miércoles, 12 de junio de 2024

LO FANTASTICO EN LAS NARRATIVAS DE LATINOAMERICA David Roas FRAGMENTO

 



LO FANTASTICO EN LAS NARRATIVAS DE LATINOAMERICA

David Roas

Universidad de Barcelona

No hace falta insistir en que los paises latinoamericanos comparten .salvo

muy contadas excepciones (Argentina, Mexico). una misma historia literaria

y cultural en relacion a lo fantastico. Basta examinar la mayoria de manuales

y estudios historicos, sobre todo en lo que se refiere al siglo xix y la primera

mitad del xx, para comprobar la minusvaloracion o, peor, el silenciamiento de

las obras fantasticas escritas en esos paises, sepultadas bajo el (exagerado) peso

de la produccion realista. Una vision falsificada de las historias literarias que,

por fortuna, esta empezando a corregirse.

No se entienda que con ello estoy negando el paradigma dominante en el

periodo historico sobre el que versa este libro, que no corresponde, evidentemente,

a lo fantastico en ninguno de los paises estudiados (ni en ningun otro

fuera del continente americano). Se trata mas bien de postular una revision

de la historia y de los canones literarios de todos estos paises, todavia demasiado

deudores de esa concepcion mimetica antes mencionada.

Pero .como historiar lo que ocurre en todo un continente? Dos problemas

esenciales surgen de inmediato: por un lado, concebir America Latina

como si fuera un espacio cultural, social y esteticamente homogeneo; y, por

otro, hacerlo desde los siempre inestables margenes del canon. Los lectores

y lectoras que se acerquen a este libro comprobaran de inmediato como esos

dos aspectos planean sobre los diversos capitulos que lo conforman: la necesidad

de individualizar cada pais dentro de esas coordenadas generales que

permiten hablar de una cultura comun, y, al mismo tiempo, la reivindicacion

de lo fantastico como una tradicion tambien compartida, pero heterogenea

y de desigual desarrollo.

8 David Roas

Si bien contamos ya con trabajos especificos sobre la evolucion historica

de lo fantastico en varias de estas literaturas (aunque todavia queda mucho

por hacer), la parte mas abundante de la bibliografia la componen estudios

de orientacion critica (analisis parciales sobre autores, autoras, obras, temas y

motivos) o bien circunscritos a breves periodos cronologicos, a veces con una

vision de conjunto, pero habitualmente centrados en una literatura nacional.

Todo ello demuestra, como decia, la existencia de una tradicion fantastica

iniciada en los anos del romanticismo y que ha seguido cultivandose sin interrupcion

hasta el presente, aunque no siempre con la misma intensidad y en

la misma forma, pero que existe en todos estos paises. Aunque tambien hay

que senalar que no todas las literaturas fantasticas nacionales han recibido la

misma atencion en relacion al periodo 1830-1940, pues mientras algunas

(las menos) estan estudiadas muy a fondo, como ocurre con las de Argentina

y Mexico, otras han empezado a ser bien conocidas gracias al reciente

y creciente interes por lo fantastico, sobre todo ya entrado el siglo xxi, en

Peru, Chile, Brasil, Costa Rica, Cuba, Republica Dominicana, Puerto Rico,

Uruguay o Venezuela. Pero al mismo tiempo todavia quedan algunas sobre

las que no hay practicamente bibliografia, sobre todo en lo que se refiere a su

historia: tal es el caso de Bolivia, Ecuador y Paraguay, por lo que las contribuciones

sobre dichos paises recogidas en nuestro libro adquieren aun mayor

importancia.

Esta abundante bibliografia compone una imagen fragmentaria de la historia

y evolucion de lo fantastico tanto en cada uno de los paises latinoamericanos

como, sobre todo, en relacion a esa vision de conjunto que es

el objetivo central del libro que aqui presentamos. Una vision de conjunto

que cuenta con escasos, pero muy destacados precedentes, como ocurre con

varios de los trabajos de Oscar Hahn, desde la pionera introduccion a su

celebre antologia El cuento fantastico hispanoamericano en el siglo xix. Estudio

y textos (1978), una investigacion continuada en su articulo gTrayectoria del

cuento fantastico hispanoamericanoh (1990) y en otras dos antologias: Antologia

del cuento fantastico hispanoamericano. Siglo xx (1990) y Fundadores del

cuento fantastico hispanoamericano. Antologia comentada (1998). Junto a estos

destacan el ensayo de Irmtrud Koning La formacion de la narrativa fantastica

hispanoamericana en la epoca moderna (1984), algunos de los articulos panoramicos

recogidos en el volumen El relato fantastico en Espana e Hispanoame-

Lo fantastico en las narrativas de Latinoamerica 9

rica (Morillas Ventura, 1991), y, sobre todo, el que sin duda es .hasta la

fecha. el estudio mas ambicioso y completo sobre el tema, aunque especificamente

circunscrito a la literatura decimononica: la tesis doctoral de Lola

Lopez Martin, Formacion y desarrollo del cuento fantastico hispanoamericano

en el siglo xix (2009).

Estos estudios de conjunto se complementan .y amplian. con una

serie de antologias que proporciona una reveladora vision panoramica de la

produccion fantastica latinoamericana en relacion al periodo que estudia el

presente libro. Una imagen, es cierto, incompleta y a veces desequilibrada,

algo, por otra parte, inevitable en toda antologia, pero que resulta muy util

para demostrar .y reivindicar. no solo la existencia, sino sobre todo la

variedad y riqueza tematicas y formales de lo fantastico en dicho periodo,

y que, a su manera, tambien compone un esbozo de la historia que aqui

queremos construir. Dejando aparte las diversas antologias vinculadas a lo

ocurrido en un unico pais, asi como las de Hahn antes citadas, contamos con

varias obras destacables: Cuentos fantasticos hispanoamericanos (Dominguez,

1980; restringida al siglo xx), Cuentos fantasticos del siglo xix (Espana e Hispanoamerica)

(Roas, 2003), Cuentos fantasticos modernistas de Hispanoamerica

(Phillipps-Lopez, 2003), Antologia del cuento fantastico hispanoamericano del

siglo xix (Fuente del Pilar, 2003), Relatos fantasticos hispanoamericanos. Antologia

(Sardinas y Morales, 2003), y la reciente Antologia panhispanica de

la tradicion de lo insolito: modernismos y vanguardismos (1883-1936) (Luis,

2022; recoge textos de autores y autoras latinoamericanos y espanoles, desde

una vision que desborda lo estrictamente fantastico).

La voluntad que nos une a los autores y autoras de este volumen (y del

que en breve le seguira, centrado en el periodo 1940-2022) es construir una

historia de lo fantastico en la narrativa de las diversas literaturas latinoamericanas

(incluido Brasil), con el fin de poder ofrecer una vision de conjunto, y,

por ello, fundamentalmente panoramica, del cultivo de esta categoria. Dicha

vision de conjunto tambien permitira evidenciar los caminos tematicos y formales

por los que han discurrido las narrativas fantasticas de Latinoamerica,

sus principales lineas de fuerza, los elementos recurrentes y las vias de renovacion,

sin perder de vista sus mutuas influencias, trasvases e intertextualidades.

Para ello, y dada la escasa viabilidad de un unico trabajo que condensase

lo ocurrido en todos los paises latinoamericanos, hemos apostado por estruc-

10 David Roas

turar este volumen (y el que pronto lo seguira) en quince capitulos que recorren

de forma autonoma lo ocurrido en cada uno de esos paises, pero cuya

lectura conjunta .como si de piezas de un puzle se tratara. arman la historia

comun de la narrativa fantastica en Latinoamerica entre 1830 y 1940.

