CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
jueves, 10 de mayo de 2018
ERNESTO SABATO. ANTES DEL FIN.
Las memorias de Ernesto Sabato, es un libro único que constituye su testamento espiritual. Es la historia de un joven nacido en La pampa, que emprende con éxito una carrera altamente especializada en el mundo científico y llega incluso a trabajar en el centro Curie de París, para luego, en contacto con los surrealistas, abandonar la ciencia por la literatura y el arte, en un gesto valeroso y retador, y con su primera novela, rechazada por multitud de editores, obtener el reconocimiento de Albert Camus y Thomas Mann. Es también, por otra parte, la historia de un hombre rebelde, afín desde muy pronto al anarquismo y a la izquierda revolucionaria, que descubre y denuncia las máscaras del totalitarismo soviético para luego, ya en su vejez, presidir con extraordinario coraje personal la comisión que investiga el horror de los desaparecidos en Argentina y desvelar la magnitud del genocidio. La alianza de rigor ético, acento lírico y firme voluntad solidaria con los desposeídos confiere a Antes del fin el carácter de un libro único: constituye, como pocas obras de hoy en día, el legado esencial de un gran escritor para las generaciones que lo suceden. En suma, el tesmimonio postrero de un incansable luchador que, viendo llegar el fin, sintió la necesidad imperiosa de hacer un último llamado y tratar de unir, en una especie de ruego, a todos aquellos que todavía podemos hacer algo por rescatar los restos de una civilización que se derrumba: -Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido-. lmm 11-3-2012
martes, 8 de mayo de 2018
ERNESTO SABATO.SOBRE HÉROES Y TUMBAS. (FRAGMENTO).
SOBRE HÉROES Y TUMBAS.
(FRAGMENTO).
I
Un sábado de mayo de 1953, dos años antes de los acontecimientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno de los senderos del parque Lezama.
Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamien tos. "Como un bote a la deriva en un gran lago aparente mente tranquilo pero agitado por corrientes profundas", pensó Bruno, cuando, después de la muerte de Alejandra, Martín le contó, confusa y fragmentariamente, algunos de los episodios vinculados a aquella relación. Y no sólo lo pensaba sino que lo comprendía ¡y de qué manera!, ya que aquel Martín de diecisiete años le recordaba a su propio antepasado, al remoto Bruno que a veces vislumbraba a través de un territorio neblinoso de treinta años; territorio enriquecido y devastado por el amor, la desilusión y la muerte. Melancólicamente lo imaginaba en aquel viejo par que, con la luz crepuscular demorándose sobre las modes tas estatuas, sobre los pensativos leones de bronce, sobre los senderos cubiertos de hojas blandamente muertas. A esa hora en que comienzan a oírse los pequeños murmu llos, en que los grandes ruidos se van retirando, como se apagan las conversaciones demasiado fuertes en la habita ción de un moribundo; y entonces, el rumor de la fuente, los pasos de un hombre que se aleja, el gorjeo de los pája ros que no terminan de acomodarse en sus nidos, el lejano grito de un niño, comienzan a notarse con extraña grave dad. Un misterioso acontecimiento se produce en esos momentos: anochece. Y todo es diferente: los árboles, los bancos, los jubilados que encienden alguna fogata con ho jas secas, la sirena de un barco en la Dársena Sur, el dis tante eco de la ciudad. Esa hora en que todo entra en una existencia más profunda y enigmática. Y también más temi ble, para los seres solitarios que a esa hora permanecen callados y pensativos en los bancos de las plazas y parques de Buenos Aires.
Martín levantó un trozo de diario abandonado, un trozo en forma de país: un país inexistente, pero posible. Mecáni camente leyó las palabras que se referían a Suez, a comer ciantes que iban a la cárcel de Villa Devoto, a algo que dijo Gheorghiu al llegar. Del otro lado, medio manchada por el barro, se veía una foto: PERÓN VISITA EL TEATRO DISCÉPOLO. Más abajo, un ex combatiente mataba a su mujer y a otras cuatro personas a hachazos.
Arrojó el diario: "Casi nunca suceden cosas" le diría Bruno, años después, "aunque la peste diezme una región de la India". Volvía a ver la cara pintarrajeada de su madre diciendo "existís porque me descuidé". Valor, sí señor, valor era lo que le había faltado. Que si no, habría terminado en las cloacas.
Madrecloaca.
Cuando de pronto —dijo Martín— tuve la sensación de que alguien estaba a mis espaldas, mirándome.
Durante unos instantes permaneció rígido, con esa rigi dez expectante y tensa, cuando, en la oscuridad del dormito rio, se cree oír un sospechoso crujido. Porque muchas veces había sentido esa sensación sobre la nuca, pero era simple mente molesta o desagradable; ya que (explicó) siempre se había considerado feo y risible, y lo molestaba la sola pre sunción de que alguien estuviera estudiándolo o por lo me nos observándolo a sus espaldas; razón por la cual se sen taba en los asientos últimos de los tranvías y ómnibus, o entraba al cine cuando las luces estaban apagadas. En tanto que en aquel momento sintió algo distinto. Algo —vaciló como buscando la palabra más adecuada—, algo inquietante, algo similar a ese crujido sospechoso que oímos, o creemos oír, en la profundidad de la noche.
Hizo un esfuerzo para mantener los ojos sobre la esta tua, pero en realidad no la veía más: sus ojos estaban vuel tos hacia dentro, como cuando se piensa en cosas pasadas y se trata de reconstruir oscuros recuerdos que exigen toda la concentración de nuestro espíritu.
"Alguien está tratando de comunicarse conmigo", dijo que pensó agitadamente.
La sensación de sentirse observado agravó, como siem pre, sus vergüenzas: se veía feo, desproporcionado, torpe. Hasta sus diecisiete años se le ocurrían grotescos.
"Pero si no es así", le diría dos años después la mucha cha que en ese momento estaba a sus espaldas; un tiempo enorme —pensaba Bruno—, porque no se medía por meses y ni siquiera por años, sino, como es propio de esa clase de seres, por catástrofes espirituales y por días de absoluta soledad y de inenarrable tristeza; días que se alargan y se deforman como tenebrosos fantasmas sobre las paredes del tiempo. "Si no es así de ningún modo", y lo escrutaba como un pintor observa a su modelo, chupando nerviosamente su eterno cigarrillo.
"Espera", decía.
"Sos algo más que un buen mozo", decía.
"Sos un muchacho interesante y profundo, aparte de que tenés un tipo muy raro."
—Sí, por supuesto —admitía Martín, sonriendo con amargura, mientras pensaba "ya ves que tengo razón"—, porque todo eso se dice cuando uno no es un buen mozo y todo lo demás no tiene importancia.
"Pero te digo que esperes", contestaba con irritación. "Sos largo y angosto, como un personaje del Greco."
Martín gruñó.
"Pero callate", prosiguió con indignación, como un sa bio que es interrumpido o distraído con trivialidades en el momento en que está a punto de hallar la ansiada fórmula final. Y volviendo a chupar ávidamente el cigarrillo, como era habitual en ella cuando se concentraba, y frunciendo fuertemente el ceño, agregó:
"Pero, sabes: como rompiendo de pronto con ese pro yecto de asceta español te revientan unos labios sensuales. Y además tenés esos ojos húmedos. Callate, ya sé que no te gusta nada todo esto que te digo pero déjame terminar. Creo que las mujeres te deben encontrar atractivo, a pesar de lo que vos te supones. Sí, también tu expresión. Una mezcla de pureza, de melancolía y de sensualidad reprimida. Pero ade más... un momento... Una ansiedad en tus ojos, debajo de esa frente que parece un balcón saledizo. Pero no sé si es todo eso lo que me gusta en vos. Creo que es otra cosa...
Que tu espíritu domina sobre tu carne, como si estuvieras siempre en posición de firme. Bueno, gustar acaso no sea la palabra, quizá me sorprende, o me admira o me irrita, no sé... Tu espíritu reinando sobre tu cuerpo como un dictador austero.
"Como si Pío XII tuviera que vigilar un prostíbulo. Va mos, no te enojes, si ya sé que sos un ser angelical. Además, como te digo, no sé si eso me gusta en vos o es lo que más odio."
Hizo un gran esfuerzo por mantener la mirada sobre la estatua. Dijo que en aquel momento sintió miedo y fascina ción; miedo de darse vuelta y un fascinante deseo de hacer lo. Recordó que una vez, en la quebrada de Humahuaca, al borde de la Garganta del Diablo, mientras contemplaba a sus pies el abismo negro, una fuerza irresistible lo empujó de pronto a saltar hacia el otro lado. Y en ese momento le pasaba algo parecido: como si se sintiese impulsado a saltar a través de un oscuro abismo "hacia el otro lado de su exis tencia". Y entonces, aquella fuerza inconsciente pero irre sistible le obligó a volver su cabeza.
Apenas la divisó, apartó con rapidez su mirada, volvien do a colocarla sobre la estatua. Tenía pavor por los seres humanos: le parecían imprevisibles, pero sobre todo perver sos y sucios. Las estatuas, en cambio, le proporcionaban una tranquila felicidad, pertenecían a un mundo ordenado, bello y limpio.
Pero le era imposible ver la estatua: seguía mantenien do la imagen fugaz de la desconocida, la mancha azul de su pollera, el negro de su pelo lacio y largo, la palidez de su cara, su rostro clavado sobre él. Apenas eran manchas, como en un rápido boceto de pintor, sin ningún detalle que indicase una edad precisa ni un tipo determinado. Pero sa bía —recalcó la palabra— que algo muy importante acababa de suceder en su vida: no tanto por lo que había visto, sino por el poderoso mensaje que recibió en silencio.
—Usted, Bruno, me lo ha dicho muchas veces. Que no siempre suceden cosas, que casi nunca suceden cosas. Un hombre cruza el estrecho de los Dardanelos, un señor asu me la presidencia en Austria, la peste diezma una región de la India, y nada tiene importancia para uno. Usted mismo me ha dicho que es horrible, pero es así. En cambio, en aquel momento, tuve la sensación nítida de que acababa de suceder algo. Algo que cambiaría el curso de mi vida.
No podía precisar cuánto tiempo transcurrió, pero re cordaba que después de un lapso que le pareció larguísimo sintió que la muchacha se levantaba y se iba. Entonces, mientras se alejaba, la observó: era alta, llevaba un libro en la mano izquierda y caminaba con cierta nerviosa energía. Sin advertirlo, Martín se levantó y empezó a caminar en la misma dirección. Pero de pronto, al tener conciencia de lo que estaba sucediendo y al imaginar que ella podía volver la cabeza y verlo detrás, siguiéndola, se detuvo con miedo. Entonces la vio alejarse en dirección al alto, por la calle Brasil hacia Balcarce.
