domingo, 26 de mayo de 2013

PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1955 por la novela: PEDRO PÁRAMO.


VIDA, MUERTE Y PARÁLISIS EN PEDRO PÁRAMO DE JUAN RULFO,
Y "THE DEAD" DE JAMES JOYCE
MARISOL MORALES LADRÓN
UNIVERSIDAD DE ALCALA.


This article explores the similarities between the literary production
of Juan Rulfo and James Joyce as regards their special treatment of the
themes of life and death. Although this treatment constitutes a major
concern throughout their writings, the article concentrates on a close
comparative reading of Pedro Páramo and "The Dead". In these texts,
both writers coincide in their attempt to (con)fuse life and death as two
"states of being" creating an atmosphere where death suffocates the life
of the inhabitants of Comala and Dublin, the cities to become, in turn,
two centres of paralysis.

Si la literatura hispanoamericana desde los años treinta tuvo como
importante fuente de inspiración a escritores europeos y norte
-americanos de
vanguardia, el legado de la obra de Joyce se hizo tan
ineludible que términos como joyceización (Fuentes, 1976: 180) o
joycisino (Fiddian, 1989: 36) se han venido empleando para hacer
referencia a una peculiar renovación formal dentro de la evolución de
esta tradición literaria. En 1925 Jorge Luis Borges introdujo Ulysses en la
literatura hispanoamericana reconociéndose como "el primer aventurero
hispánico que ha arribado al libro de Joyce" y apuntando el beneficio
que podría aportar a sus coetáneos la lectura de este "millonario de
vocablos y estilos" (Borges, 1925: 3 y 6). Tampoco hay que olvidar que la
primera traducción de Ulysses al español fue llevada a cabo por otro
argentino, José Salas Subirat, en 1945. Pero los ecos de Joyce no siempre
se han evaluado de forma positiva. Por una parte, Fiddian sostiene que el
joycismo es un fenómeno de proporciones continentales pues la
presencia del irlandés no remite únicamente a la experimentación del
lenguaje y a la utilización de nuevas técnicas narrativas, sino más aún a
la adopción de toda una serie de temas que son bastante compatibles
Exemplaria 3, 1999, 145-158. © Universidad de Huelva
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con el proceso independentista hispano-americano, como la experiencia
de la lengua frente a una cultura impuesta, la religión, el discurso de la
pluralidad, el exilio, la falta de conformismo y la rebeldía (Fiddian, 1989:
23-27). Por otra, sin embargo, existe el reconocimiento de que el legado
de la obra de Joyce ha dado lugar a imitaciones burdas que han
convertido su genidalidad en pastiches, que echan "por el atajo de la
extravagancia, lo grotesco, la sofisticación, la excentricidad embrolladora
de la sintaxis, la puntuación y hasta el léxico" (González, 1967: 49).
Dentro de este marco de estudio de las relaciones literarias
internacionales se inscribe la breve producción literaria de Juan Rulfo
con El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955)`.
La primera obra de Rulfo, El llano en llamas, es una colección de
narraciones breves que explora el ambiente estéril y desolado que
caracterizará posteriormente a Pedro Páramo. Son muchos los relatos
que tratan el tema de la muerte, tanto en su sentido más literal como
metafórico, entre los que destaco: "Macario","La cuesta de las comadres",
"El hombre", "En la madrugada", "Talpa", "El llano en llamas", " ¡Diles que
no me maten!", "Luvina", "La noche que lo dejaron solo", "No oyes ladrar
a los perros", "Anacleto Morones" y "El día del derrumbe". Casi todos
ellos exploran la vida del campesino después de la Revolución de 1910,
por lo que aspectos como la crueldad, la violencia, la corrupción, el
fracaso, la opresión de la religión o incluso el incesto encuentran amplio
espacio en el ambiente sombrío de la obra. De hecho, la muerte
constituye una obsesión tal en la producción de Rulfo que debe
interpretarse como la verdadera protagonista (Taggart, 1983: 129). En
Pedro Páramo la polaridad vida-muerte deja de formar una dicotomía
para presentarse en plena (con)fusión de identidades. En el caso de
Joyce, lo mismo puede decirse de la última historia de Dubliners,
porque "The Dead" reproduce un mundo de personajes cuyas vidas se
reducen a evocar la imagen de los que están muertos, dando la
sensación de que los muertos no lo están porque viven en la mente de
los vivos. Asimismo, Comala y Dublín, centros donde tiene lugar la
acción de ambas historias, funcionan a modo de símbolos de la parálisis
de estas dos sociedades estancadas, en las que los personajes se quedan
'De forma posterior Rulfo se dedicó fundamentalmente al cine, a la fotografía y a la
antropología en el Instituto Nacional Indigenista, hasta su muerte en 1986. Escribió
también relatos, textos autobiográficos, ensayos, conferencias y prólogos. Hizo algunos
cortometrajes, como El despojo, dirigido en 1960 por Antonio Reynoso, el mediometraje
La fórmula secreta, dirigido por Rubén Gómez, y un texto para el cine, titulado El gallo
de oro, que llevó a la pantalla en 1964 Roberto Gavaldón. Hay también una versión
cinematográfica de Pedro Páramo, dirigida por Carlos Velo, con guión de Carlos Fuentes.
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atrapados sin encontrar salida posible. De este modo, muerte y parálisis
se convierten en los verdaderos protagonistas de estos dos mundos
ficcionales.
Siguiendo esta línea, el presente trabajo tiene como propósito
realizar un análisis comparativo de dos temas especialmente repre-
sentativos de las obras de Rulfo y Joyce: la muerte, no como fin u
oposición a la vida sino como parte de ella; y la parálisis como síntoma
de la falta de salida y pasividad de las sociedades mexicana e irlandesa.
Es cierto que hasta la fecha ha habido una tendencia mayor a relacionar
la obra de Rulfo con la de William Faulkner que con la de Joyce, aunque
la crítica especializada no presenta una postura clara al respecto. Gálvez,
por ejemplo, señala que es "la comarca faulkneriana de Yoknapatawpha,
creada a partir de lo imaginario, la leyenda y los hechos de su propia
región sureña", lo que se amplía hasta el mito de Comala según aparece
en Pedro Páramo (Gálvez, 1987: 90), mientras que Villanueva y Viña
Liste aseguran que "en el momento de escribirla Juan Rulfo no había
leído al autor de As 1 Lay Dying" (Villanueva y Viña Liste, 1991: 234).
Aunque a lo largo de la comparación me centraré fundamentalmente en
los paralelismos que emergen de las lecturas de Pedro Páramo y "The
Dead", y no en la posible influencia directa de Joyce, parece necesario
citar a Rulfo cuando afirma que: "Mi primera gran lectura, aquella que
me abrió los ojos fue El artista adolescente de Joyce" (González Boixo,
1983: 26).
El trasfondo histórico de Pedro Páramo es el del México colonial de
la Revolución mexicana y la novela explora de temas como la soledad, la
violencia, la miseria del campesino, la religión, la conciencia de culpa y
pecado, y en su centro, la ambigüedad de límites entre la vida y la
muerte. Ya había anunciado el mismo escritor que "no existen más que
tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte. No hay más, no hay más
temas, así es que para captar su desarrollo normal, hay que saber cómo
tratarlos, qué forma darles" (Rulfo, 1992: 385). Juan Preciado, el narrador
de la primera parte de la novela, va al pueblo de Comala para cumplir el
último deseo de su madre, buscar a su padre Pedro Páramo y: "Exigirle lo
nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en
que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro" (Rulfo, 1985: 7). El pueblo, sin
embargo, no parece estar habitado por seres vivos sino por voces, ecos y
sombras que vagan como almas en pena. La historia de Juan Preciado
acaba cuando éste muere de miedo -pues su muerte no tiene ninguna
causa física y sólo se nos remite al clima asfixiante de Comala- cuando
se hace consciente de haber estado habitando en un mundo de muertos.
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Él mismo dice a Dorotea: "Me mataron los murmullos. Aunque ya traía
retrasado el miedo ... Y cuando me encontré con los murmullos se me
reventaron las cuerdas" (Rulfo, 1985: 50). En la segunda parte, Juan
Preciado dialoga con Dorotea en la tumba que comparten y, a través de
un retroceso en el tiempo, todos los personajes que antes habían estado
muertos cobran vida. Este ambiente confuso en el que el aliento de vida
de los personajes sólo viene definido por el recuerdo desde el mundo
de ultratumba adquiere sentido a partir de la exposición de la vida del
cacique del pueblo, Pedro Páramo. Esta difuminación de límites en la
novela resulta más patente cuando se atiende a su estructura sin
capítulos, más poética que lineal, formada por fragmentos yuxtapuestos,
monólogos y frases inconexas, sin que el lector sepa quién habla, con
quién o de qué, y en un espacio estático en el que el tiempo no
transcurre. Como vamos descubriendo a lo largo de la segunda parte,
Pedro Páramo, que había conseguido todo a través de la opresión y el
abuso, nunca pudo alcanzar el amor de una mujer, Susana San Juan. A la
muerte de ésta y ante la falta de sensibilidad del pueblo, jura venganza:
"Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo"
(Rulfo, 1985: 95). La destrucción total de Comala sigue el curso de la
pasividad del cacique al cruzarse de brazos y abandonarse a la pasividad.
El final de la novela manifiesta ya claramente que el comienzo no era
más que el recuerdo de la visita de Juan Preciado a Comala, según le
narra éste a Dorotea desde su tumba.
El tema de la relación entre la vida y la muerte como dos estados del
mismo proceso aparece de igual forma en la obra de Joyce. De hecho,
éste fue un asunto que le interesó desde su juventud cuando publicó el
ensayo "Ibsen's New Drama" (1900), sobre el último drama de Henrik
Ibsen, When We Dead Awaken, de título especialmente significativo. Dos
años después, Joyce escribe otro artículo sobre el poeta irlandés James
Clarence Mangan, en el que vuelve a remitirnos a la unión de vida y
muerte:
"[...1 the time is come wherein a man of timid courage seizes the
keys of hell and of death, and flings them far out into the abyss,
proclaiming the praise of life, which the abiding splendour of truth may
sanctify, and of death, the most beautiful form of life" (Ellmann, 1983:
95).
Y esta última idea es la que desarrolló posteriormente no sólo en "The
Dead", sino en varias de las otras historias de Dubliners, como "The
Sisters", "A Little Cloud", "Clay", "A Painful Case" y "Ivy Day in the
Committee Room". El tema vuelve a aparecer de forma más explícita en
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Ulysses, fundamentalmente en el capítulo "Circe", donde cuerpos sin
vida se levantan de sus tumbas para dialogar con los personajes. Así, el
sentimiento de culpa de Stephen Dedalus por no haber cumplido el
último deseo de su madre se transforma en el fantasma de ésta, que
aparece para exigirle arrepentimiento, como también ocurre con el
espectro del hijo de Leopold Bloom, que cobra vida permitiendo la
comunicación entre ambos. En Finnegans Wake la ambigüedad entre
vida y muerte se encuentra ya en el mismo título, en el doble significado
de "wake" como los conceptos opuestos de "despertar" o "velatorio". Y
más aún, en el mismo nombre Finn-egans, que no es más que "fin" -
"again", porque del fin vamos al principio siguiendo la concepción
cíclica de la vida y la historia según el filósofo italiano Giambattista Vico,
tan presente en la obra de Joyce. Pero todavía se podría decir más, ya
que en este libro "Anna Livía Plurabelle, the river of life, flows toward
the sea, which is death; the fresh water passes into the salt, a bitter