Todos sabemos lo dificil que es determinar fechas de inicio y de final en

los procesos culturales, mas si cabe tratandose de un proyecto que incluye

tantos paises y tradiciones literarias con sus propias peculiaridades y ritmos

historicos. En torno a 1830 empiezan a aparecer las primeras muestras de lo

fantastico en Latinoamerica, no en todos los paises y todavia, y sobre todo,

en forma muy embrionaria, hibridadas con diversas formulas de lo maravilloso,

lo legendario y las tradiciones orales, tanto indigenas como de raiz

colonial. Diversos acercamientos parciales a lo fantastico en las literaturas

latinoamericanas han coincidido en reivindicar la especial conformacion del

continente en relacion con lo sobrenatural y prodigioso, acudiendo, para

ello, a las cronicas del descubrimiento y la conquista, donde la descripcion

de aquellas tierras se alimenta de componentes fabulosos; una vision gmaravilladah

(por denominarla de algun modo) que se manifestaria tambien en la

naturaleza mitica o legendaria de las cronicas y relatos autoctonos. Al iniciarse

la formacion de las literaturas nacionales con la independencia americana,

muchos autores acudieron a estos materiales, recopilando o reelaborando

leyendas, tradiciones y mitos, segun ya explico Oscar Hahn en la introduccion

a El cuento fantastico hispanoamericano en el siglo xix (1978). Pero lo

que podemos denominar relato fantastico, si bien bebio de esas fuentes en

busca de inspiracion, surge .como tambien ocurrio en el resto de literaturas

occidentales. durante el periodo romantico, cuya aclimatacion en Latinoamerica

fue tardia .y desigual, segun los paises., debido fundamentalmente

a las especiales condiciones culturales, historicas y socioeconomicas del

continente, puesto que hasta el final de las luchas por la independencia no

se dio, en las diversas naciones americanas, el contexto politico y economico

adecuado para impulsar el desarrollo y las manifestaciones de una conciencia

cultural propia:

Una vez que los Estados americanos reorganizan sus coordenadas politicas,

delinean los esquemas que definen lo propiamente nacional, una vez que existe

o se atisba una cierta normalidad social garantizada y estable, solo entonces

Lo fantastico en las narrativas de Latinoamerica 11

puede emerger el relato fantastico, justamente para cuestionar esa regularidad o

para contrariar ese orden. Es a partir de que estas sociedades empiezan a notar

los efectos de una reconstruccion tras las guerras coloniales y cierto equilibrio

economico y politico cuando empieza a escribirse cuentos fantasticos, y ello no

tiene lugar hasta la mitad del siglo (Lopez Martin, 2009: 239-240).

No voy a repetir en esta introduccion lo que los lectores y lectoras del libro

tienen detalladamente explicado en los diversos capitulos que lo componen:

como premisa general para todo el continente, hay que tener en cuenta que,

con ritmos e intensidades diferentes, el desarrollo de lo fantastico fue lento,

pues los creadores romanticos, en pleno proceso de creacion de una identidad

nacional, privilegiaron la representacion realista de las costumbres, de la

historia patriotica, de la verdad social, a traves de la novela de costumbres, la

tradicion o la novela historica. Sera a partir de mediados del siglo xix, sobre

todo en la decada de los 70, hablando siempre en un sentido general, cuando

el cuento fantastico se desarrolle de forma importante, coincidiendo con el

creciente cientificismo positivista, el interes por la psiquiatria y el desarrollo

del espiritismo. De ese modo, el cuento fantastico sera empleado como otra

via .alternativa a la realista. para indagar en la psicologia humana, en los

habitos sociales, en el progreso (y sus peligros). Otra forma, en definitiva, de

construir la identidad cultural. Y con el modernismo la narrativa fantastica

alcanzara, si se me permite decirlo asi, su mayoria de edad.

En lo que respecta a la fecha que cierra el volumen, 1940, esta corresponde

a la de un hito esencial para la historia de lo fantastico en Latinoamerica

(Hahn, 1990: 2): en ese ano se publico la celebre Antologia de la literatura

fantastica de Borges, Bioy y Ocampo. Es cierto, no obstante que, pese a su

importancia historica, esta antologia no solo presenta problemas en relacion

a la tipologia propuesta, sino tambien acerca de la propia nocion de fantastico

sobre la que descansa la caprichosa seleccion de los textos (Bioy Casares

reconoce al final del prologo que esta se llevo a cabo en funcion de los gustos

personales de los compiladores). Lo esencial, ademas de su objetivo reivindicador

de un genero maltratado, es que la antologia esta elaborada por tres

escritores cuyas obras suponen una radical transformacion de lo fantastico,

que tambien se manifesto en las diversas literaturas latinoamericanas, abriendo

el camino a lo que podriamos denominar lo fantastico posmoderno.

12 David Roas

Este aspecto me lleva a detenerme brevemente en la idea de lo fantastico

que sustenta este proyecto y, por tanto, los diversos trabajos que componen

los dos volumenes que conforman la Historia de lo fantastico en las narrativas

latinoamericanas, pues ello determina el tipo de obras, autores y autoras a

estudiar. Como he expuesto en diversos trabajos (Roas, 2011, 2014 y 2022),

lo fantastico se caracteriza por proponer un conflicto entre lo imposible y

(nuestra idea de) lo real. Y lo esencial para que dicho conflicto genere un

efecto fantastico no es la vacilacion o la incertidumbre sobre las que muchos

teoricos (desde el ya clasico ensayo de Todorov) siguen insistiendo, sino la

inexplicabilidad del fenomeno. Una inexplicabilidad que no se determina

exclusivamente en el ambito intratextual, sino que involucra al propio lector;

lo fantastico .conviene insistir en ello. mantiene desde sus origenes

un constante debate con lo real extratextual: su objetivo primordial ha sido

y es reflexionar sobre la realidad y sus limites, sobre nuestro conocimiento

de esta y sobre la validez de las herramientas que hemos desarrollado para

comprenderla y representarla. Ello determina que el mundo construido en

los relatos fantasticos es siempre un reflejo de la (idea de) realidad en la que

habita el lector. La irrupcion de lo imposible en ese marco familiar supone

una transgresion del paradigma de lo real vigente en el mundo extratextual

y, derivado de ello, un inevitable efecto de inquietud ante la incapacidad de

concebir la coexistencia de lo posible y lo imposible.

Esta definicion de lo fantastico no implica una concepcion estatica de dicha

categoria, pues esta evoluciona al ritmo en que se modifica la relacion entre

el ser humano y la realidad. Ello explica que mientras los autores y autoras

del siglo xix (y tambien algunos de la primera mitad del xx) escribian relatos

fantasticos para proponer excepciones a las leyes fisicas del mundo, que se

consideraban fijas y rigurosas, los autores y autoras surgidos a partir de las decadas

de los 40 y 50, una vez sustituida la idea de un nivel absoluto de realidad

por una vision de esta como construccion sociocultural, escriben relatos fantasticos

para desmentir los esquemas de interpretacion de la realidad y el yo.

Lo fantastico esta, por tanto, en estrecha relacion con las teorias sobre el

conocimiento y con las creencias de una epoca. De ese modo, la experiencia

colectiva de la realidad mediatiza la respuesta del receptor: percibimos

la presencia de lo imposible como una transgresion de nuestro horizonte

de expectativas respecto a lo real. La poetica de la ficcion fantastica exige,

Lo fantastico en las narrativas de Latinoamerica 13

ademas de la coexistencia de lo posible y lo imposible dentro del mundo

ficcional, el cuestionamiento de dicha coexistencia, tanto dentro como fuera

del texto. De ello se deduce que la tematizacion del conflicto resulta

esencial: la problematizacion del fenomeno es lo que provoca, en suma, su

fantasticidad.

Ese es el tipo de obras sobre las que se construyen los diversos capitulos

de los dos volumenes que componen nuestra historia, sin que ello impida

evidenciar las inevitables conexiones que lo fantastico ha mantenido y

mantiene con la leyenda romantica, el realismo magico/lo real maravilloso,

lo grotesco, lo gotico o la ciencia ficcion. Aunque debo advertir que tales

formas y generos mencionados no seran objeto de estudio por si mismos,

sino en aquellos casos en lo que se produzcan conexiones y/o hibridaciones

con lo fantastico.