Pronto desapareció de su vista.
Volvió lentamente a su banco y se sentó.
—Pero —le dijo— ya no era la misma persona que an tes. Y nunca lo volvería a ser
lunes, 7 de mayo de 2018
Jorge Gustavo López Ruíz La función simbólica y arquetípica del mito en la novela Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato .
(Fragmento de tesis para optar por el título de licenciado en Letras. Universidad de San Carlos, Guatemala).
4. LOS RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN PRIMERA PARTE • Introducción La profunda desolación que sufre el hombre a partir de la ausencia de Dios proclamada por Nietzsche parece cifrar una de las facetas predominantes del pensamiento del hombre moderno. Si la armonía y el orden permanecen ajenos al hombre, el novelista contemporáneo se esfuerza en implantar un orden dentro de un universo carente de él, en restaurar, aunque sólo sea en términos estéticos, la unicidad original perdida de su ser en armonía con el cosmos. Es en esta dimensión donde mejor se aprecia el aporte renovador de la obra sabatiana a la novelística contemporánea. Su novela pretende dar testimonio real del absurdo del mundo y de la ambigüedad de la realidad. Es la creación de una literatura que lucha por salvar al hombre del caos y la angustia. Dentro de este marco vital, su novela se torna en una indagación de índole metafísica como consecuencia de semejante experiencia angustiante. Por ello Sabato concibe a la literatura actual como: (…) esa híbrida expresión del espíritu humano que se encuentra entre el arte y el pensamiento puro, entre la fantasía y la realidad, puede dejar un profundo testimonio de ese trance, y quizá sea la única creación que pueda hacerlo. Nuestra literatura será la expresión de esa compleja crisis o no será nada. (42:38), (43:65) Ernesto Sabato es considerado uno de los indiscutibles fundadores de la nueva narrativa hispanoamericana. El crítico norteamericano Donald Shaw en su obra Nueva narrativa hispanoamericana lo ubica en una época de transición entre 1940 y 1950, y dentro del grupo de los “Rioplatenses” al lado de escritores como Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Eduardo Mallea y Juan Carlos Onetti (48:33-64). De acuerdo con Rodríguez Monegal en su ensayo Tradición y renovación, la generación de escritores latinoamericanos del 40 tuvo como marco histórico la guerra española y la segunda guerra mundial (21:139). Las obras de los escritores extranjeros Fiodor Dostoievski, Marcel Proust, Franz Kafka, James Joyce, William Faulkner y Jean-Paul Sartre figuran dentro de los antecedentes y fundamentos indiscutibles de esta generación de escritores latinoamericanos (21:157-158). La narrativa sabatiana se sitúa específicamente dentro de la tendencia irracionalista, mítica y simbólica del siglo XX. Sabato es un representante indiscutible de la novela urbana que empieza a perfilarse en los años treinta y precursor de 49 concebir a la novela como la síntesis de las dos caras escindidas de la naturaleza del alma humana, la diurna racional y la nocturna irracional. Esta dualidad mítica simbólica se manifiesta coherentemente en todos los niveles de su obra: en los discursos ensayísticos, en las imágenes, en las acciones y en los planteamientos que encarnan los personajes de sus novelas. Es un eje bipolar constituido por la luz y la oscuridad, por la visión y la ceguera. En el ámbito de lo ciego y lo nocturno se ubica su concepción de la maldad en el hombre. Como Strindberg, Kafka, Faulkner, Céline y Onetti, Sabato, en su obra, representa al mal existencial con los símbolos de las tinieblas y la ceguera. La temática sobre la violencia y el mal ha sido predominante en la literatura latinoamericana. A partir de 1940, surgen novelas que narran, con los recursos del mito, la violencia producida por la explotación, el caciquismo, las dictaduras y la revolución. Ejemplos de ello se encuentran en las obras: El señor presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias, Hijo de hombre (1960) de Augusto Roa Bastos, El siglo de las luces (1961) de Alejo Carpentier, y Todas las sangres (1964) de José María Arguedas. Sin embargo, en este mismo contexto, entre muchas otras obras latinoamericanas, esta temática no se manifiesta como una denotación social o política, sino que es percibida como una atmósfera maléfica nocturna que abarca toda la realidad. La narración se torna en un recorrido mítico y onírico hacia los arcanos remotos del ser. Los individuos interiorizan el mal existencial y así surgen, sobre todo en la novela, una serie de personajes rebeldes existenciales, cuya agresividad física y moral es más el producto de la ira, el odio, los celos o el incesto que la del deseo de liberación social. Este tipo de personaje puede hallarse en las novelas de Juan Carlos Onetti, Ernesto Sabato, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez entre otros. En su mismo orden, por ejemplo, es evidente la agresividad de los personajes de Eladio Linacero en El pozo (1939); de Juan Pablo Castel en El túnel (1948) y de Alejandra y Fernando Vidal en Sobre héroes y tumbas (1961); de Oliveira en Rayuela (1963); entre los jóvenes cadetes de La ciudad y los perros (1963); y de Aureliano Buendía en Cien años de soledad (1967). En consecuencia, para Sabato, el novelista está inmerso en una doble problemática dramática. Por un lado, es partícipe de la crisis que atañe a la civilización occidental; y por otro, sufre la existencia de un mundo angustiante, desolado y violento. Su obra se torna así en una aventura de índole metafísica imaginativa y mitopoética. En este mundo de oscuridad y maldad, frente a la vasta escisión del hombre, según Sabato, la indagación novelística actual debe estar constituida por un doble acto: el primero, por la inmersión a “las regiones inmemoriales de la raza”, a los territorios de la infancia, del mito y del sueño, “allí donde dominan los instintos básicos de la vida y de la muerte, donde el sexo y el incesto, paternidad y el parricidio, mueven sus fantasmas”, y el segundo, encontrar el camino de “retorno hacia el mundo luminoso” de la unidad primordial perdida por medio del proceso creador (42:263). 50 La escritura sabatiana se devela entre la visión y la ceguera, que desde el cuerpo negado y escindido emprende la búsqueda del difícil y dramático retorno al sí mismo. La importancia de su obra se revela así en dos cualidades distintivas: la profunda vinculación de su arte con las inquietudes de la época moderna, con el radical desamparo del hombre, y la concepción de la novela como un acto de salvación y recuperación de “la unidad primigenia”. En los apartados siguientes se intenta develar el problema de situar al mito tanto como parte estructural y funcional de la novela de Ernesto Sabato como también parte inherente de la narrativa contemporánea. 4.1. Ernesto Sabato y la mitificación de la novela contemporánea 4.1.1. La instauración del mito en la cultura contemporánea: representantes teóricos y los elementos mitocríticos del mito Lo que hay que subrayar es que la prosa narrativa, especialmente la novela, ha tomado en las sociedades modernas el lugar ocupado por la recitación de los mitos y de los cuentos en las sociedades tradicionales y populares. Mircea Eliade Porque en el principio de la literatura está el mito, y así mismo en el fin. Jorge Luis Borges (Parábola de Cervantes y del Quijote) La desolación existencial generada por las dos guerras mundiales y el estallido de la bomba atómica en el siglo XX sumergen al ser humano en una lucha entre el pensamiento racional y el mítico, hechos que despiertan el interés por lo arcaico y mágico iniciado por el Romanticismo. Disciplinas como el psicoanálisis, encabezadas por Freud y Jung, y la antropología filosófica tratada por Ernst Cassirer y James Frazer, se interesan por el estudio del ritualismo arcaico, simbólico y mítico. Las teorías modernas, psicoanalíticas y antropológicas buscan una reconciliación entre las manifestaciones racionales e irracionales del hombre, y se crean estudios y arquetipologías que buscan 51 esquematizar y sistematizar las imágenes ancestrales con las que ha representado su realidad interior y exterior. Dentro este contexto surge el estudio del imaginario del hombre sistematizado en Las estructuras antropológicas del imaginario (1960) de Gilbert Durand; y la tarea de la mitocrítica propuesta en: El héroe de las mil caras (1949) de Joseph Campbell, y Anatomy of Criticism (1957) de Northrop Frye, obras influenciadas por The Golden Bough (La rama dorada) (1922) de James Frazer. Estos estudios han determinado que tanto el hombre de la antigüedad como de la era moderna siempre se ha planteado preguntas ontológicas o metafísicas acerca de su ser y del mundo que lo rodea. Antes del pensamiento científico, el hombre arcaico contaba historias mitológicas para explicarse el misterio de lo inexplicable. El mito nace, por lo tanto, como función organizadora del pensamiento para responder a las preguntas existenciales que encierran un misterio como lo son el misterio de los orígenes del universo, del hombre o de un pueblo; misterio de los fenómenos naturales, ya sean astronómicos, climáticos o biológicos; misterios de la conducta humana, sobre todo acerca de sus aspectos irracionales, el amor, la violencia; y por último el misterio de la muerte o qué es mas allá de la muerte. La ciencia, por otro lado, ha buscado satisfacer esta misma ambición. Ante fenómenos de esta naturaleza, sin embargo, el pensamiento científico adopta otro procedimiento: propone hipótesis explicativas, cuya validez es verificada a través de la experimentación, que desembocan en la creación de teorías. Por el contrario, el pensamiento mítico no propone teorías sino relatos que ponen en escena personajes y acciones con el objeto de plantear explicaciones ante estos problemas. En teoría del mito a estos grandes temas existenciales se les denomina mitologemas. La conciencia mitopoética semantiza estos mitologemas a través de imágenes primordiales o arquetipos. Estas imágenes primordiales han sido estudiadas y esquematizadas por las teorías psicoanalíticas y antropológicas modernas. Entre ellas se encuentran el arquetipo de la Gran Madre y de la Madre Terrible, imagen propia de los mitos agrolunares cíclicos. Los arquetipos son dinamizados a través de los mitemas, o temas comunes presentes en la mitología como lo son la prueba del laberinto, el descenso al infierno, el rescate de la princesa cautiva por un dragón mitológico o el de la mujer que ayuda al héroe a escapar de la muerte. La mitocrítica ha identificado símbolos, arquetipos y acciones típicas recurrentes en los relatos literarios. De acuerdo al ritualista Northrop Frye, las imágenes literarias se basan en la organización imaginaria del ciclo natural del mundo físico en relación con el ciclo de las estaciones y de los cuerpos celestes como el Sol y la Luna. El simbolismo cíclico del cambio de las estaciones, de los días, de los períodos de la vida y de la muerte ha sido representado por las figuras mitológicas conocidas como los dioses mortales, entre los cuales se encuentran Adonis o Perséfone y sus innumerables formas antropomórficas. 