sábado, 10 de mayo de 2014

Vargas Llosa. Novela. Conversación en la catedral. Crítica Literaria.


Diálogos y otros procesos interactivos en
Conversación en la Catedral,  de Vargas Llosa
M. a CARMEN BOBES NAVES
Universidad de Oviedo

Mi ejemplar de  Conversación en la catedral  tiene una dedicatoria de Mario
Vargas Llosa: "Para Carmen Bobes, que ha leído este libro con tanta lucidez y
generosidad, afectuosamente". Fue escrita en Oviedo en 1995, cuando mi lec-
tura de la novela tenía ya una historia bastante peculiar.
Mirando hacia atrás, no podría decir que he leído esta novela con genero-
sidad, tampoco sé si con lucidez. Empecé leerla y la dejé dos veces, allá por el
ario de 1970, porque me resultaba dura, tanto en su discurso como en sus anéc-
dotas y me exigía una colaboración activa de interpretación a la que no estaba
acostumbrada con mis autores preferidos (Clarín, Galdós, Dostoievski, Stendhal,
Flaubert, etc.). Finalmente me dispuse, no sin cierta resistencia inconsciente, a
leerla completa cinco arios después, porque un alumno de la Universidad de
Oviedo me pidió que le dirigiese una tesis doctoral sobre ella. Si no hubiese
sido por esta circunstancia, quizá no hubiera tomado la decisión de leerla de
inmediato y quizá hubiera ido dejándola, quizá lo hubiera hecho con más calma
y con menos interés teórico. Pero, a medida que iba leyendo empecé a sentir
el placer del texto, entreverado todavía de rechazo cuando llegaba a escenas
tan duras como las conductas degeneradas de Cayo Berm ŭ dez, las irritantes
ingenuidades de Santiago Zavala, que suscitan a veces cansancio (son tantos los
niriitos que han seguido esa trayectoria de rebeldía, que apenas soportamos ya
los obligados en la familia...), la exasperante sumisión que conduce a Ambro-
sio hasta el asesinato de la Musa..., por no hablar del léxico de sus diálogos.
No obstante, como se habrán imaginado, pronto la novela dejó de necesi-
tar avales externos: la fuerza de ese deslumbrante fresco de la sociedad de Lima,
la magia de unos personajes que nos repelen éticamente y nos atraen literaria-
mente, la inmediatez de la tragedia humana, la misma incoherencia del hom-
bre, la penetrante y riquísima visión del narrador... abre caminos a la acepta-
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ción de un relato, difícil desde la cómoda visión cerrada que nos dan las nove-
las realistas, y cuyos personajes están muy alejados de los modelos de persona
que sirve de referencia a los novelistas anteriores. Los personajes de Vargas
Llosa hay que aceptarlos como el autor los perfila desde los modelos que su
visión de la realidad le ofrece, y resultan a la vez ingenuos y rebeldes, fieles y
desconcertantes: Santiago es cruel con su padre, no tiene el menor caririo, ni
siquiera aprecio, por su madre, ningunea a su familia y vive con exacerbado
entusiasmo su amistad con Jacobo y Aída, porque no sabe bien lo que quiere,
pero sabe bien lo que desprecia; y ese monstruo de Ambrosio es fiel a don Fer-
mín hasta el crimen, a la vez que vive su amor por Amalita a rachas y supedi-
tado a la voz de su amo... La lectura nos alerta sobre la existencia de hombres
capaces de ser infieles a una idea, a un sentimiento, y mantener fidelidad a una
persona, a una situación.
Una vez abiertos los límites de la interpretación a estas posibilidades de lec-
tura,  Conversación en La Catedral  descubre la complejidad de un mundo, cuya
visión de conjunto parece inasequible para un joven de treinta arios, que más
o menos tenía el autor cuando la escribió, y suscita nuestra admiración; en este
momento es una de esas novelas que releo por gusto de vez en cuando, por-
que siempre descubre más y más, y está entre las obras que propongo a los
alumnos para explicar el género, y me sirve de apoyo en las clases, siempre con
la aquiesciencia de los alumnos que son en su lectura mucho más generosos, o
más abiertos, que yo he sido: la reciben siempre con entusiasmo. Su discurso,
sus motivos y su construcción soportan la impertinencia de los análisis críticos
y descubre una riqueza de formas, de sentidos, de posibilidades y de sugeren-
cias, que parecen ilimitados.
Es indudable que  Conversación en La Catedral  es una novela dura y suges-
tiva, áspera y llena de ternura, insoportable a veces e ingenua otras, de difícil y
apasionante lectura; es indudable que sus personajes son de lo peor que la
humanidad puede presentar en el mundo de la prostitución, de la política, del
periodismo, de los negocios, de la Universidad, etc., pero los mismos sujetos de
acciones feroces, crueles, inconmensurables, insensatas y, en alg ŭ n caso, per-
versas, tienen facetas de ingenuidad o decencia que los rescatan como huma-
nos para el lector.  Conversación en La Catedral  informa con eficacia de que el
hombre es así, y no puede pedirsele más, y también convence de que los mode-
los y los cánones de conducta han desaparecido, quizá más radicalmente de la
novela que de la vida real; Vargas Llosa presenta personajes tan reales como los
ha observado en su vida, pero los ilumina en sus profundidades éticas desde la
visión diversificada de los que con ellos conviven en su mundo de ficción; y
vistos desde ángulos diversos se muestran no como sujetos que responden a
una sola idea (modelo de  homo bonus, faber, oeconomicus, politicus,  etc.), tal
como propone la sociología, sino hombres con muchas facetas, incluso contra-
dictorias. La suma de rasgos de los personajes, la suma de opiniones y puntos
de vista sobre ellos, la acumulación de situaciones, la polifonía concertada de
las voces, hacen de  Conversación en La Catedral  un texto denso y muy com-
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plejo, con un discurso acumulativo en varios aspectos, y diverso en cada una
de las cuatro partes en que va dividido.
En general, la novela forma parte de un proceso de comunicación y crea
una significación que organiza en unidad campos de enunciación m ŭ ltiples; y
esto que es propio de todas las novelas, como ha mostrado Bajtín, se extrema
en  Conversación en La : Catedral,  que deja oir directamente voces unas veces
acompasadas y otras desacompasadas, de personajes que se mueven en ámbi-
tos físicos y sociales muy distantes, que tienen conocimientos y vivencias bien
diferentes, y que, en general, carecen de un sistema ético, ideológico y cultural
com ŭ n para ellos, y mucho menos com ŭ n con el lector, pero que mediante una
elaboración verbal del autor, se presenta acompasado y comprensible. Yo,
como lector, no me identifico con ninguno de los personajes que pululan por
las páginas de la novela, sencillamente porque tampoco el narrador, el "autor-
semiótico", de que habla Krysinski (1981), se identifica totalmente con ningu-
no, ni siquiera con Santiago, porque, a ŭ n suponiendo que sea su  alter ego,  el
autor, cuando escribe su novela está en una etapa de su vida en la que ya había
renunciado a ideas y actitudes juveniles; sus voces y sus acciones, aunque el
discurso las presenta mezcladas, no son recuerdos o ecos, están personalizadas.
En este sentido, el lector puede no sentirse identificado, puede no sentir sim-
patía a los personajes, a los que observa como en otro ámbito, pero termina
viéndolos distintamente, con sus perfiles propios, y sintiendo enorme interés
por ellos.
Los relatos que imponían al lector una identificación con su mundo y le
servían de explicación suficiente para tranquilizarlo ante una realidad que no
entiende en sí misma, han sido sustituidos por relatos como  Conversación en
La Catedral,  de tipo presentativo, no explicativo, que no aportan tranquilidad
al lector, como mantiene Forster (1927), sino todo lo contrario, pero que, sin
embargo, parecen más próximos a la verdad. La novela de Vargas Llosa no ofre-
ce una explicación tranquilizadora de la realidad, hace una presentación desa-
sosegante de conductas y de historias que no son edificantes, con personajes
que nos resultan incoherentes, que producen estupor y acaso perplejidad, y
que, sin embargo, se sienten muy reales.
Cada novela implica una teoría de la realidad y de la ficcionalidad, una teo-
ría del conocimiento y también unos sistemas éticos, políticos y culturales que
sirven de marco a la historia y le proporcionan la unidad necesaria en la lectu-
ra. Teorías y cánones constituyen modelos de situaciones y de conductas que
el mundo ficcional ofrece mediante anécdotas vividas por los personajes y que
a la vez sirven de puente para la comprensión que debe alcanzar el lector,
desde una o varias perspectivas, con distancias diversas, desde horizontes varia-
dos. Porque los relatos se ofrecen al lector no fotográficamente, y desde un solo
ángulo con cámara fija, sino con las modelizaciones que el autor proyectá sobre
las historias y que les dan relieve, luces y sombras.
Las modelizaciones de los relatos, variadas en el tiempo, pues evolucionan
en la sociedad y la cultura, van concretándose en formas diversas, con predo-
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minio de una sobre las otras, •n combinaciones muy variadas; hay narraciones
en las que predomina una modelización ética, otras en las que la estética se
erige en motivo principal, otras destacan por su carácter político, etc, y, por lo
general, en cada relato no hay una sola modelización, sino que están presentes
varias, que suelen armonizarse en torno a una dominante. Lotman afirma que
"en un texto, la modelización es aquello que remite, mediante signos específi-
cos y distintos, a la formación de un modelo de realidad transcrito textualmen-
te como multiplicidad de perspectivas" (Lotman, 1978). Frecuentemente las
modelizaciones se introducen en la novela a través del discurso, es decir, en la
lengua utilizada, que incorpora al texto unas presiones temáticas, estructurales
y pragmáticas. El discurso de cada relato utiliza una forma de lengua en la que,
aparte del estilo personal del autor y del personaje, se reconocen unos valores
o disvalores que se remiten a la sociedad: en  Conversación en La Catedral  el
lenguaje desgarrado, soez sin límites, de algunas zonas de la sociedad que refle-
ja (política, periodismo, prostibulos, grupos de estudiantes, etc.), se enriquece
y se sit ŭ a en la competencia del autor, al parecer ilimitada.
Por otra parte, la novela, como género que permite la concurrencia de
voces de cualquier procedencia, es un sistema modelizante secundario que
act ŭ a sobre la lengua, imponiéndole modelos, incluso ling ŭ ísticos. El autor deja
entrar en su discurso lo que le parece, y si quiere reproducir la lengua desga-
rrada de los periodistas, lo hace, y si quiere hacerlos pensar en un monólogo
interior, les permite asociaciones incongruentes, palabras y frases sin acabar,
pensamientos en germen, sin matizar, etc., y si quiere trasladar las conversacio-
nes de los adolescentes preocupados por su inquietudes sexuales o políticas, lo
hace, de modo que en el discurso de un relato cohabitan idiolectos que orga-
nizan un mosaico de expresiones que remiten a una realidad enfocada desde
varios ángulos, y, por tanto, cada una de las zonas adquiere los perfiles que la
presencia de las otras le permiten. Las modelizaciones de la lengua sobre la
novela son un hecho, y también lo son las de la novela sobre la lengua, a la
que transforma en una polifonía de voces de diversa procedencia social o per-
sonal, para formar un discurso que es específico de este género literario, y que
no se da en otros.
Pero las modelizaciones en la novela no son sólo las ling ŭ ísticas, las hay
de otra naturaleza, y cada relato las combina de una manera original y precisa:
la intertextualidad del género, los esquemas éticos, las ideas políticas, los siste-
mas filosóficos, etc., se organizan en modelos que cada novela configura a su
modo, en una determinada combinación. Esto resulta evidente al analizar  Con-
versación en La Catedral donde podemos reconocer modelizaciones de tipo
referencial, l ŭ dico, ideológico, estético, intertextual, etc., que constituyen la res-
puesta de un narrador, ante una situación social que valora y describe de un
modo subjetivo. La realidad entra en la novela a través de un filtro de ideas y
valores, generalmente no expresados directamente en el texto, que la modeliza
mediante una serie de operaciones sobre la realidad y sobre la palabra, que
vamos a analizar seguidamente.
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Una de estas operaciones modelizantes se da en la relación del individuo
con la sociedad, que puede plantearse en el mundo de ficción como un trasla-
do de la relación personal, de identificación, de enfrentamiento, de crítica, de
rechazo, etc. Hegel ha observado que "uno de los conflictos más frecuentes y
que mejor concuerdan con la novela es el conflicto entre la poesía del corazón
y la prosa de las relaciones sociales y el azar de las circunstancias exteriores"
(Hegel, 1985).  Conversación en La Catedral  es un panel inmenso donde los per-
sonajes pululan por espacios sociales para encontrar un lugar propio en una
organización politica y familiar degenerada y dictatorial. Los problemas, gene-
ralmente de enfrentamiento, se plantean en una sociedad que ha organizado el
poder político prescindiendo de valores individuales y asentándose con prefe-
rencia en un fin exclusivo: la permanencia en el poder de aquellos que lo
detentan, lo que propicia una tensión inagotable, y no precisamente entre la
poesía del corazón y la prosa de la vida social, sino entre la necesidad de per-
vivencia del individuo y los valores de una sociedad cerrada en torno al poder
de algunos. Conteris propone un modelo de análisis estructural que "se basa en
esta doble articulación histórico-político-social e ideológica-individual de la
novela", en el más puro sentido hegeliano, por tanto.
Creo que hay que contar con un tercer nivel que agudiza a ŭ n más la ten-
sión, y que impide alcanzar una salida humana y razonable a los enfrenta-
mientos de los individuos con la sociedad: el presupuesto más amplio de  Con-
versación en La Catedral  es una filosofía de fondo que admite el azar como
fuerza que el hombre no controla y determina su destino. El individuo, que no
vive solo, suscita y sufre conflictos continuados en la convivencia: no puede
ejercer su voluntad sin dariar a otros, o sin limitarse a sí mismo; no puede ele-
gir libremente las alternativas que se le presentan, pues está integrado en una
sociedad familiar y civil cón exigencias, pero tampoco puede evadirse de las cir-
cunstancias y del azar. No son, pues, solamente problemas personales o con-
flictos de enfrentamiento, que puedan ser resueltos con la voluntad, en un sen-
tido o en otro, son también las imposiciones de un azar ciego, que el individuo
no puede explicar, y que le producen una perplejidad continuada: d p or qué?,
cuándo?, cómo ha sucedido?
Los personajes de  Conversación en La Catedral  están donde Ilegan sin
apenas intervención de su voluntad, no saben por qué han recorrido un cami-
no y por qué han llegado donde están. Santiago, abandona su entorno fami-
liar, parece que libremente, porque quiere integrarse en una célula ideológica,
el comunismo, donde piensa encontrar amigos incondicionales, satisfacciones
artísticas, sociales y hasta amorosas; después de unas experiencias circunstan-
ciales bien amargas, también abandona sus ideas políticas y una realidad de
fracaso de la que no sabe dónde ni cuando empezó; la libertad de sus deci-
siones es aparente y parece que la fuerza que lo ha conducido ha sido un azar
incontrolable. Con ello la historia, su historia, va discurriendo como puede, no
como él pretende, no como proyecta su conocimiento, rti siquiera como su
voluntad desea. Lo mismo ocurre con Ambrosio, con don Fermín, con la Musa,
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con Cayo Berm ŭ dez, que es acaso quien de un modo más radical tiene los
hilos del destino en sus manos y, sin embargo, sabe que inexorablemente todo
se vendrá a abajo y todo terminará sin que nadie pueda evitarlo: la máquina
infernal del destino, conducirá a todos, sin contar con su voluntad al desastre
final. Este sentido del azar preside el ser y el actuar de unos personajes, apa-
rentemente incoherentes, que el narrador presenta en programas narrativos
que los relacionan, los juntan, los dispersan, y mantienen entre ellos nexos de
acción o de palabra que constituyen el estilo peculiar de la novela. Los diálo-
gos superpuestos son formas de discurso que reflejan y superponen también
situaciones, acciones, personajes, en una unidad de sentido y en un paralelis-
mo continuado, aunque con variantes en los cuatro partes del relato. Y cuan-
do hablo de densidad, me refiero a esto precisamente, pues cada una de las
situaciones reflejadas en un diálogo que resulta de la superposición de dos o
tres diálogos mantenidos en otras tantas situaciones, pone en relación ele-
mentos de todas ellas, y el lector tiene una percepción multiplicada y poten-
ciada de la realidad. La anécdota generalizada a través de una visión  ŭ nica o
de un personaje que coordina varios tiempos o distintos espacios, la expresión
verbal válida en varias situaciones interactivas, las conexiones temáticas o de
conducta de dos o tres personajes, etc., se potencian entre si con una técnica
de "vasos comunicantes", que consiste en relacionar en un solo diálogo nota-
ciones o connotaciones de dos o tres. Hiber Conteris afirma que  "Conversación
en La Catedral  es tal vez la más representativa de las novelas [...] en que Var-
gas Llosa compone o "construye" el relato mediante el montaje de historias y
diálogos que se superponen en el tiempo y en el espacio, se entremezclan, e
integran finalmente en una estructura que acertadamente ha dado en llamarse
"polifónica". Esta novela, en efecto, ha sido descrita como un "concierto de
voces", o rescatando una posible propuesta subliminar del propio autor, una
voz plural"  (1994: 246). Aunque estoy de acuerdo con la tesis de la polifonia,
no es sólo concurrencia de voces, porque esto caracteriza ya a toda la novela
moderna, desde el Quijote, seg ŭ n ha demostrado Bajtin; la superposición y la
concurrencia no afecta sólo a la  palabra,  originando "diálogos telescópicos",
se organiza también con las  acciones  que sirven de referencia a las voces, y es
la transcripción discursiva de esas superposiciones, se refiere también a los
personajes que se muestran en varias facetas a la vez, como una personalidad
dividida y a la vez  ŭ nica, bajo un polimorfismo a veces desconcertante para el
lector. Y es que al hacer la fusión de los diálogos, se funden también dos o
tres situaciones, tomando como coordinador un personaje, una palabra, un
objeto com ŭ n a todas, y siempre con una intervención en presente  (dice San-
tiago, dice Ambrosio),  que recuerda en qué lugar y en qué tiempo se está rea-
lizando la conversación envolvente entre esos dos interlocutores; y a la vez el
lector percibe que los que ahora están conversando no son los mismos en sus
recuerdos, porque han ido cambiando en el tiempo, y no mantienen las mis-
mas ideas, porque su mirada critica les descubre incoherencias que antes no
veian, y porque las circunstancias han cambiado, sin que hayan podido con-
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trolarlas. Quizá del reconocimiento de esta impotencia ante todo y ante todos
deriva un tono de nostalgia, de frustración, de vida real.
Los "programas narrativos", en una novela así concebida, van ocupando
partes, capítulos, parágrafos de la obra, pasando de unos personajes a otros,
pasando de unas situaciones a otras, de unos espacios a otros y destacando rela-
ciones entre los sujetos, que no son buscadas, ni son deseadas, y a veces, ni
son aceptadas, simplemente surgen y se soportan, o suscitan rebeldía impoten-
te. El narrador implícito realiza un proceso de composición de la historia, y par-
ticularmente de los personajes, que, sin duda, despierta una fuerte sorpresa y
exige la colaboración del lector, porque, en principio, las situaciones parecen
gratuitas (no se integran en un esquema causal), y los personajes parecen con-
tradictorios en su ser, incoherentes en su conducta y desconcertantes en su
palabra, y es necesario buscar las relaciones que los integran en una unidad de
sentido. Tomemos un ejemplo: en la página 37 Popeye y Santiago se citan en
una cafetería y mientras toman un refresco hablan de sus problemas de relación
con los padres y hermanos; la conversación alterna ocurrencias de uno y otro
sistemáticamente introducidas por el verbo presentativo en pasado (diálogo
referido), pues se supone que son contadas por Santiago o por Ambrosio en la
conversación de La Catedral, y de repente una frase, con un  dice,  alerta sobre
tiempo y espacio presentes, y descubre la técnica de la murieca rusa: una con-
versación envuelve oua conversación o varias:
"-0 sea que ahora también te las das de ateo —dijo Popeye—.
— No me las doy de ateo —dijo Santiago—. Que no me gusten los curas no quiere
decir que no crea en Dios.
- qué dicen en tu casa de que no vayas a misa? —dijo Popeye—. Ñué dice la
Teté, por ejemplo?
— Este asunto de la chola me tiene amargo, pecoso —dijo Santiago—.
— Olvídate, no seas bobo —dijo Popeye—. A propósito de la Teté, por qué no fue
a la playa esta mañana.
— Se fue al Regatas con unas amigas —dijo Santiago—. No sé por qué no escarmientas.
— El coloradito, el de las pecas —dice Ambrosio—. El hijito del senador don Emilio
Arévalo, claro. Se casó con él?
— No me gustan los pecosos ni los pelirrojos —hizo una morisqueta la Teté—. Y él
es las dos cosas. Uy, qué asco.
— Lo que más me amarga es que la botaran por mi culpa —dijo Santiago—.
— Más bien di culpa del Chispas —lo consoló Popeye—. T ŭ ni sabías lo que era la
yobimbina.
Al hermano de Santiago le decían ahora sólo Chispas, pero antes, en la época en
que le dio por lucirse en el Terrazas levantando pesas, le decían Tarzán Chispas.
Había sido cadete en la Escuela Naval unos meses y cuando lo expulsaron (él
decía que por haber pegado a un alférez) estuvo un buen tiempo de vago, dedi-
cado a la  ŭ mba y al trago y dándoselas de matón..."
El discurso superpone la conversación de Santiago y Popeye, cada uno con
su tema, introduce una entrada de Ambrosio en tiempo presente, otra de la Teté
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que pertenece a otra situación pasada y luego sigue la narración de un autor
que conoce el pasado (omnisciencia temporal) de sus personajes, sobre los que
da explicaciones. Los nexos entre unos motivos y otros son muy puntuales y
constituyen eslabones y coordinadores que los enlazan de dos en dos: en un
caso es la Teté (qué opina de la actitud dé Santiago, por qué no fue a la playa);
en otros casos es la situación anímica de Santiago que se manifiesta en el tér-
mino "amargo", que se repite; en otro, es el Chispas, que ha descubierto los
efectos de la yobimbina en relación con el episodio que tiene amargo a Santia-
go y cuya aparición en el diálogo aprovecha el narrador para contar detalles de
su pasado. Diálogos superpuestos, acciones y situaciones superpuestas, perso-
najes complejos con facetas y actitudes presentadas desde visiones m ŭ ltiples en
un perspectivismo continuado, etc.
La construcción de los personajes mediante estos diálogos superpuestos
desconcierta un tanto al lector, que no sabe con certeza cómo es cada uno de
los sujetos, si se basa sólo en sus ocurrencias conversacionales; es una técnica
muy eficaz para conseguir una percepción m ŭ ltiple y potenciada de la realidad,
de los personajes, de sus relaciones, de sus conductas, pero que en la primera
lectura produce cierta perplejidad ya que pocas veces el narrador aclara direc-
tamente mediante una metanarración explicativa, y ha de ser el lector el que,
basándose en indicios textuales, debe aclarar las referencias oportunas y buscar
qué frases corresponden a cada una de las anécdotas presentadas en ese con-
junto. Por ejemplo, resulta difícil remitir a un mismo personaje, Ambrosio, sus
terribles acciones de fidelidad y de infidelidad, de cobardía y de agresividad, a
partir de una conversación que apenas cambia de tono, al contar atrocidades o
sucesos corrientes. Es una forma de construir y de deconstruir a un personaje
desde una ética de la perplejidad, que hace opinar a J. M. Oviedo que "el cri-
men (y su falta de remordimiento) es un extremo en el que no logramos reco-
nocer al verdadero Ambrosio, al  ` que describe todo el resto de la novela. Y ésa
es la principal objeción que cabe hacerle al libro" (Oviedo, 1970: 202). No es
un defecto del relato, no se le puede objetar nada en este sentido, es un modo
de concebir al hombre actual desde una posición postmoderna, que afecta a la
mayor parte de los personajes de  Conversación en La Catedral.  También puede
parecer incongruente que Santiago, que ya ha dejado atrás la adolescencia, sus
frivolidades ideológicas y sus inseguridades edípicas, pretenda saber la verdad
sobre su padre, con el que había sido implacable mientras vivió, y pretenda
saberla de un individuo como Ambrosio, y le suplique y le ofrezca su sueldo y
lloriquee... Son personajes que se construyen y se destruyen a la vista de un lec-
tor que va descubriendo que el concepto de persona que les sirve de referen-
cia no es el de un ser monolítico, de una pieza, que es un montón de arena,
un ser mutante y mutable: es el modelo de hombre de finales del siglo XX.
El lector va construyendo el relato a medida que el discurso lo permite y
va tomando datos sobre la historia, los personajes, el tiempo y el espacio, tra-
tando de coordinar las distintas categorías en el lugar que les corresponde, por-
que se le hace difícil renunciar a la lógica interpretativa, y busca, como Santia-
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go la verdad, a ser posible dentro de un esquema lógico y tranquilizador, que
no encontrará. Por eso, es difícil una lectura en unidad del conjunto, tanto en
la estructura sintáctica, como en los valores semánticos y en las relaciones prag-
máticas que suscita  Conversación en La Catedral,  pero el que sea trabajoso des-