Intentar condensar lo ocurrido en mas de cien anos conlleva un evidente

riesgo: privilegiar la especificidad por encima de la exhaustividad. Lo que

aqui pretendemos no es, por tanto, un registro minucioso de todas las narraciones

fantasticas publicadas durante ese largo periodo, sino trazar la historia

y evolucion de la narrativa fantastica en cada uno de los paises a traves de una

seleccion de las obras y autores y autoras mas representativos de las diversas

formas de comprender y cultivar lo fantastico en dichas literaturas, prestando

tambien atencion al panorama cultural del momento.

Otro aspecto esencial que se busca potenciar en los diversos trabajos que

conforman este proyecto en la visibilizacion y reivindicacion de las escritoras,

cuya presencia en los canones literarios nacionales y en el propio canon

de lo fantastico resulta cuando menos insatisfactoria (salvo honrosas

excepciones), lo que afecta negativamente al conocimiento tanto del estricto

panorama de lo fantastico como de la produccion cultural realizada por

mujeres.

Por ultimo, cabe destacar que este proyecto esta directamente relacionado

con otras publicaciones previas tambien auspiciadas por la editorial Iberoamericana

Vervuert y vinculadas al Grupo de Estudios sobre lo Fantastico,

que yo mismo dirijo en la Universidad Autonoma de Barcelona: la Historia

de lo fantastico en la cultura espanola contemporanea (1900-2015) (Roas,

2017); la Historia de la ciencia ficcion en la cultura espanola (2018), dirigida

por Teresa Lopez-Pellisa; y los dos volumenes, coordinados por esta misma

14 David Roas

investigadora, en colaboracion con Silvia G. Kurlat Ares, que conforman la

Historia de la ciencia ficcion latinoamericana (2020 y 2021).

Bibliografia

Dominguez, Mignon (ed.) (1980): Cuentos fantasticos hispanoamericanos, Buenos

Aires, Huemul.

Fuente del Pilar, Jose Javier (ed.) (2003): Antologia del cuento fantastico hispanoamericano

del siglo xix, Madrid, Miraguano.

Hahn, Oscar (ed.) (1978): El cuento fantastico hispanoamericano en el siglo xix. Estudio

y textos, Ciudad de Mexico, Premia Editora.

. (1990): gTrayectoria del cuento fantastico hispanoamericanoh, Mester, vol. XIX,

n.o 2, pp. 35-45.

. (ed.) (1990): Antologia del cuento fantastico hispanoamericano. Siglo xx, Santiago

de Chile, Editorial Universitaria.

. (ed.) (1998): Fundadores del cuento fantastico hispanoamericano. Antologia comentada,

Santiago de Chile, Andres Bello.

Koning, Irmtrud (1984): La formacion de la narrativa fantastica hispanoamericana

en la epoca moderna, Frankfurt, Peter Lang.

Lopez Martin, Lola (2009): Formacion y desarrollo del cuento fantastico hispanoamericano

en el siglo xix, Tesis doctoral, Universidad Autonoma de Madrid.

Lopez-Pellisa, Teresa (dir.) (2018): Historia de la ciencia ficcion en la cultura espanola,

Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2018.

Lopez-Pellisa, Teresa, y Silvia G. Kurlat Ares (eds.): Historia de la ciencia ficcion

latinoamericana, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2 vols.,

2020 y 2021.

Luis, Salvador (ed.) (2022): Antologia panhispanica de la tradicion de lo insolito:

modernismos y vanguardismos (1883-1936), s. l., Elektrik Generation/Hal 9000

Editor.

Morillas Ventura, Enriqueta (ed.) (1991): El relato fantastico en Espana e Hispanoamerica,

Madrid, Sociedad Estatal Quinto Centenario/Editorial Siruela.

Phillipps-Lopez, Dolores (ed.) (2003): Cuentos fantasticos modernistas de Hispanoamerica,

Madrid, Catedra.

Roas, David (ed.) (2003): Cuentos fantasticos del siglo xix (Espana e Hispanoamerica),

Madrid, Mare Nostrum.

. (2011): Tras los limites de lo real. Una definicion de lo fantastico, Madrid, Paginas

de Espuma.

Lo fantastico en las narrativas de Latinoamerica 15

. (2014): gEl reverso de lo real. Formas y categoria de lo insolitoh, en Javier Ordiz

(ed.), Estrategias y figuraciones de lo insolito en la narrativa mexicana (siglos xixxxi),

Bern, Peter Lang, pp. 9-29.

. (dir.) (2017): Historia de lo fantastico en la cultura espanola contemporanea (1900-

2015), Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert.

. (2022): Cronologias alteradas. Lo fantastico y la transgresion del tiempo, Madrid,

Consejo Superior de Investigaciones Cientificas.

Sardinas, Jose Miguel, y Ana Maria Morales (eds.) (2003): Relatos fantasticos hispanoamericanos.

Antologia, La Habana, Casa de Las Americas.

martes, 11 de junio de 2024

Historia crítica de la literatura argentina director de la obra: NOÉ JITRIK VOLUMEN VIII Macedonio directora del volumen ROBERTO FERRO INTRODUCCIÓN

 





Historia crítica de la literatura argentina

director de la obra:

NOÉ JITRIK

VOLUMEN VIII

Macedonio

directora del volumen

ROBERTO FERRO

INTRODUCCIÓN

por Roberto Ferro

¿Por qué un volumen dedicado a Macedonio Fernández? Este interrogante ha

asediado a los que trabajamos en la Historia Crítica de la Literatura Argentina

desde el momento mismo en que se difundieron los títulos de los doce volúmenes

que configuran el programa de la obra. Desde nuestra posición, la respuesta a esa

cuestión debe ser lo suficientemente comprensiva para que funcione como un

modo de entender la actividad propia de la crítica literaria puesta en la perspectiva

de la serie histórica. El primer aspecto a considerar, entonces, es que una Historia

Crítica no se propone conformar un relato exclusivamente en torno de los textos y

los autores que han alcanzado una cierta relevancia, sino, antes bien, revisar

inquisitivamente las condiciones a partir de las cuales se constituyen como tales, lo

que no significa que esos textos y esos autores sean sometidos a revisionismo por

el simple hecho de haber alcanzado notoriedad, sino que el gesto crítico supone la

indagación reflexiva, no con el único objetivo de contradecir, sino como necesaria

búsqueda de ampliación del saber.

Partiendo de ese presupuesto, hay dos ejes dominantes en torno de los cuales

es posible articular la argumentación de la respuesta a ese interrogante tan

insistente como válido.

En primer lugar, si hay una certeza compartida que atraviesa el espacio literario

argentino es el reconocimiento de Jorge Luis Borges como centro de un capital

simbólico canónico sin fisuras, que lo constituye en una figura única de proyección

universal. El estudio crítico de la obra de Macedonio Fernández produce una serie

de modulaciones que conmueven esa certeza; ante todo la instalan en un proceso

de transformación que, al menos, trastornan la emergencia de los valores

atribuidos a una fuente personal y única; por lo tanto, permiten pensarla como parte

de un proceso que excede una trayectoria individual.

Y luego, el objeto de estudio de la historia de la literatura es, en gran medida, el

relevamiento de las tensiones que se producen entre la instancia de escritura de

los textos —que es datable con cierto grado de precisión y que, además, supone

acontecimientos que, como tales, son factibles de ser ordenados en sucesiones

más o menos continuas— y las diversas modalidades de lectura de esos textos,

discontinuas, atravesadas por múltiples variantes que, de algún modo, son cifra de

los cambios, núcleos sobre los que la historia literaria centra su interés. Esas

tensiones, a su vez, están condicionadas por los contextos culturales en los que se

producen; así en la actualidad se ha ido acentuando la importancia de un conjunto

de dispositivos que regulan la circulación de textos literarios orientada por un

conjunto de técnicas de marketing —promoción del autor como figura atractiva,

lanzamiento de títulos con estrategias que apuntan a crear expectativas de

consumo, entre otras— que la igualan a muchos productos de consumo masivo. La

obra de Macedonio Fernández se constituye por fuera de esos circuitos, pues

algunos de sus textos han aparecido póstumamente, en editoriales que no

aseguraban una promoción publicitaria que alentara una repercusión previa. A

pesar de ello, generan un interés crítico notable, del que este volumen se propone

ser un testimonio privilegiado.