52 El simbolismo literario también ha creado dos dimensiones: un mundo inferior y uno superior representado por el cielo y el infierno que representan las fronteras de un ser estático, no cíclico. De acuerdo a estas dos dimensiones, las imágenes se dividen en diurnas y nocturnas. Las diurnas van a estar representadas por los arquetipos de la luz. Entre ellos están el Sol y el héroe. En las nocturnas se encuentran los arquetipos de la Luna y la Madre, con sus connotaciones bondadosas y nefastas. Este simbolismo dual crea tres movimientos de la búsqueda del héroe en los relatos literarios. El mundo superior es alcanzado a través de un movimiento ascendente, y es el mundo de los dioses y de las almas felices. Las imágenes ascendentes más frecuentes son la montaña, la torre, la escalera, la escalera de caracol, y el árbol de dimensiones cosmológicas. El mundo superior es a menudo simbolizado también por los cuerpos celestes, entre los cuales el más cercano es la Luna. El movimiento hacia el mundo inferior es el de un viaje de descenso hacia un mundo laberíntico subterráneo, una cueva o el agua subterránea, lugares que representan el tormento y el castigo. El tercer movimiento, el de progreso, tiene connotaciones mesiánicas: el héroe victorioso, después de haber librado las batallas de descenso y ascenso, plantea un cambio en un mundo caído, restablece un nuevo orden, y promueve la resurrección de una nueva sociedad. En su aspecto mítico-ritualista simboliza la fertilidad de la tierra después de un período de sequía. Este simbolismo mitológico central tanto arquetípico como narrativo ha sido estudiado por una diversidad de mitólogos. Estos teóricos han establecido que todas las historias literarias consisten en la instauración de elementos arquetípicos estructurales encontrados universalmente en los mitos, cuentos folclóricos y sueños. Ellos son conocidos colectivamente como los arquetipos y mitemas del mito de la aventura del héroe. Los estudiosos del mito se han dado a la tarea de esquematizar este mito central unificador, conformado por los elementos míticos de la Gran Madre, el héroe, el tiempo circular y el espacio mítico. Cada uno de los teóricos del mito consultados en esta investigación, le han asignado un nombre a este mito central, pero en su esencia contiene los mismos arquetipos y mitemas. Joseph Cambpell lo denomina el Monomito, Northrop Frye, el Mito de la Búsqueda, Mircea Eliade, el Mito del Eterno Retorno, y Gilbert Durand, el Drama Agrolunar. 53 4.1.2. Fuentes arcaicas del mito y el proceso de la mitificación de la novela contemporánea El hombre ha vivido su devenir bajo la lejana, pero siempre presente, nostalgia de una época anterior al tiempo de la historia. De una forma de vida plena, armónica, en que las distancias entre la Tierra y el Cielo, el hombre y los dioses no eran insondables. Estas imágenes han permanecido en la conciencia mitopóetica de los escritores. Son repetidos los intentos del hombre por trascender los límites del mundo imperfecto y fragmentado de la realidad moderna. El hombre sufre de una necesidad ancestral de traspasar las fronteras interiores, de detener los relojes que dibujan implacable y monótonamente el declive de su existencia, para acceder a esa realidad edénica –que tiene la certeza de que fue posible—y librarse definitivamente de la contradictoria temporalidad. El hombre no se siente hecho para la finitud. Íntimamente se sabe un ser expulsado, proscrito, que ha perdido la posibilidad de sentirse parte activa y concordante del Universo. En un momento esa existencia unitaria se derrumbó. La caída tuvo lugar. El hombre fue arrojado al tiempo, a la muerte. Expulsado de la unicidad a la contradicción, sometido al deterioro de su cuerpo y de su pensamiento se sintió diferente de los objetos que lo rodeaban, comenzó a percibir lo que existe detrás de las cosas, a reconocer su sentido abstracto y particular, a tener conciencia de su existencia efímera e incompleta. Esa ruptura impuso una distancia insuperable entre el hombre y el mundo. Se acentúan en su psiquis con particular nitidez las nociones de causalidad, tiempo y espacio. Esta revelación determina, por la constante evocación de su anterior existencia, el nacimiento del mito como el único medio para reintegrar el tiempo sagrado, ese que precedió al mundo y que se mantiene en el mundo de los dioses, en el espacio donde habita y es la eternidad. El mito constituye, por lo tanto, la única revelación válida de la realidad, ordena la vida y define el lugar del hombre en el mundo abstrayéndolo del tiempo cronológico, profano, que en su insensato sucederse lo lleva a la destrucción. Para evitar la historia, la incertidumbre del futuro, es preciso volver a empezar, y es tan sólo mediante la reactualización de la creación del mundo, el eterno retorno que, para el hombre primitivo, se hace posible recuperar el tiempo primordial, capaz de asegurar la renovación total del cosmos, de la vida y de la sociedad. Esta imagen ancestral prevalece en la memoria del hombre. Ya que no se expresa mediante ritos y ceremonias, toma diferentes formas, se alberga en símbolos e imágenes degradados. Todo acto de creación tiene ese acto primordial como transfondo. Es innegable el paralelismo existente entre esa necesidad ancestral y las expresiones literarias como la poesía, y en particular la manifestación de la novela mítica contemporánea. Por lo tanto, la literatura es el testimonio de la pérdida de la supuesta e ideal unidad esencial entre el hombre y el mundo, y de la certeza del alejamiento entre los dioses y los hombres. A la vez, es la evidencia de la conquista del hombre por él 54 mismo: la expresión de sus pasiones y temores, de sus hazañas y fracasos, de su vida y de su muerte. Los orígenes del mito en la novela se rastrean en las primeras expresiones literarias creadas desde los comienzos de las sociedades. Este proceso descubre que la literatura, especialmente en su forma narrativa, es descendiente de dos géneros folclóricos: el cuento y la epopeya heroica. A través de los siglos, muchas aventuras y epopeyas monumentales han continuado su evolución como formas independientes, que han emergido bajo las convenciones de las distintas formas literarias. Así, los rituales, los festivales, y los misterios religiosos han asegurado que el drama y, en parte, la lírica han tenido sus orígenes mitológicos, así lo demuestra la estructura de la búsqueda iniciática, motivo permanente en los relatos literarios de la tradición literaria. Esta interpretación primaria identifica que el cuento, la epopeya heroica, y otras formas de teatro han preservado los elementos míticos. De esta manera dichas formas artísticas intermedias han asegurado que la literatura alberga una cierta cantidad de material mítico en forma embrionaria, a través de las ideas y motivos proveídos por las fuentes arcaicas. Entre estos trabajos se pueden citar: el Rig-Veda, el Bhagavad-Gita, los primeros escritos de la Biblia, la lírica épica del Gilgamesh, la literatura griega desde Los trabajos y los días de Hesíodo, la Ilíada y la Odisea de Homero, hasta los Mitos de Platón, Los cuentos de hadas rusos e ingleses, Las mil y una noches, y las Cosmogonías y leyendas del nuevo mundo como el Popol Vuh. En la literatura contemporánea, el mito ha sido un recurso literario imprescindible para una vasta lista de poetas, dramaturgos, ensayistas, cuentistas y novelistas. En poesía, el mito es utilizado por autores como William Butler Yeats, T.S. Eliot, Ezra Pound, Rainer Maria Rilke, William Blake, Federico García Lorca, Rubén Darío y Octavio Paz. Es manifiesto en el teatro de Brecht, Sartre y Beckett. Muchísimos ensayistas se han servido del mito para analizar la cultura moderna, en especial la hispanoamericana, entre ellos se cuentan, por ejemplo, a José Enrique Rodó, a José Vasconcelos, a Alfonso Reyes, y a Octavio Paz entre otros. En los géneros del cuento y de la novela, entre los autores hispanoamericanos que han sido particularmente atraídos por el mito, se encuentran Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez, José Donoso, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Carlos Fuentes y por supuesto el autor de este estudio, Ernesto Sabato. En Hispanoamérica los autores extranjeros más influyentes en cuanto a la creación mítica han sido James Joyce y William Faulkner quienes a la vez han contribuido enormemente a la creación de la novela mítica hispanoamericana. La reivindicación del mito en la literatura sintetiza la problemática contemporánea sobre la unión dialéctica entre el pensamiento racional y el pensamiento mágico, que es también el pensamiento arcaico. El escritor utiliza los elementos del mito como un recurso poderoso para expresar la opresión y la alineación de la humanidad y la crisis espiritual de la sociedad moderna. Esta tendencia ha modificado la estructura de la novela tradicional decimonónica y de la denominada 55 objetiva de la época contemporánea. La novela mitológica moderna ha llegado a sustituir el tiempo histórico u objetivo, ya que la acción y los acontecimientos, no importando cuán tan específicos se encuentren en el tiempo, son presentados como manifestaciones de eternos arquetipos. El tiempo universal de la trama es metamorfoseado dentro de un tiempo mítico, cíclico y progresivo, que llega a ser expresado en términos espaciales. Estos modelos han sido retomados del ritualismo cíclico practicado por las antiguas culturas matriarcales en honor a las diosas de la fertilidad: Istar entre los asirio-babilonios, Deméter y Perséfone entre los griegos, Isis entre los egipcios, Astarté para los fenicios y los iberos, y Káli entre los hindúes. El escritor contemporáneo incorpora los elementos de estos mitos cíclicos en la novela. El tiempo en la narración, representado por medio del simbolismo circular del uroboros, en vez de ser lineal se torna cíclico, y el espacio novelado es representado a través del concepto simbólico del Axis Mundi. Las instancias anteriores referidas a la aplicación de los símbolos y arquetipos de los mitos cíclicos han sido identificadas en las obras de Joyce, Eliot, Pound, Faulkner y Proust. En el ámbito latinoamericano esta tendencia artística se ha manifestado en obras de escritores tan representativos como Gabriel García Marqués, Juan Rulfo, y Juan Carlos Onetti. En la literatura guatemalteca, el mito de la fertilidad es tema importante de la obra Hombres de maíz (1949) de Miguel Ángel Asturias. En los cuentos: La signatura de la Esfinge (1933), El hechizado (1933), y La Farnecina (1933), de Rafael Arévalo Martínez, se identifica el arquetipo central femenino de la Madre arquetípica. Teóricos del mito como Northrop Frye asumen que la novela contemporánea retorna hacia los temas arquetipos de los mitos cíclicos. Los escritores identifican los símbolos y arquetipos de estos mitos ancestrales, proveídos por los estudios por la psicología analítica y la antropología, y los reelaboran y actualizan en la novela a través de la narración mitopoética. Por ello, la mitificación de la novela contemporánea se basa en los siguientes principios: • La creación de mitos, la facultad mitopoética, es inherente al proceso de pensamiento y a la necesidad básica humana de interrogarse así mismo en cuanto a su entorno y existencia. • El mito es el núcleo o la matriz de donde surge la literatura histórica y mítica. Como resultado de ello, las tramas literarias, los personajes, los temas, y las imágenes son básicamente complicaciones y desplazamientos de elementos similares en mitos y cuentos folclóricos. La manifestación del mito en la literatura ha sido explicada diversamente por la memoria racial jungiana de los arquetipos ancestrales. 