miércoles, 24 de enero de 2024

Robert Musil Atrapamoscas FRAGMENTO

 



            El papel atrapamoscas mide aproximadamente treinta centímetros de largo por veinte de ancho; está cubierto por una capa de veneno amarillo y su origen es Canadá. Cuando una mosca aterriza sobre él —sin demasiado entusiasmo, más bien por inercia, dado que hay tantas otras allí— se pega primero por la punta de las patas.

Una sensación apenas desconcertante la invade, como si una persona fuera caminando descalza a oscuras y pisara algo, una suave obstrucción, tibia e ineludible, en la que poco a poco la fabulosa esencia humana empieza a fluir, reconociéndola como una mano que simplemente estaba allí, y que con sus cinco dedos bien diferenciados la agarra fuerte.

 


 Robert Musil

 

 Atrapamoscas

 

 

 

 

 


 

 Atrapamoscas

EL PAPEL ATRAPAMOSCAS MIDE aproximadamente treinta centímetros de largo por veinte de ancho; está cubierto por una capa de veneno amarillo y su origen es Canadá. Cuando una mosca aterriza sobre él —sin demasiado entusiasmo, más bien por inercia, dado que hay tantas otras allí— se pega primero por la punta de las patas. Una sensación apenas desconcertante la invade, como si una persona fuera caminando descalza a oscuras y pisara algo, una suave obstrucción, tibia e ineludible, en la que poco a poco la fabulosa esencia humana empieza a fluir, reconociéndola como una mano que simplemente estaba allí, y que con sus cinco dedos bien diferenciados la agarra fuerte.

Las moscas se esfuerzan por mantenerse erguidas, como rengos queriendo ocultar su invalidez, o como decrépitos soldados, con las piernas algo arqueadas —como uno se pararía frente a un abismo—. Toman fuerza, consideran la situación. Al cabo de unos segundos empiezan a hacer lo que está a su alcance: zumban, intentan liberarse. Continúan esa lucha frenética hasta que el agotamiento las obliga a detenerse. Toman aliento y vuelven a la carga. Pero los intervalos se hacen cada vez más largos. Es evidente su indefensión. Se elevan extraños vapores. Sus lenguas golpetean como diminutos martillos. Tienen la cabeza marrón y peluda como cocos o africanos. Se retuercen sobre sus patas bien agarradas, se doblan sobre sus rodillas y se inclinan hacia adelante como hombres intentando mover algo muy pesado: la imagen es más trágica que la de obreros en una fábrica, más honesta y dramática que el lamento de un Laoconte. Y luego llega el extraordinario momento en que la necesidad de un segundo de descanso se impone sobre los mismos instintos de supervivencia. Es el momento en que el dolor de dedos hace soltar al montañista, en que el hombre perdido en la nieve se acurruca como un niño, en que el perseguido se detiene a recobrar el aliento. Ya no se mantienen completamente en pie sino que se doblan apenas, y en ese momento parecen completamente humanas. Inmediatamente se pegan por otro lado, más arriba en la pata o la punta de un ala.

Cuando poco después vencen el agotamiento espiritual y retoman la lucha, se encuentran atrapadas en una posición desfavorable y sus movimientos se vuelven artificiales. Entonces se acuestan con las patas traseras estiradas, se apoyan en los codos y hacen fuerza para levantarse. O sentadas con los brazos estirados como mujeres tratando de liberarse de un hombre. O acostadas boca abajo con la cabeza y los brazos al frente como si se hubieran tropezado y subido la cabeza por reflejo. Pero el enemigo es pasivo y triunfa precisamente en esos momentos de desesperación. Las atrae tan lentamente que se puede seguir la acción, a menudo con una aceleración abrupta hacia el final, el momento del último aliento. Entonces, de pronto, se dejan caer, con la cabeza hacia adelante, boca abajo, o de costado con las piernas vencidas; a menudo también dan una vuelta carnero. Así quedan atrapadas. Como aviones estrellados con un ala hacia arriba. O como caballos muertos. Con eternos gestos de desesperación. O muy tranquilos, como si estuvieran dormidas. Incluso puede que al otro día una se despierte y sacuda una pata o un ala. En ocasiones esos movimientos despiertan a las otras y entonces todas se hunden un poco más profundo en la muerte. Y al costado, junto al tomacorriente, una microscópica larva vivirá durante mucho tiempo más. Se abre y se cierra; no se puede describir sin una lupa: parece un diminuto ojo parpadeando sin cesar.


 Isla de monos

EN VILLA BORGHESE, ROMA, hay un árbol sin corteza ni ramas. Pelado como un cráneo, corroído por el Sol y el agua, y amarillo como un esqueleto. Se yergue sin raíces, muerto, clavado como un mástil en el cemento de una isla ovalada del tamaño de un barco pequeño, separada de Italia por una cuneta de hormigón. La cuneta es lo suficientemente ancha, y del lado de afuera, lo suficientemente profunda, de manera que un mono no puede treparla ni saltarla. Desde afuera probablemente sí, pero no estando adentro.

El tronco en el medio ofrece un buen agarre, y como les gusta decir a los turistas, es ideal para una dosis de alpinismo gratis y fácil. Pero bien en la cima, largas y firmes ramas crecen horizontalmente, y si te quitaras los zapatos y las medias y te afirmaras con las plantas de los pies alrededor del tronco, sujetándote fuerte con las manos, una frente a la otra, no tendrías inconveniente en alcanzar el extremo de una de esas ramas bañadas en Sol, que se extienden sobre los picos de los pinos.

Esta maravillosa isla está habitada por tres familias de distinto tamaño. Aproximadamente quince ágiles y fibrosos niños y niñas, todos del tamaño de un niño de cuatro años, viven en el árbol, mientras que al pie, en el único edificio de la isla, un palacio de la forma y el tamaño de la casa de un perro, vive una pareja de monos de mayor tamaño con su hijo. Son la pareja real de la isla y el pequeño príncipe. Nunca sus padres se alejan de la casa; se sientan cada uno a su lado como guardaespaldas, inmóviles, y contemplan la distancia. Una vez por hora el rey se levanta y trepa el árbol para echar su vistazo de rutina. Camina lentamente por las ramas, y no se inmuta frente a la deferencia y el recelo con que todos se retraen a su paso —para evitar su mirada— hacia los últimos extremos de las ramas, hasta que un paso letal los separa del suelo. El mono recorre una por una las ramas, y ni la más atenta mirada puede descifrar si su rostro expresa el de un gobernante cumpliendo su deber o el de un terrateniente midiendo sus posesiones.

Mientras tanto, el príncipe está sentado solo sobre el techo del palacio —porque sorprendentemente su madre se va al mismo tiempo que el rey— y el Sol brilla rojo coral entre sus delgadas orejas salientes. Pocas veces se ha visto rutina tan inútil, y a la vez, ejecutada con tan invisible dignidad como la de ese joven mono. Uno tras otro los tres monos que bajaron corriendo del árbol pasan delante de él, y tranquilamente podrían romperle su cuello raquítico de un solo movimiento —están de muy mal humor—, pero caminan a cierta distancia y ejecutan todas las formas de reverencia y reserva que se le debe a su familia.