El interrogante mencionado al principio también produce una cierta fascinación

que acerca la tarea de la crítica literaria a una simetría metafórica que ha tenido

gran aceptación en el siglo XX: establecer un paralelismo entre el crítico figurado

como un detective y el escritor como un criminal; ecuación teórica que culmina con

la idea de que la novela policial es una forma ficcional cifrada de la crítica literaria.

Si bien hay una serie de correspondencias que son productivas en esta

comparación, por una parte la del crítico como un investigador, que a partir de un

conjunto de saberes rastrea indicios que le permiten alcanzar finalmente las

variantes posibles del sentido y, por otra, la correlación con el criminal como el que

transgrede la ley, no deja de ser atractiva para pensar al escritor y al texto literario

como instancias en las que la ley de la lengua es sometida a desbordes para

significar más allá de la norma. Pero la representación paranoica del escritor como

un criminal que borra sus huellas con el objeto de mantener un secreto, perseguido

por el crítico, descifrador de enigmas, tiene una debilidad endémica: la idea de que

el sentido de los textos está oculto y que debe ser revelado como una verdad.

Siguiendo este modelo, la construcción textual aparece marcada por una

particularidad reductora: la de postular que existe un conflicto a desentrañar, una

intriga significante que se debe resolver, lo que implica necesariamente que la

crítica literaria puede alcanzar una significación que se considere verdadera.

Pretendemos tomar distancia de esa simplificación que trasforma la actividad

crítica en una variante de un género. Los textos literarios se dan a leer como

escenografías de procedimientos constructivos. En los textos literarios la

significación no tiene fin, siempre es una dinámica inconclusa.

También hay en esa figuración otro contrabando ideológico: la idea de que

existe ciertamente algo secreto por descubrir en cada texto lo aísla, lo recorta de la

constelación de vínculos que lo constituyen y que son las que lo configuran como

tal, es decir, como texto literario.

Los textos literarios manifiestan su singularidad cuando son inscriptos en el

conjunto de relaciones en las que se producen. La obra de Macedonio Fernández

no aparece, entonces, como un secreto a develar, ni como un desafío en el que se

embarcan un grupo de críticos con el objetivo de demostrar una evidencia que

aparece invisible a la mirada de los demás. En fin, una cruzada reivindicadora de

un círculo de iniciados que poseen el saber suficiente para descubrir el

ocultamiento o la conspiración, o simplemente una ignorancia colectiva más o

menos difundida que encubre el verdadero valor de la obra macedoniana.

La crítica literaria se despliega, inevitablemente, a partir de una limitación, la

incapacidad de su discurso para cifrar por medio del comentario el significado de

cualquier texto. Tal incapacidad, de todas maneras, es un punto central sobre el

que se puede apoyar la actividad crítica, es decir, en la aceptación de la diferencia

que media en todo texto entre literalidad y significado. La obra de Macedonio

Fernández presenta a la mirada crítica la particularidad de poseer una fuerte

entropía, es decir, que las significaciones que irradian sus textos conmueven

certezas y dan lugar a suspensiones de muchas de las ratificaciones centrales que

constituyen los modos privilegiados con que se piensan los procesos de producción

de sentido en la literatura argentina contemporánea.

De regreso al interrogante inicial y a las alusiones a las que dio lugar, es posible

plantear que el texto literario y el discurso crítico interpretativo exponen obsesiones

diferentes en torno de las posibilidades de transgredir la norma. En la tarea crítica,

la diferencia que instituye en el texto literario la tensión entre literalidad y

significado, al desplazarse como diferencia al texto y a su lector crítico, produce un

exceso. La interpretación es interminable, toda idea de clausura del significado

textual es inmediatamente excedida por el texto mismo, dado que guarda en su

diferencia productiva un conjunto indefinido de alternativas.

Esa grieta entre literalidad y sentido en la obra de Macedonio Fernández abre a

la mirada crítica la posibilidad de pensar la diferencia en toda su potencia

productiva, es decir, en el campo de relaciones que afecta, no sólo con aquellos

vínculos que se establecen en términos más o menos directos, sino hacia el

conjunto de reverberaciones de las escrituras y los modos de leer privilegiados que

esta Historia Crítica se propone rastrear.

Los volúmenes ya aparecidos de la Historia crítica de la literatura argentina

comparten algunos criterios en su concepción; básicamente establecen, por una

parte, la inscripción de un determinado período, para lo cual hacen explícitas las

formas de constitución de ese segmento cronológico; y, por otra, establecen un

aspecto relevante de orden literario en torno del cual se organiza la propuesta.

Este volumen debe necesariamente reformular esos criterios, sin apartarse de

los lineamientos generales de la obra en su conjunto, pero apelando a la

configuración de operaciones de lectura que permitan indagar sobre ciertos

núcleos relevantes desde la perspectiva del objeto de estudio en torno del cual se

centra la atención.

La lectura crítica de la obra de Macedonio Fernández en el principio del siglo

XXI supone reflexionar sobre la particular circulación de sus textos y,

correlativamente, revisar las variantes que esa indagación crítica produce sobre el

sistema de periodizaciones y los dispositivos en que las instituciones literarias las

ubican y legalizan.

Tras la muerte de Macedonio Fernández, su obra continuó publicándose bajo la

atenta vigilancia de su hijo Adolfo de Obieta, inicialmente en el Centro Editor de

América Latina; luego, y hasta la actualidad, en Corregidor, es decir, en editoriales

que no han tenido ni tienen una presencia en el mercado que asegurara una

divulgación intensiva de los textos a través de estrategias publicitarias y de

difusión. En 1982, aparece en la Biblioteca Ayacucho de Venezuela una edición

crítica de Museo de la Novela de la Eterna, con selección, prólogo y cronología a

cargo de César Fernández Moreno; el volumen trae además una antología de

textos del autor. En 1996, la Colección Archivos publica otra edición crítica de

Museo de la Novela de la Eterna, con la coordinación de Ana Camblong y Adolfo

de Obieta.

Esta tensión conflictiva en la circulación de la obra de Macedonio Fernández —

entre ediciones de escasa difusión y la aparición de su novela en dos de las más

prestigiosas colecciones que tienen como objetivo la edición de los textos literarios

latinoamericanos de mayor relevancia— es uno de los indicios más notables de la

puesta en cuestión de los presupuestos que permiten indagar sobre las relaciones

entre mercado y literatura o entre divulgación publicitaria y crítica literaria. Aspectos

en los que la obra de Macedonio Fernández entrega un conjunto de posibilidades

que nos alejan de los estereotipos de lo yavisto, o de las oposiciones dicotómicas

con un fondo de resabio didáctico o moralista, que perturba la percepción del

fenómeno en toda su complejidad.

Hemos ordenado los trabajos críticos que conforman este volumen en tres

secciones. La primera, Entre la escritura y las lecturas, se articula alrededor de las

relaciones entre los textos, la vida del escritor y los espacios culturales y

sociohistóricos en los que participó; luego, Disonancias genéricas se centra en los

diversas intersecciones discursivas de la obra de Macedonio; y, por último, en

Figuraciones de un escritor se abordan las diferentes variantes figurativas a partir

de las cuales fue percibido Macedonio y el grado de incidencia que tuvo su

complicidad en la constitución de ese imaginario.