56 • El mito no sólo puede estimular la actividad creativa del artista, sino también provee de conceptos y modelos de los que el crítico se vale para interpretar las obras literarias. A través del conocimiento de la gramática del mito se realiza una apreciación más precisa sobre la lectura del lenguaje literario. 4.1.3. La descomposición de la estructura tradicional de la novela La narrativa latinoamericana manifiesta, a fines de la década de los años treinta del siglo XX, una ruptura definitiva con las formas tradicionales de narrar y asume un nuevo modo de representar la realidad, función poética que desde entonces constituye una de las modalidades dominantes de la narrativa contemporánea. Sabato comparte con los principales escritores del siglo veinte una tendencia afín: revelar por medio de la novela la condición problemática del hombre moderno. Ante el quebranto espiritual y la desolación que testifica el abandono más que la presencia de Dios, la literatura se compenetra con la crisis que afecta a la humanidad, repercute en ella directamente, y despierta en el hombre un profundo anhelo de transmutar la realidad inmediata; de allí que la reiteración de una preocupación ética se haya convertido en una de las notas más frecuentes de la literatura moderna. Ya desde 1882, año en que el Zaratustra de Nietzsche resumiera con su célebre sentencia, --“Dios ha muerto”—las inquietudes espirituales de una época conmovida por transformaciones profundas de todos los sistemas tradicionales de orden, la literatura refleja la desintegración y el vacío espiritual de una época desprovista de valores establecidos que orientan al hombre en su camino. Frente al desquebrajamiento de la civilización contemporánea, el mundo no es más que incertidumbre y condena. De esta precariedad existencial nace el sentimiento de desamparo en un mundo caótico donde no se encuentra justificación ulterior ni explicación lógica de la vida. No obstante, el novelista persiste en la búsqueda de sentido y armonía, en la búsqueda de un ideal de plenitud que ilumine su propia existencia. Sabato concibe la creación novelística como un acto de salvación. Desde este punto de vista su narrativa se halla firmemente vinculada con la obra de los grandes renovadores de la literatura del siglo veinte, quienes consideran la literatura como una gran aventura artística. La novela de Sabato se ubica indudablemente entre la categoría de las obras de Kafka, Joyce, Proust, Mann y otros, que con sus posibilidades míticas de totalidad, coherencia y disolución temporal, son una defensa contra el caos y el derrumbe del mundo. Si la novela tradicional describía una realidad preexistente, el novelista contemporáneo, en cambio, concibe la literatura como una actividad imaginativa que revela los estratos más profundos del hombre. 57 A la inversa de los escritores del siglo pasado, que se proponían fundamentalmente la descripción objetiva del mundo externo, el novelista de hoy se vuelve en un primer movimiento hacia el misterio primordial de su propia existencia (subjetivismo) y en un segundo movimiento hacia la visión de la totalidad sujeto-objeto desde su conciencia (fenomenología). (42:82) En el descenso al yo no sólo tenía que enfrentarse el novelista con la subjetividad a que ya nos tenía acostumbrados el romanticismo (…) sino con las regiones profundas del subconsciente y del inconsciente. Esa sumersión en zonas tenebrosas produce muy a menudo una tonalidad fantasmal, esa tonalidad nocturna que recuerda el sueño o la pesadilla y que revela la común raíz de novelas como El Proceso y cuadros como los de Van Gogh, Chirico o Roualt. ¿Cómo pedirle a estas novelas aquellas figuras bien delineadas, precisas y “reales” a que nos tenía acostumbrados la vieja novelística? En ese subsuelo no rige la ley del día y la razón sino la ley de las tinieblas. (…) Acaso porque, como decía Kierkegaard, alcanzamos la universalidad indagando nuestro propio yo, en virtud de esa dialéctica existencial, se empezó a advertir la existencia del Otro en la medida en que más el hombre parecía hundirse en sus propios abismos. (42:82-83) En la narración estos nuevos escritores se desprenden del realismo documental, y en cuanto a los temas, se independizan de la mera exposición de lo social o político para abrirse a la ficción. El nuevo lector, en oposición al lector pasivo tradicional, se vuelve un “lector cómplice”. Se adentra por narraciones donde los personajes se encuentran desintegrados entre el plano real y el de la imaginación. Expresa sus opiniones sobre el contenido y la estructura de la novela. El lector de este tipo de obras trata de organizar las partes diseminadas del texto. Aunque el tema sea simple, las técnicas son complicadas, porque se entrecruzan espacio y tiempo, haciendo de la novela un montaje cinematográfico. Rayuela (1963) de Cortázar y Cambio de piel (1967) de Fuentes son ejemplos representativos de este nuevo modo de novelar. Si la novelística anterior era una crónica de la sociedad, la nueva novela no narra las circunstancias reales, sino que crea ámbitos, lugares y personajes. Anteriormente estuvieron delimitados los campos de la novela realista de los de creación fantástica. Pero a partir de esta generación, los novelistas mezclan los distintos planos (mítico, real y simbólico) en una entidad totalizadora. Ejemplo de este tipo es la novela Sobre héroes y tumbas (1961) de Ernesto Sabato. 4.1.4. La estructura de la novela tradicional y la estructura de la novela mítica De acuerdo al método de la mitocrítica, y para los propósitos de esta investigación, se establece que la estructura de una novela está compuesta de tres estratos: la anécdota, el tema y la ideología del autor. La anécdota o la historia es el estrato de superficie. Son los acontecimientos que el autor narra al lector y cuya sucesión forman la historia de la novela. La narración de 58 esta historia o anécdota puede ser de dos tipos: lineal y no lineal. La anécdota lineal es la historia en su sentido más auténtico y tradicional: los acontecimientos relatados tienen un principio, un desarrollo y un final, y marcan así tres etapas bien definidas de la historia contada, muy cercana a la propuesta aristotélica en la Poética. El desarrollo de la anécdota lineal produce en el lector la impresión del transcurso de un tiempo real. En este sentido a este tipo de temporalidad se le puede denominar “temporalidad objetiva”. Mariano Baquero Goyanes le llama “clásica”: En la que podríamos llamar clásica, la estructura más frecuente era la lineal y ordenadamente cronológica, aquella en la que se daba un perfecto ajuste entre la sucesión de los capítulos, de los episodios, de las páginas, y la secuencia temporal. Se caminaba siempre hacia delante, y de producirse algún retroceso, algún salto hacia el pasado, éste quedaba más que justificado y enmarcado dentro de las necesarias aclaraciones, precedido de algún preámbulo anterior. (4:137) Para Paul Conrad Kurz los sucesos en la novela tradicional: (…) se cuentan uno tras otro. El narrador estructura la situación del héroe, prepara el conflicto, conduce la acción hacia una conclusión feliz o desgraciada, pero resuelta. El lector sabe siempre lo avanzada que está la acción y dónde se encuentra. Este narrar cronológico no excluye ocasionales informaciones complementarias sobre la infancia del héroe, añadiduras de la vida familiar. (4:147) En la anécdota o historia no lineal, los acontecimientos no siguen el rígido orden de causa-efecto propio de la historia lineal. La historia contada ya no tiene un principio, un climax y un final, sino que se compone de pequeñas anécdotas a veces con poca relación entre sí. Esto se debe a que el novelista ya no trata de dar la sensación de paso de tiempo real, y la única cronología que existe es la cronología del autor de la obra (o de su protagonista): una cronología subjetiva. Sabato en este sentido se opone rotundamente a la novela objetiva. A simple vista se observa que Sobre héroes y tumbas se corresponde a esta segunda clasificación. En la búsqueda de la significación simbólica en el proceso de lectura se halla un estrato subyacente, el estrato temático. Para conocer el tema de una novela, se deben considerar los símbolos que la novela ofrece en su conjunto. La reiteración de un símbolo (o de un número de símbolos parecidos) en el transcurso de la novela, se conoce con el nombre de leitmotiv. La coherencia temática obedece por lo tanto a la coherencia simbólica, y la coherencia simbólica al símbolo recurrente, al leitmotiv (23:173-174). De acuerdo a la mitocrítica de Durand, el tercer nivel y el más profundo de la estructura de la novela es la cosmovisión del autor (su Weltanschauung). En esta categoría se incluyen todas aquellas ideas sobre el mundo del hombre en general y sobre el mundo que el autor recrea por medio del arte y que se hace patente de alguna forma en la anécdota y en el tema de la novela (ideas, por consiguiente, de tipo filosófico, artístico, religioso, político, social, etc.,). Este nivel es uno de los más ambiciosos de acuerdo a la mitocrítica, ya que pretende estudiar las relaciones problemáticas entre tres elementos conjugados: el autor, la obra y la época con el 59 objeto de determinar los mitos directores y sus transformaciones significativas puesto que tiende a alcanzar las preocupaciones socio o histórico-culturales (16:347). Los recursos anecdóticos de la intriga, el suspense o la sorpresa, característicos de la novela tradicional, gratuita en términos de Sabato, sirven para atraer la atención del lector quien en estos casos suele pronosticar el desenlace después de haber leído las primeras páginas, y en algunos otros el mismo autor empieza por exponer el desenlace para relatar la acción retrospectivamente como sucede con la novela policial (4:152). La efectividad de la narración mítica de la novela contemporánea, por el contrario, no depende de estos recursos anecdóticos utilizados por la novela tradicional clásica, sino del rescate y la instauración, en la historia, de motivos temáticos que forman parte de las estructuras míticas universales pertenecientes al inconsciente colectivo. En la novela tradicional clásica “objetiva”, los motivos están basados en escenas verosímiles, que se integran perfectamente en la anécdota de la vida. Las imágenes míticas, en cambio, suelen estar basadas en imágenes