martes, 20 de octubre de 2020

"Después de su regreso..." (Fragmento. Novela. Premio UNA-Palabra 2004). Jorge Méndez-Limbrick


 

"Después de su regreso, lo fuimos viendo menos, se fue aislando. Solamente una llamada telefónica, una carta y unas esporádicas invitaciones a la mansión y “pare de contar”. Don Julián pasó a ser un recuerdo, una memoria dentro de otra memoria desperdigada en el pensamiento de compañeros y patólogos aquí en Medicatura Forense. Y de ser un hombre real, una existencia física, pasó a ser una leyenda, un ser imaginario y fabuloso. Fabuloso por su historia, por su fortuna que heredó y dejó a todos boquiabiertos. Quizá la mayoría en el fondo deseamos tener un abuelo paterno o materno que nos herede como a don Julián, de allí su leyenda". (Mariposas Negras para un Asesino).

HISTORIA DE LA ETERNIDAD 419 ARTE DE INJURIAR. JORGE LUIS BORGES.

 


HISTORIA DE LA ETERNIDAD 419

ARTE DE INJURIAR

Un estudio preciso y fervoroso de' los otros géneros literarios,

me dejó creer que la vituperación y la burla valdrían necesariamente

algo más. El agresor (me dije) sabe que el agredido será

él, y que "cualquier palabra que pronuncie podrá ser invocada

en su contra", según la honesta prevención de los vigilantes de

Scotland Yard. Ese temor lo obligará a especiales desvelos, de los

que suele prescindir en otras ocasiones más cómodas. Se querrá

invulnerable, y en determinadas páginas lo será. El cotejo de

las buenas indignaciones de Paul Groussac y de sus panegíricos

turbios —para no citar los casos análogos de Swift, de Johnson

y Voltairé— inspiró o ayudó esa imaginación. Ella se disipó

cuando dejé la complacida lectura de esos escarnios por la investigación

de su método.

Advertí en seguida una cosa: la justicia fundamental y el

delicado error dé mi conjetura. El burlador procede con desvelo,

efectivamente, pero con un desvelo de tahúr que admite las

ficciones de la baraja, su corruptible cielo constelado de personas

bicéfalas. Tres reyes mandan en el poker y no significan nada

en el truco. El polemista no es menos convencional. Por lo

demás, ya las recetas callejeras de oprobio ofrecen una ilustrativa

maquette de lo que puede ser la polémica. El hombre de Corrientes

y Esmeralda adivina la misma profesión en las madres

de todos, o quiere que se muden en seguida a una localidad muy

general que tiene varios nombres, o remeda un tosco sonido

—y una insensata convención ha resuelto que el afrentado por

esas aventuras no es él, sino el atento y silencioso auditorio. Ni

siquiera un lenguaje se necesita. Morderse el pulgar o tomar

el lado de la pared (Sampson: / will take the wall of any man

or maid of Montague's. Abram: Do yon hite your thumh at us,

sir?) fueron, hacia 1592, la moneda legal del provocador, en la

Verona fraudulenta de Shakespeare y en las cervecerías y lupanares

y reñideros de oso en Londres. En las escuelas del Estado,

el pito catalán y la exhibición de la lengua rinden ese servicio.

Otra denigración muy general es el término perro. En la noche

146 del Libro de las mil noches y una, pueden aprender los

discretos que el hijo del león fue encerrado en un cofre sin salida

por el hijo de Adán, que lo reprendió de este modo: El destino

te ha derribado y no te pondrá de pie la cautela, oh perro del

desierto.

Un alfabeto convencional del oprobio define también a los

polemistas. El título señor, de omisión imprudente o irregular

en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo

420 JORGE* LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

estampan. Doctor es otra aniquilación. Mencionar los sonetos

cometidos por el doctor Lugones, equivale a medirlos mal para

siempre, a refutar cada una de sus metáforas. A la primera

aplicación de doctor, muere el semidiós y queda un. vano caballero

argentino que usa cuellos postizos de papel y se hace rasurar

día por medio y puede fallecer de una interrupción en las' vías

respiratorias. Queda la central e incurable futilidad de todo

ser humano. Pero los sonetos quedan también, con música que

espera. (Un italiano, para despejarse de Goethe, emitió un breve

artículo donde no se cansaba de apodarlo il signore Wolfgang.

Esto era casi una adulación, pues equivalía a desconocer que

no faltan argumentos auténticos contra Goethe).

Cometer un soneto, emitir artículos. El lenguaje es un repertorio

de esos convenientes desaires, que hacen el gasto principal

en las controversias. Decir que un literato ha expelido un libro

o lo ha cocinado o gruñido, es una tentación harto fácil; quedan

mejor los verbos burocráticos o tenderos: despachar, dar curso,

expender. Esas palabras áridas se combinan con otras efusivas, y

la vergüenza del contrario es eterna. A una interrogación sobre un

martiliero que era, sin embargo, declamador, alguien inevitablemente

comunicó que estaba rematando con energía la Divina

Comedia. El epigrama no es abrumadoramente ingenioso, pero

su mecanismo es típico. Se trata (como en todos los epigramas)

de una mera falacia de confusión. El verbo rematar (redoblado

por el adverbio con energía) deja entender que el acriminado

señor es un irreparable y sórdido martiliero, y que su diligencia

dantesca es un disparate. El auditor acepta el argumento sin

vacilar, porque no se lo proponen como argumento. Bien formulado,

tendría que negarle su fe. Primero, declamar y subastar

son actividades afines. Segundo, la antigua vocación de declamador

pudo aconsejar las tareas del martiliero, por el buen

ejercicio de hablar en público.

Una de las tradiciones satíricas (no despreciada ni por Macedonio

Fernández ni por Quevedo ni por George Bernard Shaw)

es la inversión incondicional de los términos. Según esa receta

famosa, el médico es inevitablemente acusado de profesar la

contaminación y la muerte; el escribano, de robar; el verdugo,

de fomentar la longevidad; los libros de invención, de adormecer

o petrificar al lector; los judíos errantes, de parálisis; el sastre,

de nudismo; el tigre y el caníbal, de no perdonar el ruibarbo.

Una variedad de esa tradición es el dicho inocente. Por ejemplo:

El festejado catre de campaña debajo del cual el general ganó la

batalla. O: Un encanto el último film del ingenioso director

Rene Clair. Cuando nos despertaron...

Otro método servicial es el cambio brusco. Verbigracia: Un

HISTORIA DE LA ETERNIDAD 421

joven sacerdote de la Belleza, una mente adoctrinada de luz

helénica, un exquisito; un verdadero hombre de gusto (a ratón).

Asimismo esta copla de Andalucía, que en un segundo pasa de la

información al asalto:

Veinticinco palillos

Tiene una silla,

¿Quieres que te la rompa

En las costillas'?

Repito lo formal de ese juego, su contrabando pertinaz de

argumentos necesariamente confusos. Vindicar realmente una

causa y prodigar las exageraciones burlescas, las falsas caridades,

las concesiones traicioneras y el paciente desdén, no son actividades,

incompatibles, pero sí tan diversas que nadie las ha conjugado

hasta ahora. Busco ejemplos ilustres. Empeñado en la

demolición de Ricardo Rojas, ¿qué hace Groussac? Esto que

copio y que todos los literatos de Buenos Aires han paladeado.

Es asi cómo, verbigracia, después de oídos con resignación, dos

o tres fragmentos en prosa gerundiana de cierto mamotreto públicamente

aplaudido por los que apenas lo han abierto, me considero

autorizado para no seguir adelante, ateniéndome, por

ahora, a los sumarios o índices de aquella copiosa historia de lo

que orgánicamente nunca existió. Me refiero especialmente a

la primera y más indigesta parte de la mole (ocupa tres tomos

de los cuatro): balbuceos de indígenas o mestizos. . . Groussac, en

ese buen malhumor, cumple con el más ansioso ritual del juego

satírico. Simula que lo apenan los errores del adversario (después

de oídos con resignación); deja entrever el espectáculo de una

cólera brusca (primero la palabra mamotreto, después la mole);

so vale de términos laudatorios para agredir (esa historia copiosa)

en fin, juega como quien es. No comete pecados en la sintaxis,

que es eficaz, pero sí en el argumento que indica. Reprobar un

libro por el tamaño, insinuar que quién va a animársele a ese

ladrillo y acabar profesando indiferencia por las zonceras de unos

chinos y unos mulatos, parece una respuesta de compadrito, no

de Groussac.

Copio otra celebrada severidad del mismo escritor: Sentiríamos

que la circunstancia' de haberse puesto en venta el alegato del

doctor Pinero, fuera un obstáculo serio para su difusión, y que

este sazonado fruto de un año y medio de vagar diplomática se

limitara a causar "impresión" en la casa de Coni. Tal no sucederá,

Dios mediante, y al menos en cuanto penda de nosotros, no

se cumplirá tari melancólico destino. Otra vez el aparato de la

piedad; otra vez la diablura de la sintaxis. Otra vez, también,

422 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

la banalidad portentosa de la censura: reírse de los pocos interesados

que puede congregar un escrito y de su pausada elaboración.

Una vindicación elegante de esas miserias puede invocar la

tenebrosa raíz de la sátira. Ésta (según la más reciente seguridad)

se derivó de las maldiciones mágicas de la ira, no de razonamientos.

Es la reliquia de un inverosímil estado, en que las

lesiones hechas al nombre caen sobre el poseedor. Al ángel Satanail,

rebelde primogénito del Dios que adoraron los bogomiles,

le cercenaron la partícula il, que. aseguraba su corona, su esplendor

y su previsión. Su morada actual es el fuego, y su huésped

la ira del Poderoso. Inversamente narran los cabalistas, que la

simiente del remoto Abram era estéril hasta que interpolaron

en su nombre la letra he, que lo hizo capaz de engendrar.

Swif t, hombre de amargura esencial, se propuso en la crónica

de los viajes del capitán Lemuel Gülliver la difamación del género

humano. Los primeros —el viaje a la diminuta república

de Lilíput y a la desmesurada de Brobdingnag— son lo que

Leslie Stephen admite: un sueño antropométrico, que en nada

roza las complejidades de nuestro ser, su fuego y su álgebra. El

tercero, el más divertido, se burla de la ciencia experimental mediante

el consabido procedimiento de la inversión: los gabinetes

destartalados de Swift quieren propagar ovejas sin lana, usar

el hielo para la fabricación de la pólvora, ablandar mármol

para almohadas, batir enjaminas sutiles el fuego y aprovechar

la parte nutritiva que encierra la materia fecal. (Ese libro

incluye también una fuerte página sobre los inconvenientes de

la decrepitud.) El cuarto viaje, el último, quiere demostrar que

las bestias valen más que los hombres. Exhibe una virtuosa república

de caballos conversadores, monógamos, vale decir, humanos,

con un proletariado de hombres cuadrúpedos, que habitan en

montón, escarban la tierra, se prenden de la ubre de las vacas

para robar la leche, descargan su excremento sobre los otros,

devoran carne corrompida y apestan. La fábula es contraproducente,

como se ve. Lo demás es literatura, sintaxis. En la conclusión

dice: No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un

ratero, de un coronel, de, un tonto, de un lord, de un tahúr, de

un político, de un rufián. Ciertas palabras, en esa buena enumeración,

están contaminadas por las vecinas.

Dos ejemplos finales. Uno es la célebre parodia de insulto

que nos refieren improvisó el doctor Johnson. Su esposa, caballero,

con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende géneros

de contrabando. Otro es la injuria más espléndida s e

conozco: injuria tanto más singular si consideramos que es

el único roce de su autor con la literatura. Los dioses no consin

HISTORIA

DE LA ETERNIDAD 423

tieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en

él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia. Deshonrar

el patíbulo. Fatigar la infamia. A fuerza de abstracciones ilustres,

la fulminación descargada por Vargas Vila rehúsa cualquier

trato con el paciente, y lo deja ileso, inverosímil, muy secundario

)' posiblemente inmortal. Basta la mención más fugaz del nombre

de Chocano para que alguno reconstruya la imprecación, oscureciendo

con maligno esplendor todo cuanto a él se refiere —hasta

los pormenores y los síntomas de esa infamia.

Procuro resumir lo anterior. La sátira no es menos convencional

que un diálogo entre, novios o que un soneto distinguido

con la flor natural por José María Monner Sans. Su método

es la intromisión de sofismas, su única ley la simultánea invención

de buenas travesuras. Me olvidaba: tiene además la obligación

de ser memorable.

Aquí de cierta réplica varonil que refiere De Quincey (Writings,

onceno tomo, página 226). A un caballero, en una discusión

teológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El

agredido no se inmutó y dijo al ofensor: Esto, señor, es una

digresión, espero su argumento. (El protagonista de esa réplica,

un doctor Henderson, falleció en Oxford hacia 1787, sin dejarnos

otra memoria que esas justas palabras: suficiente y hermosa inmortalidad.)

Una tradición oral que recogí en Ginebra durante los últimos

años de la primera guerra mundial, refiere que Miguel Servet

dijo a los jueces que lo habían condenado a la hoguera: Arderé,

pero ello no es otra cosa que un hecho. Ya seguiremos discutiendo

en la eternidad.

Adrogué, 1933.

Ficha técnica:

E LUIS

BORGES

COMPLETAS

1923-1972

EMECÉ EDITORES

BUENOS AIRES

Edición dirigida y realizada por

CARLOS V. FRÍAS

© Emecé Editores, S.A, 1974

Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Ediciones anteriores: 62.000 ejemplares

14a edición en offset: 5.000 ejemplares

Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,

Buenos Aires, septiembre de 1984

IMI'HLSO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

I.S.B.N.: 950-04-0217-3

39.009



lunes, 19 de octubre de 2020

IV Sólo me resta señalar al lector mi teoría personal de la eternidad. (Fragmento. HISTORIA DE LA ETERNIDAD). JORGE LUIS BORGES ACEVEDO.



IV

Sólo me resta señalar al lector mi teoría personal de la eternidad.

Es una pobre eternidad ya sin Dios, y aun sin otro poseedor

y sin arquetipos. La formulé en el libro El idioma de los argentinos,

en 1928. Trascribo lo que entonces publiqué; la página

se titulaba Sentirse en muerte.

"Deseo registrar aquí una experiencia que tuve hace unas noches:

fruslería demasiado evanescente y extática para que la llame

aventura; demasiado irrazonable y sentimental para pensamiento.