cubrirla, no quiere decir que no exista. Sólo que hay que cambiar la noción de
persona, la idea de personaje, el esquema de unidad, y todavía son pocos los
relatos que obligan a los lectores a seguir estos procesos de interpretación para
los que la teoría no ha encontrado a ŭ n un canon seguro. Y en el discurso se
hace necesario sobrepasar los aparentes sin sentidos de las ocurrencias, tal
como están situadas, y ver qué respuesta corresponde a tal pregunta, formula-
da acaso dos o tres intervenciones arriba.
Quizá debido a esta inseguridad que induce en el lector, la novela se pres-
ta a muchas interpretaciones, y efectivamente se han presentado muchas lectu-
ras desde su aparición, como era de esperar en una novela que además tiene
una fuerte ambig ŭ edad en sus modelizaciones. Se ha leído como novela histó-
rica, porque indudablemente lo es, pues incluye referencias a circunstancias y
a personajes políticos reales, que se identifican de forma directa o a través de
nombres supuestos: la acción puede situarse con precisión en un periodo con-
creto de ocho arios en la historia del Per ŭ . Esta lectura implica conceder a la
modelización social un papel predominante en la composición y montaje de la
novela, y no nos parece que pueda mantenerse tal tesis, al menos en exclusi-
va. Se ha leido también como novela biográfica, e indudablemente lo es, pues
no es difícil identificar días y trabajos en la vida de Zavalita coincidentes con las
etapas universitarias en San Marcos y de iniciación en el periodismo de Mario
Vargas Llosa, pero no estamos ante una novela autobiográfica: el distancia-
miento del narrador respecto al autor y a su personaje es evidente. Alg ŭ n críti-
co ha destacado el carácter político de la novela, por las discusiones ideológi-
cas y sociales que incluye explícitamente el texto o que suscita en los lectores,
con la particularidad en este caso de que el relato transciende los límites del
Per ŭ para elevarse como testimonio casi general de las fases que muchos jóve-
nes burgueses de cualquier nacionalidad europea y  . americana han atravesado
en su despertar a las inquietudes políticas y sociales, hasta una superación de
esos primeros sarampiones. Sánchez Sarmiento niega que  Conversación en La
Catedral  pueda ser una novela política, porque "más bien se trata de la histo-
ria de un desencanto en un marco que coincide con el periodo de gobierno del
general Manuel Apolinario Odría" (Sánchez Sarmiento, 1994: 256), y también
puede ser leída así desde el pesimismo final y envolvente de toda la trama.
Y para completar esta lista de posibles interpretaciones de la novela, pode-
mos afirmar que es un relato que parece escrito para formular una teoría de la
novela, pues ofrece enormes posibilidades para el análisis de las categorías lite-
rarias sintácticas y semánticas: el tiempo en relación con el orden y la estructu-
ra del relato; los espacios sociales, físicos y psíquicos que recorre, los persona-
jes como construcción textual; el narrador, los procesos locutivos que emplea,
las voces, las visiones, las distancias, un perspectivismo de acción y de discur-
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so, etc., ofrecen una gran complejidad y un gran interés para el crítico y el teó-
rico de la literatura, pero no se puede ser optimista en este punto: no creo que
Vargas Llosa al hacer su relato haya tenido en cuenta las teorias de unos cuan-
tos lectores que además son criticos y teóricos de la literatura!
Conversación en La Catedral  es todo esto y es mucho más: es una obra
artística sin otros límites de interpretación que los que rechaza directamente el
texto y sus categorías: indudablemente no podremos decir que estamos ante
una novela fantástica, pastoril, de aventuras, etc., pero sí podemos asegurar que
a las lecturas reseriadas, seguirán ariadiéndose otras, porque el texto las sugie-
re o las permite y seguirá sugiriéndolas y permitiéndolas mientras se mantenga
como texto literario.
Y una vez visto panorámicamente el relato en su contenido y en su dis-
curso, vamos a analizar algunas de sus categorías y unidades, y puedo adelan-
tar que las conclusiones que se alcanzan muestran su excepcional calidad lite-
raria, descubren algunas razones de su complejidad, como era de prever, y
confirman que los recursos utilizados, a pesar de su diversidad e ,intensidad,
pueden interpretarse, como ocurre con las grandes novelas, en  unidad  de
forma y de sentido: los hechos del discurso, es decir, la lengua literaria utiliza-
da en  Conversación en la Catedral,  el orden que configura su estructura tem-
poral, el modo de construir y de presentar los personajes, etc., todo responde,
creo, a un clarividente sentido de  unidad literaria,  a pesar de la presentación
en discontinuidad de sus anécdotas y personajes. La visión total de un conjun-
to tan extenso, de una realidad polifacética, de unos personajes poliédricos, que
en principio desconciertan al lector, ha tenido que exigir, sin duda, al autor una
seguridad a prueba de cualquier dispersión, de cualquier divagación y frivoli-
dad. Pienso que habrá sido muy dificil controlar ese n ŭ mero tan amplio de per-
sonajes, la diversidad de situaciones y puntos de vista, la continuada superpo-
sición de expresiones, de situaciones y de acciones... sin perder de vista las
lineas convergentes hacia el punto de fuga desde el que  Conversación en La
Catedral  puede leerse en unidad, como novela política, histórica, autobiográfi-
ca, de formación o de desencanto, etc.
No deja de sorprender también que este mundo tan abigarrado, tan denso,
tan complejo, haya sido captado por un novelista tan joven; y que las 669 pági-
nas hayan sido entresacadas, seg ŭ n ha dicho, de mil quinientas, lo que no deja
de ser una labor de selección notable, y hasta de catarsis, porque a ver quién
es capaz de renunciar a dos tercio ' s de lo escrito!
El análisis de los personajes puede ilustrar sobre el modo de construir unos
perfiles seguros a partir de trazos discontinuos. Las figuras de Ambrosio y San-
tiago, de don Fermin, de Amalita, de Hortensia, etc., y las más secundarias de
Carlitos, de Becerrita, de Queta, de Ana, de la Teté, del Chispas, etc., emergen
entre luces y sombras, se iluminan con colores contrastados que les dan con-
sistencia semántica y relieve pragmático en el conjunto de la novela. El princi-
pio de discrecionalidad en la construcción del personaje no entra en contradic-
ción con el principio de unidad de la novela, ni siquiera en las distancias en las
DIÁLOGOS Y OTROS PROCESOS INTERACTIVOS..., DE VARGAS LLOSA
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que una visión inmediata puede quedar alterada. Como la técnica pictórica de
los impresionista logra con colores, incluso con puntos, dar relieve y volumen
a las figuras, así la prosa de  Conversación en La Catedral  va ofreciendo rasgos
discontinuos que permiten construir unos personajes muy complejos, que en
principio y vistos página a página pueden parecer planos y poco nítidos.
Efectivamente los personaje son complejos en su apariencia física, en su
conducta y en sus relaciones reciprocas, sobre todo los más destacados: don
Fermín, Santiago Zavala, Ambrosio, Cayo; otros son más o menos planos y se
mueven por avaricia, por lujuria, por poder, por amistad, o por dos o tres moti-
vaciones, que se descubren con cierta rapidez y seguridad; algunos son perso-
najes pasivos, sobre todo mujeres: Amalita, la seriora Zoila, Hortensia o Queta,
que viven las reacciones de los hombres. Estos personajes se perciben como
sujetos pasivos, a veces como víctimas, siempre en la órbita de los demás. Los
protagonistas son definidos por varios rasgos, cada uno de los cuales es seña-
lado por uno de los interlocutores; la suma de todos los rasgos constituye su
etiqueta semántica en ese mundo ficcional que se deja ver a través de la con-
versación de Santiago y Ambrosio. El lector advierte, no sin sorpresa, cómo se
dibujan personalidades que resultan contradictorias desde el punto de vista de
los cánones habituales, y de la misma manera que Santiago quiere irse y pide
más cerveza, el lector, a veces, quiere irse, pero necesita más datos, tiene que
seguir descubriendo ese mundo que se le cela y se le descubre en un juego de
datos, de opiniones, de juicios.
Xómo se manifiesta esta complejidad textualmente, de modo que la perci-
ba de un modo más o menos objetivada el lector?
El relato, a no ser en casos excepcionales, no suele presentar a sus per-
sonajes de una vez, es decir, no suele dibujar física y psíquicamente a los suje-
tos antes de ponerlos a actuar en la historia; en este aspecto, Vargas Llosa sigue
unos modelos tradicionales. La construcción del personaje narrativo, al igual
que la construcción del personaje dramático, suele atenerse a los dos princi-
pios a que ya hemos aludido: el de discrecionalidad y el de unidad. El prime-
ro supone que los datos que se dan sobre cada personaje se ofrecen de un
modo discontinuo; el narrador directamente, o los otros personajes de la obra,
ofrecen detalles sobre la apariencia física, frecuentemente de valor fisonómico,
sobre todo en las novelas realistas o naturalistas del siglo XIX, o sobre actitu-
des, conductas y relaciones del personaje, que polariza, a través de un nom-
bre propio, todas las referencias y predicaciones que le corresponden. El lec-
tor construye su personaje con esos datos, y por lo general, a su modo, seg ŭ n
su competencia.
Para crear un personaje, la novela sigue procedimientos que se manifies-
tan con variántes y matices, seg ŭ n autores y estilos: un personaje puede ser
dibujado directamente por un narrador, con la ayuda de lo que dicen otros per-
sonajes, porque el narrador onnnisciente suele compartir su sabiduría con los
sujetos del mundo que crea, o bien, con una técnica perspectivística, la novela
se dibuja con dos o tres narradores que, siempre con la ayuda de sujetos de su
50  M. CARMEN BOBES NAVES
mundo ficcional, informan desde ángulos distintos, y a veces distantes, sobre la
historia y sus sujetos. Un narrador, o varios narradores, se encargan de contar
una historia y dibujar los sujetos que la viven, y estas dos posibilidades son las
que presentaba la narración hasta ahora. Una vez que se ha consumado el dei-
cidio de que habla Vargas Llosa en su tesis doctoral, el narrador declina sus atri-
butos de creador y se limita a ser un observador que es incapaz de dar cuenta
de todos los aspectos del personaje; el narrador renuncia a la omnisciencia tem-
poral (no conoce toda la historia, sino sólo una parte), a la omnisciencia espa-
cial (coincide en un lugar con el personaje, pero no lo sigue en sus desplaza-
mientos físicos), y a la omnisciencia psíquica (lo conoce sólo por fuera, no en
su interior). En la novela espariola el perspectivismo, introducido por R. Pérez
de Ayala, en  Belarmino y Apolonio  (1921), permitía convencionalmente obser-
var (no crear) las historias desde varios ángulos. Pérez de Ayala cuenta la misma
historia mediante el discurso de tres narradores: uno objetivo, otros dos subje-
tivos con distintos grados de compromiso y distinta capacidad de expresión y
juicio, y tanto la fábula como los personajes adquieren sentidos muy diversos
en la visión de uno y otros, de modo que el lector se ve en la necesidad de
seleccionar los elementos compatibles y construir "su" propia historia, y dibujar
"sus" personajes; las visiones de todos sumadas proporcionaban al lector un
dibujo bastante completo, pues se le daba una visión y después otra, y él debía
organizarlas en su propia lectura.
Vargas Llosa introduce una nueva forma de dar volumen a los personajes
principales: y lo hace desde distintas perspectivas interiores a la novela, desde
los otros", es decir, no son los narradores, uno o más, los que ofrecen su ver-
sión de la historia y los sujetos, son los personajes los que destacan respecto a
los protagonistas aquél rasgo que a ellos les llama más la atención: cada per-
sonaje es tallado con cortes en los que colaboran los demás, que de esta mane-
ra quedan también ellos mismos definidos por su propia visión. Veamos cómo
se consigue, porque sin un ejemplo, esto puede parecer confuso.
El personaje protagonista es el patético Santiago Zavala, un estudiante a
punto de pasar a la Universidad, hijo de familia burguesa de Lima, con dos her-
manos (la Teté y el Chispas) y un amigo, Popeye. Un escritor decimonónico nos
daría una descripción y nos advertiría que Santiago era flaco, buen estudiante,
que vestía de tal manera, que se movía de otra, etc. y después de esta primera
presentación, las indicaciones y referencias a Santiago, las haría mediante cual-
quiera de los nombres o adjetivos que constituye el repertorio de su ser, de su
estar en el mundo: el estudiante, el hijo, su hermano, el flaco, Zavala, Zavalita,
etc. El lector remitirá las predicaciones discontinuas, dado el principio de uni-
dad, a Santiago, y las referencias suelen quedar muy claras.
Vargas Llosa renueva totalmente este procedimiento y reparte entre los
otros personajes las predicaciones, en un abanico de posibilidades de diverso
grado, pero fijas en cada caso, de modo que si alguien se dirige a Santiago Ila-
mándole "supersabio" no sólo seriala a Santiago, sino que se presenta él mismo,
pues siempre son su hermanos, la Teté y el Chispas, los que comparten este
DIÁLOGOS Y OTROS PROCESOS INTERACT1VOS..., DE VARGAS LLOSA
51
adjetivo en sus diálogos con Santiago: la relación queda así establecida entre
Santiago y los que lo llaman "supersabio", sus hermanos; si alguien se dirige a
él como "flaco", sabemos que habla su padre, si Zavalita, sus comparieros de
"La Crónica", s • "amor", Ana, su mujer. Los diálogos superpuestos, realizados
con frases de unos y de otros, porque no todos están en todas las situaciones,
remiten con claridad las ocurrencias a sus emisores, por la forma de dirigirse a
Santiago.
Santiago Zavala queda definido en los procesos elocutivos desde la com-
petencia "denotativa" que el narrador confiere a los otros personajes; esto supo-
ne que cuando interviene en una situación verbal interactiva, y seg ŭ n quien sea
el que se dirige a él (siempre es en los diálogos, nunca en el relato del narra-
dor), es presentado de una manera o de otra y se va modelando con todas sus
posibilidades mediante términos que serialan a su interlocutor y, a la vez, pue-
den manifestar relaciones de ternura (el "flaco", de su padre), o rivalidad (el
supersabio del Chispas...). El personaje parece visto con simpatía por el narra-
dor —la identificación con la biografía del autor, podría ser clave— y a la vez
resulta excesivamente orgulloso ante las s ŭ plicas de su padre, o en la escena de
renuncia a herencia con el Chispas, regodeándose con el apuro de su hermano
y tan ajeno a los problemas que derivan para su mujer: Ana seguirá pidiendo
prestado a la alemana y fiado al chino de la esquina, pero Santiago se habrá
dado el placer de sentirse superior al Chispas, a su padre y a toda su familia, al
renunciar a la herencia. El lector hace la crítica general de este personaje tan
polifacético y ve luces y sombras, ingenuidad y maldad, orgullo y sencillez, que
se desgranan en forma discontinua en las páginas de  Conversación en La Cate-
dral,  y le da la unidad necesaria para que no se disperse su ser, pero a la vez
lo ve muy complejo en una percepción simultánea de aspectos que podrían
resultar contradictorios.
Lo mismo ocurre con las acciones. La novela va dividida en cuatro partes,
de 203, 149, 136 y 148 páginas respectivamente, es decir, bastante igualadas en
extensión, sobre todo si se tiene en cuenta que el primer capítulo es la presen-
tación de una forma de relato para el resto de la novela: cuenta cómo por azar
se encuentran Santiago Zavala y el antiguo chófer de su padre, Ambrosio Pardo,
y conversan en un bar llamado La Catedral durante cuatro horas en las que
rememoran impresiones y se informan de datos referentes a sus familias en el
telón de fondo de la situación política del Per ŭ . Esa conversación sit ŭ a al lec-
tor en los pasos de una historia cuyas claves no tienen los interlocutores: San-
tiago quiere saber, como un moderno Edipo, la condición de su padre y las
razones de su propio fracaso vital, profesional, ideológico y se empecina en
determinar el momento justo del fracaso, cuando está a la vista que no es un
momento, ni ha sido un solo frente, ni un solo aspecto lo que lo ha conducido
a su situación actual; Ambrosio, que está situado en un fracaso a ŭ n más pro-
fundo, quiere saber datos de la familia de su amo, y pregunta por las razones
de la conducta de Santiago con su padre. Al final los dos se separan sin aclarar
nada, porque la novela mantiene una modelización filosófica general que niega
52  M.a CARMEN BOBES NAVES
la posibilidad del conocimiento a partir de los testimonios propios y ajenos, por-
que los sujetos mienten, ignoran, interpretan mal, se evaden, tienen intereses,
amistades, fidelidades, etc., que les condicionan la visión de la verdad.
Toda la novela podría haberse construido como un inmenso diálogo, entre
los dos interlocutores, y así se presenta en una primera capa, pero los cuatro
capítulos siguen técnicas discursivas que mezclan el discurso omnisciente y la
visión panorámica, con presentaciones escénicas mediante diálogos directos o
diálogos superpuestos. En el texto entran descripciones, situaciones, diálogos
de personajes diversos y en ocasiones diversas, y de vez en cuando una frase
de claro sentido fático, traslada a la conversación Santiago-Ambrosio, que
envuelve todo, o que debería envolverlo en la lógica narrativa convencional
presentada. Los dos conversadores dejan el primer plano continuamente a los
otros personajes que hablan, piensan y se expresan en monólogos interiores,
exteriores, directos, sin dirección, en primera, en segunda y en tercera persona.
Y el texto reproduce conversaciones que no han podido oir ni Santiago ni
Ambrosio, da cuenta de pensamientos que no han sido expresados y que, por
tanto, no ha podido ser oídos por ninguno de los dos, de historias y prehisto-
rias que no han podido conocer, y que son el relato de un narrador omnisciente
temporal, espacial y psíquico, que atraviesa la conversación y se deja oir de
vez en cuando. Y que, en efecto, no deja de sorprender a un lector que ha
encontrado también técnicas de superposición y de interacción verbal y actan-
cial tan nuevas.
La misma técnica que observamos en la construcción de personajes desde
la perspectiva de los otros, la encontramos en el manejo del discurso dialoga-
do, sobre todo en la primera parte y en la composición de las acciones en la
segunda.
La técnica de superposición de diálogos y de situaciones, que aparente-
mente a veces nada tienen que ver una con otra, resulta desconcertante, y obli-
ga al lector a estar continuamente alertado para buscar conexiones pertinentes.
Parece Ambrosio el que cuenta en resumen la vida de Cayo Berm ŭ dez en un
párrafo de carácter narrativo en el que se sit ŭ a él mismo en tercera persona, y
de pronto se sigue un diálogo que se habia interrumpido antes del relato:
"—Xree que tardará mucho? —el Teniente aplastó su cigarro en el cenicero— j\lo
sabe d ŭ nde está?
—Y yo también me casé —dice Santiago—? t ŭ no te has casado?
—A veces vuelve a almorzar tardísimo —murmuró la mujer—. Si quiere deme el
recado.
Xsted también, nirio, siendo tan joven? —dice Ambrosio—.
Lo esperaré —dijo el Teniente—. Ojalá no se demore mucho.
El tiempo presente de los verbos de lengua (dice Santiago / dice Ambro-
sio) sit ŭ a al lector en la conversación envolvente; el tiempo verbal en pasado
(aplastó, murmuró, dijo) de las otras frases apunta a la historia narrada. El dis-
curso no expresa la causa o razón de las superposiciones de los diálogos envol-
DIÁLOGOS Y OTROS PROCESOS INTERACTIVOS..., DE VARGAS LLOSA  53
vente y env-uelto, que responde a una técnica a la que J. M. Oviedo denominó
de "vasos comunicantes". No se ve muy claro que exista una relación entre las
acciones, las informaciones, los temas de los motivos superpuestos en el diálo-
go, ni siquiera hay un personaje coordinador entre ellas; el lector buscará la
razón de esa superposición entre los dos diálogos, y puede ser una asociación
de ideas: Cayo Berm ŭ dez está casado con aquella mujer que habla con el
Teniente, y por asociación, Santiago informa a Ambrosio que él está también
casado, y acaso que el matrimonio de uno y de otro son un fracaso. La técnica
en estos casos es la misma que observamos en las metáforas figurativas: basta
la contig ŭ idad espacial para que el lector relacione un objeto con otro, una
situación con otra, un personaje y otro...
Más frecuente es la superposición de dos o más diálogos que tienen en
com ŭ n un personaje coordinador, o una palabra com ŭ n, que les sirve de nexo:
"—Te voy a hacer una pregunta —dice Santiago— Jengo cara de desgraciado?
— Yo te voy a decir una cosa —dijo Popeye—. crees que nos fue a comprar las
Coca-colas de pura sapa? Como descolgándose, a ver si repetíamos lo de la otra
noche?
—Tienes la mente podrida, pecoso —dijo Santiago—.
— Pero qué pregunta —dice Ambrosio—: Claro que no, niño.
— Está bien, la chola es una santa y yo tengo la mente podrida —dijo Popeye—.
Vamos a tu casa a oir discos, entonces.
— iLo hiciste por mí? —dijo don Fermín—. iPor mí, negro? Pobre infeliz, pobre loco.
— Le juro que no, niño —se ríe Ambrosio—. Se está haciendo la burla de mí?
—La Teté no está en la casa —dijo Santiago—. Se fue a la vermouth con amigas.
— 0ye, no seas desgraciado, flaco —dijo Popeye—. jVie estás mintiendo, no? T ŭ me
prometiste, flaco.
— Quiere decir que los desgraciados no tienen cara de desgraciados, Ambrosio
— dice Santiago—" (págs. 51-52).
En la segunda parte Amalita está con Hortensia, Santiago está trabajando
en La Crónica, Ambrosio está de chófer de don Fermin. Además de superponer
los diálogos (228: prueba de Santiago + prueba de Carlitos para entrar en La
Crónica), se superponen en parágrafos de una página, de dos, o tres, las situa-
ciones de Amalia (contadas desde sus experiencias inmediatas, como un monó-
logo o una corriente de conciencia: sus impresiones sobre Cayo Berm ŭ dez, al
que describe, sobre Hortensia, las comparaciones de Hortensia con la seriora
Zoila...), las de Cayo, las de Santiago.
La superposición discursiva de lenguaje interior y exterior, de indices per-
sonales, de objetividad descriptiva y de subjetividad valorativa, de estilo indi-
recto y directo libre manteniendo siempre el mismo foco (Zavala), podemos
observarla en párrafos en prosa seguida, sin diálogo, en la voz del narrador:
"Se instaló ante la máquina y estuvo una hora sin apartar los ojos del papel, escri-
biendo, corrigiendo y fumando sin tregua. Luego charlando con Carlitos, esperó
impaciente y orgulloso de tí mismo Zavalita, que llegara Becerrita. Y por fin lo
54  M. CARMEN BOBES NAVES
vio entrar, el chato, piensa, adiposo, malhumorado, envejecido Becerrita, con su
sombrero de otras épocas, su cara de boxeador jubilado, su ridículo bigotito y
sus dedos manchados de nicotina. Qué decepción, Zavalita. No contestó su salu-
do, casi ni leyó las tres cuartillas, escuchó sin hacer un gesto de interés la rela-
ción que iba haciendo Santiago". (378).
El discurso cambia al comienzo de la segunda parte donde las superposi-
ciones, directamente de espacios, que arrastran a personajes, no se dan en el
mismo párrafo, sino en párrafos diferentes y con narradores y voces diferentes:
un monólogo, con foco en Amalita, pero polifónico (Amalia, un narrador obje-
tivo, Hortensia), nos sit ŭ a en la casa de Hortensia, en el barrio de San Miguel;
seguimos alli cuando despierta Cayo Berm ŭ dez y se prepara para salir; luego
nos trasladamos con Santiago desde un bar hasta La Crónica. Este movimiento
espacial se repite por cuatro veces: Amalia y sus sorpresas en la casa de Hor-
tensia; Cayo Berm ŭ dez en su coche hasta el Ministerio; Santiago en el despa-
cho del director del periódico. Barajando a los tres personajes, desde los que se
enfoca respectivamente su espacio, y manteniendo el discurso polifónico, ter-
mina el primer capitulo, con cuatro pasadas circulares, como una técnica en
espiral: hay un solo foco desde cada uno de los tres personajes, varias voces
que entran de forma indirecta o en diálogos, superposición repetida hasta cua-
tro veces de los espacios, y quizá simultaneidad en los tiempos, aunque esto no
podemos saberlo con seguridad. La misma técnica que en la superposición de
diálogos, pero con espacios, situaciones, personajes...
Hemos podido comprobar cómo el discurso superpone diálogos, cómo los
personajes se perfilan unos a otros, como las situaciones se presentan circular-
mente en conjuntos dinámicos, en una relación espacial, aunque temáticamen-
te no tenga otras relaciones en el texto, y, en resumen, contenidos y formas
siguen idénticos programas narrativos que dan a  Conversación en La Catedral
su denso estilo y su peculiar modo de alcanzar la unidad. La novela consigue
mediante estos recursos evadirse en cierto modo de la servidumbre que le
impone el sistema verbal de signos: la expresión en sucesividad, y adquiere, al
menos en la recepción, unas posibilidades de expresión en simultaneidad.
DIÁLOGOS Y OTROS PROCESOS INTERACTIVOS..., DE VARGAS LLOSA  55
BIBLIOGRAFÍA
CONTEFUS,  H. (1994), "La doble articulación politico / ideológica y el "complejo
Telémaco" en  Conversación en La Catedral:  una propuesta de análisis", en
Hernández de López (ed.) (1994), (245-253).
FORSTER,  E. M., (1927),  Aspectos de la novela.  Madrid. Debate. 1983.
HEGEL,  F. (1985),  Introducción a la Estética.  Barcelona. Peninsula.
HERNÁNDEZ DE LOPEZ.  A. M., (ed.), (1994),  Mario Vargas Llosa. Opera omnia.
Madrid. Pliegos.
KRYSINSKI, W. (1961),  Encrucijada de signos. Ensayos sobre la novela moderna.
Madrid. Arco Libros, 1997.
LoTmAN, I. (1978),  Estructura del texto artístico.  Madrid. Istmo.
OVIEDO,  J. M. (1970),  Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad  Barce-
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SÁNCHEZ  SARmIENTo, R. (1994), "Una nueva lectura de  Conversación en La Cate-
dral,  en Hernández de López (1994), (255-266).