ending", por lo que la unión de Ana Livia no sólo es con el amor, a través
de la vida, sino con la muerte (Ellmann, 1983: 253). Finalmente, también
The Book of Dead encuentra amplia resonancia en esta última obra de
Joyce, junto al mito de Osiris y diferentes creencias egipcias sobre la
resurrección (García Tortosa, 1992:61).
En Pedro Páramo encontramos esta misma ausencia de transición
entre vida y muerte ya que, según Rulfo, la historia trata de "un pueblo
muerto donde no viven más que ánimas, donde todos los personajes
están muertos, y aun quién narra está muerto" (González Boixo, 1983:
84). De hecho, la ambigüedad resulta extrema si se considera que en la
primera parte de la novela Juan Preciado emerge como un personaje
vivo en un mundo de muertos, mientras que en la segunda las almas en
pena que habían estado vagando resucitan para contar la historia de
Pedro Páramo. Así, no sólo se hace revivir a los muertos, sino que el
mismo Juan Preciado estaba ya muerto cuando empieza a contar su
historia. Si la clave de esta lectura no se descubre hasta el final es
porque los personajes muestran características tanto de seres vivos
como de muertos. Juan Preciado, en su primer contacto con un
personaje del otro mundo, observa que "su voz estaba hecha de hebras
humanas, que su boca tenía dientes y una lengua que se trababa y
destrababa al hablar, y que sus ojos eran como todos los ojos de la gente
que vive sobre la tierra". Juan Preciado se asombra al ver aparecer y
desaparecer a personas: "Vi una señora envuelta en un rebozo que
desapareció como si no existiera" (Rulfo, 1985: 1 1), porque la mayoría de
estas apariciones son almas en pena de gente que ha muerto en pecado.
Además, los personajes son conscientes de la muerte de los demás pero
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no de la suya propia. El primer personaje que encuentra Juan Preciado al
Llegar a Comala, el arriero, le cuenta que Pedro Páramo murió hace
muchos años y que en el pueblo no vive nadie excepto él mismo. Sólo al
final de la novela se puede comprender que en realidad no hay nadie
vivo en Comala y que todas estas voces surgen del ámbito de la muerte.
El emblema de la fusión entre ambos mundos viene representada por el
mismo personaje muerto Pedro Páramo, al que se le describe como "un
rencor vivo" (Rulfo, 1985: 9).A partir de esta frase, la identificación entre
vida y muerte se convierte en característica esencial del pesimismo de la
novela, en la que la muerte embarga la vida.
El contraste entre la existencia de voces -que sugieren vida- y de
almas en pena -que provienen de ultratumba- dentro del mismo mundo
encuentra su explicación en la fusión de la cultura indígena con la
cristiana. Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, explica que de
acuerdo con las tradiciones precolombinas, "la oposición entre muerte y
vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la
muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase
de un ciclo infinito. Vida muerte y resurrección eran estadios de un
proceso cósmico, que se repetía insaciable" (Paz, 1973: 49). En cuanto a
la cultura cristiana, Rulfo explica que:
Aquí en los pueblos de México existe la idea de que las ánimas en
pena visitan a los vivos. En los caminos, todavía hoy. donde hay un
muerto la gente arroja una piedra sobre la sepultura; esa piedra equivale
a un Padre Nuestro para la salvación del ánima del difunto. En la novela,
todos están muertos. Ya desde que Juan Preciado llega al pueblo con el
arriero está muerto. La historia del pueblo se la cuentan los habitantes
muertos. así, el pueblo vuelve a vivir una vez más (Leal, 1978: 279).
Sin embargo, una de las mayores contradicciones de la novela se
encuentra en la descripción de una pareja que parece pertenecer al
mundo de los vivos porque su lenguaje es más coherente y lógico que el
de las demás apariciones, aunque también les rodea un ambiente de
magia onírica. Juan Preciado dice: "Oía de vez en cuando el sonido de las
palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta
ahora, hasta entonces lo supe, no unían ningún sonido, no sonaban; se
sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños"
(Rulfo, 1985: 41). Sobre este episodio, que la crítica ha interpretado
como símbolo de la primera pareja edénica, el mismo Rulfo ha señalado
que sólo se trata de una alucinación en la mente de Juan Preciado, por
su deseo de encontrar alguien vivo en Comala con quien poder
identificarse; un tipo de alucinación que antecede a la muerte (González
Boixo, 1983: 89). En general, dentro de la concepción pesimista y
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fatalista con que se presenta el estado vida-muerte, ésta última se afronta
con la misma aceptación y pasividad que cualquier otro acontecimiento.
La explicación se encuentra quizás en que, como en la obra de Joyce, la
muerte es sólo un aspecto de la existencia total del ser humano, como si
"the unholy union of the flesh and spirit that had characterized life
suddenly gives way to two separate spheres of being. The spirit is
released to wander through the town -apparently seeking an
intercessor.The body, on the othe hand, is interred in a grave" (Freeman,
1970: 4/25).
En "The Dead", el mundo de la muerte no se manifiesta de una forma
tan explícita como en la obra de Rulfo y sin embargo los personajes
también parecen estar paralizados o muertos. Este contraste se establece
a partir del poder que adquieren los recuerdos del pasado y de los seres
ausentes en la mente de los vivos. La historia comienza con la
celebración de Año Nuevo en casa de las Morkans, unas profesoras de
música viejecitas que año tras año repiten este encuentro. El invitado
especial es su sobrino Gabriel Conroy quien, por su educación
universitaria, es el encargado tradicional de pronunciar un discurso de
agradecimiento durante la cena. La falsa modestia de Gabriel, preocu-
pado por no mostrar la superioridad de su status social y cultural frente
a los demás invitados, contrasta con la sensibilidad, calidez y nobleza de
su esposa Gretta. La vitalidad de Gabriel quedará finalmente paralizada
ante el gran peso del recuerdo que rememora Gretta sobre la muerte de
Michael Furey, un antiguo amor que ha jugado un papel más importante
en su vida que su propio marido. Pero la vida como muerte no es sólo
uno de los temas principales del relato sino que el lenguaje mismo
también se utiliza para reflejar este estado cíe confusión; algo que no
debe sorprender teniendo en cuenta la fascinación de Joyce por el
poder referencial de la palabra y su pluralidad de sentidos. No sólo
aparece la palabra muerte para hacer referencia al hecho literal, sino que
constantemente se sugiere el término para describir las cualidades y
estados de ánimo en que se encuentran los personajes. La muerte, la
vejez y el pasado son los pilares que unen las vidas de los invitados. A
través de las conversaciones de los personajes durante la cena, de la
confesión final de Gretta y de los comentarios del narrador se percibe
que la idea la muerte embarga todos los momentos de la historia hasta
que, como se verá, la imagen final de la nieve cayendo sobre vivos y
muertos encarna en su universalidad la unión de ambos estados.
Referencias a la polaridad vida-muerte se encuentran en "The Dead"
al principio de la historia, en la misma celebración de la vida -Año
Nuevo- que contrasta con la intervención del narrador para recordar
"the death of their brother Pat".También, cuando Gabriel llega tarde a la
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casa y no encuentra mejores palabras para excusarse que señalar que su
mujer "takes three mortal hours to dress herself". Esta expresión hace
eco en la respuesta de la tía al comentar que Gretta "must be perish
alive" (Joyce, 1969: 176-77); un oxímoron que sugiere el tema de la
muerte en vida porque "perish alive" es una expresión irlandesa que
ingeniosamente significa tanto vida como muerte (O'Connor, 1969: 313).
Asimismo, cuando Gabriel pregunta a Lily que cuándo va a casarse, ella
le contesta que los Hombres de ahora son "all palaver and what they can
get out of you" (Joyce, 1969: 78) y les contrasta con los de antes, más
respetuosos y considerados. En cuanto a los nombres, Lily hace
referencia a una flor que se coloca en altares y tumbas, y no se puede
pasar por alto que Gabriel representa al arcángel San Gabriel, que se
suele relacionar con el ángel de la muerte. Tampoco el nombre
"Morkans" de las tías es gratuito, pues Joyce estudió danés y en esta
lengua Morke significa "oscuridad" (Jackson y McGinley, 1993: 158-59).
En la casa, Gabriel se fija en dos cuadros hechos por su tía Julia porque
uno representa la escena del balcón de Romeo and Juliet y el otro "two
murdered princes in the Tower" -Eduardo V y Ricardo, Duque de York
(Joyce, 1969: 186). Ambas escenas intensifican esta heroicidad que se irá
asociando con la muerte, ya que tanto Romeo como Michael Furey
declaran su amor bajo los balcones de Julieta y Gretta respectivamente, y
ambos también morirán por ellas. Posteriormente Gabriel se fija en una
fotografía de su madre ya muerta, que le recuerda su larga enfermedad, y
el narrador hace referencia a su estado de ánimo con un verbo que
metafóricamente vuelve a remitirnos al ámbito de la muerte "resentment
died down in his heart" (Joyce, 1969: 187).
Poco a poco, la nostalgia por un pasado mejor va paralizando la
vitalidad del presente, como cuando Gabriel prepara mentalmente su
discurso y decide alabar la generación de sus tías criticando a la
generación moderna:
He would say, alluding to Aunt Kate and Ant Julia: Ladies and
Gentlemen, the generation which is now on the wane among us may
have had its faults but for my part I think it had certain qualities of
hospitality, of humour, of humanity, which the new and very serious
and hypereducated generation that is growing up around us seems to
me to lack [sic] (Joyce, 1969: 192).
Pero este falso elogio contrasta con su reconocimiento dos líneas
después, de que las Morkans son "only two ignorant old women".
Asimismo, el tema de conversación de la cena, en el que Gabriel no
participa, es comparar los beneficios del pasado con las pérdidas del
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presente a través de comentarios como: "those were the days" o "why
did they never play the grand old operas now, he asked, Dinorah,
Lucrezia Borgia? Because they could not get their voices to sing them"
(Joyce, 1969: 199). Esta conversación culmina con el tema de la muerte
en vida y la alusión a unos monjes cistercienses que pasan sus vidas
durmiendo en sus propias cajas de difuntos "to remind them of their last
end" (Joyce, 1969: 194), y con la apreciación ingeniosa del narrador: "E...]
as the subject had grown lugubrious it was buried in a silence" (énfasis
mío, Joyce, 1969: 200). El discurso final de Gabriel es una prueba de su
preocupación por el excesivo peso que se concede al pasado en
detrimento del presente:
Listening to-night to the names of all those great singers of the past it
seemed to me, I must confess, that we were living in a less spacious
age.... and if they are gone beyond recall let us hope, at least, that in
gatherings such as this we shall still speak of them with price and
affection, still cherish in our hearts the memory of those dead and gone
great ones whose fame the world will not willingly let die.... were uwe to
brood upon them (memories] always we could not find the heart to go
on bravely with our work among the living. We have all of us living
duties and living affections (Énfasis mío, Joyce, 1969: 203-4).
Sus palabras acaban con la declaración final: "I will not linger on the