Lleva un tiempo notar que, además de estos seres que llevan una vida tan ordenada, la isla también está habitada por otros animales. Arribados por tierra y por aire, una gran población de pequeños monos vive en la cuneta. Si uno de ellos siquiera asoma la cabeza en la isla, los tres monos lo correrían de vuelta a la cuneta bajo severas represalias. A la hora de alimentarse los pequeños deben aguardar sumisamente y recién cuando los otros están llenos y se van a descansar al árbol se les permite comer las sobras. Ni siquiera tienen permitido comer lo que les arrojan. Un niño malvado o una niña traviesa están siempre esperando la oportunidad. Entonces, aunque sea evidente que están llenos, los monos bajan lentamente de su posadero al ver que los pequeños pueden estar pasándola demasiado bien. Los pocos que se atreven a pisar la isla ya están corriendo de vuelta a la cuneta; se mezclan con los demás y comienza el griterío. Ahora todos se amontonan de manera tal que se forma una sola superficie de pelo y carne; los ojos oscuros aparecen del otro lado de la pared como agua de un tanque desbordado. El guarda, sin embargo, tan sólo camina por el borde y observa la oleada de terror a sus pies. En ese momento las negras caritas se revuelven y los pequeños monos extienden sus brazos suplicantes ante los ojos malvados que los miran desde arriba. Pronto la mirada se posa sobre un solo individuo, que empuja hacia adelante y hacia atrás, y otros cinco que no saben quién de todos es el blanco de esos ojos hacen lo mismo; pero la indefensa y aterrada masa de monitos permanece estática. Cuando la prolongada e indiferente mirada detecta arbitrariamente a su víctima es imposible seguir controlándose para demostrar poco o mucho miedo. Se quiebra el autocontrol a la vez que se presenta y abre paso el odio; y sin reparos una criatura pega alaridos de dolor. El resto de los monos corre temblando como almas condenadas en el purgatorio y se reúnen a conversar alegremente, tan apartados de la escena como sea posible.

Cuando todo termina el guarda trepa ágilmente de vuelta al árbol, a su rama más alta, camina hasta el extremo y se sienta tranquilamente, erguido, serio, y allí permanece largamente. Su mirada se dirige al monte Pincio y Villa Borghese, donde pasando los parques está la gran ciudad amarilla, envuelta en la nube verde de la copa del árbol, flotando, imperceptible para todos, suspendida en el aire.

martes, 23 de enero de 2024

William H. Hogdson UNA VOZ EN LA NOCHE TEXTO COMPLETO

 


William H. Hogdson 

 

UNA VOZ EN LA NOCHE

 


Era un noche oscura y sin estrellas. La falta de viento nos tenía detenidos en el Pacífico norte. No sé cuál era nuestra posición exacta, pues durante un semana fatigosa y jadeante el sol había permanecido oculto detrás de un tenue neblina que parecía flotar sobre nosotros, más o menos a la altura de nuestros calcés, aunque a veces descendía para envolver el mar que nos rodeaba.

Ante la falta de viento, habíamos sujetado en posición firme la caña del timón y yo era el único hombre que se encontraba en cubierta. La tripulación, que consistía en dos marineros y un grumete, dormía en su camarote de proa, mientras Will -mi amigo y a la vez patrón de nuestra pequeña embarcación- se hallaba en su litera de popa, en el lado de babor.

De pronto, surgió un llamada de entre las tinieblas que nos rodeaban:

-¡Ah de la goleta! -Fue tan inesperada, que la sorpresa me impidió contestar inmediatamente.

Volvió a oírse la llamada; un voz curiosamente gutural e inhumana nos llamaba desde alguna parte del mar tenebroso, por el lado de babor.

-¡Ah de la goleta!

-¡Eh! -grité, después de reponerme un poco de mi sorpresa-. ¿Qué sois? ¿Qué queréis?

-No temáis -contestó la voz extraña, que probablemente había captado cierto tono de confusión en la mía-. No soy más que un hombre... anciano.

La pausa resultó extraña, pero hasta más adelante no le encontraría sentido.

-Si es así, ¿por qué no atracas a nuestro costado? -pregunté con cierta sequedad, pues no me gustaba la insinuación de que me había mostrado un tanto confundido.

-No. .. no puedo. Sería peligroso. Yo...

La voz enmudeció y todo volvió a quedar en silencio.

-¿Qué quieres decir? -pregunté, cada vez más asombrado-. ¿Por qué sería peligroso? ¿Dónde estás?

Escuché durante un momento, pero no hubo respuesta. Y entonces, un sospecha súbita e indefinida, aunque no sabía de qué, se apoderó de mí. Me acerqué rápidamente a la bitácora y saqué la lámpara encendida. Al mismo tiempo golpeé la cubierta con el tacón para despertar a Will. Luego me aproximé de nuevo al costado y proyecté el haz de luz amarilla hacia la silenciosa inmensidad que había más allá de nuestra borda. Al hacerlo, oí un grito leve y sofocado y luego un chapoteo, como si alguien acabase de sumergir los remos precipitadamente. Pese a ello, no puedo decir que viera nada con certeza, excepto, me pareció, que el primer destello de luz había iluminado algo en el agua, allí donde ahora no había nada.

-¡Eh! -llamé-. ¿Qué broma es ésta?

Pero lo único que oí fueron los confusos ruidos de un embarcación que se alejaba de nosotros y se internaba en la noche.

Entonces oí la voz de Will que venía de popa.

-¿Qué pasa, George?

-¡Ven aquí, Will! -dije.

-¿De qué se trata? -preguntó, cruzando la cubierta. Le conté el raro incidente que acababa de producirse. Él me hizo varias preguntas; luego, tras un momento de silencio, hizo bocina con las manos y llamó:

-¡Ah del barco!

Desde mucha distancia nos llegó débilmente un réplica y mi compañero repitió su llamada. Al poco, después de un breve silencio, el sonido apagado de unos remos fue acercándose a nosotros y, al oírlo, Will volvió a llamar.

Esta vez hubo respuesta.

-Apagad la luz.

-Que me cuelguen si la apago -musité, pero Will me dijo que hiciera lo que ordenaba la voz, así que metí la luz debajo de las amuradas.

-Acercaros más -dijo Will. Siguieron oyéndose los remos. Luego, cuando parecían estar a un media docena de brazas, cesaron de nuevo.

-¡Atracad al costado! -exclamó Will-. ¡A bordo no tenemos nada que deba daros miedo!

-Promete que no mostrarás la luz.

-¿Qué te pasa? -pregunté-. ¿Por qué sientes ese temor infernal a la luz?

-Porque... -empezó a decir la voz y enmudeció de repente.

-Porque ¿qué? -pregunté en seguida. Will me puso un mano en el hombro.

-Cállate durante un minuto, viejo -dijo-. Ya me encargo yo de él.

Se inclinó más sobre la borda.

-Oiga usted, señor -dijo-. Todo esto es muy extraño..., acercarse a nosotros de esta manera, en medio del bendito Pacífico. ¿Cómo vamos a saber que no se trae algo raro entre manos? Dice que está solo. ¿Cómo podemos saberlo si no le vemos? ¿Cómo... eh? ¿Qué tiene contra la luz, si puede saberse?

Cuando Will terminó de hablar, volví a oír el ruido de remos y luego la voz, pero ahora procedía de más lejos y su tono reflejaba una desesperanza y un patetismo tremendos.

-Lo siento... ¡Lo siento! No quería molestaros, pero es que tengo hambre..., y ella también.

La voz se apagó y hasta nosotros llegó el ruido de los remos sumergiéndose irregularmente.

-¡Alto! -gritó Will-. No quiero ahuyentarte. ¡Vuelve! Esconderemos la luz, si a ti no te gusta.

Will se volvió hacia mí:

-Todo esto resulta muy extraño, pero creo que no hay nada que temer.

Había un interrogante en su tono y le contesté:

-Yo tampoco. El pobre diablo habrá naufragado por aquí cerca y se habrá vuelto loco.

