viernes, 23 de marzo de 2012

Cátedra en el café


CÁTEDRA EN EL CAFÉ.
Algunas personas me han preguntado del por qué no comento sobre el quehacer literario (la creación literaria) y después de mucho pensarlo, creo que me han convencido ustedes. No pretendo ser un teórico ni mucho menos, ni tampoco pretendo persuadir a nadie con mis opiniones acerca de lo que para mí es la literatura: cada uno tendrá su opinión y eso, “está bien y así debe ser”. Simplemente, lo que deseo es externar mis opiniones acerca de la Literatura que por largo tiempo he pensado y he practicado, especialmente sobre la creación literaria y que, a todos los que escribimos nos apasiona este tema.
También deseo advertirles que en ocasiones soy bastante radical en lo que pienso del quehacer literario, en ocasiones son intuiciones que a lo largo de los años la experiencia me ha confirmado que no estaba equivocado. Ya ustedes dirán sobre el anterior punto: ¿cuáles sospechas? Ya lo comento pero antes, deseo continuar explicando sobre mi justificación de esta sección  con el nombre de: CÁTEDRA EN EL CAFÉ y que trataré de presentar cada semana. El nombre se me ocurrió porque así se llama una novela inédita que tengo y que es muy probable nunca publique.  En la citada novela se nombraba una soda: la soda Guevara, - aludida en varios de mis post- donde nosotros, jóvenes escritores en aquella época, íbamos a charlar de lo que pensábamos era o es la literatura. Aclaro, que muchos de nosotros salíamos amargados con las opiniones de unos con los otros. ¡Discusiones! ¡Benditas discusiones! ¡ Feo sería el mundo si todos opináramos igual! Y ese era el mundillo de la soda Guevara y del mundo universitario de los años 80 del siglo pasado. Con la anterior explicación deseo revivir algunas de las discusiones que se dieron por entonces:

Esta semana: deseo hablar sobre los TALLERES DE LITERATURA.

Siempre han existido los talleres de literatura. Recuerdo, que en mi época no era la excepción. Sin embargo, yo siempre fui un rebelde o un escéptico y nunca puse un pie en un taller de literatura. ¿ La razón o razones? Pues, sobran. La más elemental: A NADIE SE LE PUEDE DECIR CÓMO ESCRIBIR PORQUE NO EXISTEN LAS RECETAS. Y creo, este fue el punto principal y más fuerte para que yo nunca fuera a un taller. Por tal decisión, muchos de mis amigos escritores de aquella época, me veían como a un alienígena por no asistir a un taller famosísimo que impartía un escritor argentino. Otros, dirían: mi petulancia no me dejaba poner al descubierto mis escritos. No es del todo cierto lo anterior. Sin embargo, el mayor temor quizá  era un modelaje al gusto del maestro del taller y que,  yo perdiera de alguna manera mi identidad. Pienso: es un razonamiento justo.
Ahora, si ustedes me dicen:  voy a un “taller de literatura” pero,  que allí no se discute el trabajo de novelas o poemas que uno escribe y que, se va como a una especie de reunión a compartir ideas literarias, intercambios de libros y uno que otro consejo para escribir, estamos totalmente de acuerdo. Entonces, sí me apunto a un taller como el anterior. Pero, en la práctica este tipo de talleres no existen.

Dejemos a Roberto Bolaño que nos dé su opinión sobre los talleres de Literatura:

