viernes, 23 de noviembre de 2012

DURRELL: EL CUARTETO DE ALEJANDRÍA


Lawrence Durrell
(Gran Bretaña, 1912-1990) 
 Novelista y poeta británico, nacido en la India. Estudió en la India y en Inglaterra. Lawrence es hermano del también escritor Gerald Durrell. Comenzó a escribir poesía y novelas en los años treinta. Su primer éxito fue la novela autobiográfica El cuaderno negro, que escribió en París en 1938. Lo mejor de su obra se basa en gran medida en las experiencias y observaciones de sus largos periodos como diplomático en el extranjero, principalmente en Grecia, Chipre y Egipto. Cosechó su mayor éxito con El cuarteto de Alejandría, una tetralogía publicada originalmente por separado y en la que se incluyen Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960). El cuarteto es un estudio del amor y las intrigas políticas en Alejandría antes y durante la II Guerra Mundial, y narra la misma historia desde el punto de vista de cada uno de sus personajes. La compleja estructura de la novela y su estilo elaborado evocan el ambiente exótico de la ciudad. La celda de Próspero (1945) y Limones amargos (1957) -lo mejor de su producción en opinión de algunos- describen la vida contemporánea en las islas de Kérkira (Corfú) y Chipre, respectivamente. Entre sus obras posteriores cabe citar Tunc (1968) y sus secuelas, Nunquam (1970), Monsieur (1975) y Quinx (1985). La poesía de Durrell, en la que también se pone de manifiesto el poderoso uso evocativo del lenguaje, se recopiló en Poemas completos, 1931-1974 (1980). En 1969 publicó una colección de sus ensayos de viajes, El espíritu de un lugar.

RESEÑA:
El Balthazar la época, el escenario, los actores y hasta los incidentes son en apariencia los mismos que en Justine, pero los comentarios interlineales del doctor Balthazar dan como resultado una novela más misteriosa y dramática. Durrell ha querido mostrar otra dimensión del mundo de Justine, y plantea la posibilidad de una nueva técnica narrativa que es, también, una nueva y poetica visión del mundo y de los seres humanos. En esta extraordinaria muestra de capacidad creativa todo es revisado desde una óptica diferente, con un resultado que no deja de sorprender al lector. `¿Qué es un acto humano sino una ilusión cuando dos interpretaciones distintas son igualmente válidas?`.



De esta obra literaria transcribo el primer capítulo:

EL CUARTETO DE ALEJANDRIA
LAWRENCE DURRELL





BALTHAZAR

Titulo original: BALTHAZAR
Traducción de Aurora Bernárdez
Primera edición 1960
Segunda 1961
Tercera 1961
Cuarta 1962
Quinta 1963
Sexta 1966
Séptima 1968
Octava 1975
Novena 1976

© Editorial Sudamericana, S. A.
Humberto 1, 545 Buenos Aires
IMPRESO EN ARGENTINA
A mi madre,
estas memorias de una ciudad nunca olvidada.





NOTA
Los personajes y situaciones de esta novela, la segunda de un grupo, -hermana, no sucesora de Justine-  son imaginarios, como también lo es el narrador. La ciudad misma no podría ser menos irreal.
Como la literatura moderna no nos ofrece Unidades me he vuelto hacia la ciencia para realizar una novela como un navío de cuatro puentes cuya forma se basa en el principio de la relatividad. Tres lados de espacio y uno de tiempo constituyen la receta para cocinar un continuo. Las cuatro novelas siguen este esquema. Sin embargo, las tres primeras partes se despliegan en el espacio (de ahí que las considere hermanas, no sucesoras una de otra) y no constituyen una serie. Se interponen, se entretejen en una relación puramente espacial. El tiempo está en suspenso. Sólo la última parte representa el tiempo y es una verdadera sucesora.
La relación sujeto-objeto es tan importante para la re-latividad que he debido emplear los dos tonos: el subjetivo y el objetivo. La tercera parte, Mountolive, es una novela estrictamente naturalista en la cual el narrador de Justine y Balthazar se convierte en objeto, es decir, en personaje. Este método. no debe nada ni a Proust ni a Joyce, pues a mi entender sus métodos, ilustran la noción de "duración" de Bergson, no la relación "espacio-tiempo".
El tema central del libro es una investigación del amor moderno. Estas consideraciones pueden parecer un poco presuntuo-sas e incluso grandilocuentes. Pero valga la pena tratar de descubrir una forma, adecuada a nuestro tiempo, que me-rezca el epíteto de "clásica". Aunque el resultado sea "cien-cia-ficción" en la verdadera acepción del término.
L. D.
Ascona, 1957




El espejo ve al hombre hermoso, el espejo ama al hombre; otro espejo ve al hombre horrible y lo odia; y es siempre el mismo ser el que produce las ímpresiones.
D. A. F. DE SADE: Justine.

Si, insistimos en esos detalles, mientras usted los cubre con un velo de pudor que borra todo su borde de horror; sólo queda aquello que es útil para quien quiera familiarizarse con el hombre; no se imagina usted hasta qué punto esos cuadros pueden servir al desarrollo del espíritu humano; quizá nuestro respeto ciego por esa rama del saber deriva de la estúpida reserva de quienes pretenden entender de esas cuestiones. Dominados por terrores absurdos, enarbolan puerilidades familiares a todos los imbéciles y no se atreven á asír con audacia el corazón humano y revelarnos sus gigantescas particularidades.
D. A. F. DE SADE: Justine


PRIMERA PARTE

I

Tonalidades del paisaje: del castaño al bronce, horizonte escarpado, nube baja, suelo de perla con sombras nacaradas y reflejos violetas. El polvo leonado del desierto: tumbas de los profetas que, viran al zinc y al cobre cuando el sol se pone en el antiguo lago. Sus enormes fallas en la arena como filigranas que traza el aire; verde y cidra que desembocan en metal oxidado, en una única vela color de ciruela oscura, húmeda, palpitante, ninfa de alas pegajosas. Taposiris ha muerto entre sus columnas desmoronadas y sus balizas, los Harponeros han desaparecido. .. Mareotis bajo un cielo de lila caliente.

verano: arena color de cuero, cielo de mármol ardiente.
otoño: grises de magulladura tumefacta.
invierno: nieve crujiente, arena fría
paneles de cielo claro, destellos de mica.
verdes lavados del delta.
magníficos campos de estrellas.

¿Y la primavera? Ah, no hay primavera en el delta, no hay sensación de rejuvenecimiento y renovación en las cosas. Se sale bruscamente del invierno para caer en la efigie de cera de un verano demasiado caliente, irrespirable. Pero aquí por lo menos, en Alejandría, las bocanadas del mar nos sal-van del. peso inmutable de la nada del verano, trepan por encima de la barra, entre los barcos de guerra, y agitan los toldos rayados de los cafés en la Grande Corniche. Nunca hubiera ...