past", a modo de contraste con el entorno que le rodea. Sin embargo,
este es un deseo que no podrá realizar porque el estado de parálisis y
pasividad que invade el ambiente de Dublín le impide salir de su propia
inmovilidad física y emocional.
Las referencias a la muerte continúan hasta el final, con expresiones
como "Mrs Mallins will get her death of cold" o recordando la historia
del abuelo que cuenta Gabriel, "The late lamented Patrick Morkan"
(Joyce, 1969: 206-7). Pero el momento cumbre se encuentra en la escena
de Gretta, absorta por la música de la canción The Lass ofAughrim -un
romance sobre una chica abandonada- que le recuerda a su primer
amor, Michael Furey. Esta evocación de la muerte, personificada en un
ser que murió por ella al cortejarla bajo la ventana en la fría lluvia, ha
estado vivo todo este tiempo en su memoria, mientras la relación con su
marido ha ido deteriorándose y muriendo'. Gretta explica a Gabriel que
2E1 biógrafo de Joyce, Richard Ellmann, cuenta que para la elaboración de este relato
Joyce se inspiró en una melodía de Thomas Moore, "O, Ye Dead!", en la que un diálogo
entre vivos y muertos manifiesta la envidia de éstos por los primeros. Para Joyce,"it would
seem that the living and the dead are jealous of each other.... That the dead do not stay
buried is, in fact, a theme of Joyce from the beginning to the end of his work; Finnegan is
not the only corpse to be resurrected" (Ellmann, 1983: 244).
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Michael Furey está muerto pero. como si el personaje se hiciese
consciente de este peso sobre la vida, no puede evitar sentirse
derrotado ante "the evocation of this figure from the dead ... While he
had been full of memories of their secret life together, full of tenderness
and joy and desire, she had been comparing him in her mind with
another". Es el recuerdo vivo en la memoria de "El otro" muerto, junto al
conocimiento de la causa de la muerte cuando Gretta anuncia: "I think
he died for me" (Joyce, 1969: 219-20), lo que provocará la desintegración
final del personaje.
Reflexiones sobre la idea misma de la muerte y de su poder sobre los
vivos invaden la mente de Gabriel. Primero es su doloroso recono-
cimiento del ínfimo papel que ha jugado en la vida de su mujer,
comparado con la inmortalidad que ha adquirido Furey a través del
recuerdo, y más adelante son los pensamientos sobre su vieja tía Julia,
que también morirá pronto, hasta que la presencia de la muerte
Finalmente penetra dentro de sí mismo cuando cree ver el espectro de
Michael Furey bajo la nieve mirando a través de la ventana:
Generous tears filled Gabriel's eyes.... The tears gathered more
thickly in his eyes and in the partial darkness he imagined he saw the
form of a young man standing under a dripping tree. Other forms were
near. His soul had aRulfo. 1985:roached that region where dwell the
vast hosts of the dead. He was conscious of, but could not aRulfo,
1985:rehend, their wayward and flickering existence. His own identity
was fading out into a grey impapable world: the solid world itself which
these dead had one time reared and lived in was dissolving and
dwindling. (Énfasis mío, Joyce, 1969:223)
La imagen concluyente de la nieve cayendo sobre los vivos y los
muertos, "falling faintly through the universe and faintly falling, like the
descent of their last end, upon all the living and the dead" (Joyce, 1969:
224), funde estos dos mundos diluyendo las fronteras entre ambos.
En Pedro Páramo el amor del cacique por Susana San Juan
encuentra su sorprendente paralelismo en el de Gabriel por Gretta.
Susana había sido el amor de juventud de Pedro Páramo pero su corazón
pertenecía a Fulgencio, alguien que también había muerto. La ilusión
por recuperar a Susana se convierte en el sentido de la vida de Pedro
Páramo: "Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo
todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo
que no nos quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti" (Rulfo,
1985:68). Susana, enloquecida por los recuerdos del pasado y la soledad,
se une a Pedro Páramo sólo en su mundo exterior, porque "¿cuál era el
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mundo de Susana San Juan? Esa fue una de las cosas que Pedro Páramo
nunca llegó a saber" (Rulfo, 1985: 78). También Gabriel, que frecuente-
mente alude al amor que cree unirle a Gretta, llega a reconocer que no
consiguió suplantar su mundo interior presidido por la muerte: "He
watched her while she slept as though he and she had never lived
together as man and wife" (Joyce, 1969: 222). Las desintegraciones de
Pedro Páramo y de Gabriel vienen suscitadas por una frustración
amorosa que sólo pertenece al mundo de la muerte, pero que les
inmoviliza como vivos. Esta inaccesibilidad del amor provocará
finalmente la negación de la vida y la afirmación de la muerte, en forma
de parálisis. En Pedro Páramo, al morir Susana la destrucción de Comala
se hace inevitable. Y en el caso de Gabriel, su única solución es
reconocer la futilidad de la vida y aceptar la muerte, porque uno a uno
todos se iban haciendo sombras: "Better pass boldly into that other
world, in the full glory of some passion, than fade and wither dismally
with age" (Joyce, 1969: 223). Si en la novela de Rulfo todo el drama se
desarrolla en el mundo de la muerte es porque Pedro Páramo quería
morir para reunirse con Susana. Así, Juan Preciado también tiene que
morir para poder encontrar a su padre y reunirse con él. Por esta razón,
cuando empieza la novela todos los personajes están ya muertos. Los
diálogos entre vivos y muertos son constantes porque vida y muerte
integran dos esencias ambiguas en las que cuerpo y alma, mundo
exterior y mundo interior, despliegan existencias propias.
Tanto Pedro Páramo como "The Dead" son dos textos profunda-
mente marcados por el lugar donde se desarrolla la acción, Comala y
Dublín. La parálisis de ambos lugares representa la ruina gradual del ser
humano a través de su ambiente. Cuando Juan Preciado llega a Comala
no se encuentra con los campos verdes que le había descrito su madre,
sino con un lugar muerto sin árboles ni vegetación, lleno de murmullos,
ecos y sombras. De esta forma, Comala se puede interpretar en un
sentido mítico, como el infierno o el paraíso perdido, y en un sentido
metafórico, como la ciudad de México. Es más, el nombre de Comala
presenta un significado simbólico, ya que "Rulfo juega con el sentido de
comal, recipiente de barro donde se preparan las tortillas a la brasa, para
erigir un ámbito calcinado -como el del "Llano en llamas"-, una tierra
árida connotada asimismo por el nombre y el apellido que da título a la
obra" (Villanueva y Viña Liste, 1991: 242). No hay que olvidar tampoco
que Pedro significa piedra, y páramo significa desierto, haciendo
referencia con el nombre que da título al libro, a la muerte. De esta
forma, Comala es expresión del calor que hace en el lugar donde se
desarrolla la historia, la Tierra Caliente, y representa el infierno en el que
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MARISOL MORALES LADRÓN
viven los personajes;. Así, cuando Juan Preciado llega, el arriero le
describe el pueblo como un lugar que "está sobre las brasas de la tierra,
en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se
mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija" (Rulfo, 1985: 9)_
Como ha señalado el mismo autor. Comala es el personaje central, el eje
de la novela, "es la historia de un pueblo que va muriendo por sí mismo.
No lo mata nada. No lo mata nadie. Es el pueblo. El pueblo que nunca
tuvo conciencia de lo que podía desde la situación en que estaba
(González Boixo, 1983: 109).
De forma similar, todos los relatos de Dubliners retratan a personajes
que están más muertos que vivos porque son incapaces de escapar de la
futilidad de sus vidas y de las reminiscencias de su pasado. Según una
carta de Joyce a su editor Grant Richards, su intención fue la de escribir:
"... a chapter of the moral history of my country and I chose Dublin for
the scene because that city seemed to me the centre of paralysis"
(Ellmann, 1992: 83). Sin embargo, "The Dead" fue escrita con
ppsterioridad a las demás historias, y cuando su opinión sobre Irlanda se
había vuelto más indulgente. En otra de sus cartas añadirá: "Sometimes,
thinking of Ireland it seems to me that I have been unnecessarily harsh
... I have not reproduced its ingenuous insularity and its hospitality"
(Ellmann, 1983: 391). El sentido final de esta parálisis constituía para
Joyce el primer paso para la liberación espiritual de su país. En "The
Dead", la falta de vida de los personajes se percibe durante la cena, pero
principalmente a través de la relación que Gabriel y Gretta establecen
con el pasado. En esta historia todo parece estar detenido, el tiempo es
lento y los personajes no van a ningún sitio. Como en la novela de Rulfo,
incluso las ideas y las frases se repiten constantemente. Los personajes
de Comala han sufrido en vida y también lo hacen en la muerte, por eso
se someten aceptando calladamente sus destinos, y esto es algo que
anuncia Dorotea al reconocer que: "Lo único que la hace a una mover
los pies es la esperanza de que al morir la lleven a una de un lugar a
otro; pero cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es
no más la del infierno, más vale no haber nacido" (Rulfo, 1985: 83).
Comala va sufriendo una transformación a medida que se acerca el
momento de la muerte de Pedro Páramo, que se describe en relación
con el pueblo sórdido y destructible: "Dio un golpe seco contra la tierra
y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras" (Rulfo,
{Por otra parte, en las primeras ediciones de la novela Rulfo había llamado al pueblo
Tuxcacuexco, que más tarde cambió por el de Comala, porque tenía un sentido más
simbólico, "Comala: sobre las brasas, pueblo imaginario surgido de las emociones más
íntimas de Rulfo" (López Mena, 1992: XXXVII).
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VIDA, MUERTE Y PARÁLISIS EN PEDRO PÁRAMO DE JUAN RULFO
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1985: 101). De igual modo, la escena final de "The Dead" representa "an
annihilation of Gabriel Conroy, with his personality absorbed into the
snow that symbolizes the general paralysis of Ireland" (Scholes, 1969:
303).
Tanto Juan Preciado como Gabriel tienen que trascender la realidad
de la vida y penetrar en el mundo de los muertos para poder
encontrarse con sus propias identidades. En ambas historias el presente
se vuelve estático porque sólo se nutre de recuerdos y de la nostalgia de
un pasado mejor. Pero la inmovilidad de los personajes y sus
reminiscencias hacen pensar que el pasado seguiría volviendo atrás de
forma interminable, como una excusa para no seguir hacia adelante.
Aquí es donde yace el mayor fatalismo de las historias porque si la
realidad no ofrece ninguna ilusión y la muerte tampoco es un mundo
mejor, lo que existe es una parálisis total. Por esta razón, en ninguno de
los dos mundos ficcionales hay transición entre vida y muerte. Los
personajes presentan características tanto de vivos como de muertos
quizá porque, como muy bien señala Octavio Paz: "La indiferencia del
mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida" (52). Si
"The Dead" acaba con Gabriel cayendo en un sueño, como Molly en
Ulysses o, mejor aún, como el gran sueño de Finnegans Wake, el final de
Pedro Páramo explica el comienzo con su gran sueño de la muerte en
vida y de la vida en la muerte.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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PREMIO EDITORIAL COSTA RICA 1972.

