sábado, 21 de marzo de 2015

Quincey Thomas De - Del Asesinato Considerado Como Una De Las Bellas Artes.


Quincey Thomas De - Del Asesinato Considerado Como Una De Las Bellas Artes.
«Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes» es un ensayo de Thomas De Quincey publicado por primera vez en 1827 en la revista Blackwood, es una de las obras maestras del humor negro. En ella Thomas Quincey concibe la muerte como un espectáculo digno de ser visto y gozado. Cuando el asesinato está cometido y no podemos hacer nada por las víctimas, debemos dejar de considerarlo moralmente y pasar a juzgarlo como obra artística según las leyes del buen gusto. Con este planteamiento, De Quincey se retrotrae al «primer asesinato», es decir, el cometido por Caín sobre Abel, y a otros famosos de la historia, hasta concluir en los de mayor actualidad en el mundo anglosajón de la época. A este respecto, dice desdeñar el veneno y demás «innovaciones abominables venidas de Italia» en favor del tradicional corte de garganta. Pretende discutir con los detractores del asesinato dado que «cuando se les oye hablar se creería que ser asesinado tiene todas las desventajas e inconvenientes y que no las tiene el no ser asesinado», y recuerda a continuación las enfermedades y los pesares de que está libre el asesinado.
Recuerda que Marco Aurelio dijo que una de las funciones más nobles de la razón consiste en distinguir si es o no tiempo de irse de este mundo, y dice agradecer a los artistas del asesinato que se dediquen a instruir gratuitamente a los demás en esta rama de la ciencia, si bien se apresura a aclarar que muy pocos cometen asesinatos por principios filantrópicos. Se centra especialmente en una serie de asesinatos cometidos en 1811 por John Williams en el barrio de Ratcliffe Highway, Londres. El ensayo fue recibido con entusiasmo y dio lugar a numerosas secuelas, como «un segundo artículo sobre Asesinato Considerado como una de las Bellas Artes» en 1839 y un «Postscript» en 1854. Estos ensayos han ejercido una fuerte influencia en posteriores representaciones literarias de la delincuencia y fueron alabados por la crítica como GK Chesterton, Wyndham Lewis y George Orwell.
Fuente: N.N.

viernes, 20 de marzo de 2015

DAFNE DESVANECIDA. La reinvención de lo literario.


DAFNE DESVANECIDA.
La reinvención de lo literario. De lo verosimil, de la ficción, la realidad... del intertexto...
Una obra interesante, ficcional,  de laboratorio académico y literario.

José Carlos Somoza quedó finalista del Nadal del 2.000 con esta complicada novela donde se plantea el conflicto entre el mundo `real` y el literario. La sociedad que imagina Somoza, aunque no necesariamente utópica ni ucrónica (transcurre en un Madrid reconocible y en tiempos contemporáneos), es la de la preponderancia de lo literario, de lo narrativo. Hay una macroeditorial, SALMACIS, omnipotente que además es sólo la terminal ibérica de una todavía mayor multinacional. En esta sociedad donde `todo el mundo escribe`, un escritor de fama, Juan Cabo, ha sufrido un accidente de automóvil y ha quedado amnésico. Recuerda vagamente haber entrevisto a una dama misteriosa de la que cree haberse enamorado y cuya pista sigue. Por aquí aparecen cosas bizarras como un restaurante `literario` donde los comensales, mientras restauran sus fuerzas, escriben en unos folios que les facilitan los siempre solícitos camareros. Algún día estos fragmentos serán editados. También aparece un curioso detective literario que se dedica, entre otras cosas, a detectar plagios e intertextualizaciones varias.

Según explica el flamante propietario de SALMACIS, la novela del siglo XIX presenció el predominio del personaje (Madame Bovary v.g.), el XX contempló el ascenso y la dictadura del autor, pero el XXI es el tiempo del editor. Será -¿es?- el editor quien conciba el libro y luego le de forma, recurriendo al autor como uno más dentro de la industria editorial (junto a correctores, `negros`, ilustradores, maquetadores, etc.), y sus preferencias van por la gran novela coral. Como una que aparece en `Dafne Desvanecida`, en la que se afanan docenas de anónimos escritores a sueldo, plasmando la cotidianidad de un día en la vida de Madrid. La obsesión del editor por las descripciones literales de la realidad no es, en todo caso, casual, ya que él es ciego y, como le gusta recalcar, sólo conoce las cosas a través de la lectura (en su caso no dice si Braille o en voz alta por otra persona).