El sonido de los remos iba acercándose.

-Vuelve a guardar la lámpara en la bitácora -dijo Will; luego se inclinó sobre la borda y aguzó el oído.

Dejé la lámpara en su sitio y volví a su lado. El ruido de los remos cesó a un docena de metros aproximadamente.

-¿No quieres atracar de costado ahora? -preguntó Will con voz tranquila-. He vuelto a meter la lámpara en la bitácora.

-No.... no puedo -repuso la voz-. No me atrevo a acercarme más. Ni siquiera me atrevo a pagar las..., las provisiones.

-Eso no importa -dijo Will, titubeando luego-. Coge toda la comida que quieras...

Volvió a titubear.

-¡Eres muy bueno! -exclamó la voz-. Que Dios, que todo lo comprende, te recompense por tu...

La voz se quebró roncamente.

-¿La.... la señora? -dijo de pronto Will-. ¿Está ... ?

-La he dejado en la isla -dijo la voz.

-¿Qué isla? -tercié yo.

-No sé cómo se llama -contestó la voz-. Ojalá... -empezó a decir, pero se calló súbitamente.

-¿No podríamos enviar un barca en su busca? -pregunté a Will.

-¡No! -dijo la voz con un énfasis extraordinario-. ¡Dios mío! ¡No! -Hubo un breve pausa; luego, en un tono que hacía pensar en un reproche merecido, añadió-: Me he aventurado a causa de nuestra necesidad... Porque su agonía me atormentaba.

-¡Soy un bruto despistado! -exclamó Will-. Aguarda un minuto, seas quien seas, y en seguida te traigo algo.

Al cabo de un par de minutos volvió con los brazos cargados de los más variados comestibles. Se detuvo ante la borda.

-¿No puedes acercarte a recogerlo? -preguntó.

-No.... no me atrevo -replicó la voz. Me pareció detectar en ella un tono de anhelo sofocado... como si su dueño reprimiera algún deseo mortal. Y entonces se me ocurrió que aquella criatura vieja e infeliz sufría realmente necesidad de lo que Will tenía en los brazos y, pese a ello, debido a algún temor ininteligible, se abstenía de acercarse velozmente al costado de nuestra pequeña goleta y recogerlo. Y junto con este convencimiento relámpago, llegó el conocimiento de que el invisible no estaba loco, sino que afrontaba con cordura algún horror intolerable.

-¡Maldita sea, Will! -dije, lleno de muchos sentimientos, entre los que predominaba un solidaridad inmensa-. Trae un caja. Meteremos la comida en ella y se la haremos llegar flotando.

Así lo hicimos, empujando la caja con un bichero hacia la oscuridad. Al cabo de un minuto llegó a nuestros oídos un leve exclamación del invisible y entonces supimos que tenía la caja en su poder.

Poco después se despidió de nosotros y nos lanzó un bendición que, de ello estoy seguro, no nos vino nada mal. Luego, sin más, oímos que los remos se alejaban en la oscuridad.

-Mucha prisa en irse -comentó Will, quizás un tanto ofendido.

-Espera -repliqué-. No sé por qué, pero me parece que volverá. Seguramente esos alimentos le hacían muchísima falta.

-Y a la dama también -dijo Will. Guardó silencio durante un momento, luego prosiguió-: Es lo más raro que me ha pasado desde que me dedico a la pesca.

-Sí -dije yo, y me puse a reflexionar. Y así fue pasando el tiempo: un hora, y otra, y Will seguía conmigo, pues la extraña aventura le había quitado todo deseo de dormir.

Habían transcurrido ya las tres cuartas partes de la tercera hora cuando nuevamente oímos ruido de remos en el silencio del océano.

-¡Escucha! -dijo Will, con un leve tono de excitación en la voz.

-Lo que me figuraba. Ya vuelve -musité.

El ruido de los remos al sumergirse era cada vez más cercano y me fijé en que los golpes de remo eran más firmes y duraban más. Era verdad que necesitaban los alimentos.

El ruido cesó a poca distancia del costado de la goleta y la voz extraña llegó de nuevo a nosotros a través de las tinieblas:

-¡Ah de la goleta!

-¿Eres tú? -preguntó Will.

-Sí -replicó la voz-. Me he ido repentinamente, pero... es que la necesidad era grande. La... señora les está agradecida aquí en la tierra. Pero más lo estará pronto en..., en el cielo.

Will empezó a decir algo con voz desconcertada, pero sus palabras se hicieron confusas y optó por callarse. Yo no dije nada. Me sentía maravillado por aquellas pausas curiosas, y además de mi maravilla, me embargaba un gran solidaridad.

La voz continuó:

-Nosotros..., ella y yo, hemos hablado mientras compartíamos el fruto de la ternura de Dios y de vosotros...

Will le interrumpió, pero sin coherencia.

-Os suplico que no..., que no menospreciéis vuestro acto de caridad cristiana de esta noche -dijo la voz-. Cercioraros de que no haya escapado a Su atención.

Se calló y durante un minuto entero reinó el silencio. Luego la voz volvió a oírse:

-Hemos hablado juntos de lo.... de lo que ha caído sobre nosotros. Habíamos pensado salir, sin decírselo a nadie, del terror que ha entrado en nuestras... vidas. Ella, igual que yo, cree que los acontecimientos de esta noche obedecen a algún designio especial y que es deseo de Dios que os contemos todo lo que hemos sufrido desde.... desde...

-¿Sí? -dijo Will quedamente.

-Desde el hundimiento del Albatross.

-¡Ah! -exclamé involuntariamente-. Zarpó de Newcastle rumbo a Frisco hace unos seis meses y no ha vuelto a saberse de él.

-Sí -contestó la voz-. Pero unos grados al norte de la línea le sorprendió un terrible tempestad y quedó desarbolado. Al hacerse de día, se vio que el barco hacía agua por todas partes y, finalmente, cuando amainó el temporal, los marineros huyeron en los botes, dejando..., dejando a un joven dama..., mi prometida..., y a mí mismo en los restos del naufragio.

"Nosotros estábamos bajo cubierta, reuniendo algunas de nuestras pertenencias, cuando ellos se fueron. A causa del miedo se comportaron de un modo muy cruel, y cuando subimos a cubierta eran ya unas formas pequeñas en el horizonte. Mas no desesperamos, sino que nos pusimos a construir un pequeña balsa. En ella colocamos lo poco que cabía, incluyendo un poco de agua y algunas galletas. Luego, como el barco estaba ya casi del todo sumergido, nos subimos a la balsa y nos alejamos de él.

"Fue más tarde cuando me di cuenta de que parecíamos estar en medio de alguna marea o corriente que nos alejaba del barco, de tal modo que al cabo de tres horas, según mi reloj, dejamos de ver su casco, aunque los mástiles rotos siguieron siendo visibles durante un poco más. Luego, hacia el crepúsculo, se levantó un niebla que duró toda la noche. Al día siguiente continuábamos envueltos por la niebla, y el tiempo permanecía encalmado.

"Durante cuatro días navegamos a la deriva bajo esta extraña niebla hasta que, al anochecer del cuarto día, llegó a nuestros oídos el murmullo de unos lejanos rompientes. Poco a poco el ruido fue haciéndose más claro y, al poco de la medianoche, pareció que sonaba a ambos lados y en un espacio no muy grande. Las olas levantaron la balsa varias veces y luego nos encontramos en aguas tranquilas, con el ruido de los rompientes a nuestras espaldas.

