miércoles, 6 de noviembre de 2013

Sábato:INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA

 
 
INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA
EXISTENCIALISTA EN LA OBRA DE ERNESTO SÁBATO
ÓSCAR BARRERO PÉREZ


Universidad Autónoma de Madrid


RESUMEN


La literatura de Ernesto Sábato parte de una cosmovisión existencialista que

incorpora como elemento fundamental la reflexión sobre la soledad y la incomunicación



del hombre. Entre su primera novela, El túnel, y la última, Abaddón el exterminador, se




advierte una evolución en el tratamiento del tema, evolución que ya es posible detectar en



libros intermedios como Sobre héroes y tumbas. El nihilismo característico de la

posguerra mundial (El túnel, 1948) dio paso a esa "metafísica de la esperanza" concretada

en 1961 (Sobre héroes y tumbas) e intelectualizada en 1974 (Abaddón el exterminador).




El marco de inquietudes en el que se mueven los personajes de Sábato es en el fondo

idéntico, pero el análisis de ese cuarto de siglo de historia individual (la de un creador que

concibe la novela como forma de indagación metafísica profunda) y también colectiva (la

de una sociedad cuyas preocupaciones experimentan unos cambios a los que el escritor no

puede permanecer ajeno), desvela a los ojos del lector la modificación del planteamiento



de Sábato por lo que se refiere a la soledad y la incomunicación: no hay salida en El túnel,

se habla de esperanza en Sobre héroes y, finalmente, se acepta al otro en Abaddón, casi




seguro punto final de un ciclo novelístico tan desasosegador como lúcido.


PALABRAS CLAVE


Ernesto Sábato. Literatura hispanoamericana. Novela. Existencialismo. Soledad.

Incomunicación.


ABSTRACT


Ernesto Sábato 's literature is born from an existentialist perspective that incorporáis

as basic element the reflection about the man's solitude and incommunication. An



evolution in the treatment of the subject is perceptible between his first novel, El túnel,

and the last, Abaddón el exterminador, including intermediate books as Sobre héroes y

tumbas. The nihilism of the postwar (El túnel, 1948) preceded to that "metafísica de la

esperanza" concreted in 1961 (Sobre héroes y tumbas), and intellectualized in 1974

(Abaddón el exterminador). The frame of preoccupations in Sábato's personages is




identic, but the analysis of those twenty five years of individual history and, too,

collective, shows the change in the writer's conception about the solitude and the

incommunication.


KEY WORDS


Ernesto Sábato. Spanish American Literature. Narrative. Existentialism. Loneliness.

Solitude. Incommunication.


CAUCE 14-15 (1992) 275-296 275



ÓSCAR BARRERO PÉREZ



Todos los hombres, en algún momento de su vida, se

sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir

es separarnos del que fuimos para internarnos en el que

vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el

fondo último de la condición humana (Octavio Paz, El

laberinto de la soledad).



I


Han pasado ya más de tres lustros desde la fecha en que Abaddón el

exterminador puso punto final a la aventura narrativa de Ernesto Sábato, uno de



los escritores de nuestro siglo en los que se ejemplifica con mayor rigor la

cualidad que la literatura puede adquirir como medio transmisor de las

inquietudes existenciales y las angustias psicológicas de todo hombre dispuesto a


reflexionar sobre su responsabilidad de existente en el mundo.

Cuando llegó al lector su primera novela, El túnel, la recepción quedó



condicionada por la proximidad cronológica de una guerra mundial convertida en

caldo de cultivo idóneo para la proliferación de un pensamiento existencialista

basado en la idea del absurdo y la nada de una vida condenada a la frustración

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RÉSUMÉ

La littérature de Ernesto Sàbato part d'une vision existentialiste qui incorpore

comme élément fondamental la réflexion sur la solitude et l'incommunication de

l'homme. Entre son premiere et son dernier roman, on remarque une évolution dans le

traitement du thème qui est déjà présent dans ses livres intermédiaires. Le nihilisme



caractéristique de l'après-guerre mondiale (El túnel, 1948) fit place à cette métaphysique

de l'espoir concrétée en 1961 (Sobre héroes y tumbas) et intellectualisée en 1974

(Abaddón el exterminador). Le cadre des inquiétudes dans lequel se meuvent les




personnages de Sàbato est, dans le fonde, identique, mais l'analyse de ce quart de siècle

d'histoire individuelle (celle du créateur qui conçoit le roman sous la forme d'une

recherche métaphysique profonde), et aussi collective (celle d'une société dont les

préoccupations subissent des changements auxquels l'écrivaint ne peut rester indifférent),

révèle, aux du lecteur, le changement de la conception de Sàbato, en ce qui concerne la



solitude et l'incommunication. Il n'y a pas d'issue dans El túnel, on parle de l'espoir dans

Sobre héroes y tumbas, et finalement on accepte autrui dans Abaddón el exterminador,




point final presque sûr d'un cycle de romans aussi inquiétant que lucide.

MOTS CLÉ

Ernesto Sàbato. Littérature hispanoamericaine. Roman. Existentialisme. Solitude.

Incomunication.



INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA



1. James R. Predmore ha sido el más encendido defensor de la falta de representatividad



genérica de los personajes de Sábato. No solo considera que "El túnel ofrece poco interés desde el




punto de vista filosófico o universal, y [que] Juan Pablo de ningún modo puede verse como ejemplo

representativo del hombre contemporáneo", sino que afirma que "Sábato parte de un visión anormal,

solitaria y neurótica para luego intentar proyectar una visión del mundo exactamente igual. No es

fácil que realice una profunda exploración de los misterios humanos un autor que de antemano

iguala las conclusiones a las premisas. Y sus personajes no pueden verse como representantes de la

condición humana ni como servidores de una causa superior -moral, intelectual o social-, porque sin

excepción adolecen todos de trastornos emocionales o psicológicos" (1981, pp. 32 y 147,



respectivamente). El libro de Predmore está escrito desde la discrepancia puntual. El Anti-Sábato de




Juan Isidro Jimenes Grullón, desde el repudio global emanado del pensamiento marxista, hasta el

punto de sostener que "mientras es casi seguro que la figura de Gorki crecerá en el transcurso del

tiempo, la de Sábato perderá toda vigencia tan pronto la crisis espiritual de la burguesía y las

contradicciones del capitalismo lleven a esta clase a su extinción" (1982, pp. 64-65).


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del sinsentido. El lector de 1948 era partícipe, sin duda, de ese nihilismo absoluto


que obtura la salida de El túnel.



En 1961, en los albores de una década de connotaciones más colectivas

(tiempos de grandes movimientos de masas juveniles) que individuales (esos

otros tiempos del existencialismo de posguerra en que el hombre aislado parecía


nacido al margen del entorno en que se insertaba físicamente), Sobre héroes y

tumbas podía percibirse como una aparición anómala. En 1974, Abaddón llevaría



a su cénit un solipsismo temático reforzado con la presencia de Sábato-personaje.

Tras ella, todo lo que el escritor argentino se había creído obligado a decir sobre

la condición humana parece haber quedado escrito.

¿Qué es lo que diferencia estas tres novelas entre sí? ¿En qué ha cambiado


el Sábato de 1974 con respecto al de 1948? La soledad del Castel de El túnel no

es la misma que padece Martín en Sobre héroes, y menos aún se asemeja a la que

entrevemos que siente el hombre Ernesto Sábato cuando escribe Abaddón. Algo



ha ido transformándose en la visión que del hombre y su soledad (el tema básico

en la narrativa de Sábato) se ofrece en estas tres novelas, integrantes de una de


las producciones literarias sin duda más homogéneas del siglo XX, corpus que es



a la vez uno de los más lúcidos que se ofrecen a la consideración de cualquier

lector inquieto. Partamos de la desesperada incomunicación de Castel,

recorramos el tortuoso camino existencial por el que se adentra Martín y

accedamos así al hombre Sábato, consciente en 1974 de la soledad del hombre,

esa soledad que es "el fondo último de la condición humana".

La interpretación de los personajes de Sábato puede abordarse siguiendo

dos vías distintas y a la vez coincidentes en su tramo último: la existencial y la

psicológica. Para quien opte por la primera, aquellos representan toda una

concepción de la especie humana, concepción enraizada en la angustia que se

deriva de una situación de extrañamiento en el mundo. Para quien elija la


segunda, las criaturas del autor argentino son tipos patológicos, anormales y, en



consecuencia, no representativos de otra categoría que no sea la de su propio yo

enfermizo '. La contratesis de este segundo planteamiento se sostiene por sí sola:


ÓSCAR BARRERO PÉREZ


un vistazo a la historia de la literatura, especialmente la de nuestro siglo,


evidencia que la representación de lo que se ha convenido en llamar condición

humana casi siempre ha corrido a cargo de personajes psicológicamente

complejos, situados en todo caso al margen de la normalidad social



(Dostoievsky, Kafka, Beckett, la literatura del absurdo, el propio existencialismo

del que Sábato se alimenta).

Aún hoy se siguen contemplando los dos caminos del mismo modo en que

Juan Pablo imaginaba su vida y la de María: como dos túneles incomunicados


que no pueden encontrar un punto de acercamiento 2 . Y ello no porque en este

caso haya "un solo túnel, oscuro y solitario" (El túnel, p. 160), sino porque los



supuestos dos túneles siguen direcciones interpretativas paralelas.

Ya está, pues, avanzada la cuestión básica, aquella por la que se interroga

L i l ia Boscán de Lombardi (1978, p. 28):

¿Quiere hacemos creer Sábato en la posibilidad de un fenómeno insólito que se

sale de los patrones de la lógica y cae en una esfera de lo desconocido cuyas leyes

y mecanismos desconocemos? ¿O quiere, por el contrario, unlversalizar el drama

de la soledad y la incomunicación del hombre del siglo XX?


La observación anterior atañe únicamente a El túnel, pero por ser el de la



soledad un tema constante en la obra de su autor, vale partir de ella para

desarrollar las apreciaciones que siguen. La divergencia de opiniones sobre la

representatividad universal atribuida a Castel (guía de los personajes posteriores

de Sábato, en tanto en cuanto fue el primero, y también el que personificó unas

obsesiones que nunca abandonaron a su creador) proporciona una idea precisa de

la variedad de interpretaciones que el tema de la soledad y la incomunicación ha

suscitado entre sus lectores y críticos. Si, por ejemplo, James R. Predmore niega


tal representatividad y L. Boscán concluye, aludiendo a El túnel, que "Sábato ha



unlversalizado a través de esta novela el drama de la soledad y de la

incomunicación del hombre del siglo X X " (1978, p. 30), Angela B. Dellepiane

opta por la vía intermedia al indicar que "una de las mayores objeciones que


pudieran hacérsele al protagonista de El túnel es su condición de personaje de



clínica psiquiátrica, lo que limita su ejemplaridad humana" (1968, pp. 256-257).

No es posible (ni conveniente) prescindir del dato objetivo que en definitiva

es la peculiaridad psicológica de un autor que no ha dejado de recordar sus

pesadillas nocturnas, su carácter introvertido, su búsqueda en la Física y las

Matemáticas de ese orden que no encontraba en la vida. Esta empujó a Sábato a

encerrarse en una soledad que cercó ya su infancia y que mantuvo su

omnipresencia en todas las páginas de su madurez de creador:



2. El título del artículo de F. Petersen (1967), "Sábato's El túnel: More Freud than Sartre",




ilustra con precisión esta postura crítica.


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INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIAUSTA



3. En Carlos Catania, ed.: 1989, p. 144. Consecuencia lógica: "La visión del mundo de Sábato



lo condena a la soledad" (C. Catania: 1987, p. 25). El penúltimo acercamiento a algunas de las




implicaciones autobiográficas de la obra de un escritor, Sábato, volcado en su escritura, es el de

Gemma Roberts (1986).


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Los momentos de depresión en mí ocupan la mayor parte de mi existencia,

momentos en que todo me parece horrible; la sociedad en que vivimos, espantosa,

y en que se me ocurre que es casi imposible comunicarse con los otros, como si

habláramos lenguas distintas o como si estuviéramos gritando desde islotes


diferentes y tratando de ayudarnos con gestos 3.



Pero las novelas de quien esto ha dicho no son el ejercicio solipsista de un

hombre atormentado que se descarga de un trauma propio. O, al menos, no son

únicamente eso, porque el compromiso de Sábato con el hombre llega más allá

de lo personal. Y ello no solo en un plano social, e incluso político, en el que

aquí no me es dado profundizar, sino sobre todo en el aspecto metafísico. La

integración de lo social y lo existencial es posible en el pensamiento del escritor

argentino:


Aunque la soledad del hombre es perenne, no sociológica sino metafísica,

únicamente una sociedad como esta podía revelarla en toda su magnitud. Así

como ciertos monstruos solo pueden ser entrevistos en las tinieblas nocturnas, la

soledad de la criatura humana se tenía que revelar en toda su aterradora figura en



este crepúsculo de la civilización maquinista (Hombres y engranajes.


Heterodoxia, p. 18).



En último término, si alguna duda perdurase sobre el alcance existencial de

la soledad de los personajes de Sábato, bastaría recurrir a lo que él mismo


declaró como su objetivo en el momento de concebir El túnel: "Mi idea inicial



era escribir un cuento, el relato de un pintor que se volvía loco al no poder


comunicarse con nadie" (Hombres y engranajes, ibíd.).



Existe, por consiguiente, un tronco temático, la soledad, a partir del cual se

ramifican otros argumentos del autor. Es por esto por lo que el análisis de la

soledad y la incomunicación en la literatura de Sábato se configura como punto

de partida insoslayable en el acercamiento a ella, porque una y otra son las

semillas de toda una cosmovisión:


El camino que sigue Sábato es el de empezar con el resultado para terminar con la

raíz del fenómeno. De esta manera se llega por la soledad y la falta de

comunicación del protagonista al centro que justifica y sostiene su narrativa: la

Nada de la civilización actual (Mariana D. Pétrea: 1986, p. 106).


La gradación que el tema de la soledad manifiesta en el curso de tan breve

como intensa producción narrativa, proporciona la clave básica (que,


ÓSCAR BARRERO PÉREZ


ciertamente, no es la única) de una evolución sin ruptura que se identifica con la

de toda existencia humana, pero quizá también con los cambios de una sociedad

cuyas preocupaciones no son en los años setenta idénticas a las que


caracterizaban los tiempos de la posguerra mundial. La diacronía de la soledad

que parte de El túnel y que llega hasta nuestros días es digna de un análisis



particular, en el que comenzamos ya a adentrarnos.

I I

La muerte se asocia en Sábato con el concepto de soledad última del

hombre. Bruno la define como "el solitario instante en que se abandona esta


tierra confusa: solos" (Abaddón, p. 25). Tras ella los personajes del escritor



argentino cerrarán la circunferencia en torno a la soledad. Rara vez se plantean


directamente el que debe considerarse como el problema definitivo en la vida del



hombre: la existencia de Dios. Podría deducirse que se da por supuesta (o por

temida) su inexistencia en el mundo caótico y hasta monstruoso que tan distante

y extraño parece a esos personajes forzados a vivir en él. Pero cabe la posibilidad


de que la lectura profunda de Abaddón a que alude el pensador católico Esteban



Polakovic (1985, p. 230) condujera a una conclusión distinta:


Yo diría que Abaddón el exterminador es una derrota victoriosa: derrota porque



queda en suspenso la gran pregunta de la vida; victoriosa porque representa una

prueba [...] de que existe "Algo con mayúscula"; [...] en realidad, en muy pocos

libros está tan presente Dios como en las obras de Sábato.