PREMIO EDITORIAL COSTA RICA 1972.
"Murámonos, Federico" es una novela del escritor costarricense Joaquín Gutiérrez Mangel (1918-2000), destacado hombre de letras: fue novelista, traductor, editor, periodista, cronista, poeta, profesor, militante de izquierda, etc., miembro de la Academia Costarricense de la Lengua y Premio Nacional de Cultura Magón. Publicado en 1973, el libro recibió en ese mismo año el premio de novela de la Editorial Costa Rica y el premio nacional de novela Aquileo J. Echeverría. Ha sido declarada por la crítica como una de las mejores novelas de Joaquín Gutiérrez. La novela se divide en 14 capítulos, narrados con abundantes analepsismonólogos interiores y diálogos.
Fuente: Wikipedia.

OBRA:

Joaquín Gutiérrez Mangel
Nació en Limón en 1918. Su vida fue sumamente
agitada y productiva. Se destacó como escritor, profesor 
universitario en la Universidad de Costa Rica, campeón 
nacional de ajedrez. También desempeñó oficios 
humildes como bodeguero, trabajador en la carretera 
panamericana. Vivió en Chile durante treinta años y 
simpatizó con los movimientos de la izquierda de ese 
país. Allí hizo amistad con el gran poeta Pablo Neruda, quien escribió el 
prólogo del libro La hoja de Aire, escrito por Gutiérrez, honor que pocos 
escritores pudieron darse. Como periodista y como corresponsal ha viajado 
por casi todo el mundo. Es una figura simpática, polémica y un tanto escurridiza 
en su trato y conversación, pues sus respuestas casi siempre son agudas, 
irónicas y evasivas, por lo menos en sus últimas apariciones públicas. Según lo 
aseguró en vida, él tuvo cuatro oficios: periodista, editor, traductor y escritor. 
En 1947 ganó en Chile el premio Rapa Nui con su obra para niños 
Cocorí. Obtuvo el premio Casa de las Américas con su novela Te acordás,
hermano. El 14 de junio de 1995, fue galardonado con la orden al Mérito 
Docente y Cultural Gabriela Mistral, concedida por el Gobierno de Chile, para 
docentes extraordinarios de ese país y el mundo, con más de treinta años de 
labor educativa. Este honor lo han recibido destacados escritores como García 
Márquez. Obtuvo los premios de novela de la Editorial Costa Rica y el Nacional 
“Aquileo Echeverría”, ambos en 1973, por su novela Murámonos, Federico.
En 1975, obtuvo el Premio Nacional de Cultura “Magón”, el mayor 
reconocimiento al que puede aspirar un artista o escritor costarricense, por toda 
una vida y una trayectoria consagrada al arte o a la literatura.
Obras: Poesía (1937), Jicaral (1938), Cocorí (1947, traducido a once 
idiomas), Manglar (1947), Puerto Limón (1950), La hoja de aire (1968),
Murámonos, Federico (1973), Volveremos, (1974), Te acordás, hermano, 
entre otras.
Producción literaria en orden cronológico:
1937: Poesía
1938: Jicaral
1947: Cocorí (traducida a once idiomas)
1947: Manglar 
1950: Puerto Limón
1968: La hoja de aire

1973: Murámonos, Federico


http://www.ceducar.info/ceducar/recursos/biblioteca-virtual/bio-JOAQUN-GUTIRREZ-MANGEL.pdf

sábado, 25 de mayo de 2013

Jerome David Salinger .

Jerome David Salinger (Nueva York, Nueva York, EE.UU., 1 de enero de 1919-2010) es un escritor estadounidense conocido principalmente por su novela El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye), todo un clásico desde que fue publicada en 1951. Las mentes ágiles y poderosas de hombres perturbados y la capacidad redentora que los niños tienen en las vidas de éstos es uno de los temas principales en las obras de Salinger.
Nació en Nueva York y comenzó su trayectoria literaria escribiendo relatos para revistas de esa ciudad. Entre sus primeros trabajos destacan especialmente Un día perfecto para el pez banana. Además publicó dos capítulos de lo que posteriormente sería El guardián entre el centeno antes de verse obligado a abandonar los Estados Unidos para ir a la Segunda Guerra Mundial: I`m Crazy y Slight Rebellion Off Madison.
Su trabajo se vio interrumpido por la Segunda Guerra Mundial, en la que pudo ser testigo del combate en algunas de las batallas más virulentas. Estos hechos le dejaron una profunda huella emocional y posteriormente recurrió a sus experiencias de los tiempos de guerra para algunos de sus relatos, especialmente Para Esmé, con amor y sordidez, narrado por un soldado traumatizado.
El guardian entre el centeno, su primera novela corta, fue publicada en 1951 y se hizo muy popular entre los críticos y los jóvenes. La historia la narra, en primera persona, Holden Caulfield, un adolescente rebelde e inmaduro, pero perspicaz.
Posteriormente Salinger publicó la colección de relatos Nueve cuentos, en 1953, Franny y Zooey en 1961 y en 1963 aparecieron Levantad, carpinteros, la viga maestra y Seymour: Una introducción.
Después de haber obtenido la fama y la notoriedad con El guardián entre el centeno, Salinger se convirtió en un recluso, apartándose del mundo exterior y protegiendo al máximo su privacidad. Se mudó de Nueva York a Cornish (New Hampshire), donde continuó escribiendo historias que nunca publicó.
Salinger ha intentado por todos los medios escapar de la exposición al público y de la atención del mismo (`Los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida`, declaró él mismo). Pero sin embargo se ve obligado a luchar continuamente contra toda la atención no deseada que recibe como figura de culto que es. Cuando supo de la intención del escritor británico Iam Hamilton de publicar J. D. Salinger: A writing life, una biografía que incluía cartas que Salinger había escrito a amigos y a otros escritores, Salinger interpuso una demanda para detener la publicación del libro. El libro apareció finalmente con los contenidos de las cartas parafraseados. El juez determinó que aunque es posible que una persona sea el propietario de una carta físicamente, lo que está escrito en ella pertenece al autor.
Uno de los resultados no intencionados de este juicio fue que muchos de los detalles de la vida privada de Salinger, incluyendo el hecho de haber escrito dos novelas y muchos relatos que no habían sido publicados, salieron a la luz pública a través de las transcripciones del juzgado. Salinger aparece como personaje en la novela Shoeless Joe de W. P. Kinsella, en la que se inspiró la película Field of dreams. En la película el personaje tiene el nombre cambiado y es convertido en ficción. Ha estudiado a lo largo de toda su vida el Hinduismo Advaita Vedanta. Este hecho ha sido descrito extensamente por Sam P. Ranchean en su libro An adventure in Vedanta: J. D. Salinger`s the Glass Family (1990).
La relación de un año que mantuvo en 1972 con la aspirante a escritora Joyce Maynard, de dieciocho años, fue también causa de controversia cuando ella subastó las cartas que Salinger le había escrito.
En 2000, su hija, Margaret Salinger, publicó El guardián de los sueños. En su libro de `confesiones`, la señorita Salinger afirma que su padre se bebía su propia orina, sufría glosolalia, rara vez tenía relaciones sexuales con su madre, la tenía como una `prisionera virtual` y se negaba a permitirle ver a sus parientes y amigos.
En 2002, se publicaron más de ochenta cartas a Salinger escritas por escritores, críticos y admiradores, bajo el título: Letters to J. D. Salinger (ed. Chris Kubica).
Salinger es el padre del actor Matt Salinger.
La película Descubriendo a Forrester, protagonizada por Sean Connery está basada en Salinger. Además, ha sido notable la influencia ejercida en escritores como Lemony Snicket y su Serie de Catastróficas Desdichas, habiendo numerosas alusiones a él en los libros.


El cazador oculto o El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye) es una novela de J. D. Salinger. Al publicarse en 1951 en los Estados Unidos, la novela provocó numerosas controversias por su lenguaje provocador y por retratar sin tapujos la sexualidad y la ansiedad adolescentes. Es considerado por numerosos expertos como uno de los libros más importantes del siglo XX. 

Su protagonista, Holden Caulfield, se ha convertido en un icono de la rebeldía adolescente. Escrito en primera persona, El guardián entre el centeno relata las experiencias de Holden en la ciudad de Nueva York, después de ser expulsado de Pencey Prep, su escuela secundaria.

Fragmento.