"Al hacerse de día, vimos que nos encontrábamos en un especie de laguna grande; pero poco vimos de ella en ese momento, pues cerca de nosotros, por detrás, el casco de un gran velero asomó entre la niebla. Como si estuviéramos de común acuerdo, los dos nos postramos de rodillas y dimos gracias a Dios, pues creíamos que era el final de nuestras desventuras. Nos quedaba mucho por aprender.

"La balsa se acercó al barco y gritamos que nos subieran a bordo, mas nadie contestó. Al poco, la balsa rozó el costado del barco y, viendo que de él colgaba un soga, la así y empecé a subir. Pero me costó mucho subir por culpa de un especie de masa gris y viscosa que cubría la soga y que pintaba unas manchas lívidas en el costado del barco.

"Finalmente, llegué a la borda y salté a cubierta. Vi que estaba llena de manchas grises, algunas de las cuales formaban nódulos de varios palmos de altura, pero yo pensaba más en la posibilidad de que a bordo hubiera gente que en lo que veían mis ojos. Grité, pero nadie contestó. Entonces me acerqué a la puerta que había debajo de la cubierta de popa, la abrí y me asomé a su interior. Percibí un fuerte olor a aire enrarecido, por lo que adiviné al instante que allí dentro no había nada vivo y, sabiendo esto, me apresuré a cerrar la puerta, pues de repente me sentí solo.

"Volví al costado por donde había subido a bordo. Mi..., mi amada seguía en la balsa, sentada tranquilamente. Al ver que la estaba mirando desde arriba, me preguntó si había alguien a bordo. Le contesté que el barco parecía abandonado desde hacía mucho tiempo, pero que, si quería aguardar un poquito, buscaría un escalera o algo que pudiera usar para subir a bordo. Luego, un vez juntos, registraríamos todo el barco. Unos momentos después, encontré un escalera de cuerda en el otro extremo del barco. Me la llevé al costado por donde había subido y, al cabo de un minuto, mi amada estaba junto a mí. Juntos exploramos las cabinas y camarotes en la parte de popa, mas en ninguna parte encontramos señales de vida. Aquí y allá, en el interior de las cabinas, encontramos manchas de aquella masa extraña, pero, como dijo mi amada, iba a resultar fácil limpiarlas.

"Al final, convencidos ya de que no había nadie en la popa, nos dirigimos a proa caminando por entre los repugnantes nódulos grises de aquella extraña sustancia. También registramos la parte de proa y averiguamos que, efectivamente, salvo nosotros no había nadie a bordo.

"Ya sin ninguna duda al respecto, volvimos a proa y procedimos a instalarnos tan cómodamente como nos fue posible. Entre los dos pusimos orden y limpiamos dos de las cabinas y después miré si en el barco había algo comestible. No tardé en comprobar que así era y mi corazón dio gracias a Dios por su bondad. Además, descubrí dónde estaba la bomba de agua dulce y, tras repasarla, comprobé que el agua era potable, aunque tenía un saborcillo desagradable.

"Durante varios días permanecimos a bordo del barco, sin tratar de llegar a la playa. Trabajábamos afanosamente para hacer de aquél un lugar habitable. Sin embargo, ya entonces empezábamos a darnos cuenta de que nuestra suerte era aún menos deseable de lo que hubiera cabido imaginar, pues, aunque, como primera medida, rascamos las manchas de aquella sustancia que había en el suelo y las paredes de los camarotes y el salón, en el plazo de veinticuatro horas recuperaban casi su tamaño original, lo cual no sólo nos desalentaba, sino que nos inspiraba un vaga sensación de inquietud.

"Con todo, no estábamos dispuestos a darnos por vencidos, así que volvíamos a poner manos a la obra y no sólo rascábamos la masa, sino que los sitios donde había estado los regábamos profusamente con ácido carbólico, pues en la despensa había encontrado una lata llena. Sin embargo, al final de la semana, la sustancia volvía a presentar toda su fuerza y, además, se había propagado a otros lugares, como si nosotros, al tocarla, hubiéramos permitido que los gérmenes se esparcieran.

"Al despertar en la mañana del séptimo día, mi amada se encontró con que un pequeña porción de la misteriosa sustancia crecía en su almohada, cerca de su cara. Al verlo, se vistió a toda prisa y vino a mí. En aquel momento me encontraba yo en la cocina, encendiendo el fuego para el desayuno.

""Ven conmigo, John", dijo, y me condujo a popa. Al ver lo que crecía en su almohada, me estremecí y en aquel mismo instante decidimos abandonar en seguida el barco y ver si podíamos instalarnos más cómodamente en tierra firme.

"Rápidamente recogimos nuestras escasas pertenencias y entonces vi que incluso entre ellas había aparecido la masa, pues en uno de los chales de mi amada, cerca del borde, había un poco. Tiré la prenda por la borda, sin decirle nada a ella.

"La balsa seguía en el costado del barco, pero como era demasiado difícil gobernarla, eché al agua un bote pequeño que colgaba de lado a lado de popa y a bordo del mismo nos dirigimos a la playa. Mas al acercarnos a ella, poco a poco me di cuenta de que la vil masa que nos había hecho abandonar el barco empezaba a cubrir todo cuanto había en tierra. En algunos sitios formaba montículos horribles, fantásticos, que casi parecían moverse, como si albergaran algún tipo de vida silenciosa, cuando el viento pasaba sobre ellos. En otras partes tomaba la forma de dedos inmensos, mientras que en otras se limitaba a extenderse, lisa, viscosa y traicionera. En algunos sitios hacía pensar en árboles enanos y grotescos, llenos de nudos y pliegues extraordinarios.. . Y todo ello se movía a ratos, horriblemente.

"Al principio nos pareció que en toda la costa que había a nuestro alrededor no quedaba ni un solo lugar que no estuviera oculto bajo aquella horrible sustancia; pero más tarde pudimos comprobar que nos equivocábamos, pues al navegar siguiendo la costa, a cierta distancia, vimos un pequeña extensión de algo que parecía arena fina y allí desembarcamos. No era arena. Lo que era no lo sé. Lo único que he podido observar es que sobre ella no crece la masa, mientras que nada más que ésta aparece en todas partes, salvo allí donde esa tierra que parece arena dibuja extraños senderos entre la gris desolación, que es en verdad un espectáculo terrible de ver.

"Es difícil haceros comprender cómo nos animamos al encontrar un sitio que aparecía absolutamente libre de aquella sustancia. En él depositamos nuestras pertenencias. Luego volvimos al barco para recoger las cosas que parecía que íbamos a necesitar. Entre otras cosas, logré llevarme a tierra un de las velas del barco, con la que construí dos tiendas pequeñas, las cuales, pese a tener un forma muy irregular, cumplían su cometido. En ellas vivíamos y teníamos almacenadas las cosas que necesitábamos, y durante varias semanas todo fue bien, sin que sufriéramos ningún percance digno de señalar. A decir verdad, nos sentíamos muy felices... porque.... porque estábamos juntos.

"Fue en el pulgar de la mano derecha de mi amada donde apareció la primera porción de sustancia gris. No era más que un pequeña mancha circular, muy parecida a un lunar gris. ¡Dios mío! ¡Qué temor embargó mi corazón cuando ella me la enseñó! La lavamos entre los dos, rociándola con ácido carbólico y agua. Al día siguiente, por la mañana, volvió a enseñarme la mano. La mancha gris, parecida a un verruga, volvía a ser visible. Durante un rato estuvimos mirándonos en silencio. Luego, todavía sin mediar palabra, nos pusimos a eliminarla de nuevo. Estábamos a la mitad de la operación cuando de pronto mi amada dijo: 

""¿Qué es eso que tienes en la cara, amado mío?" Su voz reflejaba inquietud. Alcé la mano para tocarme la cara.