La ciudad, a medias imaginada (y sin embargo absoluta-mente real) empieza y termina en nosotros, tiene sus raíces plantadas en nuestra memoria. ¿Por qué debo volver a ella noche tras noche, escribiendo junto al fuego de algarrobo mientras el viento del Egeo se aferra a esta casa isleña, la aprieta y luego la suelta, doblando los cipreses como arcos? ¿No he dicho ya bastante de Alejandría? ¿Me dejaré conta-minar otra vez por los sueños de la ciudad y el recuerdo de sus habitantes? ¡Esos sueños que creí cerrados bajo llave en el papel, confinados en las cámaras blindadas de la me-moria! Se diría que me complazco en mi desdicha. Pero no es así. Un solo factor casual ha cambiado todo, me ha obli-gado a volver sobre mis pasos. La memoria, echándose un vistazo en el espejo.
Justine, Melissa, Clea ... Se hubiera dicho -tan pocos éramos- que cabrían fácilmente en un solo libro, ¿verdad? Yo también lo hubiera dicho, lo dije. Dispersos ahora por el tiempo y las circunstancias, el contacto interrumpido para siempre ...

Me había impuesto la tarea de rescatarlos en palabras, de restablecerlos en la memoria, de adjudicar a cada uno y cada una su posición en mi tiémpo. Por egoísmo. Y cuando ter-miné esa obra, me sentí como si hubiera cerrado con llave la casa de muñecas de nuestros actos. En realidad veía a mis amantes, a mis amigos, no ya como personas vivientes sino como imágenes en colores surgidas de mi espíritu, habitantes, no de la ciudad, sirio de mis pápeles, figuras de un tapiz. Era difícil otorgar más realidad a esos personajes que a las palabras con que me refería a ellos. ¿Qué es lo que -me ha hecho volver sobre mí mismo?

Pero para poder seguir, es. preciso retroceder, no porque sea falso todo lo que he escrito sobre ellos, nada de eso. Pero en ese entonces no disponía de la,totalidad de los he-chos. Tracé un cuadro provisional como quien reconstruye una civilización perdida a partir de algunos fragmentos de vasos, de una inscripción en una tableta, un amuleto, algunos huesos humanos, una máscara fúnebre de oro, sonriente. "Vivimos -escribe Pursewarden- vidas que se basan en una selección de hechos imaginarios. Nuestra visión de la realidad está condicionada por nuestra posición en el espacio y en el tiempo, no por nuestra personalidad, como nos com-placemos en creer. Por eso toda interpretación de la realidad se funda en una posición única. Dos pasos al este o al oeste, 5 todo el cuadro cambia." Algo por el estilo. . .

En cuanto a los personajes humanos, sean reales o inven-tados, son animales que no existen. Cada psiquis es en reali-dad un semillero de predisposiciones antagónicas. La perso-nalidad concebida como una entidad con atributos fijos es una ilusión. . . ¡pero una ,ilusión necesaria si queremos ena-morarnos!

Por lo que respecta a ese algo que permanece constante. . . por ejemplo, el beso tímido de Melissa se puede predecir (de un modo incierto, como las primeras obras salidas de la im-prenta), y el. ceño de Justine que vela el resplandor de los ojos oscuros, órbitas de la Esfinge a mediodía. "Al final -dice Pursewarden- todo podrá ser cierto de cualquiera. Santo y Malvado son copartícipes." Tiene razón.
Hago todo lo que púedo por acercarme a los hechos ... En su última carta Balthazar me escribía: "Pienso en us-ted a menudo y no sin cierto malhumor. Se ha retirado a su isla creyendo disponer de todos los datos sobre nosotros y nuestras -vidas. No cabe duda dé que nos va a juzgar en el papel a la manera dedos escritores. Me gustaría conocer el re-sultado. Seguramente no tendrá nada que ver con la verdad -quiero decir, con esas verdades que yo podría decirle acer-ca de nosotros y quizá de usted mismo-. O con las verdades de las que podría hablarle Clea (está en París y ha dejado de escribirme). Me lo imagino, hombre sabio, leyendo escrupu-losamente Moeurs, los diarios íntimos de Justine, de Nessim, etc., convencido de que va a encontrar la verdad en ellos. ¡Error! ¡Error! Un diario íntimo es el último lugar al que hay que acudir si se quiere conocer la verdad sobre una per-sona. Nadie se atreve a confesarse en el papel las últimas verdades, por lo menos en lo que se refiere al amor. ¿Sabe de quién estaba realmente enamorada Justine? Me dirá que de usted, ¿verdad? ¡Confiese!"

Mi única respuesta fue enviarle el enorme atado de papeles que se había acumulado penosamente bajo mi pluma y al cual yo había dado, con cierta vaguedad, el nombre de Justine, aunque el de Cahiers hubiese prestado los mismos ser-vicios. Han transcurrido desde entonces seis meses de silencio, un silencio que me tranquiliza pues indica que mi crítico, satisfecho, ha debido optar por callarse.

No puedo decir que he olvidado la ciudad, pero dejo dor-mir su recuerdo. Está y estará siempre allí, suspendida en el espíritu como el espejismo que los viajeros encuentran con tanta frecuencia.

Pursewarden describe el fenómeno con las siguientes palabras: "Estábamos todavía a tal distancia de la costa que no la distinguiríamos antes de dos o tres horas de navegación, cuan-do de pronto mi compañero lanzó un grito y señaló el hori-zonte. Vimos en el cielo la imagen invertida de la ciudad, de tamaño natural, luminosa y trémula como si estuviera pin-tada en una Seda polvorienta, pero con exactitud concienzuda.-Podía reconstruir claramente y de memoria sus detalles, el pa-lacio Ras El Tin, la mezquita Nebi Daniel y así sucesivamen-te. La representación era tan alucinante como una obra maes-tra pintada con toques de rocío. Se mantuvo suspendida en el cielo largo rato, quizá veinticinco minutos, antes de disol-verse lentamente en la bruma del horizonte. Una hora más tarde apareció la ciudad real, un borrón que se fue hinchando hasta adquirir las dimensiones de su espejismo."
Los dos o tres inviernos que hemos pasado en esta isla han sido solitarios, inviernos duros, barridos por el viento, veranos tórridos. Por fortuna, la niña es demasiado pequeña para sentir como yo la falta de libros, de conversación. Es alegre y vivaz.

Con la primavera llegan ahora las largas calmas, los días sin mareas, sin perfumes, de la premonición. El mar se aman-sa y permanece atento. Pronto vendrán las cigarras con su música crepitante que sirve de fondo a la planta seca del pastor entre las rocas. La tortuga y la lagartija son nuestros únicos compañeros.

Debo explicar que nuestro solo vínculo regular con el mundo exterior es el correo de Esmirna que una vez por se-mana cruza por delante del promontorio rumbo al sur, siem-pre a la misma hora, a la misma velocidad, justo después de la puesta del sol. En invierno desaparece tras la mar. grue-sa y el viento, pero ahora me siento a esperarlo. Al principio sólo se oye el débil tamboríleo de las máquinas. Luego el barco se desliza alrededor del cabo, trazando su línea de es-puma sedosa en el mar, brillantemente iluminado en la oscu-ridad diáfana de la noche egea, condensada pero sin contor-nos, como una inquieta nube de luciérnagas. Pasa velozmen-te y desaparece demasiado rápido detrás del promontorio próximo, dejando tras de sí el fragmento indistinto de una canción popular -o la cáscara de una mandarina que encon-traré al día siguiente, remojada, en la larga playa de guijarros donde me baño con la niña.