J.D. Salinger

El guardián entre el centeno

El Libro de Bolsillo
Alianza Editorial
Madrid®


 Título original: The Catcher in the Rye Traductor: Carmen Criado
Primera edición en «El Libro de Bolsillo»: 1978 Vigésima reimpresión en "El Libro de Bolsillo": 1995
© Copyright 1945, 1946, 1951 by Copyright renewed 1973, 1974 © Ed. cast: Alianza Editorial, S.A. - Madrid, 1978, 1979, 1981,
1982, 1983, 1984, 1985, 1986, 1987, 1988, 1989, 1990,
1991, 1992, 1993, 1994, 1995
Calle J. I. Luca de Tena, 15 - 28027 Madrid
Tel. 393 88 88
ISBN: 84-206-1689-3
Depósito legal: B: 41.558-1995
Impreso y encuadernado por
Printer, industria gráfica sa
c.n. II, Cuatro Caminos, s/n
08620 Sant Vicenç dels Horts, Barcelona
Printed in Spain
 Capítulo 1
Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.
Empezaré por el día en que salí de Pencey, que es un colegio que hay en Agerstown, Pennsylvania. Habrán oído hablar de él. En todo caso, seguro que han visto la propaganda. Se anuncia en miles de revistas siempre con un tío de muy buena facha montado en un caballo y saltando una valla. Como si en Pencey no se hiciera otra cosa que jugar todo el santo día al polo. Por mi parte, en todo el tiempo que estuve allí no vi un caballo ni por casualidad. Debajo de la foto del tío montando siempre dice lo mismo: «Desde 1888 moldeamos muchachos transformándolos en hombres espléndidos y de mente clara.» Tontadas. En Pencey se moldea tan poco como en cualquier otro colegio. Y allí no había un solo tío ni espléndido, ni de mente clara. Bueno, sí. Quizá dos. Eso como mucho. Y probablemente ya eran así de nacimiento.
Pero como les iba diciendo, era el sábado del partido de fútbol contra Saxon Hall. A ese partido se le tenía en Pencey por una cosa muy seria. Era el último del año y había que suicidarse o -poco menos si no ganaba el equipo del colegio. Me acuerdo que hacia las tres, de aquella tarde estaba yo en lo más alto de Thomsen Hill junto a un cañón absurdo de esos de la Guerra de la Independencia y todo ese follón. No se veían muy bien los graderíos, pero sí se oían los gritos, fuertes y sonoros los del lado de Pencey, porque estaban allí prácticamente todos los alumnos menos yo, y débiles y como apagados los del lado de Saxon Hall, porque el equipo visitante por lo general nunca se traía muchos partidarios.
A los encuentros no solían ir muchas chicas. Sólo los más mayores podían traer invitadas. Por donde se le mirase era un asco de colegio. A mí los que me gustan son esos sitios donde, al menos de vez en cuando, se ven unas cuantas chavalas aunque sólo estén rascándose un brazo, o sonándose la nariz, o riéndose, o haciendo lo que les dé la gana. Selma Thurner, la hija del director, sí iba con bastante frecuencia, pero, vamos, no era exactamente el tipo de chica como para volverle a uno loco de deseo. Aunque simpática sí era. Una vez fui sentado a su lado en el autobús desde Agerstown al colegio y nos pusimos a hablar un rato. Me cayó muy bien. Tenía una nariz muy larga, las uñas todas comidas y como sanguinolentas, y llevaba en el pecho unos postizos de esos que parece que van a pincharle a uno, pero en el fondo daba un poco de pena. Lo que más me gustaba de ella es que nunca te venía con el rollo de lo fenomenal que era su padre. Probablemente sabía que era un gilipollas.
Si yo estaba en lo alto de Thomsen Hill en vez de en el campo de fútbol, era porque acababa de volver de Nueva York con el equipo de esgrima. Yo era el jefe. Menuda cretinada. Habíamos ido a Nueva York aquella mañana para enfrentarnos con los del colegio McBurney. Sólo que el encuentro no se celebró. Me dejé los floretes, el equipo y todos los demás trastos en el metro. No fue del todo culpa mía. Lo que pasó es que tuve que ir mirando el plano todo el tiempo para saber dónde teníamos que bajarnos. Así que volvimos a Pencey a las dos y media en vez de a la hora de la cena. Los tíos del equipo me hicieron el vacío durante todo el viaje de vuelta. La verdad es que dentro de todo tuvo gracia.
La otra razón por la que no había ido al partido era porque quería despedirme de Spencer, mi profesor de historia. Estaba con gripe y pensé que probablemente no se pondría bien hasta ya entradas las vacaciones de Navidad. Me había escrito una nota para que fuera a verlo antes de irme a casa. Sabía que no volvería a Pencey.
Es que no les he dicho que me habían echado. No me dejaban volver después de las vacaciones porque me habían suspendido en cuatro asignaturas y no estudiaba nada. Me advirtieron varias veces para que me aplicara, sobre todo antes de los exámenes parciales cuando mis padres fueron a hablar con el director, pero yo no hice caso. Así que me expulsaron. En Pencey expulsan a los chicos por menos de nada. Tienen un nivel académico muy alto. De verdad.
Pues, como iba diciendo, era diciembre y hacía un frío que pelaba en lo alto de aquella dichosa montañita. Yo sólo llevaba la gabardina y ni guantes ni nada. La semana anterior alguien se había llevado directamente de mi cuarto mi abrigo de pelo de camello con los guantes forrados de piel metidos en los bolsillos y todo. Pencey era una cueva de ladrones. La mayoría de los chicos eran de familias de mucho dinero, pero aun así era una auténtica cueva de ladrones. Cuanto más caro el colegio más te roban, palabra. Total, que ahí estaba yo junto a ese cañón absurdo mirando el campo de fútbol y pasando un frío de mil demonios. Sólo que no me fijaba mucho en el partido. Si seguía clavado al suelo, era por ver si me entraba una sensación de despedida. Lo que quiero decir es que me he ido de un montón de colegios y de sitios sin darme cuenta siquiera de que me marchaba. Y eso me revienta. No importa que la sensación sea triste o hasta desagradable, pero cuando me voy de un sitio me gusta darme cuenta de que me marcho. Si no luego da más pena todavía.
Tuve suerte. De pronto pensé en una cosa que me ayudó a sentir que me marchaba. Me acordé de un día en octubre o por ahí en que yo, Robert Tichener y Paul Campbell estábamos jugando al fútbol delante del edificio de la administración. Eran unos tíos estupendos, sobre todo Tichener. Faltaban pocos minutos para la cena y había anochecido bastante, pero nosotros seguíamos dale que te pego metiéndole puntapiés a la pelota. Estaba ya tan oscuro que casi no se veía ni el balón, pero ninguno queríamos dejar de hacer lo que estábamos haciendo. Al final no tuvimos más remedio. El profesor de biología, el señor Zambesi, se asomó a la ventana del edificio y nos dijo que volviéramos al dormitorio y nos arregláramos para la cena. Pero, a lo que iba, si consigo recordar una cosa de ese estilo, enseguida me entra la sensación de despedida. Por lo menos la mayoría de las veces. En cuanto la noté me di la vuelta y eché a correr cuesta abajo por la ladera opuesta de la colina en dirección a la casa de Spencer. No vivía dentro del recinto del colegio. Vivía en la Avenida Anthony Wayne.
Corrí hasta la puerta de la verja y allí me detuve a cobrar aliento. La verdad es que en cuanto corro un poco se me corta la respiración. Por una parte, porque fumo como una chimenea, o, mejor dicho, fumaba, porque me obligaron a dejarlo. Y por otra, porque el año pasado crecí seis pulgadas y media. Por eso también estuve a punto de pescar una tuberculosis y tuvieron que mandarme aquí a que me hicieran un montón de análisis y cosas de ésas. A pesar de todo, soy un tío bastante sano, no crean.
Pero, como decía, en cuanto recobré el aliento crucé a todo correr la carretera 204. Estaba completamente helada y no me rompí la crisma de milagro. Ni siquiera sé por qué corría. Supongo que porque me apetecía. De pronto me sentí como si estuviera desapareciendo. Era una de esas tardes extrañas, horriblemente frías y sin sol ni nada, y uno se sentía como si fuera a esfumarse cada vez que cruzaba la carretera.
¡Jo! ¡No me di prisa ni nada a tocar el timbre de la puerta en cuanto llegué a casa de Spencer! Estaba completamente helado. Me dolían las orejas y apenas podía mover los dedos de las manos.
— ¡Vamos, vamos! —dije casi en voz alta—. ¡A ver si abren de una vez!
Al fin apareció la señora Spencer. No tenían criada ni nada y siempre salían ellos mismos a abrir la puerta. No debían andar muy bien de pasta.
—¡Holden! —dijo la señora Spencer—. ¡Qué alegría verte! Entra, hijo, entra. Te habrás quedado heladito.
Me parece que se alegró de verme. Le caía simpático. Al menos eso creo.
Se imaginarán la velocidad a que entré en aquella casa.
—¿Cómo está usted, señora Spencer? —le pregunté—. ¿Cómo está el señor Spencer?
—Dame el abrigo —me dijo. No me había oído preguntar por su marido. Estaba un poco sorda.
Colgó mi abrigo en el armario del recibidor y, mientras, me eché el pelo hacia atrás con la mano. Por lo general, lo llevo cortado al cepillo y no tengo que preocuparme mucho de peinármelo.
—¿Cómo está usted, señora Spencer? —volví a decirle, sólo que esta vez más alto para que me oyera.
—Muy bien, Holden —Cerró la puerta del armario-. Y tú, ¿cómo estás?
Por el tono de la pregunta supe inmediatamente que Spencer le había contado lo de mi expulsión.
—Muy bien —le dije—. Y, ¿cómo está el señor Spencer? ¿Se le ha pasado ya la gripe?
—¡Qué va! Holden, se está portando como un perfecto... yo que sé qué... Está en su habitación, hijo. Pasa.

viernes, 24 de mayo de 2013

XORGE DEL CAMPO.



XORGE DEL CAMPO.

Nació en Calimaya, Estado de México, el 9 de julio de 1945; murió el 1 de julio de 2008 en la ciudad de México. Cronista, narrador y poeta. Estudió letras españolas en la UNAM, la maestría en letras mexicanas en El Colegio de México y el doctorado en letras iberoamericanas en la Universidad Complutense de Madrid. Investigador-becario del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana 2001-2003. Ha sido subjefe de prensa del Instituto Nacional para el Desarrollo de la Comunidad Rural y de la Vivienda Popular; coordinador del Centro Editorial INDECO; subdirector editorial de El Nacional; director de publicaciones de Plaza Mayor. Colaborador de Activa, Buena Vida, El Nacional, El Periódico, El Sol de Toluca, El Universal, Excélsior, Gaceta (UNAM), Plaza Mayor, y Sucesos. Premio Azteca de Oro 1987 al mejor programa radiofónico didáctico por Los Chilangos, otorgado por la AMPRyT. Premio Testimonio 1988 del Concurso Nacional Conmemorativo del Cincuentenario de la Expropiación Petrolera por Chapopotl. Finalista del Premio Xavier Villaurrutia 1963 por Animal de amor.