Se trata de una escena y de su palabra: palabra ya antedicha por

í

366 JORGE LUÍS BORGES—OBRAS COMPLETAS

mí, pero no vivida hasta entonces con entera dedicación de mi

yo. Paso a historiarla, con los accidentes de tiempo y de lugar

que la declararon,

"La rememoro así. La tarde que precedió a esa noche, estuve

en Barracas: localidad no visitada por mi costumbre, y cuya distancia

de las que después recorrí, ya dio un extraño sabor a ese

día. Su noche no tenía destino alguno; como era serena, salí a

caminar y recordar, después de comer. No quise determinarle rumbo

a esa caminata; procuré una máxima latitud de probabilidades

para no cansar la expectativa con la obligatoria antevisión de

una sola de ellas. Realicé en la mala medida de lo posible, eso

que llaman caminar al azar; acepté, sin otro consciente prejuicio

que el de soslayar las avenidas o calles anchas, las más oscuras

invitaciones de la casualidad. Con todo, una suerte de gravitación

familiar me alejó hacia unos barrios, de cuyo nombre quiero

siempre acordarme y que dictan reverencia a mi pecho. No quiero

significar así el barrio mío, el preciso ámbito de la infancia, sino

sus todavía misteriosas inmediaciones: confín que he poseído

entero en palabras y poco en realidad, vecino y mitológico a jin

tiempo. El revés de lo conocido, su espalda, son para mí esas calles

penúltimas, casi tan efectivamente ignoradas como el soterrado

cimiento de nuestra casa o nuestro invisible esqueleto. La marcha

me dejó en una esquina. Aspiré noche, en asueto serenísimo de

pensar. La visión, nada complicada por cierto, parecía simplificada

por mi cansancio. La irrealizaba su misma tipicidad. La calle era

de casas bajas, y aunque su primera significación fuera de pobreza,

la segunda era ciertamente de dicha. Era de lo más pobre y de lo

más lindo. -Ninguna casa se animaba a la calle; la higuera oscurecía

sobre la ochava; los portoncitos —más altos que las líneas

estiradas de las paredes— parecían obrados en la misma sustancia

infinita de la noche. La vereda era escarpada sobré la calle; la

calle era de barro elemental, barro de América no conquistado

aún. Al fondo, el callejón, ya campeano, se desmoronaba hacia el

Maldonado. Sobre la tierra turbia y caótica, una tapia rosada

parecía no hospedar luz de "luna, sino efundir luz íntima.' No

habrá manera de nombrar la ternura mejor que ese rosado.

"Me quedé mirando esa sencillez. Pensé, con seguridad en voz

alta: Esto es lo mismo de hace treinta años. . . Conjeturé esa fecha:

época reciente en otros países, pero ya remota en este cambiadizo

lado del mundo. Tal vez cantaba un pájaro y sentí por

él un cariño chico, y de tamaño de pájaro; pero lo más seguro

es que en ese ya vertiginoso silencio no hubo más ruido que el

también intemporal de los grillos. El fácil pensamiento Estoy en

mil ochocientos y tantos dejó de ser unas cuantas aproximativas

palabras y se profundizó a realidad. Me sentí muerto, me sentí

HISTORIA DE LA ETERNIDAD 367

percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuido de

ciencia que es la mejor claridad de la metafísica. No creí, no,

haber remontado las ^presuntivas aguas del Tiempo; más bien me

sospeché poseedor del sentido reticente o ausente de la inconcebible

palabra eternidad. Sólo después alcancé a definir esa imaginación.

"La escribo, ahora, así: Esa pura representación de hechos homogéneos

—noche en serenidad, parecita límpida, olor provinciano

de la madreselva, barro fundamental— no es meramente idéntica

a la que hubo en esa esquina hace tantos años; es, sin parecidos

ni repeticiones, la misma! El tiempo, si podemos intuir esa identidad,

es una delusión: la indiferencia e inseparabilidad de un

momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, bastan

para desintegrarlo.

"Es evidente que el número de tales momentos humanos no es

infinito. Los elementales .—los de sufrimiento físico y goce físico,

los de acercamiento del sueño, los de la audición de una música,

los de mucha intensidad o mucho desgano— son más impersonales

aún. Derivo de antemano esta conclusión: la vida es demasiado

pobre para no ser también inmortal, Pero ni siquiera tenemos

la seguridad de nuestra pobreza, puesto que el tiempo, fácilmente

refutable en lo sensitivo, no lo es también en lo intelectual, de

cuya esencia parece inseparable el concepto de sucesión. Quede,

pues, en anécdota emocional la vislumbrada idea y en la confesa

irresolución de esta hoja el momento verdadero de éxtasis y la

insinuación posible de eternidad de que esa noche no me fue avara."

*

El propósito de dar interés dramático a esta biografía de la eternidad, me

ha obligado a ciertas deformaciones: verbigracia, a resumir en cinco o seis

nombres una gestación secular.

He trabajado al azar de mi biblioteca. Entre otras obras que más serviciales

me fueron, debo mencionar las siguientes:

Die Philosophie der Griechen, von Br. Paul Beussen. Leipzig, 1919.

Works of Platinas. Translated by Thomas Taylor. London, 1817.

Passages Illustraling N eoplatonism. Translated with an introduction by E. R.

Bodds. London, 1932.

La philosophie de Platón, par Alfred Fouillée, París. 1869.

Die Welt ais Wille und Vorstellung, von Arthux Schopenhauer. Herausgegeben

von Eduard Grisebach. Leipzig, 1892.

Die Philosophie des Mittelallers, von Br. Paul Beussen. Leipzig, 1920.

¡.as confesiones de San Agustín, Versión literal por el P. Ángel C. Vega.

. Madrid, 1932.

A Monument to Saint Augustine, London, 1930.

Dogmatik, von Br. R. Rothe. Heidelberg,. 1870.

Ensayos de critica filosófica, de Menéndez y l'elayo. Madrid, 1892.

368 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS


*** 

Alguna vez (Historia de la eternidad) he procurado enumerar o recopilar

todos los testimonios de la doctrina del Eterno Regreso que fueron anteriores

a Nietzsche. Ese vano propósito excede la brevedad de mi erudición y de la

vida humana. A los testimonios ya registrados básteme agregar, por ahora,

el del Padre Feijoo (Teatro crítico universal, tomo cuarto, discurso doce).

Éste, como Sir Thomas Browne, atribuye la doctrina a Platón. La formula

así: "Uno de los delirios de Platón fue, que absuelto todo el circulo del año

magno (así llamaba a aquel espacio de tiempo en que todos los astros, después

de innumerables giros, se han de restituir a la misma postura y orden

que antes tuvieron entre sí) , se han de renovar todas las cosas; esto es, han

de volver a aparecer sobre el teatro del mundo los mismos actores a representar

los mismos sucesos, cobrando nueva existencia hombres, brutos, plantas,

piedras; en fin, cuanto hubo animado e inanimado en los anteriores

.siglos, para repetirse en ellos los mismos ejercicios, los mismos acontecimientos.

los mismos juegos de la fortuna que tuvieron en su primera existencia,"

278 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS. 

Nota al pie de página a la pág. 277.

Ficha técnica:

JORGE LUIS

BORGES

COMPLETAS

1923-1972

EMECÉ EDITORES

BUENOS AIRES

Edición dirigida y realizada por

CARLOS V. FRÍAS

© Emecé Editores, S.A, 1974

Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Ediciones anteriores: 62.000 ejemplares

14a edición en offset: 5.000 ejemplares

Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,

Buenos Aires, septiembre de 1984

IMI'HLSO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

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domingo, 18 de octubre de 2020

Victor Hugo, el Rey Sol. 44 escritores de la literatura universal.

 


Victor Hugo, el Rey Sol

 Nacido en floreal, ese mes fértil y fragante, si acaso un poco ñoño, del calendario francés republicano, tuvo un abuelo ebanista que le transmitió la pasión por la madera. Le gustaba tallarla, trabajarla, hacer ingletes, buscar con los dedos la dirección de la veta, y pasar el cepillo, con la mansedumbre de la caricia de un amante, hasta que las virutas se convertían en espirales transparentes. Naranjas y amarillas.

Hijo de un padre militar, estricto y pedregoso, que de la mano de José Bonaparte fue gobernador de Guadalajara y conde de Sigüenza, viajó de niño a España —pantalones de terciopelo oscuro, medias, mangas largas de encaje— con un convoy de napoleones de oro. Doce millones contantes y sonantes que, cada trimestre, enviaba Napoleón al sur, erizados de bayonetas y sables, para pagar a sus soldados. Conoció la barbarie, las emboscadas y los soldados muertos, crucificados en los portones de las granjas, al lado de las noches de concierto y los bailes de oropel y opereta.

Vivió una vida aventurera paralela a aquel siglo, agitado, que se llenó de armones de artillería, adoquines y gritos de ordenanza. Y ocurrió que Francia, entera, de norte a sur, de este a oeste, fue toda La Marsellesa y la bandera tricolor, y él el poeta del pueblo. «El niño sublime», lo llamaron, cuando apenas adolescente escribió sus primeros versos, que salieron de su boca como redobles, como salvas o himnos…

Escribía en un gabinete de trabajo tapizado de damasco rojo. Allí tenía sobre un velador un sello de cristal de roca, otro de oro y la brújula de Cristóbal Colón, de cobre, en la que se leía: «La Pinta, 1492». Y allí entraron los insurgentes de la comuna, armados hasta los dientes, llamándole traidor, para encontrar, sobre una alta mesa en la que se había acostumbrado a escribir y a dibujar, las primeras páginas manuscritas de la que sería su novela inmortal, Los miserables.

Vivió más de veinte años exiliado. Paseando por las playas como un espectro, negro, de arriba abajo, y subido a los riscos donde su hijo le hacía fotos borrosas. Cuando volvió a París, lo recibieron con vítores y aplausos, como a un cantante. Fue diputado, par, caballero de la Legión de Honor y designado Rey Sol de la literatura.

Cuando murió, se decretaron funerales de Estado, con puestos de bebidas, bocadillos, vendedores ambulantes, y la gente que alquilaba escaleras de mano para ver el solemne cortejo.

La muerte. Hubo algo de ella latente, recurrente, en su vida: vio morir a su esposa, a su amante, a sus dos hijos varones, a su hija Léopoldine, ahogada, una tarde, en el Sena; a su hermano Eugène… Vio morir, asqueado, también a los muertos de la historia; los de las barricadas, los rebeldes, los conspiradores… Entre sus papeles apareció un cuaderno escolar, en el que había escrito, con catorce años: «Ser Chateaubriand o nada». Qué pretensión. Qué vocación. Qué ojo.

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID


sábado, 17 de octubre de 2020

IV. Sólo me resta señalar al lector mi teoría personal de la eternidad. (Fragmento. HISTORIA DE LA ETERNIDAD). JORGE LUIS BORGES.


(En la gráfica y en el orden usual: Jorge Luis Borges y Bioy Casares).

"IV.  Sólo me resta señalar al lector mi teoría personal de la eternidad.

Es una pobre eternidad ya sin Dios, y aun sin otro poseedor

y sin arquetipos. La formulé en el libro El idioma de los argentinos,

en 1928. Trascribo lo que entonces publiqué; la página

se titulaba Sentirse en muerte.

"Deseo registrar aquí una experiencia que tuve hace unas noches:

fruslería demasiado evanescente y extática para que la llame

aventura; demasiado irrazonable y sentimental para pensamiento.

Se trata de una escena y de su palabra: palabra ya antedicha por

í

366 JORGE LUÍS BORGES—OBRAS COMPLETAS

mí, pero no vivida hasta entonces con entera dedicación de mi

yo. Paso a historiarla, con los accidentes de tiempo y de lugar

que la declararon,

"La rememoro así. La tarde que precedió a esa noche, estuve

en Barracas: localidad no visitada por mi costumbre, y cuya distancia

de las que después recorrí, ya dio un extraño sabor a ese

día. Su noche no tenía destino alguno; como era serena, salí a

caminar y recordar, después de comer. No quise determinarle rumbo

a esa caminata; procuré una máxima latitud de probabilidades

para no cansar la expectativa con la obligatoria antevisión de

una sola de ellas. Realicé en la mala medida de lo posible, eso

que llaman caminar al azar; acepté, sin otro consciente prejuicio

que el de soslayar las avenidas o calles anchas, las más oscuras

invitaciones de la casualidad. Con todo, una suerte de gravitación

familiar me alejó hacia unos barrios, de cuyo nombre quiero

siempre acordarme y que dictan reverencia a mi pecho. No quiero

significar así el barrio mío, el preciso ámbito de la infancia, sino

sus todavía misteriosas inmediaciones: confín que he poseído

entero en palabras y poco en realidad, vecino y mitológico a un

tiempo. El revés de lo conocido, su espalda, son para mí esas calles

penúltimas, casi tan efectivamente ignoradas como el soterrado

cimiento de nuestra casa o nuestro invisible esqueleto. La marcha

me dejó en una esquina. Aspiré noche, en asueto serenísimo de

pensar. La visión, nada complicada por cierto, parecía simplificada

por mi cansancio. La irrealizaba su misma tipicidad. La calle era

de casas bajas, y aunque su primera significación fuera de pobreza,

la segunda era ciertamente de dicha. Era de lo más pobre y de lo

más lindo. -Ninguna casa se animaba a la calle; la higuera oscurecía

sobre la ochava; los portoncitos —más altos que las líneas

estiradas de las paredes— parecían obrados en la misma sustancia

infinita de la noche. La vereda era escarpada sobré la calle; la

calle era de barro elemental, barro de América no conquistado

aún. Al fondo, el callejón, ya campeano, se desmoronaba hacia el

Maldonado. Sobre la tierra turbia y caótica, una tapia rosada

parecía no hospedar luz de "luna, sino efundir luz íntima.' No

habrá manera de nombrar la ternura mejor que ese rosado.

"Me quedé mirando esa sencillez. Pensé, con seguridad en voz

alta: Esto es lo mismo de hace treinta años. . . Conjeturé esa fecha:

época reciente en otros países, pero ya remota en este cambiadizo

lado del mundo. Tal vez cantaba un pájaro y sentí por

él un cariño chico, y de tamaño de pájaro; pero lo más seguro

es que en ese ya vertiginoso silencio no hubo más ruido que el

también intemporal de los grillos. El fácil pensamiento Estoy en

mil ochocientos y tantos dejó de ser unas cuantas aproximativas

palabras y se profundizó a realidad. Me sentí muerto, me sentí

HISTORIA DE LA ETERNIDAD 367

percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuido de

ciencia que es la mejor claridad de la metafísica. No creí, no,

haber remontado las ^presuntivas aguas del Tiempo; más bien me

sospeché poseedor del sentido reticente o ausente de la inconcebible

palabra eternidad. Sólo después alcancé a definir esa imaginación.

"La escribo, ahora, así: Esa pura representación de hechos homogéneos

—noche en serenidad, parecita límpida, olor provinciano

de la madreselva, barro fundamental— no es meramente idéntica

a la que hubo en esa esquina hace tantos años; es, sin parecidos

ni repeticiones, la misma! El tiempo, si podemos intuir esa identidad,

es una delusión: la indiferencia e inseparabilidad de un

momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, bastan

para desintegrarlo.