La pequeña glorieta de laurel rosa bajo los plátanos: ese es mi escritorio. Después de acostar a la niña, me siento aquí, delante de la vieja mesa manchada por el aire marino, y espero al visitante, sin resolverme a encender la lámpara de parafina antes de que haya pasado. Es el único día de la semana que conozco por su nombre: jueves. Parecerá una tontería, pero en una isla donde no hay la menor distracción, espero esa visita semanal como un escolar su día feriado. Sé que el barco trae cartas por las cuales tendré que esperar quizá veinticuatro horas. Pero nunca lo veo desaparecer sin pesar. Y cuando ha pasado, suspiro, enciendo la lámpara y vuelvo a mis papeles. Escribo con tanta lentitud, con tanto esfuerzo. Pursewarden me dijo una vez, hablando de la tarea de escribir, que el sufrimiento que acompaña la creación se debía, en los artistas, tan sólo al miedo a la locura: "Fuerce un poco la mano y dígase que le importa un rábano volverse loco, ya verá que la cosa viene más rápido, que la barrera se rompe." (No sé hasta qué punto es así. Pero el dinero que me legó en su testamento me ha sido de gran ayuda, y todavía me quedan algunas libras que se interponen entre mi persona y los demonios de las deudas y el trabajo.)

Describo esta diversión semanal con cierto detalle porque en ese marco hizo irrupción Balthazar una tarde de junio, de una manera tan imprevista que me sorprendió -iba a escribir "que me ensordeció" (no hay aquí nadie con quien hablar). Esa tarde se produjo una especie de milagro. El barquito, en lugar de desaparecer como de costumbre, viró bruscamente describiendo un arco de 150 grados y entró, en la laguna, donde se detuvo, envuelto en el capullo atercio-pelado de sus luces, para arrojar, en el centro del 'charco de oro que había creado, la larga y lenta cadena del ancla que es el símbolo mismo de la búsqueda de la verdad. Con-movedor espectáculo para quien como yo, recluido en espíritu al igual que todos los escritores -como el vele-ro en la botella; que no navega a ninguna parte-, mira-ba como el indio debe haber mirado la primera embarca-ción del hombre blanco,que abordó las orillas del Nuevo Mundo.

Luego el chapoteo irregular de los remos quebrando la oscuridad, el silencio, y al cabo de.. una eternidad, las pisadas de zapatos ciudadanos en los guijarros. Una voz ronca indicó el camino. Después, el silencio. Al encender la lámpara y hacer subir la mecha para librarme del maleficio que entra-ñaba esa ruptura del orden, la grave y oscilra cara de mi amigo, como una aparición con cabeza de chivo surgida del otro mundo, se materializó entre el follaje espeso de los mir-tos. Respiramos profundamente y nos quedamos mirándonos, sonriendo bajo la luz amarilla: los oscuros rizos asirios, la barba de Pan.

-No... ¡soy yo en persona! -exclamó Balthazar lanzan-do una carcajada, y nos abrazamos frenéticamente. ¡Balthazar !

El Mediterráneo es un mar absurdamente pequeño; la mag-nitud y la grandeza de su historia nos hacen imaginarlo más grande de lo que en realidad es. Alejandría -tanto la ver-dadera como la imaginada- está a sólo unos cientos de millas marinas hacia el sur.

-Voy a Esmirna -dijo Balthazar- desde donde pen-saba enviarle esto. -Puso sobre la vieja mesa cruzada de cica-trices el manuscrito que yo le había enviado, un enorme pa-quete de papeles ajados, cubiertos de frases y párrafos inter-calados, constelados de signos de interrogación. Se sentó frente a mí con su aire mefistofélico y dijo en voz más baja, más vacilante:

-Mé he preguntado mucho tiempo si debía decirle ciertas cosas que he puesto ahí. Por momentos me parecía una lo-cura y una impertinencia. Después de todo, ¿cuál fue su propósito? ¿Pintarnos como individuos de carne y hueso o como "personajes de ficción"? No lo sabía. Ni lo sé. Estas páginas pueden ser la causa de que yo pierda su amistad sin añadir nada a todo lo que usted sabe. Usted ha pintado la ciudad, pincelada tras pincelada, sobre una superficie cur-va; ¿cuál fue su objeto: la poesía o los hechos? Si le inte-resaban los hechos, hay algunas cosas que tiene el derecho de conocer.

No me había explicado aún su sorprendente aparición, tan impaciente estaba por referirse al motivo central de su visita. Al advertir mi asombro ante la nube de luciérnagas que brillaban en la bahía habitualmente desierta, me dijo sonriendo:

-El barco se retrasará unas horas debido a una avería en las máquinas. Es de la flota de Nessim. El capitán es Hasim Kohly, un viejo amigo, ¿se acuerda de él? ¿No? Bueno,  pues de sus someras descripciones deduje dónde vivía usted; ¡pero desembacar así, a la puerta de su casa! ...

Era maravilloso oír su risa una vez más.

Pero yo apenas lo escuchaba, pues sus palabras me habían sumido en una agitación, en un deseo violento de estudiar sus comentarios, de revisar, no mi libro (que nunca había tenido la menor importancia para mí porque no se publicaría siquiera), sino mi visión de la ciudad y'de sus habitantes. Pues mi Alejandría personal había llegado a serme tan cara en aquella soledad, como un método de introspección, casi una monomanía. Estaba tan emocionado que no sabía qué decirle.

-Quédese con nosotros, Balthazar ... quédese un tiem-po...

-Partimos dentro de dos horas- -me respondió, y dando golpecitos en el montón de papeles que tenía delante, en tono de duda añadió-: Quizá esto le provoque visiones, le dé fiebre.

-Bueno... no pido nada mejor.

-Todavía somos personas réales -añadió-, por mucho que usted diga, al menos los que seguimos- viviendo. Melissa, Pursewarden no pueden, responder porque están muertos. En fin, es lo que se cree.

-Es lo que se cree. Las mejores respuestas vienen siem-pre del otro lado de la tumba. '

Nos sentamos y comenzamos a hablar del. pasado con cier-to envaramiento. Balthazar había comido a bordo y yo no tenía nada que ofrecerle salvo un vaso, del buen vino de la isla que sorbió lentamente' Después quiso ver a la hija de Melissa y lo conduje a través del bosquecillo de adelfas hasta un lugar desde dónde podíamos contemplar la gran habi-tación iluminada por el fuego, donde dormía la niña, her-mosa y grave, el. pulgar metido en la boca. Los ojos sombríos y crueles de Balthazar se suavizaron mientras la miraba dor-mir, conteniendo el aliento.

-Algún día -dijo en voz baja- Nessim querrá verla.

Muy pronto, se lo advierto. Ya ha empezado a hablar de ella, aunque le sorprenda. Con los años comenzará a sentir la necesidad de apoyarse en su hija, recuerde lo que le digo.

Y me citó en griego esta frase: "Primero los jóvenes tre-pan, como las viñas, por los melancólicos soportes de sus. mayores, que se complacen en sentir sus dedos suaves y tier-nos; luego los viejos se apoyan en los hermosos cuerpos de los jóvenes para descender a sus propias muertes."