3 de noviembre

No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo diecisiete años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tío insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso le dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitación y lloré toda la noche. O al menos una buena parte. Después, con aparente resignación, entré en la gloriosa Facultad de Derecho, pero al cabo de un mes me inscribí en el taller de poesía de Julio César Álamo, en la Facultad de Filosofía y Letras, y de esa manera conocí a los real visceralistas o viscerrealistas e incluso vicerrealistas como a veces gustan llamarse. Hasta entonces yo había asistido cuatro veces al taller y nunca había ocurrido nada, lo cual es un decir, porque bien mirado siempre ocurrían cosas: leíamos poemas y Álamo, según estuviera de humor, los alababa o los pulverizaba; uno leía, Álamo criticaba, otro leía, Álamo criticaba, otro más volvía a leer, Álamo criticaba. A veces Álamo se aburría y nos pedía a nosotros (los que en ese momento no leíamos) que criticáramos también, y entonces nosotros criticábamos y Álamo se ponía a leer el periódico.
El método era el idóneo para que nadie fuera amigo de nadie o para que las amistades se cimentaran en la enfermedad y el rencor.
Por otra parte no puedo decir que Álamo fuera un buen crítico, aunque siempre hablaba de la crítica. Ahora creo que hablaba por hablar. Sabía lo que era una perífrasis, no muy bien, pero lo sabia. No sabía, sin embargo, lo que era una pentapodia (que, como todo el mundo sabe, en la métrica clásica es un sistema de cinco pies), tampoco sabía lo que era un nicárqueo (que es un verso parecido al falecio), ni lo que era un tetrástico (que es una estrofa de cuatro versos). ¿Que cómo sé que no lo sabía? Porque cometí el error, el primer día de taller, de preguntárselo. No sé en qué estaría pensando. El único poeta mexicano que sabe de memoria estas cosas es Octavio Paz (nuestro gran enemigo), el resto no tiene ni idea, al menos eso fue lo que me dijo Ulises Lima minutos después de que yo me sumara y fuera amistosamente aceptado en las filas del realismo visceral. Hacerle esas preguntas a Álamo fue, como no tardé en comprobarlo, una prueba de mi falta de tacto. Al principio pensé que la sonrisa que me dedicó era de admiración. Luego me di cuenta que más bien era de desprecio. Los poetas mexicanos (supongo que los poetas en general) detestan que se les recuerde su ignorancia. Pero yo no me arredré y después de que me destrozara un par de poemas en la segunda sesión a la que asistía, le pregunté si sabía qué era un rispetto. Álamo pensó que yo le exigía respeto para mis poesías y se largó a hablar de la crítica objetiva (para variar), que es un campo de minas por donde debe transitar todo joven poeta, etcétera, pero no lo dejé proseguir y tras aclararle que nunca en mi corta vida había solicitado respeto para mis pobres creaciones volví a formularle la pregunta, esta vez intentando vocalizar con la mayor claridad posible.
—No me vengas con chingaderas, García Madero —dijo Álamo.
—Un rispetto, querido maestro, es un tipo de poesía lírica, amorosa para ser más exactos, semejante al strambotto, que tiene seis u ocho endecasílabos, los cuatro primeros con forma de serventesio y los siguientes construidos en pareados. Por ejemplo... —y ya me disponía a darle uno o dos ejemplos cuando Álamo se levantó de un salto y dio por terminada la discusión. Lo que ocurrió después es brumoso (aunque yo tengo buena memoria): recuerdo la risa de Álamo y las risas de los cuatro o cinco compañeros de taller, posiblemente celebrando un chiste a costa mía.
Otro, en mi lugar, no hubiera vuelto a poner los pies en el taller, pero pese a mis infaustos recuerdos (o a la ausencia de recuerdos, para el caso tan infausta o más que la retención mnemotécnica de éstos) a la semana siguiente estaba allí, puntual como siempre.

Creo que fue el destino el que me hizo volver. Era mi quinta sesión en el taller de Álamo (pero bien pudo ser la octava o la novena, últimamente he notado que el tiempo se pliega o se estira a su arbitrio) y la tensión, la corriente alterna de la tragedia se mascaba en el aire sin que nadie acertara a explicar a qué era debido. Para empezar, estábamos todos, los siete aprendices de poetas inscritos inicialmente, algo que no había sucedido en las sesiones precedentes. También: estábamos nerviosos. El mismo Álamo, de común tan tranquilo, no las tenía todas consigo. Por un momento pensé que tal vez había ocurrido algo en la universidad, una balacera en el campus de la que yo no me hubiera enterado, una huelga sorpresa, el asesinato del decano de la facultad, el secuestro de algún profesor de Filosofía o algo por el estilo. Pero nada de esto había sucedido y la verdad era que nadie tenía motivos para estar nervioso. Al menos, objetivamente nadie tenía motivos. Pero la poesía (la verdadera poesía) es así: se deja presentir, se anuncia en el aire, como los terremotos que según dicen presienten algunos animales especialmente aptos para tal propósito. (Estos animales son las serpientes, los gusanos, las ratas y algunos pájaros.) Lo que sucedió a continuación fue atropellado pero dotado de algo que a riesgo de ser cursi me atrevería a llamar maravilloso. Llegaron dos poetas real visceralistas y Álamo, a regañadientes, nos los presentó aunque sólo a uno de ellos conocía personalmente, al otro lo conocía de oídas o le sonaba su nombre o alguien le había hablado de él, pero igual nos lo presentó.

No sé qué buscaban ellos allí. La visita parecía de naturaleza claramente beligerante, aunque no exenta de un matiz propagandístico y proselitista. Al principio los real visceralistas se mantuvieron callados o discretos. Álamo, a su vez, adoptó una postura diplomática, levemente irónica, de esperar los acontecimientos, pero poco a poco, ante la timidez de los extraños, se fue envalentonando y al cabo de media hora el taller ya era el mismo de siempre. Entonces comenzó la batalla. Los real visceralistas pusieron en entredicho el sistema crítico que manejaba Álamo; éste, a su vez, trató a los real visceralistas de surrealistas de pacotilla y de falsos marxistas, siendo apoyado en el embate por cinco miembros del taller, es decir todos menos un chavo muy delgado que siempre iba con un libro de Lewis Carroll y que casi nunca hablaba, y yo, actitud que con toda franqueza me dejó sorprendido, pues los que apoyaban con tanto ardimiento a Álamo eran los mismos que recibían en actitud estoica sus críticas implacables y que ahora se revelaban (algo que me pareció sorprendente) como sus más fieles defensores. En ese momento decidí poner mi grano de arena y acusé a Álamo de no tener idea de lo que era un rispetto; paladinamente los real visceralistas reconocieron que ellos tampoco sabían lo que era pero mi observación les pareció pertinente y así lo expresaron; uno de ellos me preguntó qué edad tenía, yo dije que diecisiete años e intenté explicar una vez más lo que era un rispetto; Álamo estaba rojo de rabia; los miembros del taller me acusaron de pedante (uno dijo que yo era un academicista); los real visceralistas me defendieron; ya lanzado, le pregunté a Álamo y al taller en general si por lo menos se acordaban de lo que era un nicárqueo o un tetrástico. Y nadie supo responderme.
La discusión no acabó, contra lo que yo esperaba, en una madriza general. Tengo que reconocer que me hubiera encantado. Y aunque uno de los miembros del taller le prometió a Ulises Lima que algún día le iba a romper la cara, al final no pasó nada, quiero decir nada violento, aunque yo reaccioné a la amenaza (que, repito, no iba dirigida contra mí) asegurándole al amenazador que me tenía a su entera disposición en cualquier rincón del campus, en el día y a la hora que quisiera.