"Es evidente que el número de tales momentos humanos no es

infinito. Los elementales .—los de sufrimiento físico y goce físico,

los de acercamiento del sueño, los de la audición de una música,

los de mucha intensidad o mucho desgano— son más impersonales

aún. Derivo de antemano esta conclusión: la vida es demasiado

pobre para no ser también inmortal, Pero ni siquiera tenemos

la seguridad de nuestra pobreza, puesto que el tiempo, fácilmente

refutable en lo sensitivo, no lo es también en lo intelectual, de

cuya esencia parece inseparable el concepto de sucesión. Quede,

pues, en anécdota emocional la vislumbrada idea y en la confesa

irresolución de esta hoja el momento verdadero de éxtasis y la

insinuación posible de eternidad de que esa noche no me fue avara."

*

El propósito de dar interés dramático a esta biografía de la eternidad, me

ha obligado a ciertas deformaciones: verbigracia, a resumir en cinco o seis

nombres una gestación secular.

He trabajado al azar de mi biblioteca. Entre otras obras que más serviciales

me fueron, debo mencionar las siguientes:

Die Philosophie der Griechen, von Br. Paul Beussen. Leipzig, 1919.

Works of Platinas. Translated by Thomas Taylor. London, 1817.

Passages Illustraling N eoplatonism. Translated with an introduction by E. R.

Bodds. London, 1932.

La philosophie de Platón, par Alfred Fouillée, París. 1869.

Die Welt ais Wille und Vorstellung, von Arthux Schopenhauer. Herausgegeben

von Eduard Grisebach. Leipzig, 1892.

Die Philosophie des Mittelallers, von Br. Paul Beussen. Leipzig, 1920.

¡.as confesiones de San Agustín, Versión literal por el P. Ángel C. Vega.

. Madrid, 1932.

A Monument to Saint Augustine, London, 1930.

Dogmatik, von Br. R. Rothe. Heidelberg,. 1870.

Ensayos de critica filosófica, de Menéndez y l'elayo. Madrid, 1892.

368 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS".

Fuente:

JORGE LUIS

BORGES

COMPLETAS

1923-1972

EMECÉ EDITORES

BUENOS AIRES

Edición dirigida y realizada por

CARLOS V. FRÍAS

© Emecé Editores, S.A, 1974

Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Ediciones anteriores: 62.000 ejemplares

14a edición en offset: 5.000 ejemplares

Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,

Buenos Aires, septiembre de 1984

IMI'HLSO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

I.S.B.N.: 950-04-0217-3

39.009

Hermann Hesse, el hilo de sangre. 44 escritores de la literatura universal.

 



Hermann Hesse, el hilo de sangre

Cuando nació Hermann, un bebé rollizo, rosado y sonriente, sus padres iniciaron una costumbre familiar que se prolongaría durante años. Se levantaban pronto, casi de madrugada, tomaban un café, frugal, con leche, y a la luz tenue de las lámparas, naranja y uniforme, leían en voz alta dos capítulos del Antiguo Testamento, así en ayunas. Solo después se persignaban, despertaban a la criada y vestían a los niños.

Pero ocurrió que aquel runrún de santidad melosa, de severo ascetismo, cirios y olor a incienso, no fue suficiente para impedir que el pequeño Hesse fuera un niño travieso y revoltoso. No había día en que alguien del vecindario no acudiera a quejarse porque había pegado a su hijo, o saltado un muro, o roto un cristal de una pedrada. Memmerle, decían, señalando a aquel diablillo indómito de rodillas siempre o casi siempre magulladas, que sufrió una inflación de regañinas, broncas, sopapos, bofetadas y reglazos en la palma de la mano —sin llorar, sin una queja—, que era como entonces arreglaban las cosas los docentes.

Fue un muchacho trastornado, rebelde, conflictivo en el trato, algo huraño, callado, esquivo, según sus preceptores, que se escapó una noche del seminario donde estudiaba. Cuando apareció, aterrado y hambriento, lo enviaron a una celda de castigo, a pan y agua, y en la pared, grabada en el estuco, descubrió la firma de su hermano mayor, que había estado allí siete años antes. Fue a parar a una institución para adolescentes con problemas, donde el director hacía exorcismos, y a punto estuvo de perderse para siempre, si no llega a ser por la jardinería, el dibujo, la música.

Después fue aprendiz de relojero, librero, trabajó con un anticuario, y por las noches, robando tiempo al sueño, a los amigos, se hizo escritor. Siempre le gustó el campo, caminar con el sol en la cara, nadar… Se casó tres veces, y tuvo tres hijos, el más pequeño, Martin, que fue fotógrafo, y que le hizo, al cabo de los años, todas las fotos buenas que hay de él.

Nunca consiguió del todo escapar de la penalidad, de la pobreza, de una Europa, como él, enferma, infortunada. Nunca estuvo conforme. No quiso resignarse a la guerra, a Hitler, al terror, a los judíos perseguidos… Convertido en autor de éxito, la gente iba a visitarlo, a su casa, o le escribía. A veces —harto— pedía a su amigo Günter Böhmer que saliera a la calle vestido como él, para despistar a quienes le paraban, le tocaban las manos, y le pedían consejo. También le gustaba escapar en un viejo descapotable que tenía su última mujer, Ninon, lleno de abolladuras y arañazos porque nunca fue demasiado buena conduciendo.

Murió una noche, por sorpresa, después de escuchar a Mozart. Su esposa lo encontró por la mañana, acostado. Tan plácido el gesto que habría jurado que estaba dormido si no hubiera sido por un hilillo de sangre que le caía por la comisura de los labios, casi invisible. Casi.

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID


martes, 13 de octubre de 2020

Historia de la eternidad (1936) . OBRAS COMPLETAS. EMECÉ EDITORES. JORGE LUIS BORGES.



Historia de la eternidad

(1936) 

HISTORIA DE LA ETERNIDAD 351

P R Ó L O G O

Poco diré de la singular "historia de la eternidad" que da nombre

a estas páginas. En el principio hablo de la filosofía platónica;

en un trabaja que aspiraba al rigor cronológico, más razonable hubiera

sido partir de los hexámetros de Parménides ("no ha sido

nunca ni será, porque es"). No sé cómo pude comparar a "inmóviles

piezas de museo" las formas de Platón y cómo no entendí,

leyendo a Schopenhauer y al Erígena, que éstas son vivas, poderosas

y orgánicas. El movimiento, ocupación de sitios distintos

en instantes distintos, es inconcebible sin tiempo; asimismo lo es

la inmovilidad, ocupación de un mismo lugar en distintos puntos

del tiempo. ¿Corno pude no sentir que la eternidad, anhelada

con amor por tantos poetas, es un artificio espléndido que nos

libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable opresión de lo

sucesivo?

Dos artículos he agregado que complementan o rectifican el

texto: La metáfora de 1952, El tiempo circular de 1943.

El improbable o acaso inexistente lector de Las kenningar

puede interrogar el manual Literaturas germánicas medievales,

que escribí con María Esther Vázquez. Quiero no omitir la mención

de dos aplicadas monografías: Die Kenningar der Skalden,

Leipizg, 1921, de Rudolf Meissner y Die Altenglischen Kenningar,

Hale, 1938, de Herta Marquardt.

El acercamiento á Almotásim es de 193?; he leído hace poco

The Sacred Fount (1901), cuyo argumento general es tal vez

análogo. El narrador, en la delicada novela de james, indaga si

en B influyen A o C; en El acercamiento a Almotásim, presiente

o adivina a través de B la remotísima existencia de Z, a quien B

no conoce.

El mérito o la culpa de la resurrección de estas páginas no

tocará por cierto a mi karma, sino al de mi generoso y tenaz

amigo José' Edmundo Clemente. '

JLB.

Fuente:

© Emecé Editores, S.A, 1974

Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Ediciones anteriores: 62.000 ejemplares

14a edición en offset: 5.000 ejemplares

Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,

Buenos Aires, septiembre de 1984

IMI'HLSO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

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sábado, 10 de octubre de 2020

Apéndice EL APRENDIZAJE DEL ESCRITOR por Jorge Luis Borges


 (En la gráfica: Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges).

Apéndice


EL APRENDIZAJE DEL ESCRITOR



por Jorge Luis Borges


   

El oficio del poeta, el oficio del escritor, es un oficio raro. Chesterton dijo: «only one thing is needful, everything» (solo una cosa es necesaria, todo). Ese todo para un escritor es más que una palabra genérica; ese todo para un escritor es literal. Representa lo capital, lo esencial, representa las experiencias humanas. Por ejemplo, un escritor necesita soledad, y consigue su parte. Un escritor necesita amor, y será amado y amante. Un escritor necesita amistad. De hecho, un escritor necesita el universo. Ser un escritor es, en un sentido, ser el que sueña despierto; vivir una suerte de doble vida.

Yo publiqué el primer libro mío, Fervor de Buenos Aires, en el año 1923. Este libro no fue un elogio de Buenos Aires; en cambio, yo traté de expresar cómo me sentía en relación con mi ciudad. Sé que entonces quedó en falta de muchas cosas, porque aunque en mi casa viví en una atmósfera literaria —mi padre fue un hombre de letras— aún eso no fue suficiente. Yo necesitaba algo más, que eventualmente encontré en la amistad y en la conversación literaria.

Lo que una gran universidad debería ofrecer a un joven escritor es precisamente eso: conversación, discusión, el arte del acuerdo y, lo que es acaso más importante, el arte del desacuerdo. Y como resultado de todo eso, es posible que llegue el momento en que el joven escritor sienta que puede transmutar sus emociones en poesía. Un joven escritor debería empezar, desde luego, imitando a los escritores que le gusten. De modo que el escritor se convierte en sí mismo perdiéndose a sí mismo —esa extraña forma de doble vida, de vivir en la realidad tanto como se pueda y al mismo tiempo de vivir en esa otra realidad, aquella que uno tiene que crear, la realidad de sus sueños.

Este es el propósito esencial del programa de escritura de la Facultad de Artes de la Universidad de Columbia. Hablo en nombre de los muchos jóvenes en Columbia quienes se esfuerzan por ser escritores, los muchos jóvenes que todavía no han descubierto la entonación de sus propias voces. He pasado recientemente dos semanas aquí, pronunciando conferencias ante ávidos estudiantes escritores. Puedo ver lo que estos talleres significan para ellos; puedo ver cuán importantes son para el avance de la literatura. En mi propia tierra, los jóvenes no tienen tales oportunidades.

Pensemos en los aún anónimos poetas, aún anónimos escritores, a quienes debiéramos reunir y mantenerlos juntos. Estoy seguro de que es nuestra responsabilidad ayudar a estos futuros bienhechores a alcanzar ese descubrimiento final de sí mismos que hace a la gran literatura. La literatura no es un mero juego de palabras; lo que importa es lo que no queda dicho, o lo que puede ser leído entre líneas. Si no fuera por este profundo ímpetu íntimo, la literatura no sería más que un juego, y todos nosotros sabemos que puede ser mucho más que eso.

Todos tenemos el placer de la lectura, pero el escritor tiene asimismo el placer y la tarea de la escritura. Debemos a todos los jóvenes escritores la oportunidad de reunirse, les debemos la oportunidad de acordar o desacordar y, finalmente, les debemos la oportunidad de lograr el arte de la escritura. Muchas gracias.

 

 

   


JORGE FRANCISCO ISIDORO LUIS BORGES (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986). Fue un escritor argentino y uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX.

Jorge Luis Borges procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la independencia del país. Su antepasado, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel. Pero fue su padre, Jorge Guillermo Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la uruguaya Leonor Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135.

En su casa se hablaba en español e inglés, así que desde su niñez Borges fue bilingüe, y aprendió a leer inglés antes que castellano, a los cuatro años y por influencia de su abuela materna. Estudió primaria en Palermo y tuvo una institutriz inglesa. En 1914 su padre se jubila por problemas de visión, trasladándose a Europa con el resto de su familia y, tras recorrer Londres y París, se ve obligada a instalarse en Ginebra (Suiza) al estallar la Primera Guerra Mundial, donde el joven Borges estudió francés y cursó el bachillerato en el Lycée Jean Clavin.

Es en este país donde entra en contacto con los expresionistas alemanes, y en 1918, a la conclusión de la Primera Guerra Mundial, se relacionó en España con los poetas ultraístas, que influyeron poderosamente en su primera obra lírica. Tres años más tarde, ya de regreso en Argentina, introdujo en este país el ultraísmo a través de la revista Proa, que fundó junto a Güiraldes, Bramón, Rojas y Macedonio Fernández. Por entonces inició también su colaboración en las revistas Sur, dirigida por Victoria Ocampo y vinculada a las vanguardias europeas, y Revista de Occidente, fundada y dirigida por el filósofo español José Ortega y Gasset. Más tarde escribió, entre otras publicaciones, en Martín Fierro, una de las revistas clave de la historia de la literatura argentina de la primera mitad del siglo XX. No obstante su formación europeísta, siempre reivindicó temáticamente sus raíces argentinas, y en particular porteñas.

Ciego desde 1955 por la enfermedad congénita que había dejado también sin visión a su padre, desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de un escogido círculo de amistades que no dudan en realizar con él una solidaria labor amanuense, colaboración que resultará muy fructífera. Borges accedió a casarse en 1967 con una exnovia de juventud, Elsa Astete, por no contrariar a su madre, pero el matrimonio duró solo tres años y fue «blanco». La noche de bodas la pasó cada uno en su casa. Sus amigos coinciden en que el día más triste de su vida fue el 8 de julio de 1975, cuando tras una larga agonía fallece su madre.

Fue profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires —donde obtiene la cátedra en 1956—, presidente de la Asociación de Escritores Argentinos y director de la Biblioteca Nacional, cargo del que fue destituido por el régimen peronista y en el que fue repuesto a la caída de este, en 1955. Tradujo al castellano a importantes escritores estadounidenses, como William Faulkner, y publicó con Bioy Casares una Antología de la literatura fantástica (1940) y una Antología de la poesía gauchesca (1956), así como una serie de narraciones policíacas, entre ellas Seis problemas para don Isidro Parodi (1942) y Crónicas de Bustos Domecq (1967), que firmaron con el seudónimo conjunto de H. Bustos Domecq.

Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento universal, y que además, ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo.

Es considerado uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrecen tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal.

Doctor Honoris Causa por las universidades de Cuyo, los Andes, Oxford, Columbia, East Lansing, Cincinnati, Santiago, Tucumán y La Sorbona, Caballero de la Orden del Imperio Británico, miembro de la Academia de Artes y Ciencias de los Estados Unidos y de la The Hispanic Society of America, algunos de los más importantes premios que Borges recibió fueron el Nacional de Literatura, en 1957; el Internacional de Editores, en 1961; el Premio Internacional de Literatura otorgado por el Congreso Internacional de Editores en Formentor (Mallorca) compartido con Samuel Beckett, en 1969; el Cervantes, máximo galardón literario en lengua castellana, compartido con Gerardo Diego, en 1979; y el Balzan, en 1980. Tres años más tarde, el gobierno español le concedió la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y el gobierno francés la Legión de Honor.

