
Lawrence Durrell: "monomaníaca preocupación erótica"
Un reportero sueco
difundió hace unos días los argumentos que tiene en cuenta el comité que decide el
Nobel de
Literatura para conceder o denegar el magno y siempre polémico premio.
¿Análisis semióticos? ¿Comparación de textos? ¿Interpretaciones críticas? ¿Sesudos razonamientos y premisas seguidos de conclusiones deductivas? No va por ahí la cosa: se trata de algo que procede de la praxis de andar por casa del batín guateado y el coñac.

Graham Greene, nunca
¿Quién ganó a Tolkien, Durrell, Moravia, Frost, Forster y los otros dos finalistas de 1961, nada menos que
Graham Greene y
Karen Blixen? El jurado decidió otorgar el galardón, “por la fuerza épica con la que ha reflejado temas y descrito destinos humanos de la historia de su país”, al poeta yugoslavo
Ivo Andrić. Quizá a ustedes no les suene.
No se inquieten: somos millones.Hoy dedicamos nuestra sección de los miércoles,
Cotilleando a…, a unas cuantas sombras, polémicas, injusticias, desafueros, iniquidades y disparates del Nobel de Literatura (1,4 millones de dólares en metálico, diploma, medalla de oro y un televisadísimo y muy ventajoso en términos de
royalties ‘choca esos cinco’ con el Rey de Suecia).

Borges y la "tradición escandinava"
2. La Academia Sueca nunca quedó mejor retratada en su medianía como hurtando el premio a Borges, nominado casi todos los años desde la década de los sesenta. Se especula que en 1977 habían decidido dárselo (a medias con el español
Vicente Aleixandre), pero reconsideraron la propuesta porque Borges fue a Chile a recibir
una medalla que entregaba el dictador Augusto Pinochet (sin justificar al escritor, conviene recordar que los premiados
Jean-Paul Sarte (1964) y
Pablo Neruda (1971) apoyaron de palabra, obra y actos al mayor asesino de masas de la historia,
José Stalin). Cuando le preguntaron si sabía que ponía en peligro el Nobel, Borges dijo: “Pero fíjese que yo sabía que me jugaba el Premio Nobel cuando fui a Chile y el presidente ¿cómo se llama?… Sí, Pinochet, me entregó la condecoración. Yo quiero mucho a Chile y entendí que me condecoraba la nación chilena, mis lectores chilenos”. En 1981 un periodista preguntó a Borges: “¿A qué atribuye que no le hayan dado el Nobel de Literatura?”.
El escritor respondió: “A la sabiduría sueca”. En otra ocasión dijo: “Yo siempre seré el futuro Nobel. Debe ser una tradición escandinava”. Según una de sus biografías, a Borges le afectaba el ninguneo más de lo que simulaba. Cada octubre recibía la noticia de que no había obtenido el Nobel “con humor agridulce y el corazón apretado” y “adoptó aires de perdedor experto”.

Sartre y De Beauvoir
3. Jean-Paul Sartre
rechazó el premio en 1964 porque no deseaba ser “institucionalizado por el Oeste o por el Este” (“no es lo mismo si firmo Jean-Paul Sartre que si firmo Jean-Paul Sartre, Premio Nobel”, dijo). El escándalo fue mayúsculo. Al autor de
La náusea le llovieron los insultos. Le llamaron
“hiena dactilográfica” y “delincuente del espíritu”, le describieron como un “pequeño hombrecillo de los ojos desviados, aquel que parece saberlo todo” y le acusaron de ejercer el “excrementalismo sartreano”. Recibió centenares de cartas de personas humildes que lo impulsaban a aceptar el premio y donar el dinero. La prensa rosa terció en el asunto: adujo que Sartre había rechazado el Nobel para evitar los celos de
Simone de Beauvoir, su compañera sentimental. Sartre escribió: “Rechazo 26 millones [de francos de entonces] y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más porque la gente va a decirse: ‘¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?’. Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me habría dejado recuperar por el sistema”. La Academia sueca se hizo la sueca: “El laureado nos informa que él no desea recibir este premio, pero el hecho de que él lo haya rechazado no altera en nada la validez de la concesión”. En suma: muy a su pesar,
Sartre sigue figurando entre los laureados.