Obra publicada

Crónica: Los días que despertaron a México, Redacta, 1989. || Crónicas de un chilango, Gernika, 1995.

Cuento: Hospital de sueños, INJM, 1969.

Ensayo: Historia de la prostitución en México, Meridiano, 1974. || El alcoholismo en México, Meridiano, 1975. || La pornografía, Meridiano, 1975. || La pobreza urbana en México, INDECO, 1976. || ¿Qué es la guerra?, Extemporáneos, 1976. || Los poetas malditos en México, Luzbel, 1983. || Letras y balas. La narrativa de la Revolución mexicana, Emes, 2001.

Novela: Fusil en llamas, Luzbel, 1983. || Caramelo, Luzbel/Claves Latinoamericanas, 1987.

Poesía: Fogata de zarzas en la aurora, Pájaro Cascabel, 1966. || Animal de amor, UNAM, Poemas y Ensayos, 1973. || El libro rojo de Xorgeres, Mester, 1981. || Eros de ámbar, Marginales del Coyote Esquivo, 1981. || El diablo Eros, Luzbel, 1983. || Flauta de ceniza, Luzbel, 1985. || Relámpago de nardos, Claves Latinoamericanas, 1988. || Motín de espectros, La Tinta del Alcatraz, La Hoja Murmurante, 1993. || Sonetos del crimen, La Abeja, 1994. || Espejos en su laberinto, UNAM, El Ala del Tigre, 1997. || Quimera de sal, IPN, 2000. || Tirana de la noche, UACH-Sociología rural, 2003.


Antología: Narrativa joven de México, Siglo XXI, 1969. || Lírica erótica en la poesía femenina de América Latina, Comunidad Latinoamericana de Escritores, 1973. || Poesía joven de Chile, Comunidad Latinoamericana de Escritores, 1975. || Cupido de lujuria, poesía erótica, Signos, 1983. || Cuentistas y novelistas de la Revolución Mexicana (8 tomos), Luzbel, 1985. || Antología de la poesía proletaria de México, Claves Latinoamericanas, 1986. || Cuentos campesinos de Alfonso Fabila Montes de Oca, Dirección de Publicaciones del Estado de México, Clásicos del Estado, 1986. || El cuento del fútbol, Luzbel, 1986. || Víctimas de la ira. Niños y animales en la Revolución Mexicana, Emes, 1999. 
Recursos electrónicos

Noticias: "Falleció el narrador y poeta Xorge del Campo", en La Jornada, 2 de julio de 2008. jornada.unam.mx

Sembalnza: "Xorge del Campo", en Minificciones de El Cuento, revista de imaginación, en minisdelcuento.wordpress.com

Fuente: DBEM; WorldCat


Del poemario El libro rojo de Xorgeres (“Ediciones Mester”, 1981), de Xorge del Campo (1945-2008), ofrecemos ahora cuatro sentidos poemas cantados a las putas.


A modo de epígrafe, abre con un poema de Pietro Aretino:

Este, en verdad, no es libro de sonetos,
églogas, epitafios o canciones;
el Sabbazaro, el Bembo aquí no ponen
ni líquido cristal ni florecillas.

Aquí no dice el Bemia madrigales;
mas se ofrecen innúmeros carajos,
a los cuales replican coño y culo
cual la caja responde a los confites.

Aquí, gentes jodidas, rejodidas,
anatomías de coños y vergas
y almas perdidas en los hondos culos.

Aquí se coge, y en posturas tales,
que ni aun en Poste-Sisto las creyeran
posibles las putescas jerarquías.

En fin, locura fuera
el desdeñar bocados tan sabrosos.
Y el que no coja, que Dios lo perdone.

Y desplegamos el pokar de ases:
-1-

SI SUYO EXENTO, POSEÍDO

Ramera jodidita
mi amante de otro cliente
la fetiche confusa
Del amante mi tarifa/ fénix!

Bámbora catalpa flores de luz visca
pero su clítoris que es potencia de negra...
¡Oh! ¡Oh! ¿qué voy a hacer, vanidad
si tengo su vientre como una calabaza
de hondura anaranjada preñada?

Soy débil:
mis manos se bañan entre sus piernas
y a sudores
y en vaporcitos...
oh! me derrito.

Soy débil,
por eso me besan los talones.

-2-

ASUMISION

Si tu sexo dio fe salvaje de que existen
las brujas
yo no me escabullo a la magia.
Hago que mi sensibilidad me convierta
en drácula de tu sangre, mesero de tu resentimiento,
un hombre de folletín, del XVI,
señor de recogimiento y marido honorario...

Pero súdame, cuerpo mío; líbrame de todo odio
porque literatura en esta raza
fue mi amor sin embargo realista,
pues quiso para su púbica intimidad
la suculencia de las carnes propagandísticas.

-3-

INVOCATIVO O TORRIDO

Vengo de sentir que los hombres te masturban
(en la noche enrojecida,
mujer lastimada que te abres y no calientas,
ángela del cabaretucho Diablo que en llamas y no quemas,
pintada que sexas sin lujuria
(y no conoces cama propia
ni hogar leal compañero:
un hombre que te ha amado te invoca.

Ramera noche o de mañana, ¿dónde está tu padre?
¿dónde cabaretea tu madre? ¿quién te ha querido
(platónico después de la caída?

”Yo soy mi madre, yo soy mi padre; amo sin dejar huellas.
Un canallita la prostitución me ha engendrado,
Las impotencias no son mis culpas,
(me tarifo o me regalo”.
Hembra, o mejor lámpara que por dinero
iluminas ebrios y desesperanzados,
mariposa sin zumo, cosa sin cuerpo dueño, manoseadísima,
escucha mi vómito: un hombre que has abandonado te invoca.

-4-

DANZA Y SORTILEGIO

Las caderas del Diablo, ardientes ardientes
son las caderas de Laura.
Todos los ebrios erectaron sus pechos,
fornicaron por su camino, la selva de su clítoris
se llenó de Tarzanes,
el deseo taló sus rodillas, el sexo trabajó bien,
la flor cayó del pubis destilando sangre...
Los borrachos últimos han tomado los restos carnales
y laboraron bien las escorias .
La golfa convirtió en ramera a la serpiente.
Su hotelucho adquirió un gallo venéreo,
la soledad del gris amanecer, un perro;
sus diálogos: cachorros.
¡Abrete sésamo del coito!
Todos los alcohólicos que la poseyeron
tienen la conciencia tapiada con esparadrapos
Sólo conmigo
(sobrio, por milagros de mañanas xorgeras)
se hizo noches de guardar sexo.
La Rana Roja Num. 13 Septiembre-19-06


Del mismo Xorge del Campo una selección de El Diablo Eros ( Ediciones Luzbel, México, 1983):

LOS FRUTOS DE EROS

Suculenta y ardientemente mía
te extiendes a mi lado
para inaugurar la cópula
y comienzas por rozarme con tus racimos
(de carne, procaz y desnuda
como si moralmente ya no supieras nada,
como si eróticamente ya no ignorases nada.

La palabra falo
es un pájaro risueño en tus manos,
tus labios sólo saben abrirse a la delicia,
tus caderas reinan en el arcoiris,
tus pechos únicamente tienen memoria de
(la llovizna.

Soberana del coito
la luna es tu daga púbica,
la noche escurre de tu axila,
te llamas arena del mar en el ombligo.

Yo soy un puñal de peces en tus muslos,
capricho cabrío en tus tetillas,
aviesamente lascivo.

Tu sexo sólo huele a mi sexo…
Ah, me vuelvo olfato del tamaño de tu
(concupiscencia,
nuestro semen combate en lid de floretes,
ya estocado el acto carnal,
ya la desvanecencia.
-2-
Ah, la cama es musa que relincha…
hay rumor en tu pubis que me incendia,
la cópula enloquece a las campanas,
los relámpagos se dan cacería con el carcaj
(de Cupido,
suculenta, ardientemente mía.
La Rana Roja Num. 32 Octubre -20-07


Xorge del Campo, poeta y pecador

  Poesía por Xorge del Campo   (version pdf)
(Xorge del Campo es un prolífico escritor e investigador mexicano, autor de varios libros de poesía, narrtativa e investigación literaria. En este poema, el autor explica la X de su nombre)

Pero no creas por eso que no amé 
a una esposa fiel honorable 
prototipo de carne indiferente, 
la oreja fragmentada, 
y también su grasa triste.

Pero esos años a su cocina y a la cama 
dejaron a un lado el que fui, 
muy filósofo me vine abajo, poeta burocratizado 
enalteciéndome en proporción al vino negro: 
ah, vida con riñas ídem a soledad perraza.

Cejón, inhábil ebrio, 
y la inteligencia suya estrangulaba mis acciones. 
Y así que el nido hecho de pura bestia, 
el que fui ya no tuvo gesto marital; 
más bien el aire crudo y sin alcoholes: 
murió cara de padre, el cutis marideño 
y el corazón de-bien-amado-esposo. 
Amén.

Me puse una X en nombre del corrupto 
y de entonces me di a a vagar 
como un potro desequilibrado, 
que bien coceaba por cabaretuchos 
y mal usaba la cabalgadura.


miércoles, 22 de mayo de 2013

Roberto Bolaño:" El libro que sobrevive".