inverosímiles en donde el autor deforma la realidad anecdótica para que sirva con más eficacia al tema de fondo existencial metafísico: la soledad, la muerte, el sexo, la ausencia de Dios, etcétera. Esta deformación suele consistir inicialmente, en un proceso fenomenológico de personificación del mundo exterior. Los personajes parecen transmitir su personalidad y sus problemas a los objetos que les rodean. Los mismos personajes se percatan a veces de este proceso que está relacionado con el rito, el mito, el sueño, la poesía, y el arte en general: Hasta que poco a poco fue embargándolo un pesado sopor y su imaginación comenzó a desenvolverse en esa región ambigua. Entonces (Martín) creyó oír lejanas y melancólicas campanas y un impreciso gemido, tal vez un indescifrable llamado. Paulatinamente se convirtió en una voz desconsolada y apenas perceptible que repetía su nombre, mientras las campanas tañían con más intensidad, hasta que por fin golpearon con verdadero furor. El cielo, aquel cielo del sueño, ahora parecía iluminado con el resplandor sangriento de un incendio. Y entonces vio a Alejandra que avanzaba hacia él en las tinieblas enrojecidas, con la cara desencajada y los brazos tendidos hacia delante, moviendo los labios como si angustiada y mudamente repitiera aquél llamado. ¡Alejandra!, gritó Martín, despertándose. Al encender la luz, temblando, se encontró solo en su pieza. (41-453) Este proceso de deformación va en búsqueda de las imágenes primordiales contenidas en la función cognoscitiva del mito. Una vez que los escritores han transmitido su vitalidad a los objetos, éstos adquieren vida propia. Tanto el tiempo, el espacio como los personajes van a sufrir esta deformación. R.M. Albéres, citado por Goyanes, opina que las obras de Proust, Joyce, Musil, Faulkner, entre otros, “descubren las significaciones de una gran obra casi onírica” como la de un Virgilio o la de un Milton (4:76). 60 Para Albéres: En autores como estos “la realidad novelesca se vuelve mítica por estar sobresaturada de significaciones”. Todo lo que sucede tiene un sentido, más o menos oculto. Todo hecho realista se articula allí a un contexto simbólico, y la intriga se confunde con una leyenda tácita. (4:76) Albéres señala que este tipo de escritores “se empeñan en elevar la novela a la condición de una obra de arte” considerándola de esta manera el equivalente a un poema o cualquier otra forma de expresión artística (4:74). Sobre héroes y tumbas se puede incluir dentro de esta ambición, ya que ésta es exponente de la visión sabatiana de la novela, considerada como un “poema metafísico”, que explora los abismos y cuevas del alma del hombre. 4.1.5. La facultad mitopoética de los escritores contemporáneos Una de las características de los escritores mitopoéticos del siglo XX, entre ellos, Ernesto Sabato, ha sido el hacer descender al lector al ámbito del mundo mítico desplazado desde un mundo cotidiano. Ernst Cassirer ubica al mito dentro de la “capa más baja” del “estrato original” de la experiencia humana. Cassirer considera al ámbito del mundo mítico no sólo como el más primitivo, la forma simbólica original del conocimiento humano, sino que también la más profunda. El “mundo mítico” se postula en contraste con el punto de vista ofrecido por la ciencia. Para Cassirer: Estamos acostumbrados a dividir nuestra vida en las dos esferas de la actividad práctica y la teórica y al hacer esta división olvidamos que existe, junto a las dos, otra capa más baja. (11:127) Por el contrario, el “hombre primitivo” no divide la vida entre teoría y práctica ya que para él: (…) sus pensamientos y sus sentimientos continúan encauzados en este estrato original. Su visión de la naturaleza no es puramente teórica ni meramente práctica; es simpatética; si descuidamos este punto no podremos abordar el mundo mítico. El rasgo fundamental del mito no es una dirección especial del pensamiento o una dirección especial de la imaginación humana; brota de la emoción y su trasfondo emotivo tiñe sus producciones de su propio color específico. (11:127) En la naturaleza de este fondo primordial mítico, propio del “hombre primitivo” y reivindicado en el arte contemporáneo, es donde se produce la noción del arquetipo jungiano que alude a dos sustratos: uno producto espontáneo de la psique, y, el otro, resultado de un largo proceso de elaboración consciente de las culturas. Tanto para Cassirer como para Jung, el artista es creador de arquetipos ancestrales. Y este rescate de la unidad primigenia del mito es expresado por los símbolos “oníricos”, “cósmicos” y “poéticos” manifiestos en la estructura profunda de la literatura. Un escritor mitopoético va a ser aquél que es capaz de restaurar estos símbolos ancestrales. 61 Los arquetipos son al mismo tiempo, dice el psicoanalista Carl Jung, “imágenes y emociones”, y se entiende a un arquetipo cuando ambas se producen en la psique simultáneamente. Jung define y compara las imágenes poéticas con los arquetipos psíquicos de esta manera: The primordial image, or archetype, is a figure—be it a daemon, a human being, or a process—that constantly recurs in the course of history and appears wherever creative fantasy is freely expressed. Essentially, therefore, it is a mythological figure. When we examine these images more closely, we find that they give form to countless typical experiences of our ancestors. (…) In each of these images there is a little piece of human psychology and human fate, a remnant of the joys and sorrows that have been repeated countless times in our ancestral history, (…) The moment when this mythological situation reappears is always characterized by a peculiar emotional intensity; it is as though cords in us were struck that had never resounded before, or as though forces whose existence we never suspected were unloosed, (…) At such moments we are no longer individuals, but the race; the voice of all mankind resounds in us. (…) Whoever speaks in primordial images speaks with a thousand voices; (…) He transmutes our personal destiny into the destiny of mankind, and evokes in us all those beneficent forces that ever and anon have enabled humanity to find a refuge from every peril and to outlive the longest night. That is the secret of great art, and of its effect upon us. The creative process, so far as we are able to follow it at all, consists in the unconscious activation of an archetypal image, and in elaborating and shaping this image into the finished work. By giving it shape, the artist translates it into the language of the present, and so makes it possible for us to find our way back into the deepest springs of life. (24:319-321) [La imagen primordial o arquetipo, es una figura—ya sea un demonio, un ser humano, o un proceso—que constantemente se repite en el curso de la historia y aparece dondequiera que la fantasía pueda expresarse libremente. Es, pues, esencialmente una figura mítica. Si examinamos estas imágenes más de cerca, hallaremos que dan forma a innumerables experiencias típicas de nuestros ancestros. (…) En cada una de estas imágenes se halla una pequeña pieza de la psicología humana y del humano destino, un resto de las alegrías y las penas, que se han repetido infinidad de veces en nuestra historia primitiva. (…) El momento en que reaparece algo de esta situación mitológica se caracteriza siempre por una peculiar intensidad emocional: es como si se pulsaran en nosotros unas cuerdas que nunca hubiesen sonado antes, o como si se liberaran fuerzas internas de cuya existencia nunca hemos sospechado. (…) En estos momentos nosotros ya no somos individuos, sino la raza: la voz de toda la humanidad resuena en nosotros. (…) Quienquiera que hable con imágenes primordiales habla con mil voces; (…) Transforma nuestro destino personal en el destino de la humanidad y evoca en todos nosotros aquellas fuerzas benéficas que siempre han posibilitado a los hombres hallar un refugio ante cada peligro para sobrevivir, a través de la más larga de las noches. Este es el efecto del gran arte y de su efecto en nosotros. Todo proceso creativo hasta donde seamos capaces de seguirlo consiste en la activación inconsciente de una imagen arquetípica y en la elaboración y confirmación de esta imagen en la obra de arte determinada. Al darle su forma, el artista ha trasladado al lenguaje del tiempo presente y con ello nos permite acceder a las más profundas fuentes de la vida.] (24:319-321) 62 Las teorías mitocríticas que representan o apoyan esta vertiente señalan que estos arquetipos identifican a la obra maestra. García Berrio denomina a este estrato como la propiedad de la universalidad poética en donde: Los mensajes llegan a alcanzar condición de poéticos cuando poseen la virtualidad de constituir un objeto de revelación esencial y de conmoción profunda común a todos los seres humanos. (22:439) Para los autores de la novela mítica la unidad primigenia del mundo mítico, perdida en la sociedad contemporánea, es rescatada por medio de los sueños y la creación literaria. 4.1.6. La naturaleza de los grandes temas de la novela contemporánea No hay ni “espíritu”, ni razón, ni pensamiento, ni alma, ni voluntad, ni verdad: todo son ficciones que resultan inútiles. Nietzsche En una civilización que nos ha despojado de todas las antiguas, sabias y sagradas manifestaciones del inconsciente, en una cultura sin mitos ni misterios, sólo queda para el hombre de la calle la modesta descarga de los sueños nocturnos y la catarsis a través de las ficciones (. . .) Ernesto Sabato El tipo de novela que Sabato propone es aquella que pretende abrir los ojos del hombre, sacudirlo y confrontarlo consigo mismo y con su circunstancia. La literatura es desde este punto de vista un medio de conocimiento, y el escritor, un explorador de la condición humana. Si la razón, el reino de la luz, en parte ilumina lo que debe ser el hombre, las pasiones, el reino de la sombra, descubren lo que en realidad es el hombre, escondido en la región inconsciente. Desde el punto de vista jungiano, el descenso al inconsciente significa el reconocimiento del arquetipo de la sombra que, a su vez, es sólo posible cuando se reconocen los aspectos oscuros y bajos de la personalidad como presentes y reales. Para Jung, en efecto, la sombra es el símbolo de ese aspecto de la maldad que siendo parte de la personalidad del hombre, éste se resiste a reconocerlo como propio y verdadero. La sombra representa la maldad del hombre, rostro opuesto al del bien. Este tema de la personalidad doble del ser humano ha sido ampliamente desarrollado por la literatura occidental, sobre todo a partir del Romanticismo. Tal es el caso del relato de Stevenson, Dr. Jekill y Mr. Hide (1886). En la literatura contemporánea se manifiesta, por ejemplo, en el poema narrativo Elogio de la sombra (1969) de Borges. Este reconocimiento de la sombra, según Jung, exige un gran esfuerzo moral y resulta en una experiencia tremenda porque pone al hombre cara a cara con el mal absoluto (24:148), entendido como los conflictos internos, las fuerzas del mal descritas por el cristianismo y la realidad adversa para los seres humanos. 