jueves, 8 de mayo de 2014

William Blake.

 

William Blake: el protohippy

Por: Andrea Navazo. 

William Blake, fue un personaje excéntrico. Adelantado a su tiempo, liberal, contrario a la esclavitud y defensor de la liberación de la mujer, pero impredecible. Le asaltaban visiones terribles de ángeles y demonios, que le sirvieron de constante fuente de inspiración, razón por la cual su propia mujer llegó a decir “no disfruto mucho de la compañía del señor Blake, él siempre se encuentra en el paraíso”
Blake nunca gozó de un auténtico prestigio entre sus contemporáneos, y en general, se movió entre la pobreza y la discreción. Fue uno de esos genios incomprendidos que no sería asimilado ni alabado hasta los años 70. Quizá porque el propio Blake era un protohippy, solo que a él las alucinaciones le venían de serie. En su obra El matrimonio entre el cielo y el infierno, escribió una frase que pasaría a la posteridad: “Si las puertas de la percepción se purificasen, todas las cosas se le aparecerían al hombre tal cual son, infinitas. “
De esta recurrente frase, saldría el ensayo de Aldouls Huxley sobre los efectos de la mescalina, y posteriormente, por obsesión psicotrópica de Jim Morrison, también el nombre de su grupo, The Doors. Y de aquí han bebido todos aquellos que han querido explorar y experimentar más allá de las puertas de la percepción, locos naturales y drogadictos, que han sabido encontrar en la obra de Blake, algo que sus contemporáneos no vieron.
Por: Andrea Navazo.

miércoles, 7 de mayo de 2014

José Donoso. Novela: "Casa de campo".