Dios está completamente ausente en la novela de la desesperanza (y la


desesperación) absoluta: El túnel. En las otras dos, tenuemente impregnadas de



un barniz esperanzador, Dios (o, para ser precisos, la apelación a El), se inserta

en las respectivas secciones finales. El hecho tiene menor relevancia en


Abaddón, considerando el voluntario caos organizativo del libro 4 , pero es

significativo en Sobre héroes, porque aquí la llamada al Creador se incluye en la



cuarta parte de la obra, aquella que el propio Sábato ha considerado como

propuesta de su "absurda metafísica de la esperanza". En el tramo final de la

novela, precisamente titulado "Un Dios desconocido", la invocación de Martín

está cargada de un dramatismo no exento de resentimiento:


Si el universo tenía alguna razón de ser, si la vida humana tenía algún sentido, si

Dios existía, en fin, que se presentase allí, en su propio cuarto, en aquel sucio

cuarto de hospedaje. ¿Por qué no? ¿Por qué hasta había de negarse a ese desafío?

Si existía, El era el fuerte, el poderoso. Y los fuertes, los poderosos pueden

permitirse el lujo de alguna condescendencia. ¿Por qué no? (p. 538).


4. Cf., sin embargo, Trinidad Barrera López (1982).


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INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA



La localización en ese punto del texto que se supone destinado a dejar

entrever un atisbo de esperanza no implica necesariamente que sea Dios el

elemento que la representa: la religiosa es una opción entre otras (Hortensia Paz,

por ejemplo). La aparición de Dios como referente es en último término desolado

testimonio de su ausencia, al menos en la concepción del personaje que lo invoca

desde las profundidades de su soledad. La misma soledad, en definitiva, que el


Marcelo de Abaddón revela cuando este pensamiento se superpone (mayúsculas



en el original) a otros antes de preguntarse "dónde estaba Dios": "DIOS MÍO,

POR QUÉ ME HAS ABANDONADO!" (p. 437).

Especialmente grata a Sábato resulta la imagen de un universo infinito cuya

inmensidad aplasta la insignificancia del hombre, imagen de clara resonancia

existencialista que emerge en distintos momentos de su obra, como trasunto que

es de un ser humano inerme frente a fuerzas fuera de su control. Martín, por

ejemplo, se siente "un chico bajo una cúpula inmensa, en medio de la cúpula, en

medio de un silencio aterrador, solo en aquel inmenso universo gigantesco"


(Sobre héroes, p. 83). También Castel recurre a una idea prácticamente idéntica:



En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años,

nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos,

hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a


empezar la comedia inútil (El túnel, p. 87).



Adviértase el cambio de tono perceptible, sobre la base de una misma


imagen, entre El túnel y Sobre héroes. Lo que en la primera es alusión a



concreciones desgarradoras (dolor, lucha, enfermedad, gritos, muerte), en la

segunda es referencia a realidades igualmente dramáticas, pero de carácter más

metafísico (silencio, soledad, el gigantismo del universo).

No es solo en su narrativa donde Sábato recoge esta imagen existencial. Su


primer libro de ensayos se titulaba Uno y el Universo, título tan premonitorio



sobre su ficción como revelador de una inquietud que terminaría siendo obsesiva.


En El escritor y sus fantasmas enlazaba esa imagen con la soledad existencial



que se corresponde con ella en el drama de la vida:


Hundidos en el precario rincón del universo que nos ha tocado en suerte,

intentamos comunicamos con otros fragmentos semejantes, pues la soledad de los

espacios ilimitados nos aterra. A través de abismos insondables, tendemos

temblorosamente los puentes, nos transmitimos palabras sueltas y gritos

significativos, gestos de esperanza o de desesperación. Y alguien como yo, un

alma que siente y piensa y sufre como yo, alguien que también está pugnando por

comunicarse, tratando de entender mis mensajes cifrados, también se arriesga a

través de frágiles puentes o en tambaleantes embarcaciones a través del océano

tumultuoso y oscuro (p. 15; la versión definitiva del libro ofrece variantes y

supresiones como la de este texto, razón por la que opto por citar la de 1963).


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ÓSCAR BARRERO PÉREZ


El túnel es la expresión más radical del distanciamiento entre el yo y el



mundo que lo rodea, que lo cerca. Juan Pablo no solo lo siente ajeno a su propia

existencia, sino que lo percibe como una amenaza a su integridad:

A veces me encontraba perdido en la oscuridad o tenía la impresión de enemigos

escondidos que podían asaltarme por detrás o de gentes que cuchicheaban y se


burlaban de mí, de mi ingenuidad. ¿Quiénes eran esas gentes y qué querían? (El
túnel, p. 100).




El mundo y los hombres que lo pueblan son, para los hiperestésicos

personajes de Sábato, amenazantes, agresivos, hostiles, y además incognoscibles.

De esta imposibilidad de comunicación con ellos se deriva la profunda soledad

de unas criaturas encerradas en un aislamiento insalvable. Es oportuno dejar

constancia en este punto del casi perfecto paralelismo de las imágenes empleadas

por el autor en dos de sus novelas. Lo realmente importante del muy comentado

(sobre todo desde el punto de vista psicoanalítico) sueño de Castel, en el que este

se convierte en un pájaro de tamaño humano, no es la transformación en sí

(¿reminiscencia de Kafka?), sino la pregunta que obliga a formularse a partir de

ella: ¿qué es lo que verdaderamente angustia al personaje convertido en pájaro?


No el hecho de la metamorfosis, sino el que "nadie, nunca, sabría que yo había

sido transformado en pájaro" (El túnel, p. 122), el que nadie, nunca (y la cursiva



realzadora es del propio Sábato), sería capaz de comprender su nueva condición

de ser diferente de los demás. La comunicación entre el protagonista del sueño y

sus congéneres no es posible, y su aislamiento (que no la metamorfosis en sí

misma) es el origen de su angustia.


Pues bien: este sueño tiene su casi exacto correlato en Abaddón, aunque el



pájaro haya sido sustituido por un payaso y la circunstancia onírica por una

situación a medio camino de la desfiguración grotesca de la realidad y la ficción

más alucinante. En una reunión S. (de nuevo se impone el recuerdo de Kafka y

su personaje desprovisto de apellido) se percata de una transformación de la que

únicamente él es consciente. Es un párrafo construido mediante la superposición

de retazos temáticos, como la desvinculación del yo con respecto al mundo y la

imagen del barco que se aleja (símbolo de la soledad):

Conversaban con él, en ningún momento experimentaban la menor extrañeza,

ignorando que el que hablaba con ellos no era S., sino una especie de sustituto,

una suerte de payaso usurpador. Mientras el otro, el auténtico, se iba paulatina y

pavorosamente aislando. Y que, aunque moría de miedo, como alguien que ve

alejarse el último barco que podría rescatarlo, es incapaz de hacer la menor señal


de desesperación, de dar una idea de su creciente lejanía y soledad (Abaddón, pp.



93-94).

Las imágenes de la soledad utilizadas por Sábato en sus tres novelas son

similares, aunque adornadas de unos matices que dan fe de la evolución


registrada en el pensamiento del escritor argentino. En El túnel, la isla y el barco:



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INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA



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¡Dios mío, no tengo fuerzas para decir qué sensación de infinita soledad vació mi

alma! Sentí como si el último barco que podía rescatarme de mi isla desierta


pasara a lo lejos sin advertir mis señales de desamparo (El túnel, p. 162).



Por supuesto que la imagen del cuadro que permite el contacto entre Juan

Pablo y María es el punto de referencia central en el análisis del tema aquí

desarrollado. Beverly J. Gibbs propone esta interpretación del motivo:


The essence of the painting is the loneliness and despair of its creator, but

significantly the scene expressing these sentiments is separated from the figures in

the foreground of the painting and from the viewer observing the entire work by a

window. The suggestion is that for communication to be a possibility, someone

must penetrate a barrier, with no guarantee even then that the observer will

understand and share, and thereby alleviate, the sufferer's loneliness (1965, p.

435).


En otros momentos Sábato parodia las supuestas propiedades comunicativas

del lenguaje. Especialmente significativa a este respecto es la conversación de

Castel con la empleada de la oficina de correos: la comunicación oral ha

demostrado su invalidez como medio transmisor de datos de la sensibilidad, y

ese es el momento en que la palabra escrita (el reglamento) impide la realización

de un deseo profundo.


La concreción que suponía en El túnel la recurrencia a imágenes como la de

la isla se torna en Sobre héroes en vasta región inaccesible, en territorio



misterioso e inabarcable para quien intente adentrarse en él. Es un paso más en la


evolución de Sábato desde el grito de la soledad (El túnel) hasta la reflexión

interiorizada (Abaddón):



Estaba como inmovilizado por una especie de temor a atravesar aquellas regiones

de la realidad en que parecía habitar el abuelo, el loco y hasta la propia Alejandra.

Territorio misterioso e insano, disparatado y tenue como los sueños, tan

sobrecogedor como los sueños (p. 100).


"Cuántos horrores como el de ellos habría en ese mismo momento, cuántas

desconocidas soledades en esa ciudad execrable?", se pregunta Nacho en


Abaddón (p. 408). Esta reflexión sobre el ser patrio (Argentina) y local (Buenos



Aires) prolonga una línea constante de inquietud en Sábato. Argentina, donde

suenan apagadamente los metafísicos acordes del tango, es tierra de soledad para

nuestro autor:


Aquí somos más transitorios y mortales, porque nos inventamos sobre aquella

metáfora de la Nada que era el desierto, y porque a esa soledad se superpuso luego


la terrible soledad de nuestras megalopolis (Apologías y rechazos, p. 144).



ÓSCAR BARRERO PÉREZ


Buenos Aires es para Sábato una "ciudad ajena y monstruosa" (Sobre

héroes, p. 503) en la que se desenvuelven las existencias de millones de seres



aislados en sus respectivas soledades, incomunicadas entre sí. Martín es uno de

esos seres:


Ahí estaba ahora aquel pequeño desamparado, uno de los tantos en aquella ciudad

de desamparados. Porque Buenos Aires era una ciudad en que pululaban, como


por otra parte sucedía en todas las gigantescas y espantosas babilonias (Sobre

héroes, p. 32).

Todos los personajes de Sobre héroes padecen la soledad de la gran urbe,



pero es Buenos Aires, refugio de nacionalidades varias, la ciudad que puede


representar de mejor manera esa soledad territorial que padece el emigrante



desgajado de las raíces patrias sobre las que reflexiona Bruno:


La soledad era mayor en el extranjero, porque la patria era también como el hogar,

como el fuego y la infancia, como el refugio materno; y estar en el extranjero era

tan triste como habitar en un hotel anónimo e indiferente; sin recuerdos, sin

árboles familiares, sin infancia, sin fantasmas; porque la patria era la infancia y

por eso quizá era mejor llamarla matria, algo que ampara y calienta en los

momentos de soledad y frío (p. 273).


Es precisamente Bruno quien mejor caracteriza al ser humano perdido en la

inútil búsqueda de un inencontrable asidero. Sábato lo eleva al rango de

exponente de la condición humana, como hombre resignado a su impenitente

soledad de habitante del orbe. Para Harley Dean Oberhelman "Bruno's isolated

Tartar is no different from the solitary Juan Pablo Castel who wanders over the

streets of Buenos Aires seeking one person with whom he may communicate"

(1970, p. 89). Pero es más acertado considerar las dos soledades como

expresiones distintas de dos etapas existenciales también diferentes que culminan

con la intelectualización a que el sentimiento es sometido en el punto final del

proceso, es decir, en la última novela del escritor argentino.

I II

El análisis de las relaciones establecidas en las novelas de Sábato entre sus

distintos personajes desvela con más claridad que ningún otro dato la visión

existencialista sostenida por el autor. La más absoluta y patética de las soledades

es la consecuencia de una indagación tan profunda como pesimista en el terreno


de la comunicación entre los seres humanos5.



5. "En Sábato^ a pesar de las múltiples relaciones que se observan entre sus personajes, los

intentos de comunicación con el otro pueden reducirse a dos tipos: la frustrada y la fructífera, la que

concluye en soledad o la que instaura la comunicación, aunque sea de forma pasajera" (Sixto

Mardoqueo Reyes: 1985, pp. 50-51). Hago notar el fuerte carácter restrictivo de la última palabra de

la cita y, por supuesto, no dejo de puntualizar el peso considerablemente superior de aquellas

relaciones abocadas en la literatura de Sábato al fracaso más absoluto.


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INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EX1STENCIALISTA



Aunque para Thomas C. Meehan "es evidente que la soledad de Castel es

impuesta por él mismo, ya que se debe a su negativa exclusiva de ver la realidad"

(1972, pp. 115-116), lo cierto es que la incomunicación del pintor tiene raíces

metafísicas mucho más profundas. Tan profundas como para sostener, con

Alberto Madrid Letelier, que "Juan Pablo no solo aspira a romper su soledad,

sino que aspira al absoluto, que es lograr una comunicación profunda" (1983, p.

234). Juan Pablo nunca podría salir de su túnel, porque el punto de partida es la

soledad, por existencial irremediable, propia de la condición humana y no de una

peculiaridad psicológica susceptible de experimentar algún tipo de corrección.

Los intentos de Castel por anudar los lazos de una hipotética comunicación son

anteriores al encuentro con María: él mismo explica que otras mujeres atrajeron

su atención antes que ella. Existe, pues, un deseo de comunicación; lo que no

existe, ni puede existir, es la posibilidad de establecerla.

¿Es la de María una soledad equiparable a la de Castel? En sus

manifestaciones externas, no. En su esencia existencial, sí. Juan Pablo vive su

incomunicación con un patetismo propio de un temperamento exaltado, propenso

al extremismo emocional, mientras que la angustia de María tiene un carácter

más introvertido, lindante con el fatalismo. En cualquier caso, el hecho de que

todo lo que sucede lo conozcamos gracias al punto de vista de Castel dificulta

una interpretación cabal de esta psicología femenina. Por tratarse de una

narración de Castel, lo máximo que llegaremos a saber de la enigmática mujer es


que "también ella parecía estar sola" (El túnel, p. 138). Es decir, así se lo parece



al pintor. Pese a las diferencias de comportamiento externo, las dos soledades, la

de Juan Pablo y la de María, responden a idéntica carencia: la falta de

comunicación real. Una y otra se aproximarán en un momento dado. Para ser

más precisos, será la del pintor la que se acerque a la de María, porque

inicialmente esta se repliega sobre sí misma y nunca, en el fondo, se mostrará

abierta al contacto.