En este mundo los libros alcanzan su relieve más por la solapa que por el interior. Lo importante, recalca el detective Neirs, es la solapa. Ella nos explica cómo hay que leer el libro. La cuestión no es baladí, y él lo explica. No es igual leer la Biblia como la verdad revelada de un dios omnipotente que leerla como lo que es, una colección de chascarrillos folklóricos de un pueblo de pastores del Sinaí. Pensemos, nos aconseja, en que si las `Mil Y Una Noches` se hubiera interpretado como la Palabra de Dios (es decir, si la `solapa` mantuviera tal), `muchos devotos hubieran muerto por Aladino, o habrían sido torturados por negar a Scherezade...`.

Existen también los `modelos literarios`, algunas bellísimas como esa Musa Gabbler Ochoa que se ofrece, voluptuosa, a Juan Cabo, invitándole a que la maltrate, como acaba de contarle que hacía su padre cuando era niña. Pero Cabo descubre en el apartamento de la Musa a un `voyeur`, no un voyeur sexual, sino literario, que emboscado tras unos biombos toma nota febrilmente de la escena. Después se dará cuenta de que la Gabbler se gana así la vida y le ha metido como involuntario `modelo literario` en su vida, notando cómo les sigue otro aparente `voyeur` que garrapatea subrepticiamente desde los portales y esquinas...

Pero nada es lo que parece. Cabo, en su búsqueda de la bella desconocida, a la que creyó entrever antes de su accidente en el restaurante literario (y que NO es la Gabbler), será sometido a un engaño y a un chantaje. Se le hace creer que un escritor zumbado la tiene secuestrada y que va a matarla entre torturas, como pura experiencia literaria. Mientras haga esto, irá publicando unos textos donde la mujer real va desapareciendo como mero personaje literario. Él debe hacer lo contrario, contra reloj, darle características reales, sin miedo a caer en el prosaísmo (la pinta vulgar, casi fea, aunque con un remoto brillo de belleza en los ojos). Cabo, como un loco, apremiado por el detective, lo hará. Para descubrir luego, de boca del editor de SALMACIS, que todo es mentira, que ha sido inducido a ello para obligarle a escribir. Pero incluso su accidente es falso y la amnesia fue provocada ¡Con su consentimiento! (según demuestra un contrato que él firmó antes de la intervención).
Fuente: N.N.

jueves, 19 de marzo de 2015

El abanico de Lady Windermere. Teatro. Oscar Wilde.


El abanico de Lady Windermere representa en clave de comedia el mal gusto y la mediocridad conservadora de la sociedad victoriana. El día de estreno, en febrero de 1892, ante el publico que lo ovacionó, Oscar Wilde (1854-1900) respondió irónicamente desde el escenario: «Celebro mucho que les haya gustado mi obra y los felicito por ese buen gusto. Estoy seguro de que aprecian mis méritos casi tanto como yo mismo». Con igual insolencia defendió en sus textos la moral pura del arte, como denuncia de la moral hipócrita de la alta burguesía londinense.
Fuente: N.N.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Los perros del fin del mundo. Homero Aridjis.


Los perros del fin del mundo.
Acompañado por Pek, un perro solo con quien dialoga animadamente, José Navaja busca a su hermano, que quizá haya sido asesinado. La búsqueda lo lleva del Distrito Federal a Ciudad Juárez y al Inframundo de los mexicas, y en esos lugares conoce a toda una gama de personajes siniestros y espectrales: narcos, buchonas, policías sicópatas, secuestradoras perseguidas hasta la muerte, dioses del panteón azteca, sicarios rabiosos y niños huérfanos que esperan crecer para convertirse en depredadores. Esta novela es una suerte de thriller mitológico, pero también es mucho más que eso: una lograda conjunción de pasado y presente, de representación del México brutal de hoy y del antiguo mundo sobrenatural de dioses, sacerdotes y sicarios donde se practican tanto ritos solares como sacrificios humanos, finalmente, es asimismo un homenaje a los ancestros previos al mestizaje, a su habla y su cosmovisión, que han atravesado varios siglos y resuenan en nuestro presente.
Fuente: N.N.
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Los perros del fin del mundo. Homero Aridjis.

José Navaja es un jubilado de más de 70 años, viudo y sufriendo el constante recuerdo de su querida esposa Alis; hace cinco años desapareció su perro xoloitzcuintle Pek, pero una tarde reaparece y descubre que puede hablar con él. Pek hace notar a José que ha regresado para llevarlo a Mictlán.

La Ciudad de México ofrece un marco desolador, las constantes erupciones de la Montaña Humeante mantienen el cielo gris, espeso por los gases y cenizas arrojadas, el aire está contaminado, la certeza de un temblor devastador mantiene en estado de letargo a los habitantes. Además, las muertes violentas a manos de sicarios que controlan al país mantienen un ambiente social de inseguridad y desolación.