Sobre Casa de Campo, de José Donoso


Por Adriana Valdés
Revista Mensaje, Nº284, Noviembre de 1979.


        La autora, ex-profesora de Literatura en la Universidad Católica, nos ofrece una reflexión diferente sobre Casa de Campo, de José Donoso, centrada sobre todo en el sentido de esta casa de la familia Ventura, en el rol de ficción y disfraz del propio narrador y en la imaginería demoníaca que emplea para reflexionar sobre la sociedad y buscar su propio ser.

    Hace ya varios meses que circula en Chile Casa de Campo, de José Donoso¹; las principales publicaciones informativas del país se han referido a ella, y no corresponde, por lo tanto, más que tomar a vuelo de pájaro (no necesariamente obsceno, por ahora) las principales observaciones válidas que se han hecho. Las críticas y entrevistas han establecido que la acción transcurre en un never-never land, Marulanda, país inexistente y, por lo tanto, imaginario, en un tiempo que la solapa dice es el estreno de la ópera Aída; que el escritor interviene constantemente en la narración, revindicando las prerrogativas del llamado autor omnisciente, a quien resulta ya un tic vilipendiar; que la historia es la de la familia Ventura, que extrae sus incalculables riquezas de la venta de unas láminas de oro que adquiere a precio ínfimo de unos nativos supuestamente antropófagos,y que abandona su casa de campo dejando en ella sólo a los niños; que los niños "se desmandan"; que, a la vuelta de los mayores, son los sirvientes los encargados de "poner orden"; que la historia tiene connotaciones alegóricas relacionadas con la actual situación chilena, que alguien se encargó de explicitar, para uso de entendimientos tardos o de informadores (tal personaje es..., los sirvientes son...).

    En relación con otro tipo de observaciones —comparaciones culinarias, exigencias de "verosimilitud" con el modelo de la película Love Story (sic)— más vale asimilarse momentáneamente a la familia Ventura y utilizar su procedimiento preferido y recurrente: el de "correr un tupido velo" sobre cualquier cosa que desee desconocer.

    Lo anterior sirve para fijar los límites de este artículo y proporcionar solapadamente algunos datos a quienes no han leído la novela. Fijar los límites, porque no se trata aquí de informar, sino más bien de dar cuenta de una lectura, de, intentar una reflexión distinta a la del comentario.

    La casa: el lugar con límites²

    La casa en que veranea la familia Ventura, tan cuidadosamente separada del "exterior" por las mil y tantas lanzas negras de punta dorada que los niños sueltan trabajosamente, una a una, en secreto, aparece decimonónica, como el narrador de la historia: podría ser una casa de novela gótica, con su biblioteca, su gran fresco trompe-l'oeil, sus numerosas balaustradas y terrazas, su torreón en el que aulla una especie de fantasma familiar, sus covachas y sótanos tortuosos donde habita una corte de sirvientes, sus altillos proclives a la exploración sexual entre primos, su piano nobile (averigüé que se trata del piso principal de la casa. ..). Esto ya da una observación relacionada con otras novelas cuyos protagonistas son niños enfrentados a un mundo sin mayores; no estamos, como en El Señor de las Moscas, de Golding, o en Dos Años de Vacaciones, de Verne, ante el conflicto niños-naturaleza. La casa es un espacio jerarquizado, expresión de relaciones de dominio preexistentes; cada uno de esos espacios tiene una función determinada por esas relaciones; cada uno prefigura entonces la posible transgresión. Se postula así una relación distinta a la de hombre- naturaleza. Los lugares por los cuales se desplazan los niños son lugares culturales; la situación del grupo de niños está determinada por el mundo de relaciones perpetuado por sus padres, y que se prolongará —supuestamente— a través de ellos.

    ".. .le importaba mucho, ahora, que todo siguiera igual... para casarse cuando grandes, y al tener hijos olvidar que se comportarían como se comportaban ellos ahora, sustituyendo a sus padres en el centro del cuadro de las relaciones idílicas protegidas por el acuerdo circular del olvido" (Pág. 185).

    Como la casa de ejercicios de la Encarnación de la Chimba, uno de los escenarios de El Obsceno Pájaro de la Noche, la casa de la familia Ventura no tiene en esta novela la función de un telón de fondo o de un decorado de ópera; dentro del conjunto de elementos que configuran el sentido de la novela ("una obra literaria tiene sentido, pero no un sentido") funciona como una metáfora. Sus espacios y límites son los espacios y límites de una forma de experimentar el cuerpo humano, por una parte, y la sociedad humana, por otra.

    "No tardó en advertir que para los Ventura el primer mandamiento era que jamás nadie debía enfrentarse con nada, que la vida era pura alusión y ritual y símbolo... se podía hacer todo, sentirlo todo, desearlo todo, siempre que no se nombrara..." (pág. 182).

    Construida por la familia Ventura, la casa es un lugar de magnificencias, de terrores y de límites. Hay una vida de los adultos que se limita al piano nobile, donde se desarrollan las actividades de las cuales se habla; hay secciones de la casa —como del cuerpo, como de la experiencia— sobre las cuales "se corre un tupido velo", en particular los sótanos laberínticos, las olvidadas minas de sal, las venas subterráneas que comunican la casa con el caserío de los nativos y desmienten los límites artificiales entre una y otra forma de humanidad. Las conversaciones de los Ventura son ejemplo de los procedimientos mediante los cuales se fijan esos límites y de las motivaciones que encierran.

    "Sabía, como buena Ventura, que toda autoridad emana de la negación; que sólo quien posee referencias inaccesibles para el otro es superior" (pág. 144).

    Se trata de establecer la propia superioridad, sobre la base de la diferencia: la diferencia respecto de los niños, de los sirvientes, y sobre todo de los nativos. A estos últimos se les tiene horror, sobre todo por presumirse que son antropófagos. Sin embargo, en las conversaciones de los Ventura, las expresiones ("es una ricura", "está de comérselo") y las turbias historias olvidadas tras el "tupido velo" muestran emblemáticamente 3 el funcionamiento de la represión psicológica: tratar un estímulo interior como si fuera uno exterior, arrojarlo hacia afuera, proyectarlo 4.

    "Comparó esta sensación con la del miedo a un ansiado ataque sexual de parte de este ser de otra raza, habitante de un estadio inferior del desarrollo humano, antropófago, caníbal, salvaje, y para quien, entonces, el desenfreno no podía tener limitaciones, ni siquiera el de devorar a la compañera en el amor" (pág. 221).

    Tal como la casa tiene esas condenadas y olvidadas comunicaciones con el caserío, entre la familia y los nativos existe una continuidad; o, mejor dicho (poco se sabe "realmente" de los nativos en la novela, si no es como negativos de la imagen que tienen los Ventura de sí mismos), los nativos no son sino aquello sobre lo cual se proyectan los terrores de la familia, el horror ante ciertos aspectos de sí misma que ésta no puede asumir y por lo tanto borra. Los viajes hacia el caserío —el de Adriano Gomara, el de su hijo Wenceslao— tienen aspectos iniciáticos y míticos, sacrificiales, hasta eucarísticos. El descenso por los sótanos hacia "el otro extremo de mi ser, por así decirlo" (Wenceslao, pág. 360) es un descenso en busca (fallida) de la integración entre dos partes de un ser escindido, o de una sociedad escindida; un intento de integrar, el "otro extremo", para trascender así la pseudoexperiencia propuesta por el piano nobile de la casa (de la sociedad) que se postula a sí mismo como la totalidad del mundo.


    Algunas notas sobre el narrador

    Tal como se edifica un espacio organizado y continuo, el de la casa —espacio, se ha visto, engañoso, hecho de silencios y omisiones— la narración a su vez se hace organizada y continua, a través de la más reconocible de sus posibilidades, la del narrador decimonónico. Como el fresco trompe l'oeil, la narración tiene un "escriba" que funciona como centro de la perspectiva, ojo que organiza la coincidencia de las líneas en el punto de fuga 5, que recuerda su presencia y explica sus intervenciones en tanto fabulador omnímodo. Sin embargo, este espacio narrativo que podríamos llamar "geométrico" no hace sino encubrir el espacio del vértigo: no todas las puertas del fresco trompe 1'oeil están verdaderamente pintadas; algunas son puertas reales, y tras ellas, descubren los niños, hay armas guardadas. Así, se piden a la seguridad de la narración decimonónica algunas de sus características; pero ya el modo de esa narración no está postulado como "natural" ni como el único posible, sino a modo de disfraz, y podrá desecharse o alterarse en un determinado momento, recordando que no es más que "una ficción, o mejor decir un 'acuerdo', que es lo esencial en toda ficción, que nos permitirá entendernos" (pág. 356).

    "Lo peor es haber tenido certezas y saber que ahora, de reconstruirse algo, será reconstruir cualquier cosa menos certezas, por saberlas peligrosas" (pág. 358).

    La progresiva destrucción del sujeto que habla se dio en la narrativa de Donoso, muy especialmente en El Lugar sin Límites y en El Obsceno Pájaro de la Noche; en esos libros se percibía el reconocimiento de una experiencia contemporánea, la del vaciamiento del sujeto narrador. En El Obsceno Pájaro... la multiplicidad de narradores y la destrucción del "yo" en tanto sujeto gramatical de la narración daban cuenta de este vaciamiento 6. En Tres Novelitas Burguesas esos procedimientos se dejaban de lado para sustituirlos por la obsesión de la máscara y de la suplantación, de la identidad como disfraz. En Casa de Campo es el disfraz lo que toma el lugar central, en tanto cubre un sujeto vacío, que sólo se expresa a través de máscaras y espejos, sin certidumbre alguna de identidad. Como el disfraz de poupée diabolique para Wenceslao, el disfraz de narrador decimonónico sirve como un recurso más de una narración que por conveniencia se ciñe a sus límites.

    Como si no bastaran las citas en que el narrador se refiere explícitamente a ese "disfraz de escritor", se reitera en el libro el recurso barroco de "la escena dentro de la escena", la invención dentro de la invención. No sólo en el fresco trompe l'oeil, sino también en el juego de La Marquesa Salió a las Cinco, cuyo título cita la frase que Valéry consideraba típica de la arbitrariedad novelesca. En ese juego, los niños-personajes de Casa de Campo representan los personajes de La Marquesa Salió a las Cinco. Las relaciones entre la narración de los sucesos inventados en ese juego y los sucesos de la narración principal parecen espejear, deformándolas, las relaciones entre los sucesos de la narración principal y otro contexto más amplio que, a falta de mejor término, podría llamarse "mundo". En otras palabras, el juego es un microcosmos en relación con la novela, que es a su vez un microcosmos con respecto al "mundo", y el disfraz del narrador no es el de ninguno de los personajes de Casa de Campo, sino el de uno de los personajes del "mundo"; este último (el "mundo") se ve entonces sometido a las mismas reglas de la ficción, compuesto por una sucesión de máscaras o de papeles. Personajes novelescos crean a su vez personajes ficticios; el "autor" se enfrenta, conversando, con uno de sus personajes, Silvestre Ventura, quien le reprocha contar la historia de la familia en forma exagerada. Mediante la máscara del narrador y la introducción de éste como personaje, mediante también la escena dentro de la escena, se relativiza el lugar del sujeto narrador y el del sujeto lector que ha entrado con él en este pacto o acuerdo de la ficción; ambos —narrador y lector— pueden (o podemos), como bien dice Borges, ser personajes ficticios. No es este un recurso nuevo en la literatura, por supuesto, ni lo pretende. La narración se ve como una actividad que selecciona su forma a partir de un repertorio preexistente de artificios. Lo que interesa especialmente de esta forma es su aparición en un determinado tiempo y en un determinado contexto: la adecuación entre aquello que se escoge como artificio y un determinado momento a grandes rasgos histórico. El disfraz y la máscara están apuntando a un sector de significación delimitado por el mito y por la literatura, y ya buscado y explorado en otras obras de Donoso: el de la imaginería demoníaca.


    La imaginería demoníaca

    "Después del toque de queda era el Mayordomo, con su tropa de lacayos, quien decidía qué era delito y qué castigo merecía..., se les pagaba estupendamente para que mantuvieran el orden, y el orden, claro, no podía existir si no se cultivaba en los corazones infantiles la imagen de padres amables y serenos" (pág. 37).

    El transcurso de la historia, en Casa de Campo, va acentuando ciertos rasgos ya presentes en los escenarios que se acaban de describir. Tenemos el lugar, los habitantes, el narrador de su historia, los elementos de la misma; el espacio escindido de la casa, el narrador escindido, sujeto vacío y disfraz. Pero hay también un transcurso de acontecimientos, y estos llevarán a la ruina de la casa, al desprendimiento de las máscaras de los Ventura, a la destrucción de las imágenes. Los viajes iniciáticos y míticos no tienen aquí un final feliz; nunca se alcanza la integración de los espacios escindidos, "el otro extremo del ser", sino que se vuelve a la necesidad de reafirmar, por todos los medios, la escisión, la autoridad, la imagen, transferida ya de los padres a su caricatura, los instrumentos que terminarán por destruir a los mismos padres: los sirvientes, el Mayordomo.

    "La casa había quedado como arrumbada en la llanura, un lujoso objeto desasosegante, descompuesto... acogía a las gramíneas que se apoderaban de su arquitectura... y trasegando su miseria de una habitación en otra, Juan Pérez pulía y pulía las barandas de bronce..., brillando como significantes de la civilización mantenida" (págs. 411-412).

    La historia puede reflejarse en la imaginería que domina las últimas partes del libro. Se trata de las imágenes "de un mundo, fracasado y destruido, de ruinas y catacumbas, de instrumentos de tortura y de los movimientos del delirio. Y, tal como la imaginería apocalíptica se vincula estrechamente al cielo religioso (este), opuesto dialéctico se relaciona con el infierno existencial... o con el tipo de infierno que el hombre instaura sobre la tierra"7.

    Los textos literarios que han configurado estos espacios demoníacos los representan como sociedades en que la escisión llega al máximo: por una parte el tirano, por otra las víctimas expiatorias, sacrificadas para aumentar la vitalidad del resto del grupo; la comunión eucarística se transforma en canibalismo, aparece la tortura, la mutilación, el desgarro del cuerpo, en un escenario de naturaleza estéril, de ruinas de la casa altanera, de laberintos, de catacumbas 8. Muchas de estas imágenes no son nuevas en las narraciones de Donoso; tal vez lo diferente de Casa de Campo consista en que su dimensión no es ya la de la psicología individual, dominante en El Obsceno Pájaro..., sino la de límites y espacios que intentan proyectar las estructuras de esa experiencia al plano de la sociedad.


    Una escritura situada

    El narrador se preocupa de explicitar su rechazo a una ficción en que sus personajes —los Ventura— puedan "reconocerse"; de rechazar también "la hipócrita no ficción de las ficciones en que el autor pretende eliminarse siguiendo reglas preestablecidas por otras novelas, o buscando fórmulas narrativas novedosas que deberán hacer la convención de todo idioma aceptado no como convencional sino como "real" (pág. 64). Adopta así la actitud ya indicada de dueño absoluto de sus ficciones, descrita ya (esa actitud) como un disfraz escogido entre muchos posibles, un distanciamiento en relación con un sujeto desde el cual no se habla, pero que se espejea en las diversas formas en que la propia novela se refiere a la ficción y al lenguaje.

    Una de las funciones de la fantasía es la de desviar la atención, la de servir, como La Marquesa, a modo de "engañifa"; el idioma marquesal puede usarse además como encubrimiento, para evitar ser comprendido por quienes oyen; puede ser también el goce de los niños de transformarse en citas paródicas y conmovidas, de tomar los complicados y exquisitos atavíos de sus mayores, guareciéndose así de los terrores de la historia. Pero también el juego de La Marquesa, fantasía y engañifa, resulta un espejo deformante de la misma historia, la cual va modificando el juego e introduciendo en él elementos diferentes. El juego es un modo de asimilar deformando, así como el sueño asimila los ruidos o las circunstancias que rodean al durmiente y las incorpora, modificándolos.

    "II malvagio traditore manoseaba su pistola al contemplar esa alondra escapada que, burlándose de él, amenazaba perderse por las perspectivas de las logias abiertas a los insuperables cielos del arte" (pág 433).

    Así la novela, más allá del paralelo fácil, que existe, su relación con el "mundo" y con una situación concreta es evidente, y su instrumento para reflexionar acerca de ese mundo, es la fantasía. Temas como el poder, la dominación, el miedo; la conciencia falseada y los mecanismos que tiene para falsearse; la supervivencia mínima en tiempos difíciles; el orden, etc., tienen todos lugar en esta construcción imaginaria. También lo tiene —y opresivamente— la situación en que se escribe, las restricciones que incorpora esta escritura que tiene que escoger los circunloquios y los laberintos que habita.