El dramatismo de la frustrada relación viene acentuado por el hecho de

basarse más en la necesidad que en el deseo. De ahí la naturaleza desesperada de


esta búsqueda del otro que parece negarse sistemáticamente: cuando Castel se



dirige a María no le expresa su amor, sino la necesidad que siente de vincularse


al otro: "-Prométame que no se irá nunca más. La necesito, la necesito mucho"

(El túnel, p. 83).



Acierta, pues, Marcelo Coddou cuando recuerda que lo que Castel busca es

"la persona que adopte ante la existencia una postura análoga a la suya, lo cual le

significaría seguridad ante el caos, posible entendimiento y superación de la

soledad básica" (1972, pp. 65-66). Pero, en cualquier caso: ¿es o no posible la

comunicación entre Juan Pablo y María? B. J. Gibbs habla de "the

incompatibility of their personalities", resaltando que "by making Castel a

creative artist, a painter, Sábato implies that he is unique, superior, isolated"

(1965, pp. 433 y 430). También Oberhelman juzga que "the fact that Castel is a

painter of some importance while María is an unknown figure further increases

285


ÓSCAR BARRERO PÉREZ

6. "Un novelista como Sábato escribe en realidad un solo libro, aunque haya publicado varios.

Una única obsesión lo acosa en el fondo a través de toda su creación, representada en sus términos

más amplios por la persistente melancolía de lo absoluto" (C. Catania: 1973, p. 137).


286

the abyss between them" (1970, p. 50). Para Coddou, sin embargo, no hay

esencial diversidad entre ambos: "por el contrario, la analogía es tan profunda

que llega a la identidad" (1972, p. 74).

El que Castel sea un pintor más o menos conocido no supone en realidad

traba alguna para las relaciones con María. Antes bien, uno y otra poseen una

sensibilidad artística común. Si alguna relevancia tiene el dato apuntado por

Gibbs, no es en el marco de la relación bilateral entre Castel y María, sino en el

más amplio ámbito de la integración de aquel en el mundo que lo rodea.

Individualmente considerados, uno y otra son muy distintos del universo humano

exterior a sus respectivos yos, de tal forma que la semejanza entre sus

personalidades es mayor que la que podría determinarse entre cualquiera de ellas

y las de otros seres humanos.

En definitiva, si no termina habiendo comunicación real entre los dos

personajes es porque se parte del axioma existencialista de que el hombre está


encerrado en su radical soledad y todo acercamiento al otro es inútil. Como

interpreta Carmen Quiroga de Cebollero (21974, p. 31),



por razones metafísicas, de carácter existencialista, el encuentro absoluto entre los


protagonistas de El túnel se hace imposible. No se trata de incompatibilidad



psicológica [...]. De lo que se trata es de que la comunión es imposible porque "las

subjetividades [...] están radicalmente separadas", para decirlo con palabras de

Sartre.


Al final de El túnel solo se vislumbra soledad, una soledad aún más

lacerante que la apreciada en el inicio del relato, cuando Castel todavía esperaba.



El mensaje desesperanzador se transmite desde el manicomio en que Juan Pablo

ha sido recluido. El acto de escribir el relato de su crimen es un intento

desesperado (e inútil, porque ante los ojos de sus semejantes no será sino la

narración de un criminal, demente por añadidura) de abrirse a los demás, de

conseguir que alguien le entienda. "AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA"


{El túnel, p. 64). Y en ese acto, una vez más, Castel está pensando en el otro:



No crea para su propia satisfacción; su acto creativo lo satisface en tanto que

dirige un mensaje al Otro. Aun cuando en el progreso de su creación Juan Pablo

pudiera haber avanzado toda su vida produciendo el mensaje para el Otro, en el


desarrollo de su propia existencia su íntimo mensaje tiene que ser atestiguado por



el Otro (Anna Teresa Tymieniecka: 1985, p. 97).


La literatura de Sábato es obsesiva (lúcidamente obsesiva, cabría

puntualizar), y en ese sentido, repetitiva de temas y personajes conformadores de


un universo creador perfectamente homogéneo6 . Nada de particular, por tanto,
INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA



287


tiene que la pareja de Martín y Alejandra en Sobre héroes reproduzca en líneas



generales la de Castel y María. También aquellos son, como estos, personajes

psicológicamente complejos, solitarios y, en los casos femeninos, inaccesibles.

Ante Alejandra Martín revela una incapacidad de llegar a las interioridades de su

amada que se asemeja a la que Juan Pablo mostraba ante María:


Nunca la conoceré del todo, pensó, como en una repentina y dolorosa revelación.



Estaba ahí, al alcance de su mano y de su boca. En cierto modo estaba sin defensa

¡pero qué lejana, qué inaccesible que estaba! Intuía que grandes abismos la

separaban (no solamente el abismo del sueño sino otros) y que para llegar hasta el

centro de ella habría que marchar durante jornadas temibles, entre grietas

tenebrosas, por desfiladeros peligrosísimos, al borde de volcanes en erupción,


entre llamaradas y tinieblas. Nunca, pensó, nunca (Sobre héroes, p. 82).

Alejandra necesita a Martín, y así lo declara al reaparecer en Abaddón:



"Necesito saber que en algún lugar de esta inmunda ciudad, en algún rincón de

este infierno, estás, vos, y que vos me querés" (p. 207). Es la misma necesidad de

un Martín que "se había lanzado, se había precipitado sobre Alejandra,


impulsado por su soledad" (Sobre héroes, p. 188). No cabe mayor paralelismo



con aquel Castel que amaba por necesidad de comunicarse y escapar de la

soledad.

Si Martín y Alejandra son la expresión de dos soledades inconciliables, la

relación con sus respectivos padres es también reflejo de una profunda

incomunicación. Es esta la referencia asumida por Martín cuando evoca la figura

de su progenitor:


Años después, también pensó, recordando aquel momento: como habitantes

solitarios de dos islas cercanas, pero separadas por insondables abismos. Años



después, cuando su padre estaba pudriéndose en la tumba, comprendiendo que

aquel pobre diablo había sufrido por lo menos tanto como él y que, acaso, desde

aquella cercana pero inalcanzable isla en que habitaba (en que sobrevivía) le

habría hecho alguna vez un gesto silencioso pero patético requiriendo su ayuda, o


por lo menos su comprensión y su cariño (Sobre héroes, p. 42).



Mucho más complejas son las relaciones que Alejandra mantiene con


Fernando, su padre y autor del Informe sobre ciegos. Ambos parecen



enclaustrados en un universo cerrado a la penetración extraña: "Ella y él vivían


aislados, en un mundo aparte, orgullosamente" (Sobre héroes, p. 269).



Fernando es el solitario por antonomasia. Y como afirma Támara Holzapfel,

esta condición suya "explica en gran parte las acciones violentas y sádicas de

Fernando" (1973, p. 150). Paradójicamente él, que se ha alejado de la

Humanidad, se cree destinado a salvarla. Su tarea de investigador del tenebroso

mundo de los ciegos lo condena a la soledad más absoluta a que alude Bruno,

porque entre tantos cientos de millones de seres humanos, solo Fernando cree

encontrarse en posesión de la verdad sobre la secta:


ÓSCAR BARRERO PÉREZ


A pesar de sus simulaciones y payasadas era solitario y estoico, no tenía amigos ni



los quería o podía tener. Creo que únicamente quiso a su madre, aunque me

resulta arduo imaginar que aquel muchacho pudiera querer a nadie, si por esa



palabra intentamos expresar alguna forma del afecto, del cariño o del amor (Sobre

héroes, p. 478).




Sin embargo, únicamente cuando la investigación se encuentra en un estado

terminal se percata Fernando del acoso de la soledad. Hasta entonces, un cierto

orgullo mesiánico le ha impedido apercibirse de su existencia. El vacío de los

espacios en que se ha internado es tal que también a él, solitario por vocación, le

llega la ocasión de descubrir la angustia del aislamiento:

Sólo en ese momento, sentado sobre el barro, en el centro de una cavidad

subterránea cuyos límites ni siquiera podía sospechar, sumergido en la tiniebla,



empecé a tener clara conciencia de mi absoluta y cruel soledad (Sobre héroes, p.




430).

Y algo más adelante:

Nadie, pero nadie, me ayudaba con sus plegarias. Ni siquiera con su odio.

Era una lucha titánica que YO SOLO debía librar, en medio de la indiferencia

pétrea de la nada (p. 438).


En último término, el objetivo que impulsa a Fernando a escribir su Informe

sobre ciegos es idéntico al que movía a Castel a redactar la historia de su crimen.

El protagonista de El túnel hablaba de su esperanza de que alguna persona



llegara a entenderle, y Fernando afirma: "Cuento todo esto para que me


comprendan" (Sobre héroes, p. 309).



Adviértase el distinto carácter del destinatario al que uno y otro se dirigen.


Castel reclamaba desesperadamente la presencia de una persona. Fernando apela



a la Humanidad, a todos sus posibles lectores. He ahí uno de los pasos más

importantes en la evolución existencial de la literatura de Sábato.


El papel de Bruno en Sobre héroes es fundamental en relación con otros



personajes, particularmente Martín. Él ha mantenido contacto con la misteriosa

familia Olmos, pero además es confidente de las desventuras de Martín. A través

de ese hálito de comunicación entre uno y otro se tiende un puente (frágil,

ciertamente) hacia la esperanza:

Bruno es el único que puede comprender a Martín; su juventud, recordada en

acordes violáceos de melancolía, es casi igual a la de Martín: pocos afectos, un

grande y fracasado amor, dolor, destino, aceptación (Emilse Beatriz Cersósimo:

1973, p. 202).

Los personajes secundarios también ven dominadas sus respectivas vidas

por la soledad. Sobresale de entre ellos Ledesma, representación del más

288



INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA



289

absoluto nihilismo en la última novela de Sábato: "ignorado, triste,


panorámicamente solo" (Abaddón, p. 105). En su Segunda Comunicación escribe



Ledesma:


No soy un resultado del amor: soy un subproducto de la náusea. Por

incompatibilidad, el útero rechaza a ciertos espermatozoides. Cuando se largó la

carrera y yo como un gil llegué primero, quise echarme atrás, pero el útero ya se

había cerrado. Y yo adentro! Un corso. Todo anduvo mal de entrada. Y me

encontré solo y desamparado en esa caverna húmeda y desconocida. [...] Aquella

sensación me sigue, este viento helado que a veces me duerme un costado de la


cara: la soledad infinita (Abaddón, p. 169).



El hombre es empujado por el nacimiento a la condena de una vida en

soledad. El Martín de treinta y tres años que pasea por el Parque Lezama es en el

fondo el mismo Martín solitario que a los dieciocho se tropezó con Alejandra.

Nada ha cambiado en su soledad de hombre contemporáneo, la misma que


distingue a Quique, también "individuo solitario" (Sobre héroes, p. 251), o al



tipógrafo Iglesias, que, ciego a causa de un accidente y "dominado por la

misantropía, por el desaliento o por la timidez", no desea ponerse en contacto


con sus semejantes (ibíd., p. 321). Es también la misma soledad del inválido

Gastón, "incomunicado hacia fuera, no pudiendo hablar ni escribir" (ibíd, p.



414); idéntica, en f i n , a la de los miembros de la familia Olmos, que "daban la

impresión de no participar de la brutal realidad del mundo que los rodeaba"


(ibíd., p. 484).



El de Hortensia Paz, elemento esencial de la "metafísica de la esperanza",

es un caso particular. En un momento de máxima desesperación, Martín,

próximo al suicidio, recibe la ayuda de esta mujer que vive felizmente resignada


con "su pobreza y su soledad en aquel cuchitril infecto" que es su hogar (Sobre

héroes, p. 545). Hortensia subsiste en las peores condiciones materiales



(pobreza) y existenciales (soledad) imaginables, a pesar de lo cual es feliz. He

ahí, con el añadido del niño al que la mujer cuida, un atisbo esperanzador que si

no basta a compensar la dramática soledad de todos los demás personajes de esta

segunda novela de Sábato, sí permite vislumbrar una luz en el túnel al que el

escritor argentino había condenado en 1948 a la condición humana.

IV


"Nuestro solitario cuerpo" (Abaddón, p. 252),



por pertenecer a la naturaleza, termina por ser considerado como un objeto más,

aumentando así su soledad [la del hombre], porque las cosas no se comunican: el

país donde más perfecta es la comunicación electrónica es también donde la


soledad de los hombres es más terrible" (Apologías, p. 130).



ÓSCAR BARRERO PÉREZ


Estas palabras de Sábato justifican por sí solas la afirmación de Héléne

Baptiste en el sentido de que "en Sábato el erotismo es incomunicación" (1972,

p. 187).

Antes de la posesión física de María, Juan Pablo pretendió absorber el amor

de esta por la vía de la comunicación anímica (Coddou), la mirada (Giacoman) y

la razón y el análisis (Gibbs). La unión corporal podrá ser posible, pero no así la


comunicación que con ella pretende alcanzar el protagonista de El túnel. Para la



superación (utópica) de la soledad la existencia del cuerpo es más un obstáculo

que una ayuda:



Mientras ese intento [de comunicación] se realice no a través, sino con el solo

cuerpo, solo se logrará satisfacer las necesidades físicas del hombre, no sus




necesidades metafísicas; el cuerpo propio y el del otro pertenecen al puro mundo

de los objetos, el amor se reduce a un puro problema mecánico y, en última

instancia, es una complicada variante del onanismo. Solo la plena relación con el

otro yo permite salir de uno mismo, trascender la estrecha cárcel del propio

cuerpo y, a través de su carne y de la carne del otro (maravillosa paradoja)

alcanzar su propia alma. Y esta es la razón de la tristeza que deja el puro sexo, ya

que no solo deja en la soledad inicial sino que la agrava con la frustración del



intento (El escritor y sus fantasmas, p. 174).


En la literatura de Sábato se entrevé una cierta repugnancia al contacto

físico, porque el otro es una amenaza para quien interpreta el mundo, como lo

hace la mayoría de los personajes de aquella, de acuerdo con premisas



existencialistas similares a las de Martín:


Aparentemente él no puede soportar que lo toquen, se considera tabú. No quiere

que nadie se acerque a él o nada se escape de él [...]. Tiene miedo de mezclarse y

de todo lo que podría perderlo, tiene escrúpulos acerca de su virilidad, y del sexo

sobre todo, porque es el mejor ejemplo de mezcla, unión o asociación. Por su

inseguridad y el miedo de perder la débil identidad de su ser estructurado

precariamente, evita la contaminación y no quiere ni siquiera que lo miren (Lilia

DapazStrout: 1976, p. 221).


Cuando, pese a todo, Martín se doblegue ante el amor lo hará (como Castel)

en razón de su necesidad de huir de la soledad. La incomunicación no brota de la

diferenciación sexual, sino de una raíz metafísica:


La mujer que siente y ve Sábato, esa mujer misterio, no es humanamente posible,

es un mito. Y entonces el amor se derrumba, no solo porque si se realizara será la

aniquilación del hombre, sino porque ese ser sobrehumano no ama

auténticamente, no se entrega jamás [...]. Los amores que crea Sábato no solo son

imposibles, tan ficticios y extraordinarios que están condenados desde su

nacimiento mismo (extraordinario también), sino que revelan una concepción

del mundo sin esperanza, una soledad sin salidas (Iris Josefina Ludmer: 1963,

p. 94).


