pero no me han podido perdonar la vulgaridad. El lector ruso ha
tenido horror de su nada, más que de sus defectos y de sus vicios.”
Esos muertos a través de los vivos que nos presenta Gogol no son más que los rostros
de la vulgaridad humana, y esa vulgaridad es en Las aventuras de Chichikov donde
queda expresada con mayor fuerza. En todo el libro sólo hay un personaje que se
mantiene alejado de la vulgaridad general: el avaro Pliushkin, el único que es "algo", en
contraposición con los demás, que son "nada”, aunque al mismo tiempo lo son "todo"; es
decir, si por un lado no se distinguen en nada de la inmensa multitud de seres que
pueblan el universo, por otra son poderosas individualidades a las que sólo se puede
designar, por su nombre, hasta el punto de que estos héroes se convirtieron en nombres
alegóricos, y no sólo son personajes típicamente nacionales, sino que llegan a convertirse
en tipos universales. Todo lo que en ellos pueda haber de grandioso, que les haga típicos,
se encuentra precisamente en su mediocridad, ninguno de ellos posee rasgo alguno que le
caracterice, algún rasgo dominante, una pasión, un vicio o sentimiento que le distinga de
los demás personajes; sólo Pliushkin, a quien le domina su avaricia. Los demás son seres
mediocres, "muertos vivos", cadáveres, que no poseen ninguna característica particular,
pero que todos ellos son arrastrados por algo que llevan en su interior, algo que mina las
fuerzas de su alma y que no les permite dejar de ser como son, transformarse. Son seres
limitados incluso en su bajeza, y que de la vida no tienen más que la apariencia.
«Almas muertas». Segunda Parte
Cuando Gogol concluyó la primera parte, se dio cuenta de que no había retratado en
su obra más que un aspecto de Rusia, de que sólo aparecía en ella el aspecto negativo. Vio
que lo único que había retratado eran "almas muertas”, cadáveres, y pensó en resucitar
esos cadáveres, en hacer que tomaran conciencia de su vulgaridad y nacieran de nuevo.
Todos eran tipos negativos inmersos en un panorama de tal suciedad moral, entre tales
miserias y angustias, que a pesar de haber "suavizado" la obra, a pesar de los fragmentos
líricos y de presentarlo todo como una caricatura, Gogol vio que de este modo había
presentado involuntariamente un cuadro tendencioso de la realidad. Esa primera parte
resultaba ser una violenta requisitoria contra la inmoralidad y la corrupción de la vida
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social rusa.
A medida que avanzaba en su obra, Gogol veía cada vez más claro, y decidió que el
primer volumen sería, según decía él, como el vestíbulo de ese enorme palacio que tenía
intención de edificar y que veía ya en su imaginación. Pero él había concebido una idea
distinta de lo que reclamaba su público. Este quería que se continuara la obra, pero del
mismo modo que la primera, como una caricatura, y Gogol no podía hacerlo. Gogol
tomaba en serio su obra, y se resistía a valerse en adelante de su vena cómica. Vio que
Almas muertas era como la historia de él mismo, él, que en cierto aspecto era también un
"alma muerta". Por ello pensó que para proseguir la obra por el camino que quería, era
preciso antes conocerse a sí mismo, perfeccionarse, y por ello también, tras haberse pu-
blicado la primera parte, quiso enterarse de cuáles habían sido las reacciones de su
público, de lo que decían los críticos, porque esto le ayudaría a conocerse y al mismo
tiempo a conocer mejor el estado de las almas rusas. Se halla entonces convencido de cuál
es su misión; cree que el arte debe reconciliar a los hombres con la realidad, y para esto le
es preciso resucitar a sus muertos, aunque antes debe resucitar él mismo. Gogol en esta
época está imbuido de ideas religiosas; esa obsesión que le persiguió toda su vida se hace
ahora más fuerte, se dan en él frecuentes crisis morales. Está convencido de que su obra
está destinada a regenerar a Rusia, y en adelante es esa idea la que le domina al
proseguirla. Pero en Gogol ha existido siempre un enfrentamiento entre el hombre y el
artista, cree que su impotencia artística está originada por su imperfección moral. De ahí
que para llevar a cabo la segunda parte de Las aventuras de Chichikov, en la que va a
hacer resucitar a los muertos, en la que éstos podrán llegar a la virtud, es necesario que él
mismo se perfeccione; si él no es mejor, no podrá hablar de un hombre virtuoso.