Una noche, José busca en la Zona Rosa a su hermano Lucas y se encuentra con una nota dejada por los secuestradores de éste, diciendo que para rescatarlo deberá viajar a Ciudad Juárez y pagar en efectivo una fuerte cantidad de dinero.

Así comienza el calvario de José, donde verá soplones, sicarios, prostitutas, secuestradores, drogadictos, narcos… y terminará emprendiendo una travesía al inframundo que inicia en el drenaje de aguas sucias de la antigua Tenochtitlán.



–Homero Aridjis. Nació en Contepec, Michoacán. Ha sido embajador de México en Holanda y Suiza, así como en la UNESCO. Fue director general del Instituto Michoacano de Cultura y profesor en las universidades de Nueva York, Indiana, Colombia y California. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y de la Fundación Guggenheim, y es Creador Emérito del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Fue elegido presidente internacional del PEN Club en 1997 y en 2000. Sus novelas y sus poemas han sido traducidos a 15 idiomas. Entre sus libros están La Santa Muerte (relatos) y las novelas La montaña de las mariposas, La Zona del Silencio, El hombre que amaba el Sol y Sicarios, publicadas por Alfaguara. Ha recibido los premios literarios Xavier Villaurrutia (1964), Diana-Novedades (1988), Grinzane-Cavour (1993), Roger Callois (1997) y la Llave de Oro de Smederevo (2002).

Fuente: http://www.sinembargo.mx/14-05-2012/228099

martes, 17 de marzo de 2015

Oscar Wilde. La balada de la cárcel de Reading.


Aunque casado y padre de dos hijos, Wilde se movía en ambientes homosexuales, y sus relaciones y su enfrentamiento a los convencionalismo victorianos le llevaron a un conocido proceso en el que perdió cuanto tenía y fue condenado a dos años de trabajos forzados, condena que cumplió en la cárcel de Reading. Su paso por la prisión acabó con él. Aunque allí escribió las que sin duda son sus obras maestras: esta Balada de la cárcel de Reading y una larga carta a su ex-amante, que conocemos con el título de De profundis (In carcere et vinculis), dos obras escritas desde el absoluto desgarro y el más hondo dolor. Debemos a la dura prisión de Oscar Wilde sus obras más destacables, pero también el acabamiento de un autor que, en los dos años de libertad que aún le permitió la vida, fue incapaz de volver a la creación. Sin embargo, de su experiencia del abismo nació el mejor Wilde.
Fuente: N.N.

Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde cc. Oscar Wilde. Literato inolvidable.


Oscar Wilde. Literato inolvidable.
Los seis poemas en prosa que hoy aparecen por primera vez en castellano, reunidos en un volumen, fueron publicados en la Fortnightly Review, siendo posteriormente reimpresos varias veces en América y en París. La Casa del Juicio y El Discípulo aparecieron antes y separadamente en The Spirit Lamp, de Oxford. Pensé traducir las versiones del Discípulo, del Maestro, del Hacedor del bien, del Artista y de La Casa del Juicio, de las que da André Gide en su In Memoriam, en atención a que fueron escuchadas por éste en el curso de algunas de sus conversaciones con Wilde, pensé traducirlas porque conservan todo el calor vital de una conversación y no son las obras ya en exposición, retocadas y algo frías, fuera del horno de fundición, Wilde tomó como motivo para contárselas la observación de que Gide escuchaba con los ojos, observación que acababa de hacer durante la comida en que se conocieron. No lo he hecho porque las que Wilde dio a la publicación resultan algo ampliadas, y así el lector podrá observar más aún el estilo del escritor refinadísimo. Estos seis poemas en prosa, según aquellos que los escucharon de sus propios labios, eran aún más brillantes oyendo a Wilde encajar como causeur maravilloso en el cuadro de la conversación los mosaicos de las frases escogidas y de las pausas sabias, con su voz, con aquella su voz `lánguida y musical`, como él se complace en decir de lord Henry Woton, aquella su voz que hoy resultaría débil y vacilante, opaca y tristona. Viejo inimaginable para los que tenemos inconmovible en nuestra imaginación la figura de Wilde, Rey de la Vida, aquel Rey de la Vida de trágico reinado que creó y vivió estas seis parábolas admirables, compareciendo por último en La Casa del Juicio, y contestando seguramente a Dios, como su personaje: `No puedes enviarme al infierno porque siempre he vivido en él, ni puedes enviarme al cielo porque jamás, ni en parte alguna, he podido imaginarme un cielo.`
Fuente: N.N.

domingo, 15 de marzo de 2015

Oscar Wilde. Cartas a Lord Alfred Douglas.