El cierre de la velada fue sorprendente. Álamo desafió a Ulises Lima a que leyera uno de sus poemas. Éste no se hizo de rogar y sacó de un bolsillo de la chamarra unos papeles sucios y arrugados. Qué horror, pensé, este pendejo se ha metido él solo en la boca del lobo. Creo que cerré los ojos de pura vergüenza ajena. Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear. Para mí aquél era uno de estos últimos. Cerré los ojos, como ya dije, y oí carraspear a Lima. Oí el silencio (si eso es posible, aunque lo dudo) algo incómodo que se fue haciendo a su alrededor. Y finalmente oí su voz que leía el mejor poema que yo jamás había escuchado. Después Arturo Belano se levantó y dijo que andaban buscando poetas que quisieran participar en la revista que los real visceralistas pensaban sacar. A todos les hubiera gustado apuntarse, pero después de la discusión se sentían algo corridos y nadie abrió la boca. Cuando el taller terminó (más tarde de lo usual) me fui con ellos hasta la parada de camiones. Era demasiado tarde. Ya no pasaba ninguno, así que decidimos tomar juntos un pesero hasta Reforma y de allí nos fuimos caminando hasta un bar de la calle Bucareli en donde estuvimos hasta muy tarde hablando de poesía.

En claro no saqué muchas cosas. El nombre del grupo de alguna manera es una broma y de alguna manera es algo completamente en serio. Creo que hace muchos años hubo un grupo vanguardista mexicano llamado los real visceralistas, pero no sé si fueron escritores o pintores o periodistas o revolucionarios. Estuvieron activos, tampoco lo tengo muy claro, en la década de los veinte o de los treinta. Por descontado, nunca había oído hablar de ese grupo, pero esto es achacable a mi ignorancia en asuntos literarios (todos los libros del mundo están esperando a que los lea). Según Arturo Belano, los real visceralistas se perdieron en el desierto de Sonora. Después mencionaron a una tal Cesárea Tinajero o Tinaja, no lo recuerdo, creo que por entonces yo discutía a gritos con un mesero por unas botellas de cerveza, y hablaron de las Poesías del Conde de Lautréamont, algo en las Poesías relacionado con la tal Tinajero, y después Lima hizo una aseveración misteriosa. Según él, los actuales real visceralistas caminaban hacia atrás. ¿Cómo hacia atrás?, pregunté.
—De espaldas, mirando un punto pero alejándonos de él, en línea recta hacia lo desconocido.
Dije que me parecía perfecto caminar de esa manera, aunque en realidad no entendí nada. Bien pensado, es la peor forma de caminar.
Más tarde llegaron otros poetas, algunos real visceralistas, otros no, y la barahúnda se hizo imposible. Por un momento pensé que Belano y Lima se habían olvidado de mí, ocupados en platicar con cuanto personaje estrafalario se acercaba a nuestra mesa, pero cuando empezaba a amanecer me dijeron si quería pertenecer a la pandilla. No dijeron «grupo» o «movimiento», dijeron pandilla y eso me gustó. Por supuesto, dije que sí. Fue muy sencillo. Uno de ellos, Belano, me estrechó la mano, dijo que ya era uno de los suyos y después cantamos una canción ranchera. Eso fue todo. La letra de la canción hablaba de los pueblos perdidos del norte y de los ojos de una mujer. Antes de ponerme a vomitar en la calle les pregunté si ésos eran los ojos de Cesárea Tinajero. Belano y Lima me miraron y dijeron que sin duda yo ya era un real visceralista y que juntos íbamos a cambiar la poesía latinoamericana. A las seis de la mañana tomé otro pesero, esta vez solo, que me trajo hasta la colonia Lindavista, donde vivo. Hoy no fui a la universidad. He pasado todo el día encerrado en mi habitación escribiendo poemas".

Tomado de:
Liberduplex, S.L., Constitució, 19,08014,BarceÍona
© Roberto Bolaño, 1998

© EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1998
   Pedro de la Creu, 58
   08034 Barcelona

Edición Digital: G.M.O.
México, 2006.                                                  
 





miércoles, 21 de marzo de 2012

ROBERTO BOLAÑO: ¿Los detectives salvajes ó 2666?