Gogol aparece totalmente dominado por las ideas religiosas, por su lucha interior, por
sus ansias de perfección. Es uno de los escritores rusos, como más tarde Dostoievski, que
al fin cree haber llegado a la posesión de la verdad, y en consecuencia su deber es
transmitir esa verdad; esto es lo que se propone en Almas muertas; cree que cuando una
obra de arte logra cierta perfección, esto la posibilita para ejercer una acción moral y
enseñar a los hombres verdades eternas. Así, pues, inicia la segunda parte cuando aún no
ha concluido la primera (en 1840); en ella estudiará caracteres más profundos, en ella
intervendrán todas las clases sociales. Si hasta entonces sólo había retratado lo malo de
Rusia, en adelante pintará también lo bueno; en Rusia, como en otros países o incluso
quizá más, según él, hay muchos seres generosos y nobles, no sólo miserables y gentes
mediocres. Si hasta entonces en su obra aparecía únicamente la mediocridad, ahora
deberá pintar al hombre en sus más diversas facetas, mostrándole en toda su diversidad;
no sólo al hombre generoso, sino al hombre que renace, por vil y bajo que sea; todo ser
humano, toda "alma muerta", todo cadáver es capaz de resucitar.
Pero Gogol no consigue llevar a cabo su empresa; a pesar de su convicción de que
perfeccionándose él mismo llegar a la perfección artística, cada vez le es más difícil al
artista hacerse obedecer; de sus manos surgen personajes que resultan cómicos, aunque se
haya propuesto lo contrario; la virtud de esos personajes (como el terrateniente
Kostanzhoglo, el contratista Murazov o el gobernador) no inspira más que disgusto. Se ve
en ellos claramente que el escritor funda la prosperidad material del ser humano en su
perfeccionamiento interior. Al darse cuenta el autor de la debilidad de esos bosquejos,
quema el manuscrito de la segunda parte 1 , en 1843, y más tarde, en 1845, lo vuelve a
quemar, descontento de su trabajo. Ve que para resucitar es necesario antes morir, y en
1846 emprende de nuevo otra segunda parte, pero concebida de un modo distinto; piensa
dotar a su obra de tres partes, a semejanza de La divina comedia de Dante; la primera
habría sido como el Infierno, en ella había presentado todo lo malo de Rusia, y sus
habitantes, esos seres que sin darse cuenta se debaten entre las garras del diablo; la
segunda representaría el Purgatorio, sería el tránsito hacia la purificación de los
1 El fragmento conservado de la segunda parte pertenece a la primera versión.
12
personajes, mostraría su arrepentimiento y sus sufrimientos en la expiación de sus culpas;
y la tercera, en suma, equivaldría a la Gloria, y en ella aparecería el hombre ya resucitado,
el hombre auténticamente vivo. Sin embargo, aquí también fracasó en sus intenciones;
presentó almas virtuosas, sí, pero que todavía seguían “muertas"; no vio que para
resucitar no basta convertirse en un ser virtuoso y bueno; sus héroes permanecían aquí
tan muertos, tan vulgares como en la primera parte. Pero Gogol no lo advirtió.
Cada vez más preocupado y más sumergido en sus inquietudes religiosas, frecuenta el
trato con un sacerdote que intenta convencerle de que la literatura sólo es obra del diablo;
el escritor no le cree, por el contrario, piensa que con ella se puede hacer mucho bien.
Pero llega un momento en que se deja arrastrar por la convicción del sacerdote, y un día,
al levantarse, ordena a su criado que arroje el manuscrito al fuego. Inmediatamente
manda llamar al conde Tolstoi, y le dice: "¡Ved lo que he hecho! ¡Qué poderoso es el
diablo! ¡He aquí a qué me ha empujado!" Tolstoi intenta consolarle, pero para Gogol ya no
hay remedio; destruida su obra, se consume lentamente y a los pocos días muere. Según
el testimonio de los que leyeron aquella segunda parte, era una obra admirable.
Fuente: liber libros.
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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...