"" ¡Ahí! Debajo del cabello junto a la oreja. un poco hacia el frente." Mi dedo se posó en el lugar que me indicaba y entonces lo supe.

""Primero acabemos de curarte el pulgar", dije. Y ella se sometió sólo porque temía tocarme antes de que se lo hubiese limpiado. Terminé de lavarle y desinfectarle el pulgar y entonces ella hizo lo propio con mi cara. Al terminar, nos sentarnos y estuvimos hablando durante un rato; hablamos de muchas cosas, pues en nuestras vidas acababan de irrumpir pensamientos inesperados y terribles. De pronto, sentimos miedo de algo peor que la muerte. Hablamos de cargar el bote con provisiones y agua y hacernos a la mar; pero por diversas causas éramos impotentes y... la sustancia ya nos había atacado. Decidimos quedarnos y que Dios hiciera con nosotros su voluntad. Nosotros esperaríamos.

"Pasó un mes, dos meses, tres meses, y las manchas iban creciendo, a la vez que aparecían otras. Pero seguíamos esforzándonos por luchar contra el miedo, tanto es así que sus progresos eran lentos, relativamente hablando.

"De vez en cuando nos aventurábamos a volver al barco en busca de cosas que nos hacían falta. Allí comprobamos que la sustancia crecía de modo persistente. Uno de los nódulos de la cubierta principal no tardó en llegar a la altura de mi cabeza.

"Para entonces ya habíamos abandonado toda esperanza de salir de la isla. Nos dábamos cuenta de que, padeciendo de aquel mal, no nos permitirían volver con los demás seres humanos.

"Un vez hubimos llegado a tal conclusión, comprendimos que era necesario vigilar nuestras existencias de alimentos y agua, pues a la sazón no sabíamos cuánto tiempo pasaríamos allí, aunque era posible que fuesen muchos años.

"Esto me recuerda que ya os he dicho que soy un anciano. No es así si nos atenemos a mis años. Pero.... pero...

Se interrumpió, pero luego continuó hablando con cierta brusquedad:

-Como decía, sabíamos que teníamos que ir con cuidado con nuestros alimentos, pero ignorábamos que nos quedasen tan pocos. Fue un semana después cuando descubrí que todos los demás depósitos de pan..., que yo suponía llenos..., estaban vacíos, y que, aparte de algunas latas de verduras y carne y algunas otras cosas, no teníamos nada para comer excepto el pan del depósito que yo había abierto.

"Al descubrir esto, decidí hacer algo, lo que pudiese, y traté de pescar en la laguna, pero no lo conseguí. Entonces me sentí un tanto inclinado al desespero, hasta que se me ocurrió que podía probar suerte fuera de la laguna, en mar abierto.

"Aquí pescaba algún que otro pez, pero con tan poca frecuencia que apenas resultaba suficiente para protegernos del hambre que nos amenazaba. Empecé a pensar que nuestra muerte sobrevendría probablemente a causa del hambre y del crecimiento de la sustancia que se había apoderado de nuestros cuerpos.

"En ese estado se encontraban nuestros ánimos cuando el cuarto mes tocó a su fin. Entonces hice un descubrimiento en verdad horrible. Un mañana, poco antes del mediodía, regresé del barco con un pedazo de galleta que quedaba en él y vi que mi amada estaba sentada ante la entrada de la tienda, comiendo algo.

""¿Qué es, amada mía?', le pregunté en el momento de saltar a tierra. Mas, al oír mi voz, pareció un tanto confundida y, volviéndose, con gesto furtivo arrojó algo hacia el lindero del pequeño claro. Cayó más cerca de lo que ella deseaba y yo, que empezaba a sentir un vaga sospecha, me acerqué y lo recogí. Era un trozo de la sustancia gris.

"Al acercarme a ella con aquello en la mano, se puso pálida como un cadáver y luego se ruborizó.

"Yo me sentía extrañamente aturdido y asustado. ""¡Querida mía! ¡Querida mía!", dije, incapaz de decir nada más. Pero, al oír mis palabras, no pudo resistirlo y rompió a llorar amargamente. Poco a poco, cuando se fue calmando, me confesó que lo había probado el día anterior y que... le había gustado. La obligué a arrodillarse y le hice prometer que no volvería a tocarlo, por grande que fuera nuestra hambre. Después de prometérmelo, me dijo que el deseo de comer de aquello le había sobrevenido de pronto y que, hasta el momento de sentir tal deseo, la sustancia no le había inspirado más que un repulsión infinita.

"Unas horas después, sintiéndome extrañamente desasosegado, y muy consternado por lo que había descubierto, eché a andar por uno de los senderos retorcidos que formaba aquella especie de tierra blanca que parecía arena y que cruzaba la sustancia gris. Ya me había aventurado por allí en otra ocasión, aunque sin llegar muy lejos. Esta vez, hallándome enfrascado en pensamientos que me llenaban de perplejidad, llegué mucho más lejos.

"Súbitamente salí de mi ensimismamiento al oír un ruido extraño y áspero a mi izquierda. Al volverme rápidamente vi que algo se movía entre la masa que había cerca de mí, y que presentaba unas formas extraordinarias. Se balanceaba de un modo precario, como si poseyera vida propia. De pronto, mientras mis fascinados ojos contemplaban aquello, pensé que se parecía de un modo grotesco a la figura de un ser humano deforme. Todavía estaba pensando en ello cuando se oyó un ruido desagradable, como si algo se estuviera rasgando, y vi que uno de los brazos, que más bien parecían ramas, se estaba despegando de las masas grises que lo rodeaban y acercándose a mí. La cabeza.... un especie de bola gris sin forma definida, se inclinó hacia mí. Me quedé allí parado como un estúpido y el brazo repugnante me rozó la cara. Proferí un grito de terror y retrocedí apresuradamente unos pasos. En mis labios notaba un sabor dulzón. Pasé la lengua por ellos y al instante sentí que me embargaba un deseo inhumano. Me volví y cogí un puñado de sustancia. Luego más Y... más. Mi deseo era insaciable. Mientras devoraba la sustancia, el recuerdo del descubrimiento de la mañana penetró en el laberinto de mi cerebro. Dios lo había enviado. Tiré al suelo el fragmento que tenía en la mano. Luego, totalmente abatido y sintiéndome horriblemente culpable, regresé al pequeño campamento.

"Creo que en cuanto puso sus ojos en mí, ella lo adivinó, merced a alguna intuición maravillosa que el amor debía de haberle dado. Su comprensión silenciosa hizo que me resultara más fácil confesarle mi repentina flaqueza, aunque omití decirle la cosa extraordinaria que había ocurrido antes. Deseaba ahorrarle todo terror innecesario.

"Mas lo que había descubierto resultaba intolerable y hacía nacer un terror incesante en mi cerebro, pues no me cabía la menor duda de que había presenciado el fin de uno de los hombres que habían llegado a la isla en el barco que estaba en la laguna. Y en aquel fin monstruoso había presenciado el nuestro propio.

"En lo sucesivo nos abstuvimos de aquel alimento abominable, aunque el deseo de comerlo se nos había metido en la sangre. Sin embargo, nuestro temible castigo era inminente, pues día a día, con un rapidez monstruosa, la sustancia fangosa iba apoderándose de nuestros pobres cuerpos. Materialmente no podíamos hacer nada para detenerla, y así. .., nosotros.... que habíamos sido humanos, nos convertimos en... Bueno, cada día importa menos. Sólo. .., sólo que habíamos sido hombre y doncella.