290


INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA



291

La inutilidad del cuerpo como correa transmisora de sensibilidades

interesadas en comunicarse entre sí, se percibe en mayor medida cuando es el de

uno mismo el que el personaje llega a sentir extraño. La soledad con respecto al

propio yo es así la más dramática manifestación del aislamiento:

Concentro toda mi atención en el brazo, lo miro, realizo un esfuerzo, pero observo

que no me obedece. Como si las líneas de comunicación entre mi cerebro y mi

brazo estuvieran rotas. Muchas veces me ha sucedido eso, como si yo fuera un

territorio devastado por un terremoto, con grandes grietas, y con los hilos

telefónicos cortados. Y en esos casos, todo puede suceder: no hay policía, no hay

ejército. Cualquier calamidad puede producirse, cualquier saqueo o depredación.


Como si mi cuerpo perteneciera a otro hombre (Sobre héroes, p. 309).

Lo que en Sobre héroes apenas se esboza (Alejandra "ni siquiera sería capaz

de comprender a la otra Alejandra" [p. 255]), en Abaddón se desarrolla como



hilo conductor. Sábato se convierte en el personaje Sabato o S., pero además se

presenta como desconocido incluso por quien parece representar con más

fidelidad su pensamiento, Bruno:

Qué sabía realmente no ya de Marcelo Carranza o de Nacho Izaguirre sino del


propio Sabato, uno de los seres que más cerca había [sic] estado siempre de su



vida? Infinitamente mucho pero infinitamente poco. En ocasiones lo sentía como

si formara parte de su propio espíritu, podía imaginar casi en detalle lo que habría

sentido frente a ciertos acontecimientos. Pero de repente le resultaba opaco, y

gracias si a través de algún fugaz brillo de sus ojos le era dado sospechar lo que


estaba sucediendo en el fondo de su alma (Abaddón, p. 16).



¿Hasta qué punto en este juego de espejos existenciales Bruno es Sabato, y

Sábato es Bruno? El conjunto de desdoblamientos remite a la soledad del creador

frente a su obra, ante sus propios personajes, que se sublevan contra su autoridad


y terminan cobrando dimensión independiente. En un fragmento de Abaddón



Sabato grita sin que nadie se aperciba de su presencia poco menos que

fantasmagórica; el personaje, que ya casi es pseudopersonaje, retorna a su casa y

allí se encuentra consigo mismo. El Sabato recién llegado intenta hablar con el


Sabato intruso, pero este permanece ajeno a sus requisitorias. Se suma a ellos la



voz del narrador Sábato, naturalmente haciendo hincapié en la soledad de uno y

otro: "Los dos estaban solos, separados del mundo. Y, para colmo, separados

entre ellos mismos" (p. 424). Las lágrimas que los dos derraman entonces son el

penoso testimonio de la incapacidad que el yo siente para comunicarse consigo

mismo.

Si de algo no puede acusarse a los personajes de Sábato es de

superficialidad en su visión de la vida. Por el contrario, sus problemas

psicológicos y existenciales derivan precisamente de un exceso de capacidad

analítica. Castel, por ejemplo, desprecia a toda persona que no se ajuste a sus


ÓSCAR BARRERO PÉREZ


esquemas sobre la concepción de la vida: "Esta gente es frivola, superficial.

Gente así no puede producir en María más que un sentimiento de soledad.


GENTE ASÍ NO PUEDE SER RIVAL" (El túnel, p. 129). De acuerdo con esa

premisa que valora al otro a partir del propio yo, la asociación de María con la



soledad la realiza Castel con el deseo de acoplar a su amada en la categoría que

mejor lo define a sí mismo: la de los solitarios. De ese modo cree haber

localizado a alquien que por padecer (supone él) una soledad semejante a la suya,

está en condiciones de comprenderle.

La soledad de las criaturas de Sábato es la de los orgullosos que se sienten

superiores a sus semejantes. El despectivo orgullo de Castel no es óbice para la

ocasional autodegradación, que llega hasta el punto de considerarse él mismo

"una basura que no merecía su amor [el de María], que estaba condenado, con


justicia, a morir en la soledad más absoluta" (El túnel, p. 122). Pero es más



habitual en las manifestaciones del pintor el sentimiento de desdén desde la

soledad:


Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad. Generalmente, esa

sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento

de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos,


groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica (El túnel, p. 119).



Incluso en el momento más angustioso, cuando se confirma la infidelidad de

María, Juan Pablo enlaza su radical soledad y el orgullo de sentirla: "Me

dominaba a la vez un sentimiento de infinita soledad y un insensato orgullo: el


orgullo de no haberme equivocado" (El túnel, p. 157). Los planteamientos de



Castel son frecuentemente contradictorios, pero constantes en esa conjunción de

soledad y orgullo.


Hay en Sobre héroes un cambio en el desarrollo del tema con respecto al

apreciable en El túnel. Fernando, al contrario que Castel, es consciente de la



inseparabilidad de los términos tratados, y de ahí que sea capaz de sentir la

soledad sin que el orgullo autosuficiente la acompañe (aunque un poso de


cosmovisión castellana sobreviva):



La soledad absoluta, la imposibilidad de distinguir los límites de la caverna en que

me hallaba y la extensión de aquellas aguas, que se me ocurría inmensa, el vapor o

humo que me mareaba, todo aquello aumentaba mi ansiedad hasta un límite

intolerable. Me creí solo en el mundo y atravesó mi espíritu, como un relámpago,

la idea de que había descendido hasta sus orígenes. Me sentí grandioso e

insignificante (p. 428).


Abaddón ofrece significativas variantes en este planteamiento. El orgullo de



la soledad ya no se localiza en los personajes de una novela, sino en los "grandes

desventurados del arte, como Van Gogh, que sufrieron el castigo de la soledad

por su rebeldía" (p. 130). Como Van Gogh o como Flaubert:

292



INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA



293

Tal vez desde aquella verja, observando la corrupción, Gustave se hizo aquel niño

tímido y reconcentrado que dicen que fue: distante e irónico, arrogante, con la

conciencia de su precariedad pero también de su poderío [...]. Advertirás que es

aquel niño a la vez sensible y desilusionado el que describe la crueldad de la

existencia con una especie de rencoroso placer. La melancolía y la tristeza son el

telón de fondo. El mundo le repugna, lo hiere, lo fastidia: arrogantemente, decide


hacer otro, a su imagen y semejanza (ibíd., p. 119).



V


El orgullo de la soledad que definía El túnel había sufrido los primeros

embates en Sobre héroes. El ataque ya es casi frontal en Abaddón, donde la

presencia del otro (que Castel concebía en términos de pura necesidad utilitaria)



parece a punto de ser aceptada como realidad con la que convivir:

También él había intentado ese ascenso (al cielo, es decir, lo eterno e

incorruptible). Cada vez que había sentido el dolor, porque esa torre era

invulnerable; cada vez que la basura ya era insoportable, porque esa torre era

límpida; cada vez que la fugacidad del tiempo lo atormentaba, porque en aquel

recinto reinaba la eternidad. Encerrarse en la torre.

Pero el remoto rumor de los hombres había terminado siempre por alcanzarlo, se

colaba por los intersticios y subía desde su propio interior (p. 367).


Imposible mantener incólume la torre de marfil en un mundo y una



sociedad que reclaman el derecho a integrar en su seno al individuo. El ansia de

lo absoluto se conjuga con el contacto concreto con los semejantes:

Pero sí, oirás de pronto esa palabra -como ahora, donde esté Pavese oye la

nuestra-, sentirás la anhelada presencia, el esperado signo de un ser que desde otra

isla oye tus gritos, alguien que entenderá tus gestos, que será capaz de descifrar tu

clave. Entonces tendrás fuerzas para seguir adelante, por un momento no sentirás

el gruñido de los cerdos. Aunque sea por un fugitivo instante, verás la eternidad


(ibíd., pp. 114-115).



Son ya las palabras de 1974, bien distintas de las de 1948. La turbadora

presencia de la soledad sigue cercando las vidas de los personajes de Sábato,

pero los ropajes de que se viste tienen una tonalidad más clara. En esta tercera

novela el autor reflexiona sobre el apellido de su personaje Sabato haciéndolo


derivar "de Saturno, Ángel de la soledad en la cabala" (Abaddón, p. 23). Y una



importancia relevante llega a adquirir en la misma obra otro personaje

precisamente llamado Soledad, "casi la clave de esas tinieblas" (p. 276) en que

parece sumida la existencia: "Soledad parecía la confirmación de esa antigua

doctrina de la onomástica, pues su nombre correspondía con exactitud a lo que


era: hermética y solitaria" (p. 416). Entre la desesperación de El túnel y esta

esperanza intelectualizada (que no por ello optimista) de Abaddón había quedado

un fragmento de Sobre héroes titulado "Un Dios desconocido".



ÓSCAR BARRERO PÉREZ


294

Ni un solo detalle de la primera novela permitía abrigar la menor esperanza


sobre la existencia humana. Sobre héroes abría una ventana a la luz:



Felizmente (pensaba) el hombre no está solo hecho de desesperación, sino de fe y

de esperanza; no solo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco

únicamente de soledad, sino de momentos de comunión y de amor. Porque si

prevaleciese la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso

no es de ninguna manera lo que sucede (p. 232).


La aceptación de la vida, con su carga de dramatismo y desolación, no

puede derivar de las grandes preguntas sin respuesta (Dios, la muerte, el porqué

de la existencia humana), sino de pequeños detalles, tan aparentemente

insignificantes como este:


Y cuando parecía que ya nada tenía sentido, se tropezaba acaso con uno de esos

perritos callejeros, hambriento y ansioso de cariño [...], y entonces, recogiéndolo,

llevándolo hasta una cucha improvisada donde al menos no pasase frío, dándole

algo de comer, convirtiéndose en sentido de la existencia de aquel pobre bicho,

algo más enigmático pero más poderoso que la filosofía parecía volverle a dar

sentido a su propia existencia. Como dos desamparados en medio de la soledad


que se acuestan juntos para darse mutuamente calor (ibíd., pp. 180-181).

Esta "metafísica de la esperanza" a la que comienza a darse forma en Sobre

héroes la había avanzado Sábato en su libro de 1951 Hombres y engranajes:

No estamos completamente aislados. Los fugaces instantes de comunidad ante la



belleza que experimentamos alguna vez al lado de otros hombres, los momentos

de solidaridad ante el dolor, son como frágiles y transitorios puentes que

comunican a los hombres por sobre el abismo sin fondo de la soledad. Frágiles y

transitorios, esos puentes sin embargo existen y aunque se pusiese en duda todo lo

demás, eso debería bastamos para saber que hay algo fuera de nuestra cárcel y que



ese algo es valioso y da sentido a nuestra vida (Hombres y engranajes, pp. 93-94).


Esa es la esperanza que se desarrolla tímidamente en Sobre héroes y que

parece afianzarse, de forma intelectualizada, en Abaddón, donde ya se admite

como consustancial al devenir vital la existencia del otro junto a la propia: "El yo



solitario no existe. El hombre existe en una sociedad, sufriendo, luchando y hasta

escondiéndose en esa sociedad. Vivir es convivir. El yo y el mundo, vamos" (p.


178). Abaddón no resuelve el problema de la incomunicación y la soledad en un



sentido positivo, enfocado a la solidaridad y la esperanza. Únicamente cabe

advertir una intelectualización que deriva de una resignada pasividad que parece

forzada por la sensación de lo inevitable. La comunicación, al término del ciclo

narrativo desarrollado por Sábato, sigue siendo imposible, y perenne e

irremediable la soledad del hombre. De ahí que, por ejemplo, el encuentro entre



INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA



295

Sabato y Agustina se salde con la constatación, una vez más, de que entre dos

seres humanos que se cruzan únicamente es posible advertir "el abismo" que los


distancia (Abaddón, p. 406).



Sàbato no proporciona una respuesta terminante al problema de la

incomunicación y la soledad, porque tal vez solo una cuarta novela daría la clave

definitiva. Pero el hecho de que el proceso indagatorio siga abierto después de la

tercera permite que el hipotético protagonista de esa novela última parta de una

base existencial menos pesimista.

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Madrid, José Porrúa Turanzas.



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296

martes, 5 de noviembre de 2013

Pablo Neruda: hojarascas y naipes, por Jorge Aguilar Mora.

RESIDENCIA EN LA TIERRA II
 
ODA A FEDERICO GARCÍA LORCA
SI pudiera llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría por tu voz de naranjo enlutado
y por tu poesía que sale dando gritos.

Porque por ti pintan de azul los hospitales
y crecen las escuelas y los barrios marítimos,
y se pueblan de plumas los ángeles heridos,
y se cubren de escamas los pescados nupciales,
y van volando al cielo los erizos:
por ti las sastrerías con sus negras membranas
se llenan de cucharas y de sangre
y tragan cintas rotas, y se matan a besos,
y se visten de blanco.

Cuando vuelas vestido de durazno,
cuando ríes con risa de arroz huracanado,
cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,
la garganta y los dedos,
me moriría por lo dulce que eres,
me moriría por los lagos rojos
en donde en medio del otoño vives
con un corcel caído y un dios ensangrentado,
me moriría por los cementerios
que como cenicientos ríos pasan
con agua y tumbas,
de noche, entre campanas ahogadas:
ríos espesos como dormitorios
de soldados enfermos, que de súbito crecen
hacia la muerte en ríos con números de mármol
y coronas podridas, y aceites funerales:
me moriría por verte de noche
mirar pasar las cruces anegadas,
de pie llorando,
porque ante el río de la muerte lloras
abandonadamente, heridamente,
lloras llorando, con los ojos llenos
de lágrimas, de lágrimas, de lágrimas.

Si pudiera de noche, perdidamente solo,
acumular olvido y sombra y humo
sobre ferrocarriles y vapores,
con un embudo negro,
mordiendo las cenizas,
lo haría por el árbol en que creces,
por los nidos de aguas doradas que reúnes,
y por la enredadera que te cubre los huesos
comunicándote el secreto de la noche.

Ciudades con olor a cebolla mojada
esperan que tú pases cantando roncamente,
y silenciosos barcos de esperma te persiguen,
y golondrinas verdes hacen nido en tu pelo,
y además caracoles y semanas,
mástiles enrollados y cerezas
definitivamente circulan cuando asoman
tu pálida cabeza de quince ojos
y tu boca de sangre sumergida.

Si pudiera llenar de hollín las alcaldías
y, sollozando, derribar relojes,
sería para ver cuándo a tu casa
llega el verano con los labios rotos,
llegan muchas personas de traje agonizante,
llegan regiones de triste esplendor,
llegan arados muertos y amapolas,
llegan enterradores y jinetes,
llegan planetas y mapas con sangre,
llegan buzos cubiertos de ceniza,
llegan enmascarados arrastrando doncellas
atravesadas por grandes cuchillos,
llegan raíces, venas, hospitales,
manantiales, hormigas,
llega la noche con la cama en donde
muere entre las arañas un húsar solitario,
llega una rosa de odio y alfileres,
llega una embarcación amarillenta,
llega un día de viento con un niño,
llego yo con Oliverio, Norah
Vicente Aleixandre, Delia,
Maruca, Malva Marina, María Luisa y Larco,
la Rubia, Rafael Ugarte,
Cotapos, Rafael Alberti,
Carlos, Bebé, Manolo Altolaguirre,
Molinari,
Rosales, Concha Méndez,
y otros que se me olvidan.
Ven a que te corone, joven de la salud
y de la mariposa, joven puro
como un negro relámpago perpetuamente libre,
y conversando entre nosotros,
ahora, cuando no queda nadie entre las rocas,
hablemos sencillamente como eres tú y soy yo:
para qué sirven los versos si no es para el rocío?