A pesar de su enorme prestigio intelectual y el reconocimiento universal que ha merecido su obra, sus posturas políticas le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura, al que fue candidato durante casi treinta años, posturas que evolucionaron desde el izquierdismo juvenil al nacionalismo y después a un liberalismo escéptico desde el que se opuso al fascismo y al peronismo. Fue censurado por permanecer en Argentina durante las dictaduras militares de la década de 1970, aunque jamás apoyó a la Junta militar. Con la restauración democrática en 1983 se volvió más escéptico.

El 26 de abril de 1986 se casa por poderes en Colonia Rojas Silva, en el Chaco paraguayo, con María Kodama —secretaria y acompañante de sus viajes desde 1975—. El escritor nunca llegó a convivir con Kodama, con quien se casó 45 días antes de su muerte. La apresurada boda, que levantó la suspicacia de algunos conocidos del escritor y de los medios de comunicación, convirtió a Kodama en heredera de un gran patrimonio tanto económico como intelectual. «Borges y yo somos una misma cosa, pero la gente no puede entenderlo», sentenció. Kodama se convirtió en presidenta de la Fundación Internacional Jorge Luís Borges.

El escritor falleció en Ginebra el 14 de junio de 1986.

 Fuente:

Título original: Borges on Writing

Jorge Luis Borges, 1972

Traducción: Julián Ezquerra

Diseño de cubierta: Eduardo Ruiz

EDITORIAL SUDAMERICANA


 

jueves, 8 de octubre de 2020

(Conferencia. Poesía. Universidad de Columbia. Año: 1971. Fragmento 2). Jorge Luis Borges.



 "Todo joven poeta se siente un Adán que nombra las cosas. Pero lo cierto es que un poeta no es Adán y que tiene una larga tradición detrás de él. Esa tradición es el lenguaje en el que escribe y la literatura que ha leído. Yo creo que es más prudente para un joven escritor demorar la invención y la irreverencia por un tiempo y tratar meramente de escribir como algún buen escritor a quien admire".  Jorge Luis Borges.

(Conferencia. Poesía. Universidad de Columbia. Año: 1971. Fragmento 2).

Conferencias. Universidad de Columbia, año 1971. Jorge Luis Borges. Fragmento 1.



 "Uno tiene que ser técnicamente mucho más hábil para intentar el verso libre que para intentar lo que ustedes quizá reconozcan como anticuado. Desde luego, si alguno resultara ser Walt Whitman, tendrá el ímpetu íntimo, o la urgencia íntima, que lo haga capaz y digno del verso libre, pero no todos tenemos esa suerte". Conferencias. Universidad de Columbia, año 1971. Jorge Luis Borges.

Comentario:

En desacuerdo con el maestro Borges.  El verso libre posee tanta dificultad como cualquier forma clásica del poema. Estamos ante dos paradigmas literarios: en el primero, saber donde termina el poema; en el segundo: buscar la métrica y la rima para armar el soneto. J. Méndez-Limbrick.

miércoles, 7 de octubre de 2020

«El otro duelo» de Jorge Luis Borges. // INSOLACIÓN. Horacio Quiroga. COMENTARIOS.




El seminario sobre ficción se basó en el cuento

«El otro duelo» de Jorge Luis Borges.

  COMENTARIOS. Universidad de Columbia. New York. Año: 1971.

DI GIOVANNI: Todos tienen copias de «El otro duelo» en sus manos, pero Borges no ha escuchado el cuento desde que lo tradujimos hace ya más de un año. Voy a comenzar, entonces, leyendo el texto para refrescar su memoria, y Borges me detendrá cada vez que quiera comentarlo. Hace ya tantos años que Carlos Reyles, hijo del novelista, me refirió la historia en Adrogué, en un atardecer de verano.

BORGES: Bueno, esa es la mera declaración de lo que ocurrió realmente. Hubo otra persona que también me refirió la historia, pero como hubiera sido incómodo mencionar dos nombres y tener dos personajes, dejé afuera a ese otro amigo mío.

Adrogué significa mucho para mí, ya que representa mi infancia y mi juventud. Fue el último lugar que visitó mi padre antes de morir, y tengo recuerdos muy gratos del lugar. Adrogué fue, alguna vez, un lindo pequeño pueblo al sur de Buenos Aires; ahora, todo ha sido arruinado por las casas de altos, los garajes y la televisión. Pero en su tiempo estaba lleno de quintas con grandes jardines, y era un buen lugar para perderse. Adrogué era una especie de laberinto, ya que no había calles paralelas.

Reyles fue el hijo de un famoso novelista uruguayo.

DI GIOVANNI: En mi recuerdo se confunden ahora la larga crónica de un odio y su trágico fin con el olor medicinal de los eucaliptos y la voz de los pájaros.

BORGES: No creo que eso requiera ningún comentario mío; todo es muy evidente.

DI GIOVANNI: Hablamos, como siempre, de la entreverada historia de las dos patrias.

BORGES: Sí, porque la historia de la República Oriental del Uruguay y nuestra propia historia indudablemente van juntas. De hecho, mi abuelo Francisco Borges nació en Montevideo. Cuando combatió contra Rosas en la batalla de Caseros tenía, creo, quince o dieciséis años.

DI GIOVANNI: Me dijo que sin duda yo tenía mentas de Juan Patricio Nolan…

BORGES: Sí, en realidad tenía… No, al contrario, lo inventé porque necesitaba un tercer personaje para el cuento, y como el resto de los nombres son brasileros o españoles, para no hacer que todo abunde en color local, lo convertí en un irlandés, o en el hijo de un irlandés, Patricio Nolan. Patrick Nolan es, supongo, lo suficientemente irlandés.

DI GIOVANNI: Me dijo que sin duda yo tenía mentas de Juan Patricio Nolan, que había ganado fama de valiente, de bromista y de pícaro.

BORGES: Aquí, en un sentido, estoy siendo profético, ya que pronto descubrirán cómo son de hecho sus bromas. Luego, también tendrán la impresión, espero, de un país bastante duro, donde el tipo de historia que voy a contar puede entenderse como una broma.

DI GIOVANNI: Le contesté, mintiendo, que sí. Nolan había muerto hacia el 90, pero la gente seguía pensando en él como en un amigo. Tuvo también sus detractores, que nunca faltan. Me contó una de sus muchas diabluras.

BORGES: Las llama diabluras a fin de sorprender al lector cuando descubra cuál era de hecho esa diablura particular, que es más que una diablura.

DI GIOVANNI: El hecho había ocurrido poco antes de la batalla de Manantiales…

BORGES: La batalla de Manantiales representa la revolución en el Uruguay, llamada «La guerra de Aparicio».

DI GIOVANNI: … los protagonistas eran dos gauchos de Cerro Largo, Manuel Cardoso y Carmen Silveira.

BORGES: Carmen es nombre de mujer. Sin embargo, es bastante común que los gauchos tengan nombres de mujer si los nombres no terminan en a. De modo que un gaucho hubiera podido llamarse Carmen Silveira. Pero como ambos son personajes más bien despiadados, pensé también que uno de ellos debía tener nombre de hombre. Desde luego, sus nombres reales han sido olvidados, ya que estos eran todos gauchos oscuros.

Aquí tenemos, pues, dos nombres portugueses o más bien brasileros. Esos nombres son bastante comunes en el Uruguay, aunque menos comunes en la Argentina. Estaba tratando de conseguir color local y verosimilitud a un tiempo.

DI GIOVANNI: En este punto quiero hacerle una pregunta, Borges. ¿Es verídica la historia? ¿Es cierto que se la contó Carlos Reyles?

BORGES: Sí, él me refirió la historia, pero yo tuve que inventar las circunstancias y encontrar los nombres para los personajes. Él solo se refirió a «dos gauchos», pero eso hubiera sido muy vago, así que les puse los nombres que pensé adecuados: Cardoso y Silveira.

DI GIOVANNI: ¿Y a Nolan lo inventó como un catalizador?

BORGES: Como ustedes habrán visto, tuve que inventar algunas cosas, pero la historia es verdadera y la he oído entera dos veces.

DI GIOVANNI: ¿Cómo y por qué se gestó su odio? ¿Cómo recuperar, al cabo de un siglo, la oscura historia de dos hombres, sin otra fama que la que les dio su duelo final?

BORGES: Aquí estoy ejecutando un viejo truco literario, el truco de simular que no sé absolutamente nada sobre muchas cosas, de modo que el lector crea en las otras. En este caso, sin embargo, es cierto; realmente no sé nada de esa enemistad.

DI GIOVANNI: Un capataz del padre de Reyles, que se llamaba Laderecha…

BORGES: Sé que ese capataz vivió realmente. Reyles me habló de él y el nombre me resultó tan curioso que ya no pude olvidarlo: «Laderecha» es decir «la mano derecha» ¿no?

DI GIOVANNI: …y «que tenía un bigote de tigre»…

BORGES: Eso también me lo dijo Reyles.

DI GIOVANNI: … había recibido por tradición oral ciertos pormenores que ahora traslado sin mayor fe, ya que el olvido y la memoria son inventivos.

BORGES: Eso es cierto, yo supongo. Me permito hacer estas observaciones menores, de vez en cuando, a fin de evitar referir una historia totalmente desnuda o despojada.

DI GIOVANNI: Esto es lo que Borges y yo llamamos la «marca registrada», cuando estamos traduciendo algún cuento.

BORGES: Sí, siempre estoy repitiendo los mismos viejos trucos.

DI GIOVANNI: La segunda línea de otro cuento, «Pedro Salvadores», dice así: «Intervenir lo menos posible en su narración, prescindir de adiciones pintorescas y de conjeturas aventuradas es, me parece, la mejor manera de hacerlo».

BORGES: Pero yo supongo que otros escritores tienen otros trucos, ¿no?

DI GIOVANNI: Otras marcas registradas.

BORGES: Sí, todos los escritores tienen su propia «marca registrada», o la de algún otro en tal caso, de modo que parece que estamos plagiando continuamente.

DI GIOVANNI: Manuel Cardoso y Carmen Silveira tenían sus campitos linderos. Como el de otras pasiones, el origen de un odio siempre es oscuro, pero se habla de una porfía por animales sin marcar o de una carrera a costilla, en la que Silveira, que era más fuerte, había echado a pechazos de la cancha al parejero de Cardoso.

BORGES: Estas cosas ocurren siempre, de modo que aquí no he inventado circunstancias improbables. Tengo para mí que estaba diciendo la verdad. Tenía que dar cuenta del odio entre estos dos hombres; después de todo, esa es la trama, el hecho de que dos gauchos se odian solemnemente. Los gauchos no son locuaces.

DI GIOVANNI: Meses después ocurría, en el comercio del lugar, una larga trucada mano a mano, de quince y quince…

BORGES: No creo poder enseñarles a jugar al truco, no sin cartas españolas. Además, yo soy muy débil jugándolo. De cualquier modo, sé que esto es correcto, estoy seguro de eso, ya que he jugado al truco muchas veces.

DI GIOVANNI: …Silveira felicitaba a su contrario casi por cada baza, pero lo dejó al fin sin un cobre.

BORGES: He visto hacer eso en persona, en Buenos Aires. La partida era entre un porteño, Nicolás Paredes, y un riojano. Paredes no paraba de felicitar al provinciano, le decía que como porteño no sabía nada sobre el juego y que le estaba dando una verdadera lección. Luego, al final, Paredes le ganó cien pesos o algo así y se los agradeció. Yo les di a mis gauchos ese mismo rasgo. Un jugador gana y carga al otro congratulándolo. «Gracias, señor, por la lección que me ha dado, y ahora, lamento decirlo, debo aceptar sus cien pesos».

DI GIOVANNI: Cuando guardó la plata en el tirador…

BORGES: El tirador es un cinturón donde los gauchos guardan el dinero.

DI GIOVANNI: … agradeció a Cardoso la lección que le había dado. Fue entonces, creo, que estuvieron a punto de irse a las manos. La partida había sido muy reñida; los concurrentes, que eran muchos, los desapartaron. En esas asperezas y en aquel tiempo, el hombre se encontraba con el hombre y el acero con el acero…

BORGES: Eso ocurría incluso entre payadores. Dos hombres podían estar cantando y tocando la guitarra en un contrapunto, hasta que uno salía de repente sin decir palabra. Luego, el otro salía también y, al encontrar al primero al acecho afuera, se batían con los cuchillos. Iban de un duelo a otro, de la guitarra al cuchillo, sus instrumentos.

DI GIOVANNI: … un rasgo singular de la historia es que Manuel Cardoso y Carmen Silveira se habrán cruzado en las cuchillas más de una vez, en el atardecer y en el alba…

BORGES: Tuve que inventar ese rasgo peculiar, ya que sin él ¿cómo hubiera sido posible que dos hombres diestros con el cuchillo que se odiaban no se fueran a las manos antes? De modo que tuve que inventar la circunstancia y, al mismo tiempo, una explicación para la misma.

DI GIOVANNI: … y que no se batieron hasta el fin. Quizá sus pobres vidas rudimentarias no poseían otro bien que su odio y…

BORGES: Esa fue mi propia invención, como la del Caballero Blanco.

DI GIOVANNI: … y por eso lo fueron acumulando.

BORGES: Sí, si uno piensa en un gaucho o en un cowboy, piensa en una vida romántica, pero estas vidas no son románticas para quienes tienen que vivirlas. Ellos viven la vida como se vive el trabajo de un día o, por lo que yo sé, la haraganería de un día.

DI GIOVANNI: Sin sospecharlo, cada uno de los dos se convirtió en esclavo del otro.

BORGES: Porque cuando uno odia a alguien, uno piensa en el otro continuamente, y, en ese sentido, uno se convierte en su esclavo. Lo mismo ocurre cuando nos enamoramos.

DI GIOVANNI: Ya no sé si los hechos que narraré son efectos o causas. Cardoso, menos por amor que por hacer algo, se prendó de una muchacha vecina, la Serviliana…

BORGES: Serviliana no es un nombre común, salvo entre gauchos.

DI GIOVANNI: … bastó que se enterara Silveira para que la festejara a su modo y se la llevara a su rancho. Al cabo de unos meses la echó porque ya lo estorbaba.

BORGES: Esas eran formas habituales, sí.

DI GIOVANNI: La mujer, despechada, quiso buscar amparo en lo de Cardoso; este pasó una noche con ella y la despidió al mediodía.

BORGES: Pasó una noche con ella porque era hombre, pero después de eso ya no quizo nada de ella, dado que había sido la mujer de su enemigo.

DI GIOVANNI: No quería las sobras del otro.

BORGES: Uno puede comprender eso bien, yo supongo.

DI GIOVANNI: Fue por aquellos años que sucedió, antes o después de la Serviliana, el incidente del ovejero.

BORGES: Tuve que inventar al ovejero y el incidente porque hacía falta demorar la historia.

DI GIOVANNI: Silveira le tenía mucho apego y le había puesto Treinta y Tres como nombre.