No res-pondí nada. Ahora era la habitación misma la que respiraba, no nuestros cuerpos.

-Usted ha estado muy solo aquí -dijo Balthazar. –Pero espléndidamente, envidiablemente solo. -Sí, lo envidio. De veras.

Luego advirtió el retrato inconcluso de Justine que Clea me había dado en otra vida.

-Ese retrato -dijo- que fue interrumpido por un beso... ¡Qué alegría verlo de nuevo, qué alegría! -son-rió-. Es como escuchar una frase musical que amamos, que nos es farniliar y nos produce una emoción siempre renovada, siempre fiel.

No dije nada. No me atrevía. Se volvió hacía mí

-¿Y Clea? -añadió por último, con la voz dé quien in-terroga a un eco.

Le contesté:

-No tengo noticias de ella desde hace dos años, quizá más. El tiempo no cuenta aquí. Espero que se haya casado, que se haya ido a otro país, que tenga hijos, que llegue a ser una pintora célebre... todo lo que se le puede desear. Me miró con curiosidad y sacudió la cabeza.

-No -dijo, pero eso fue todo.

Era pasada la medianoche cuando los marinos lo llamaron desde los oscuros olivares. Lo acompañé hasta la playa, en-tristecido viéndolo partir tan pronto. Un bote esperaba en la orilla; el marinero tenía ya los remos preparados. Dijo algo en árabe.

El mar tenía una tibieza tentadora después de un día so leado de primavera, y cuando Balthazar subió al bote, se me ocurrió acompañarlo a nado hasta el barco que estaba a menos de doscientos metros de la orilla. Así lo hice y me mantuve a flote para verlo trepar la escala.

Después izaron el bote.

-Cuidado, que no lo atrape la hélice -me gritó-. Vá-yase antes de que echen a andar las máquinas...

-Sí ...

-Espere... antes de irse...

Se metió en un camarote, volvió a salir en seguida y arrojó algo al agua. Sentí a mi lado una leve salpicadura. -Una rosa de Alejandría -dijo-, de la ciudad que puede ofrecer todo a sus amantes salvo la felicidad -lan-zó una risita ahogada-. Désela a la niña.

-¡Adiós, Balthazar! -¡Escríbame... si se atreve!

Preso como una araña en una red de luces, y volvién-dome hacia los charcos amarillos que seguían flotando en-tre la orilla sombría y yo, agité la mano y él me contestó.

Con la rosa entre los dientes, hablando conmigo mismo, nadé hasta la playa de guijarros donde había dejado la ropa. Y allí, sobre la mesa, a la luz amarilla de la lámpara, el nutrido comentario de Justine, como he dado en llamarlo. El manuscrito estaba acribillado de tachaduras, de garabatos casi indescifrables; de preguntas y respuestas escritas en tin-tas de distintos colores y hasta a máquina. Me pareció en-tonces en cierto modo un símbolo de la realidad misma que habíamos compartido, un palimpsesto en el cual cada uno de nosotros había dejado sus huellas personales, capa por capa.

Y ahora, ¿tendré que aprender a verlo todo con otros ojos, deberé acostumbrarme a las verdades que Balthazar ha añadido? Me es imposible describir la emoción con que leí sus notas -a veces tan detalladas, a veces tan breves y secas-, como por ejemplo en la lista que había titulado: "Algunas falacias y falsas interpretaciones", donde decía fríamente: "Número 4. Que Justine estaba 'enamorada' de usted. Si de alguien estuvo 'enamorada', fue de Pursewar-den. ¿Qué significa esto? Que se veía obligada a utilizarlo a usted como señuelo para proteger a Pursewarden de los celos de Nessim, su marido. En cuanto a Pursewarden, no le importaba nada de ella, ¡suprema lógica del amor!"

Una vez más evoqué la ciudad irguiéndose contra el es-pejo chato del lago verde y los lomos irregulares de piedra arenisca que señalaban los límites del desierto. La política del amor, las intrigas del deseo, el bien y el mal, la virtud y el capricho, el amor y el crimen se movían oscuramente en los rincones sombríos de las calles y plazas de Alejan-dría, en los burdeles y salones, como un gran banco de anguilas en el fango de las conspiraciones y contraconspi-raciones.

Era casi el alba cuando abandoné el fascinante montón de papeles con sus comentarios sobre mi verdadera vida (in-terior), y como un borracho me fui a la cama tambaleándo-me, con la cabeza a punto de estallar, resonante de los ecos de la ciudad, la única ciudad donde todavía pueden encon-trarse y unirse todas las razas y todas-las costumbres, donde se entrecruzan los destinos más íntimos. En el momento de hundirme en el sueño, oí la voz de mi amigo que me re-petía: "¿Qué es lo que le interesa saber?...  ¿qué más le interesa saber?" "Tengo que saberlo todo para liberarme - por fin de la ciudad" -respondí en mi sueño.

"Cuando se arranca una flor, la rama vuelve a su posi-ción primitiva. Con las cosas del corazón no ocurre lo mis-mo”,  decía un día Clea a Balthazar.

Y así, con lentitud, con repugnancia, volví al punto de partida, como un hombre que al final de un viaje terrible se entera de que lo ha hecho dormido. "La verdad -me dijo una vez Balthazar mientras se sonaba en un viejo cal-cetín de tenis-, la verdad... no hay nada que, con el tiempo, se contradiga más."

Y Pursewarden, en otra ocasión, aunque no menos me-morable: "Si las cosas fueran siempre lo que parecen, ¡qué empobrecida quedaría la imaginación del hombre!"

¿Cómo me libraré para siempre de esta ciudad ramera entre todas las ciudades: mar, desierto, minaretes, arena, mar?

No. Tengo que ponerlo todo por escrito, fríamente, hasta que pase el tiempo de la memoria y el deseo. Sé que la llave que trato de hacer girar está en mí mismo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

LOPE DE VEGA: MONSTRUO DE LA NATURALEZA


Félix Lope de Vega y Carpio, nació y murió en Madrid, 25 de noviembre de 1562-27 de agosto de 1635.

Lope de Vega procedía de una familia humilde y su vida fue sumamente agitada y llena de lances amorosos. Estudió en los jesuitas de Madrid (1574) y cursó estudios universitarios en Alcalá (1576), aunque no consiguió el grado de bachiller.

Debido a la composición de unos libelos difamatorios contra la comedianta Elena Osorio (Filis) y su familia, por desengaños amorosos, Lope de Vega fue desterrado de la corte (1588-1595). No fue éste el único proceso en el que se vio envuelto: en 1596, después de ser indultado en 1595 del destierro, fue procesado por amancebamiento con Antonia de Trillo.

Estuvo enrolado, al menos, en dos expediciones militares, una la que conquistó la isla Terceira en las Azores (1583), al mando de don Álvaro de Bazán, y la otra, en la Armada Invencible. Fue secretario de varios personajes importantes, como el marqués de Malpica o el duque de Alba, y a partir de 1605 estuvo al servicio del duque de Sessa, relación sustentada en una amistad mutua.