El libro que sobrevive 
Miércoles 30 de mayo de 2001

Aunque parezca un ejercicio de memoria, no lo es.
 El primer libro que me regaló la primera muchacha de la que me enamoré y con la que viví fue uno de Mircea Eliade. Aún no sé qué quiso decirme con ese regalo. Otro, menos tonto, se hubiera dado cuenta de inmediato de que aquella relación no iba a ser demasiado duradera y hubiera tomado las medidas oportunas para no sufrir en exceso.
 No recuerdo el primer libro que me regaló mi madre. Sí recuerdo, vagamente, un grueso volumen de historia, ilustrado, casi un cómic, aunque más en la línea del Príncipe Valiente que en la de Superman, sobre la guerra del Pacífico, es decir la guerra entre Chile y la alianza peruano-boliviana. Si la memoria no me falla, el personaje del libro, bastante confuso, una suerte de "Guerra y Paz" del subdesarrollo, era un voluntario alistado en el Séptimo de Línea. Durante toda mi vida le estaré agradecido a mi madre de que me regalara ese libro y no "Papelucho".
 Tampoco recuerdo, por otra parte, que mi padre me haya regalado ningún libro, aunque en cierta ocasión pasamos por una librería y, a pedido mío, me compró una revista con un largo artículo sobre los poetas eléctricos franceses. Todos estos libros, incluida la revista, junto con muchos más libros, se perdieron durante mis viajes y traslados, o los presté y no los volví a ver, o los vendí o regalé.
 Hay un libro, sin embargo, del que recuerdo no sólo cuándo y dónde lo compré, sino también la hora en que lo compré, quién me esperaba afuera de la librería, qué hice aquella noche, la felicidad (completamente irracional) que sentí al tenerlo en mis manos. Fue el primer libro que compré en Europa y aún lo tengo en mi biblioteca. Se trata de la "Obra poética" de Borges, editada por Alianza/Emecé en el año 1972 y que desde hace bastantes años dejó de circular. Lo compré en Madrid en 1977 y, aunque no desconocía la obra poética de Borges, esa misma noche comencé a leerlo, hasta las ocho de la mañana, como si la lectura de esos versos fuera la única lectura posible para mí, la única lectura que me podía distanciar efectivamente de una vida hasta entonces desmesurada, y la única lectura que me podía hacer reflexionar, porque en la naturaleza de la poesía borgeana hay inteligencia y también valentía y desesperanza, es decir lo único que incita a la reflexión y que mantiene viva a una poesía.
 Bloom sostiene que el continuador por excelencia de la poesía de Whitman es Pablo Neruda. A juicio de Bloom, sin embargo, el esfuerzo de Neruda por mantener el flujo vivo del árbol whitmaniano acaba en un fracaso. Creo que Bloom está errado, como en tantas otras cosas, así como en tantas otras es probablemente el mejor ensayista literario de nuestro continente. Es cierto que todos los poetas americanos, para bien o para mal, tarde o temprano tienen que enfrentarse a Whitman. Neruda lo hace, siempre, como el hijo obediente. Vallejo lo hace como el hijo desobediente o como el hijo pródigo. Borges, y aquí radica su originalidad y su pulso que jamás tiembla, lo hace como un sobrino, ni siquiera muy cercano, un sobrino cuya curiosidad oscila entre la frialdad del entomólogo y el resignado ardor del amante. Nada más lejos de él que la búsqueda del asombro o la admiración. Nadie más indiferente que él ante las amplias masas en marcha de América, aunque en alguna parte de su obra dejó escrito que las cosas que le ocurren a un hombre le ocurren a todos. 
 Su poesía, sin embargo, es la más whitmaniana de todas: por sus versos circulan los temas de Whitman, sin excepción, y también sus reflejos y contrapartidas, el reverso y el anverso de la historia, la cara y la cruz de esa amalgama que es América y cuyo éxito o fracaso aún está por decidir. Y nada de esto lo agota, que no es poco admirable.
 Empecé con mi primer amor y con Mircea Eliade. Ella vive aún en mi memoria; el rumano hace mucho que se instaló en el purgatorio de los crímenes no resueltos. Termino con Borges y con mi agradecimiento y mi asombro, aunque sin olvidar aquellos versos de "Casi juicio final", un poema del que Borges abominó: "He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre".

lunes, 20 de mayo de 2013

Joseph Conrad


Józef Teodor Konrad Korzeniowski -
 (1857-1924), novelista británico de origen polaco, considerado como uno de los grandes escritores modernos en lengua inglesa, cuya obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano.
Conrad, cuyo nombre original era Józef Teodor Konrad Korzeniowski, nació en Berdichev, Polonia (actualmente en Ucrania), hijo de un noble polaco. De su padre heredó el amor a la literatura. Quedó huérfano a los 12 años, y a los 16 abandonó la Polonia ocupada por los rusos y se trasladó a Marsella. Durante los siguientes cuatro años navegó en barcos mercantes franceses, también luchó en España en las guerras carlistas en las tropas de don Carlos y vivió una historia de amor que lo llevó al borde del suicidio. Posteriormente se puso al servicio de la Marina mercante inglesa y obtuvo la nacionalidad británica en 1886, al cabo de unos años cambió su nombre para que sonara más inglés. Durante la década siguiente navegó mucho, sobre todo por Oriente. Las experiencias de Conrad, especialmente en el archipiélago malayo y en el río Congo durante 1890, se reflejan en sus relatos, escritos en inglés, que era su cuarta lengua tras el polaco, el ruso y el francés. Publicó su primera novela y se casó con Jessie George en 1895.
Conrad escribió 13 novelas, dos libros de memorias y 28 relatos cortos, pese a que escribir le resultaba difícil y doloroso, como refleja este comentario suyo tras completar la novela Nostromo (1904), considerada por muchos críticos como su obra maestra: `un triunfo por el que mis amigos podrán felicitarme como si hubiera salido de una grave enfermedad`. Además del esfuerzo de escribir, sobrellevó el sufrimiento que le producía la gota, así como la parálisis de su mujer y los exiguos ingresos que obtenía de su trabajo.
La vida en el mar y en puertos extranjeros constituye el telón de fondo de casi todos sus relatos, pero su obsesión fundamental fue la condición humana y la lucha del individuo entre el bien y el mal. Con frecuencia el narrador es un marino retirado -posiblemente el alter ego de Conrad, puesto que algunas de sus novelas se consideran autobiográficas-, ejemplo de ello es su primera obra publicada, La locura de Almayer (1895).
Una de las novelas más conocidas de Conrad es Lord Jim (1900), en la que explora el concepto del honor a través de las acciones y sentimientos de un hombre que se pasa la vida intentando expiar su cobardía durante un naufragio ocurrido en su juventud. Otras obras suyas son: El negro del Narciso (1897), centrada en un marinero negro, El agente secreto (1907), sobre los anarquistas londinenses, Bajo la mirada de Occidente (1911), ambientada en la Rusia represiva del siglo XIX, Victoria (1915), ambientada en los mares del sur, y el relato El corazón de las tinieblas (1902).
El corazón de las tinieblas, que revela las aterradoras profundidades de la corruptibilidad humana, es una de las historias más conocidas de Conrad.
Casi todas sus obras reflejan cierta tristeza. Su estilo es rico y vigoroso, y su técnica narrativa se sirve con habilidad de las interrupciones en el discurso cronológico. La construcción de sus personajes es sólida y eficaz.
Conrad murió en Bishopsbourne, cerca de Canterbury, en 1924. Influyó de manera decisiva en la novela moderna, y su obra le valió el reconocimiento de destacados contemporáneos suyos como Arnold Bennett, John Galsworthy, Ford Madox Ford, Stephen Crane y Henry James.

***

En 1910, Josef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski, es decir, Joseph Conrad, retirado de la marina mercante británica dedicaba su tiempo a la escritura no sólo de
novelas y cuentos, sino también de prosas críticas y artículos para un periódico londinense. En una de estas colaboraciones, recogida en Notes on Life and Letters,
Conrad plantea una idea que se filtra como líquido vital y como problema moral en gran parte de sus obras: el hombre enfrentado a la disyuntiva de la eterna elección
entre el bien y el mal. Observa el narrador:
Los más de nosotros nos hemos descubierto en un momento u otro cierta disposición a perdernos por el mal camino. ¿Y qué hemos hecho, en nuestro
orgullo y cobardía? Echando miradas furtivas y aguardando el momento oscuro hemos enterrado nuestro descubrimiento discretamente, para seguir
luego en la misma dirección de antes y en esa senda tan transitada, que no tuvimos el valor de dejar y que ahora, más claramente que nunca, advertimos
que no es sino el largo camino que lleva a la tumba.