BORGES: El nombre Treinta y Tres representa los treinta y tres héroes de la historia del Uruguay, quienes intentaron liberar su país del dominio brasilero, y tuvieron éxito. Cruzaron el Río Uruguay camino a su oriente natal, solo treinta y tres de ellos, y ahora el Uruguay es una república independiente. Yo conozco a muchos de sus descendientes.

DI GIOVANNI: Lo hallaron muerto en una zanja; Silveira no dejó de maliciar quién se lo había envenenado.

Hacia el invierno del 70, la revolución de Aparicio los encontró en la misma pulpería de la trucada.


BORGES: Ya que tenía una pulpería a mi disposición, ¿por qué no aprovecharla, no?

DI GIOVANNI: A la cabeza de un piquete de montoneros, un brasilero amulatado arengó a los presentes…

BORGES: Como verán, no era realmente un uruguayo; lo hice brasilero porque eso hubiera sido verosímil. Él mismo no debía ser oriental, y aún así debía instruir a los orientales acerca del deber a la patria y ese tipo de cosas. Además, es bastante común encontrar brasileros en el Uruguay.

DI GIOVANNI: … les dijo que la patria los precisaba, que la opresión gubernista era intolerable…

BORGES: Por supuesto, ellos no saben nada de la opresión del gobierno en el campo. Todas esas cosas están más allá de ellos; ellos son mera gente de campo, sencilla gente de campo.

DI GIOVANNI: … les repartió divisas blancas…

BORGES: Ellos no sabían nada en absoluto de todo eso. Los convirtieron en Blancos, del mismo modo que podrían haberlos convertido en Rojos. La historia, desde luego, los superaba, y la política también. Les daba lo mismo cualquiera de los dos partidos.

Hay dos partidos tradicionales en el Uruguay. Los Colorados representaban lo que representaban en Buenos Aires los Unitarios, es decir, la civilización. Los Blancos no eran los gauchos —ya que los gauchos nada sabían sobre política— sino, digamos, la población rural. Blancos y Colorados. Algunos quizá conozcan estas dos expresiones comunes: «Colorado como sangre de toro» y «Blanco como hueso de bagual». Todavía se usan en el Uruguay.

DI GIOVANNI: … y, al cabo de ese exordio que no entendieron, arreó con todos. No les fue permitido despedirse de sus familias.

BORGES: En el Martín Fierro, nuestro poema nacional —así lo llaman—, a Martín Fierro le dan permiso para despedirse de su esposa. En este caso, eso no les fue permitido porque la gente sencillamente hubiera huido. De modo que el brasilero los aprovisionó y los mandó a la guerra.

DI GIOVANNI: Manuel Cardoso y Carmen Silveira aceptaron su suerte; la vida del soldado no era más dura que la vida del gaucho. Dormir a la intemperie, sobre el recado…

BORGES: Sí, el recado, que también se usaba de cobertor y de almohada, hacía las veces de una complicada especie de silla de montar: muchas mantas o pieles puestas una encima de otra. De hecho, lo poco que yo sé de montar lo aprendí en un recado.

DI GIOVANNI: … era algo a lo que ya estaban hechos; matar hombres no le costaba mucho a la mano que tenía el hábito de matar animales. La falta de imaginación los libró del miedo y de la lástima…

BORGES: Aquí, yo debería citar a un poeta inglés, y los versos son estos: «Cowards die many times before their deaths; / The valiant never taste of death but once» (los cobardes mueren muchas veces antes de muertos; / los valientes no saborean la muerte sino una vez). Mis dos gauchos no tenían imaginación alguna, por eso no anhelaban la batalla ni le temían.

DI GIOVANNI: … aunque el primero los tocó alguna vez, al iniciar las cargas.

BORGES: Eso me lo contó mi abuelo Isidoro Acevedo. Él era civil, pero participó en dos o tres batallas, y sabía todo sobre ello. Me dijo que al principio los hombres siempre sienten miedo. Me pregunto si conocen aquellos versos de Kipling de un poema sobre la guerra en Sudáfrica, que son estos: «He sees the blue white faces all trying hard to grin / And then he feels his innards ailing and his bowels giving way» (ve los rostros azules pálidos todos esforzándose por sonreír / y siente luego que enferman sus tripas y desisten sus entrañas), y sigue. Eso es lo que ocurre, y luego, después de todo, uno puede ser un héroe.

DI GIOVANNI: El temblor de los estribos y de las armas es una de las cosas que siempre se oyen al entrar en acción la caballería.

BORGES: Sí, porque el combate estaba compuesto por soldados de caballería. No hubo cuerpos de infantería en esas guerras civiles. Todos pelearon montados a caballo, a fuerza de sable y de lanza.

DI GIOVANNI: El hombre que no ha sido herido al principio ya se cree invulnerable.

BORGES: Eso me lo dijo un caudillo en mi barrio, en Palermo. Dijo que después de que se hubieran disparado los primeros balazos y uno descubriera que no ha sido muerto o herido, uno piensa, bueno, puede que esto siga así para siempre.

DI GIOVANNI: No extrañaron sus pagos. El concepto de patria les era ajeno; a pesar de las divisas de los chambergos, un partido les daba lo mismo que otro.

BORGES: Naturalmente, la política estaba más allá de ellos.

DI GIOVANNI: Aprendieron lo que se puede hacer con la lanza. En el curso de marchas y contramarchas, acabaron por sentir que ser compañeros les permitía seguir siendo rivales.

BORGES: De modo que todavía podían mantener sus odios privados.

DI GIOVANNI: Pelearon hombro a hombro y no cambiaron, que sepamos, una sola palabra.

En el otoño del 71, que fue pesado, les llegaría el fin.


BORGES: En cuanto al hecho de que el otoño fuera pesado, eso hubo que agregarlo para hacerlo concebible. Me pregunto si fue realmente pesado. Claro que generalmente lo es.

DI GIOVANNI: El combate, que no duraría una hora, ocurrió en un lugar cuyo nombre nunca supieron.

BORGES: Eso pasa siempre en las batallas. En la batalla de Waterloo fueron muertos muchos hombres, pero ninguno de ellos había oído jamás del lugar.

DI GIOVANNI: Los nombres los ponen después los historiadores. La víspera, Cardoso se metió gateando en la carpa del jefe y le pidió en voz baja que si al día siguiente ganaban, le reservara algún colorado, porque él no había degollado a nadie hasta entonces y quería saber cómo era.

BORGES: Esto ocurrió muchas veces, ya que en estas guerras no se daba ni se pedía cuartel al enemigo. Se degollaba a los prisioneros después de una batalla, y eso no los sorprendía, de modo que eso era lo que se esperaba que pasara. En cuanto al hombre que entra gateando en la carpa del jefe, sé que esas cosas ocurrían continuamente, sé que era considerada una especie de recompensa que les permitieran degollar a algún prisionero después de la batalla.

DI GIOVANNI: El superior le prometió que si se conducía como un hombre, le haría ese favor.

Los blancos eran más, pero los otros disponían de mejor armamento y los diezmaron desde lo alto de un cerro.


BORGES: Eso mismo pasó cuando mi abuelo, Francisco Borges, se hizo matar después de la Capitulación de Mitre, en La Verde. Las fuerzas rebeldes eran mucho más numerosas, pero las fuerzas del gobierno —por primera vez en la historia argentina— tenían rifles Remington, de modo que los rebeldes fueron diezmados. Eso fue en el año 1874, tres o cuatro años después de este incidente.

DI GIOVANNI: Al cabo de dos cargas inútiles que no llegaron a la cumbre…

BORGES: Pues solo tenían lanzas y los otros tenían rifles, de manera que no pudieron hacer nada y fueron exterminados.

DI GIOVANNI: … el jefe, herido de gravedad, se rindió. Ahí mismo, a su pedido, lo despenaron.

BORGES: Creo que aquí puedo referirles una anécdota, no solo de gauchos, sino de gauchos e indios. Hubo un enfrentamiento más bien pequeño en la frontera occidental de Buenos Aires, y los indios Pampas fueron derrotados. Sabían que serían degollados, y su jefe, o cacique, estaba malherido. A pesar de todo, se las rebuscó para acercarse al enemigo —las fuerzas del gobierno— y en un castellano quebrado dijo: «Mate, Capitanejo Payén sabe morir». Luego, desnudó su garganta ante el cuchillo, y fue debidamente degollado.

DI GIOVANNI: Los hombres depusieron las armas. El capitán Juan Patricio Nolan, que comandaba a los colorados, ordenó con suma prolijidad la consabida ejecución de los prisioneros. Era de Cerro Largo y no desconocía el rencor antiguo de Silveira y Cardoso.

BORGES: Desde luego, tuve que hacer que viniera de Cerro Largo; si no, no hubiera podido saber de la enemistad entre los dos gauchos.

DI GIOVANNI: Los mandó buscar y les dijo:

—Ya sé que ustedes dos no se pueden ver y que se andan buscando desde hace rato. Les tengo una buena noticia…

BORGES: ¡Buena noticia! Y lo decía en serio.

DI GIOVANNI: … antes que se entre el sol van a poder mostrar cuál es el más toro. Los voy a hacer degollar de parado…

BORGES: Eso no era frecuente, pero se lo escuché contar a mi padre.

DI GIOVANNI: … y después correrán una carrera. Ya sabe Dios quién ganará.

El soldado que los había traído se los llevó.


La noticia no tardó en cundir por todo el campamento. Nolan había resuelto que la carrera coronaría la función de esa tarde, pero los prisioneros le mandaron un delegado para decirle que ellos también querían ser testigos y apostar a uno de los dos.


BORGES: Todos en el campamento sintieron curiosidad, y estaban todos muy interesados en la carrera entre los dos condenados.

DI GIOVANNI: Nolan, que era hombre razonable, se dejó convencer; se cruzaron apuestas de dinero, de prendas de montar, de armas blancas y de caballos, que serían entregados a su tiempo a las viudas y deudos. El calor era inusitado; para que nadie se quedara sin siesta, demoraron las cosas hasta las cuatro. (Les dio trabajo recordar a Silveira).

BORGES: Estos hombres, que estaban a punto de ser degollados, querían dormir un rato antes del sueño final.

DI GIOVANNI: Nolan, a la manera criolla, los tuvo esperando una hora.

BORGES: Eso lo hacen siempre, tanto en aeropuertos como en campamentos militares.

DI GIOVANNI: Estaría comentando la victoria con otros oficiales; el asistente iba y venía con la caldera.

BORGES: El mate —una especie de café que tenemos— es más bien un pasatiempo que otra cosa.

DI GIOVANNI: A cada lado del camino de tierra, contra las carpas, aguardaban las filas de prisioneros, sentados en el suelo, con las manos atadas a la espalda, para no dar trabajo.

BORGES: Los gauchos, en general, nunca se sientan, salvo en calaveras de vaca. Solo se ponen en cuclillas, y lo encuentran cómodo.

DI GIOVANNI: Uno que otro se desahogaba en malas palabras, uno dijo el principio del Padrenuestro, casi todos estaban como aturdidos. Naturalmente, no podían fumar.

BORGES: Por supuesto, ya que tenían las manos atadas. Eso facilitaba el degollamiento oficial.

DI GIOVANNI: Ya no les importaba la carrera, pero todos miraban.

—A mí también me van a agarrar de las mechas —dijo uno, envidioso.

—Sí, pero en el montón —reparó un vecino.

—Como a vos —el otro le retrucó.

BORGES: Esta es una historia bastante despiadada.

DI GIOVANNI: Humor patibulario.

Con el sable, un sargento marcó una raya a lo ancho del camino. A Silveira y a Cardoso les habían desatado las muñecas, para que no corrieran trabados.


BORGES: Para que no tropezaran, claro.

DI GIOVANNI: Un espacio de más de cinco varas quedaba entre los dos. Pusieron los pies en la raya; algunos jefes les pidieron que no les fueran a fallar, porque les tenían fe y las sumas que habían apostado eran de mucho monto.

BORGES: Esto ocurrió realmente. Bueno, es historia, y bastante horrible para ellos.

DI GIOVANNI: A Silveira le tocó en suerte el Pardo Nolan, cuyos abuelos habían sido sin duda esclavos de la familia del capitán y llevaban su nombre…

BORGES: Los esclavos llevaban los nombres de sus dueños. Me acuerdo de una negra vieja que frecuentaba nuestra casa. Se llamaba Acevedo, que es el apellido de mi madre. Todos en su familia habían sido esclavos de mis abuelos, y ella conservó el vínculo.

DI GIOVANNI: … a Cardoso, el degollador regular, un correntino entrado en años…

BORGES: Se supone que los correntinos y los orientales son más despiadados. Los gauchos de Buenos Aires difícilmente se daban al degüello, en cambio los otros tienen más sangre de indio, y parece que simpatizan con estas cosas; al menos, las hacen.

DI GIOVANNI: … que para serenar a los condenados solía decirles, con una palmadita en el hombro: «Ánimo, amigo; más sufren las mujeres cuando paren».

BORGES: Eso me lo contó mi padre, a él se lo refirió un degollador: «Ánimo, amigo; más sufren las mujeres cuando paren», sí.

DI GIOVANNI: Tendido el torso hacia adelante, los dos hombres ansiosos no se miraron.

Nolan dio la señal.


Al Pardo, envanecido por su actuación, se le fue la mano y abrió una sajadura vistosa que iba de oreja a oreja…


BORGES: Era la primera vez que lo hacía.

DI GIOVANNI: … al correntino le bastó con un tajo angosto.

BORGES: Naturalmente, el correntino sabía que no hacía falta abrirle un tajo de par en par.

DI GIOVANNI: De las gargantas brotó el chorro de sangre; los hombres dieron unos pasos y cayeron de bruces. Cardoso, en la caída, estiró los brazos. Había ganado y tal vez no lo supo nunca.

BORGES: Eso es lo que ocurre siempre: nunca sabemos si somos vencedores o vencidos.

Temo que hemos perdido demasiado tiempo en detalles de color local y en ese tipo de cosas; me pregunto si a alguien le gustaría hablar de manera más técnica o literaria. Temo que he disfrutado el relato y, extraño como pueda parecer, he olvidado mis deberes de profesor o de conferencista. Si tuvieran objeciones contra el cuento, eso sería aún mejor.

DI GIOVANNI: ¿Borges, cuánto tiempo tuvo la historia en la cabeza antes de escribirla?

BORGES: Debo haberla llevado conmigo durante veinticinco o treinta años. Cuando la escuché por primera vez, sentí que la historia era notable. El hombre que me la refirió la había publicado en La Nación con el título «Crepúsculo rojo», pero como la escribió en un estilo lleno de ornamentos, sentí que apenas podría competir con él. Después de su muerte, escribí el cuento de la manera más directa posible. Entre tanto, llevé la historia conmigo en la memoria, y he aburrido a mis amigos con ella por años.