Algunas personas me preguntan que cuál de las dos novelas de Roberto Bolaño es mejor: LOS DETECTIVES SALVAJES ó 2666.  La respuesta es sencilla: no se pueden comparar. Quizá por aspectos estéticos me gusta más Los detectives salvajes, sin embargo, 2666 es grandiosa, ¿la razón? En 2666 Roberto Bolaño nos muestra su poderío narrativa, su fuerza como narrador que a cualquiera paraliza. Me impresiona en ambas novelas - Los detectives salvajes y 2666- la "naturalidad" y del cómo se desborda  como escritor en maratónicos relatos. Es una aparente facilidad que por supuesto no existe. Otro asunto que se debe de tomar en consideración a la hora de ponderar 2666 es que - lo quieran o no- los editores  y por más justificaciones que se hagan,  Bolaño nunca terminó 2666 y siempre pensó en la publicación de 5 libros o historias concatenadas entre sí. Es decir, si la muerte no lo hubiera sorprendido (2003) quizá la idea original se hubiera respetado de la publicación por separado de las 5 historias. ¿Era mejor la idea de Bolaño? Pienso que la decisión de Anagrama en la publicación de un solo volumen es más acertada que lo planeado por Bolaño. Fue un riesgo y acierto editorial.


Roberto Bolaño
(Chile, 1953-2003)
Escritor nacido en Santiago de Chile, Bolaño ha llevado una existencia bastante trashumante. A los 15 años estaba viviendo en México, donde comenzó a trabajar como periodista y se hizo troskista. En el 73 regresó a su país y pudo presenciar el golpe militar. Se alistó en la resistencia y terminó preso. Unos amigos detectives de la adolescencia lo reconocieron y lograron que a los ocho días abandonase la cárcel. Se fue a El Salvador: conoció al poeta Roque Dalton y a sus asesinos. En el 77 se instaló en España, donde ejerció (también en Francia y otros países) una diversidad de oficios: lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, descargador de barcos, vendimiador. Hasta que, en los 80, pudo sustentarse ganando concursos literarios. A fines de los años 90 la suerte empezó a estar de su lado: Los detectives salvajes (1999) obtuvo el premio Herralde y el Rómulo Gallegos, considerado el Nobel de Latinoamérica. Es autor de las novelas, La pista de hielo (1993), La literatura nazi en América (1996), Estrella distante (1996), Amuleto (1999), Monsieur Pain (1999), Nocturno de Chile (2000), Una novelita lumpen (2002) y 2666 (2004), ésta última póstuma.

t/9/16749.jpgRESEÑA:
Es un libro bello, largo y complejo. Consta de cinco partes que tienen ritmos y temas diferentes, pero que armonizan y convergen para conformar un todo inmenso, un relato multifacético que presenta la realidad social y la realidad individual en el siglo XX y el enigmático comienzo del XXI.

Podría decirse que el protagonista es un escritor alemán que tiene un proceso de desarrollo singularísimo, dramático y cómico a la vez, que, careciendo de educación y capacidades comunicativas, escribe por puro talento y debe ocultar su identidad para protegerse del caos del nazismo, mientras que sus críticos lo buscan sin éxito por todo el mundo, todo lo cual conforma un relato que mantiene al lector en suspenso, de sorpresa en sorpresa. Pero eso no sería exacto. También podría decirse, y tal vez sería más cierto, que el protagonista de la novela es la maldad misma y la sinrazón del ser humano en el siglo XX, desde el noroeste de México hasta Europa Oriental, desde la vida liviana de unos críticos de literatura hasta las masacres de una aristocracia mafiosa en los pueblos del tercer mundo, pasando por la Segunda Guerra Mundial, el mundo del periodismo, el deporte (boxeo), la descomposición familiar y los establecimientos siquiátricos. El singular escritor alemán encarna, tal vez, la bondad y la autenticidad que resplandecen en medio de tanta maldad.

Cada una de las cinco partes es una pequeña novela. Una serie de estupendos personajes secundarios dan vida a cinco cuentos que se entrelazan de forma insospechada. No obstante, es el conjunto el que presenta el cuadro fabuloso que el autor quiere comunicar.

El estilo es sobrio, preciso, estricto, bello. El suspenso mantiene el interés del lector. Un verdadero ejemplo de literatura.
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Los detectives salvajes:

t/0/16750.jpgRESEÑA:
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La novela narra la búsqueda de la poetisa mexicana Cesárea Tinajero, por parte de dos jóvenes poetas y ocasionales vendedores de droga, el chileno Arturo Belano y el también mexicano Ulises Lima. Bolaño utiliza a estos personajes para componer una ficción en la que se mezclan las ciudades y los personajes, en un homenaje a la poesía.

La obra se divide en tres partes. La primera y la última comprenden la búsqueda de Tinajero por parte de Belano, Lima y un joven seguidor, Juan García Madero. En la segunda, un narrador innombrado sigue las pistas de los dos poetas a lo largo de 20 años y recorre el mundo, partiendo del DF, y pisando entre otros lugares, Managua, París, Barcelona, Tel Aviv, Austria y África.

Antes de partir, Lima y Belano forman un grupo, un movimiento de poesía, llamado los real visceralistas, un homenaje al estilo de Tinajero, que se desintegra poco después de su partida. El libro se estructura como una serie de testimonios tomados por un autor desconocido, de los miembros, sus allegados y las personas con las que Lima y Belano tuvieron contacto en sus viajes. Los testimonios, narrados en primera persona, no siguen nigún orden aparente, lo que ha servido a algunos críticos para comparar Los detectives salvajes con Rayuela de Cortazar.