63 Sabato se suma a esta tendencia y como gran explorador del mundo subterráneo insiste en que: La tarea central de la novelística de hoy es la indagación del hombre, lo que equivale a decir que es la indagación del Mal. El hombre real existe desde la caída. El hombre no existe sin el Demonio: Dios no basta. La literatura no puede pretender la verdad total sobre esta criatura, pues, sin ese censo del Infierno. (43:184) Mi conclusión es obvia: sigue gobernando el Príncipe de las Tinieblas. Y ese gobierno se hace mediante la Secta Sagrada de los Ciegos. Es tan claro todo que casi me pondría a reír si no me poseyera el pavor. (41:301) De modo que no eran las ideas las que salvaban al mundo, no era el intelecto ni la razón, sino todo lo contrario: aquellas insensatas esperanzas de los hombres, su furia persistente para sobrevivir, su anhelo de respirar mientras sea posible, su pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos los días frente al infortunio. Y si la angustia es la experiencia de la nada, algo así como la prueba ontológica de la nada, ¿no sería la esperanza la prueba de un sentido oculto de la existencia, algo por lo cual vale la pena luchar? Y siendo la esperanza más poderosa que la angustia (ya que siempre triunfa por sobre ella, porque si no todos nos habríamos suicidado) ¿no sería que ese sentido Oculto es más verdadero, por decirlo así, que la famosa Nada? (41:233) Para Sabato el único medio que responde a tales problemas existenciales del hombre, –el mal, el amor, la soledad, la muerte, la esperanza y el destino—, es la novela, que retoma el papel que estaba reservado al mito y a la magia en la antigüedad. Sabato considera que este “género híbrido”, tal como él lo denomina, es el único instrumento capaz de expresar la escisión del hombre contemporáneo a través de la restitución del sentido ancestral de lo trágico. Sabato asume un compromiso maniqueo al elegir la literatura en vez de la ciencia para expresar la condición esencial del hombre. Dicho “compromiso”, por tanto, no se limita a lo social o a lo político: Escribir en grande –dice Sabato—simplemente es, sin mas atributos, pues si es profundo, el artista inevitablemente está ofreciendo el testimonio de él, del mundo en que vive y de la condición humana del hombre de su tiempo y circunstancia. (43:97) El restablecimiento de lo trágico es la concepción de la literatura que Sabato expone en sus entrevistas, ensayos y narrativa. Así por ejemplo en Abaddón el exterminador retoma la idea de Jaspers sobre los trágicos griegos como “educadores de su pueblo”: (…) los grandes dramaturgos griegos ofrecían un saber trágico, que no sólo emocionaba a sus espectadores sino que los transformaba, convirtiéndose así en educadores de su pueblo. (45:131) Sabato reconoce como Nietzsche que “el conocimiento de vastos territorios de la realidad está reservado al arte y sólo a él” (43:24). 64 Según Nietzsche, la tragedia: (...) fue desviada de sus carriles por una tendencia dialéctica orientada hacia el saber y el optimismo de la ciencia, será preciso concluir de este hecho una lucha eterna entre la concepción “teórica” y la concepción “trágica” del mundo; y solamente cuando el espíritu científico, habiendo llegado a límites que le es imposible franquear, tuviese que reconocer, por la comprobación de estos límites lo necio de su pretensión a una validez universal, podría esperarse un renacimiento de la tragedia; (...) (35:102-103) Para Sabato esta división no es posible y eso explica su visión de la novela como el único género que nunca separó lo inseparable: la razón y la pasión, un todo indisoluble. Esta labor integradora constituye una de las misiones esenciales de la novela como la concibe Sabato: un baluarte en contra de la escisión, y por el contrario, a favor del hombre total. El ascenso del racionalismo y de la metafísica secular marca el punto de no retorno en el camino hacia la escisión. Después de Shakespeare, la creencia en las fuerzas que trascienden al hombre se debilita, los videntes y los profetas son reemplazados por las nuevas mentalidades científicas. Los románticos, herederos inmediatos de ese cambio, no están preparados ni dispuestos a aceptarlo como irremediable y de ahí su permanente ansia por recuperar la unidad perdida: la armonía del hombre con el hombre, y a fin de cuentas, con todo el universo. Como parte del diálogo entre las edades, la rebelión en contra del racionalismo se intensifica después de los románticos. La evolución de esta tendencia en la literatura por la recuperación de la esencia vital de la humanidad es identificada por Sabato en los siguientes autores: (...) la literatura comenzó a hacerse metafísica con Dostoievsky, la metafísica comenzó a hacerse literaria con Kierkegaard. (43:83) Debido a este desplazamiento de la filosofía hacia el yo profundo (43:32), hacia el hombre de carne y hueso, surgen la fenomenología y el existencialismo en tanto estudio de los problemas del hombre como totalidad concreta. Sin embargo, Sabato precisa que el existencialismo, paradójicamente, representa otra forma de racionalismo, y por tanto, sólo la obra de arte, y en particular la novela, puede conocer a fondo el abismo de la condición humana. Este trayecto que va de la rebelión romántica a la existencialista, fundamenta el concepto que resume la visión sabatiana de la novela: un “neorromanticismo fenomenológico”, síntesis del espíritu, concepción integral donde el énfasis radica en la metafísica. Al respecto Sabato dice que: (...) el punto de vista metafísico es quizá el único que permite conciliar la totalidad concreta del hombre, y en particular la sola forma de conciliar lo psicológico con lo social. Totalidad en que el hombre queda definido por su dimensión metafísica, por ese conjunto de atributos que caracterizan a la condición humana: su ansia de absoluto, la voluntad de poder, el impulso a la rebelión, la angustia ante la soledad y la muerte. (43:141-142) 65 El propósito de la novela es abarcar la complejidad humana. La búsqueda de esa verdad se lleva a cabo a través de la integración de técnicas, estilos y géneros; testimonio de la realidad externa y de los territorios más ocultos del ser. La novela es el espacio donde se conjugan el mito, la poesía y el sueño como mecanismos que rescatan aquella unidad perdida; exposición de ideas, pero encarnadas en personajes que las transforman en ideas-pasión, en ideas-fuerza, en símbolos. Esta urdimbre de fuerzas conforma lo que Sabato caracteriza como novela total: La auténtica rebelión y la verdadera síntesis no podía provenir sino de aquella actividad del espíritu que nunca separó lo inseparable: la novela. Que por su misma hibridez, a medio entre las ideas y las pasiones, estaba destinada a dar la real integración del hombre escindido; a lo menos en sus más vastas y complejas realizaciones. En estas novelas cumbres se da la síntesis que el existencialismo recomienda. Ni la pura objetividad de la ciencia, ni la pura subjetividad de la primera rebelión: la realidad desde un yo; la síntesis entre el yo y el mundo, entre la inconsciencia y la consciencia, entre la sensibilidad y el intelecto. (43:20) Paralelo al concepto de novela total, Sabato emplea el de novela rompecabezas, que en su afán por concentrar la diversidad del hombre y su mundo, este tipo de novela es la que ofrece de manera más concreta la “confusa realidad” y representa la vida como simultaneidad constante. Para Sabato este tipo de novela no: (...) es un arbitrario juego destinado a asombrar a los lectores, es lo que sucede en la vida misma: vemos a una persona un momento, luego a otra, contemplamos un puente, nos cuentan algo sobre un conocido o desconocido, oímos los restos dislocados de un diálogo; y a estos hechos actuales en nuestra conciencia se mezclan los recuerdos de otros hechos pasados, sueños y pensamientos deformes, proyectos del porvenir. La novela que ofrece la mostración o presentación de esta confusa realidad es realista en el mejor sentido de la palabra. (43:107) En contraposición a Eliot que afirmaba la crisis y el final de la novela, Sabato por el contrario invierte estos términos y precisa el papel contemporáneo de la misma a la cual denomina novela de la crisis. La novela del siglo XX no sólo da cuenta de una realidad más compleja y verdadera que la del siglo pasado, sino que ha adquirido una dimensión metafísica que no tenía. La soledad, el absurdo y la muerte, la esperanza y la desesperación son temas perennes de toda la gran literatura. (43:93) Al momento cuando los valores de la civilización occidental se resquebrajan, la novela adquiere dignidad filosófica y cognoscitiva. De manera que las catástrofes consecutivas llevan al hombre a retomar los grandes temas pascalianos y a recuperar una cosmovisión que el racionalismo se había propuesto sepultar: la conciencia trágica. 66 Así, símbolos, arquetipos y mitos encuentran un refugio subterráneo en la tradición romántica, cuya simbología remite al inconsciente, la noche, el sentimiento y la muerte. La obra de Ernesto Sabato se ubica en la gran tradición del romanticismo trágico: Frente al problema de la esencia de las cosas se planteó el problema de la existencia del hombre. Y frente al conocimiento objetivo se reivindicó el conocimiento del hombre mismo, conocimiento trágico por su misma naturaleza, un conocimiento que no podía adquirirse con el auxilio de la sola razón, sino además –y sobre todo—con la ayuda de la vida misma y de las propias pasiones que la razón descarta. (43:125) El hombre necesita de ficción, porque es la única manera de proyectar sus fantasmas y demonios, y si no se la da la gran novela el hombre la buscará en la pequeña novela, en el cine, en la televisión, en la historieta. La antinovela realiza una buena labor que podríamos llamar de profilaxis, pero está siempre destinada a ser remplazada por una nueva novelística. Además, hay autores, entre los que me encuentro, que experimentan la necesidad personal de esa catarsis. En suma, creo en el surgimiento de un neorromanticismo. (44:573) La constante de toda la novelística, la que va a perdurar, es la constante romántica. La palabra romántico, ya se sabe, viene de roman=novela. Decir que la novela es romántica es como decir que la novela es novelesca. (44:574)
domingo, 6 de mayo de 2018
ERNESTO SABATO. ENTREVISTA. HEMEROTECA.
Cuando cumplió 90, la última entrevista con LA NACION
"Pienso que voy a vivir hasta los 100, tengo buena salud, pero
cumplir años más allá de los 100 no tiene mucho sentido", dijo, antes
de realizar un austero festejo
Ernesto Sabato, el escritor vivo más
prestigioso de la Argentina, celebra hoy 32.873 días de vida; son
noventa años o millones de instantes felices y desdichados que han
poblado una vida en la que descuellan su literatura, su compromiso
cívico y su actitud ética. En la paz de su casa de Santos Lugares, a
orillas del ferrocarril, el escritor habrá despertado hoy muy temprano,
como siempre, para no perderse el derroche de vida con que la naturaleza
pinta los días en su frondoso jardín.