Esta declaración, extraña en sí misma, parecería señalar cierta proclividad en Conrad hacia el "mal camino", pero una lectura cuidadosa nos permite comprender el sentido profundo de dicha aseveración, la cual convoca la certeza de que toda
elección conlleva riesgos, pero que el más severo, mortal para el espíritu antes que para la carne, es soslayar la posibilidad del cambio y la apuesta moral que ello
significa.
Hijo de Apollo Korzeniowski, un nacionalista polaco, Conrad nació el año de 1857 en Berdyczew, región ucraniana de Polonia, entonces dominada por el ejército ruso.
Desde finales del siglo XVIII, Polonia se encontraba ocupada por tres potencias que se habían repartido su territorio —Rusia, Prusia y Austria—, y desde entonces la
familia de Conrad participó en la lucha por la liberación. Esta participación culminó con la muerte de sus padres, quienes, obligados a cumplir trabajos forzados en Rusia, vivieron siete años en el exilio.
Bajo la custodia de un tío, Conrad pasó la infancia en Kiev, y en Cracovia la adolescencia. Después de viajar por Alemania, Suiza e Italia, abandona su tierra
natal, recientemente liberada, y a los 17 años se traslada al sur de Francia donde conoce la que sería la gran pasión de su vida, el mar; asimismo, obtiene su primer trabajo al servicio de la marina mercante francesa, embarcándose en el Mont-Blanc
con destino a las Indias.
Sin embargo, su colaboración con el comercio francés fue breve, cuatro años escasos. Agobiado por las deudas, y después de un intento de suicidio, Conrad
decide cambiar de aires. En 1878 inicia una carrera de 16 años en la flota de Inglaterra, país cuyo idioma desconocía y del que adopta la nacionalidad en 1886.
Diez años después se casará con la inglesa Jessie George.
Durante su servicio marítimo, Conrad viajó a diversos países, tanto asiáticos como africanos, experiencia que posteriormente se reflejaría en su obra. Así, en 1890,
contratado por la Sociedad Anónima Belga para el Comercio del Congo, realiza un viaje que por varias razones resulta desastroso: las dificultades padecidas le dejaron
secuelas emocionales que a lo largo de toda su vida reaparecen con frecuencia. Cuatro años después, a pesar suyo, abandona el mar y se dedica exclusivamente a
la literatura.
Su obra tuvo que esperar algunos años para ser aceptada por el gran público; en contraste, desde la aparición de los primeros títulos de este autor, escritores como
Henry James y H. G. Wells vieron en su narrativa la revelación de un gran escritor.  Extranjero de la lengua en que escribió, Conrad es considerado uno de los más
importantes exponentes de la literatura inglesa de este siglo. Catalogarlo únicamente como un escritor de novelas de aventuras simplifica el valor de su obra. La aventura
en Conrad es distinta a la de los viajes acechados por los peligros de la naturaleza. Otros son, en su caso, el viaje y los peligros. La aventura es diferente porque se trata del enfrentamiento moral del hombre no sólo con el destino, sino con su propio
albedrío. Y sin embargo, es una apuesta trágica, llevada al extremo de la representación sin héroes, pues los personajes de Conrad poseen dimensiones
contrarias a lo heroico, en los términos arquetípicos de la tragedia y la epopeya clásicas.
Sólo el hombre "capaz de gracia", en palabras del novelista, puede superar favorablemente la línea de sombra que preside su destino, frontera entre el bien y el
mal, entre la honra y el deshonor. Los linderos entre la integridad y la cobardía guían la trama de la mayor parte de las narraciones de este autor, siendo Lord Jim (1900)
el ejemplo más notable.
Sin alcanzar la maestría de esta última, El corazón de las tinieblas (1902) es, no obstante, una obra de singulares resonancias. Su acción se desarrolla en el Congo,
lugar de recuerdos nada gratos para Conrad. El viejo marinero Marlow sirve al escritor para contar una historia inquietante (ya antes, en Youth, 1902, y en Lord Jim,
se había valido de este personaje para dotar de verosimilitud a la narración mediante el "testimonio" de un testigo).
La anécdota es por demás sencilla. Marlow decide hacer realidad un sueño de infancia: navegar por un río en medio de la selva. Después de ciertos contratiempos
y gracias a algunas recomendaciones familiares, es nombrado capitán de un barco
que, con motivo del tráfico de marfil, debe recorrer el corazón de la jungla. Su misión es encontrar al agente Kurtz, jefe de una estación río arriba, y preparar su regreso a
la Estación Central de la Compañía.
A partir de la primera mención a Kurtz y hasta su encuentro, la narración de Marlow (una suerte de monólogo ocasionalmente interrumpido para intensificar el suspenso
de la historia) se vuelve cada vez más angustiosa y obsesiva, revelando el verdadero sentido de la obra: el enfrentamiento de Marlow, un hombre "civilizado", ante un ser
de extraordinarias cualidades sumido en la locura, producto de su estancia en la selva.
"Con ese hombre no se habla, se le escucha", señala algún adepto del agente; Kurtz "era una voz", dice a su vez Marlow, y esa sentencia pone de manifiesto una certeza:
el poder devastador de la palabra, su capacidad para transformar vidas y espíritus. La reflexión sobre la naturaleza moldeable del hombre en circunstancias extremas,
surge en Conrad a manera de aviso: "¿Cómo poder imaginar entonces a qué determinada región de los primeros siglos pueden conducir los pies de un hombre
libre en el camino de la soledad, de la soledad extrema...?"
Esa región, nombrable sólo mediante la invocación a "los poderes de las tinieblas", forma parte de una crítica que no únicamente involucra al desdichado Kurtz y su
insaciable deseo de poder y riqueza, sino que alude también a los horrores de la colonización, en cualquiera de sus formas o épocas. Al igual que Marlow,
atestiguamos cómo los conquistadores, en nombre de la civilización, llegan incluso a ser más salvajes e inhumanos que los propios nativos.
No es gratuita la aparición, en reiteradas ocasiones, de la palabra ominoso. Quizá sea la que define mejor las circunstancias y ambiente en que se desarrolla este
encuentro. El juego de luces impuesto por Conrad a una historia cuya tensión se mantiene de principio a fin, contribuye de manera decisiva al carácter simbólico del relato: el corazón de las tinieblas es el corazón del hombre.
Malva Flores


I

El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado,
casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea.
El estuario del Támesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua. A lo lejos el cielo y el mar se unían sin ninguna
interferencia, y en el espacio luminoso las velas curtidas de los navíos que subían con la marea parecían racimos encendidos de lonas agudamente triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas. La bruma que se extendía por las
orillas del río se deslizaba hacia el mar y allí se desvanecía suavemente. La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aún, parecía condensarse en una
lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y poderosa del universo.
El director de las compañías era a la vez nuestro capitán y nuestro anfitrión. Nosotros cuatro observábamos con afecto su espalda mientras, de pie en la proa,
contemplaba el mar. En todo el río no se veía nada que tuviera la mitad de su aspecto marino. Parecía un piloto, que para un hombre de mar es la personificación de todo aquello en que puede confiar. Era difícil comprender que  su oficio no se
encontrara allí, en aquel estuario luminoso, sino atrás, en la ciudad cubierta por la niebla.
Existía entre nosotros, como ya lo he dicho en alguna otra parte, el vínculo del mar. Además de mantener nuestros corazones unidos durante largos periodos de separación, tenía la fuerza de hacernos tolerantes ante las experiencias personales,
y aun ante las convicciones de cada uno. El abogado el mejor de los viejos camaradas tenía, debido a sus muchos años y virtudes, el único almohadón de la
cubierta y estaba tendido sobre una manta de viaje. El contable había sacado la caja de dominó y construía formas arquitectónicas con las fichas. Marlow, sentado a babor con las piernas cruzadas, apoyaba la espalda en el palo de mesana. Tenía las
mejillas hundidas, la tez amarillenta, la espalda erguida, el aspecto ascético; con los brazos caídos, vueltas las manos hacia afuera, parecía un ídolo. El director,
satisfecho de que el ancla hubiese agarrado bien, se dirigió hacia nosotros y tomó asiento. Cambiamos unas cuantas palabras perezosamente. Luego se hizo el
silencio a bordo del yate. Por una u otra razón no comenzábamos nuestro juego de dominó. Nos sentíamos meditabundos, dispuestos sólo a una plácida meditación. El día terminaba en una serenidad de tranquilo y exquisito fulgor. El agua brillaba
pacíficamente; el cielo, despejado, era una inmensidad benigna de pura luz; la niebla misma, sobre los pantanos de Essex, era como una gasa radiante colgada de las
colinas, cubiertas de bosques, que envolvía las orillas bajas en pliegues diáfanos. Sólo las brumas del oeste, extendidas sobre las regiones superiores, se volvían a cada minuto más sombrías, como si las irritara la proximidad del sol.
Y por fin, en un imperceptible y elíptico crepúsculo, el sol descendió, y de un blanco ardiente pasó a un rojo desvanecido, sin rayos y sin luz, dispuesto a desaparecer
súbitamente, herido de muerte por el contacto con aquellas tinieblas que cubrían a una multitud de hombres.
Inmediatamente se produjo un cambio en las aguas; la serenidad se volvió menos brillante pero más profunda. El viejo río reposaba tranquilo, en toda su anchura, a la
caída del día, después de siglos de buenos servicios prestados a la raza que poblaba sus márgenes, con la tranquila dignidad de quien sabe que constituye un
camino que lleva a los más remotos lugares de la tierra. Contemplamos aquella corriente venerable no en el vívido flujo de un breve día que llega y parte para
siempre, sino en la augusta luz de una memoria perenne. Y en efecto, nada le resulta más fácil a un hombre que ha, como comúnmente se dice, "seguido el mar" con
reverencia y afecto, que evocar el gran espíritu del pasado en las bajas regiones del Támesis. La marea fluye y refluye en su constante servicio, ahíta de recuerdos de hombres y de barcos que ha llevado hacia el reposo del hogar o hacia batallas
marítimas. Ha conocido y ha servido a todos los hombres que han honrado a la patria, desde sir Francis Drake hasta sir John Franklin, caballeros todos, con título o
sin título... grandes caballeros andantes del mar. Había transportado a todos los
navíos cuyos nombres son como resplandecientes gemas en la noche de los tiempos, desde el Golden Hind, que volvía con el vientre colmado de tesoros, para
ser visitado por su majestad, la reina, y entrar a formar parte de un relato monumental, hasta el Erebus y el Terror, destinados a otras conquistas, de las que nunca volvieron. Había conocido a los barcos y a los hombres. Aventureros y colonos
partidos de Deptford, Greenwich y Erith; barcos de reyes y de mercaderes; capitanes, almirantes, oscuros traficantes animadores del comercio con Oriente, y
"generales" comisionados de la flota de la India. Buscadores de oro, enamorados de la fama: todos ellos habían navegado por aquella corriente, empuñando la espada y a veces la antorcha, portadores de una chispa del fuego sagrado. ¡Qué grandezas no
habían flotado sobre la corriente de aquel río en su ruta al misterio de tierras desconocidas!... Los sueños de los hombres, la semilla de organizaciones
internacionales, los gérmenes de los imperios.
El sol se puso. La oscuridad descendió sobre las aguas y comenzaron a aparecer luces a lo largo de la orilla. El faro de Chapman, una construcción erguida sobre un
trípode en una planicie fangosa, brillaba con intensidad. Las luces de los barcos se movían en el río, una gran vibración luminosa ascendía y descendía. Hacia el oeste,
el lugar que ocupaba la ciudad monstruosa se marcaba de un modo siniestro en el cielo, una tiniebla que parecía brillar bajo el sol, un resplandor cárdeno bajo las
estrellas.
—Y también éste —dijo de pronto Marlow— ha sido uno de los lugares oscuros de la tierra.
De entre nosotros era el único que aún "seguía el mar". Lo peor que de él podía decirse era que no representaba a su clase. Era un marino, pero también un
vagabundo, mientras que la mayoría de los marinos llevan, por así decirlo, una vida sedentaria. Sus espíritus permanecen en casa y puede decirse que su hogar —el barco— va siempre con ellos; así como su país, el mar. Un barco es muy parecido a
otro y el mar es siempre el mismo. En la inmutabilidad de cuanto los circunda, las costas extranjeras, los rostros extranjeros, la variable inmensidad de vida se desliza
imperceptiblemente, velada, no por un sentimiento de misterio, sino por una ignorancia ligeramente desdeñosa, ya que nada resulta misterioso para el marino a no ser la mar misma, la amante de su existencia, tan inescrutable como el destino.
Por lo demás, después de sus horas de trabajo, un paseo ocasional, o una borrachera ocasional en tierra firme, bastan para revelarle los secretos de todo un
continente, y por lo general decide que ninguno de esos secretos vale la pena de ser conocido. Por eso mismo los relatos de los marinos tienen una franca sencillez: toda su significación puede encerrarse dentro de la cáscara de una nuez. Pero Marlow no
era un típico hombre de mar (si se exceptúa su afición a relatar historias), y para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la
anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad de la luna.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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