Belano es considerado por algunos críticos como el alter ego de Roberto Bolaño.
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NOTA A LA PRIMERA EDICIÓN

 2666 se publica por vez primera póstumamente, más de un año después de la muerte de su autor. Es razonable, pues, preguntarse en qué medida el texto que se ofrece al lector se corresponde con el que Roberto Bolaño hubiera dado a la luz de haber vivido lo suficiente. La respuesta es tranquilizadora: en el estado en que quedó a la muerte de Bolaño, la novela se aproxima mucho al objetivo que él se trazó. No cabe duda de que Bolaño hubiera seguido trabajando más tiempo en ella; pero sólo unos pocos meses más: él mismo declaraba estar cerca del final, ya sobrepasado ampliamente el plazo que se había fijado para terminarla. De cualquier modo el edificio entero de la novela, y no sólo sus cimientos, ya estaba levantado; sus contornos, sus dimensiones, su contenido general no hubieran sido, en ningún caso, muy distintos de los que tiene finalmente.
 A la muerte de Roberto Bolaño se dijo que el magno proyecto de 2666 había sido transformado en una serie de cinco novelas, que se corresponderían con las cinco partes en que la obra está dividida. Lo cierto es que los últimos meses de su vida Bolaño insistió en esta idea, cada vez menos confiado como estaba en poder culminar su proyecto inicial. Conviene advertir, sin embargo, que en esta intención se interpusieron consideraciones de orden práctico (en las que, dicho sea de paso, Bolaño no era muy ducho): ante la cada vez más probable eventualidad de una muerte inminente, a Bolaño le parecía más llevadero y más rentable, para sus editores tanto como para sus herederos, habérselas con cinco novelas independientes, de corta o mediana extensión, antes que con una sola descomunal, vastísima, y para colmo no completamente concluida.
 Tras la lectura del texto, sin embargo, parece preferible retornar la novela en su conjunto. Aunque toleran una lectura independiente, las cinco partes que integran 2666, aparte los muchos elementos que comparten (un tejido sutil de motivos recurrentes), participan inequívocamente de un designio común.
 No vale la pena empeñarse en justificar la estructura relativamente «abierta» que las abarca, tanto menos cuando se cuenta con el precedente de Los detectives salvajes. Si esta novela se hubiera publicado póstumamente, ¿no hubiera dado pie a todo tipo de especulaciones acerca de su inacabamiento?
 Hay además una consideración que avala la decisión de publicar reunidas –y sin detrimento de que, una vez establecido el marco íntegro de su lectura, se publiquen luego sueltas, permitiendo combinaciones que la estructura abierta de la novela autoriza, incluso recomienda– las cinco partes de 2666. Bolaño, él mismo excelente cuentista y autor de varias nouvelles magistrales, se jactó siempre, una vez embarcado en la redacción de 2666, de habérselas con un proyecto de dimensiones colosales, que dejaba muy atrás, en ambición tanto como en extensión, a Los detectives salvajes. La envergadura de 2666 es indisociable de la concepción de original de todas sus partes, también de la voluntad de riesgo que la anima, y de su insensata aspiración de totalidad. En este punto, no viene de más recordar el pasaje de 2666 en el que, tras su conversación con un farmacéutico aficionado a la lectura, Amalfitano, uno de los protagonistas de la novela, reflexiona con indisimulada decepción sobre el prestigio creciente de las novelas breves, redondas (en el pasaje se citan títulos como Bartleby, el escribiente, de Melville, o La metamorfosis, de Kafka), en perjuicio de las más extensas, ambiciosas y atrevidas (como Moby Dick, como El proceso). «Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez» (pp. 289290).
 Y está luego el título. Esa cifra enigmática, 2666 –una fecha, en realidad–, que actúa como punto de fuga en el que se ordenan las diferentes partes de la novela. Sin este punto de fuga, la perspectiva del conjunto quedaría coja, irresuelta, suspendida en la nada.
 En una de sus abundantes notas relativas a 2666 Bolaño señala la existencia en la obra de un «centro oculto» que se escondería debajo de lo que cabe considerar, por así decirlo, su «centro físico». Hay razones para pensar que ese centro físico sería la ciudad de Santa Teresa, fiel trasunto de Ciudad Juárez, en la frontera de México con Estados Unidos. Allí convergen, al cabo, las cinco partes de la novela; allí tienen lugar los crímenes que configuran su impresionante telón de fondo (y de los que, en un pasaje de la novela, dice un personaje que «en ellos se esconde el secreto del mundo»). En cuanto al «centro oculto »..., ¿no lo estaría indicando precisamente esa fecha, 2666, que ampara la novela entera?
 La escritura de 2666 ocupó a Bolaño los últimos años de su vida. Pero la concepción y el diseño de la novela son muy anteriores, y retrospectivamente cabe reconocer sus latidos en este y aquel libro de Bolaño, más en particular entre los que fue publicando a partir de la conclusión de Los detectives salvajes (1998), que no por casualidad concluye en el desierto de Sonora.
 El momento llegará de rastrear detenidamente esos latidos.
 Por ahora, baste señalar uno muy elocuente, que resuena en Amuleto, de 1999. Su relectura ofrece una pista inequívoca del sentido al que apunta la fecha de 2666. La protagonista de Amuleto, Auxilio Lacouture (personaje prefigurado, a su vez, en Los detectives salvajes), cuenta cómo una noche siguió a Arturo Belano y a Ernesto San Epifanio en su caminata rumbo a la colonia Guerrero, en Ciudad de México, adonde los dos se dirigen en busca del llamado Rey de los Putos. Esto es lo que dice:
 «Y los seguí: los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón de forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, ellos un poco más despacio que antes, yo un poco más deprisa que antes, la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975 [fecha en la que se dicta el relato de Auxilio Lacouture], sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo» (pp. 76-77).
 El texto que aquí se sirve al lector se corresponde con el de la última versión de las distintas «partes» de la novela. Bolaño señaló muy claramente cuáles, entre sus archivos de trabajo, debían considerarse definitivos. Pese a ello, se han revisado borradores anteriores, a fin de enmendar posibles saltos o errores, a fin también de detectar posibles pistas acerca de las intenciones últimas de Bolaño. El resultado de las pesquisas realizadas no ha arrojado mayores luces sobre el texto, y deja muy poco margen a las dudas sobre su carácter definitivo.
 Bolaño era un escritor concienzudo. Solía hacer varios borradores de sus textos, que por lo común redactaba de un tirón pero que pulía luego con cuidado. La última versión de 2666 ofrece en este sentido, a salvo de excepciones, un nivel muy satisfactorio de claridad y de limpieza: de deliberación, pues.
 Apenas ha habido ocasión de introducir enmiendas mínimas y corregir algunos errores evidentes, con la seguridad que proporciona a los editores su trato asiduo y experto –pero sobre todo cómplice– de las «debilidades» y de las «manías» del escritor.
 Una última observación, que acaso no esté de más añadir.
 Entre las anotaciones de Bolaño relativas a 2666 se lee, en un apunte aislado: «El narrador de 2666 es Arturo Belano». Y en otro lugar añade, con la indicación «para el final de 2666»: «Y esto es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano».
 Adiós, pues.
 IGNACIO ECHEVARRÍA Septiembre de 2004