Philip Roth, "aislado, insular"
4. La última polémica dura se desató en 2008, cuando el entonces secretario de la Academia Sueca,
Horace Engdahl,
declara sin sonrojo a una agencia de prensa que
“Europa todavía es el centro literario del mundo”, acusa a los EE UU de ser una nación “demasiado aislada, demasiado insular” [Suecia tiene 9,4 millones de habitantes, menos que la ciudad de Nueva York] y a sus literatos de ser “sensibles a las tendencias de su propia cultura de masas”. La crítica literaria estadounidense aprovecha la concesión del premio de 2009 a la rumano-alemana
Herta Müller para tildar a los académicos de “eurocéntricos” y, con bastante razón, menciona, entre otros, a
Philip Roth, autor de refinado y astuto cosmopolitismo que introdujo en los EE UU a notables escritores europeos como
Danilo Kiš,
Witold Gombrowicz,
Milan Kundera y
Primo Levi, que tampoco ganaron el Nobel. La última escritora de los EE UU en obtener el premio fue
Toni Morrison en 1993 (en total,
una decena de estadounidenses lo han ganado). Europa ha dominado con carácter casi autárquico el galardón en las últimas décadas. Hay escasas excepciones:
Mario Vargas Llosa [que tiene nacionalidad española] (2010), el turco
Orhan Pamuk (2006), el sudafricano
J.M. Coetzee(2003), el chino
Gao Xingjian (2000), el japonés
Kenzaburo Oe (1994)…
5. Desde la primera edición del Nobel (1901), los escritores suecos han recibido más premios que los de toda Asia.

Elfriede Jelinek, "masa de texto"
6. El premio a la austriaca
Elfriede Jelinek (2004), una especie de Lucía Etxebarría centroeuropea y sin tufo a paella, derivó en la renuncia del académico
Knut Ahnlund, que habló de la concesión como
“un daño irreparable” al prestigio del Nobel y a las “fuerzas progresistas” y calificó la obra de la escritora como “una masa de texto sin el menor rastro de estructura artística”. Unos años antes, en 1989, otro par de académicos,
Kerstin Ekman y Lars Gyllensten, dimitieron en protesta por el silencio de la institución sobre la condena a muerte dictada por el
Ayatolá Jomeini contra el escritor
Salman Rushdie (propuesto como candidato pero rechazado por ser “demasiado popular”, según declaró un miembro del jurado). Ese año se llevó el premio el escritor español
Camilo José Cela.
7. El año de la gran vergüenza para los académicos fue 1974, cuando el Nobel se lo llevaron los escritores suecos
Eyvind Johnson y Harry Martinson, desconocidos fuera de su país y
asiduos miembros de los jurados que adjudican el premio. Eran candidatos dos de los grandísimos ausentes en el listado, Graham Greene y Vladimir Nabokov, y
Saul Bellow, que lo ganó dos años más tarde.

W.H. Auden, bocazas
8. El poeta
W.H. Auden tenía el Nobel en el bolsillo, pero cometió la imprudencia de comentar en conferencias públicas en Suecia que el premio Nobel de la Paz de 1961, el sueco
Dag Hammarskjöld, secretario general de la ONU entre 1953 y 1961,
era homosexual (como Auden).
9. También estuvo a punto de obtenerlo
André Malraux, pero a los académicos les parecía
“demasiado rojo”.
10. La regla no escrita pero tácita durante las primeras décadas de los premios era lo que se llamaba
dirección ideal. La Academia tenía claro cuál era literariamente hablando: el conservadurismo. Así se explica el premio a
Rudyard Kipling (1907) y los rechazos a sus contemporáneos
León Tolstói y
Émile Zola. Con el tiempo la
dirección ideal fue sustituida por el
interés general, lo que dió lugar a premios
baratos como los de
Sinclair Lewis(1930) y
Pearl Buck (1938). Ahora no hay dirección alguna y parece, como en el libre mercado y los consejos de ministros de Rajoy, que todo vale.
Ánxel Grove