Lope se casó dos veces: con Isabel de Urbina (Belisa), con la que contrajo matrimonio por poderes tras haberla raptado antes de salir desterrado de Madrid, y con Juana de Guardo en 1598. Aparte de estos dos matrimonios, su vida amorosa fue muy intensa, ya que mantuvo relaciones con numerosas mujeres, incluso después de haber sido ordenado sacerdote. Entre sus amantes se puede citar a Marina de Aragón, Micaela Luján (Camila Lucinda) con la que tuvo dos hijos, Marcela y Lope Félix, y Marta de Nevares (Amarilis y Marcia Leonarda), además de las ya citadas anteriormente.

La obra y la biografía de Lope de Vega presentan una gran trabazón, y ambas fueron de una exuberancia casi anormal. Como otros escritores de su tiempo, cultivó todos los géneros literarios.

La primera novela que escribió, La Arcadia (1598), es una obra pastoril en la que incluyó numerosos poemas. En Los pastores de Belén (1612), otra novela pastoril pero «a lo divino», incluyó, de nuevo, numerosos poemas sacros. Entre estas dos apareció la novela bizantina El peregrino en su patria (1604), que incluye cuatro autos sacramentales. La Filomena y La Circe contienen cuatro novelas cortas de tipo italianizante, dedicadas a Marta de Nevares. A la tradición de La Celestina, la comedia humanística en lengua vulgar, se adscribe La Dorotea, donde narra sus frustrados amores juveniles con Elena Osorio.

Su obra poética usó de todas las formas posibles y le atrajo por igual la lírica popular y la culterana de Góngora, aunque, en general, defendió el «verso claro». Por un lado están los poemas extensos y unitarios, de tono narrativo y asunto a menudo épico o mitológico, como, por ejemplo: La Dragontea (1598), La hermosura de Angélica (1602), inspirado en el Orlando de Ariosto, Jerusalén conquistada (1609), basada en Tasso, La Andrómeda (1621), La Circe (1624). De temática religiosa es El Isidro (1599) y también los Soliloquios amorosos (1626). La Gatomaquia (1634) es una parodia épica.

En cuanto a los poemas breves, su lírica usó de todos los metros y géneros. Se encuentra recogida en las Rimas (1602), Rimas sacras (1614), Romancero espiritual (1619), Triunfos divinos con otras rimas sacras (1625), Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos (1634) y la Vega del Parnaso (1637).

Donde realmente vemos al Lope renovador es en el género dramático. Después de una larga experiencia de muchos años escribiendo para la escena, Lope compuso, a petición de la Academia de Madrid, el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609). En él expone sus teorías dramáticas que vienen a ser un contrapunto a las teorías horacianas, expuestas en la Epístola a los Pisones.

De las tres unidades -acción, tiempo y lugar-, Lope sólo aconseja respetar la unidad de acción para mantener la verosimilitud, y rechaza las otras dos, sobre todo en las obras históricas, donde se comprende el absurdo de su observación, aconseja la mezcla de lo trágico y lo cómico (en consonancia con el autor de La Celestina), de ahí la enorme importancia de la figura del gracioso en su teatro y, en general, en todas las obras del Siglo de Oro, regulariza el uso de las estrofas de acuerdo con las situaciones y acude al acervo tradicional español para extraer de él sus argumentos (crónicas, romances, cancioncillas).
En general, las obras teatrales de Lope de Vega giran en torno a dos ejes temáticos, el amor y el honor, y su público es de lo más variado, desde el pueblo iletrado hasta el más culto y refinado. De su extensísima obra, más de «mil quinientas» según palabras del propio autor, se conservan unas trescientas de atribución segura.

La temática es tan variada que resulta de difícil clasificación. El grupo más numeroso es el de comedias de capa y espada, basadas en la intriga de acción amorosa: La dama boba, Los melindres de Belisa, El castigo del discreto, El caballero del milagro, La desdichada Estefanía, La discreta enamorada, El castigo sin venganza, Amar sin saber a quién y El acero de Madrid. De tema caballeresco: La mocedad de Roldán y El marqués de Mantua. De tema bíblico y vidas de santos: La creación del mundo y El robo de Dina. De historia clásica: Contra valor no hay desdicha. De sucesos históricos españoles: El bastardo Mudarra y El duque de Viseo.

Sus obras más conocidas son las que tratan los problemas de abusos por parte de los nobles, situaciones frecuentes en el caos político de la España del s. XV, entre ellas se encuentran: La Estrella de Sevilla, Fuente Ovejuna, El mejor alcalde, el rey, Peribáñez y el comendador de Ocaña y El caballero de Olmedo. De tema amoroso son La doncella Teodor, El perro del hortelano, El castigo del discreto, La hermosa fea y La moza de cántaro.


De verdadero MONSTRUO DE LA NATURALEZA TRANSCRIBO UN PARLAMENTO DE FUENTEOVEJUNA .

Fuenteovejuna ha sido considerada una de las obras maestras de Lope de Vega, destacada dentro de toda su vastísima producción, en ella se evidencia la indiscutida experiencia poética y teatral del autor.
El carácter histórico de Fuenteovejona sitúa su acción en la España de finales de siglo XV, época en la que se sucede la incursión de una nueva ideología que proponía una concentración del poder en manos del rey, contrapuesta a la anterior ideología feudal, además de la división de la nobleza castellana, originando hechos como el ocurrido en Fuenteovejuna en 1476, en el que el pueblo enfurecido asesina al señor de la aldea, Fernán Gómez, Comendador de la Orden de Calatrava, debido a su proceder deshonesto y violento.
En Fuenteovejuna se ve representada el alma del pueblo en una situación histórica puntual, poniendo de manifiesto sentimientos e ideales propios de la humanidad tales como el honor, la justicia y la libertad.

Parlamento aún hoy vigente después pasados más de 400 años...


LAURENCIA:               Por muchas razones,
               y sean las principales:
               porque dejas que me roben
               tiranos sin que me vengues,
               traidores sin que me cobres.
               Aún no era yo de Frondoso,
               para que digas que tome,
               como marido, venganza;
               que aquí por tu cuenta corre;
               que en tanto que de las bodas
               no haya llegado la noche,        
               del padre, y no del marido,
               la obligación presupone;
               que en tanto que no me entregan
               una joya, aunque la compren,
               no ha de correr por mi cuenta        
               las guardas ni los ladrones.
               Llevóme de vuestros ojos
               a su casa Fernán Gómez;
               la oveja al lobo dejáis
               como cobardes pastores.    
               ¿Qué dagas no vi en mi pecho?
               ¿Qué desatinos enormes,
               qué palabras, qué amenazas,
               y qué delitos atroces,
               por rendir mi castidad      
               a sus apetitos torpes?
               Mis cabellos ¿no lo dicen?
               ¿No se ven aquí los golpes
               de la sangre y las señales?
               ¿Vosotros sois hombres nobles?        
               ¿Vosotros padres y deudos?
               ¿Vosotros, que no se os rompen
               las entrañas de dolor,
               de verme en tantos dolores?
               Ovejas sois, bien lo dice        
               de Fuenteovejuna el hombre.
               Dadme unas armas a mí
               pues sois piedras, pues sois tigres...
               --Tigres no, porque feroces
               siguen quien roba sus hijos,    
               matando los cazadores
               antes que entren por el mar
               y pos sus ondas se arrojen.
               Liebres cobardes nacistes;
               bárbaros sois, no españoles.      
               Gallinas, ¡vuestras mujeres
               sufrís que otros hombres gocen!
               Poneos ruecas en la cinta.
               ¿Para qué os ceñís estoques?
               ¡Vive Dios, que he de trazar    
               que solas mujeres cobren
               la honra de estos tiranos,
               la sangre de estos traidores,
               y que os han de tirar piedras,  
               hilanderas, maricones,
               amujerados, cobardes,
               y que mañana os adornen
               nuestras tocas y basquiñas,
               solimanes y colores!        
               A Frondoso quiere ya,
               sin sentencia, sin pregones,
               colgar el comendador
               del almena de una torre;
               de todos hará lo mismo;        
               y yo me huelgo, medio-hombres,
               por que quede sin mujeres
               esta villa honrada, y torne
               aquel siglo de amazonas,
               eterno espanto del orbe.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

PEDRO SALINAS CON P DE POETA.