«¡La felicidad, no ! ¡Sobre todo nada de felicidad ! ¡El placer ! Hay que preferir siempre lo más trágico», exclamaba en cierta ocasión Oscar Wilde. Mucho más que un aforismo, la frase contiene toda una declaración de principios, que el propio Wilde llevaría hasta sus últimas consecuencias con admirable literalidad. De hecho, en el suntuoso argumento de su vida, la tragedia tuvo un nombre : Lord Alfred Douglas. Este muchacho de aspecto «jovial, áureo y encantador» fue, ciertamente, el gran amor de Wilde, la viva encarnación de su apetecido ideal, pero también la causa directa del escándalo que le conduciría a los tribunales primero y de allí a la ruina y a la cárcel, de la que Wilde saldría convertido en patética sombra de sí mismo.

Wilde y Douglas (Bosie, para sus allegados) se conocieron en 1881, cuando éste apenas contaba veinte años y aquél era celebrado ya como un santón del esteticismo y brillante escritor. Muy pronto se entablaría entre los dos una íntima relación. De su complejo y movedizo carácter dan buena cuenta las cartas reunidas en este volumen, que abarcan desde noviembre de 1892 hasta agosto de 1897 y que son todas las que se conservan entre los dos amantes, con excepción de la conocida epístola De profundis. Unidas por el común denominador de una inconstante pero continuada pasión, estas cartas nos conducen desde los gloriosos días de éxito y de los placeres compartidos hasta las amargas horas del desencuentro, cuando, tras dos años de prisión, uno y otro intentan en vano revivir antiguos esplendores. Desde las apresuradas y festivas tarjetas escritas desde cualquier hotel o restaurante, hasta las sombrías elegías concebidas en la cárcel o el exilio en Francia, la pluma de Wilde, lírica y mordaz, transparenta aquí en todo momento su fatal y decidida voluntad de acceder a ese nivel superior en el que la vida y arte se confunden.
Fuente: n.n.

viernes, 13 de marzo de 2015

Umberto Eco. Novela: El nombre de la Rosa.


Participando de características propias de la novela gótica, la crónica medieval, la novela policiaca, el relato ideológico en clave, y la alegoría narrativa, El nombre de la rosa ofrece distintos puntos de interés: primero una trama apasionante y constelada de golpes de efecto, que narra las actividades detectivescas de Guillermo de Baskerville para esclarecer los crímenes de una abadía benedictina, segundo, la reconstrucción portentosa de una época especialmente conflictiva, reconstrucción que no se para en lo exterior, sino que se centra en las formas de pensar y sentir del siglo XIV, y tercero, el modo en que Umberto Eco el teórico, Umberto Eco el ensayista, ha construido su primera novela, escrita -nos dice- por haber descubierto, en edad madura `aquello` sobre lo cual no se puede teorizar, aquello que hay que narrar. 
Fuente: N.N.

jueves, 12 de marzo de 2015

León Tolstoi.


«Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado», escribía el autor de Guerra y paz en el cenit de su vida, cuando había alcanzado con sus libros riqueza y celebridad mundial. La desazón profunda que se apodera de Tolstói parece conducirlo inexorablemente hacia el suicidio. Comienza así una búsqueda existencial desesperada que pronto agotará las posibilidades ofrecidas por su siglo a los hombres de su condición —las ciencias, la filosofía, las artes— y culminará en una conversión espiritual que habría de transformar para siempre su vida y su pensamiento. La conversión del gran escritor ruso implica ante todo recusar la moralidad del desencanto y el cinismo estéril en la que él mismo ha militado, para abrirse a la sabiduría genuina de los hombres sencillos, esos «creadores de vida», en cuyos gestos y tradiciones «refulge lo sagrado».

(Fragmento del libro: Confesión).