DI GIOVANNI [después de un momento de silencio]: Ya lo ve, Borges, ha escrito un cuento tan perfecto que no despierta preguntas ni comentarios.

BORGES: Quizá ya estén todos profundamente dormidos. [A Frank MacShane] ¿Por qué no hace usted algún comentario? ¿Cuáles son sus objeciones principales?

MACSHANE: Mi pregunta acerca de este cuento y otros como este, que están basados en hechos reales, es cómo desarrolla los detalles particulares…

BORGES: Lo que usted va a decir es que yo tendría que haber hecho que esos dos personajes fueran bastante más diferentes, pero yo no creo que dos gauchos puedan ser muy diferentes; son solo gente rústica. No podría haberlos hecho más complejos porque eso hubiera arruinado la historia. Tienen que ser más o menos el mismo hombre.

DI GIOVANNI: Pero yo no creo que Frank fuera a decir eso.

BORGES: Bueno, esa fue meramente mi conjetura, mi temor, mi esperanza.

MACSHANE: Me interesaba el uso de la imaginación que usted hace en un tema como este.

BORGES: Algo de imaginación es necesario. Por ejemplo, tuve que dar cuenta del hecho de que los dos hombres se odiaban, y tuve que ponerles nombres. Hubiera sido incómodo ir y venir diciendo «el uno» y «el otro», o llamándolos «el primero» y «el segundo». Por eso, lo simplifiqué nombrándolos «Cardoso» y «Silveira», dos nombres brasileros comunes.

MACSHANE: Al final no resulta ser una anécdota sino un cuento. Hay una diferencia entre lo que le contaron y lo que usted escribió.

BORGES: Yo espero que haya una diferencia. Es muy difícil establecer un límite entre cuento y anécdota; yo traté de que mi pieza sonara verdadera. Ese fue mi evidente deber de narrador. ¿Cree usted que debí haber escrito: «dos gauchos se odiaban y les fue permitido batirse a duelo después de que los degollaran»? Eso hubiera sido muy compasivo y conciso, claro que ineficaz también.

DI GIOVANNI: A lo que se refiere Frank, Borges, es precisamente a la cantidad de imaginación que agregó y al número de hechos que dejó afuera. Eso es lo que lo hace un cuento. Cualquiera de los aquí presentes podría haber intentado escribir un cuento con los hechos que a usted le contaron…

BORGES: Y lo habrían hecho, sin duda, mucho mejor que yo.

DI GIOVANNI: Sin duda, sin duda.

BORGES: Y están todos invitados a hacerlo, ya que todo ocurrió realmente y no me pertenece.

DI GIOVANNI: ¿Pero puede decirnos algo acerca de cómo depura el material y toma solo lo que prefiere? Por ejemplo, ¿recuerda alguno de los hechos que no usó de la anécdota que le contaron?

BORGES: No, porque me la refirieron de manera muy despojada, y luego Reyles la escribió con esas grandes decoraciones y buena escritura; el tipo de cosas que yo hago lo posible por evitar. Yo no puedo escribir de esa forma; yo solo intenté lo que podría llamarse «invención circunstancial». Por ejemplo, tuve que hacerlos jugar al truco, inventé el episodio acerca del ovejero y le di el nombre adecuado —Treinta y Tres— ya que ese es el nombre apropiado para un perro, aunque generalmente los llamen Jazmín.

MACSHANE: ¿Toma a veces un episodio verídico y lo combina con otro para hacer algo nuevo, una nueva historia de dos fuentes completamente diferentes y desconectadas?

BORGES: Sí, en este cuento, por ejemplo, no fui testigo de la partida de truco en el Uruguay, sino en la antigua zona norte de Buenos Aires.

ESTUDIANTE: Me pregunto si el señor Borges podría decirnos qué quiere decir cuando se refiere a un personaje rústico.

BORGES: Yo mismo me pregunto qué habré querido decir; que solo eran simples campesinos, supongo, que no analizan sus sentimientos. Ellos no piensan en una batalla antes de que ocurra, ya que hace falta imaginación para eso. Las personas que viven en el presente no anhelan su porvenir, y eso está sugerido una buena cantidad de veces en el cuento. Los llevan a la guerra, pero ellos no saben por qué guerrean; no les importa. Y cuando les dan la oportunidad de tomar una larga siesta antes de que los degüellen, se van a dormir. Los otros prisioneros sienten bastante curiosidad por el duelo, y lo quieren ver; no les preocupa esperar esos cinco minutos antes de que a ellos también los degüellen. Algunos tienen miedo, ya que uno de ellos intenta un Padrenuestro, aunque no consigue terminar de rezar porque desconoce las palabras.

ESTUDIANTE: ¿La selectividad significa que la ficción tiene que ser menos inverosímil que la vida?

BORGES: Sí, porque como dijo Boileau, «La réalité n’est pas toujours vraisemblable» (la realidad no es siempre verosímil). Pero si usted está escribiendo un cuento, tiene que hacerlo tan plausible como pueda, ya que, de otro modo, la imaginación del lector lo rechazará.

DI GIOVANNI: Sé que esta es una de sus preocupaciones principales porque siempre me dice: «En realidad esto ocurrió de tal manera, pero no puedo usarla porque suena muy inverosímil». Usted está siempre atenuando las cosas.

BORGES: Supongo que todos los escritores tienen que hacerlo, ya que si cuentan una historia improbable de una manera improbable, eso es decididamente descorazonador.

ESTUDIANTE: Una característica que encontré en este y en otros de sus cuentos es que usted siempre sugiere que hay otros factores, otras verdades además de las que usted relata. Me pregunto si hay algo que usted pueda finalmente establecer como verdadero y existente, aparte de usted mismo.

BORGES: Yo ni siquiera me incluiría a mí mismo. Yo creo que uno debería narrar los hechos como si no los entendiera del todo, puesto que así es la realidad. Si ustedes exponen un hecho dado y luego aseguran no saber nada en absoluto acerca de un segundo elemento, eso hace del primero un hecho real, ya que le otorga a la totalidad una existencia más extensa.

ESTUDIANTE: Creo que en uno de sus ensayos usted escribió que un cuento puede estar centrado ya sea en los personajes o en la situación. En este cuento, la caracterización es mínima…

BORGES: Tenía que ser mínima porque los dos personajes son más o menos el mismo. Son dos gauchos, pero podrían ser doscientos o dos mil. No son Hamlets ni Raskolnikovs ni Lord Jims. Son solo gauchos.

ESTUDIANTE: ¿Entonces, es la situación lo que cuenta?

BORGES: En este caso, sí. Y, en general, creo que lo más importante en un cuento es la trama o el argumento; en cambio, en una novela son menos importantes las situaciones que los caracteres. No es imposible que ustedes piensen que la escritura del Quijote depende de los episodios; sin embargo, lo que es realmente importante es el carácter de los dos personajes, Alonso Quijano y Sancho Panza. En la saga de Sherlock Holmes, de igual modo, lo que realmente importa es la relación de amistad que hay entre un hombre muy inteligente y un hombre más bien tonto, como el doctor Watson. Por lo tanto —si se me permite hacer una generalización—, puestos a escribir una novela, deberían saber todo acerca de los personajes, y cualquier argumento estará bien; en cambio, en un cuento es la situación lo que importa. Esto sería cierto también para Henry James, por ejemplo, o para Chesterton.

ESTUDIANTE: ¿Reconoce una visión especial de la vida en las anécdotas que elige?

BORGES: Reconozco que la mayoría de mis cuentos surgen de anécdotas, aunque las distorsiono o las modifico. Algunas, desde luego, surgen de personajes, de gente que conozco. En el caso del cuento, yo creo que una anécdota puede servir de punto de partida.

ESTUDIANTE: ¿Cree que los cambios que usted les hace son inherentes a la anécdota?

BORGES: Bueno, como dice la frase inglesa, «that is a hard nut to crack» (esa es una nuez difícil de romper). Yo no sé si los cambios son inherentes a la anécdota o no, pero sé que los necesito. Si yo contara un cuento rápida y desapaciblemente, el relato no sería de ningún modo eficaz. He intentado que este fuera eficaz ralentizándolo. No podría haber empezado diciendo: «Dos gauchos se odiaban» porque nadie lo hubiera creído. Tuve que hacer que el odio pareciera real.

ESTUDIANTE: ¿Cuándo escribió «El otro duelo»?

BORGES: Debo haberlo escrito hace más o menos un año. No. Sí. [A di Giovanni]. Usted sabe mucho más al respecto que yo, ya que usted sabe algo de fechas y yo no.

DI GIOVANNI: Hace aproximadamente catorce meses.

BORGES: Bien por usted. Acepto esa plausible invención suya.

ESTUDIANTE: Me gustaría saber qué fue lo que lo fascinó de la anécdota de los dos gauchos que lo obsesionó durante treinta años.

BORGES: Esa es una pregunta muy difícil. No lo sé. También podría usted preguntarme por qué me gusta el sabor del café o el sabor del té o el sabor del agua.

ESTUDIANTE: ¿Pudo ser, tal vez, la broma que contiene?

BORGES: No, la broma no. Yo la imaginé como una trama cruel, y la transformé en una broma para hacerla aún más cruel. Inventé algunos personajes que contaran la historia de manera cómica para hacerla más dura y más despiadada.

DI GIOVANNI: Pero el cuento mismo es la respuesta a lo que el narrador vio en la anécdota, ¿no es cierto?

BORGES: Debería serlo, pero quizá fracasé y entonces el cuento necesita otra solución o un epílogo. ¿Personalmente, lo encuentra usted muy trivial o muy llano?

ESTUDIANTE: No, lo encuentro terrorífico.

BORGES: Bueno, la intención es que sea terrorífico o lo que suele llamarse duro, y para hacerlo terrorífico libré el terror a la imaginación del lector. No podría haber dicho: «¡qué cosa terrible acaba de ocurrir!» o «¡esta historia es muy truculenta!» porque hubiera hecho el ridículo. Esas cosas deben dejarse a los lectores, no a los escritores. De lo contrario, todo se desmorona.

DI GIOVANNI: El cuento es mucho más truculento para nosotros que para Borges o para cualquiera en Argentina.

BORGES: No, yo no soy tan despiadado.

DI GIOVANNI: Lo sé, pero lo que quiero decir es que esto es prácticamente una tradición para ustedes. El degüello es algo familiar para los argentinos.

ESTUDIANTE: No es lo sangriento; es el hecho de que dos hombres vivan sus vidas para morir.

DI GIOVANNI: Bueno, ¿en qué se diferencian del resto de nosotros en eso?

BORGES: Hay algo más que debe agregarse, algo que no agregué antes porque creí que estaba implícito en el cuento. Los dos hombres estaban agradecidos de la oportunidad que les concedieron en la muerte —la única oportunidad de sus vidas— de averiguar, después de años de odiarse, quién era el mejor hombre. Ese fue su duelo.

ESTUDIANTE: ¿Pero fue eso lo que lo atrajo entonces?

BORGES: Tal vez.

ESTUDIANTE: Eso es lo que quería escucharlo decir.

BORGES: En ese caso, usted me está revelando algo que es realmente cierto, aquí en Nueva York y no en Buenos Aires, donde escribí el cuento. Evidentemente, lo que me atrajo fue el hecho de que los dos hombres no se sintieran víctimas, el hecho de que les fuera dada la oportunidad de sus vidas.

DI GIOVANNI: Hay algo más que todavía no se ha dicho. Borges escribió este cuento inmediatamente después de otro titulado «El duelo», que es un cuento completamente diferente.

BORGES: Sí, un cuento muy a la manera de Henry James.

DI GIOVANNI: «El otro duelo» aparece como un agudo contraste con el anterior. En inglés lo titulamos «The End of the Duel» (literalmente, «El final del duelo»). No pudimos usar el título original cuando publicamos el cuento separadamente en The New Yorker, puesto que ese título solo tiene sentido junto con «El duelo».

BORGES: Ese otro cuento se trata de dos señoras de sociedad, buenas amigas y rivales. Después de ese relato, casi del estilo de los de Jane Austen, nos encontramos con un poco de realismo truculento de la Banda Oriental del Uruguay.

DI GIOVANNI: Las señoras son artistas, y pintan una contra otra.

ESTUDIANTE: Tengo la impresión de que hay un fuerte elemento común entre «El otro duelo» y «El Sur». Los dos cuentos parecen tener la misma insensible amargura. ¿Le importaría comentar algo sobre eso?

BORGES: Yo difícilmente podría estar de acuerdo con usted, ya que «El Sur» es realmente una historia de esperanza. Cuando pienso en mi abuelo, que murió en la acción, cuando pienso en mi bisabuelo que tuvo que enfrentarse a sus parientes en las guerras del dictador Rosas, cuando pienso en las personas de mi familia a quienes degollaron o dispararon, me doy cuenta de que yo llevo un estilo de vida más bien apacible. Sin embargo, no es así en realidad, porque, al final de todo, ellos deben haber vivido estas cosas sin sentirlas; en cambio, yo, que vivo una vida muy recluida, las siento, que es otra manera de vivirlas, acaso una aún más profunda, por lo que yo sé. En cualquier caso, yo no debería lamentarme por ser un hombre de letras. Hay destinos más duros que ese, yo supongo.

Pero en «El Sur», la trama real se trata de… bueno, en realidad hay varias tramas. Una de ellas puede ser que el hombre murió en la mesa de operaciones y que todo el asunto fue un sueño suyo, en el que luchó por conseguir la muerte que hubiera elegido. Es decir, él quería morir con un cuchillo en la mano y en la Pampa; quería morir peleando como pelearon sus antepasados antes que él. Sin embargo, en «El otro duelo» no creo que hubiera una esperanza semejante. De hecho, yo no querría haber sido uno de los dos gauchos. Creo que me hubiera aterrado, no hubiera corrido la carrera y me hubiera caído de cara en la tierra.

ESTUDIANTE: Lo escuché decir que no estaba muy interesado por el tiempo en este cuento, pero de una extraña manera, en ambos, los personajes se baten a duelo después de muertos, cuando ya se han ido más allá del tiempo.

BORGES: Esa es una buena observación suya, y demuestra que no puedo deshacerme de mi obsesión con el tiempo.

ESTUDIANTE: ¿Qué piensa sobre la idea de que la ficción debe estar comprometida con los asuntos políticos y sociales de su tiempo?

BORGES: Pienso que la ficción está siempre comprometida con su tiempo. Nosotros no tenemos por qué preocuparnos por eso. Por el solo hecho de ser contemporáneos, no podremos sino escribir en el estilo y el modo de nuestro tiempo. Si yo escribo un cuento —incluso acerca del hombre en la luna— recurrirá a la civilización occidental porque esa es la civilización a la que pertenezco. Yo no creo que tengamos que ser conscientes de eso. Tomemos como ejemplo la novela Salammbô de Flaubert. Él la llamó una novela cartaginesa, pero cualquiera puede ver que fue escrita por un francés realista del siglo diecinueve. Yo no creo que un cartaginés real le hubiera encontrado ningún sentido; por lo que yo sepa, un cartaginés podría considerarla una mala broma. Por eso, no creo que ustedes deban tratar de ser fieles a este siglo ni a las preocupaciones de este siglo, porque ustedes, de hecho, ya están inmersos en este siglo. Ustedes tienen una cierta voz, una cierta identidad, una cierta forma de escribir, y no podrían escaparles aunque quisieran. Entonces, ¿por qué molestarse en ser moderno o contemporáneo, si no se puede ser otra cosa?