Pedro Salinas
Vida
Pedro Salinas Serrano (Madrid, 27 de noviembre de 1891 – Boston, 4 de diciembrede 1951) fue un escritor español conocido sobre todo por su poesía y ensayos. Se leadscribe a la generación del 27.Estudió Derecho y Filosofía y Letras. Dedicó su vida a la docencia universitaria, quecomenzó como lector de español en La Sorbona desde 1914 a 1917. Allí se doctoró enLetras y adquirió un gran amor por la obra de Marcel Proust, de cuyo À la recherche dutemps perdu tradujo al castellano los tres primeros volúmenes.Se casó en 1915 con Margarita Bonmatí Botella, de Santa Pola. Salinas le escribiócada día una carta de amor y ese epistolario fue recogido en “Cartas de amor a Margarita”(1912–1915) por su hija Soledad Salinas; también tuvo otro hijo, Jaime Salinas, editor yescritor, que ha ganó el premio Comillas de biografía por su libro “Travesías: Memorias”(1925–1955).En 1918 Salinas consigue una cátedra en la Universidad de Sevilla (donde tuvocomo alumno a Luis Cernuda) y entre 1922 y 1923 enseñó en Cambridge; pasó luego a lade Murcia (1923–1925). En 1925 publicó una versión modernizada del Cantar de Mio Cid.En 1926 pasó a la Universidad de Madrid donde fundará en 1932 la revista Índice Literariopara dar cuenta de las novedades literarias hispánicas. Escribió en la revista “Los CuatroVientos”. Entre 1928 y 1936 fue investigador del Centro de Estudios Históricos, donde seencargó de la sección de literatura moderna.Fue nombrado profesor de la Escuela Central de Idiomas y secretario general de laUniversidad Internacional de Verano de Santander. Allí conoció en el verano de 1932 a unaestudiante norteamericana, Katherine R. Whitmore. Ella es la destinataria de su trilogíapoética “La voz a ti debida”, “Razón de amor” y “Largo lamento”; este romance semantuvo aún cuando Katherine regresó a Estados Unidos para proseguir sus estudios, enforma epistolar; volvió para el curso académico 1934–1935, pero la mujer de Salinas lodescubrió e intentó suicidarse. Ante esto Katherine intentó poner fin a la relación, pero laGuerra Civil y el exilio del vate en Norteamérica, dificultaron estos propósitos; de todasformas, en 1939 Katherine se casó con su colega Brewer Whitmore y, aunque tuvo aúnesporádicas noticias sobre Salinas, la conexión se rompió definitivamente. Se vieron porúltima vez en 1951, y Katherine falleció en 1982; autorizó sin embargo la publicación desu Epistolario con Salinas.Sostuvo una temprana, duradera y gran amistad con Jorge Guillén, de trayectoriamuy parecida a la suya y con quien inició un activo epistolario que también ha sidopublicado. Menos conocida es la amistad que sostuvo con Miguel Hernández.La Guerra Civil Española le sorprendió en Santander como secretario en laUniversidad Internacional de Verano (lo que fue entre 1936 y 1939). Marchó a Américapara enseñar en la universidad de Wellesley College y en la Universidad Johns Hopkins deBaltimore, en Estados Unidos. En el verano de 1943 se trasladó a la Universidad de PuertoRico. En 1946 regresó a su cátedra de la Universidad Johns Hopkins. Falleció en Boston el 4de diciembre de 1951, siendo enterrado sin embargo en San Juan de Puerto Rico.


De este poeta transcribo dos poemas representativos:

¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras!
Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
«¡si me llamaras, sí, si me llamaras!»
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: «No te vayas».

(Del poemario: LA VOZ A TI DEBIDA, 1933)

Te busco.
No en tu nombre, si lo dicen,
no en tu imagen, si la pintan.
Detrás, detrás, más allá.
     
Por detrás de ti te busco.
No en tu espejo, no en tu letra,
ni en tu alma.
Detrás, más allá.

     
También detrás, más atrás      
de mí te busco. No eres
lo que yo siento de ti.
No eres
lo que me está palpitando
con sangre mía en las venas,
sin ser yo.      
Detrás, más allá te busco.

     
Por encontrarte, dejar
de vivir en ti, en mí,
y en los otros.
Vivir ya detrás de todo,
al otro lado de todo
-por encontrarte-
como si fuese morir.

(Del poemario: LA VOZ A TI DEBIDA, 1933)

martes, 20 de noviembre de 2012

JORGE MANRIQUE. POETA.


Jorge Manrique (Paredes de Nava, Palencia o Segura de la Sierra, Jaén, ¿1440? – Santa María del Campo Rus, Cuenca, 24 de abril de 1479)2 fue un poeta español del Prerrenacimiento, sobrino del también poeta Gómez Manrique. Es autor de las Coplas a la muerte de su padre, uno de los clásicos de la literatura española de todos los tiempos.

  Biografía

  Por lo general, se supone que Jorge Manrique de Lara nació en Paredes de Nava (Palencia), aunque también cabe la posibilidad de que naciese en Segura de la Sierra (Jaén), cabeza de la encomienda que administraba el maestre Rodrigo Manrique, su padre, y principal estancia de los Manrique. También se suele afirmar que nació entre la segunda mitad de 1439 y la primera de 1440, pero lo único cierto es que no nació antes de 1432, cuando quedó concertado el matrimonio de sus padres, ni después de 1444, cuando Rodrigo Manrique, muerta doña Mencía de Figueroa, madre de Jorge Manrique y natural de Beas de Segura, pidió dispensa para casarse de nuevo.

  La misma indeterminación existe en torno a su infancia, que quizá transcurrió en Segura de la Sierra, y su juventud, hasta 1465, año en que un documento le cita por vez primera. Lo que es seguro es que asumió por completo la línea de actuación política y militar de su extensa familia castellana: como sus demás parientes, fue partidario de combatir a los musulmanes y participó en el levantamiento de los nobles contra Enrique IV de Castilla, intervino en la victoria de Ajofrín y también jugó un papel en las intrigas y luchas en torno a la subida al trono de los Reyes Católicos, a favor de Isabel I y contra Juana la Beltraneja.