"Y cada día resulta más terrible la lucha por resistirse al hambre, al deseo lujurioso de comer esa horrible sustancia.

"Hace un semana terminamos la galleta, y desde entonces he pescado tres peces. Me encontraba pescando aquí esta noche cuando vuestra goleta surgió de entre la niebla y casi se me echó encima. Entonces os llamé. El resto ya lo conocéis. Y que Dios os bendiga por vuestra bondad para con un par de pobres almas proscritas.

Se oyó el ruido de un remo al sumergirse..., luego el de otro. Después..., la voz habló de nuevo y por última vez, atravesando la niebla que la envolvía, fantasmal y lúgubre:

-¡Que Dios os bendiga! ¡Adiós!

-¡Adiós! -gritamos al unísono con voz ronca y el corazón rebosante de emociones.

Miré a mi alrededor y me di cuenta de que empezaba a amanecer. El sol lanzó un rayo aislado sobre el mar oculto; la luz mortecina perforó la niebla y con un fuego melancólico iluminó la barca que se alejaba. Aunque no muy claramente, vi algo que cabeceaba entre los remos. Me hizo pensar en un esponja..., un esponja grande y gris que movía la cabeza arriba y abajo... Los remos continuaron moviéndose. Eran grises... Igual que la barca... Y mis ojos buscaron inútilmente el lugar donde la mano se unía al remo. Mi mirada volvió rápidamente a la... cabeza. Se inclinaba hacia delante cuando los remos se movían hacia atrás a causa del golpe. Luego los remos se hundieron, la barca salió de la zona iluminada y la..., la cosa se perdió de vista en medio de la niebla, sin dejar de cabecear.

lunes, 22 de enero de 2024

Un Horror Tropical (A Tropical Horror - 1905) William Hope Hodgson TEXTO COMPLETO

 


Un Horror Tropical
(A Tropical Horror - 1905)

William Hope Hodgson


Estamos a ciento treinta días de Melbourne, y durante tres semanas hemos tenido calma chicha.

Es medianoche, y hasta la guardia en cubierta, que será a las cuatro de la madrugada, voy a sentarme en la escotilla. Un momento más tarde, Joky, nuestro grumete, viene a charlar conmigo. Son muchas las horas que permanecemos sentados. conversando durante las vigilancias nocturnas. Aunque, a decir verdad, es Joky el que habla. Yo me contento con fumar y escucharle, gruñendo de cuando en cuando para demostrarle mi atención.

Joky lleva algún tiempo callado, con la cabeza inclinada, en honda meditación. De pronto, la levanta. con la evidente intención de hacer alguna observación. Pero al momento veo cómo su rostro se desencaja en una horrible mueca de espanto. Se echa hacia atrás, con los ojos mirando al vacío. Luego, abre la boca. Prorrumpe en unos sonidos inarticulados y cae de la escotilla, golpeándose la cabeza contra el suelo de cubierta. Intentando averiguar el motivo, vuelvo la cabeza.

¡Dios mío! Elevándose por encima de las planchas del barco, distingo claramente a la luz de la luna una inmensa boca a una braza de distancia. De sus gruesos labios surgen unos tentáculos. Entonces, la Cosa se acerca más al barco. Cada vez aparece más alto, más alto, más horrible. No tiene ojos visibles; sólo aquella boca, encima de un cuello semejante al tronco de un arbol.

Y ese cuello, mientras to contemplo fascinado, se curva hacia dentro con la celeridad de una enorme anguila. Luego, se convierte en una serie de pliegues y arrugas. ¿No acabará nunca? El barco sufre una tremenda sacudida par estribor al sentir el peso del monstruo. Luego, la masa ancha y aplastada, sin forma, se desliza por encima de la borda y cae en cubierta con un choque sordo.

Durante unos segundos, el horrible animal yace como un montón de cordajes babeantes. Después, con movimientos muy veloces, la monstruosa cabeza avanza por cubierta. Cerca del mástil principal se hallan los cajones con las viandas, y en lo alto de la pila hay uno con carne de buey salada. El olor de la carne parece atraer al monstruo; veo cómo la huele con respiración afanosa, increíble. Abre los labios y deja ver cuatro espantosos colmillos. Mueve la cabeza, se aye un crujido: la carne y el barril han desaparecido. El ruido hace salir a cubierta a uno de los marineros, que al momento no ve nada, par la oscuridad de la noche. Después, al aproximarse más, to ve, y lanzando tremendos alaridos, se precipita adelante ¡Demasiado tarde! De la boca de la Cosa surge una hoja blanca y reluciente, con unos dientes feroces y voraces. Aparto la mirada, pero no logro dejar de oír el ruido glotón de aquella boca.

El vigía, atraído par aquel sonido, ha presenciado la tragedia, y huye a refugiarse abajo, cerrando la portilla de hierro a sus espaldas.

El carpintero y el velero salen corriendo a cubierta, y al ver al monstruo huyen hacia el camarote, profiriendo chillidos de terror. El segundo contramaestre, tras una rápida ojeada desde el puente, desciende a toda prisa, seguido por el timonel. Le oigo formar una barricada tras la escotilla, y de pronto me day cuenta de que me he quedado sólo en cubierta.

Hasta ahora he olvidado mi propio peligro. Los últimos instantes me parecen una pesadilla. Sin embargo, comprendo mi situación y, estremeciéndome de horror, day media vuelta en busca de la salvación. Entonces, mis ojos tropiezan con Joky, que sigue insensible en el lugar de su caída. No puedo abandonarle. Muy cerca, en cubierta, se abre la puerta que conduce a una garita de acero. Dentro estaré a salvo.

Hasta el momento, la Cosa no se ha dado cuenta de mi presencia. Sin embargo, su cabeza en forma de barril gira en todas direcciones. Lanza como un berrido, y su lengua avanza y retrocede, al tiempo que el monstruo gira y viene hacia mí. Sé que no puedo perder ni un segundo, y agarrando al inconsciente muchacho, corro hacia la puerta abierta. Se halla sólo a unos metros, pero aquella horrible forma avanza hacia mí por cubierta, moviendo rápidamente sus anillos. Llego a la garita y caigo dentro con mi carga. Luego, pienso en cerrar la puerta. En el mismo instante, los blancos anillos rodean la garita. De un salto estoy dentro y atranco la puerta. Por el ojo de buey, veo cómo la Cosa rodea la garita, buscándome infructuosamente.

Joky aún no se ha movido. Me arrodillo, le aflojo el cueIlo del suéter y le rocío la cara con agua. Mientras tanto, oigo gritar a Morgan. Instantes después, suena un chillido de terror, y otra vez el espantoso glú, glú.

Joky se estremece, se frota los ojos y se incorpora.

-¿Era Morgan el que gritaba. . . ? -se interrumpe con sobresalto-. ¿Dónde estamos? ¡He soñado algo terrible!

En aquel instante se aye el ruido de unos pasos en cubierta y oigo la voz de Morgan ante la puerta.

-¡Abre, Tom!

Calla de repente, y lanza un alarido desesperado. Le oigo correr hacia delante. A través del mirador, le veo huir hacia el aparejo de proa y trepar por un mástil. Pero algo le sigue. Algo blanco en la noche. Y ese algo se enrosca a su pierna derecha. Morgan se detiene, saca su navaja y la hunde ferozmente en su enemigo. Este le suelta; inmediatamente. Morgan se encarama a lo más alto del mástil.