    Finalmente, la escritura puede asimilarse a una de las metáforas que contiene el mismo libro. Mauro y otros niños arrancan subrepticiamente, una por una, las lanzas negras de puntas doradas que escinden los espacios de la casa de los del mundo exterior; su actividad es frenética y obsesiva, y sus finalidades no del todo claras para ellos mismos; quizá, dice la novela, cuando esas lanzas "no estuvieran esclavizadas a la función alegórica que ahora las tenía presas en la forma de una reja, quizá entonces la metáfora comenzaría a revelarles infinitas significaciones ahora concentradas en esta apasionada actividad" (pág. 118). La actividad de la escritura revela sus sentidos a medida que se hace; y los textos, que son su producto, nos entregan la huella de esa actividad que se ha propuesto, en todas las situaciones de esta novela, un leitmotiv obsesivo: el de un sujeto que se busca a sí mismo tras el artificio de su máscara de narrador; un sujeto situado y sitiado, que busca deshacer los límites de espacios escindidos, en una actividad cuyo sentido total se irá revelando a medida que se hace.



    NOTAS


    (1) José Donoso, Casa de Campo, Seix Barral, Barcelona, 1978. Todas las citas corresponden a esta primera edición.

    (2) El Lugar sin Límites es el título de una novela de Donoso, publicada en México (Editorial Joaquín Mortiz) en 1967. Otras obras del mismo autor: Veraneo y otros cuentos (1955), El Charleston (1960), Coronación (1958), Este Domingo (1966), El Obsceno Pájaro de la Noche (1970), Historia personal del "boom" (1972) y Tres Novelitas Burguesas (1975).

    (3) "No intento apelar a mis lectores para que "crean" en mis personajes: prefiero que los reciban como emblemas —como personajes, insisto, no como personas— que por serlo viven sólo en una atmósfera de palabras, entregándole al lector, a lo sumo, alguna sugerencia utilizable, pero guardando la parte más densa de su volumen en la sombra" (pág. 404).

    (4) Norman O. Brown, El cuerpo del amor. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1972, pág. 156. Dice también: "El enemigo exterior es (parte de) nosotros mismos, proyectados; nuestra propia maldad proscrita. La única defensa contra un peligro interno consiste en hacerlo un peligro externo; entonces podemos combatirlo, puesto que hemos conseguido engañarnos y ya no lo vemos en nosotros" (pág. 171).

    (5) Véase al respecto Severo Sarduy, Barroco, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1974, sobre "Las Meninas". Véase también su ensayo acerca de El Lugar sin Límites, en Escrito sobre un cuerpo. Editorial Sudamericana, 1969.

    (6) Véase mi ensayo: "El imbunche - estudio de un motivo", en Antonio Cornejo Polar y otros. Donoso. La destrucción de un mundo, Fernando García Cambeiro Editor, Buenos Aires, 1975.

    (7) Northrop Frye, Anatomie de la Critique, Gallimard, París, 1969, sobre teoría de la significación de los arquetipos, imaginería demoníaca, pág. 180.

    (8) Ibíd., pág. 181.


martes, 6 de mayo de 2014

OPINIÓN. CULTURA: "BEST SELLER".


http://www.elmundo.es/cultura/2014/04/29/535eac49268e3ec25e8b4575.html
OPINIÓN:
CULTURA 'Best seller'
Cuando lo que leíamos era literatura

    Eco, Yourcenar, Cela, Rushdie... ¿Qué ha ocurrido para que los autores de calidad hayan desaparecido en las últimas tres décadas de las listas de libros más vendidos?
    Los editores reconocen que la novela ha perdido peso en un mundo multimedia

LUIS ALEMANY
Actualizado: 29/04/2014 09:46 horas
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E.L. James, Dan Brown, Joël Dicker, Hiromi Shinya, Javier Sierra, Julia Navarro e Ildefonso Falcones. Si tienen algún amigo que escriba crítica literaria, pregúntenle por sus libros, cuántos de ellos han leído. Después, pueden teclear la alineación en su buscador de internet y esperar respuesta: James, Brown, Dicker y compañía fueron los autores de los libros más vendidos de 2013 según un informe de la consultora Nielsen.

Tampoco hay por qué escandalizarse a estas alturas. Machado ya andaba con aquello del necio que confunde el valor y el precio hace un siglo. Más interesante es aprenderse la lista y, a continuación, buscar en internet los libros más vendidos en España hace 30 años. Cualquier semana al azar de 1984. El diario ABC elaboraba en esa época una lista con la información de 56 librerías de toda España. Umberto Eco, Tolkien, Vázquez Montalbán, Michael Ende, Salman Rushdie, Marguerite Yourcenar, Vázquez Figueroa, Sánchez Dragó, Camilo José Cela y Miguel Delibes encabezaban la clasificación una semana de septiembre de hace tres décadas tomada al azar. Qué nivelazo, ¿no?

¿Qué ha pasado aquí? ¿En qué momento desaparecieron los escritores 'nobles' de las listas de los autores más vendidos? ¿Por qué ocurrió así? ¿Ha sucedido sólo en España o ha pasado en todos los países? ¿Nos entristecemos por ellos? ¿Por nosotros? ¿O mejor llevarlo con calma?

"El proceso es global, no sólo pasa en España. El público pide concreción", explica Xavier Folch

La primera en contestar es Deborah Blackman, decana, o casi, de la edición en el mercado del 'best seller' en España. En su casa, Plaza&Janes, celebran esta primavera los 25 años que han cumplido 'Los pilares de la tierra' de Ken Follett, uno de los nudos de esta historia. "Creo recordar que comprar los derechos fue relativamente sencillo. Follett ya era conocido, escribía 'thrillers' con cierto éxito pero, por eso mismo, hubo gente que se desentendió del libro. 'Si ya hace bien lo que hace, para qué se mete en novela histórica', era lo que se decía entonces". Era la época de 'El nombre de la Rosa', ¿verdad? "Sí, claro, era la época de las novelas históricas. Pero él dice que no seguía la moda, que ésa era su fascinación desde siempre. Entonces, los tiempos eran más largos, se tardaba un año entre la traducción, la impresión y tal. De modo que cuando llegamos a las librerías, 'Los pilares de la Tierra' ya se había convertido en el gran 'best seller' de ese momento en todo el mundo".

Por cierto, ¿le gustan las palabras 'best seller'? ¿Las emplea a menudo? "Me da pena que se usen con un significado de desprestigio, de poca calidad. En esencia, 'best seller' significa popular, no mal hecho. Hay novelas con pretensiones literarias muy altas pero que son muy dudosas. Y hay novelas sencillas, directas y fáciles de leer que conmueven a cualquier lector, también al exigente. En español intento no usar lo de best seller, porque se le da ese significado de mal hecho. En inglés sí, es otra cosa, porque existe un sentido de la literatura popular muy fuerte en el mundo anglosajón".

Y cuando ve la lista de Eco, Rushdie y Yourcenar, ¿qué se le viene a la cabeza? "No sé qué decirle... Vázquez Figueroa ya era un autor que escribía para entretener, Los otros son más complejos", explica Blackman. "Tampoco sé qué decirle sobre aquellas listas, se hacían un poco como se podía, con información que a veces estaba sesgada. A lo mejor, los libreros nombraban a los autores que veían con más cariño... Hasta hace 10 años que llegaron los estudios de Nielsen, no tuvimos datos más profesionales". ¿Y? "A veces veo las listas del Reino Unido y suelen ser peores que las de España. Algunas semanas no, pero casi siempre".

Ernest Folch, director editorial de Ediciones B, sí que encuentra significativas las listas de hace 30 años, por poco rigurosas que fueran. "¿Qué qué pienso? Que hay un proceso muy real que no ha pasado sólo en España, es global. Primero: que las cosas se han puesto difíciles para la literatura sin género. La novela que no es histórica, ni negra ni romántica, lo que llamamos la novela literaria, lo tiene cada vez más difícil para encontrar a sus lectores, porque el público pide información concreta. No sé, quizá nos gustaría a todos que no fuera así, que Auster y Marías siguiesen vendiendo como hace 20 años, pero es un fenómeno que se da en todo el mundo. En Francia, Marc Levy vende más que Daniel Pennac y eso era impensable en otra época".
"La velocidad y el alcance"

¿Y cuándo se dio el cambio? "Le diría que en el momento de la explosión del 'El Código Da Vinci', hace 12 años, que es cuando el público adquiere la percepción de que hay un género que es el que le atrae. Un poco antes había ocurrido lo mismo para el mercado infantil con el primer 'Harry Potter'".

Lo que tuvo de especial esa explosión frente a otros momentos de euforia como el de 'Los pilares de la Tierra' o 'El nombre de la rosa' fue, según Folch, "la velocidad y el alcance. Lo del 'El código' ocurrió muy deprisa y en todo el mundo a la vez. Antes, los 'best sellers' se construían acompasadamente, se iban calentando poco a poco, había países en los que funcionaban y países en los que no... Después, entramos en la era de los lanzamientos simultáneos, de la urgencia. Y eso va en contra de la literatura más compleja que, como todos los productos complejos, necesita su tiempo".

La tercera respuesta llega de Ymelda Navajo, directora de La Esfera de los Libros (parte del Grupo Unidad Editorial, al que también pertenece EL MUNDO), que ya estaba en este negocio en septiembre de 1984. "Estaba en Planeta, creo, pero ni siquiera estoy segura. Y sí que tenía en la cabeza que los 'best sellers', en esa época, eran otra cosa, pero la verdad es que impresiona ver una lista así". ¿Qué ha pasado? "Dos cosas, sobre todo: primero, la concentración de sellos editoriales en todo el mundo a finales de los 80, principios de los 90. No lo critico, la concentración es inevitable para sobrevivir, pero fueron desapareciendo las editoriales independientes, que eran las que hacían los descubrimientos. Con los grupos grandes llegan los adelantos millonarios, las operaciones de marketing y la necesidad de apostar sobre seguro, de ser más conservadores".

Y después: "La aparición de la mass media, de una diversidad de oferta con la que tenemos que competir y que crea un nuevo lector que tiene más que ver con las mitomanías y el fenómeno de los fans que con lo que considerábamos la cultura. El lector literario sobrevive, pero la relación que tiene con la literatura es menos intensa", explica Navajo. Para que nos entendamos: un buen 'javier marías' de esta época vende la mitad de lo que vendía un buen 'javier marías' en 1990. "'Las sombras de Grey' pueden vender tantos ejemplares como los que vendió en su momento El nombre de la Rosa. Pero es un lector distinto, el fenómeno es otro".

¿Se ha vuelto más difícil este negocio? "Bueno... Siempre ha habido sorpresas. Lo de Umberto Eco nadie lo habría adivinado y en eso está la gracia", contesta Blackkman. "Todos los intentos de hacer ciencia de esta profesión han fracasado y eso es lo que la hace maravillosa: hay margen para la sorpresa, que un libro pequeño gane a un lanzamiento grande...", explica Folch. "Sólo con marketing no puedes construir un éxito, sigues necesitando un buen texto".

¿Y los hay? ¿Diría que los 'thrillers' que llegan hoy a sus manos son peores que las novelas clásicas de John le Carré? Eso por nombrar a un autor del que todos estamos dispuestos a hablar bien en voz alta... "Pues es un ejemplo interesante", responde Folch, "porque a Le Carré, al principio, se le consideraba un autor comercial no muy interesante. Y lo mismo con Simenon. ¡Si le hubieran dicho a Simenon que íbamos a pensar en él como un autor de culto! Todos tenemos que tener cuidado con eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor".
El boom de la literatura popular

Su colega Blackman también relativiza: "El cambio más importante que he vivido en este negocio consiste en que los escritores españoles se han apuntado a hacer literatura popular. Fíjese en la lista: está Vázquez Figueroa, que fue el único escritor español comercial durante mucho tiempo. Hay autores extranjeros y hay autores españoles de tipo literario. Carlos Ruiz Zafón, María Dueñas, Javier Sierra, Ildefonso Falcones... Hay un tipo de escritor español que quiere vender mucho que hoy existe y entonces no".

Hay una última voz que se apunta al debate: Jacobo Siruela es el editor de Atalanta y algo así como un disidente del mercado del 'best seller', ventitantos años después de ponerle el sello de Siruela a 'El mundo de Sofía' de Jostein Gaarder. Desde su rincón en L'Empordá, mira los problemas del mercado con desdén. "En realidad, desconozco el mundo de los 'best sellers' nunca me ha interesado y he procurado actuar al margen de él. Aunque algunos libros del fondo de Siruela se han vendido muy bien, los auténticos 'best sellers' siempre vinieron de la colección infantil-juvenil".

"Vivimos inmersos en el reino de la cantidad. Hoy en día la calidad, si no cuenta con un buen número de lectores, es relegada a los márgenes. Los medios fomentan esto; y además las cosas solo interesan en la medida en que son noticia. Los muertos dejan de leerse porque dejan de ser noticia y de ser promocionados. Es terrible. Yo abogo por una sociedad que rinda tributo a lo pequeño: pequeñas empresas, autores de culto, redes interactivas con los lectores, frente a emporios anónimos, autores de grandes cifras y publicidad a raudales. Esto es perfectamente posible en la actualidad y transformaría el uniforme panorama. El reino de la cantidad es nuestro becerro de oro".

lunes, 5 de mayo de 2014

Alejo Carpentier. Novela: "Concierto barroco".


Alejo Carpentier.
Nació el 26 de diciembre de 1904, en La Habana (Cuba). Cursó parte de sus estudios iniciales en su ciudad natal, y con doce años, se trasladó a París donde asistió al liceo de Jeanson de Sailly, y se inició en los estudios musicales con su madre, desarrollando una intensa vocación musical. Al regrear a su país, inició los estudios de arquitectura, ya que su padre era arquitecto, pero no finalizaría la carrera.

Comenzó a trabajar como periodista y a participar en movimientos políticos izquierdistas. Fue encarcelado y con su puesta en libertad se exilió en Francia. Regresó a Cuba donde trabajó en la radio y llevó a cabo importantes investigaciones sobre la música popular cubana. Visitó México y Haití donde se interesó por las revueltas de los esclavos del siglo XVIII. Se trasladó a Caracas en 1945 y no regresó a Cuba hasta 1956, año en el que se produjo el triunfo de la Revolución Castrista. Trabajó en varios cargos diplomáticos para el gobierno revolucionario. Falleció el 25 de abril de 1980 en París.

Entre sus novelas hay que destacar El reino de este mundo (1949), que tiene como tema central la revolución haitiana y el tirano del siglo XIX Henri Christophe, y Los pasos perdidos (1953), el diario ficticio de un músico cubano en el Amazonas, que intenta definir la relación real entre España y América siguiendo la conquista española. Ésta ha sido calificada como su obra maestra. Guerra del tiempo (1958) trata la violencia y la naturaleza represiva del gobierno cubano durante la década de 1950. En 1962 se publicó El siglo de las luces, en la que narra la vida de tres personajes arrastrados por el vendaval de la Revolución Francesa. Concierto Barroco (1974) es una novela en la que muestra sus visiones acerca de la mezcla de culturas en Hispanoamérica. El recurso del método (1974) y La consagración de la primavera (1978).


 92 pp. , México, Siglo XXI Editores, 1974, en, Novelas y relatos. «Carpentier en la maestría de sus novelas y relatos breves», por Salvador Bueno, La Habana, UNEAC, 1974 (Letras Cubanas)
La concepción de `lo real maravilloso` de Alejo Carpentier (La Habana, 1904-1980), uno de los más destacados intelectuales contemporáneos, marcó toda una época de producción y crítica literarias. Esta edición incluye un estudio preliminar de Federico Acevedo que ubica y analiza la obra de tal manera que el nuevo lector se anime a leerla y el que ya la conoce la relea con renovado placer

Concierto barroco es una novela deliciosa, propositiva, liberadora. En ella, el escritor utiliza los recursos propios del barroco: la parodia, el artificio, la hipérbole, la enu- meración proliferante, con mayor liberalidad, rompe con las ataduras de la cronología histórica y adquiere un extraordinario sentido del humor. Concierto barroco cuenta la historia de la puesta en escena de una ópera de Antonio Vivaldi, estrenada en el teatro Sant`Angelo de Venecia en el. otoño de 1733, en la cual se nana la derrota de Moctezuma por las fuerzas espa- ñolas que capitanea Hernán Cortés. El tema no puede ser más propicio para la pluma de Carpentier, pues se trata de una ópera barroca, que permite, además, enfrentar dos historias, dos culturas, dos mundos -América y Europa-, de cuya contraposición surge, en la óptica carpenteriana, precisamente lo real maravilloso. Novela que da cuenta del gusto de Alejo Carpentier. por la música, una segunda vocación que, junto con la arquitec- tura, subyace en toda su obra y que ya se había manifes- tado con singular vehemencia en Los pasos perdidos.