martes, 20 de marzo de 2012

Nuestra literatura, mitos y cultura


Nuestra 
Lunes 19 de Marzo, 2012
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literatura, mitos y cultura


Hace pocos días una amiga queridísima y sumamente joven, a propósito de una conversación sobre los Premios Nacionales, me preguntó quién era Aquileo Echeverría. Me sorprendió su desconocimiento de tan célebre literato y, como podría ser mi hija, la regañé.
Cuando llegué a Costa Rica tenía casi 12 años y entré a sexto grado en el Liceo Franco Costarricense. La profesora de español hizo con algunos compañeros una escenificación de “Mercando leña” y yo, que desconocía el lenguaje popular costarricense de cualquier época, me enamoré de esa historia tan simpática.
Incentivada por mi colegio, leí “El Sitio de las Abras”, “Marcos Ramírez”, “Cuentos de Angustias y Paisajes” y “Cocorí”. Tuve además el honor de conocer personalmente a Fabián Dobles y a Joaquín Gutiérrez.
A los años volví a leer la novela de Calufa, porque las aventuras de aquel chiquillo travieso me fascinaron, y adquirí un ejemplar bellísimo de las “Concherías” de Aquileo ilustradas con acuarelas de Ana Griselda Hine.
Si el máximo galardón nacional en las áreas de poesía, cuento, novela, ensayo, dramaturgia, historia, libro no ubicable, artes plásticas y música llevan el nombre de este gran exponente de las letras costarricenses, ¿no deberíamos saber todos quién es?
Afortunadamente el viernes pasado la Compañía Nacional de Teatro, en alianza con la de Danza, estrenó un gran espectáculo basado en Las Concherías de Aquileo Echeverría. Es una excelente oportunidad para que todos los jóvenes que no conocen a este gran poeta disfruten con su lírica y descubran un lenguaje costarricense ya casi perdido.
Pocos días después de mi desconcierto ante la ignorancia de mi pequeña amiga sobre don Aquileo, me sorprendí nuevamente. Hablando en una clase de personajes míticos costarricenses mencioné al doctor Moreno Cañas y un alumno jovencísimo admitió que no lo conocía. Tal vez otros tampoco, pero él fue el único valiente en preguntarme. Brevemente le conté la historia de don Ricardo y en la noche le comenté a mi hija Manuela (que debe tener la misma edad de mi estudiante) la anécdota. Por su cara noté de inmediato que ella también ignoraba quién era el célebre doctor. Me sentí culpable. Yo que tuve una relación personal con doña Graciela Moreno, hija del doctor, que soy colega de uno de sus nietos y amiga de otro, que he admirado la legendaria historia de ese personaje y conocí sus míticas anécdotas… ¿nunca se lo transmití a mi hija? ¿Es que acaso nos olvidamos de relatar nuestra propia historia?
Andrés Heindenreich dirigió una interesante película titulada “La región perdida: Dr. Moreno Cañas”, que refleja la vida, obra y posterior conversión en mito del célebre galeno. Se la recomiendo a todos los que conocen la historia de este santo popular, pero más aún a los que no saben nada de él.
La historia personal o colectiva sirve para no cometer los mismos errores. El conocimiento de nuestros pequeños o grandes héroes nos enseña un camino a seguir. La cultura general nunca está de sobra.


Claudia Barrionuevo
claudia@barrionuevoyasociados.com

lunes, 19 de marzo de 2012

José Lezama Lima: borroquísimo.