Justo él, que amanece lentamente en la quietud de Santos Lugares, entre un follaje tupido y un trinar inagotable de aves, tuvo que sumergirse en la urgencia de responder casi un centenar de preguntas periodísticas llegadas de todas partes.
Sabato bien podría declarar en este día, al filo de un siglo de vida, con palabras de Jorge Luis Borges seleccionadas por él en su libro "Cuentos que me apasionaron" (Planeta): "El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego".
Los llamados que inundan desde hace días su teléfono, desde Europa, América latina y nuestro país, no lograron torcer su ritmo cotidiano. Sin vértigo, asido a su oficio de vivir, continuó con el trajín de sus instantes, durmió la siesta y hasta quiso conocer a la nieta recién nacida de su fiel colaboradora Elvira González Fraga.
Sabato respondió por escrito las preguntas de La Nación y eligió otro orden de respuestas, que por cierto resultó muy interesante. Su asistente, Diego Curatella, fue el responsable de volcar a la computadora las páginas que el reconocido autor de "Sobre héroes y tumbas" llenó de puño y letra para cumplir con la prensa mundial, desafiando la resistencia de sus ojos cansados. Hasta hubo un periodista francés que, vencido por la ansiedad, se tomó un avión desde Brasil para pedirle personalmente una entrevista.
El hombre y el tiempo. Este domingo de invierno, Sabato reiterará el ritual que, cada año, se espera en el mundo de la cultura: compartirá con amigos y familiares el chocolate y los pasteles preparados por Gladys, su asistente en la casa. Y quizá juegue a desafiar la sucesión temporal, como hace dos años, cuando le dijo a La Nación : "Pienso que voy a vivir hasta los 100 años; tengo buena salud. Pero cumplir años más allá de los 100 no tiene mucho sentido".
-"Antes del fin" fue un legado de un maestro para sus discípulos en la vida. ¿Qué le agregaría a ese libro que no incluyó en su hora?
-Si tuviera esa novedad habría encontrado la respuesta a los interrogantes que tanto me preocupan en este tiempo de crisis. Pero creo que la falta de respuesta no justifica la pasividad. Todo lo contrario; debería empujarnos al compromiso del mismo modo que uno reacciona instintivamente ante un gran terremoto. Cuando vemos la tierra resquebrajarse no nos quedamos sentados pensando que nada se puede hacer. Rescatamos de entre los escombros al menos esa vida que está a nuestro lado, hundida, sufriendo. En esos momentos advertimos que es en medio de una grieta donde se nos manifiesta una salvación. Las grandes crisis exigen nuestro compromiso.
-¿Eso sería asumir nuestra ciudadanía?
-Replegarse en el individualismo me parece un acto de mezquindad. No podemos desentendernos, ya que todos tenemos una responsabilidad en momentos tan decisivos de la historia. En medio de la estampida se ignora la magnitud del desastre. Pienso que algo de eso estamos viviendo. Necesitamos el valor de ir hasta los márgenes, de penetrar en las grietas.
-Su relación con los jóvenes es afectuosa y fluida. ¿Qué le preocupa hoy de ellos?
-Cada vez que me encuentro con jóvenes me hablan siempre de la angustia que viven por la especie de naufragio en que estamos metidos. Es casi imposible avanzar cuando se carece de un horizonte hacia el cual dirigir la mirada. Hacia dónde los muchachos y las chicas pueden proyectar su futuro, si vivimos con la sensación de que nos queda país para uno o dos días. Lamentablemente esto está produciendo la estampida de jóvenes al exterior. Fíjese qué triste: un país donde los hijos de inmigrantes llegaron a ser presidentes de la Nación acaba convertido en otro con un índice elevado de emigración.
-¿Cuáles son las cualidades de las jóvenes de hoy que lo sorprenden por comparación con su propia juventud?
-Suele decirse que los jóvenes son escépticos, que se desentienden y no les preocupa lo que pasa a su alrededor. Cuando yo era joven, los que nos volcábamos al comunismo no lo hacíamos luego de haber leído "El Capital", de Marx, sino porque nos sentíamos identificados con el digno reclamo del movimiento. Con los años, la quiebra total de valores, el fracaso de las ideologías, la mediocridad de la clase política, la falta de dignidad y de honor que observamos en tantos hombres generan angustia en los jóvenes que, por su sensibilidad, sufren la gravedad de estas crisis sin saber dónde dirigirse.
-Aumenta su desencanto ciudadano.
-Muchos bajan los brazos. Pero pienso que no es ésa la situación de la gran mayoría. La desazón que sienten es un signo evidente de que no son apáticos. Se rebelan como pueden, a veces de modo violento e ilógico. Pero una rebelión no tiene por qué ser razonable. Además, cuántos de ellos trabajan en tareas solidarias, en zonas de emergencia, en hospitales y villas. El crecimiento de personas que realizan tareas solidarias es también un signo de nuestro tiempo.
-¿A quiénes podemos recurrir hoy para obtener una mirada esclarecedora de nuestro tiempo?
-Lamentablemente nuestra época tiene puesta su mirada en las figuras del espectáculo y en el triunfo fácil e inmediato. Los propios medios los han encumbrado. Hasta los mismos políticos aparecen vinculados a hechos y actitudes propios de un folletín. Todo eso genera un gran vacío; estos falsos pilares son incapaces de otorgar sentido en el momento en que se busca a quién recurrir. Los referentes en los que se puede hallar un valor, que abren un camino, están fuera de la pantalla. Son los que asumen ese compromiso del que le hablé. Están metidos en los intersticios, no en los grandes salones. No producen imágenes ni discursos sino actos. No brillan con reflectores, pero son los que en verdad iluminan este período tan oscuro de la historia.
https://www.lanacion.com.ar/1369666-cuando-cumplio-90-la-ultima-entrevista-con-la-nacion
El escritor y sus fantasmas, Ernesto Sabato. OPINIÓN. HEMEROTECA.
El escritor y sus fantasmas, Ernesto Sabato


En sentido laxo, entonces, se trata de un libro que rescata una suerte de bitácora de perplejidades o diario de notas escrito en la más absoluta intimidad; un intento por levantar la sábana del fantasma y mirar su rostro, hacer carne de su espectro; y finalmente un ejercicio que así como en su momento quiso poner en orden las ideas de su demiurgo, ahora se atreve a tender su mano temblorosa pero firme a todos aquellos que comparten la aventura creadora. Casi todos los temas son abordados desde una mirada que alguien podría llamar obsesiva y unilateral, dispuesta más que nada a desenmascarar la raíz mecanicista de muchas estéticas contemporáneas que anulan el valor metafísico del arte. Enemigo de las certezas del racionalismo, el autor se empeña en invalidar la autoconciencia que adquiere el texto literario desde el preciso momento en que se formulan preceptos absurdos o Manifiestos que lo legitiman, abogando por la inherente contradicción de los movimientos y los seres humanos. De ahí la belicosidad hacia estéticas como el objetivismo francés, la novela policial y la literatura comprometida. No hace falta agregar que estas objeciones se ven iluminadas y enriquecidas por una erudición sensible que hace de cada texto la célula de un vasto sistema nervioso de conexiones múltiples. Un cerebro que late.
Pero tratándose de un proyecto destinado a la claridad, lo cierto es que el resultado final en muchos casos se siente tan relativo o discutible como lo era en su comienzo, aunque después de todo nos queda el deleite del viaje, el placer de haber visto ese proceso de rejunte y reciclado de información de una mente que bien o mal encuentra un centro de calma en el remolino de sus ideas. Tal vez esa sensación de insolvencia venga causada por un desgarramiento entre la estrategia de aprehensión del objeto y la naturaleza del objeto en sí. Me refiero a que Sabato utiliza la herramienta o el conjuro de la sentencia para penetrar en sus fantasmas, pero pronto el lector se da cuenta de que apenas logra definir sus contornos. La tenacidad de su afán lo ha inducido al error. Querer definir los misterios de la literatura a través de una literatura preclara e inobjetable, genera una suerte de repulsión en el esquema interno de la palabra. Tal vez para estos casos la solución radique -como bien lo supo Octavio Paz- en un lenguaje más colindante a la poesía. Y es que pese a su notoria aversión hacia el mundo de la ciencia, Sabato parece conservar las ansias de absoluto propias de una mente racional. Y, no sin paradoja, esa contradicción que late bajo los umbrales de su conciencia a veces forma curiosas amalgamas. Véase cómo en el siguiente fragmento se percibe la irrupción de la mirada naturalista de un físico en las preocupaciones teóricas de un literato:
Nuestra conciencia no es clara ni coherente, y uno mismo no “sabe” cómo son los propios sentimientos. Proyectados hacia el mundo, se refractan al entrar en un medio de diferente densidad y naturaleza, y al volver sobre nosotros, reflejados por otro espíritu, aumenta nuestra confusión. Algo parecido pasa con los personajes de una novela, que no son los mismos ni permanecen idénticos a sí mismos al ser sentidos por un lector.Cabría agregar que dado el inmenso cúmulo de ideas contenidas en “El escritor y sus fantasmas”, se recomienda una lectura sosegada y reflexiva para que la idea, como el vino, se abra naturalmente en la copa viva, eterna y sin fondo del corazón.
HEMEROTECA.
https://clubdecatadores.wordpress.com/2011/01/31/el-escritor-y-sus-fantasmas-ernesto-sabato/
viernes, 4 de mayo de 2018
ERNESTO SABATO. EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS. (FRAGMENTO).
SABATO PINTOR. AUTORRETRATO.
MES DEL ESCRITOR ERNESTO SÁBATO.
EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS. (FRAGMENTO).
Desde que publiqué mi primer libro hasta hoy, he debido responder a cantidad de preguntas de periodistas y lectores sobre el qué y el cómo de mi literatura. No me parece mal comenzar este libro con una selección de las más significativas cuestiones que se me formularon y de las respuestas que di.
Si usted fuese crítico literario ¿que diría del conjunto de su propia obra?
Diría que es la obra de un espíritu contradictorio. Y que, por lo tanto, se manifiesta mejor en la ficción que en el ensayo; ya que en ella puede encarnar en diferentes personajes sus desgarramientos interiores, porque la ficción permite expresar su mundo interior en su enigmática diversidad y unidad.