Concierto Barroco

 i


De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas; de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las cucharillas con adorno de iniciales... Y todo esto se iba llevando quedamente, acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas penumbras de cajas de madera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojos, bajo la vigilancia del Amo que, de bata, sólo hacía sonar la plata, de cuando en cuando, al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una bacinilla de plata, cuyo fondo se ornaba de un malicioso ojo de plata, pronto cegado por una espuma que de tanto reflejar la plata acababa por parecer plateada...—“Aquí lo que se queda —decía el Amo—. Y acá lo que se va.” En lo que se iba, también alguna plata —alguna vajilla menor, un juego de copas, y, desde luego, la bacinilla del ojo de plata—, pero, más bien, camisas de seda, calzones de seda, medias de seda, sederías de la China, porcelanas del Japón —las del desayuno que, vaya usted a saber, tomaríase, a lo mejor, en gratísima compañía—, y mantones de Manila, viajados por los anchísimos mares del Poniente. Francisquillo, de cara atada, cual lío de ropas, por un rebozo azul que al carrillo izquierdo le pegaba una hoja de virtudes emolientes, pues el dolor de muelas se lo tenía hinchado, remedando al Amo, y meando a compás del meado del Amo, aunque no en bacinilla de plata sino en tibor de barro, también andaba del patio a las arcadas, del zaguán a los salones, coreando, como en oficio de iglesia: “Aquí lo que se queda... Acá lo que se va.” Y tan bien quedaron, a la puesta del sol, los platos y platerías, las chinerías y japonerías, los mantones y las sedas, guardados donde mejor pudieran dormir entre virutas o salir a larguísimo viaje, que el Amo, aún de bata y gorro cuando le tocara ponerse ropas de mejor ver —pero ya hoy no se esperaban visitas de despedida formal—, invitó al sirviente a compartir con él un jarro de vino, al ver que todas las cajas, cofres, huacales y petacas quedaban cerrados. Después, andando despacio, se dio a contemplar, embauladas las cosas, metidos los muebles en sus fundas, los cuadros que quedaban colgados de las paredes y testeros. Aquí, un retrato de la sobrina profesa, de hábito blanco y largo rosario, enjoyada, cubierta de flores —aunque con mirada acaso demasiado ardiente— en el día de sus bodas con el Señor. Enfrente, en negro marco cuadrado, un retrato del dueño de la casa, ejecutado con tan magistral dibujo caligráfico que parecía que el artista lo hubiese logrado de un solo trazo —enredado en sí mismo, cerrado en volutas, desenrollado luego para enrollarse otra vez sin alzar una ancha pluma del lienzo. Pero el cuadro de las grandezas estaba allá, en el salón de los bailes y recepciones, de los chocolates y atoles de etiqueta, donde historiábase, por obra de un pintor europeo que de paso hubiese estado en Coyoacán, el máximo acontecimiento de la historia del país. Allí, un Montezuma entre romano y azteca, algo César tocado con plumas de quetzal, aparecía sentado en un trono cuyo estilo era mixto de pontificio y michoacano, bajo un palio levantado por dos partesanas, teniendo a su lado, de pie, un indeciso Cuauhtémoc con cara de joven Telémaco que tuviese los ojos un poco almendrados. Delante de él, Hernán Cortés con toca de terciopelo y espada al cinto —puesta la arrogante bota sobre el primer peldaño del solio imperial—, estaba inmovilizado en dramática estampa conquistadora. Detrás, Fray Bartolomé de Olmedo, de hábito mercedario, blandía un crucifijo con gesto de pocos amigos, mientras Doña Marina, de sandalias y huipil yucateco, abierta de brazos en mímica intercesora, parecía traducir al Señor de Tenochtitlán lo que decía el Español. Todo en óleo muy embetunado, al gusto italiano de muchos años atrás —ahora que allá el cielo de las cúpulas, con sus caídas de Titanes, se abría sobre claridades de cielo verdadero y usaban los artistas de paletas soleadas—, con puertas al fondo cuyas cortinas eran levantadas por cabezas de indios curiosos, ávidos de colarse en el gran teatro de los acontecimientos, que parecían sacados de alguna relación de viajes a los reinos de la Tartaria... Más allá, en un pequeño salón que conducía a la butaca barbera, aparecían tres figuras debidas al pincel de “Rosalba pittora”, artista veneciana muy famosa, cuyas obras pregonaban, con colores difuminados, en grises, rosas, azules pálidos, verdes de agua marina, la belleza de mujeres tanto más bellas por cuanto eran distantes. “Tres bellas venecianas” se titulaba el pastel de la Rosalba, y pensaba el Amo que aquellas venecianas no le resultaban ya tan distantes, puesto que muy pronto conocería las cortesanas —plata, para ello, no le faltaba— que tanto hubiesen alabado, en sus escritos, algunos viajeros ilustres, y que, muy pronto, se divertiría, él también, con aquel licencioso “juego de astrolabios” al que muchos se entregaban allá, según le habían contado —juego consistente en pasear por los canales angostos, oculto en una barca de toldo discretamente entreabierto, para sorprender el descuido de las guapas hembras que, sabiéndose observadas, aunque fingiendo la mayor inocencia, al ajustarse un ladeado escote mostraban, a veces, fugazmente pero no tan fugazmente como para que no se contemplara a gusto, la sonrosada poma de un pecho... Volvió el Amo al Gran Salón, leyendo de paso, mientras apuraba otra copa de vino, el dístico de Horacio que sobre el dintel de una de las puertas había hecho grabar con irónica intención hacia los viejos tenderos amigos —sin olvidar al notario, el inspector de pesas y medidas, y el cura traductor de Lactancio—, que, a falta de gente de mayores méritos y condición, recibía para jugar a los naipes y descorchar botellas recién llegadas de Europa:

“Cuentan del viejo Catón que con vino
solía robustecer su virtud”.

En el corredor de los pájaros dormidos sonaron pasos afelpados. Llegaba la visitante nocturna, envuelta en chales, dolida, llorosa, comediante y buscadora del regalo de adioses —un rico collar de oro y plata con piedras que, al parecer, eran buenas, aunque, claro está, habría que llevarlas mañana a la casa de algún orfebre para saber cuánto valían—, pidiendo vino mejor que éste, entre llantos y besos, pues el de esta garrafa que estaban tomando ahora, aunque se dijera que era vino de España, era vino con poso, y mejor no meneallo y que ella sabía de eso, vino de jeringa, vino bueno para lavarse “aquello”, para decirlo todo con palabrejas que coloreaban su entretenido vocabulario, aunque de puro lerdos lo tragaran el Amo y el criado, y eso que presumían de catadores finos —¡ni que te hubiesen parido en palacio de azulejos, a ti, que te chingué la noche aquella, siendo tú fregona de patios, rayadora de elotes, cuando murió mi casta y buena esposa, después de recibir los santos óleos y la bendición papal!... Y como Francisquillo, habiendo ordeñado la más escondida barrica del sótano, le hubiese dado lo que fuese menester para amansarle el habla y calentarle el ánimo, la visitante nocturna se puso las tetas al fresco, cruzando las piernas con el más abierto descaro, mientras la mano del Amo se le extraviaba entre los encajes de las naguas, buscando el calor de la “segrete cose” cantada por el Dante. El fámulo, para ponerse a tono con el ambiente, tomando su vihuela de Paracho, se dio a cantar las mañanitas del Rey David antes de pasar a las canciones del día, que hablaban de hermosas ingratas, quejas por abandonos, la mujer que quería yo tanto y se fue para nunca volver, y estoy adolorido, adolorido, adolorido, de tanto amar, hasta que el Amo, cansado de aquellas antiguallas, sentándose la visitante nocturna en las rodillas, pidió algo más moderno, algo de aquello que enseñaban en la escuela donde buena plata le costaban las lecciones. Y en la vastedad de la casa de tezontle, bajo bóvedas ornadas de angelitos rosados, entre las cajas —las de quedarse y las de ir— colmadas de aguamaniles y jofainas de plata, espuelas de plata, botonaduras de plata, relicarios de plata, la voz del servidor se hizo escuchar, con singular acento abajeño, en una copla italiana —muy oportuna en tal día— que el maestro le había enseñado la víspera:

“Ah, dolente partita,
Ah, dolente partita!”...

Pero en eso sonó el aldabón de la puerta principal. Quedó en suspenso la voz cantante mientras el Amo, con mano puesta en sordina, acalló la vihuela: — “Mira a ver... Pero a nadie dejes pasar, que harto me vienen despidiendo ya desde hace tres días...” Chirriaron lejanas charnelas, alguien pidió excusas en nombre de otros que lo acompañaban, se adivinaron las
“muchas gracias”, se oyó un sonado “no vaya a despertarlo” y un coro de “buenas noches”. Y volvió el criado con un largo papel enrollado, de resma holandesa, donde en letra redondilla de clara lectura se sumaban los encargos y pedidos de última hora —ésos, que sólo acuden a la memoria ajena cuando está uno con un pie en el estribo— hechos al viajero por sus amigos y contertulios... Esencias de bergamota, mandolina con incrustaciones de nácar a la manera cremonense —para su hija—, y un barrilete de marrasquino de Zara, pedía el inspector de pesas y medidas. Dos faroles a la moda boloñesa, para frontoleras de caballos de tiro, pedía Iñigo, el maestro platero —con el ánimo, seguramente, de tomarlos como modelos de una nueva fabricación que podría agradar a las gentes de acá. Un ejemplar de la “Bibliotheca Orientalis” del caldeo Assemino, estacionario de la Vaticana, pedía el párroco, amén de algunas “monedillas romanas” —¡vamos: si no resultaban demasiado costosas!— para su colección numismática, y, de ser posible, un bastón de ámbar polonés con puño dorado (no era forzoso que fuese de oro) de esos que venían en largos estuches forrados de terciopelo carmesí. El notario estaba antojado de algo raro: un juego de naipes, de un estilo desconocido aquí, llamado “minchiate”, inventado por el pintor Miguel Angel, según decían, para enseñar aritmética a los niños y que, en vez de ajustarse a los clásicos palos de oro, basto, copa y espada, ostentaban figuras de estrellas, el Sol y la Luna, un Papa, el Demonio, la Muerte, un Ahorcado, el Loco —que era baraja nula— y las Trompetas del Juicio Final, que podían determinar un ganancioso Triunfo. (—“Cosa de adivinación y ensalmo”—insinuó la hembra que, atendiendo a la lectura de la lista, se iba quitando las pulseras y
bajando las medias.) Pero, lo más gracioso de todo era el ruego del Juez Emérito: para su gabinete de curiosidades, pedía nada menos que un muestrario de mármoles italianos, insistiendo en que no faltaran —de ser posible— el capolino, el turquín, el brecha, parecido a mosaico, y el amarillo sienés, sin olvidar el pentélico jaspeado, el rojo de Numidia, muy usado en la Antigüedad, y acaso, también, algún trocito del lunarquela, con dibujo de conchas en las vetas, y, si no fuese abusar con ello de tanta amabilidad, una lajilla del serpentino —verde, verdoso, abigarrado, como el que podía verse en ciertos panteones renacentistas... —“¡Eso no lo carga ni un estibador egipcio, de esos que, por forzudos, alababa Aristófanes! —exclamó el Amo—: No ando con un baúl mundo a cuestas. Pueden irse todos a hacer puñetas, que no pienso malgastar el tiempo de mi viaje en buscar infolios raros, piedras celestiales o bálsamos de Fierabrás. El único a quien complaceré será a tu maestro de música, Francisquillo, que sólo me pide cosas modestas y fáciles de traer: sonatas, conciertos, sinfonías, oratorios —poco bulto y mucha armonía... y ahora, vuelve a tus cantos, muchacho...”

“Ah, dolente partita,
Ah, dolente partita!”...

Y luego hubo algo, mal recordado, de “A un giro sol di bell´occhi lucenti”... Pero, cuando el servidor concluyó el madrigal, apartando la mirada del mástil de la vihuela, se vio solo: ya el Amo y su visitante nocturna habían marchado a la habitación de los santos en marcos de plata para oficiar los júbilos de la despedida en la cama de las incrustaciones de plata, a la luz de los velones puestos en altos candelabros de plata.

domingo, 4 de mayo de 2014

Ernesto Sabato. "Sobre héroes y tumbas". Novela.


Según declaraciones propias, a Sabato le tomó más de una década culminar la redacción de Sobre Héroes y Tumbas, publicada en 1961, en pleno auge del Boom Latinoamericano. Fiel al perfeccionismo formal y con un profundo tratamiento de los temas que lo obsesionaban (el vacío existencial, la soledad, el paso del tiempo, la muerte, la locura) logró una obra maestra, considerada la mejor novela argentina del siglo XX. En ella muestra una literatura de alto nivel intelectual, marcado por matices surrealistas, que lo consagró como uno de los mejores escritores contemporáneos.

El libro empieza contándonos el final, como crónica periodística de un asesinato seguido de un incendio. Luego el desarrollo trata de dar los antecedentes de estos hechos para responder las preguntas del caso: ¿Qué llevó a Alejandra a matar a su padre y luego incendiarse, cuál era la verdadera naturaleza de su relación, qué revela ese misterioso texto encontrado por la policía entre las pertenencias de Fernando, llamado Informe sobre Ciegos?

La estructura de la novela se basa en conversaciones que sostienen el joven Martín y Bruno (alter ego del Sabato adulto). En estos diálogos, Martín narra su tortuosa relación con Alejandra Vidal Olmos, descendiente de un miembro de la Legión de Lavalle, enfrentado a Rosas un siglo antes en sangrienta guerra civil. Martín es un chico inexperto, mientras Alejandra parece esconder muchos secretos para una persona de su edad.

Alrededor de ellos va apareciendo una galería de personajes con ideas y opiniones que cuestionan la existencia de Dios y la justicia humana dándole a todas las formas un contexto negativo del vivir diario, en una ciudad de Buenos Aires convulsionada por los enfrentamientos políticos: bombardeos militares para derrocar al presidente Perón y quema de iglesias en represalia.

En forma alternada se narra de una forma épica la huida del ejército de Lavalle hacia el norte, buscando salvar el cadáver de su general, durante la guerra civil de 1826. Los saltos temporales son constantes y ayudan a tejer una trama donde la historia contemporánea, marcada por la decadencia de los Vidal Olmos, se funde con rasgos de la propia historia antigua.

En la sección denominada «Informe sobre Ciegos», Fernando Vidal Olmos, padre de Alejandra, narra en tono policial sus esfuerzos para desenmascarar a la «Secta de los Ciegos», que según él dominan el mundo. Esto lo llevará a protagonizar terribles experiencias.

Martín pretende huir de ese mundo infernal, buscando un lugar de limpieza espiritual y de última esperanza.

La trilogia de Sabato catalogada como «El abismo de la condicion humana» comprende: El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas y Abaddon el Exterminador.
Aporte: N.N.

 Fragmento: Novela. "Sobre héroes y tumbas".
Aquello con Alejandra era...
Y dejaba la frase sin terminar, mientras levantaba su cabeza, que había estado inclinada hacia el suelo, y miraba por fin a Bruno, pero como si a pesar de todo no lo viese.
—Más bien... —balbuceaba, buscando las palabras con empecinada ansiedad, como si temiera no dar la idea exacta de lo que había sido "aquello con Alejandra"; y que Bruno, con veinticinco años más, podía completar fácilmente di-ciéndose "aquello que a la vez fue maravilloso y siniestro".
—Usted sabe... —murmuraba, apretándose dolorosa-mente los dedos—, no tuve una relación clara... nunca en-tendí...
Sacaba su famoso cortaplumas blanco, lo examinaba, lo abría.
—Muchas veces pensé que era como una serie de fogonazos, de...
Buscaba la comparación.
Como estallidos de nafta, eso es..., como estallidos de nafta en una noche oscura, en una noche tormentosa...
Sus ojos se volvían a fijar sobre Bruno, pero segura-mente miraban hacia su propio mundo interior, obsesiona-dos por aquella visión.
Fue en aquella ocasión, después de una pausa meditativa, cuando agregó:
—Aunque a veces..., muy pocas veces, es cierto... me pareció que pasaba a mi lado una especie de descanso.
Descanso (pensaba Bruno) como el que pasan en un hoyo o en un refugio improvisado los soldados que avanzan a través de un territorio desconocido y tenebroso, en medio de un infierno de metralla.
—Tampoco podría precisar qué clase de sentimientos...
Levantó nuevamente su mirada, pero esta vez para ver-lo de verdad, como pidiéndole una clave, pero como Bruno no dijera nada, la volvió a bajar, examinando el cortaplumas blanco.
—Claro —murmuró—, eso no podía durar. Como en tiempos de guerra, cuando se vive al instante... supongo... porque el porvenir es incierto, y siempre terrible.
Después le explicó que en aquel mismo frenesí fueron apareciendo las señales de la catástrofe, como es posible imaginar lo que va a ocurrir en un tren en que el maquinista ha enloquecido. Lo inquietaba, pero al mismo tiempo lo atraía. Volvió a mirarlo a Bruno.
Y entonces Bruno, tanto por decir algo, tanto por llenar aquel vacío, dijo:
—Sí, comprendo.
Pero, ¿qué es lo que comprendía? ¿Qué?


sábado, 3 de mayo de 2014

Sergio Pitol. El arte de la fuga.


Pitol nos lanza de bruces y sin previo aviso a una geografía desordenada, es casi imposible trazar un mapa de este libro: las reflexiones y los escritos nos trasladan de Siena a Roma, de Roma a Varsovia, de Varsovia a Praga, a Venecia o a Chiapas, a la Barcelona de la `gauche divine`... en fin, a todos los lugares que forman parte del pasado cosmopolita del autor. Porque este libro es, de algún modo, la recuperación de un pasado al que se llega sin seguir otro itinerario que la carretera desordenada de la memoria. Con una generosidad sin límites, el autor recupera para el lector los instantes felices de otros tiempos. Sin embargo, las páginas no están construidas en función de la nostalgia: sólo hay recuerdos lúcidos, rescatados de un modo deliberado y consciente y no después de un
súbito ataque de melancolía. De las palabras de Pitol se desprende una serenidad desconocida, y el lector no puede por menos que sentirse admirado de la capacidad del autor para defender a ultranza, pero sin ruido ni estridencias, los valores universales del respeto o la tolerancia. No hay lugar para la amargura, no hay lugar para los reproches. Este es el texto de un hombre que se encuentra en paz consigo mismo y con su propia historia, y que reconoce `este libro es en cierta manera una recopilación de desagravios y lamentaciones, un intento de apaciguar desasosiegos y cauterizar heridas.