MACSHANE: Creo que quien hizo la pregunta también tenía en mente asuntos políticos y sociales. ¿Cree que estos deberían tratarse en la ficción?

BORGES: En este cuento no hubo nada por el estilo.

DI GIOVANNI: Pero lo hay.

BORGES: Pudo haberlo, que yo sepa, pero no era lo que me preocupaba. A mí me preocupaba la idea de los dos hombres que corren una carrera degollados y que todo el asunto fuera tomado como una broma o como una travesura. Naturalmente, este cuento tiene las marcas de la historia argentina, de la historia del Uruguay y de la de los gauchos. Puede sin duda asociarse con toda la historia de Sudamérica, las guerras de independencia y demás, pero no era eso lo que me preocupaba. Yo he tratado meramente de referir mi historia de una manera convincente. Eso era todo lo que me preocupaba, aunque ustedes pueden asociarlo, desde luego, con lo que prefieran.

DI GIOVANNI: Y, a pesar de sus intenciones, es una tremenda afirmación política en esa época y en ese lugar. Debería satisfacer a cualquiera.

BORGES: Y quizá se trate de la política de cualquier tiempo y de cualquier lugar; yo no sé. Desde luego, esta política es un poco pintoresca.

ESTUDIANTE: ¿Cómo cree, entonces, que un artista debería relacionarse con su propio tiempo?

BORGES: Oscar Wilde dijo que la modernidad del tratamiento y del tema debían ser cuidadosamente evitados por los artistas modernos. Por supuesto, Wilde estaba siendo ingenioso, pero lo que decía se basa en una verdad evidente. Homero, por ejemplo, escribió varios siglos después de la guerra en Troya. La idea de que la literatura deba tratar de temas contemporáneos es ella misma moderna, tanto es así que pertenece más al periodismo que a la literatura. Ningún escritor real trató jamás de ser contemporáneo.

ESTUDIANTE: Usted cita de muchas fuentes en su obra, de muchas lenguas de todo el mundo. Una pregunta que tengo —espero que no sea descortés— es si tales citas son reales o inventadas.

BORGES: Algunas, lamento decirlo, son reales. Pero no todas. En «El otro duelo», sin embargo, he hecho lo posible por ser todo lo directo que pudiera. Tomé el truco del primer libro de Kipling, Plain Tales from the Hills (Sencillos cuentos de las montañas). Ahora estoy abandonando la erudición, o la falsa erudición. Ahora intento escribir simple, intento escribir historias directas.

ESTUDIANTE: Hay un cuento acerca de una enciclopedia…

BORGES: Supongo que usted se refiere a «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», cuento en el que el mundo entero está siendo modificado por una enciclopedia. Escribí ese cuento cuando era todavía bastante joven. Hoy ya no intentaría ese tipo de cosas; después de todo, quiero cambiar. Ahora abrigo esa modesta ambición: quiero ser otro, quiero escribir de otra forma, de una forma inesperada.

ESTUDIANTE: En uno de sus cuentos usted dice que podemos ser personajes en el sueño de otra persona.

BORGES: Sí, ese cuento es «Las ruinas circulares», y por lo que sabemos puede que sea cierto. Ustedes me están soñando. No, me equivoco. Yo soy quien los sueña a ustedes.

ESTUDIANTE: ¿Cómo funciona esta idea del sueño?

BORGES: Es una idea muy antigua, una idea de los idealistas, de Berkeley y de los hindúes, y también, creo, del Rey Rojo de Lewis Carroll.

ESTUDIANTE: ¿Cómo hizo para soñar a «Pierre Menard, autor del Quijote»?

BORGES: Yo había sufrido un accidente y una operación; estuve muy cerca de la muerte sin pensar nunca en ella. Después del accidente, yo no sabía si podría seguir escribiendo. Entonces, me dije, si trato de escribir un ensayo crítico breve y fracaso, sabré luego que no me quedan esperanzas. Si hubiera intentado escribir un poema, eso no me hubiera dicho nada, porque los dones son revelados por la musa o el Espíritu Santo. Así que intenté algo nuevo —un cuento que era un poco una argucia también— y cuando lo logré vi que podía volver a la literatura y ser, bueno, no un hombre feliz, de modo que nadie es feliz, pero al menos pude sentir que mi vida estaba de algún modo justificada. Mucha gente en Buenos Aires y dos hombres de letras conocidos míos en particular tomaron todo el asunto en serio. Uno de ellos me dijo: «Por supuesto, yo sé todo sobre Pierre Menard. Supongo que ese hombre estaba fuera de sus cabales». Y yo le dije: «Sí, eso supongo, pero era esa una locura interesante ¿no?». Ese fue uno de los primeros cuentos que escribí. Sigo diciendo que fue el primero, pero lo cierto es que fue el segundo o el tercero.

ESTUDIANTE: ¿Cómo sabe cuándo una anécdota puede serle útil?

BORGES: Cuando oigo una anécdota que creo interesante se la cuento a mis amigos. Luego, de algún modo, siento que debería anotarla. Sin embargo, eso pasa muchos años después. Si usted me contara una anécdota hoy, la misma no encontraría su camino a la imprenta sino hasta dentro de cuatro o cinco años, ya que el proceso es lento. Supongo que otros escritores podrán oír una anécdota y la trama les habrá sido dada inmediatamente, pero, en mi caso, yo tengo que sentarme y esperar, y luego, cuando el momento llega, tengo que ser muy receptivo y tratar de no falsearla.

ESTUDIANTE: Me gustaría preguntarle algo acerca de su cuento «Hombre de la esquina rosada».

BORGES: Ese fue el primer cuento que escribí en mi vida. Me disgusta absolutamente.

ESTUDIANTE: Se ha dicho que ese cuento fue influenciado por las películas de gángsters de Josef von Sternberg.

BORGES: Sí, lo fue, y también por los cuentos de Chesterton. Escribí ese cuento como un experimento literario. Quería escribir un cuento en el que todo fuera visual. Así que ese cuento no fue de ningún modo escrito de manera realista. Pensé en todo el asunto como una especie de ballet. Tiempo después, reescribí la historia como si hubiera ocurrido y la llamé «Historia de Rosendo Juárez». Cuando escribí «Hombre de la esquina rosada» sabía muy bien que todo era irreal, pero como no pretendía conseguir realismo, no me preocupó. Solo quise escribir un cuento muy vívido y visual. El resultado fue bastante operístico, y debo disculparme con ustedes por eso.

ESTUDIANTE: En las películas de Sternberg hay un equilibrio entre lo visual y lo realista. ¿Cuánto de eso tuvo usted en mente?

BORGES: En aquel tiempo, yo pensaba en Josef von Sternberg y en Chesterton continuamente. Yo le estoy muy agradecido a Sternberg ya que él logró sus fines con mucha eficacia, pero él estaba haciendo un film y tenía que ser visual, en cambio, en mi caso, creo que los efectos visuales no eran realmente necesarios. Se puede contar una historia sin ser muy vívido o visual. De hecho, yo pienso que si uno es muy vívido, está en efecto creando irrealidad, porque el hecho de ver las cosas de esa forma las desdibuja. Yo sabía que mi historia era irreal, pero nunca pensé que la gente la tomaría en sentido literal. En el prólogo del libro en el que se publicó, Historia Universal de la Infamia, mencioné incluso a Stevenson, a Chesterton y a esos admirables films de Sternberg.

ESTUDIANTE: Es un hermoso cuento, de todos modos.

BORGES: Me atrevo a disentir con usted. Es lo más flojo que he escrito en mi vida.

DI GIOVANNI: Todos en Buenos Aires adoran ese cuento…

BORGES: Porque es sentimental, porque le da al lector la ilusión de que alguna vez fuimos muy valientes y muy osados y muy románticos.

ESTUDIANTE: Pero se ha convertido en un texto importante en la literatura latinoamericana. Yo creo que propone un abordaje nuevo.

DI GIOVANNI: El punto es que Borges no volvió a escribir nada que se le parezca. Siguió adelante para hacer cosas mucho mejores. Escribió «Hombre de la esquina rosada» en 1933.

BORGES: Desde luego, muchos piensan que desde que escribí ese cuento no he hecho otra cosa que decaer.

DI GIOVANNI: Su nuevo libro, El informe de Brodie, vuelve a los mismos temas, pero de una forma completamente diferente.

BORGES: Sí, de una forma directa.

DI GIOVANNI: Los personajes en ese otro cuento le gritaban al lector como parados desde un escenario. Es tan operístico que ayuda ser italiano para apreciarlo.

ESTUDIANTE: En muchos de sus cuentos y poemas parece interesarle el tiempo.

BORGES: Bueno, el tiempo como lo da el reloj es convencional, ¿no? Pero el tiempo real, por ejemplo, cuando nos van a extraer una muela, es, en cambio, muy real; o bastante diferente, digamos, del tiempo del miedo, cuando las arenas del tiempo se acaban. Sí, siempre estuve obsesionado con el tiempo.

ESTUDIANTE: Se hicieron preguntas sobre la responsabilidad del escritor con su tiempo, también se hicieron preguntas sobre la realidad y los sueños. Hay una línea al respecto en «Pedro Salvadores», me pregunto si esa línea explica su punto de vista.

BORGES: Si yo pudiera recordar la línea, eso me ayudaría.

ESTUDIANTE: La línea dice: «… no pensaba en nada, ni siquiera en su odio ni en su peligro. Estaba ahí, en el sótano».

BORGES: Imaginé a Pedro Salvadores como a un hombre sencillo. Me pregunto si les interesará saber que hace dos meses conocí a su nieto. Se llama igual que Salvadores, y me corrigió, me dijo que su abuelo había vivido doce años en el sótano, no nueve como yo escribí, y que su abuelo era un militar. Ese último hecho no me hubiera beneficiado, porque yo no hubiera esperado que un soldado se esconda en un sótano durante doce años; en cambio, a un civil podría permitírsele eso. Salvadores, por lo demás, no sabía que tendría que esperar tanto. Acaso pensó que cada noche sería la última.

DI GIOVANNI: No sé si eso contesta la pregunta, ¿la contesta?

BORGES: No, tal vez no. Pero yo ya he olvidado todo el principio de la pregunta.

ESTUDIANTE: En su cuento «El Aleph» hay un personaje cuyo nombre es Borges. Dado que presumo que lo que le sucede al personaje es ficción y no hechos reales, me pregunto por qué utilizó su propio nombre.

BORGES: Bueno, imaginé esos episodios como si me hubieran sucedido a mí mismo. Además, yo había sido rechazado por Beatriz Viterbo —con otro nombre, desde luego— y, entonces, usé mi propio nombre.

DI GIOVANNI: Algo que ha hecho, por cierto, en varios lugares.

BORGES: Sí, siempre lo hago. Desde luego, no pretendo hacer una sátira de mí mismo. Es un viejo truco literario; lo mismo hizo Boswell cuando escribió La vida de Samuel Johnson. Hizo de él un personaje ridículo, pero no lo era. Boswell era un hombre muy inteligente.

Ahora creo haber oído una pregunta —o tal vez la haya oído tantas veces que imaginé que la oía también en esta ocasión particular—, una pregunta sobre el deber del escritor en función de su tiempo. Yo creo que el deber de un escritor es ser un escritor, y si puede ser un buen escritor, está, entonces, cumpliendo con su deber. Además, tengo para mí que mis opiniones son superficiales. Por ejemplo, yo soy un conservador, aborrezco a los comunistas, aborrezco a los nazis, aborrezco a los antisemitas, y demás, pero he tratado que esas opiniones mías no intervengan en mi labor literaria —salvo, como nadie ignora, cuando estuve ciertamente alborozado por la Guerra de los Seis Días—. En general, prefiero mantenerlas aparte. Yo he declarado siempre mis opiniones, pero con respecto a mis sueños y a mis cuentos, a estos debería otorgárseles, creo, libertad absoluta. No quiero influir en ellos; yo escribo ficción, no fábulas.

Quizá deba ser más claro. Yo soy un antagonista de la littérature engagée (la llamada «literatura comprometida») porque creo que se sostiene sobre la hipótesis de que un escritor no puede escribir lo que quiere. Para ilustrarlo, déjenme decir —si me permiten una confidencia— que yo no elijo mis propios temas, ellos me eligen a mí. Hago lo posible por oponérmeles, pero esos temas siguen preocupándome y persiguiéndome, de modo que finalmente tengo que sentarme a escribirlos, y luego pulirlos para deshacerme de ellos.

Uno debe recordar también que suele haber una diferencia entre lo que un escritor se propone hacer y lo que en realidad hace. Estoy pensando ahora en un ecrivain engagé (un «escritor comprometido»), pienso en Rudyard Kipling, que intentó recordar a sus distraídos compatriotas ingleses que habían conseguido, de algún modo, levantar un Imperio, y, fatalmente, incurrieron en el error de considerarlo un forastero por sus opiniones políticas. Finalmente, Kipling escribió un libro llamado —y aquí tenemos la atenuación inglesa— Something of Myself —no todo, sino solo «algo de mí mismo»— y al final dice que un escritor debe tener permitido escribir en contra de su propia posición moral. Kipling cita como ejemplo al gran escritor irlandés Swift, quien se había propuesto enjuiciar a la humanidad y dejó un libro de lectura infantil. Los dos viajes iniciales del Capitán Lemuel Gulliver son un deleite para los niños.

ESTUDIANTE: Me pregunto si podría comentar algo sobre su oposición al régimen de Perón.

BORGES: Sí, por qué no. Mi oposición fue pública, pero no se filtró en mi producción literaria. Yo daba clases regularmente, era presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, y en cada clase incluía mis impugnaciones contra Perón. Todo el mundo sabía que yo estaba en contra de él, y la prueba de ello es que tan pronto como tuvimos nuestra Revolución Libertadora, fui nombrado Director de la Biblioteca Nacional. Necesitaban a un antiperonista, y sabían de mí. Mi madre, mi hermana y un sobrino mío estuvieron todos presos. A mí me perseguía un detective que, por qué no mencionar esto de paso, era antiperonista pero tenía que cumplir sus funciones. Sin embargo, yo nunca confundí nada de todo eso con mis cuentos o poemas. Lo mantuve aparte, de modo que creo haber sido un buen argentino y, al mismo tiempo, creo haber dado lo mejor de mí para ser un buen escritor, no mezclando las cosas.

ESTUDIANTE: ¿Y en el caso del cuento que escribió acerca del teniente nazi?