Para qué sirven los versos si no es para esa noche
en que un puñal amargo nos averigua, para ese día,
para ese crepúsculo, para ese rincón roto
donde el golpeado corazón del hombre se dispone a morir?

Sobre todo de noche,
de noche hay muchas estrellas,
todas dentro de un río
como una cinta junto a las ventanas
de las casas llenas de pobres gentes.

Alguien se les ha muerto, tal vez
han perdido sus colocaciones en las oficinas,
en los hospitales, en los ascensores,
en las minas,
sufren los seres tercamente heridos
y hay propósito y llanto en todas partes:
mientras las estrellas corren dentro de un río interminable
hay mucho llanto en las ventanas,
los umbrales están gastados por el llanto,
las alcobas están mojadas por el llanto
que llega en forma de ola a morder las alfombras.

Federico,
tú ves el mundo, las calles,
el vinagre,
las despedidas en las estaciones
cuando el humo levanta sus ruedas decisivas
hacia donde no hay nada sino algunas
separaciones, piedras, vías férreas.

Hay tantas gentes haciendo preguntas
por todas partes.
Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el
desanimado,
y el miserable, el árbol de las uñas,
el bandolero con la envidia a cuestas.

Así es la vida, Federico, aquí tienes
las cosas que te puede ofrecer mi amistad
de melancólico varón varonil.
Ya sabes por ti mismo muchas cosas.
Y otras irás sabiendo lentamente.


 

Pablo Neruda

Hojarasca y naipes
 
Por Jorge Aguilar Mora
 
Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,
repitiendo su número, su señal idéntica.
Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo,
en su fina materia hay olor a edad,
y el agua que trae el mar, de sal y sueño.

Me rodea una misma cosa, un solo movimiento:
el peso del mineral, la luz de la miel,
se pegan al sonido de la palabra noche:
la tinta del trigo, del marfil, del llanto,
envejecidas, desteñidas, uniformes,
se unen en torno a mí como paredes.

Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo,
como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto.
Pienso, aislado en lo extremo de las estaciones,
central, rodeado de geografía silenciosa:
una temperatura parcial cae del cielo,
un extremo imperio de confusas unidades
se reúne rodeándome.
Aunque publicado originalmente en Chile en 1933, Residencia en la tierra  de Pablo Neruda tuvo el recibimiento que lo haría uno de los libros capitales del siglo XX sólo dos años después, en España.

La historia puede carecer de todo, menos de malentendidos: los poetas españoles, deslumbrados por la originalidad de las imágenes y por la precisión de un engañoso verso libre, convirtieron al libro en el inicio radical de una nueva etapa. Se desconoció que la vertiginosa visión de este mundo contenida en el libro era la continuación de las reflexiones de Neruda sobre las condiciones y consecuencias de una concepción auténticamente materialista de la realidad.

neruda3-baja.jpgEn la sombra de la riqueza imaginativa y conceptual de Residencia en la tierra quedó El hondero entusiasta, publicado también en 1933 en Chile. Sin este último libro, no obstante, es imposible entender la coherencia del pensamiento de Neruda.
El hondero entusiasta es la crónica de un fracaso mitigado. Fracaso de la trascendencia: el hondero, por más entusiasmo que tenga (como buen heredero del romanticismo), no puede hacer pasar la piedra por encima del muro… ningún intento humano puede ya superar la altura de este mundo y alcanzar la trascendencia. El hondero, entonces, otra vez como buen romántico –y en el caso específico de Neruda, como buen continuador de Veinte poemas de amor y una canción desesperada– encuentra en el amor el único remedio para la desesperación.

Residencia en la tierra
ya no busca ninguna trascendencia; al contrario, asume al mundo con todas sus contradicciones, todas sus exaltaciones, todos sus deslumbramientos, todas sus decrepitudes, y todas sus limitaciones.

Aunque a veces Neruda parece entregarse a una desesperanza existencialista que ve la realidad en su materialidad como una cárcel o como un estado de literalidad sin sentido, en la mayoría de los poemas –que da el verdadero tono del libro– se suscribe una actitud de asunción total de este mundo. Unidad es una de las declaraciones más claras de la consistencia de la naturaleza: ésta es única, está unida, consiste en una sola geografía… y al mismo tiempo tiene una pluralidad infinita…

Extrañamente (pero no es nada raro en Neruda), estamos frente a un mundo leibniziano, hecho de mónadas, de objetos idénticos a sí mismos e idénticos al todo: “un extremo imperio de confusas unidades”. Todo está unido desde el principio y todo sigue reuniéndose constantemente… “rodeándome”…

No es extraño que estas imágenes se expresen también en otro poema de reflexión materialista de la época, Muerte sin fin: “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis/ por un dios inasible que me ahoga/ mentido acaso/ por su radiante atmósfera de luces…”  No es extraño porque uno de los proyectos más audaces –y quizás más ignorados– de la vanguardia latinoamericana fue pensar un auténtico materialismo: el mundo tal y como es, sin más allá trascendental, pero también sin más allá mecanicista. Es la verdadera salida del Romanticismo y del Positivismo, es la verdadera iluminación de lo que Nietzsche llamó el verdadero mundo, este mundo, el único que ha existido y el único que existirá… aunque algún día muy lejano –y por lejano que fuera, la mera idea de su finitud espantaba a Verlaine–, aunque algún día muy lejano desaparecerá.

Pero antes de su desaparición seguirán hablando los poemas de Neruda del privilegio de la vida, del milagro que es la madera, el apio, el vino, y todo lo que existe, incluyendo al pensamiento… Neruda reunirá los grandes himnos a la existencia pura de los objetos de este mundo en sus odas elementales; odas únicas por la maestría y el amor con los que Neruda describe los objetos más banales, más efímeros, más duraderos, más esenciales, y, para violentar la semántica, más únicos.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Carlos Fuentes, cronista del siglo XX. Georgina García-Gutiérrez.


 
Carlos Fuentes, cronista
del siglo XX
Georgina García-Gutiérrez
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Yo vivía para escribir la ciudad y escribía para vivir la ciudad: hoy y ayer. Carlos Fuentes, Tiempo mexicano I had learned to imagine Mexico before I ever knew Mexico. Carlos Fuentes, Myself with Others Si se considera que Carlos Fuentes empezó a producir literatura desde la década de los cincuenta, si se examina el considerable monto de títulos en su bibliografía, si se toma en cuenta la defensa de la novela, de las letras, que ha venido haciendo en los últimos 40 años, se llega a la conclusión obvia e inevitable de que su vida ha estado destinada a escribir. En entrevistas,1 en comentarios autobiográficos, ha dicho dicho que la literatura le atrajo primero como lector y luego como escritor, muy pronto, en la niñez y adolescencia. De hecho, practicó la escritura precozmente, según cuenta en "Cómo empecé a escribir".2 Recuerda, con sentido del humor, cómo, cuando cursaba la escuela primaria en Washington (1934-1940): Había empezado a escribir un periódico personal en inglés, con mis propios dibujos, reseñas de libros y fragmentos de noticias de la época. Consistía en una sola copia, a lápiz y crayón, y su circulación se restringió a nuestro departamento: Más tarde, a los 14 años, en Chile, con Roberto Torretti, compañero en The Grange School,3 se propone escribir una novela, cuya acción de desarrollaría en el caribe, para terminar en Haití, en el palacio sobre una colina, donde un tirano negro mantenía encerrada a una amante francesa loca, en un desván.4 Sucedería a principios del siglo XIX y en la escena final, el palacio en llamas se derrumbaría, y con él, el mundo de la esclavitud. Fuentes relata los problemas que enfrentaron los novelistas en cierne: ¿Pero por dónde empezar? Torretti y yo éramos, junto con nuetra fraternidad literaturia en The Grange, lectores ávidos de Dumas pére. Una novela que se respetará para nosotros, tenía que empezar en Marsella con una vista del Chateau d'If completo y el martirio de Edmundo Dantès. Pero estábamos escribiendo en español, no en francés, y nuestros personajes tenían que hablar español. ¿Pero cuál español? ¿Mi español mexicano o el español chileno de Roberto? Llegamos a una especie de compromiso: los personajes deberían hablar como los andaluces. Esto fue probablemente un homenaje tácito a la tierra desde la cual navegó Colón.
Es decir, 10 años antes de la publicación de su primer libro, Los días enmascarados (1954), según Fuentes, ya tropezaba, al planear esta inconclusa casi primera novela, con problemas inhertentes a la escritura, relacionados con el lenguaje, la materia y el medio de trabajo del escritor; también estaba el problema de la identidad y la lengua. ¿Qué tanto hay de ficción en una autobiografía, sobre todo si es de un gran novelista? En todo caso, resulta interesante ver cómo el autor se visualiza a sí mismo, antes de ser escritor, ante problemas que ha debido enfrentar en su vida profesional al emprender una gran obra. Los encuentra insuperables, entonces, aún con la ayuda de su amigo Torretti, para las fuerzas literarias de dos adolescentes imaginativos y febriles. ¿Cómo habla un mexicano o un chileno? ¿Cómo se escribe una novela en verdad vasta, megalomaníaca? Años después, concreta contundentemente esa fantasía adolescente, el joven de 29 años que era Carlos Fuentes cuando se publicó su primera novela, La región más transparente (1958). Esta obra total de Fuentes recopila todas las hablas de México, las voces de la ciudad, de los ricos y de los macehuales, de los esnobs y de los auténticos. Una novela en la cual se caracteriza al personaje, se sabe su origen, su nivel sociocultural, por el modo de hablar.5 Los extranjeros hablan el español con las marcas de su lengua materna o de las que conozcan, los chilenos, como tales, los españoles, igualmente como peninsulares, y el español de México, con sus variantes léxicas y morfológicas, se registra hasta captar, por así decirlo, un estado de la evolución del español de México. Este aspecto lingüístico del modo de escribir de Fuentes, que implica alusiones a la identidad, pleno de trabajo escritural o artístico con la palabra, hizo que Octavio Paz escribiera:6
 
 
 
 
La divisa de Fuentes podría ser: dime cómo hablas y te diré quién eres. Los individuos, las clases sociales, las épocas históricas, las ciudades, los desiertos, son lenguajes; todas las lenguas que es la hispanomexicana y otros idiomas más. Una enorme, gozosa, dolorosa, delirante materia verbal que podría hacer pensar en el barroquismo del Paradiso de José Lezama Lima, si es que el término barroco conviene a dos escritores modernos. Pero el vértigo que nos producen las construcciones del gran poeta cubano es el de la fijeza: su mundo verbal es el de la estalactita; en cambio, la realidad de Fuentes está en movimiento y es un continuo estallido. Julio Coartázar, en carta del 7 de septiembre de 1958, le comentó sobre esa capacidad lingüística de Fuentes que ahora, después de José Agustín parece un recurso apropiado por las letras mexicanas, pero que entonces inauguraba una libertad nueva, no frecuente, para emplear la lengua en la narrativa:7 Por si fuera poco, sus diálogos son verdaderos, no ese extraño producto que inventan tantos novelistas (pienso en Lallea, por ejemplo) como si jamás hubieran hablado con el vecino, con su amante o con el inspector de réditos. Pienso en los excelentes diálogos de Gabriel, Beto y Fifo y en los de los "niños bien" --tan parecidos en todas partes del mundo, pero tan difíciles de sorprender en sus diversos grados de prostitución verbal.8 En "Cómo empecé a escribir", Fuentes relata que su primer lector cautivo fue David Alfaro Siqueiros, en Chile, quien pintaba los murales de una escuela en Chillán que había sido devastada por uno de los terremotos. Refiere cómo el pintor y él, después de la comida, se reunían para la lectura. Siqueiros escuchaba a Fuentes leerle el manuscrito de 400 páginas: "Mientras se adormecía en la sombra, gané y perdí mi primer lector. La novela también se perdió; Torretti, quien ahora enseña filosofía de la ciencia en la Universidad de Puerto Rico, no tiene copia. Siqueiros está muerto y además, se durmió durante toda mi lectura". En Chile descubre que debe escribir en español, después de haber hallado en Washington su calidad de mexicano.
Carlos Fuentes nació en la ciudad de Panamá debido a que su padre empezaba allí su carrera diplomática. Este dato salió a la luz hasta que el propio autor lo mencionó en "Cómo empecé a escribir". Hasta entonces, se creía que había nacido en la ciudad de México; sin embargo, pertenecía al autor el derecho de hacerlo público. El dato no afectaba el hecho de que era mexicano por ser hijo de padres mexicanos nacido en el extranjero. No se puede negar, que, además, se ha ganado la nacionalidad con base en un esfuerzo personal, por medio de una obra sin la cual se alteraría, no sólo la historia de las letras mexicanas y en español, sino la del México contemporáneo. Cabe, por otro lado, alabar a los veracruzanos, quienes declararon a Carlos Fuentes Hijo Predilecto de Xalapa y ciudadano veracruzano por nacimiento, en el homenaje póstumo a su padre, el 23 de marzo de 1994.9
En México, antes de que Juan José Arreola le publicara Los días enmascarados, en Los Presentes, recurre a la crítica literaria y política y firma con sus iniciales, como Pertinax Lector o con el seudónimo Fósforo 11.10 Después de su primer libro de cuentos, empieza La región más transparente, cuya intensidad hizo a Julio Cortázar decir: No hay que ser lince para sentir en seguida hasta qué punto usted ha llevado este libro adentro durante mucho tiempo (aunque la obra en sí haya podido ser escrita rápidamente); no cualquiera es Ixca Cienfuegos, no cualquiera puede concentrar en unas páginas la tremenda fuerza que son los destinos de Zamacona, de Rodrigo Pola y de Robles, tan profundamente americanos como presencia de ciertos valores morales y materiales que son la raíz trágica de nuestros países. El Centro Mexicano de Escritores becó a Fuentes en 1956 para que escribiera La región más transparente,11 cuyo título es parte del epígrafe de Alfonso Reyes a su Visón de Anahuac (1519), escrito en 1915: "Viajero: has llegado a la región más transparente del aire". La relación de Alfonso Reyes y Carlos Fuentes fue duradera y tuvo sus simpatías y diferencias. Se conocieron desde 1932, cuando Fuentes tenía cuatro años y el trabajo de su padre lo había llevado a Brasil: "Mi primer contacto con la literatura fue sentado en las rodillas de Alfonso Reyes cuando el escritor mexicano era embajador en Brasil al principio de los treinta". La relación, de hecho, empezó en Cuernavaca, en convivencia, cuando el novelista tenía 18 años y pasaba los fines de semana en la casa de Reyes. Fuentes relata sus ratos juntos a partir de las 11 de la mañana (Reyes escribía desde la madrugada).12 La formación se daba y con ella, el aprendizaje de un discípulo adolescente, quien 11 años después sería calificado por Elena Poniatowska como "tropel de caballos desbocados", en el lanzamiento de La región más transparente. Fuentes recuerda esa época, con Alfonso Reyes: Podía irritarme. Yo leía, en contra de sus gustos clásicos, los más modernos, los libros más estridentes, sin entender que estaba aprendiendo su enseñanza: no hay creación sin tradición; lo "nuevo" es un cambio de una forma precedente; la novedad es siempre una variación del pasado. Borges dijo que Reyes escribió la mejor prosa en español de nuestro tiempo. El me enseñó que la cultura tenía una sonrisa, que la tradición intelectual del mundo entero, era nuestra por derecho de nacimiento, y que la literatura mexicana era importante porque era literatura, no porque era mexicana.13 La modernidad y la tradición se dan la mano en la amistad de Reyes y Fuentes, la cual podría entenderse como una señal, subrepticia, del tránsito de una época a otra, en la literatura mexicana. Con La región más transparente, con su propuesta poética, con su análisis y crítica nada volvería a ser igual en la vida literaria y artística de México. Hasta las edición de libros dejó de ser conservadora a partir de la publicación por el Fondo de Cultura Económica (FCE) de esta novela. Emmanuel Carballo, con quien Fuentes fundó la Revista Mexicana de Literatura (1956) consigna. En 1958 aumenta considerablemente --en términos relativos-- el público lector. La primera novela de Carlos Fuentes, La región más transparente, alcanza en unos cuantos meses dos ediciones: nueve mil ejemplares".14
 