Se sabe que usted estudió ciencias físico-matemáticas en su juventud y frecuentemente hemos comentado ese hecho como una inexplicable curiosidad. ¿Tiene usted alguna explicación, existe algún motivo que la gente ignore?
Se ansia lo que no se tiene, y el orden y la claridad que en algún momento de mi vida busqué en el universo matemático eran precisamente buscados a causa de mi tumulto. ¿Nunca se le ocurrió pensar por qué un espíritu romántico y expresionista como Kandinsky pudo ser uno de los creadores del arte abstracto? Desde que recuerdo, mi vocación fue artística: la pintura y la ficción. Sin embargo, en dos momentos cruciales de mi vida corrí hacia las matemáticas. Primero, cuando fui enviado desde mi pequeño pueblo pampeano a una ciudad para mí grande y terrible, a seguir mis estudios secundarios. Me encontré solo y desamparado, lejos de mi madre, rodeado por chicos que se conocían entre sí, que parecían brillantes, que no podían sino considerar con irónica superioridad a un muchacho del campo. Yo había sido patológicamente introvertido, mis noches estaban pobladas de pavorosas pesadillas y alucinaciones, y todo ese tumulto interior y nocturno permanecía dentro de mí, disimulado por mi timidez. Al encontrarme en un mundo más duro, esos males se agravaron hasta un grado que es difícil suponer, y pasaba largas horas cavilando y llorando.
Y entonces, de pronto, encontré ante mí el mundo matemático. Todavía ahora recuerdo el éxtasis que experimenté en la primera demostración de un teorema: todo el orden, toda la pureza, todo el rigor que faltaba en mi mundo de adolescente, y que desesperadamente anhelaba, se me revelaba en ese orbe transparente de las formas geométricas; en ese universo platónico y perfecto que fascinaba al vicioso Sócrates. Por primera vez, también, aunque de modo casi inconsciente, me sentí disputado por dos fuerzas encontradas: la que me arrastraba hacia un abismo oscuro, la que intentaba rescatarme mediante los poderes del orden y la luz.
En una segunda encrucijada de mi vida, en otro momento de caos y desesperación, volví a acercarme a las matemáticas. Aunque más exacto sería decir que corrí hacia las matemáticas. En 1935 yo había ido, siendo estudiante, a un congreso comunista de Bruselas. Ya iba en plena crisis, mi cabeza era un pandemonio, mis ideas estaban revueltas, nada me parecía claro ni convincente. De Bruselas debía seguir hacia Rusia, pero lo que hice fue fugarme a París, sin autorización, naturalmente, de mis superiores. Allá, sin dinero, sin amigos, sin ánimo para nada, enfrenté una tremenda crisis. Durante un tiempo pude dormir en la pieza de un portero comunista de la Ecole Normale Supérieure, que me hacía entrar de noche por una ventana, que creo daba a la Rue d’Ulm. Comía con algunos francos que me daba ese maravilloso ser humano, que me obligaba a aceptar; hasta que conocí a unos estudiantes venezolanos que me recogieron fraternalmente. Un día de máxima desesperación fui a la librería Gibert y robé un libro de Análisis Matemático, de Borel. Volví a la pieza del amigo en que dormía y a la luz de una lámpara (era invierno, no había casi luz natural) empecé a leer su primera página. Pocas veces en mi vida sentí una tal paz interior, un confortamiento tan hermoso.
Cuando por fin pude volver al país, me refugié en el Instituto de Física de La Plata, donde trabajé frenéticamente y terminé mi doctorado en 1937. Entonces, el doctor Houssay me dio una beca para hacer trabajos de investigación en el Laboratorio Curie. De ese modo volví por segunda vez a París. Pero cuando comencé mis tareas, con Irène Joliot, comprendí de pronto que todo eso no era más que una complicadísima evasión, y en el fondo una cobarde salida a mis auténticos problemas interiores. Empecé a vincularme con los surrealistas, particularmente con Oscar Domínguez, y de ese modo creo que se inició la etapa final (y más auténtica) de mi existencia
Supe entonces que mi paso por la ciencia había terminado para siempre. Muchos juzgaron (Houssay, Gavióla, etc.) esa actitud mía como una traición, del mismo modo que los comunistas unos años antes con mi alejamiento del partido; y desde el punto de vista de ellos seguramente que lo era; pero creo que uno debe soportar cualquier clase de acusación por lealtad insobornable hacia uno mismo, hacia los dictados más profundos de su propia conciencia.
¿Considera como favorables o como desfavorables para su formación literaria esos estudios científicos?
No lo sé, creo que me trajeron ventajas y desventajas. Las ciencias físico-matemáticas exigen y confieren un rigor intelectual y lingüístico que no vienen mal para el ejercicio de las letras. Recuerde lo que dice Stendhal en su Vie d’Henri Brulard sobre las matemáticas, y recuerde también su propósito de escribir con el seco rigor científico del Código Civil. En buena medida, desaforado romántico como era de nacimiento, esa austeridad formal le sirvió para frenarlo, para no incurrir en los defectos del romanticismo fácil que asfixiaba su tiempo. Alguien ha dicho que una gran obra de arte es el resultado de una inspiración romántica y de un crítico clásico. Me parece una excelente fórmula y pienso que un músico como Brahms constituye un paradigma. En los países hispanoamericanos, un poco propensos a la pompa, como todos los españoles, ese severo entrenamiento de las ciencias exactas puede servirnos para evitar los defectos a que esa tendencia nos lleva. Sin romanticismo no hay obra de arte, y en todo caso la severidad formal no sólo no aniquila ese espíritu sino que le confiere una redoblada y paradójica fuerza: la fuerza que tiene Stendhal.
Por otra parte, ha habido muchos escritores que pasaron parcial o totalmente por los politécnicos, o que siguieron de una manera o de otra estudios matemáticos. En este momento recuerdo a Stevenson, Thomas Hardy, Lewis Carroll, Stendhal, Saint-Exupéry, Dostoievsky, Rimbaud, Poe, Valéry, Quasimodo y Musil.
De todos modos, el que ha nacido para escribir, escribirá, cualquiera sea la carrera que siga, cualquiera sea el obstáculo que se le oponga. Y la importancia de su obra se medirá por la altura de los obstáculos.
jueves, 3 de mayo de 2018
ERNESTO SABATO. EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS. HOMENAJE. (MES DEL ESCRITOR SABATO).
EXPLICACIÓN
Cuando Ernesto Sabato publicó El escritor y sus fantasmas ya había explorado sus pesadillas más inquietantes en ficciones y ensayos. Como resultado de esa experiencia, emergen en un texto revelador sus dudas, críticas, teorías, búsquedas y reflexiones literarias.
Con agudeza crítica y aire de «retrato del oficio de un escritor»; con rigor y ritmo de ensayo lírico, cada línea del texto es un ejemplo elocuente de la intensidad con la que el hombre enfrentado a su escritura polemizó con muchas de las ideas de su tiempo y con los límites de la palabra.
La literatura es para Sabato educación del espíritu; descubrimiento y dialéctico ejercicio de pasaje desde la realidad al sueño; el periplo del lenguaje hacia la semilla original de la creación.
Diario de escritor, arte poética, confesión de la intimidad más profunda sobre obsesiones y pasiones, carta a los lectores que se fascinaron con su obra, autoexamen profesional para comprender símbolos y marcas de su estilo, en síntesis: inagotable indagación sobre la vocación artística.
En El escritor y sus fantasmas Sabato desnuda su alma y expone sus más iluminadoras reflexiones sobre el arte de escribir.
Nota del editor.
***
Este libro está constituido por variaciones de un solo tema, tema que me ha obsesionado desde que escribo: ¿por que, cómo y para qué se escriben ficciones? Innumerables veces me he formulado yo mismo estas preguntas, o me las han formulado lectores y periodistas. Y en cada una de esas ocasiones he ido haciendo conciencia de esas oscuras motivaciones que llevan a un hombre a escribir seria y hasta angustiosamente sobre seres y episodios que no pertenecen al mundo de la realidad; y que, por curioso mecanismo, sin embargo parecen dar el más auténtico testimonio de la realidad contemporánea.
No sé qué valor en la estética o en la ontología puedan alcanzar estas notas, pero sí sé que tienen el valor de los documentos fidedignos, pues han sido elaboradas al meditar, reiterada y encarnizadamente, sobre mi propio destino de escritor. Hablo, pues, de literatura como un paisano habla de sus caballos. Mis reflexiones no son apriorísticas ni teóricas, sino que se han ido desenvolviendo con contradicciones y dudas (muchas de ellas persistentes), a medida que escribía las ficciones: discutiendo conmigo mismo y con los demás, en este país o en estos países en que constantemente hay gentes que nos dicen lo que es y lo que debería ser una literatura nacional. Tienen, en suma, algo del «diario de un escritor» y se parecen más que nada a ese tipo de consideraciones que los escritores han hecho siempre en sus confidencias y en sus cartas. Por lo cual he preferido, aparte del «esquema preliminar», mantener esa forma reiterativa y machacante pero viva, un poco el mismo desorden obsesivo con que una y otra vez esas variaciones se han presentado en mi espíritu.
¿Para quién escribo este libro? En primer término, para mí mismo, con el fin de aclarar vagas intuiciones sobre lo que hago en mi vida; luego, porque pienso que pueden ser útiles para muchachos que, como yo en mi tiempo, luchan por encontrarse, por saber si de verdad son escritores o no, para ayudarlos a responderse qué es eso de la ficción y cómo se elabora; también para nuestros lectores, que muy a menudo nos escriben o nos detienen en la calle a propósito de nuestros libros, ansiosos por ahondar en nuestra concepción general de la literatura y de la existencia; y, en fin, para ese tipo de crítico que nos explica cómo y para qué debemos escribir.
En cualquier caso, el que leyere puede tener la certeza de que no está frente a gratuitas o ingeniosas ideas o doctrinas, sino frente a cavilaciones de un escritor que encontró su vocación duramente, a través de ásperas dificultades y peligrosas tentaciones, debiendo elegir su camino entre otros que se le ofrecían en una encrucijada, tal como en ciertos relatos infantiles, sabiendo que uno y sólo uno conducía a la princesa encantada. Leerá, en fin, las cavilaciones de un escritor latinoamericano, y por lo tanto las dudas y afirmaciones de un ser doblemente atormentado. Porque si en cualquier lugar del mundo es duro sufrir el destino del artista, aquí es doblemente duro, porque además sufrimos el angustioso destino de hombre latinoamericano.
ERNESTO SABATO
Santos Lugares, 1961/63
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