La trama que reúne las tres secciones no se apoya en causalidades ni depende

de cronologías cerrada; antes bien, se despliega en un tejido multidireccional que

entrecruza y complica esas instancias de inflexión crítica. Por lo tanto, la

concepción que ha impulsado el proyecto implica pensar la obra de Macedonio

Fernández tanto en su devenir como en su significación. En relación con la

dimensión cronológica, en la conformación del volumen nos hemos apartado de la

linealidad con sus condicionantes genealógicos y sus filiaciones a priori; la

temporalidad aparece como una constelación en la que se van entrelazando los

trazos discontinuos y las constantes que se reconocen en la reiteración de sus

resonancias.

Esta Introducción se debe cerrar, necesariamente, con el agradecimiento a los

colaboradores del volumen, que aceptaron la ardua tarea de dialogar en torno a

una doble dirección de sus trabajos: en primer término, la relacionada con la

especificidad de los temas tratados en cada caso y, luego, el modo en que se

podían superponer con los artículos que se iban produciendo correlativamente. En

todos los casos, contamos con su actitud comprensiva y su dedicación para volver

sobre las versiones originales, revisarlas y concertarlas con el resto del volumen.

lunes, 10 de junio de 2024

Conde de Lautréamont Obras completas Título original: Les Chants de Maldoror

 


La presente traducción, realizada por el poeta Aldo Pellegrini, es considerada la versión definitiva al castellano de la obra de Isidore Ducasse (conde de Lautréamont), misterioso escritor de lengua francesa nacido en Montevideo, cuya obra en prosa tuvo una influencia decisiva tanto para el surgimiento del surrealismo como de toda la literatura moderna. Esta traducción, fiel, íntegra, comentada, realizada laboriosamente sobre las diversas y a veces divergentes ediciones originales, contribuyó a terminar con la resistencia que provoca siempre toda obra verdaderamente revolucionaria y deslumbrante que explica ese destino absurdamente adverso de un creador excepcional nacido —significativa coincidencia— a orillas del Río de la Plata. Viene también a abrir un manantial poderoso del que, directa o indirectamente, brotaron los movimientos más avanzados de todas las artes de nuestro tiempo.

 


 

 

 

Conde de Lautréamont

 

Obras completas

 

 

 

 

 

 


Título original: Les Chants de Maldoror

 

Conde de Lautréamont, 1869

 

Traducción y Anotación: Aldo Pellegrini

 

Epílogo: Guillermo Carnero

 

Editor digital: Blok

 

ePub base r1.2

 

 

 

 


 NOTA DEL EDITOR

 

 

La totalidad de la obra literaria de Isidore Ducasse se imprimió entre 1868 y 1870, es decir entre la fecha del regreso de su segunda estancia en América y la de su misteriosa muerte. Y dentro de ese mismo período fueron escritos los pocos textos no literarios del poeta que han llegado hasta nosotros: las cartas a su frustrante editor Lacroix y al banquero de su padre en París, M. Darasse. Durante esos dos años, públicos respecto a la historia de la literatura, después del rescate de los textos cuatro lustros más tarde, y secretos en cuanto a la biografía, y que, seguramente, él consideraba el arranque de una carrera en las letras, Ducasse vio impresa su obra casi a medida que la escribía, pero no estrictamente publicada, puesto que no llegó a convencer a Lacroix de que pusiera en venta la edición bruxelense de los Cantos, el primero de los cuales había impreso en París, a sus costas, en agosto de 1868 y republicado unos meses después en Burdeos, formando parte de una entrega poética de diversos autores titulada Parfums de l’âme. La primera edición de las Poesías es de 1870 (París, Librairie Gabrie) y la nonata de los Cantos de Maldoror de Lacroix-Verboekhoven estaba impresa en el otoño de 1869. No es pues clara hasta 1890, fecha de la edición de León Genonceaux, en París, de los Cantos, la presencia de Lautréamont en la literatura francesa. Esa edición y un primer estudio de Remy de Gourmont (Mercure de France, 1891) incorporó la figura de Ducasse a la nómina de la gran poesía francesa y, por obra del entusiasmo de los simbolistas tardíos, primero, y de los surrealistas al comienzo de la década de los veinte (las Poesías, fueron reeditadas por Breton en 1919 y por Philippe Soupault en 1923), a la mitología poética universal.

Sin duda el misterio que, a pesar del empeño de los investigadores, envuelve la biografía de Ducasse ha sido un importante estímulo para la devoción que su obra ha despertado en diversas generaciones literarias a lo largo del siglo XX. Se sabe que nació en Montevideo el 4 de abril de 1846 y no faltan datos fundamentales acerca de la identidad de sus padres y de las familias de las que procedían, pero nada se sabe de la infancia rioplatense del poeta. El cargo relativamente importante del padre, François, en el servicio consular y su doble fama de funcionario eficiente y de persona cultivada, de costumbres galantes, hacen suponer cómoda la infancia de Ducasse; el período de la historia del Uruguay en que se desarrolla puede inclinar a imaginarla agitada. De su primera estancia en Francia, de 1859 a 1865, no se conocen más que los escuetos datos de su comportamiento escolar en los liceos imperiales de Tarbes y de Pau, datos poco reveladores, con la sola excepción del testimonio de un condiscípulo de Pau, Paul Lespès, que ya octogenario, en 1927, contó a un biógrafo de Lautréamont, lo que recordaba, sobre todo de las tribulaciones del poeta adolescente en las clases de retórica. Según Lespès Ducasse odiaba la composición latina, era entusiasta de Sófocles, de Corneille y de Racine y admiraba a Poe y a Gautier. Tomaba rigurosamente en serio la grandilocuencia de su estilo y era muy sensible al poco aprecio que la desmesura de sus gustos y propósitos literarios despertaba en el circunspecto profesor Hinstin. Lespès no recordaba, por lo demás, a Ducasse como un muchacho ni extraordinario ni extravagante. Se sabe que en 1865 Ducasse volvió al Uruguay, pero no se conoce de ese período otra cosa que los vagos recuerdos de Prudencio Montagne, que ha descrito el lugar donde vivía y unos paseos dominicales. A su regreso a Francia, el poeta, seguramente, se detuvo en Burdeos donde conocía a Evariste Carrance, que fue, como sabemos, uno de sus primeros editores (Parfums de l’âme), y se instaló en París, a mediados de 1867, en un hotel de la calle Notre-Dame-des-Victoires. Desde esa fecha hasta la de su muerte, cambió por lo menos tres veces de señas que corresponden en todo caso a alojamientos confortables y de precio más bien alto. Esto y lo que estrictamente reflejan las cartas que la presente edición reproduce, es todo lo que se sabe del breve período de vida, llamémosla profesional, del escritor Ducasse-Lautreamont, uno de los fundadores de la imaginación moderna, que murió en París el 24 de noviembre de 1870.

La presente traducción de Aldo Pelegrini, publicada por primera vez en Buenos Aires en 1964, es la primera versión castellana de las obras completas y la primera íntegra de los Cantos de Maldoror.

 


 ADVERTENCIA

 

 

SOBRE LA PRESENTE TRADUCCIÓN DE LOS CANTOS DE MALDOROR

 

Cada canto está dividido en estrofas que en el original no llevan numeración. Para comodidad del estudioso, los hemos enumerado, siguiendo el ejemplo de algunas ediciones francesas, pero no en forma corrida, como se encuentra en éstas sino recomenzando a numerar en cada canto.

Para el texto del primer canto hemos seguido la edición completa de Lacroix que para el autor fue la definitiva. La edición original del primer canto, que se publicó anónima en 1868, presenta algunas diferencias con la versión definitiva que seguimos. La diferencia más importante consiste en la eliminación del nombre de Dazet, que figura en varias ocasiones en la primera versión. En las notas al pie de página, hemos dado algunos ejemplos de estas diferencias. Dazet fue condiscípulo de Ducasse en el liceo imperial de Tarbes.