José Lezama Lima es un escritor difícil. Cuando digo difícil es que no es de fácil lectura. Acepto que es uno de mis tantos pecados literarios porque, no he podido leerme su novela famosa: Paradiso, y - supongo- sucede lo mismo que con el ULISES de Joyce: "todo el mundo habla de ambas novelas pero la VERDAD son pocas las personas que las han leído". Sin embargo, su poesía sí la he leído y me gusta. Acepto, que no es un poeta que atraiga demasiado pero, es innegable su influencia dentro y fuera de Cuba. En Costa Rica son pocas las personas que he oído lo nombre, entre esas pocas personas están mis amigos los poetas: José Miguel Rojas y mi otro gran amigo Carlos Cortés. Creo que los tres tenemos la misma edición: una edición cubana que circuló en los ámbitos universitarios allá por los años 80 en varias librerías: es una edición rústica, de color azul de la OBRA COMPLETA DEL POETA José Lezama Lima.

José Lezma Lima nació en Cuba en 1912- 1976 aunque sus biógrafos no se ponen de acuerdo de año correcto de su nacimiento. Desde su juventud se dedicó al periodismo y a las Letras, fundando varias revistas poéticas en las que se dio a conocer como poeta superrealista y de influencia gongorina. Pasados los 30 años de edad Lezama Lima, se recluyó en una vieja casa Habanera desde donde construyó su obra y su influencia posterior en los poetas siguientes cubanos.
Asimismo, su fama internacional le sobrevino con la publicación de su ya mencionada novela PARADISO -1968-  y única novela del escritor. Paradiso, es una novela abigarrada, onírica, con elementos sexuales y reflexiones morales. La influencia de esta novela se puede remitir a:  Quevedo, Góngora como autores griegos y latinos. Nunca salió de Cuba y murió en la Habana.

Segunda nota biográfica:

Nace el 19 de diciembre de 1910 en el Campamento de Columbia, en las proximidades de La Habana, donde su padre era coronel. Ya en la capital, participa en los alzamientos estudiantiles contra la dictadura de Machado y se matricula en Derecho. Desde 1929 hasta su muerte, vivirá primero con su anciana madre y, más tarde, con su esposa en una casa de la parte vieja de la ciudad, tolerado a duras penas por el régimen, y sólo abandonará la isla durante dos breves estancias en México y Jamaica. Poeta, ensayista y novelista, patriarca invisible de las letras cubanas, desde 1944 hasta 1957. Fundó la revista Verbum y estuvo al frente de Orígenes, la más importante de las revistas cubanas de literatura. Obeso y asmático desde la infancia, muere el 9 de agosto de 1976.

Conocedor profundo de Góngora, Platón, los poetas órficos y los filósofos gnósticos, Lezama compendió su vida en el amor a los libros. Su obra culterana está saturada de claves, enigmas, alusiones, parábolas y alegorías que aluden a una realidad secreta, íntima y, al mismo tiempo, ambigua. Desarrolló una erótica de la escritura, anticipándose, de esta manera, a las corrientes europeas de la estilística estructuralista. Sus ensayos son imaginativos, poéticos, abiertos y constituyen una recreación de textos y visiones. Promotor de revistas y cenáculos, supo congregar en torno suyo a poetas de la talla de Gastón Baquero, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Octavio Smith, entre otros. Su amistad con el poeta y sacerdote español Angel Gaztelú (1914), contribuyó a la formación de su mundo espiritual.

Su primer libro de poemas fue Muerte de Narciso (1937), y con él emplaza al lector frente a una situación límite de la realidad de cuyo desmantelamiento surge otra realidad artísticamente potenciada y reconstruida dentro de una fascinante y barroca mitología. Siguen, entre otras obras poéticas, todas influidas por el estilo rico en metáforas y lleno de distorsiones de Góngora, Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), Dador (1960) y Fragmentos a su imán, publicado póstumamente en 1977, en las que sigue demostrando que la poesía es una aventura arriesgada.

En 1966 publicó la novela Paradiso (otros sitúan la publicación en 1968), donde confluye toda su trayectoria poética de carácter barroco, simbólico e iniciático. El protagonista, José Cemí, remite de inmediato al autor en su devenir externo e interno camino de su conversión en poeta. Lo cubano, con sus deformaciones verbales, desempeña un papel fundamental en la obra, como ocurre en su colección de ensayos La cantidad hechizada (1970). Oppiano Licario es una novela inconclusa, aparecida póstumamente en 1977, que desarrolla la figura del personaje que ya aparecía en Paradiso y de la que toma título. Lezama Lima ha influido inmensamente en numerosos escritores hispanoamericanos y españoles, algunos de los cuales llegaron a considerarle su maestro, como es el caso de Severo Sarduy.

Murió en La Habana en el año de 1976.