  Con la novela Fuentes impulsó la literatura mexicana hacia otras perspectivas, le dio una dimensión moderna al proyectarla internacionalmente, pues ésta se traduce al inglés muy pronto (1960) e influye en el hecho de que 1958 sea visto un año clave.15 En 1954 Carlos Fuentes había demostrado, con Los días enmascarados, que prometía talento, disciplina, imaginación y madera de narrador. Sin embargo, pese a la notoriedad que tuvieron el libro y su autor, ese mismo año, no había manera de prever el revuelo que causaría La región más transparente. El mundo de la palabra escrita se conmociona frente a una obra narrativa a la que se llega a negarle la pertenencia al género. Emmanuel Carballo describe 1958 así: El libro del año fue una novela: La región más transparente. Su lectura produjo en unos admiración ingenua; en otros sañuda indiferencia. Se comentó en todos los tonos en las diversas secciones de la prensa, en antagónicos círculos de rudimentarias ideas políticas. Sus impugnadores y sus adictos coincidieron, las más de las veces, en considerarla un documento, en favor o en contra de algo, de alguien y no como una inquietante y promisoria obra artística. Su autor, Carlos Fuentes, padeció la más refinada táctica de que se sirven críticos y columnistas para reducir al silencio a los jóvenes escritores: la unánime conspiración del halago. Se convirtió como Arreola y Rulfo en sus momentos en el niño mimado.16 La efectividad artística de una obra insólita causó revuelo y conmovió a muchos a pesar suyo, La región más transparente descubre la "nueva novela", territorio ya delimitado y trazado en sus libros de ensayos, y resulta, incluso ahora, de gran actualidad, pues el país sufre a escala apocalíptica, las consecuencias de la revolución traicionada, la megalópolis transparenta la corrupción, la marginalidad, el caos urbano. Esta novela captó en sus inicios el principio de la modernidad y avisoró su fin. Publicada hace 40 años y leída en el presente, fue la primera obra con profecías apocalípticas de Carlos Fuentes. En esta tendencia, de imaginar el futuro o de dar elementos para hacerlo, estarán sus novelas: La muerte de Artemio Cruz (1962), que se volvió metáfora del futuro; Cambio de piel (1967); Terra Nostra (1975), y Cristóbal nonato (1987).
Resulta casi inexplicable que Carlos Fuentes haya seguido escribiendo después del barullo del 58; sin embargo, al año siguiente publica Las buenas conciencias; novela más cerca de lo convencional, del realismo decimonónico, menos amenazante, que sería la primera de un cuarteto titulado Los Nuevos, que nunca concluyó.
 Fuentes pasa revista a la década de los sesenta en Diana o la cazadora solitaria (1994), novela autobiográfica, que asimismo resume la historia de toda una época, y define a una generación por medio de la biografía de Jean Seberg. Además de hacer el análisis de las transformaciones sociales y morales que cambiaron al mundo, examina su propia vida, hace un balance y encuentra que a los 40 años, ha escrito, amado, triunfado y tiene toda una vida por delante, pero la juventud se ha ido.
En esta novela se describe una fiesta, que José Agustín, asimismo destaca cuando se refiere a la presencia impactante de Fuentes: La cúspide de esta popularidad tuvo lugar en diciembre de 1969 cuando Fuentes festejó su novela Cumpleaños con un coctel legendario en la cantina La Ópera, donde la nueva intelectualidad se sintió muy a gusto en esa atmósfera porfiriana. Candice Bergen y William Styron, estrellas invitadas, acapararon las cámaras.18 Por su parte, Fuentes da a esa fiesta un lugar muy especial y la refiere por ser un hito significativo de su biografía: Cumplí 40 años en el 68 y entré a una crisis de la edad media que me duró todo ese año y culminó en una fiesta que le di a mi amigo William Styron en el Bar La Ópera de la avenida Cinco de Mayo, un resabio oropelesco de la belle époque mexicana (si es que tal cosa jamás existió). La Ópera estaba muy venida a menos, gracias a demasiadas partidas de dominó y a escupitajos fuera de la bacinica. Invité a todos mis amigos a celebrar a Styron, que acababa de publicar con gran éxito y escándalo, Las confesiones de Nat Turner.19 Carlos Fuentes analiza la década de los sesenta y aborda temas como la contracultura, el racismo, las relaciones interpersonales e interculturales, la mentalidad de los Estados Unidos de América, el movimiento estudiantil de 1968, los mecanismos de represión y persecusión. La conexión entre historia y literatura es una constante en su producción literaria. Al lado de su atracción por el mito y lo fantástico, está su interés y conciencia hacia los asuntos sociales o de la política, hacia la historia mexicana y la mundial. En Diana o la cazadora solitaria, la autobiografía personal y de Jean Seberg, referentes y soportes de la anécdota, le permiten mostrar toda una época que concluye. Con perspectiva histórica aborda su historia personal y define también a la generación de escritores que sigue a la suya. Todo en la novela nuestra el paso del tiempo, los cambios que la historia acarrea a las personas y a los países. Quizá Diana o la cazadora solitaria20 sería un ajuste de cuentas del autor, quien a los 65 años, en otra fase vital, tal vez crítica, recuerda una de sus crisis de creación.
En Myself with Others, por ejemplo, escribe sobre infancia y juventud, sobre cómo se inició en un oficio que resultó ser su destino e identidad. Antes, por ejemplo, en Tiempo mexicano, había incluido artículos con elementos autobiográficos, pero es Dana o la cazadora solitaria, la primera ocasión en que, explícitamente en una obra narrativa, con tono confesional emplea datos constatables de su biografía: el autor se descubre ante sus lectores. La verdad personal "iguala" a la ficción, el escritor deviene un personaje que es él mismo. La ficción le apuesta, por así decirlo, a lo biográfico: no se trataría de una novela que "mienta", sino de una confesión del novelista. Este juego entre ficción y realidad, en el que el autor entra como narrador y personaje de su obra, se da en otro texto, aunque con objetivos distintos: Una familia lejana (1980).
Y si Diana o la cazadora solitaria funda su razón literaria de ser, en el reconocimiento de propósitos autobiográficos y biográficos (Jean Seberg) del hombre que la escribe. El resultado de la crisis experimentada a fines de los sesenta y principios de los setenta es la obra magna titulada Terra Nostra (1975) que marca otra etapa en la carrera literaria de Fuentes.
En Una familia lejana21 se sondea en los árboles genealógicos que cualquiera puede tener, por medio de la especial estructuración de los planos de ficción, fantasía, realidad y sueño y, gracias a la presencia y voz relatora del autor, narrador y personaje a la vez.. La novela propone que la instauración de la literatura implica transgresiones terribles, y riesgos para la identidad del autor y del lector. Contar una historia o escucharla, significa entrar en una especie de rueda de la vida que rige implacable la transmisión y recepción de los relatos. El narrador es "el último en saber, el que recibe el regalo del diablo y luego no sabe cómo deshacerse de él". Al recibir el relato, el escucha se convierte en el narrador que debe "pasar el resto de su vida buscando otra víctima a la cual darle y hacerle saber". Carlos Fuentes es el personaje y oyente a quien Branly le va narrando la historia. La novela acaba con la revelación de que el escritor es el Otro. Biografía e historia, siempre pueden ser continuadas. Fuentes pudo haber crecido por completo alejado de México, pudo haberse dedicado a la diplomacia como su padre, pudo haber elegido al inglés como lengua; pudo no haber sido escritor. Queda claro que ha lucubrado acerca de todas las alternativas posibles que ha tenido en momentos definitivos del curso de su biografía. Estas decisiones preocupan a Fuentes en Una familia lejana. La especial ruta que tomó su existencia al identificarse con México y, por ende, al decidir romper con ciertas amarras para dedicarse a la literatura, están en la novela. Fuentes en este texto, tiene sólo algunos de los elementos del Fuentes real, pues el personaje vive (en la ficción) la posibilidad de que las cosas hubieran podido ser diferentes. La novela juega con esa diferencia al postular como imposible la biografía tal y como se fue construyendo en la realidad.
Branly le dice a su amigo que imagine otra posibilidad: --En 1945, Fuentes, usted se quedó a vivir entre Buenos Aires y Montevideo, no regresó a su México nativo, se convirtió en un ciudadano del Río de la Plata y en 1955 pasó a vivir a Francia; dejó de ser tan rioplatense y se hizo más frances que otra cosa, ¿no es verdad? Le dije que sí [...] --Hubiera regresado a México al terminar la guerra y se hubiese arraigado en el país de sus padres. Imagine que publica su primer libro de cuentos a los veinticinco años y su primera novela cuatro años después; habla usted de México y los mexicanos, las heridas de un cuerpo, la persistencia de unos sueños, la máscara del progreso. Queda para siempre identificado con ese país y su gente. --No fue así Branly, digo sin demasiada seguridad. No sé si para bien o para mal, pero soy otra cosa. El amigo le recuerda a Fuentes cuál es ,en resumen, la historia de su vida, opuesta a la del escritor real. En "Cómo empecé a escribir, Fuentes relata: "A los diez y seis finalmente fui a México a vivir permanentemente y allí encontré las respuesta a mi búsqueda de identidad y lengua, en el delgado aire de la meseta de piedra y polvo que es la imagen india negativa de otra meseta, la del centro de España". Cuando se conoce su extensa bibliografía, que ha cambiado el curso de las letras en español, se cae en la cuenta de que en su vida hubo decisiones existenciales atinadas; a él mismo, el tiempo le ha permitido constatar sus aciertos.
Debido a que nace en 1928, a tres años de haberse iniciado el segundo cuarto del siglo XX, se le ha presentado la oportunidad de vivir al tanto de los acontecimientos más importantes de esta centuria. En este ciclo, la humanidad ha sufrido, en proporciones nunca vistas, genocidios, hambrunas, guerrillas, guerras decimonónicas, sí, pero también el "progreso" de las guerras atómicas, bacteriológicas y económicas. Los actos en contra de su propia especie y de las demás han repercutido en el planeta Tierra: la destrucción de la ecología (asesinato de todo lo vivo), será la consecuencia, de las más lamentables, del tipo de destino trazado por los hombres en los dos últimos milenios. Todos estos aspectos del mundo contemporáneo, producto de una serie de hechos concatenados a través de la historia, serán sólo algunos de los numerosos aspectos que analiza desde el principio de su carrera literaria. Han sido observados con detenimiento desde su primer libro, Los días enmascarados, escrito en plena guerra fría y sólo nueve años depués de concluida la Segunda Guerra Mundial. Estas guerras y el clima paranoico de la guerra fría y el shock de la posguerra se reflejan en dos cuentos: "El que inventó la pólvora" y "En defensa de la tirgolibia". Además, el consumismo y la catástrofe ecológica, dos de los asuntos centrales de Cristobal notato (1987), que destruyen a la ciudad de México y al país, a causa de la corrupción, ya son abordados también en "El que inventó la pólvora" y en "La letanía de la orquídea" de Los días enmascarados. La destrucción del mundo, tópico para abordar lo finisecular que tocará en obras posteriores, como inevitable secuela de las elecciones equivocadas del poder, mismas que marcan rumbos nefastos al curso de la historia, ya se prevé en "El que inventó la pólvora" (del que nace la línea de sus obras apocalípticas)
 La Revolución Mexicana, eje de sus primeras obras, se convirtió en la etapa de la historia, inmediatamente anterior a su nacimiento, que lo impresionó a su regreso al país. En "Radiografía de una década: 1953-1963" de Tiempo mexicano, rememora: Pitol, Prieto Reyes y yo asistíamos asiduamente a las charlas con Alfonso Reyes en su casa-biblioteca de la avenida Benjamín Hill. Todos habíamos nacido cuando los cañones de la revolución aún estaban calientes, fresco el recuerdo de Germán de Campo y la Madre Conchita, apenas apagados los rumores de la rebelión cristera, recientes los cadáveres de Topilejo y Huitzilac. La producción literaria de Carlos Fuentes, testigo analítico de la historia, se ha convertido en un registro evaluador, crítico y artístico que abarca la historia del siglo XX desde el que parte hacia atras o hacia adelante, para entender. La preocupación por el futuro, por el pasado lejano y el presente, en busca de la verdad, lo han llevado a tratar de clarificarla por medio de la escritura. Cronista del siglo XX, capaz de recordar el porvenir, de consignar el siglo XXI, dice que la imaginación es fundamental, y que la nueva novela, universal, es la posibilidad de reescribir la historia. Vivimos aquí hoy. Pero también imaginamos aquí hoy. Y no debemos separar lo que somos capaces de imaginar de lo que somos capaces de recordar. Imaginar el pasado. Recordar el futuro. Un escritor conjuga los tiempos y las tensiones de la vida humana con medios verbales. 