Hay un rato de quietud, y observo que está amaneciendo. No se oye nada, excepto la respiración agitada de la Cosa. Cuando sale el sol, el horroroso ser se tumba en cubierta y parece gozar del calor. No se oye nada, ni los marineros en la proa ni los oficiales en la popa. Supongo que temen llamar la atención del monstruo. Un poco después oigo un disparo de pistola a popa, y veo a la serpiente levantando su inmensa cabeza para escuchar. Es así coma puedo ver su parte anterior, y distingo con claridad lo que ocultaba la noche.

En la boca hay un par de ojos diminutos, que parecen guiñar con inteligencia diabólica. Balancea la cabeza de lado a lado, lentamente; de pronto, sin previo aviso, se vuelve rápidamente y mira por el ojo de buey. Me aparto de allí, pero no lo bastante de prisa. Me ha visto y aplasta la cabeza contra el cristal.

Suspendo la respiración. ¡Dios mío, si rompe el vidrio! Estoy petrificado. De la mirilla viene un sonido espantoso. La Cosa lo está arañando. Me estremezco. Recuerdo que hay unas portillas de hierro que cierran los ojos de buey cuando hace mal tiempo. Sin perder un segundo, me levanto y la cierro. A continuación hago lo mismo con las demás mirillas. Estamos en tinieblas, y le dijo a Joky que encienda la lámpara, lo que, tras varios tanteos, consigue.

Me duermo una hora antes de medianoche. Me despierto súbitamente varias horas más tarde, a causa de un grito de agonía y el horrible glu, glu.

Sospecho to ocurrido. Uno de los hombres ha salido del camarote en busca de agua.

Evidentemente, ha confiado en la oscuridad para disimular sus movimientos. ¡Pobre chico! ¡Ha pagado su confianza con la vida!

Ya no puedo dormir, aunque el resto de la noche pasa tranquilamente. Al amanecer dormito un poco, pero me despierto a menudo, sobresaltado. Joky duerme plácidamente: no obstante, parece agotado por el sufrimiento de las últimas veinticuatro horas. Le llamo hacia las ocho, y nos desayunamos ligeramente con galletas y agua. Afortunadamente, el agua no falta. Joky parece restablecerse y habla levantando la voz. Seguramente demasiado alto para nuestra seguridad. Mientras él habla, suena un tremendo golpe contra la puerta. Joky calla al momento. Mientras estamos sentados me pregunto qué harán los otros, qué comerán, cómo podrán estar sin agua, y qué nueva tragedia estará a punto de ocurrir.

A mediodía, oigo una detonación seguida de un mugido ensordecedor. cómo se astilla la madera, y los gritos de los marineros. Me pregunto en vano qué estará sucediendo. Y empiezo a razonar. Por el sonido del disparo, comprendo que se trata de algo más pesado que un rifle o una pistola. y a juzgar por el mugido de la Cosa, el proyectil habrá hecho blanco. Pensando más, me convenzo de que, por algún medio ignorado, han disparado con el pequeño cañón de que disponemos. y aunque sé que alguien debe estar herido, tal vez muerto, experimento una gran exaltación cuando oigo mugir otra vez a la Cosa, y comprendo que está herida, quizá mortalmente. Poco después, no obstante, el mugido se apaga, y sólo un sonido bajo y ocasional, que denota más ira que sufrimiento, me dice que el monstruo aún vive.

Por la inclinación del barco a estribor, comprendo que la Cosa está en aquel lado, y aliento la esperanza de que posiblemente se haya hartado de nosotros y ansía volver al mar. Por unos instantes reina el silencio y mi esperanza va en aumento. Me inclino hacia Joky y le despierto; dormía de bruces sobre la mesa. Se levanta lanzando un grito.

-¡Chis! -le hago callar-. No estoy seguro, pero creo que se ha largado.

El rostro de Joky resplandece, y me interroga ávidamente. Aguardamos otra hora, siempre más esperanzados. La confianza se aferra a nuestra alma. No oímos nada. Ni siquiera la respiración de la bestia. Cojo unas galletas, y Joky, tras buscar en un armario, saca un pedazo de tocino y una botella de vinagre. Lo devoramos todo con avidez. Después de nuestro largo ayuno, la comida obra en nosotros como el vino, y Joky insiste en abrir la puerta para asegurarse de que la Cosa se ha ido. No se lo permito, diciéndole que será mejor abrir las portillas de las mirillas y echar una ojeada hacia fuera. Joky discute, pero no me dejo ablandar. Se excita. Es muy joven y ligero de cascos. Luego, a medida que abro las portillas, Joky corre hacia la puerta. Lo atrapo antes de que pueda descorrer el cerrojo, y tras una breve lucha lo conduzco otra vez a la mesa. Mientras intento amansarlo, se oye por la puerta de estribor (la que intentaba abrir Joky), como un bufido agudo y fuerte, seguido inmediatamente por un gruñido atronador y un hedor a respiración pútrida que se filtra por debajo de la puerta. Se apodera de mí un gran temblor, y a no ser por el cajón de las herramientas de carpintería, me caería al suelo. Joky palidece y parece terriblemente mareado, tras lo cual solloza en un ataque de desesperación.

Van transcurriendo las horas y casi muerto de cansancio, me tumbo encima del cofre donde estoy sentado, y trato de dormir.

Deben de ser más de las dos de la madrugada; después de un prolongado sopor, me despierto sobresaltado, debido a un tremendo clamor. Los hombres gritan, maldicen, rezan... Mas a pesar del terror expresado, todos parecen en extremo debilitados. Mientras tanto, resuena el espantoso glu glu de la bestia. El terror se apodera de mí, y sólo sé caer de rodiIlas y rezar. Sé muy bien lo que está ocurriendo.

Joky, en su sueño, no ha oído nada, de lo cual me alegro.

Por fin, la luz se filtra por debajo de la puerta, y sé que nace el día de la segunda mañana de nuestro encierro. Dejo dormir a Joky. Que goce de paz mientras pueda. Pasa el tiempo, pero apenas me fijo en ello. Probablemente, la Cosa esté durmiendo. A mediodía como una galleta y bebo un poco de agua. Joky sigue durmiendo. Es lo mejor.

Un ruido quiebra el silencio. El barco sufre una sacudida; comprendo que la Cosa se ha despertado. Se mueve por cubierta, haciendo que el barco se balancee ligeramente. Se dirige a proa... hacia el puente. Al parecer, no halla nada. puesto que retrocede inmediatamente. Se detiene delante de la garita y va hacia popa. Allí, no sé exactamente dónde, parece reír salvajemente, si bien el sonido está lejos, algo apagado. El horror cesa de pronto. Escucho intensamente, pero solamente capto un agudo crujido más allá del extremo de la garita, como si alguien la forzase.

Un minuto más tarde oigo un grito, seguido casi al momento por otro agudo crujido que estremece al barco. Aguardo, lleno de ansiedad. ¿Que sucede? Los minutos transcurren con lentitud. Suena otro grito, que cesa de repente. El suspenso es espantoso, y no puedo soportarlo. Muy cautelosamente abro una portilla y atisbo hacia fuera. La visión es horrorosa. Con la cola en cubierta y su vasto corpachón en torno al palo mayor, se halla el monstruo moviéndose al aire. Es la primera visión clara que tengo de la Cosa. ¡Dios mío! ¡Debe pesar cien toneladas! Sabiendo que tengo tiempo, abro la mirilla, y me asomo para ver mejor. En el extremo del palo se halla uno de los marineros. Observo su rostro, desencajado por el miedo. No puedo ayudarle. La inmensa lengua surge y lame la vela, ascendiendo cada vez más. Más arriba aún, fuera de su alcance, se hallan otros dos hombres. A juzgar por to que veo, están atados al mástil. La Cosa intenta alcanzarles, pero, tras varios esfuerzos inútiles. se desliza hacia abajo, anillo a anillo, hasta la cubierta. Mientras tanto, observo una gran herida en su cuerpo, a unos cuatro metros de la cola.