Fuente: N.N.

(fRAGMENTO. El Arte de la fuga).

SERGIO PITOL

El arte de la fuga



Memoria

Todo está en todas las cosas

Sí, también yo he tenido mi visión

Bastó sólo abandonar la estación ferroviaria y vislumbrar desde el vaporetto la sucesiva aparición de las fachadas a lo largo del Gran Canal para vivir la sensación de estar a un paso de la meta, de haber viajado durante años para trasponer el umbral, sin lograr descifrar en qué consistiría esa meta y qué umbral había que trasponer. ¿Moriría en Venecia? ¿Surgiría algo que lograra transformar en un momento mi destino? ¿Renacería, acaso, en Venecia?
Llegaba yo de Trieste; no había buscado la casa de Joyce ni las huellas de Svevo, ni hecho ni visto nada que valiera la pena. Había llegado a esa ciudad la tarde anterior y al intentar hospedarme en un hotel, un empleado detectó no sé qué anomalía en mi visado, un error en la fecha de caducidad, me parece, que volvía ilegal mi permanencia en el país. A regañadientes se me permitió permanecer esa noche en el lobby del hotel. En la madrugada tomé el tren de regreso; al detenerse en Venecia decidí bajarme. Debían ser las siete de la mañana cuando puse pie por primera vez en suelo veneciano. Pasaría el resto del día allí y continuaría hacia Roma en el expreso nocturno. Está escrito que las desdichas nunca llegan solas: al consignar mi maleta en el depósito de equipajes descubrí que había perdido mis lentes; registré mis bolsillos, corrí hacia los andenes con la esperanza de encontrarlos en el suelo, pero la multitud de viajeros y cargadores que se movían por ellos me hizo desistir de cualquier búsqueda. Lo más seguro, pensé, era que los hubiese olvidado en el hotel de Trieste o en el vagón de donde había salido con tanta precipitación.
Todo esto tiene que haber ocurrido a mediados de octubre de 1961. De pronto me encontré en la Piazzeta, dispuesto a comenzar mi recorrido. Mi miopía de ningún modo atenuó el deslumbramiento. Llegué a la Plaza de San Marcos y tomé mi primer café en Florian, el legendario lugar reseñado por todos los escritores y artistas que alguna vez visitaron Venecia. Compré, a un lado de Florian, una guía turística. Ver de cerca, leer, por ejemplo, no me presentaba mayor problema. Después del café, guía en mano, comencé a caminar. Se me escapaban los detalles, se desvanecían los contornos; por todas partes surgían ante mí inmensas manchas multicolores, brillos suntuosos, pátinas perfectas. Veía resplandores de oro viejo donde seguramente había descascaramientos en un muro. Todo estaba inmerso en la neblina como en las misteriosas Vedute de Venezia, coloreadas por Turner. Caminaba entre sombras. Veía y no veía, captaba fragmentos de una realidad mutable; la sensación de estar situado en una franja intermedia entre la luz y las tinieblas se acentuó más y más cuando una fina y trémula llovizna fue creando el claroscuro en el que me movía.
A medida que la niebla me velaba aún más la visión de palacios, plazas y puentes mi felicidad crecía. Caminé tanto que aún hoy me queda la impresión de que aquel día incorporó una inmensa multitud de días. En la marcha, extasiado, repetía una y otra vez una frase de Berenson: "El mayor regalo que nos han dado los venecianos es el color", palabras que recordaba haber leído al inicio de Los pintores venecianos del Renacimiento. Vuelvo hoy al libro a ratificar la cita y encuentro que no sólo le había hecho perder su entonación, sino deformado y contraído, como sin duda pasó con todo lo que descubrí en Venecia en ese encuentro inicial. Berenson escribe: "Their mastery over colour is the first thing that attracts most people to the painters of Venice. Their colouring not only gives direct pleasure to the eye, but acts like music upon the moods, stimulating thought and memory in much the same way as a work by a great composer". La reducción de la cita intentaba aproximarse a su contenido. Sí, el color, ese gris preponderante que percibía, con fondos ocres, rojos de Siena, verdes botella y constantes dorados se convertía no sólo en fuente de placer para mis ojos maltrechos, sino que estimulaba la mente, la imaginación y la memoria de modo extraordinario.
Entré en San Marcos; la inmensidad del espacio me dejó sobrecogido. Durante un buen rato seguí a un grupo a quien un guía de turistas explicaba en francés con morosa pedantería ciertas características del arte bizantino. En aquel fastuoso espacio tuve el único momento de duda de ese día. Me parecía difícil aclararme si aquella grandeza era un signo evidente del esplendor de Bizancio, o un camino hacia la estética de Cecil B. de Mille, ese triunfo de Hollywood. En visitas posteriores más serenas persistió esa sospecha hasta que decidí salomónicamente: en la gloriosa basílica ambas poéticas se traman con notable armonía. Pasé después a una sala situada en un palacio vecino, donde vi una exposición del Bosco. ¡Fue una prueba de fuego! Había que ver los cuadros desde una distancia considerable, lo que para mí significó topar con la oscuridad total. De haber sido entonces menos rudimentarios mis conocimientos sobre arte moderno, hubiese podido comparar algunos de esos cuadros con el famoso Negro sobre negro, de Malevích, o con alguno de los enormes lienzos en negro de Rothko, cuya existencia por supuesto ignoraba.
Partí después hacia la Gallería. Recorrí sus salas colmadas de prodigios: Giorgione, Bellini, Tiziano, Tintoretto, Veronese y Carpaccio: el inmenso legado de formas y color que Venecia ha dejado al mundo. No logro recordar si seguí, como en San Marcos, a un grupo, o si me auxiliaba con la lectura de mi guía detenido ante algunos de los cuadros. Me pierdo después. Sólo sé que caminé al azar durante muchas horas, recorrí innumerables calles y crucé varias veces el gran puente del Rialto, y otros mucho menos majestuosos, hasta algunos ruinosos que cruzan los canales pequeños en barrios sin prestigio. Subí al vaporetto en varias ocasiones y seguí caminando, volví a tomar café en Florian, comí gloriosamente en alguna trattoria encontrada al azar. Me sumía de vez en cuando en la lectura de mi pequeña guía y continuaba andando. Traté de encontrar los edificios de Palladio, esos espacios que Hofmannsthal consideraba más dignos de ser habitados por Dios que por los hombres; no sabía entonces que fuera de dos o tres iglesias el resto de esa obra se sitúa en tierra firme, especialmente en Vicenza. Creí localizar el palacio Mocenigo donde Byron vivió dos años de estruendosas orgías y fecunda creación; el palacio Vendramin que alojó a Wagner, y aquel otro donde Henry James consiguió un apartamento para escribir Los papeles de Aspern, me puse a imaginar cuál fue el de Juliana Bordereau, la centenaria protagonista que custodia esos codiciadísimos papeles, y la casa donde murió Robert Browning, y aquélla donde Alma Mahler asistió a la agonía y muerte de su hija, y la otra donde se suicidó la hija de Schnitzler pocos días después de casarse. El mero nombre de la ciudad enlaza los grandes fastos amorosos con los momentos mortuorios. No por nada uno de los grandes títulos literarios es La muerte en Venecia. Vi palacios por docenas, y también iglesias, claustros, puentes. Vi torres, almenas y balcones. Vi ojivas y columnas, vi caballos de bronce y leones de mármol. Oí hablar italiano y alemán y francés en torno mío, y también el dialecto véneto, salpicado de viejos vocablos españoles, que alguna vez debieron hablar en esas mismas callejuelas mis antepasados. Me detuve frente al teatro de La Fenice, cuyo interior espléndido acababa de ver en una película de Visconti. En el vestíbulo, un gran cartel de Picasso anunciaba una función reciente del Berliner Ensemble: Mutter Courage.
Esa noche, al subir a mi vagón creía conocer Venecia como la palma de mi mano. ¡Qué iluso pobre diablo! La fatiga me vencía; sentí de golpe el esfuerzo brutal realizado durante el día; me dolían los ojos, las sienes, la nuca, todas las articulaciones. Abrí como pude la maleta en busca de un pijama. Lo primero que saqué fue una chaqueta; el tacto me anunció que en uno de sus bolsillos estaban mis lentes. El milagro se había consumado: había cruzado el umbral, el acerado huevo de Leda comenzaba a romperse y en el fondo de las sepulturas se fundían los contrarios. ¿De dónde me venía esa verba esotérica? No terminé de ponerme el pijama. Recordé una frase que está al final de Al faro: "Sí, también yo he tenido mi visión", y me quedé dormido. Volví a repetirla por la mañana, al despertar, cuando ya el tren estaba a punto de llegar a Roma.

Xavier Velasco. Novela: "Diablo guardián". Premio Alfaguara 2003.


"La escritura, una misión personal que no me perdono: Xavier Velasco"



Comunicado Núm. 1154



***El escritor mexicano comparte momentos divertidos que ha vivido dentro de su oficio

***Forma parte de la delegación que representa a nuestro país en la XXII Feria Internacional del Libro de Bogotá

Bogotá, Colombia.- Lograr que la gente sonría con unas simples aventuras y desventuras dentro de la literatura no es una virtud de todos los escritores. Xavier Velasco lo consiguió y de qué manera.

          El narrador, ensayista, cronista, guionista y periodista mexicano logró reunir a jóvenes colombianos en la charla que ofreció dentro de la XXII Feria Internacional del Libro de Bogotá. Los jóvenes pasaron una tarde divertida con Velasco, quien compartió las cosas más simples de su vida, pero determinantes en su profesión.

          Y es que lo mismo habló de las desventajas de haber recibido un reconocimiento tan importante (fue ganador del Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián), de su afición por ser columnista, de su frustración como actor y rockero, su etapa de adolescencia y las mujeres, así como su etapa como publicista. Temas que fueron abordados con gran sentido del humor, dándole al encuentro un toque más informal, de amigos.

          Cuenta que siempre soñó con vivir de la escritura. Sin embargo, cuando decidió escribir la novela que le dio el premio Alfaguara tuvo que pedir prestado para sobrevivir, prometiendo en broma que pagaría su deuda con las regalías del libro: “Decir eso fue como soñar que me encontraría con un maletín lleno de dinero”.

          Las letras han sido su vida. Por eso, la necesidad lo llevó a realizar otra actividad que le generaba ingresos, pero de la cual quisiera olvidarse, expresó bromeando: “Durante dos años trabajé en una agencia de publicidad. Tenía 24 años, en ese tiempo era un estudiante de filosofía arrogante que pensaba que los publicistas eran menos. Descubrí que no sabía nada de ese oficio pero como buena prostituta me adecué al ambiente para que no me corrieran. Aprendí los trucos del diablo”.

          Para Velasco, colaborador del periódico Milenio, la escritura es su fuente de vida, a tal grado que no se imagina vivir sin hacer su columna semanal: “Si no la tengo, siento que me falta una columna vertebral. Como ciudadano común tengo inquietudes que quiero revelar y no precisamente dentro de un género literario, sino en una columna, donde habla el ciudadano común, no el escritor”.

          Al preguntarle sobre su proceso creativo, el escritor dijo: “Necesito estar en el lugar de origen, en la rutina misma. Escuchar los pájaros o cualquier sonido familiar y dejar pasar varias horas para empezar a escribir, con la que cumplo con esa misión personal que no me perdono”.

          Diablo guardián fue la novela que le valió el Premio Alfaguara de Novela. Desde su punto de vista, este tipo de distinciones pueden tener efectos negativos si no se sabe manejar: “Puedes caer en el error de creer que en verdad te merecías el premio cuando no es cierto, ya que pudo influir la suerte, el jurado o el que no compitiera uno mejor que tú. También te das cuenta que aquellos amigos no lo eran o que los que pensabas olvidados siempre te recuerdan”.

          Sin lugar a dudas, uno de las experiencias contadas por el mexicano más disfrutada por los colombianos fue en torno a su vida adolescente y amorosa.

          “Fui muy tímido. Mi gran conflicto es que me gustaban las niñas cuando los niños decían que debíamos odiarlas. También me gustaba Raphael y cantar pero me tenía que callar por vergüenza. De adolescente no tuve éxito con las mujeres, llegando a la conclusión de que debía hacerme amigo de las guapas aunque fuera sólo para tener más amigos”.

          Justamente el tema femenino es un asunto que siempre le ha inquietado. Confiesa. De hecho, en su novela Diablo guardián aparece un personaje muy especial perteneciente a este género.

          Acerca de este interés por las mujeres, Velasco señala: “Siempre me ha resultado apasionante saber qué pasa por la mente de una mujer. En el caso de mi personaje en esta novela sentí la necesidad de rascar en su interior y conocerla internamente. Confieso que me enamoré de mi personaje no obstante que es malvada; suele pasar que uno se enamora de la persona equivocada y ésta siempre es el amor más grande que tienes en toda tu vida”.

          Finalmente, se refirió a su gusto por la actuación y la música (especialmente el rock), confesando que se siente un actor y músico frustrado. Sin embargo, ese gusto por el ritmo le ha servido en su obra, pues asegura que “sus escritos los piensa como música”.

GJB/ Cobertura especial
http://www.conaculta.gob.mx/detalle-nota/?id=1747

(Fragmento de novela: "Diablo guardián").

¿Quién de ellos no era yo?
El Señor esté con vosotros... El sepelio es el fin de la primera persona. Una ocasión pomposa donde unos cuantos ellos despiden a otro yo de su nosotros, a la vez que lo envían a otro ellos, más hondo e insondable. Ellos: los que no están, ni van a estar. Los que, si un día estuvieran, nos harían correr despavoridos. ¿o no es así, despavoridos como dicen que corren los que huyen de los muertos? Lo más fácil, e incluso lo más lógico, sería que enterrásemos a nuestros difuntos en el jardín de la que fue su casa. Pero entonces ya nadie se sentiría en su casa, ni en su mundo, sino sólo en el de ellos.- los temibles difuntos-, a quienes conducimos al panteón para poner entre ellos y nosotros no sólo tierra, sino de preferencia un mundo de por medio. Por más que añoremos a nuestros muertos, no queremos estar ni un instante en su mundo. Ni respirar su aire, ni mirar su paisaje.
Desde la cripta de la familia Macotela, camuflado por el olvido de los vivos, Pig divide el paisaje de tumbas sobre tumbas sobre tumbas en dos: a izquierda y a derecha de la mole blanca: una grandilocuente cripta en condominio a cuyo borde abre las alas una gran paloma, entre chispas doradas que acusan la presencia de la Tercera Persona de la Trinidad. Son cinco pisos, con nueve bóvedas en cada uno: cuarentaicinco departamentos, amparados por el titulo impreso entre el cuarto y el quinto piso:
“Hijos Predilectos del Espíritu Santo”