  Su padre, Rodrigo Manrique, Conde de Paredes de Nava, que era maestre de la Orden de Santiago (aunque nunca fue oficialmente reconocido como tal), fue uno de los hombres más poderosos de su época y murió víctima de un cáncer que le desfiguró el rostro en 1476. Su madre murió cuando Manrique era un niño. Estudió Humanidades y las tareas propias de militar castellano. Su tío, Gómez Manrique, era también poeta eminente y autor dramático, y no faltaron en su familia otros hombres de armas y letras. La familia de los Manrique de Lara era una de las más antiguas familias nobles de España y poseía algunos de los títulos más importantes de Castilla, como el Ducado de Nájera, el Condado de Treviño y el Marquesado de Aguilar de Campoo, así como varios cargos eclesiásticos. Jorge Manrique se casó en 1470 con la joven hermana de su madrastra, doña Guiomar.

  A los 24 años participa en los combates del asedio al castillo de Montizón (Villamanrique, Ciudad Real), donde ganará fama y prestigio como guerrero. Su lema era «Ni miento ni me arrepiento». Permaneció un tiempo preso en Baeza donde murió su hermano Rodrigo, tras su entrada militar en la ciudad para ayudar a sus aliados, los Benavides, frente a los delegados regios (el conde de Cabra y el mariscal de Baena). Se enroló después con las tropas del bando de Isabel y Fernando en la guerra contra los partidarios de Juana la Beltraneja. Como teniente de la reina en Ciudad Real, junto a su padre don Rodrigo, hizo levantar el asedio que a Uclés habían puesto Juan Pacheco y el arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo de Acuña. En esa guerra, en una escaramuza cercana al castillo de Garcimuñoz en Cuenca, defendido por el Marqués de Villena, fue herido de muerte en 1479, probablemente hacia la primavera. Como con el nacimiento, hay distintas versiones sobre el suceso: algunos cronistas coetáneos como Hernando del Pulgar y Alonso de Palencia dan testimonio de que murió en la misma pelea, frente a los muros del castillo, o justo a continuación.3 Otros, como Jerónimo Zurita, sostuvieron con posterioridad (1562) que su muerte tuvo lugar días después de la batalla, en Santa María del Campo Rus (Cuenca), donde estaba su campamento. Rades de Andrada señaló cómo se le encontraron entre sus ropas dos coplas que comienzan «¡Oh mundo!, pues que me matas...». Fue enterrado en el monasterio de Uclés, cabeza de la orden de Santiago. La guerra terminó pocos meses después, en septiembre.

  Señor de Belmontejo de la Sierra (actual Villamanrique), comendador del castillo de Montizón, Trece de Santiago, duque de Montalvo por concesión aragonesa y capitán de hombres de armas de Castilla, fue más un guerrero que escritor, pese a lo cual fue también un insigne poeta, considerado por algunos como el primero del Prerrenacimiento. El idioma español sale de la Corte y de los monasterios para encontrarse con el autor individual que frente a un hecho trascendental de su vida, resume en una obra todo el sentir de su corta existencia y salva para la posteridad no sólo a su padre como guerrero, sino a sí mismo como poeta.

  Obra

  Su obra poética no es extensa, apenas unas 40 composiciones. Se suele clasificar en tres grupos: amoroso, burlesco y doctrinal. Son, en general, obras satíricas y amorosas convencionales dentro de los cánones de la poesía cancioneril de la época, todavía bajo influencia provenzal, con un tono de galantería erótica velada por medio de finas alegorías.

  Sin embargo, entre toda ella, destacan de forma señera por unir tradición y originalidad las Coplas por la muerte de su padre. En ellas Jorge Manrique hace el elogio fúnebre o planto de su padre, Don Rodrigo Manrique, mostrándolo como un modelo de heroísmo, de virtudes y de serenidad ante la muerte. El poema es uno de los clásicos de la literatura española de todos los tiempos y ha pasado al canon de la literatura universal. Lope de Vega llegó a decir de ella que «merecía estar escrita en letras de oro». En ella se progresa en el tema de la muerte desde lo general y abstracto hasta lo más concreto y humano, la muerte del padre del autor. Esboza Manrique la existencia de tres vidas: la humana y mortal, la de la fama, que es más larga, y la eterna, que no tiene fin. El propio poeta se salva y salva a su padre mediante la vida de la fama que le otorgan no sólo sus virtudes como caballero y guerrero cristiano, sino mediante la palabra poética, tal como concluye el poema:


  Dejónos harto consuelo / su memoria.

  La memoria que deja su hijo en estas coplas y que sirve para salvar tanto al padre guerrero como al hijo poeta para la posteridad. La métrica adoptada, la copla de pie quebrado, presta al poema, al decir de Azorín en Al margen de los clásicos, una gran sentenciosidad y un ritmo quebradizo y fúnebre como el repique funeral de una campana. La inspiración bíblica viene desde el Eclesiastés y los Comentarios morales al Libro de Job de San Gregorio. Resuena asimismo el fatalismo de los tópicos medievales del ubi sunt?, vanitas vanitatum, homo viator. Se dispone actualmente de una edición crítica de las Coplas debida a Vicenç Beltrán (Barcelona: PPU, 1991), los testimonios más antiguos de las Coplas a la muerte de su padre proceden de los cancioneros de Baena, de Egerton y de Oñate-Castañeda, así como de las primeras ediciones (las de Hurus y Centenera). Fueron glosadas por innumerables autores (Alonso de Cervantes, Rodrigo de Valdepeñas, Diego Barahona, Jorge de Montemayor, Francisco de Guzmán, Gonzalo de Figueroa, Luis de Aranda, Luis Pérez y Gregorio Silvestre) e incluso merecieron el honor de una traducción al latín, y su influjo se hace sentir en grandes poetas como Andrés Fernández de Andrada, Francisco de Quevedo o Antonio Machado.

  Los recursos métricos de su poesía prefieren las formas pequeñas y preciosistas frente a las vastas composiciones denominadas decires. Se limitan al uso reiterado de la canción trovadoresca, la copla real, la copla castellana, la copla de pie quebrado (de la que fue inventor su tío, el también gran poeta Gómez Manrique), la esparza (una sola estrofa que condensa un pensamiento artísticamente expresado) y la copla de arte menor. La rima en ocasiones no está muy cuidada. No abusa del cultismo y prefiere un lenguaje llano frente a poetas como Juan de Mena y el Marqués de Santillana y, en general, de la lírica cancioneril de su tiempo, ese es un rasgo que individualiza bastante al autor en una época en que la presunción cortesana hacía a los líricos cancioneriles exhibir su ingenio mediante un prematuro conceptismo o bien demostrando sus conocimientos con el latinizamiento de la escuela alegórico-dantesca. El estilo de Jorge Manrique anuncia la claridad y el equilibrio renacentistas, y la expresión es llana y serena, acompañada de símiles, como es propio del sermo humilis o estilo humilde, el natural y común de la literatura didáctica. Hay incluso vulgarismos, que dan un aire de sencillez y sobriedad, y que los hace encajar perfectamente en las técnicas retóricas y juegos de palabras típicos de los poetas cuatrocentistas. Por otra parte, la importancia que se da a la vida que proporciona la fama y la gloria mundana, frente al ubi sunt? medieval, es también un rasgo de antropocentrismo que anuncia el Renacimiento.