Miro en ambas direcciones. La puerta del camarote está rota por los goznes, y el mamparo, que es de madera de teca, se halla destrozado en parte. Estremeciéndome de nuevo, comprendo la causa de los gritos después del cañonazo. Girando la cabeza, trato de mirar hacia el mástil de popa, pero me es imposible. El sol está ya bajo, y se aproxima la noche. Retiro la cabeza y cierro la mirilla con su portón.

¿Cómo terminará esta pesadilla? ¡Oh! ... ¿cuándo?

Poco después se despierta Joky. Está muy inquieto, y aunque no ha comido nada en todo el día, no consigo hacerle probar bocado.

La noche se arrastra hacia nosotros. Estamos agotados. . . demasiado desesperados para hablar. Me tiendo, pero no consigo conciliar el sueño. Pasa el tiempo...

Un ventilador suena violentamente en la cubierta principal, y hay un alboroto ruidoso, constante. Más tarde, percibo el gruñido agónico de un gato. Luego, quietud. Una hora después se oye un chapuzón. Nuevamente, silencio como en la tumba. Ocasionalmente, me siento en el cofre y escucho, pero no oigo ni un leve susurro. El silencio es absoluto, incluso ha cesado el ruido de la maquinaria. Por fin, albergo nuevamente una leve esperanza. Aquel chapuzón, el silencio.. . Seguramente mi esperanza está justificada. No despierto a Joky. Primero comprobaré si estamos a salvo. Sigo sentado. Aguardo. No quiero correr riesgos innecesarios. Me aproximo a la mirilla y escucho. Ningún sonido. Pongo mi mano en la falleba, vacilo, pero no mucho. Sin hacer ningún ruido, empiezo a descorrer el cerrojo. La portilla gira sobre sus goznes, y me asomo. El corazón me palpita alocadamente. Fuera todo está oscuro. Tal vez la luna se oculta detrás de una nube. De pronto, uno de sus rayos penetra por la mirilla, desapareciendo al instante. Sigo mirando. Se mueve algo. Otra vez el rayo de luz. Ahora estoy mirando una enorme caverna, al fondo de la cual se estremece algo enorme y blanco.

Mi corazón se detiene. ¿Será el horror? Retrocedo y cojo la portilla para cerrar. De pronto, algo choca contra el cristal como un ariete, se parte en átomos y sus fragmentos Ilegan hasta el cofre. Chillo y me alejo de allí. La mirilla está completamente obstruida. La lámpara lo deja ver tímidamente. La lengua se retuerce una y otra vez. Es tan gruesa como un árbol, y está cubierta de una baba espesa. Al final tiene una zarpa como la de una langosta, pero mil veces mayor. Me acurruco en el rincón más lejano. Un golpe de sus mandíbulas rompería el cofre. Joky está escondido debajo de la litera. La Cosa gira hacia mí. Siento una gota de sudor, que resbala por mi cara... Sabe a sal. La terrible muerte se está acercando... ¡Crash! Ruedo hacia atrás. La Cosa ha aplastado la jarra de agua contra la que me apoyo, y pierdo el equilibrio, mientras el suelo se inunda de agua. La zarpa se eleva, luego baja. con un movimiento inseguro pero muy veloz, y golpea fuertemente el suelo, a un palmo de mi cabeza. Joky jadea horrorizado. Lentamente, la Cosa se eleva y empieza a rodear la litera. Se hunde en ella y extrae un almohadon. que muerde y vuelve a soltar. Avanza por el suelo. Juega con la mitad del almohadón, lo recoge, lo echa por la mirilla... y desaparece.

La garita se llena de un aire pútrido. Hay un sonido de arrastre, y algo vuelve a penetrar par la mirilla. Algo blanco, con colmillos. Se curva más cada vez, raspa la litera, el techo y el suelo, con el ruido de una sierra. Pasa dos veces por encima de mi cabeza y cierro los ojos. Desaparece. Ahora suena al otro lado de la garita, cerca de Joky. De repente, el ruido rasposo queda ahogado, como si los colmillos pasaran por encima de una sustancia blanca. Joky chilla, y el sonido rasposo cesa totalmente. Abro los ojos. La punta de la inmensa lengua se halla enroscada y algo gotea de ella... Luego, se retira velozmente, dejando que los rayos de la luna entren por la mirilla. Me pongo de pie. Miro a mi alrededor. Observo de manera mecánica los destrozos producidos en la garita... Los cofres rotos, las literas destruidas... y algo más.

-¡Joky! - grito, arrodillandome.

La Cosa vuelve a estar junto a la mirilla. Busco una herramienta. He de vengar a Joky. Ah, junta a la lámpara se halla el cajón del carpintero Veo un hacha. Salto adelante y me apodero de ella. Es pequeña... pero contundente. Compruebo el filo. Ya estoy junto a la mirilla. Me situó a un lado y levanto el arma. La enorme lengua vuelve a abrirse paso, en busca de los restos de Joky. Llega hasta ellos. Entonces, gritando "¡Joky. Joky!", golpeo salvajemente una vez y otra, jadeando ruidosamente. Una vez más, y la monstruosa masa cae al suelo, retorciéndose como una culebra. A través de la mirilla entra una inundación cálida. Hay el sonido de acero roto y un espantoso mugido. En mis oídos suena una canción. que va aumentando de volumen, más y más... Después, todo se vuelve oscuro.

Extracto del diario de a bordo del barco Hispaniola.

Visto un barco a cuatro puntos de proa, mostrando señales de abandono. Vamos hacia él y enviamos un bate. Se trata del Glen Doon, en ruta de Melbourne a Londres. Todo se halla en un estado terrible. Las cubiertas están llenas de sangre y de algo viscoso. El puente destruido. Una puerta rota, y en una garita un joven de diecinueve años, aproximadamente. en estado de inanición, y los restos de otro de unos catorce. Hay allí gran cantidad de sangre, y una masa de carne blancuzca. enroscada, que pesará media tonelada, uno de cuyos extremos parece haber sido cortado con un instrumento afilado. El puente de mando está destrozado, y su puerta cuelga de un solo gozne. La puerta, además, está abollada, como si hubiesen intentado forzarla. Entramos. Es terrible. Todo está manchado de sangre, con literas, sillas y otros muebles rotos, aunque no hay hombres ni restos humanos.

24 junio

Pasamos nuevamente a la garita; el joven da muestras de recuperación. Cuando vuelve en sí. dice llamarse Thompson y que han sido atacados por una inmensa serpiente, aunque debe tratarse de una serpiente de mar. Está demasiado débil para hablar. pero logra decir que unos hombres están en el palo mayor. Enviamos allí a un marinero, el cual nos informa de que todos están muertos.

Nos dirigimos al camarote de popa. Allí encontramos el mamparo destrozado y la puerta del camarote arrancada de cuajo. Hallamos el cuerpo del capitán, pero ningún otro oficial. Observamos un pequeño cañón con señales de haber sido recientemente disparado. Regresamos a nuestro barco.

Tras enviar allí al segundo contramaestre y a seis marineros, tenemos a Thompson con nosotros. Ha escrito su versión del espantoso caso, y ciertamente, después de ver el estado del barco, refrendamos completamente su historia.

Firmado:

William Norton (capitán).

Tom Briggs (1er. contramaestre).

 

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