Ocho criptas vacías: en ninguna cabría entero un muerto, pero sí las cenizas de varios. Cuarentaicinco menos ocho igual a treintaisiete. ¿Cuántas urnas por cripta? Cuatro, tal vez. Cuatro por treintaisiete igual a ciento cuarentaiocho. Eso, claro, si las que están ocupadas tienen ya sus cuatro. Potencialmente, la cripta en condominio podría albergar hasta ciento ochenta inquilinos. Pig calcula: un metro de profundidad por diez de ancho. Diez metros cuadrados. Es decir, a dieciocho difuntos por metro cuadrado. La familia Macotela, en cambio, posee un espacio que Pig estima en cuando menos tres por cuatro: doce metros cuadrados, todos ellos en honor a los cuatro inquilinos que para siempre y a sus anchas reposan en el sótano, cada uno con tres metros cuadrados de terreno a su disposición, en dos cómodas plantas. Por ahí de las cinco de la tarde de un lunes soleado que se mira sombrío a través de los vidrios opacos de la cripta Macotela, Pig concluye que una mujer como Violetta jamás toleraría -ni muerta, ni en cenizas- terminar sus días en ese palomar, soportando además el tácito desdén de los señores Macotela, condenados a contemplar a perpetuidad el paisaje de la miseria encaramada sobre si misma. ¿Quién iba a convencer a Violetta de la predilección de la Tercera Persona del Verbo -quien es pero no es una paloma- por lo que a todas luces era un palomar? ¿Tiene acaso mal gusto el Espíritu Santo?
Pig sofoca una risa nerviosa, inoportuna, estúpida. Podría andar por ahí un enterrador, un aguador, un deudo: nadie quiere escuchar risas idiotas saliendo de las criptas. Con frecuencia se ríe de chistes malos, insulsos, como si todo el acto de reírse fuese una suerte de certificación: Ah, ya entiendo. ¿Qué es lo que Pig entiende, en este caso? Concretamente, que no todos los fans de la Tercera Persona del Verbo tienen acceso a su camerino. Y entonces se le ocurre que Violetta no dudaría en tachar hijos y escribir en su lugar siervos, ni en un rato después volver para tachar siervos y escribir criados. Pero ¿qué no un cristiano de verdad humilde tendría que considerarse criado, antes que siervo?
Cuando los vio venir, Pig llevaba tres horas esperando. Entró poco antes de las dos de la tarde, aprovechando el vuelo bajo de un avión para darle el jalón a la llave de cruz, y así probar el choque eléctrico del miedo tras el estruendo sordo del pestillo al quebrarse. Se habían roto las bisagras, además. En todo caso desde afuera no se notaba. La puerta se abría sola, pero Pig la cerró a fuerza de atorarla con la misma oficiosa herramienta.
Pasada medianoche, había llamado a la casa de la familia. La madre se quejó, pero apenas le mencionó la palabra «procuraduría», su tono se hizo abruptamente dócil, y hasta obsequioso. Le dio todos los datos: el panteón, la sección, la cripta, la hora del sepelio: cinco de la tarde. Suficiente para estar ahí a tiempo, pero no todavía para no ser visto: cosa difícil un lunes por la tarde, cuando las tumbas están casi tan solas como de noche, y las raras visitas son más que notorias. Por eso Pig llegó tres horas antes, y no bien hubo reventado la chapa se tendió sobre los primeros escalones que llevan hacia el sótano, tras los cristales convenientemente oscuros de Chez Macotela: una trinchera tétrica que lo obliga a mirar todo el tiempo hacia arriba y hacia afuera. Desde entonces ha dedicado los minutos a contar las cruces en ambos lados del paisaje, a calcular la cantidad de criptas necesarias para enterrar a todos los habitantes de la ciudad, a imaginar los más probables comentarios de Violetta, y entonces cada vez ha vuelto a los números, como niño perdido a las faldas de su abuela. Cuando uno se ha quedado solo entre los muertos, decidido a fisgar un entierro al que no fue invitado, las matemáticas acuden como legitimas enviadas del Espíritu Santo.
Un entierro sin tierra, ni ataúd, ni gusanos; un encierro, más bien. No quería perderse los detalles, ni podía correr el riesgo de que lo vieran. El único peligro inevitable era que un deudo de los Macotela -muertos hacia treinta, cuarenta años- tuviera la fatal ocurrencia de ir a visitarlos en la tarde del lunes. ¿Se es todavía deudo luego de cuatro décadas del trágico suceso? Con tan escasos momios en su contra, Pig terminó por apreciar el privilegio de los Macotela sobre los Hijos Predilectos del Espíritu Santo. Especialmente luego de verlos venir: dos, cuatro, ocho en total. La familia Rosas, más dos enterradores -o encerradores-, el sacerdote y su ayudante. Un cortejo discreto y breve.- dos calificativos que igual describen a un sepelio que al ánimo de pronto amedrentado de quienes prefirieron asistir sin otras compañías al evento.
No podía escucharlos. Se interponían el cristal y los nueve o diez metros que alejaban al multifamiliar del mausoleo. A cambio, los miraba con una nitidez obscena, y en momentos dudaba si no lo habían visto. El padre iba cargando la urna, la madre un oso de peluche rosa. Atrás, los dos hermanos caminaban con las manos metidas en las bolsas de las chamarras: Miami Dolphins, Dallas Cowboys.
Pig volvía a sentir las ganas de reírse, porque quizás con una carcajada histérica y adolorida lograría vencer los agobios que oprimen a la primera persona del singular cuando lleva tres horas oculta entre los muertos, y acto seguido es invitada a presenciar una escena que seria insoportable si no fuera, antes que eso, patética. Ya Violetta se había cansado de acusarlos: rehenes permanentes de la opinión ajena. Especialmente en ese trance, con sus caras de no soy yo el que está aquí con el dolor vestido a tiempo de pudor, a su vez disfrazado, aunque jamás a tiempo, de una dignidad meramente decorativa. Una dignidad rosa mexicano, con los ojos perpetuamente abiertos y el peluche radiante de los muñecos que jamás llegaron a las manos de un niño. Porque el oso era nuevo, eso seguro. ¿Quién seria, sin embargo, lo suficientemente cínico para indagar en el peluche del muñeco, cuando ya su presencia invita a quitarse el sombrero, persignarse, pensar, expropiar pesadumbre? (Pero Pig está allí sin estar. Mira los movimientos y los gestos de los deudos como quien ve a través de un vidrio empañado: percibiendo figuras y colores inconexos, como sueños espesos y enrarecidos, pero de rato en rato vuelve a enfocar el oso de peluche. Hasta que ve a la madre dar un paso hacia el hueco en la cripta y acomodar allí el osito, recargado en la urna. Luego la ve sacar una caja negra y blanca -¿un casete?- y pasarla lenta, pomposamente al otro lado de la urna.)
Toda la ceremonia duró quince minutos. Si Pig hubiese estado filmando aquella escena, probablemente se habría concentrado en el osito, luego una toma lenta sobre las expresiones de piedra de los deudos, y al final otra vez el osito, justo antes de que lo cubriera para siempre la losa:
Rosa del Alba Rosas Valdivia (1973 - 1998)
«Para siempre»: Pig no estaba dispuesto a permitirlo. Porque Pig ya no piensa más en el osito, ni en la urna, ni en los deudos, como en la sola circunstancia que de un instante a otro le ha jodido el sosiego: ¿Qué hay en ese casete? ¿Las Mañanitas, Las Golondrinas, La Martina, la voz arrepentida de Rosa del Alba Rosas Valdivia? Desde que vio la caja y advirtió que si, es un casete, le ha ido creciendo dentro un temblor que tardó casi nada en llegar a las manos, las rodillas, la quijada. Un miedo intrépido, por fatalista. El miedo de quien sabe que pase lo que pase va a hacer lo que va a hacer: ese osito podrá quedarse para siempre sin un niño que lo abrace por las noches, pero Pig no tolera ni la idea de salir del panteón sin esa cinta. ... y con tu espíritu, alcanza a leer Pig en los labios de los deudos, los mira santiguarse, fisgar hacia los lados y hacia atrás: comprobar con alivio la madre, luego el padre, la ausencia de testigos indeseables (con excepción del yo que, oculto entre ellos, profana en la penumbra su nosotros).
¿Yo? -duda Pig, no bien ha recordado su calidad de fantasma, su papel de testigo, sus ganas incumplidas de llorar a gritos, y entiende que esta historia no admite más primera persona que Violetta. Su Violetta.
















jueves, 1 de mayo de 2014

Manuel Puig. Novela:La traición de Rita Hayworth.


Manuel Puig nació en General Villegas, Provincia de Buenos Aires el 28 de diciembre de 1932. En 1946 se trasladó a Buenos Aires para empezar como pupilo en la escuela secundaria.
En 1950 se inscribió en la Facultad de Arquitectura y en 1951 se pasó a Filosofía y Letras, pero lo que realmente le interesaba era ser cineasta. A los 20 años cumplió con el servicio militar obligatorio y en 1956, se marchó a Roma con una beca para estudiar en el Centro Sperimentale di Cinematografía.
Como no consiguió trabajo se fue a París, pero allí no le fue mejor.
En 1958 llegó a Londres, donde escribió su primer guión. Pasó luego por Estocolmo, donde enseñó español e italiano, trabajó como lavavasos, y escribió sus primeros guiones para películas.
Entre 1961-1962 trabajó como asistente de dirección en diversos filmes en Buenos Aires y Roma. En 1963 se mudó a Nueva York, donde comenzó a escribir su primera novela La traición de Rita Hayworth, terminada en 1965, pero llegó al público recién en 1968.
En 1967 regresó una vez más a Buenos Aires para comenzar a enfrentar sus problemas con la censura. En 1969 aparece su segunda novela: Boquitas pintadas, que llevará a su autor a la fama, se convirtió inmediatamente en `best-seller`, apareció su siguiente título The Buenos Aires Affair en 1973., que fue incluido en la lista de libros prohibidos por el gobierno justicialista, apenas Juan Domingo Perón llegó por tercera vez al poder, recibió amenazas telefónicas que le llevaron a abandonar el país por 8 años.
El largo exilio comenzó en México, pero la altura de la ciudad lo tuvo a mal traer y decidió mudarse a Nueva York, donde había vivido un par de años antes de publicar su primer libro.
En 1975, en México, terminó su cuarta novela, la que lo haría famoso en todo el mundo: El beso de la mujer araña, que por su contenido, no podía ser publicado en el país. Por eso mandó el manuscrito
directamente a sus dos editores europeos más importantes: Gallimard, de Francia, y Feltrinelli, de Italia. Ambos rechazaron la novela: le dijeron que la obra estaba tan mal escrita que si la publicaban se iba a desprestigiar. Por suerte, Pere Gimferrer recomendó el libro a Seix Barral y esta vez la casa española aceptó editarlo. Apareció en 1976 y casi inmediatamente se transformó en un best-seller internacional.
Llegó al cine dirigida por Héctor Babenco y protagonizada por William Hurt (quien ganó el Oscar al mejor actor). Se convirtió en una de las comedias musicales más exitosas y premiadas de Broadway. Además, con música del alemán Hans Werner Henze, se transformó en ópera. Y Puig escribió una versión teatral que ha sido representada en todas partes.
En 1979 publicó Pubis angelical, que luego fue llevada al cine. En 1981 apareció su novela más extraña, la que a Puig menos le gustaba, Maldición eterna a quien lea estas páginas. En 1982 dio a la imprenta uno de sus libros más complejos y sutiles, Sangre de amor correspondido, y la crítica argentina de entonces volvió a manifestar su rechazo. Como el original estaba en portugués -Puig se había mudado a Río de Janeiro a comienzos de los 80 y había entrevistado a un albañil carioca para recopilar sus historias-, algunos críticos llegaron a expulsarlo de la literatura nacional.
También allí escribió Cae la noche tropical, su última novela, aparecida en 1988.
Un año después abandonó Brasil para volver a México, estableciéndose en Cuernavaca, México.Comenzó una novela, que se supone inconclusa. A diferencia de sus libros publicados, a los que Puig le ponía título definitivo recién al terminarlos, esta novela contó con título desde que escribió la primera página: Humedad relativa 95 por ciento.
Se operó por problemas de vesícula, de la operación ya salió mal y murió a los pocos días, casi sin haber recuperado la conciencia.
Sus cenizas fueron traídas a Buenos Aires y descansaron en la casa de Palermo que fue habitada en su regreso por su madre.fUENTE: n.n.
***
INEDITOS > UNA ENTREVISTA A MANUEL PUIG
“Rita Hayworth es la alegría de vivir sin culpa”

En 1973, Felisa Pinto le propuso a Manuel Puig protagonizar el piloto de un programa de entrevistas que tenía como objetivo difundir la obra de diferentes autores por boca de ellos mismos. Coincidiendo con la aparición de The Buenos Aires Affair y el comienzo del rodaje de Boquitas pintadas, Puig aceptó muerto de miedo aparecer en cámara. Lo que sigue son las respuestas que dio a la voz en off que lo entrevistaba. Y como yapa, la aparición de Leopoldo Torre Nilsson.

Manuel Puig, ¿por qué el nombre de su primera novela: La traición de Rita Hayworth?

–Yo voy a las pedir disculpas y voy a leer la respuesta. Porque creo que justamente una de las causas por las que escribo es que no tengo ninguna de facilidad de palabra. Sabiendo que me iba a resultar imposible reducir a unas pocas palabras el significado de la novela, le pedí permiso al director y me traje escrita la respuesta: “Entonces, ¿por qué La traición de Rita Hayworth? La novela cuenta la historia de una familia de clase media que vive en un pueblo de La Pampa en los años ‘40. El paisaje de La Pampa, que en realidad es la ausencia de todo paisaje, resulta una pantalla en blanco donde cada uno proyecta las fantasías que quiere. Ahí un chico que no puede aceptar la realidad por sentirla hostil cambia los términos y toma como realidad a la ficción, ya sea la ficción del cine o la que le dicta su propia imaginación. En esa pantalla suya, la bondad es siempre premiada y la gente buena es hermosa. Hasta que Rita Hayworth en Sangre y arena prueba ser hermosa, la más hermosa tal vez, pero también pérfida. Y ahí comienza el drama, que del sueño pasa a la más cruda realidad”.

Su segundo libro, Boquitas pintadas, ¿por qué ese título?

–Este título está sacado de esa canción de Gardel que dice “Deliciosas criaturas perfumadas, quiero el beso de sus boquitas pintadas”. La acción de esta novela transcurre entre 1935 y el presente, y yo sentía que esos personajes, también de un pueblo en La Pampa, estaban inmersos en una atmósfera gardeliana. Personajes que creían en las letras de los tangos, sin atreverse a vivir como en un tango.

En 1973 aparece su tercera novela: The Buenos Aires Affair. ¿Por qué ese título?

–Esta novela, a diferencia de las dos anteriores que son historias de pueblo chico, se desarrolla en Buenos Aires. Es la historia de un crimen, oculto durante años, que finalmente se descubre y se paga. Ante el criminal se encuentra la protagonista en la misma situación que ha visto presentarse en tantas películas. La novela cuenta todo el dolor de pasar de espectadora a protagonista. Por eso su historia tiene título de película policial hollywoodense. Y cada capítulo está encabezado por una escena de película, una de esas películas admiradas por la protagonista, en las que ya vagamente está prefigurado su destino.

¿Por qué Rita Hayworth está tan presente en su obra?

–Creo que para mí una danza de Rita Hayworth significa, expresa la alegría de tener un cuerpo. Expresa el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo de la sexualidad vivida sin culpa, vivida con toda la alegría que el mundo ha ido olvidando a través de siglos de represión.

La larga historia de un corto

Por Felisa Pinto

Con la presentación del libro Querida Familia:, una compilación de 172 cartas europeas de Manuel Puig a su familia entre los años ‘56 y ‘62, realizada por Graciela Goldchluk para la editorial Entropía, comenzó un ciclo de homenajes en el Centro Cultural Borges, que continuará hasta fin de mes, para conmemorar el decimoquinto aniversario de la muerte del escritor, ocurrida en una clínica de Cuernavaca, cerca de su casa, en la calle Orquídea, su última morada. Mesas redondas con escritores, intelectuales y amigos, coordinadas por Patricio Lóizaga y la proyección de un documental, Puig, 95% de humedad, de Mausi Martínez, y la de los films Boquitas pintadas, Pubis angelical y El beso de la mujer araña completan el programa.

Ya en la Feria del Libro de este año se habían realizado interesantes homenajes diversos y, entre ellos, uno del cual soy autora. Se trata de un corto (cortísimo) filmado en 16 milímetros blanco y negro, en 1973. Está basado en una idea y guión original míos y puesta en pantalla por Armando Sánchez, dirigido por César Paternosto. El corto era en realidad un piloto que imaginamos para televisión y bautizamos Identikit, cuyo primer programa sería una entrevista a Manuel Puig, antes que se fuera del país. Y coincidiendo con el inmenso éxito de su obra y el comienzo de la filmación de Boquitas pintadas, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, en esos días.

Yo había conocido a Manuel tiempo atrás y, coup de foudre mediante y mutuo, inmediatamente después de la primera edición de La traición de Rita Hayworth, publicada por Jorge Alvarez en su editorial y librería de la calle Talcahuano al 400, rincón favorito de los jóvenes intelectuales y de la vanguardia porteña. Sus principales referentes, para mí, en ese grupo eran Piri Lugones y Carlos Peralta, quienes me presentaron a Manuel. Yo era periodista entonces de Primera Plana, revista que blandía en esos días la bandera de la nueva narrativa latinoamericana, venerando a García Márquez, Vargas Llosa, los cubanos Lezama Lima y Vigilio Piñera. Además de Marechal, entre nosotros. Ese fervor fue extensivo a Puig, años después, cuando descubrieron que les parecía audaz y nueva su escritura “de folletín”, absolutamente inédita. Para ese entonces, mi amistad y complicidad intelectual con Manuel había alcanzado picos de euforia creativa, así habláramos de literatura, cine, ópera o moda. Los tiempos dedicados a gozar de todos sus puntos de vista eran propicios para mí. Fue entonces que, en esa atmósfera y contexto, tuve la audacia de inventar un programa de media hora, que fuera “culto o de culto” en blanco y negro, para que algún canal comprara la idea de transmitir algo que difundiera la cultura a través de las obras de un autor y sus conceptos emitidos por él mismo, como protagonista y actor, sin mostrar al reportero o periodista y contestando en profundidad preguntas sobre su hacer. Algo que Manuel aprobó con entusiasmo no bien vio mis guiones borroneados en lápiz sobre bloc cuadriculado. Lo que más aplaudió, sin embargo, fue la idea de llamar al ídolo del radioteatro Oscar Casco, para que con su tono de galán de folletín de antes hiciera la voz en off. En cuanto a Manuel, su participación en vivo y en directo para la filmación ofreció una resistencia tenaz hasta que lo convencí, luchando con su timidez empedernida. “No soy amigo de las cámaras y no doy bien con las luces.” O: “Mi voz es horrible”. O: “En todo caso lo haré si leo el texto en cámara”, decía. Hasta que Identikit finalmente se hizo, justo antes de que Babsy Torre Nilsson empezara el rodaje de Boquitas pintadas, como él mismo lo cuenta en el corto, explicando su alegría de filmar un guión conjunto con Manuel, “un hombre de cine”. Sin mencionar que el propio Puig le había agregado una mínima parte que no existe en el libro original. Era una escena corta destinada a favorecer la aparición de Mecha Ortiz, su actriz argentina favorita, haciendo de adivina que lee en la bola de cristal la muerte segura al protagonista Juan Carlos, metido en la piel de Alfredo Alcón. Identikit reúne, además de las entrevistas a Puig y a Torre Nilsson, flashes de escenas de Rita Hayworth en las películas Gilda y Sangre y arena, en tomas que hacían delirar a Manuel y que imitaba a la perfección para todos sus amigos en momentos de euforia. Recortes y tapas de sus libros se entremezclan a sus respuestas en esta suerte de piloto que fue pensado para televisión y, a pesar de corretearlo por los tres únicos canales de aquella época, nunca se estrenó. Solamente lo pasaron una vez, el 22 de julio de 1990, día de la muerte del escritor, por Canal 7, en un programa de Carlos Morelli.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-2383-2005-07-20.html

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