 
 
 
 
1 Véase, por ejemplo, por completa, exhaustiva, y que retrata a un Fuentes enfilado hacia Terra Nostra (1975), después de la obra sustntiva de los cincuenta y sesenta, la que le hizo James R. Fortson, Perspectivas mexicanas desde París, México, Corporación Editorial, S.A., 1973. 2 "How I started to write", Myself with Others, Londres, André Deutsch Limited, 1988 (yo traduzco para este ensayo). 3 El padre de Carlos Fuentes, Rafael Fuentes Boettiger, como miembro del Servicio Exterior de México, se trasladaba a varios países. Fuentes estudió ocasionalmente en el Franco Español y en The Gordon School, durante los veranos en la ciudad de México. 4 "How Y started to write", p. 10. 5 Véase mi "introducción" a Carlos Fuentes, La región más transparente, Madrid, Cátedra, 1982, pp. 9-75. 6 Octavio Paz, "La máscara y la transparencia", en Corriente alterna, México, Siglo XXI, 1967, pp. 44-50. 7 Libertad conquistada tiempo atrás en la poesía y ganada paso a paso en la narrativa, hasta la llegada de Fuentes que consolidó el derecho del relator a jugar con el lenguaje. Debe recordarse, por ejemplo el insuperable esfuerzo de la obra de Rulfo para el habla rural, con sus campesinos que hablan de un modo que los identifica como hablantes de Jalisco. 8 Julio Cortázar, "Carta de Julio Cortázar: en Carlos Fuentes, Obras completas, t. I,México, Aguilar, 1974, p. 139. 9 Véase "Mi casa veracruzana. Oración filial en Jalapa", pronunciado ese día en el Ayuntamiento de Xalapa, en Nuevo Tiempo Mexicano, México, Aguilar, 1994, pp. 187-198. 10 Recuérdese que Fósforo era el seudónimo compartido de Alfonso Reyes y de Martín Luis Guzman. 11 Al solicitar su ingreso presentó el siguiente proyecto. "Al aprovechar esta beca, pienso llevar a cabo la realización de una novela --La región más transparente del aire-- en la que intento abordar, dentro del marco social de la vida urbana de México durante un periodo de años, el hecho, tan visible y tan pocas veces tratado por nuestra novelística, de la estructuración por vez primera en México, de una clase media y una alta burguesía. El encuentro de esa novedad histórica con los elementos --crueles, vitales-- del México pétreo, eterno, establece, a la vez, mi tema y mi intención". 12 "How Y started to read", pp. 18-19 13 Idem. 14 Emmanuel Carballo, "México en la Cultura", 9 de diciembre de 1958, p. 11. 15 Escribe Carlos Monsiváis en sus "Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX (Historia general de México, t. 4, México, El Colegio de México, 1979, pp. 303-476): "¿A que tradición se enfrentan, para desconocerla o reconocerla, los escritores contemporáneos? Fecha significativa: 1958. Carlos Fuentes publica La región más transparente y la crítica y el público vocean con toda formalidad la inauguración de la modernidad literaria, juego de una etapa asumida o recordada como gris y sombría". 16 Emmanuel Carballo, op. cit., p. 12. 17 José Agustín, Tragicomedia mexicana I. La vida en México de 1940 a 1970, México, Planeta, 1990. 18 Ibid., pp. 208-209. 19 Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria, México, Alfaguara, 1994, p. 17. 20 Dice Carlos Fuentes, sobre la época que retrata y disecciona en Diana o la cazadora solitaria: "La novela sucede en 1970, cuando las ilusiones de los sesenta se resistían a morir, asesinadas por la sangre pero vivificadas por la misma. Primera rebelión contra lo que sería nuestra propia, fatal sociedad de fin de siglo, tan breve, tan ilusorio, tan repugnante, los sesenta miraron a sus propios héroes; la saturnalia norteamericana se comió sus hijos --Martin Luther King, los Kennedy, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Malcom X-- y entronizó a sus crueles padrastros, Nixon y Reagan". 21 Carlos Fuentes, Una familia lejana, México, Era, 1980. 2 5 15 20
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© Universidad Autónoma Metropolitana
Elaboración: Fermín Suárez Rodríguez

domingo, 3 de noviembre de 2013

Thomas De Quincey. Confesiones de un comedor de opio. (Fragmento).

 
 
 

 Thomas De Quincey
(15/08/1785 - 08/12/1859)

Thomas De Quincey

Escritor inglés



Nació el 15 de agosto de 1785 en Manchester.

Cursó estudios en los colegios de Bath Y Winkfield, acabando los secundarios en Manchester desde donde huyó hacía Wales a los 17 años. Durante los años 1802 y 1803 vivió en Londres antes de regresar a su casa familiar. Se hizo adicto al opio en 1804 cuando estudiaba en Worcester College de Oxford. Primero lo usaba para remediar los dolores agudos de neuralgia y teniendo siempre cerca una botella de láudano e incrementando progresivamente la dosis. Más adelante cursa estudios en la universidad de Oxford.

En el año 1809 se radica en Grasmere integrándose en el círculo literario de los poetas Samuel Taylor Coleridge, William Wordsworth y Robert Southey, también edita la Westmorland Gazette. En 1817 contrae matrimonio con Margaret Simpson, con la que ya había tenido un hijo.

En 1820 escribió Confesiones de un comedor de opio inglés (1821), descripción de su experiencia. Vivió en Edimburgo durante doce años (1828-1840). Escribió ensayos como Leyendo a las puertas de Macbeth; El asesinato considerado como una de las bellas artes (1827), Suspira de Profundis (1845), Juana de Arco (1847), El coche correo inglés (1849) y Apuntes autobiográficos (1853).

Tras la muerte de su mujer, volvió al consumo de opio abusivo. Durante los años 1841 y 1843, se ocultó de sus acreedores en Glasgow y a pesar de que escribió muchas obras, sólo publicó unos pocos libros y tuvo constantes dificultades financieras.

Thomas De Quincey falleció el 8 de diciembre de 1859 en Edimburgo.


Obras seleccionadas

Confessions of an English Opium Eater, 1822
On the Knocking at the Gate in Macbeth, 1823
Walladmor, 1825
Murder Considered as One of the Fine Arts, 1827
Klosterheim, or The Masque, 1832
Lake Reminscences, 1834-40
Revolt of the Tartars, 1837
The Logic of the Political Economy, 1844
Suspiria de Profundis, 1845
The Spanish Military Nun (La Monja Alférez, 1847)
The English Mail Coach, 1849
Autobiographical Sketches, 1853
Collected Writings, 1889
Uncollected Writings, 1890
The Posthumous Works, 1891-93
Memorials, 1891
Literary Criticism, 1909
The Diary, 1928
http://www.buscabiografias.com/bios/biografia/verDetalle/4266/Thomas%20De%20Quincey
 
 
(Fragmento de: "Confesiones de un comedor de opio".
PARTE I
Al lector

Te ofrezco, amable lector, el relato de una época notable de mi vida; confío en que, vista la aplicación que le doy, será no sólo un relato interesante sino también útil e instructivo en grado considerable. Con esa esperanza lo he redactado y esa será mi disculpa por romper la reserva delicada y honorable que, por lo general, nos impide mostrar en público los propios errores y debilidades. Nada en verdad más repugnante a los sentimientos ingleses que el espectáculo de un ser humano que impone a nuestra atención sus úlceras o llagas morales y arranca el «decoroso manto» con que las han cubierto el tiempo o la indulgencia ante las flaquezas humanas; a ello se debe que la mayoría de nuestras confesiones (me refiero a las confesiones espontáneas y extrajudiciales) procedan de gentes de dudosa reputación, picaros o aventureros, y que para encontrar tales actos de gratuita humillación de sí mismo en quienes cabría suponer de acuerdo con el sector decente y respetable de la sociedad tengamos que acudir a la literatura francesa o a esa parte de la alemana contaminada por la sensibilidad espúrea y deficiente de los franceses. Tan firmemente lo creo, tanto me inquieta la posibilidad de que se me reprochen esas tendencias, que durante varios meses he dudado si convenía que ésta o cualquier otra parte de mi narración llegase a ojos del público antes de mi muerte (después de la cual, por muchas razones, se publicará en su integridad), y, si en última instancia he acabado por tomar una decisión, no fue sin antes sopesar ansiosamente los argumentos en pro y en contra de ella.

Llevados por un instinto natural, la culpa y el sufrimiento se retraen de la mirada del público: solicitan el retiro y la soledad y hasta cuando eligen una tumba se apartan a veces de la población general de los cementerios, como si renunciaran a su lugar en la gran familia del hombre y desearan (en las conmovedoras palabras del Sr. Wordsworth)




humildemente expresar

soledades de penitencia.


Que así sea está bien, a fin de cuentas, y redunda en provecho de todos nosotros: en lo que a mí respecta no quisiera dar la impresión de menospreciar sentimientos tan saludables ni afectarlos en modo alguno, ya sea de palabra o de obra. Pero, de una parte, la acusación que dirijo contra mi persona no equivale a una confesión de culpa y, de otra, es posible que, aunque así fuese, el beneficio que obtendrían los demás de una experiencia comprada a tan alto precio compensaría con creces cualquier violencia infligida a los sentimientos que acabo de mencionar y justificaría una excepción a la norma usual. La debilidad y el dolor no entrañan necesariamente culpa. Se acercan o se alejan de las sombras de esa oscura alianza en proporción a los motivos e intenciones del ofensor y a las circunstancias atenuantes, conocidas o secretas, de la ofensa: en proporción a la fuerza que tuvieron las tentaciones desde un primer momento y a la resistencia que con actos o esfuerzos se les opuso hasta lo último. Por lo que me toca, puedo afirmar, sin faltar a la verdad ni a la modestia, que mi vida ha sido, en general, la vida de un filósofo: fui desde mi nacimiento una criatura intelectual, e intelectuales, en el más alto sentido de la palabra, fueron mis ocupaciones y placeres, aun desde mis días de colegial. Si bien comer opio es un placer sensual, y estoy obligado a confesar que me entregué a él hasta un punto nunca registrado en nadie, no es menos cierto que luché con religioso celo por librarme de esta sujeción fascinante y que, después de mucho, he conseguido lo que jamás oí decir de nadie: desatar casi hasta los últimos eslabones la maldita cadena que me oprimía. El triunfo de la disciplina puede alegarse con justicia para contrarrestar cualquier desfallecimiento de la voluntad. Esto para no recalcar que, en mi caso, el triunfo fue indiscutible y, en cambio, el desfallecimiento sujeto a dudas de casuística, en la medida en que se amplíe el término para abarcar actos destinados exclusivamente a aliviar el dolor o bien se reduzca su alcance a fines tales como la producción de un placer positivo.

Por lo tanto, no reconozco mi culpa: y aunque lo hiciera, es probable que acabara por resolverme a este acto de confesión, en vista del servicio que con él puedo prestar a toda clase de comedores de opio. ¿Quiénes son? Lector, siento decirte que forman una clase en verdad muy numerosa. De esto quedé convencido hace algunos años al calcular, en una pequeña clase de la sociedad inglesa (la clase de hombres distinguidos por su talento o por su situación eminente), el número de personas de quienes sabía, directa o indirectamente, que eran comedores de opio, tales por ejemplo el elocuente y bondadoso [William Wilberforce], el desaparecido deán de [Carlisle, Dr. Isaac Milner], Lord [Erskine], el Sr.…., el filósofo; un Subsecretario de Estado, ya fallecido [el Sr. Addington, hermano de Lord Sidmouth] (quien me describió la sensación que lo llevara a usar opio por primera vez con las mismas palabras que el deán de [Carlisle], o sea que «sentía como si tuviese dentro ratas que le arañaban y roían las paredes del estómago»), el Sr. [Coleridge] y muchos otros, apenas menos conocidos, que sería enojoso mencionar. Ahora bien, si en una sola clase relativamente tan limitada los casos se contaban por veintenas (y esto por lo que sabía una sola persona) era lógico deducir que toda la población de Inglaterra arrojaría una cifra proporcional. Sin embargo, puse en tela de juicio la validez de mi inferencia hasta enterarme de ciertos hechos que me demostraron que no era incorrecta. Citaré dos de ellos. 1.° Tres respetables boticarios londinenses, de barrios muy apartados de Londres, a quienes compré recientemente pequeñas cantidades de opio, me aseguraron que el número de comedores de opio aficionados (como podría llamarlos) es ahora inmenso, y que la dificultad que entraña distinguir a estas personas, para quienes el opio se ha convertido por la fuerza del hábito en una necesidad, de aquellas que lo compran pensando en suicidarse, les causa a diario preocupaciones y disputas. Esto tan sólo por lo que se refiere a Londres. De otra parte, 2.° (lo que tal vez sorprenda aún más al lector), hace algunos años, al pasar por Manchester, varios fabricantes de telas de algodón me comunicaron que sus obreros contraían rápidamente el hábito del opio, hasta el punto de que los sábados por la tarde los mostradores de las boticas estaban cubiertos de pildoras de uno, dos o tres granos, en previsión de la demanda esperada para esa noche. La causa inmediata de tal costumbre eran los bajos salarios, que entonces no permitían a los obreros regalarse con cerveza o licores: se pensaba que al aumentar los salarios cesarían esas prácticas, pero se me hace difícil creer que nadie que haya gustado los divinos placeres del opio pueda luego descender a los goces groseros y mortales del alcohol; doy por sentado




Que ahora comen quienes nunca comieron

Y quienes comieron siempre, ahora comen más.


Aceptan los poderes de fascinación del opio hasta los tratadistas de medicina, sus más grandes enemigos; Awsiter por ejemplo, boticario del hospital de Greenwich, en su Ensayo sobre los efectos del opio (publicado el año 1763), al tratar de explicar las razones por las que Mead no fue lo bastante explícito acerca de las propiedades, antídotos, etc., de la droga, emplea estos términos misteriosos (fωναντα συνετοισι): «Quizá pensó que el tema era de naturaleza demasiado delicada como para divulgarse y, puesto que muchas personas podían usar el opio indiscriminadamente, les inspiró el temor y la prudencia necesarios para evitar que experimentasen los enormes poderes de esta droga: pues hay en ella muchas propiedades que, de ser conocidas por todos, difundirían su empleo harían que entre nosotros la demanda fuese mayor que entre los propios turcos; tal conocimiento», agrega, «podría tener por resultado una verdadera calamidad». No comparto enteramente el carácter inevitable de la conclusión, pero sobre esto tendré ocasión de hablar al final de mis confesiones, cuando presente al lector la enseñanza moral de mi narración.




Noticia al lector


Los incidentes registrados en las Confesiones Preliminares ocurrieron durante un período que empezó hace un poco más, y terminó hace un poco menos, de diecinueve años; por consiguiente, con arreglo al modo más usual de calcular, daría lo mismo afirmar que muchos de los incidentes sucedieron hace dieciocho o diecinueve años, y como las notas y apuntes para esta narración se prepararon hacia la pasada Navidad, lo más natural pareció elegir la primera de estas fechas. En la prisa de la composición se mantuvo la fecha invariablemente, aunque pasaran unos meses, y en la mayoría de los casos puede decirse que ello no induce a error o al menos no a un error importante. Pero en una ocasión, cuando el autor habla de su propio cumpleaños, el hecho de adoptarse una fecha uniforme ha provocado una inexactitud de todo un año, pues mientras se hallaba ocupado en la composición el decimonoveno año, contado a partir del período de que se trata, llegó a su término. Por lo tanto, se ha creído conveniente señalar que el período en cuestión va de comienzos de julio de 1802 a comienzos o mediados de marzo de 1803.




1 de octubre de 1821.




viernes, 1 de noviembre de 2013

CRÍTICA LITERARIA. GÉNERO: POESÍA. Por Guillermo Fernández.