De la novela PARADISO se dice también:
"La novela que nos ocupa apareció en 1966, aunque sus primeros capítulos fueron publicados con anterioridad en la revista Orígenes. La primera gran cuestión que plantea la obra es su misma condición de novela. Y es que su argumento y su finalidad última se apartan considerablemente del género novelesco para invadir casi plenamente los terrenos de la poesía y del ensayo. En efecto, Paradiso no es sólo una autobiografía, pero lo autobiográfico origina y determina todo el desarrollo de la obra, que nos cuenta la historia de la iniciación y maduración poética de Lezama Lima, remontándose a la vida de sus ascendientes más próximos. La gran mayoría de los personajes son seres reales cuya vida se narra con cuidadosa fidelidad a la realidad extraliteraria. Por otra parte, Paradiso, en su finalidad última, pretende exponer por vía narrativa la compleja cosmovisión lezamiana y su concepción del quehacer poético: la contemplación del ser en su esencia más pura, liberada al fin de la sucesión temporal y de las circunstancias de la historia, aunque este camino haya de comenzar siempre por aprehender la realidad en sus inevitables determinaciones históricas". Fuente NN.

sábado, 17 de marzo de 2012

CURIOSIDADES LITERARIAS: sabía que...

CURIOSIDADES LITERARIAS: sabía que...

Hace pocos días terminé de leer el libro: ESCRIBIR ES UN TIC del italiano Francesco Piccolo. Es un libro ágil, divertido para aquellos - como yo- que les gusta las curiosidades del cómo otros colegas inician el "ritual" de su escritura.
Existían algunas anécdotas que conocía, otras por supuesto: !no! Conocía de que mi escritor de culto Marcel Proust escribía en la cama por largas horas de madrugada. No conocía que su escritura la hacía con unas plumillas que reunía (15 plumillas) en su cama y así, si alguna caía al suelo, no tenía que levantarse para recogerla y seguir escribiendo.
El lector encontrará manías y obsesiones de los escritores y sus gustos del medio ambiente a la hora de iniciar su quehacer literario.


En su contratapa de este interesante libro se lee:

¿Por qué escriben los escritores? ¿Cómo se inicia la vocación? ¿Es realmente la escritura un oficio solitario? ¿Qué horas son las más propicias para buscar la inspiración? ¿Quién es el escritor que sigue el ritual más estrambótico para meterse en faena? ¿Escribir es reescribir? ¿Qué estímulos ayudan a desatar la imaginación?...
Este libro reúne jugosas anécdotas sobre los métodos y las manías de escritores de todos los tiempos y nacionalidades, de Balzac a Ken Follet, de Quevedo a Martin Amis, de Dickens a Michael Crichton, de Juan Ramón Jiménez a P.G. Wodehouse, de Thomas Mann a John Grisham, de Marcel Proust a Miguel Delibes, de T.S. Eliot a Umberto Eco, de Pérez Galdós a William Faulkner, de James Joyce a García Márquez, de Kafka a Antonio Tabucchi, de Mark Twain a Margarite Duras, de Charles Baudelaire a Truman Capote, de Georges Simenon a Mario Benedetti, de Gustave Flaubert a Banana Yoshimoto, de Leopardi a Kazuo Ishiguro, de Fernando Pessoa a Isabel Allende..."


La trastienda de los escritores: los métodos, los ritos, las manías, los trucos...

viernes, 16 de marzo de 2012

NOTICIA DE LA SEMANA


Homenajeará FILG a clásicos de la literatura en Día Mundial del Libro

CULTURA • 
La feria propuso a “El Hobbit”, de John Ronald Reuel Tolkien; “Drácula”, de Bram Stoker, y “Grandes esperanzas”, de Charles Dickens, para que los lectores elijan a uno y éste sea el homenajeado el próximo 23 de abril.
Guadalajara  • La Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara propone tres clásicos de la literatura universal para que los lectores elijan al autor que será homenajeado el próximo 23 de abril, durante la celebración del Día Mundial del Libro.
“El Hobbit”, de John Ronald Reuel Tolkien; “Drácula”, de Bram Stoker, y “Grandes esperanzas”, de Charles Dickens, son los candidatos para la lectura en voz alta que se efectuará en la Rambla Cataluña y en diversos municipios de Jalisco y otros estados de la República Mexicana.
La votación estará abierta a partir de hoy y hasta el viernes 23 de marzo, a través del sitio electrónico de la FIL Guadalajara, así como una urna ambulante que visitará diversos espacios y medios de comunicación de la ciudad.
Los resultados se darán a conocer el lunes 26 de marzo. Ese día se abrirá el registro en línea para quienes quieran inscribirse al maratón de lectura en voz alta.
El 23 de abril, en la Rambla Cataluña, cada uno de los lectores recibirá un libro y una rosa, cortesía del Centro Universitario de Ciencias Biológicas y Agropecuarias de la Universidad de Guadalajara, como lo marca la tradición catalana de Sant Jordi, que inspiró el festejo del Día Mundial del Libro.
La jornada de lectura en voz alta tendrá lugar en la Rambla Cataluña de 10:00 a 21:00 horas. En ese espacio habrá también una muestra de libros con la participación de editoriales y librerías locales.
Estarán presentes la Dirección de Publicaciones de la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, algunas de las grandes editoriales, grupos independientes y cadenas libreras.
El Día Mundial del Libro fue instituido en 1995 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
En Jalisco es organizado desde 2002 por la Feria Internacional del Libro y el Ayuntamiento de Guadalajara. En sus 10 anteriores ediciones, el maratón ha sumado las voces de 48 mil 730 lectores en cien sedes de Jalisco, Aguascalientes, Chihuahua, Colima, Distrito Federal, Guanajuato, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Tamaulipas, Zacatecas y Montreal (Canadá).
http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/82e40cb7b2f9779a08b92eae3da974d3

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