 


 LOS CANTOS DE MALDOROR

 

 

 


 Canto Primero

 

 

 1

 

 

Quiera el cielo que el lector, animoso y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno; pues, a no ser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual equivalente por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro impregnarán su alma, igual que el agua impregna el azúcar. No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán; solamente a algunos les será dado saborear sin riesgo este fruto amargo. Por lo tanto, alma tímida, antes de penetrar más en semejantes landas inexploradas, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante. Escucha bien lo que te digo: dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante, del mismo modo que los ojos de un niño se apartan respetuosamente de la augusta contemplación del rostro maternal; o, mejor, como un ángulo, extendido hasta donde alcanza la vista, de grullas friolentas y meditabundas que durante el invierno vuelan briosamente a través del silencio, a toda vela, hacia un punto determinado del horizonte, de donde parte repentinamente un viento extraño y violento, precursor de la tempestad. La grulla más vieja, convertida en avanzada solitaria, al ver esto mueve la cabeza —y a continuación hace crujir también su pico— como una persona razonable que no se siente satisfecha (yo tampoco lo estaría en su lugar), mientras su viejo cuello desplumado, contemporáneo de tres generaciones de grullas, se agita en ondas exasperadas que presagian la tormenta cada vez más próxima. Después de arrojar, demostrando sangre fría, repetidas miradas a todos lados, con ojos saturados de experiencia, muy prudentemente, y la primera de todas (pues ella tiene el privilegio de mostrar las plumas de su cola a las otras grullas inferiores en inteligencia), con su grito alertador de centinela melancólico que hace retroceder al enemigo común, gira con flexibilidad la punta de la figura geométrica (podría ser un triángulo, pero no se ve el tercer lado que forman en el espacio esas curiosas aves de paso) sea a babor, sea a estribor, como una hábil capitana; y, maniobrando con alas que no parecen mayores que las de un gorrión, como no es estúpida, emprende así un nuevo camino filosófico y más seguro.

 2

 

 

Lector, quizá desees que invoque al odio en el comienzo de esta obra. ¿Quién te dice que no has de aspirar, sumergido en infinitas voluptuosidades tanto cuanto quieras, con tus orgullosas ventanas nasales amplias y afiladas, volviéndote de vientre al modo de un tiburón en el aire hermoso y negro, como si comprendieras la importancia de ese acto y la importancia no menor de tu legítimo apetito, lenta y majestuosamente, las rojas emanaciones? Te aseguro que los dos agujeros informes de tu asqueroso hocico, ¡oh monstruo!, se regocijarán si previamente te ejercitas en respirar tres mil veces seguidas la conciencia maldita del Eterno. Tus ventanas nasales, desmesuradamente dilatadas por el goce inefable, por el éxtasis inmóvil, no pedirán nada mejor al espacio embalsamado como de perfumes e incienso; pues se colmarán hasta el hartazgo de una dicha completa, como los ángeles que habitan en la magnificencia y la paz de los cielos deleitosos.

 

 3

 

 

En pocas líneas dejaré establecido que Maldoror fue bueno durante los primeros años de su vida en los que conoció la felicidad; ya está dicho. Luego descubrió que había nacido malo: ¡fatalidad extraordinaria! Ocultó su carácter lo mejor que pudo durante muchos años; pero finalmente, a causa de esta contención opuesta a su naturaleza, todos los días le subía la sangre a la cabeza, hasta que no pudiendo soportar más ese género de vida, se lanzó resueltamente por el camino del mal… ¡atmósfera grata! ¡Quién lo hubiera dicho!, cuando besaba a un pequeñuelo de cara rosada, sentía deseos de rebanarle las mejillas con una navaja, y muy a menudo lo hubiera hecho si la Justicia, con su largo séquito de castigos, no lo hubiera impedido en cada ocasión. No era mentiroso, confesaba la verdad y declaraba ser cruel. Humanos, ¿lo habéis oído? ¡Se atreve a repetirlo con esta pluma que tiembla! Así, pues, hay un poder más fuerte que la voluntad… ¡Maldición! ¿Querría la piedra sustraerse a las leyes de la gravedad? Imposible. Imposible que el mal se conjugue con el bien. Es lo que decía más arriba.


 

 4

 

 

Hay quienes escriben para lograr los aplausos humanos mediante nobles cualidades del corazón que la fantasía inventa o que ellos puedan tener. Pero yo hago servir mi genio para representar las delicias de la crueldad. Delicias ni efímeras ni artificiales, sino que, nacidas con el hombre, terminarán cuando él termine. ¿No puede el genio aliarse con la crueldad en los secretos designios de la Providencia?, ¿acaso el hecho de ser cruel lo priva a uno de genio? Se verá la confirmación de ello en mis palabras; en vosotros está el escucharme, si os place… Perdón, me pareció que se me erizaban los cabellos, pero no es nada, pues con mi mano he vuelto a colocarlos fácilmente en su anterior posición. Aquel que canta no pretende que sus cavatinas sean una cosa desconocida; todo lo contrario, se aprecia de que los pensamientos altaneros y perversos de su héroe estén en todos los hombres.

 

 5

 

 

He visto durante toda mi vida, sin encontrar una sola excepción, a los seres humanos de hombros estrechos ejecutar actos estúpidos y numerosos, embrutecer a sus semejantes, y pervertir a las almas por todos los medios. Justifican sus acciones con un nombre: la gloria. Al presenciar tales espectáculos quise reír como los otros; pero ello, imitación extraña, no fue posible. Tomé un cuchillo cuya hoja tenía un filo muy agudo, y hendí mi carne en los sitios donde se unen los labios. Por un instante creí haber logrado mi objeto. Contemplé en un espejo esa boca lacerada por mi propia voluntad. ¡Qué equivocación! La sangre que manaba profusamente de las dos heridas impedía, por otra parte, distinguir si realmente se trataba de la risa de los otros. Pero al cabo de algunos instantes de comparación, comprobé que mi risa no se parecía a la de los humanos, más bien dicho, que yo no reía. He visto a los hombres con feas cabezas y con ojos terribles hundidos en las oscuras órbitas, superar la dureza de la roca, la rigidez del acero fundido, la crueldad del tiburón, la insolencia de la juventud, la furia insensata de los criminales, las traiciones del hipócrita, a los comediantes más extraordinarios, la fortaleza de carácter de los sacerdotes, y a los seres más ocultos para el exterior, los más fríos de los mundos y del cielo; hostigar a los moralistas para que descubran su corazón, y hacer recaer sobre ellos la cólera implacable de las alturas. Los he visto todos a un tiempo, unas veces el puño más robusto dirigiéndose al cielo igual que el de un niño ya perverso contra su madre, al parecer azuzados por algún espíritu infernal, con ojos repletos de un remordimiento lancinante y a la vez rencoroso, guardando un silencio glacial, sin atreverse a expresar las vastas e ingratas meditaciones que cobijan sus pechos, tan llenas están de injusticia y de horror, y entristecer así de compasión al Dios misericordioso; otras veces, en cualquier momento del día, desde que comienza la infancia hasta que acaba la vejez, mientras derramaban increíbles anatemas, que no tenían el sentido corriente, contra todo lo que respira, contra sí mismos y contra la Providencia, prostituir a las mujeres y a los niños, y deshonrar así las partes del cuerpo consagradas al pudor. Entonces los mares levantan sus aguas que arrastran a sus abismos los maderos; los huracanes y los terremotos derriban las casas; la peste y las enfermedades más diversas diezman a las familias suplicantes. Pero los hombres no lo advierten. También los he visto enrojecer o palidecer de vergüenza por su conducta en esta tierra; excepcionalmente. Tempestades hermanas de los huracanes, firmamento azulado cuya belleza no acepto, mar hipócrita imagen de mi corazón, tierra de seno misterioso, habitantes de las esferas, universo entero, Dios que lo has creado con esplendor, a ti te invoco: muéstrame un hombre bueno… Pero en ese caso, que tu gracia decuplique mi vigor natural, pues ante el espectáculo de un monstruo tal, puedo morir de asombro; por mucho menos se muere.