I


  Fui bautizado y educado en la fe cristiana ortodoxa. En los principios de dicha fe me instruyeron desde niño, durante toda mi adolescencia y en mi juventud. Pero cuando a los dieciocho años abandoné la universidad en segundo curso, yo ya no creía en nada de lo que me habían enseñado.
  A juzgar por algunos recuerdos, nunca creí seriamente, sólo tenía confianza en lo que mis mayores me enseñaban y profesaban ante mí; pero esa confianza era muy vacilante.
  Recuerdo que, cuando tenía unos once años, recibimos un domingo la visita de un chico que estudiaba en el liceo, Volodinka M., muerto ya hace mucho tiempo, quien nos anunció como una gran novedad un descubrimiento que había hecho en el liceo. El descubrimiento era que Dios no existía y que todo cuanto nos enseñaban no era más que pura invención (esto sucedió en 1838). Recuerdo cuánto se interesaron por esta noticia mis hermanos mayores; incluso me llamaron para que participara en el coloquio. Todos, me acuerdo, estábamos muy excitados y acogimos la noticia como algo sumamente interesante y completamente posible.
  Recuerdo también que cuando mi hermano mayor, Dmitri, estaba en la universidad, abrazó la fe repentinamente, con el apasionamiento que le caracterizaba, y comenzó a asistir a los oficios religiosos, a hacer ayuno y a llevar una vida pura y moral, todos, incluso los más mayores, no dejábamos de burlarnos de él y no sé por qué le pusimos de apodo Noé.
  Recuerdo que Musin-Pushkin, a la sazón tutor de la Universidad de Kazán, nos había invitado a un baile y que insistió a mi hermano, que había declinado su invitación, diciéndole en tono de burla que incluso David había bailado delante del Arca. Yo compartía entonces las burlas de los mayores y la conclusión que saqué de ellos es que era preciso estudiar el catecismo, ir a misa, pero que no hacía falta tomárselo demasiado en serio. Recuerdo también que, muy joven aún, leí a Voltaire, y que sus burlas, lejos de escandalizarme, me divertían mucho.
  Mi desarraigo de la fe se produjo del modo habitual entre la gente que ha recibido nuestro mismo tipo de educación. Me parece que en la mayoría de los casos sucede así: la gente vive como vive todo el mundo, y todo el mundo vive basándose en principios que no sólo no tienen nada que ver con la fe, sino que, las más de las veces, se oponen a ella. La fe no participa en la vida, no regula en modo alguno nuestras relaciones con los demás ni es preciso que la confirmemos en nuestra propia vida; la fe se profesa en algún lugar lejos de la vida e independientemente de ella. Si nos topamos con la fe, será sólo como un fenómeno externo, no ligado a la vida.
  Por la vida de una persona, por sus actos, hoy igual que ayer, es imposible saber si es creyente o no. Si existe alguna diferencia entre los que profesan abiertamente la ortodoxia y los que la niegan, no es en beneficio de los primeros. Ahora, como entonces, el reconocimiento público y la profesión de la ortodoxia se encuentran, en gran medida, entre personas estúpidas, crueles e inmorales, que se consideran muy importantes. La inteligencia, la franqueza, la honradez, la bondad y la moralidad se suelen hallar, por el contrario, entre los hombres que se reconocen no creyentes.
  En las escuelas se enseña el catecismo y se manda a los alumnos a la iglesia; a los empleados públicos se les exigen cédulas de comunión. Pero el hombre de nuestra clase social que ha acabado sus estudios y no ha entrado al servicio del Estado, aún en nuestros días pero todavía más en el pasado, puede vivir décadas sin recordar ni una vez siquiera que vive entre cristianos y que él mismo es considerado un miembro practicante de la fe cristiana ortodoxa.
  Hoy, igual que ayer, la fe admitida sobre la base de la confianza y mantenida por la presión externa se extingue poco a poco bajo la influencia del conocimiento y de las experiencias de la vida contrarias a esa fe, y, muy a menudo, el hombre vive largo tiempo imaginando que la fe que le inculcaron en su infancia permanece intacta en él, cuando en verdad no queda ni el menor rastro de ella.
  S., un hombre inteligente y sincero, me contó cómo dejó de creer. Tenía veintiséis años cuando un día, durante una expedición de caza, haciendo noche en un albergue, se puso a rezar según la vieja costumbre adquirida de niño. Su hermano mayor, que estaba con él de cacería, yacía sobre el heno y le miraba. Cuando S. hubo terminado y se disponía a acostarse, su hermano le «¿Todavía haces eso?». Y no se dijeron nada más. Desde ese día, S. dejó de arrodillarse para orar y de asistir a la iglesia. Y hace ya treinta años que no reza, no comulga, no va a la iglesia. Y no porque hubiera descubierto las convicciones de su hermano y las compartiera, ni porque hubiera decidido algo en su alma, sino únicamente porque lo que su hermano le dijo fue como la presión de un dedo contra una pared que estaba a punto de caer por su propio peso. Esas palabras le mostraron que allí donde él pensaba que había fe hacía tiempo que había un lugar vacío y que, por tanto, las palabras que pronunciaba, las cruces y las genuflexiones que hacía mientras oraba eran, en esencia, acciones desprovistas de sentido. Al percatarse de su absurdidad, no pudo continuar haciéndolas.
  Lo mismo le ha pasado y le sigue pasando, creo yo, a la inmensa mayoría de la gente. Hablo de personas con nuestra educación, de personas sinceras consigo mismas, y no de los que hacen del objeto de la fe un medio para alcanzar cualquier fin efímero. (Estos últimos son los ateos más radicales, porque si la fe es para ellos un medio para alcanzar algún fin mundano, a buen seguro que no se trata de fe). La gente con nuestra educación se encuentra en una situación en la que la luz del conocimiento y de la vida ha derretido el edificio artificial, y, o bien se han dado cuenta ya y han liberado ese espacio, o aún no se han dado cuenta.
  La fe que me fue transmitida en la infancia me abandonó de igual manera que a otros, con la única diferencia de que, como yo comencé a leer y a pensar mucho a una edad temprana, mi abjuración de la fe se dio muy pronto y con total discernimiento. A los dieciséis años abandoné la oración y por iniciativa propia dejé de acudir a la iglesia y de ayunar. Ya no creía en lo que me habían transmitido en la infancia; creía en algo pero no podía decir en qué. Creía en Dios o, más bien, no negaba a Dios, pero no podía decir qué clase de Dios era ése. No negaba a Cristo ni a sus enseñanzas, pero tampoco podía decir en qué consistían esas enseñanzas.
  Ahora, recordando esa época, veo claramente que, aparte de los instintos animales, la fe que guiaba mi vida, mi única, mi verdadera fe, era la fe en el perfeccionamiento. Pero no habría podido decir en qué consistía ese perfeccionamiento ni cuál era su objetivo. Trataba de perfeccionarme intelectualmente. Aprendía todo cuanto podía, todo lo que la vida ponía en mi camino.
  Intentaba perfeccionar mi voluntad, me fijaba reglas que me esforzaba en cumplir; me aplicaba en perfeccionarme físicamente desarrollando mi fuerza y mi destreza mediante toda clase de ejercicios, cultivando la resistencia y la paciencia con todo tipo de privaciones. Consideraba todo eso como perfeccionamiento. El punto de partida fue, por supuesto, el perfeccionamiento moral, pero pronto fue sustituido por el perfeccionamiento general, es decir, el deseo de ser mejor, no a mis propios ojos o a los de Dios, sino a ojos de otros hombres. Y ese deseo de ser mejor a ojos de otros se convirtió muy pronto en el deseo de ser más fuerte que los otros, es decir, más célebre, más importante, más rico
Fuente: N.N.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Mark Twain. Recomendación.