  Las dos composiciones dedicadas a su mujer deben ser de la época de su matrimonio, hacia 1470, las Coplas, del verano de 1477, las Coplas póstumas serán, según la rúbrica que las acompaña, de poco antes de su muerte y la Pregunta a Guevara, de hacia 1465.

POEMAS
Coplas por la muerte de su padre


  Recuerde el alma dormida,          
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte              5
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,             10
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,                           15
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar             20
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.

  Nuestras vidas son los ríos        25
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;                          30
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos          35
y los ricos.

Invocación:

  Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,            40
que traen yerbas secretas
sus sabores;
A aquél sólo me encomiendo,
aquél sólo invoco yo
de verdad,                           45
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.

  Este mundo es el camino
para el otro, que es morada          50
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,             55
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.                         60

  Este mundo bueno fue
si bien usáramos de él
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél                  65
que atendemos.
Aun aquel hijo de Dios,
para subirnos al cielo
descendió
a nacer acá entre nos,               70
y a vivir en este suelo
do murió.

  Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,                          75
que en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdamos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados           80
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.

  Decidme: la hermosura,             85
la gentil frescura y tez
de la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?                       90
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal              95
de senectud.

  Pues la sangre de los godos,
y el linaje y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías y modos            100
se pierde su gran alteza             
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuán bajos y abatidos
que los tienen!                      105
otros que, por no tener,             
con oficios no debidos
se mantienen.

  Los estados y riqueza
que nos dejan a deshora,             110
¿quién lo duda?                  
no les pidamos firmeza,
pues son de una señora
que se muda.
Que bienes son de Fortuna            115
que revuelven con su rueda           
presurosa,
la cual no puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.                         120

  Pero digo que acompañen              
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso nos engañen,
pues se va la vida apriesa           125
como sueño;                      
y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de allá,             130
que por ellos esperamos,              
eternales.

  Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,                         135
no son sino corredores,              
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta             140
sin parar;                       
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.

  Si fuese en nuestro poder          145
hacer la cara hermosa                
corporal,
como podemos hacer
el alma tan glorïosa,
angelical,                           150
¡qué diligencia tan viva             
tuviéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cativa,
dejándonos la señora                 155
descompuesta!                    

  Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
por casos tristes, llorosos,         160
fueron sus buenas venturas           
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,                          165
así los trata la muerte              
como a los pobres pastores
de ganados.

  Dejemos a los troyanos,
que sus males no los vimos           170
ni sus glorias;
dejemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus historias.
No curemos de saber                  175
lo de aquel siglo pasado
qué fue de ello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.                        180

  ¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención           185
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?               190
¿qué fueron sino verduras
de las eras?

  ¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?                          195
¿Qué se hicieron las llamas          
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas                200
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?

  Pues el otro, su heredero,         205
don Enrique, ¡qué poderes
alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán halaguero
el mundo con sus placeres
se le daba!                          210
Mas verás cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuán poco duró con él               215
lo que le dio!

  Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos de oro,
las vajillas tan febridas,           220
los enriques y reales
del tesoro;
los jaeces, los caballos
de sus gentes y atavíos
tan sobrados,                        225
¿dónde iremos a buscallos?
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?

  Pues su hermano el inocente,
que en su vida sucesor               230
se llamó,
¡qué corte tan excelente
tuvo y cuánto gran señor
le siguió!
Mas, como fuese mortal,              235
metióle la muerte luego
en su fragua.
¡Oh, juïcio divinal,
cuando más ardía el fuego,
echaste agua!                        240

  Pues aquel gran Condestable,
maestre que conocimos
tan privado,
no cumple que de él se hable,        
sino sólo que lo vimos               245
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?          250
¿Qué fueron sino pesares
al dejar?

  Y los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,                          255
que a los grandes y medianos
trajeron tan sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
que tan alta fue subida              260
y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
fue amatada?

  Tantos duques excelentes,          265
tantos marqueses y condes
y varones
como vimos tan potentes,
di, muerte, ¿dó los escondes
y traspones?                         270
Y las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las atierras           275
y deshaces.

  Las huestes innumerables,
los pendones, estandartes
y banderas,
los castillos impugnables,           280
los muros y baluartes
y barreras,
la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
¿qué aprovecha?                      285
que si tú vienes airada,
todo lo pasas de claro
con tu flecha.

  Aquél de buenos abrigo,
amado por virtuoso                   290
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente;
sus hechos grandes y claros          295
no cumple que los alabe,
pues los vieron,   
ni los quiero hacer caros
pues que el mundo todo sabe
cuáles fueron.                       300

  Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforzados           305
y valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Cuán benigno a los sujetos!         310
¡A los bravos y dañosos,
qué león!

  En ventura Octaviano;
Julio César en vencer
y batallar;                          315
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
y trabajar;
en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad                  320
con alegría;
en su brazo, Aureliano;
Marco Tulio en la verdad
que prometía.

  Antonio Pío en clemencia;          325
Marco Aurelio en igualdad
del semblante;
Adriano en elocuencia;
Teodosio en humanidad
y buen talante;                      330
Aurelio Alejandro fue
en disciplina y rigor
de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el gran amor               335
de su tierra.

  No dejó grandes tesoros,
ni alcanzó muchas riquezas
ni vajillas;
mas hizo guerra a los moros,         340
ganando sus fortalezas
y sus villas;
y en las lides que venció,
muchos moros y caballos
se perdieron;                        345
y en este oficio ganó
las rentas y los vasallos
que le dieron.

  Pues por su honra y estado,
en otros tiempos pasados,            350
¿cómo se hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos y criados
se sostuvo.
Después que hechos famosos           355
hizo en esta misma guerra
que hacía,
hizo tratos tan honrosos
que le dieron aún más tierra
que tenía.                           360

  Estas sus viejas historias
que con su brazo pintó
en juventud, 
con otras nuevas victorias
ahora las renovó                     365
en senectud.
Por su grande habilidad,
por méritos y ancianía
bien gastada,
alcanzó la dignidad                  370
de la gran Caballería
de la Espada.

  Y sus villas y sus tierras
ocupadas de tiranos
las halló;                           375
mas por cercos y por guerras
y por fuerza de sus manos
las cobró.
Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró             380
fue servido,
dígalo el de Portugal
y en Castilla quien siguió
su partido.
                                 
  Después de puesta la vida          385
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero:                           390
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la muerte a llamar              395
a su puerta,

  diciendo: «Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,            400
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,                         405
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.

  No se os haga tan amarga
la batalla temerosa                  410
que esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
acá dejáis,
(aunque esta vida de honor           415
tampoco no es eternal
ni verdadera);
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal
perecedera.                          420

  El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados             425
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,              430
con trabajos y aflicciones
contra moros.

  Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
de paganos,                          435
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;
y con esta confianza
y con la fe tan entera               440
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganaréis.»

  «No tengamos tiempo ya             445
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;                           450
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera         455
es locura.

Oración:

  Tú, que por nuestra maldad,
tomaste forma servil
y bajo nombre;
tú, que a tu divinidad               460
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
en tu persona,                       465
no por mis merecimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona.»

Fin:

  Así, con tal entender,
todos sentidos humanos               470
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio        475
(en cual la dio en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria.                          480

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