 

 6

 

 

Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. Entonces, qué grato resulta arrebatar brutalmente de su lecho a un niño que aún no tiene vello sobre el labio superior y, con los ojos muy abiertos, hacer como si se le pasara suavemente la mano por la frente, llevando hacia atrás sus hermosos cabellos. Inmediatamente después, en el momento en que menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho, pero evitando que muera, pues si muriera, no contaríamos más adelante con el aspecto de sus miserias. Luego se le sorbe la sangre lamiendo sus heridas, y durante ese tiempo, que debería tener la duración de la eternidad, el niño llora. No hay nada tan agradable como su sangre, obtenida del modo que acabo de referir, y bien caliente todavía, a no ser sus lágrimas, amargas como la sal. Hombre, ¿nunca has probado el sabor de tu sangre, cuando por accidente te has cortado un dedo? Es deliciosa, ¿no es cierto?, porque no tiene ningún sabor. Además, ¿no recuerdas el día que, en medio de lúgubres reflexiones, llevabas la mano formando una concavidad hasta tu rostro enfermizo empapado por algo que caía de tus ojos; la cual mano se dirigía luego fatalmente hacia la boca que bebía a largos sorbos, en esa copa trémula, como los dientes del alumno que mira de soslayo a aquel que nació para oprimirlo, las lágrimas? Son deliciosas, ¿no es cierto?, porque tienen el sabor del vinagre. Se dirían las lágrimas de la que ama apasionadamente; pero las lágrimas del niño dan más placer al paladar. El niño no traiciona pues todavía no conoce el mal, mientras la que ama apasionadamente acaba por traicionar, tarde o temprano… lo que adivino por analogía, aunque ignoro qué son la amistad y el amor (y es probable que nunca los acepte, por lo menos de parte de la raza humana). Y ya que tu sangre y tus lágrimas no te disgustan, aliméntate, aliméntate con confianza de las lágrimas y de la sangre del adolescente. Tenle vendados los ojos mientras tú desgarras su carne palpitante; y después de haber oído por largas horas sus gritos sublimes, similares a los estertores penetrantes que lanzan en una batalla las gargantas de los heridos en agonía, te apartarás de pronto como un alud, y te precipitarás desde la habitación vecina, simulando acudir en su ayuda. Le soltarás las manos de venas y nervios hinchados, permitirás que vean nuevamente sus ojos despavoridos, y te pondrás a lamer otra vez sus lágrimas y su sangre. ¡Qué auténtico es entonces el arrepentimiento! La chispa divina que existe en nosotros y que sólo muy pocas veces se revela, aparece demasiado tarde. Cómo rebosa el corazón al poder consolar al inocente a quien se ha hecho tanto daño: «Adolescente que acabas de sufrir dolores crueles, ¿quién ha sido capaz de cometer en ti un crimen que no sé cómo calificar? ¡Desdichado de ti! ¡Cómo debes sufrir! Si lo supiera tu madre, no estaría ella más cerca de la muerte, tan detestada por los culpables, de cuanto lo estoy yo ahora. ¡Ay! ¿Qué son, entonces el bien y el mal? ¿Son acaso la misma cosa que testimonia nuestra furibunda impotencia y el ardiente deseo de alcanzar el infinito por cualesquier medios, por insensatos que fueren? ¿0 bien son dos cosas distintas? Sí… es mejor que sean la misma cosa… porque de no ser así, ¿qué me ocurrirá el día del Juicio Final? Adolescente, perdóname; éste que se encuentra frente a tu noble y sagrado rostro, es el mismo que acaba de quebrar tus huesos y desgarrar esa carne que cuelga de diversos sitios de tu cuerpo. ¿Es acaso un delirio de mi razón enferma, es acaso un instinto secreto que escapa al control de mis razonamientos, y similar al del águila que desgarra su presa, lo que me ha impulsado a cometer este crimen? ¡Y con todo yo he sufrido a la par de mi víctima! Adolescente, perdóname. Cuando hayamos abandonado esta vida efímera, quiero que estemos estrechamente abrazados para toda la eternidad, que ambos formemos un único ser, tu boca íntimamente unida a la mía. Pero aun así mi castigo no será completo. Tendrás, además, que desgarrarme sin detenerte nunca, con los dientes y las uñas a la vez. Adornaré mi cuerpo con guirnaldas perfumadas para este holocausto expiatorio; y entonces sufriremos los dos, yo por ser desgarrado, tú por desgarrarme… con mi boca unida a la tuya. ¡Oh adolescente de cabellos rubios, de ojos tan dulces! ¿Harás ahora lo que te pido? Quiero que lo hagas a pesar tuyo, para que mi conciencia vuelva a ser feliz». Después de hablar en estos términos, habrás hecho daño a un ser humano, pero al mismo tiempo serás amado por él: es la mayor dicha que pueda concebirse. Más adelante podrás internarlo en un hospital, porque el lisiado no podrá ganarse la vida. Un día te llamarán magnánimo, y las coronas de laurel y las medallas de oro esparcidas sobre el gran sepulcro ocultarán tus pies descalzos al rostro del viejo. ¡Oh tú, cuyo nombre no quiero escribir en esta página que consagra la santidad del crimen!, me consta que tu perdón fue inmenso como el universo. En cuanto a mí, todavía existo.

 

 7

 

 

Hice un pacto con la prostitución para sembrar el desorden en las familias. Recuerdo la noche que precedió a esta peligrosa asociación. Vi ante mí una tumba. Oí que un gusano de luz, grande como una casa, me decía: «Voy a iluminarte. Lee la inscripción. No proviene de mí esta orden suprema». Una inmensa luz del color de la sangre, ante cuyo aspecto mis mandíbulas castañetearon y mis brazos cayeron inertes, se esparció por el aire hasta el horizonte. Me apoyé contra un muro ruinoso, pues estaba por caerme, y leí: «Aquí yace un adolescente que murió de sus pulmones: ya sabéis por qué. No roguéis por él». No muchos hombres habrían tenido el valor que yo demostré. Entre tanto, una hermosa mujer desnuda vino a tenderse a mis pies. Yo, a ella, con semblante triste: «Puedes levantarte». Le tendí la mano con la que el fratricida degüella a la hermana. El gusano de luz, a mí: «Toma una piedra y mátala,». «¿Por qué?», le pregunté. Él a mí: «Ten cuidado tú, el más débil, porque yo soy el más fuerte. Ésta se llama Prostitución». Con lágrimas en los ojos y furia en el corazón, sentí que nacía en mí un vigor desconocido. Tomé una piedra grande; después de muchos esfuerzos logré levantarla con gran trabajo hasta la altura de mi pecho; la mantuve sobre el hombro con los brazos. Escalé una montaña hasta la cima; desde allí aplasté al gusano de luz. Su cabeza penetró en el suelo el grandor de un hombre; la piedra rebotó hasta la altura de seis iglesias. Fue a caer en un lago, cuyas aguas cedieron por unos instantes, remolinando, para formar un inmenso cono invertido. Luego la calma volvió a la superficie. La luz sanguinolenta dejó de brillar. «¡Ay, ay!», exclamó la hermosa mujer desnuda, «¿qué has hecho?». Yo a ella: «Te prefiero a él, porque tengo piedad por los desdichados. No es culpa tuya que la justicia eterna te haya creado». Ella, a mí: «Algún día los hombres me harán justicia; no te digo nada más. Déjame partir para esconder en el fondo del mar mi infinita tristeza. Sólo tú y los monstruos horribles que pululan en esos negros abismos no me despreciáis. Eres bueno. Adiós, tú que has amado». Yo, a ella: «¡Adiós! ¡Una vez más, adiós! ¡Te amaré siempre!… Desde hoy abandono la virtud». He ahí por qué, ¡oh pueblos!, cuando oís gemir el viento invernal sobre el mar y cerca de las costas, o por encima de las grandes ciudades que desde hace mucho tiempo llevan luto por mí, o a través de las frías regiones polares, decís: «No es el espíritu de Dios el que pasa; es sólo el suspiro agudo de la prostitución junto con los graves gemidos del montevideano». «Niños, soy yo quien os lo dice. Entonces, rebosando misericordia, hincaos de rodillas; y que los hombres, más numerosos que los piojos, hagan largas plegarias».