Todos conocemos a Mark Twain. Seguramente hemos leído alguno de sus libros en nuestra infancia o recordamos sus dos libros más famosos: `Las aventuras de Tom Sawyer` y `Las aventuras de Huckleberry Finn`, en los que el autor toma hechos y lugares de su infancia en el río Mississipi para construir ambas historias. Pero Twain también escribió relatos cortos, algunos de ellos mordaces, surgidos luego de eventos que cambiaron su vida (la muerte de su mujer e hija, sus apuros económicos, la realidad social del momento, etc.). Dichos relatos no fueron publicados sino hasta despúes de su muerte a petición del propio escritor.

En ésta recopilación de relatos, llamada indistintamente `Cuentos selectos` o `Narrativa breve`, podemos encontrar 18 de ellos:

1.- `Un místico,una muerte y un mayordomo`
2.- `El hombre que corompió Hadleyburg`
3.- `El robo del elefante blanco`
4.- `Historia del inválido`
5.- `El entierro de Buck Fanshaw`
6.- `El diario de Adan y Eva`
7.- `Noé y el inspector`
8.- `El pobre novio de Aurelia`
9.- `Cartas de la Tierra`
10.- `La célebre rana saltadora del Condado de Calaveras`
11.- `Los McWilliams y el timbre de alarma`
12.- `Disco de muerte`
13.- `Una historia de fantasmas`
14.- `El vendedor de ecos`
15.- `Mi reloj`
16.- `El gato de Dick Baker`
17.- `Una fábula`
18.- `La oración de guerra`
Fuente: N.N.

jueves, 5 de marzo de 2015

El Libro de Job.