BORGES: «Deutsches Requiem». Lo que ocurre en ese cuento es bien diferente. Yo, por supuesto, era partidario de los Aliados. Cuando los alemanes fueron derrotados sentí una gran alegría y un gran alivio, pero al mismo tiempo pensé en la capitulación de los alemanes como en algo de algún modo trágico, porque allí teníamos acaso la gente más educada de Europa, que tiene una buena literatura, una buena tradición filosófica y poética. Y aún así, estas personas fueron dóciles a un desquiciado llamado Adolf Hitler, y yo creo que ahí hay una tragedia. Entonces, yo traté de imaginar un nazi que lo fuera realmente; un hombre que realmente pensara que la violencia por la violencia misma fuera loable; un hombre a quien le parece que está bien que sean inexorables con él ya que él había sido inexorable con otros, y escribí ese cuento que muchos interpretaron como una adhesión mía a la causa de Hitler. No, no es eso; yo inventé un nazi perfecto, un nazi despiadado no solo con los otros —lo cual es fácil— sino despiadado consigo mismo, y que acepta esa suerte como justa. Por eso, pensé que a ese arquetipo de nazi no le hubiera preocupado que lo derrotaran; después de todo, las derrotas y las victorias son meros asuntos del azar. Él se hubiera alegrado incluso de que los norteamericanos o los ingleses ganaran la guerra. Pero ese cuento no tuvo el propósito de ser un panfleto político. Tuvo la intención de representar el hecho de que había algo trágico en el destino de un verdadero nazi. Salvo que me pregunto si existió alguna vez un verdadero nazi. Al menos cuando yo visité Alemania nunca conocí a uno. Parece que la gente tiende más bien a apiadarse de sí misma y no de los otros.

ESTUDIANTE: Me dijeron que usted publicó una antología de policiales en algún momento. ¿Podría contarnos algo de eso?

BORGES: Supongo que las elecciones que hice fueron bastante obvias. Empecé por el «onlie begetter» (el único engendrador), Edgar Allan Poe, y luego encontré diferentes cuentos, por ejemplo, «The Big Bow Mystery» («El misterio de Big Bow») de Israel Zangwill, un buen cuento de Jack London y luego ejemplos obvios de Chesterton, Eden Phillipotts, Ellery Queen, y tantos otros. Pero pienso en Poe como en el hombre que inventó el género. Todas las historias de detectives proceden de él, aunque Wilkie Collins lo intentó de una forma muy diferente. Él escribió largas novelas policiales en las que los personajes son más importantes que la trama, salvo en The Moonshine (La piedra lunar), en la que la trama está muy bien.

ESTUDIANTE: ¿Y Conan Doyle?

BORGES: Sí, recuerdo haber traducido uno de sus mejores cuentos, «The Redhead League» («La liga de los cabezas rojas»). El trabajo de antología lo realizamos con un buen escritor argentino, Adolfo Bioy Casares. Analizamos todo el material con mucho cuidado, y con mucho cuidado dejamos afuera a Dorothy Sayers porque no nos gustaba su trabajo.

MACSHANE: ¿Le importaría decir algo acerca de su colaboración con Bioy Casares y cómo difiere eso de su propia obra?

BORGES: Es diferente, ya que cuando estamos juntos —como acaso lo hubieran dicho los griegos— hay un tercer hombre. Es decir, no nos pensamos como dos amigos, ni siquiera como dos escritores; solo tratamos de desarrollar una historia. Cuando alguien me pregunta: «¿Esa oración vino de su lado de la mesa o del otro?», yo no sé contestarle. Y no sé quién de los dos inventó el argumento. Esa es la única forma en que puede hacerse. ¿Pero por qué hablar de Bioy Casares, si tengo aquí a mi lado a Norman Thomas di Giovanni? Nosotros trabajamos con el mismo espíritu. Cuando intentamos una traducción, o una recreación, de mis poemas o de mi prosa en inglés, no nos pensamos como dos hombres. Pensamos que somos en realidad una sola mente trabajando. Sospecho que eso es lo que hizo Platón en sus diálogos. Cuando tenía muchos personajes quería ver los muchos lados de la cuestión. Quizá la única forma de llegar a una colaboración sea esa: dos o tres hombres pensando en sí mismos como en un único hombre, olvidando las circunstancias personales y entregándose completamente al trabajo y a su perfeccionamiento.

ESTUDIANTE: Al final de su ensayo «Nueva refutación del tiempo», usted se pregunta si será capaz de elaborar un nuevo sistema ético, ¿no es así?

BORGES: No, yo creo que no. Además, el título pretende ser una ironía. Si el tiempo no existe, no puede hacerse una nueva refutación del mismo. Pero cuando lo titulé «Nueva refutación del tiempo» estaba, de algún modo, bromeando conmigo mismo. Creo en el argumento en términos lógicos, y creo que si uno aceptara las premisas, el argumento podría ser válido; aunque al mismo tiempo, ¡ay!, el tiempo también es válido. Y eso es mucho más resonante que cualquiera de los razonamientos míos, o aún de los razonamientos de Hume, de Berkeley o de Schopenhauer.

ESTUDIANTE: Me gustaría saber por qué dejó el mundo de lo fantástico y de las enciclopedias y se acercó a un mundo realista.

BORGES: Lo he hecho deliberadamente porque me dicen que hay otras personas en Buenos Aires que están escribiendo cuentos de Borges por mí. Escriben sobre laberintos y espejos, sobre tigres y demás; y, sin duda, lo harán con mejor fortuna que yo. Ellos son hombres más jóvenes y yo estoy bastante viejo y cansado. Además, quiero ensayar cosas nuevas; este último libro mío, El informe de Brodie, que para muchos lectores podrá parecer lánguido, es, en un sentido, una aventura, un experimento para mí.

ESTUDIANTE: Ha hablado muy informadamente de la diferencia entre cuento y novela. ¿Se ha sentido alguna vez tentado de escribir una novela?

BORGES: No, porque casi nunca me he sentido tentado de leer una novela. Me gustan los cuentos, pero soy muy haragán para escribir una novela. Me cansaría de todo el asunto después de las primeras diez o quince páginas escritas. Sin embargo, recientemente escribí un cuento largo llamado «El Congreso», que puede ser uno de mis mejores cuentos. Al menos, creo que lo es, ya que es el último cuento que escribí, y uno necesita sentimientos de esa especie para continuar escribiendo.

ESTUDIANTE: Pienso en estos cuentos sobre duelos como formas estilizadas de encuentros entre dos personas, y eso implica que las personas sean contemporáneas. Sin embargo, en su «Nueva refutación del tiempo» usted dice que no hay momentos contemporáneos. No veo cómo reconcilia esto.

BORGES: No, yo tampoco lo veo, señor. Estoy de acuerdo con usted.

ESTUDIANTE: Si no pueden ser contemporáneos, tendrían que ser inmortales.

BORGES: En ese caso, es usted quien tiene que escribir ese cuento, ya que esa es su invención, no la mía. Creo que sería una invención bastante diferente y bastante buena, desde luego.

ESTUDIANTE: Creo que usted ha dicho que cuando los escritores adquieren fama es por la razón equivocada. ¿Cree usted que eso es cierto en su caso?

BORGES: Estoy bastante seguro de eso, sí. Creo que la gente es generosa conmigo en este país, primero porque son fácilmente indulgentes, pero también porque me ven como un extranjero, y un extranjero difícilmente pueda ser un rival. También me ven como un ciego, y la ceguera despierta compasión. Así que ya ve, estos elementos —ser un extranjero, ser un anciano y ser ciego— me hacen una combinación muy fuerte.

DI GIOVANNI: Por supuesto, su fama nada tiene que ver con nadie que haya leído sus cuentos.

BORGES: La gente me quiere a pesar de mis cuentos, debo decir.

ESTUDIANTE: ¿Cuándo escribe un cuento como «Pierre Menard…», le juega una broma a otros o a usted mismo?

BORGES: Creo que es una broma impersonal. No estoy engañando a nadie. No me engaño a mí mismo. Lo hago por el mero entretenimiento de hacerlo.

DI GIOVANNI: Temo que se nos acabó el tiempo.

BORGES: Pero, desde luego, como el tiempo es irreal…

 ***

HORACIO QUIROGA.

INSOLACIÓN. CVUENTO

La insolación es un cuento publicado en el año 1908.Este apareció en la revista “caras y caretas “y  posteriormente formaría parte del libro “cuentos de amor, locura y muerte” en el año 1917.Su autor es el uruguayo  Horacio Quiroga   (1878-1937) quien además de ser  cuentista,  fue dramaturgo, poeta  y el maestro del cuento latinoamericano, de prosa vívida, naturalista y modernista. Este cuento es  considerado uno de los más perfectos y memorables escritos por Quiroga. Además, la vida de este autor se vio basada en la muerte y la tragedia cuales influyeron en la inspiración para muchos de sus narraciones.

 

El estilo de la narración  es indirecto, predominan  los diálogos, los cuales se desarrollan exclusivamente entre los cinco perros. En la mayoría de sus cuentos Quiroga, hace hablar a sus personajes, humanos o animales, en un castellano "neutro". Asimismo se infiere que el punto de partida del cuento parece extraído  con la experiencia del propio Quiroga como pionero del cultivo de algodón en el Chaco. La experiencia de la soledad que tuvo y el esfuerzo para sobrevivir y el trabajo de campo le hicieron dar un giro a su obra (Liñán, 2009) igualmente se expone que tiene origen de una creencia popular que refiere que "cuando una cosa va a morir, -aparece antes".entonces se analiza que Quiroga se basa mucho en su misma experiencia o hechos de la vida para la narración de sus obras. 

 

 La historia comienza cuando los cinco perros están en el patio: Old, Milk, Prince, Dick y Isondu, y derrepente sienten la llegada de su amo míster jones, un hombre ebrio y al verlo nuevamente en esas condiciones se alejan, dejándolo solo. Luego el cachorro ve  a su amo, él se emociona, falsamente creía que era míster Jones, pero su padre se asusta al ver que realmente era la muerte quien significaba el fallecimiento  de alguien, desde ese momento los perros cuidaban caudalosamente  a su dueño pues no querían perderlo era lo único que tenían, pero en un descuido míster jones se encuentra con la muerte y muere, finalmente los perros son repartidos entre los indígenas terminando flacos, sarnosos y rateros.

En primer lugar debemos señalar que la soledad  según la rae afirma: La soledad es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía.Y esta es una de las caracteristicas que mas se evidencia en el cuento.

En las siguiente lineas,analizaremos el texto centrandonos en el aspecto social.Lo que nos proponemos es demostrar que en la “insolacion” se evidencia  la soledad,tales como la insociabilidad,el alcohol como consulo a la soledad y el abandono.

 

En el cuento,el protagonista reúne las caracteristicas de alguien insociable que se aleja del hecho  de convivir con otras personas.Atraves del texto Mister Jones actua como un hombre solo sin familia y mujer,que solo cuenta con la compañía de 5 perros ,además de tomar y hacer fiestas solo,sin la compañía de una persona y que se muestra frio en sus sentimientos encerrandose en el mundo del trabajo y soledad.Quiroga (2015) señala: Míster Jones, la toalla al hombro, se detuvo un momento en la esquina del rancho y miró el sol alto ya. Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente tras su solitaria velada de whisky, más prolongada que las habituales.(pag1).Asimismo, en todo el cuento jamás se menciona que mister jones conviva con alguien,solo señala de la rutina diria que tenia su chacra,dormir y tomar,pero no menciona ninguna ves alguna relacion con alguna persona y que cuando muere recien viene su hermano de Buenos Aires ,quien se queda por cuatro dias vende todo el rancho, la chacra  y se va.

 

Además,Míster Jones era alcoholico,un hombre triste y deprimido el cual buscaba en el alcohol consuelo para su soledad,donde este es usado como ayuda a salir de la realidad de los problemas y mayormente este es uno  donde muchas personas lo hacen para salir de su realidad y en este , el alcohol se apodera de Míster jones haciendo de el un hombre ebrio y solitario haciendo de reuniones sociables a solitarias .Como las fieras amaestradas, los perros conocen el menor indicio de borrachera en su amo,. Alejáronse con lentitud a echarse de nuevo al sol,(Quiroga,2015,pag1).Y es asi como en el inicio y  la mayoria del texto se menciona de la borracheras del dueño y sobre todo que estas veladas eran solitarias donde solo él era partícipe y se ve que la soledad en el ya lo estaba matando tanto asi que solo queria tomar y como sabemos el alcohol es un vicio en el cual muchas personas se refugian  para escapar de sus problemasPor fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en la calma de la noche plateada, los perros se estacionaron alrededor del rancho, en cuyo piso alto míster Jones recomenzaba su velada de whisky.(Quiroga,2015)

 

La muerte de Míster Jones iniciaría una tragedia, el abandono de los cinco perros los cuales serán repartidos a los indígenas, pero realmente el final de estos es terrible ya que estaban tan felices y contentos con el dueño que tenían y derrepente muere por un descuido que tuvieron ya que ellos se propusieron a cuidar de él porque no querían tener otro dueño  ni tener un destino cruel y desgraciado.    

Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. (….) La noche avanzaba, y los cuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocico extendido e hinchado de lamentos –bien alimentados y acariciados por el dueño que iban a perder. (Quiroga, 2015)

 Los perros no querían perder a su dueño pero sin embargo al morir quedan solos y son divididos a los indígenas y así comienzan un destino no deseado y muy cruel de ser perros felices a rateros y sarnosos.  Los indios se repartieron los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos, e iban todas las noches con hambriento sigilo a robar (Quiroga, 2015, pag1).

 

En conclusión, la insolación es un cuento en el cual se evidencia la soledad, y como sabemos la soledad es la carencia voluntaria o involuntaria de tener compañía de la cual hemos considerado  tres rasgos resaltantes que se desprende de este tema tales como la insociabilidad, el alcohol como consuelo de la soledad y el abandono. Asimismo se puede rescatar otros temas como la muerte y el terror temas universales y muy polémicos pero lo que más se resalta es la soledad presente en toda la historia. En mi opinión el cuento la insolación llama mucho la atención ya que narra la vida de un hombre solitario y además de como muere. Este cuento es recomendable y puede leerlo cualquier lector.

 

 Referencias:

Diccionario de la lengua española. (2016).definición de soledad. Recuperado de :http://dle.rae.es/?id=YGkk3NL

Quiroga, H  (2015).cuentos de amor, locura y muerte. España: Mestas ediciones

Ed.R.(2012).Análisis resumen de la insolación. Recuperado de: http://elblogdemara5.blogspot.pe/2012/07/analisis-resumen-de-la-insolacion-de.html

Quiroga, H  (2015).cuentos de amor, locura y muerte. España: Mestas ediciones

 

Ed.R.(2012).Análisis resumen de la insolación. Recuperado de: http://elblogdemara5.blogspot.pe/2012/07/analisis-resumen-de-la-insolacion-de.html

 


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