 
Guillermo Fernández. (Luis Guillermo Fernández Álvarez nace el 14 de diciembre de 1962. Realiza estudios de Filosofía en la Universidad de Costa Rica. Se dedica a escribir y se desempeña como asesor editorial de varias editoriales. Ha sido representante de Costa Rica en el Festival Internacional de Poesía en Medellín, Colombia, 1998, y en el Festival Internacional de Poesía en Oaxaca, México, 1998. Es co-editor de la revista de cultura Matérika.Fuente: Wikipedia).
 
CRÍTICA LITERARIA. GÉNERO POESÍA. “Los alegres somos más” del poeta costarricense Randall Roque. Una antología de poesía amorosa.

Randall Roque es un poeta que experimenta en redes sociales y de continuo publica sus poemas. Es un comunicador incesante, editor de sus poemas, divulgador, posteador. Comprendido por unos y mal comprendido por varios, Randall Roque insiste: no le tiene miedo a las críticas que le pudieran lanzar los miembros de su propia generación que lo deben ver extraño, lejos del acento predominante.

Es importante referir que Roque, por mérito de su poesía diáfana y coloquial, es un poeta que ha sido publicado en antologías europeas. Fue incluido en las antologías italianas de “Poesia Frontiere de Ibisko editrice Risolo 2007”, y “Il Gesto della memoria 2005, Antologia «Ditët e Naimit» del XVII Festivali Ndërkombëtar i Poezisë”.

Su libro, “Los alegres somos más” (Ediciones 77, 2013), reúne algunos de sus trabajos más relevantes de su creciente producción, ya que Roque es un poeta muy productivo y parece tener cantera inagotable. En su fervor poético, exaltación amatoria y deseo de ser fluido como las emociones y turbulencias del alma, Roque nos recuerda al romántico Vladimir Mayakovsky, de versos frenéticos y deslumbrados. Su tema persistente es la mujer, y más que la mujer el deseo amoroso proyectado en la compañera, en la amante, en esa secuaz de los sueños y de las rupturas, que aguijonea al poeta sin piedad, ya para su exaltación, ya para su caos erótico.

Roque le canta a la mujer que mira en el bus, a la que se duerme a su lado, intocable como una porcelana china, a la que convive en su encierro cotidiano, con susto y dependencia devota, a la que se hace recuerdo, y puede convertirse en una imagen de la poesía, a la que tiene “las pestañas claras y cobrizas / como lágrimas de bronce al fuego”, a la que se persigue como el oxígeno, a la que se imagina en el mismo mausoleo y en una futura excavación, a todas esas mujeres que conforman el bosque femenino de la vida. Roque es un poeta que no tiene miedo ni vergüenza de clamar al amor en una época donde las confesiones amorosas no son muy populares.

La inobjetable capacidad de Roque de ser sincero puede a veces bordear extremos. En algunos casos incluso emplea formas coloquiales que muchos no se atreverían a utilizar por ser tan locales que pueden percibirse como frases de comodín. Pero al poeta no le interesa componer un poema con una sencillez que otros objetarían. Al parecer, no tiene suspicacias con el lenguaje de todos los días, el mismo que se deja sobre las servilletas o el que se evapora con el último café de la tarde.

Nosotros valoramos al Roque de los poemas que nos hacen sentir su infatigable emoción y su esperanza en el amor a toda prueba. Allí es donde su sencillez alcanza apreciable rango literario. Poemas como “Decir algo más”, “Mujer desnuda”, “Nada de eso”, “Quédate conmigo”, “Nuestra casa”, “Lo mejor de mis plegarias”, “Los alegres somos más”, “Casita de paletas”, “Apartado postal”, “Fortunas 1”, “Busco no amarte”, “Borracho”, entre otros, muestran a un poeta humanizado, paradójicamente, un poeta que se resiste a perder su humanidad, su nobleza, su contradicción. Lejos de la alienación del hombre actual, que se ha convertido en meta de artes postmodernos (véase el artista y el escritor de las cosificaciones nihilistas), Roque apela a la naturalidad: “Qué bueno es amanecer con una mujer desnuda / en el piso, la cama o el sofá, / sentir sus piernas en las mías como tibia enredadera, / sus manos hurgando los secretos, / mi boca buscando las respuestas, / sus ojos dejando las preguntas” (“Mujer desnuda”). Y esa naturalidad hace que el poeta defienda aún el gozo de ser un animal apasionado: el destino poético de este creador, según hemos visto: ¿recordar que todavía podemos creer en el lenguaje de todos los días?

Nada de eso (fragmento)

Tenías las pestañas claras y cobrizas
como lágrimas de bronce al fuego,
la piel blanca de las orquídeas y jazmines,
los ojos grandes como duraznos tiernos,
aquellos labios de amapola descarnada,
húmedos como los cedros de costa rica,
pero nada de eso me enamoró de vos…

No sería exagerado considerar que R. Randall Roque, con su verso humanizado y fogoso, es también el mayor poeta de la esperanza en el país, lo cual no deja de ser aumentar su rareza:

Quédate conmigo (fragmento)

Quédate conmigo, no te rindas, no te vayas,
aunque no despierte, bésame,
aunque tengas hambre y guardes frío,
jamás pierdas la esperanza

quédate conmigo, no te rindas, no te vayas,
aunque tu herida sea cual ninguna,
aunque no tengas más tiempo que el perdido
o te pese de nostalgias la memoria…

Nos parecía incompresible al principio cómo alguien de la edad de Roque podía escribir encarando sus sentimientos amorosos con tanto desenfado, sin preocuparse por los tecnicismos literarios, casi de espaldas a los movimientos literarios que han pasado desde el romanticismo. Pero no es raro encontrar poetas en el mundo como él, y de incuestionable calidad, que escriben al margen de las tendencias poéticas.

A nuestro criterio, poetas como Roque experimentan un cansancio generacional por la artificiosa vida tecnológica, la cosificación del ser humano y la expectación de un arte que huele a cinismo y sangría anímica. Su verso es aspiración a la excelencia vital.

Fortunas 1 (fragmento)

Tenés la gran pirámide de giza
los jardines colgantes de babilonia
tengo el camino hacia su casa
el patio donde cuelga sus orquídeas
tenés el sepulcro de mausoleo en halicarnaso
tengo la huella de sus versos entre mis labios
tenés el coloso de rodas el faro de alejandría
tengo la fuerza de sus manos la luz de su sonrisa…

Randall Roque es un poeta no domesticado por la alienación. Juega como el gato de la poesía sobre el cuerpo de la mujer, camina por el mundo buscando las mujeres de su imaginación y a veces se topa con la realidad y la elude con más canto.

Su poesía nace de una vertiente genuina de la creación literaria actual por decir lo que sigue siendo relevante: eso que es cotidiano y esperanzador y fértil.
CRÍTICA LITERARIA. GÉNERO POESÍA. “Los alegres somos más” del poeta costarricense Randall Roque. Una antología de poesía amorosa. 

Randall Roque es un poeta que experimenta en redes sociales y de continuo publica sus poemas. Es un comunicador incesante, editor de sus poemas, divulgador, posteador. Comprendido por unos y mal comprendido por varios, Randall Roque insiste: no le tiene miedo a las críticas que le pudieran lanzar los miembros de su propia generación que lo deben ver extraño, lejos del acento predominante.

Es importante referir que Roque, por mérito de su poesía diáfana y coloquial, es un poeta que ha sido publicado en antologías europeas. Fue incluido en las antologías italianas de “Poesia Frontiere de Ibisko editrice Risolo 2007”, y “Il Gesto della memoria 2005, Antologia «Ditët e Naimit» del XVII Festivali Ndërkombëtar i Poezisë”. 

Su libro, “Los alegres somos más” (Ediciones 77, 2013), reúne algunos de sus trabajos más relevantes de su creciente producción, ya que Roque es un poeta muy productivo y parece tener cantera inagotable. En su fervor poético, exaltación amatoria y deseo de ser fluido como las emociones y turbulencias del alma, Roque nos recuerda al romántico Vladimir Mayakovsky, de versos frenéticos y deslumbrados. Su tema persistente es la mujer, y más que la mujer el deseo amoroso proyectado en la compañera, en la amante, en esa secuaz de los sueños y de las rupturas, que aguijonea al poeta sin piedad, ya para su exaltación, ya para su caos erótico. 

Roque le canta a la mujer que mira en el bus, a la que se duerme a su lado, intocable como una porcelana china, a la que convive en su encierro cotidiano, con susto y dependencia devota, a la que se hace recuerdo, y puede convertirse en una imagen de la poesía, a la que tiene “las pestañas claras y cobrizas / como lágrimas de bronce al fuego”, a la que se persigue como el oxígeno, a la que se imagina en el mismo mausoleo y en una futura excavación, a todas esas mujeres que conforman el bosque femenino de la vida. Roque es un poeta que no tiene miedo ni vergüenza de clamar al amor en una época donde las confesiones amorosas no son muy populares.

La inobjetable capacidad de Roque de ser sincero puede a veces bordear extremos. En algunos casos incluso emplea formas coloquiales que muchos no se atreverían a utilizar por ser tan locales que pueden percibirse como frases de comodín. Pero al poeta no le interesa componer un poema con una sencillez que otros objetarían. Al parecer, no tiene suspicacias con el lenguaje de todos los días, el mismo que se deja sobre las servilletas o el que se evapora con el último café de la tarde.

Nosotros valoramos al Roque de los poemas que nos hacen sentir su infatigable emoción y su esperanza en el amor a toda prueba. Allí es donde su sencillez alcanza apreciable rango literario. Poemas como “Decir algo más”, “Mujer desnuda”, “Nada de eso”, “Quédate conmigo”, “Nuestra casa”, “Lo mejor de mis plegarias”, “Los alegres somos más”, “Casita de paletas”, “Apartado postal”, “Fortunas 1”, “Busco no amarte”, “Borracho”, entre otros, muestran a un poeta humanizado, paradójicamente, un poeta que se resiste a perder su humanidad, su nobleza, su contradicción. Lejos de la alienación del hombre actual, que se ha convertido en meta de artes postmodernos (véase el artista y el escritor de las cosificaciones nihilistas), Roque apela a la naturalidad: “Qué bueno es amanecer con una mujer desnuda / en el piso, la cama o el sofá, / sentir sus piernas en las mías como tibia enredadera, / sus manos hurgando los secretos, / mi boca buscando las respuestas, / sus ojos dejando las preguntas” (“Mujer desnuda”). Y esa naturalidad hace que el poeta defienda aún el gozo de ser un animal apasionado: el destino poético de este creador, según hemos visto: ¿recordar que todavía podemos creer en el lenguaje de todos los días? 

Nada de eso (fragmento)

Tenías las pestañas claras y cobrizas
como lágrimas de bronce al fuego,
la piel blanca de las orquídeas y jazmines,
los ojos grandes como duraznos tiernos,
aquellos labios de amapola descarnada,
húmedos como los cedros de costa rica,
pero nada de eso me enamoró de vos…

No sería exagerado considerar que R. Randall Roque, con su verso humanizado y fogoso, es también el mayor poeta de la esperanza en el país, lo cual no deja de ser aumentar su rareza:

Quédate conmigo (fragmento)

Quédate conmigo, no te rindas, no te vayas,
aunque no despierte, bésame,
aunque tengas hambre y guardes frío,
jamás pierdas la esperanza

quédate conmigo, no te rindas, no te vayas,
aunque tu herida sea cual ninguna,
aunque no tengas más tiempo que el perdido
o te pese de nostalgias la memoria… 


Nos parecía incompresible al principio cómo alguien de la edad de Roque podía escribir encarando sus sentimientos amorosos con tanto desenfado, sin preocuparse por los tecnicismos literarios, casi de espaldas a los movimientos literarios que han pasado desde el romanticismo. Pero no es raro encontrar poetas en el mundo como él, y de incuestionable calidad, que escriben al margen de las tendencias poéticas. 

A nuestro criterio, poetas como Roque experimentan un cansancio generacional por la artificiosa vida tecnológica, la cosificación del ser humano y la expectación de un arte que huele a cinismo y sangría anímica. Su verso es aspiración a la excelencia vital. 

Fortunas 1 (fragmento)

Tenés la gran pirámide de giza
los jardines colgantes de babilonia
tengo el camino hacia su casa
el patio donde cuelga sus orquídeas
tenés el sepulcro de mausoleo en halicarnaso
tengo la huella de sus versos entre mis labios
tenés el coloso de rodas  el faro de alejandría
tengo la fuerza de sus manos  la luz de su sonrisa…

Randall Roque es un poeta no domesticado por la alienación. Juega como el gato de la poesía sobre el cuerpo de la mujer, camina por el mundo buscando las mujeres de su imaginación y a veces se topa con la realidad y la elude con más canto. 

Su poesía nace de una vertiente genuina de la creación literaria actual por decir lo que sigue siendo relevante: eso que es cotidiano y esperanzador y fértil.

Voltaire: Diccionario filosófico: Amor propio.


 
 
AMOR PROPIO. Nicole, en sus Ensayos de moral, escritos después de publicarse dos o tres mil volúmenes de la misma materia, dice que «por medio de ruedas y patíbulos establecidos en común deben reprimirse los pensamientos y los designios tiránicos del amor propio de cada cual».



No me ocuparé de si se pueden tener patíbulos en común, como se tienen prados y bosques, ni si con ruedas de tortura se pueden reprimir los pensamientos, pero sí diré que es muy extraño que Nicole tome por equivalentes el robo perpetrado en camino real y el asesinato por amor propio. Es preciso distinguir mejor una cosa de otra. El que dijera que Nerón hizo asesinar a su madre por amor a sí mismo, y que el bandido Cartouche estaba dotado de amor propio excesivo se expresaría incorrectamente. El amor propio no es una maldad, es un sentimiento natural en todos los hombres y está más cerca de la vanidad que del crimen.



Un mendigo que se situaba en las cercanías de Madrid pedía limosna con altivez. Un viandante le espetó: «No os da vergüenza ser un holgazán, pudiendo, como podéis, trabajar?» «Señor —le contestó el mendigo—, os pido dinero y no consejos.» Y dicho esto, le volvió la espalda conservando toda la dignidad castellana. Era un mendigo más orgulloso que el señor, cuya vanidad se ofendió sin motivo. Pedía limosna por amor a sí mismo y no consentía que le reprimiera otro amor propio.



Un misionero que viajaba por la India se encontró con un faquir cargado de cadenas, desnudo como un mono y acostado boca abajo, recibiendo vergajazos por los pecados cometidos por sus coterráneos, y éstos a cambio le daban algunas monedas. «¡Qué manera de renunciar a su amor propio!», exclamó uno de los espectadores. «No renuncio a mi amor propio —replicó el faquir—. Sabed que si me dejo azotar en este mundo es para devolveros los azotes en el otro, cuando vosotros seáis caballos y yo jinete.»



Los que creen que el amor a sí mismo es la base de los sentimientos y de las acciones de los hombres, tienen razón en España, en la India y en todo el mundo habitado. Y así como nadie escribe para probar que tiene rostro, tampoco se necesita escribir para probar que se tiene amor propio, instrumento de la propia conservación y semejante al instrumento de la perpetuidad de la especie. Dado que éste nos es necesario, nos causa placer y por esto lo ocultamos.


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