EL LIBRO DE JOB.
La Biblioteca Mundial es una lista de los 100 mejores libros de la historia, según lo propuesto por 100 escritores de 54 países diferentes, recopiladas y organizadas en el año 2002 por el Club del Libro Noruego. Esta lista trata de reflejar la literatura mundial, con los libros de todos los países, culturas y períodos de tiempo. Once de los libros incluidos en la lista están escritos por mujeres, ochenta y cinco están escritos por hombres y cuatro no tienen autor conocido.
Cada escritor tuvo que seleccionar su lista propia de diez libros.
Los 100 libros seleccionados por este proceso en la lista no están clasificados o categorizados de alguna manera, los organizadores han declarado que "todos están en igualdad de condiciones", con la excepción de Don Quijote que se le dio la distinción de "mejor obra literaria jamás escrita". La siguiente lista organiza las obras en orden alfabético por autor.1
Índice
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Autor y datación
Su autor es desconocido, aunque la tradición lo atribuye a Moisés, el cual posiblemente conociera a Job durante su huida del Bajo Egipto. Si este fuera el caso, Job era un habitante de la península arábiga, situada al este del imperio.

Aunque algunos de estos especialistas datan el libro entre el año 500 a. C. y el año 250 a. C., su cita en antiguos manuscritos judíos descartan tal opción. Popularmente se considera que este fue escrito alrededor del año 3500  a. C.

Dada la perfección formal del escrito se piensa normalmente en la época de oro de la literatura judía, es decir, entre los siglos X y VIII antes de Cristo). Charles Pfeiffer, tomando en cuenta los arameísmos presentes en el texto lo data con posterioridad, es decir, hacia el final de la monarquía judía.

Por otro lado, la problemática tratada habla de una datación incluso posterior, por lo menos tras las deportaciones y en tiempos del profeta Malaquías: entre el 538 y el 330 a. C.

El autor es anónimo pero de gran finura religiosa y conocimientos. El apéndice que añade la traducción de los LXX afirma que Job vive en Uz, entre los confines de Idumea y Arabia.

Aun cuando la temática del libro es unitaria, hay diversos indicios de una composición más compleja, como por ejemplo, la variación en el uso de los nombres divinos (Yahveh, Saddai, Eloah, Elohím). Sin embargo, se mantiene a lo largo de la obra el uso coherente (por ejemplo, Job solo usa una vez el nombre “Yahveh” en el prólogo y en una expresión corriente). Al parecer las arengas de Elihú resultan ser añadidos debido a su forma de razonamiento y a que el discurso anterior y posterior ni siquiera lo toman en cuenta.

Contenidos
Temática
Es evidentemente el sufrimiento del inocente. Ya desde la más remota Antigüedad los pensadores se han enredado en el espinoso problema del hombre bueno que sufre y del malo feliz. Incluso Platón se preocupó del asunto y le dio una formulación precisa, aunque sin encontrarle una solución que no chocara contra la filosofía y la moral.

Varios mitos griegos se refieren a temas parecidos: Prometeo es culpable, pero la enormidad de su castigo lo rebela; Edipo Rey sufre el castigo de los dioses por un pecado que él no era consciente de estar cometiendo; Hércules no ha pecado, pero los puños de los dioses terminan por aplastarlo.

Es este, precisamente, el tema que trata el libro de Job: el protagonista es un hombre religioso, bueno y justo, a quien Dios permite que Satanás someta a numerosas y espantosas pruebas. Mientras Job sufre bajo las acechanzas del Mal, tres buenos amigos intentan consolarlo, tratando de convencerlo de que si sufre es por culpa de sus propios pecados.

Job se enoja y se defiende, pues él sabe que eso es un infundio y rechaza ese argumento con energía. Cuando aparece un cuarto amigo que explica que el sufrimiento templa al alma y al espíritu, Job continúa quejándose.

Por último, Yahvéh en persona se hace presente, reprende a Job por no haber aceptado Su voluntad y por sus quejas, y devuelve al protagonista a su antigua felicidad.

Género literario y estilo
Para algunos creyentes, el libro de Job es real y verdadero así como los demás libros de la biblia; para otros, el libro es considerado poético.

Estructura
Consta de un inicio y un final bastante breves en prosa. El grueso del libro (es decir, del capítulo 3 al 42) es un poema. El poema a su vez se divide en los tres discursos de los amigos de Job (Elifaz, Bildad y Zofar) con sus correspondientes réplicas. Sigue luego otro discurso, esta vez de Elihú y los dos de Yahveh.

El libro de Job consta de cinco secciones bien diferenciadas:

Un prólogo en prosa (capítulos 1 y 2)
Una serie de discursos dramáticos que tienen lugar entre Job y tres de sus amigos, Elifaz, Bildad y Zofar (caps. 3-31)
Un diálogo entre Job y Elihú, un cuarto amigo (caps. 32-37)
Discursos de Dios "desde el seno de la tempestad" (caps. 38-41)
Un breve epílogo en prosa (cap. 42).

El problema de la retribución en el libro de Job
Las argumentaciones de Elifaz tienen los siguientes pasos: el inocente no puede morir, el pecado es siempre castigado, Dios ve faltas en todos (incluido Job). El castigo que Job recibe es por tanto, correctivo. Las de Bildad hablan de la diversa suerte que espera al justo y al inicuo. Y las de Zofar van por el mismo lado de las faltas que son castigadas incluso si son inconscientes (cf. Jb 11, 5-12).

Job se defiende afirmando continuamente su inocencia. Sin embargo, llega a afirmar una cierta arbitrariedad que dirigiría la actuación de Dios y a la que no hay manera de oponerse.

Elihú por su parte afirma que Dios prueba a los justos con sufrimientos para educarlos y forzar en ellos el clamor confiado en Dios salvador.

La respuesta de Yahveh da a entender que no entra en el debate precisamente por su trascendencia. Se sabe que hay una respuesta pero Dios no la ha revelado todavía y muestra ante todo la sabiduría de su creación como prueba de que ninguna arbitrariedad hay en su actuar sino un designio misterioso que en su momento se dará a conocer.

Problemas filosóficos y teológicos planteados

El Diablo cubre de pústulas a Job ( de William Blake).
Desde el punto de vista de la mentalidad judía, el problema que ofrece el libro de Job es complicadísimo. Para el judío, todo el Bien y todo el Mal proviene de Dios, porque Él ha creado todo. Dios, al mismo tiempo, es completamente justo y observa una moralidad completa. ¿Cómo es posible que someta a Job a la aparente injusticia que se narra en el libro?

Correspondió, entonces, estudiar la forma en que Dios opera Su justicia. La respuesta de los libros bíblicos es que:

Dios ejerce la justicia en el mundo real, y
Dios ejerce la justicia en forma colectiva.
En tiempos antiguos, los hebreos no creían en una vida de ultratumba, y por lo tanto tampoco en premios o castigos después de la muerte. Estos conceptos se presentan por primera vez en Macabeos y en el Libro de Sabiduría. Si bien los fallecidos gozan en el Sheol de una especie de "semivida", en el Infierno de los antiguos judíos no se discriminaba a los buenos de los malos. Dios, por lo tanto, manifiesta su justicia en este mundo.

Por otra parte, la convicción de que la deidad ejerce la justicia sobre toda la comunidad deriva naturalmente de la estructura social de clanes que dominaba la vida de los judíos primitivos. También reside aquí la fuerte solidaridad que aglutina a los judíos (sufren juntos las penas y disfrutan juntos la bonanza). Todos los libros sagrados obedecen a esta filosofía, que es muy visible en el Deuteronomio, en Josué, en Jueces, Samuel y en I Reyes. Recién en Ezequiel aparece entre los israelitas el concepto de responsabilidades, premios y castigos individuales.

El problema, pues, se convierte en insoluble desde el punto de vista de Job. No está sufriendo por los pecados de los antepasados (una forma primitiva de pecado original) ni por los de sus amigos y vecinos. El diálogo con sus consoladores tiende a ignorar incluso la intervención demoníaca en sus penas.

El teólogo judío antiguo trató de justificar los inexplicables sufrimientos de Job a través de algún pecado ya olvidado o de faltas ocultas y nunca relatadas en el libro. Desde un punto de vista más moderno, se retorna a la acción maléfica del Diablo y al concepto del libre albedrío, condición necesaria para que se consume la alianza de Dios con Su pueblo. Si el Demonio no existiese, el Hombre no podría elegir entre el Bien y el Mal (que Job elige parcialmente al increpar a Dios por su dolor).

Por estas y otras complejidades, Job ha sido llamado "el libro más difícil del Antiguo Testamento".

Obras parecidas a Job
El tema de Job (el justo que sufre injustamente) fue muy frecuentado posteriormente en la época asiria, babilónica y persa. Las culturas babilónicas, por ejemplo, cuentan la historia de un rey el cual perdió todas sus posesiones y se enfermó. Rogando piadosamente al dios Marduk, el soberano consiguió que se le restituyeran el trono y la salud. Como se ve, este episodio es muy parecido al de Job.

El Asiriólogo Samuel Noah Kramer en su libro History Begins at Sumer: Thirty-Nine "Firsts" in Recorded History. (1956), hace una traducción de un texto sumerio en donde demuestra un gran paralelismo con la historia bíblica de Job. El Profesor Kramer apunta que la versión hebrea tiene influencia y deriva, de alguna manera, de la  versión predecesora Sumeria.
Fuente Wikipedia.

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