 

 8

 

 

Al claro de luna, cerca del mar, en los parajes solitarios de la campiña, uno ve, sumido en amargas reflexiones, que las cosas revisten formas amarillas, vagas, fantásticas. Las sombras de los árboles, de pronto rápidas, de pronto lentas, corren, van y vuelven, variando sus formas, aplanándose hasta adherirse a la tierra. En la época en que me trasportaban las alas de la juventud, todo eso me hacía soñar, me parecía extraño, ahora estoy habituado. El viento se lamenta a través del follaje con lánguidas notas, y el búho entona su grave endecha que hace erizar los cabellos de quienes escuchan. Entonces los perros que se han vuelto furiosos rompen sus cadenas y huyen de las granjas distantes; corren de aquí para allá por la campiña, dominados por la locura. De pronto se detienen, miran en todas direcciones con feroz inquietud, con ojos relampagueantes; y así como los elefantes, antes de morir, lanzan en el desierto una última mirada al cielo, alzando desesperadamente sus trompas, dejando caer las orejas inertes, así también los perros dejan caer las orejas inertes, alzan la cabeza, hinchan el cuello terrible, y comienzan a ladrar por turno, sea como un niño que grita de hambre, sea como un gato herido en el vientre sobre un tejado, sea como una mujer que está por parir, sea como un enfermo de peste que agoniza en un hospital, sea como una jovencita que entona una melodía sublime, contra las estrellas al norte, contra las estrellas al este, contra las estrellas al sur, contra las estrellas al oeste, contra la luna, contra las montañas parecidas desde lejos a gigantes rocosos que yacen en la oscuridad, contra el aire frío que aspiran a pleno pulmón y que les vuelve rojo y quemante el interior de las narices, contra el silencio de la noche, contra los mochuelos cuyo vuelo sesgado les roza el hocico y que llevan una rata o una rana en el pico, alimento vivo grato para las crías, contra las liebres que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, contra el ladrón que huye al galope de su caballo después de haber cometido un crimen, contra las serpientes que al remover los matorrales les hacen estremecer la piel y rechinar los dientes, contra sus propios ladridos que a ellos mismos espantan, contra los sapos a los que trituran con un solo golpe de sus quijadas (¿por qué se habrán alejado de la ciénaga?), contra los árboles, cuyas hojas que se balancean suavemente, constituyen otros tantos misterios que ellos no comprenden pero que quieren descubrir con sus ojos fijos, inteligentes, contra las arañas suspendidas de sus largas patas que trepan por los árboles para salvarse, contra los cuervos que, no encontrando nada que comer en toda la jornada, retornan a su refugio con alas transidas, contra los riscos de la costa, contra los fuegos que se encienden en los mástiles de navíos invisibles, contra el rumor sordo de las olas, contra los grandes peces que al nadar dejan ver sus negros dorsos para en seguida hundirse en las profundidades, y contra el hombre que los esclaviza. Después de lo cual echan de nuevo a correr por el campo, saltando con sus patas sanguinolentas por encima de las zanjas, los caminos, los sembradíos, las hierbas y las rocas escarpadas. Se los creería atacados de rabia, en busca de un gran estanque para apaciguar su sed. Sus prolongados aullidos espantan a la naturaleza toda. ¡Ay del viajero rezagado! Estos amigos de los cementerios se echarán sobre él, lo despedazarán, lo devorarán con bocas que chorrean sangre, porque sus dientes no están dañados. Los animales salvajes temerosos de acercarse para participar en el festín carnicero, huyen temblando hasta perderse de vista. Después de algunas horas, los perros, rendidos de correr de aquí para allá, casi muertos, con la lengua colgando fuera de la boca, se arrojan unos contra otros sin saber lo que hacen, y se destrozan en mil pedazos con una rapidez increíble. No actúan así por crueldad. Un día, con los ojos vidriosos, me dijo mi madre: «Cuando estés en cama y oigas los ladridos de los perros en el campo, ocúltate bajo los cobertores; no te burles de lo que hacen: tienen sed insaciable de infinito, como yo, como todos los otros humanos de rostro pálido y alargado. Hasta te permito que, acercándote a la ventana, observes ese espectáculo por demás sublime». Desde entonces respeto la voluntad de la muerta. Igual que los perros, experimento esa necesidad de infinito Pero ¡no puedo, no puedo satisfacer esa necesidad! Hijo soy de hombre y de mujer, según me han dicho. Lo que me deja asombrado… creía ser más. Por otra parte, ¿qué me importa mi origen? De haber dependido de mi voluntad, habría preferido ser hijo de la hembra de tiburón, cuyo apetito es camarada de las tempestades, y del tigre cuya crueldad es bien conocida: quizá no sería tan malo. Vosotros que me miráis, alejaos de mí porque mi aliento exhala un aire ponzoñoso. Nadie ha advertido todavía las arrugas verdes de mi frente, ni los huesos salientes de mi rostro demacrado, similares a las espinas de un pez de gran tamaño, o a los riscos que bordean el mar o a las abruptas montañas alpestres que recorría frecuentemente cuando mi cabeza ostentaba cabellos de otro color. Y cuando rondo las viviendas de los hombres, en las noches de tormenta, con ojos ardientes, con los cabellos flagelados por vientos tempestuosos, solitario como una piedra en medio del camino, cubro mi cara marchita con un pedazo de terciopelo tan negro como el hollín que colma el interior de las chimeneas: no es necesario que los ojos sean testigos de la fealdad que el Ser Supremo, con una sonrisa de odio potente, ha depositado en mí. Cada mañana, cuando el sol se levanta para los otros, esparciendo por la naturaleza la alegría y el calor saludables, mientras miro fijamente el espacio inundado de tinieblas sin que se mueva uno solo de mis rasgos, acurrucado en el fondo de mi amada caverna, presa de una desesperación que me embriaga como el vino, arranco con mis manos poderosas jirones de mi pecho. Con todo, tengo la impresión de no estar atacado de rabia. Con todo, tengo la impresión de que soy el único que sufre. Con todo, tengo la impresión de que respiro. Como un condenado que pronto ha de subir al cadalso y ejercita sus músculos mientras reflexiona en su suerte, de pie sobre mi jergón, con los ojos cerrados, muevo lentamente mi cuello de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, por largas horas; no caigo muerto de golpe. Algunos momentos, cuando ya mi cuello no puede seguir girando en el mismo sentido, y hace una pausa para volver a girar en sentido opuesto, miro súbitamente el horizonte a través de los escasos intersticios que dejan las densas malezas que obstruyen la entrada: ¡no veo nada! Nada… a no ser las campiñas que danzan arremolinadas con los árboles y las largas hileras de aves que cruzan los aires. Eso me trastorna la sangre y el cerebro… ¿Quién, entonces, me golpea la cabeza con una barra de hierro, tal como un martillo que golpeara el yunque?

 

 9

 

 

Me propongo, sin estar emocionado, declamar con voz potente la estrofa seria y fría que vais a oír. Prestad atención a su contenido y no os dejéis llevar por la impresión penosa que al modo de una contusión ha de producir seguramente en vuestras imaginaciones alteradas. No creáis que yo esté a punto de morir, pues todavía no me he vuelto esquelético ni la vejez está marcada en mi frente. Descartemos, por lo tanto, toda idea de comparación con el cisne en el momento en que su existencia lo abandona, y no veáis ante vosotros sino un monstruo cuyo semblante me hace feliz que no podáis contemplar: si bien es menos horrible que su alma. Con todo, no soy un criminal… Pero dejemos esto. No hace mucho tiempo que he vuelto a ver el mar y que he puesto los pies sobre los puentes de los barcos, y mis recuerdos son tan vivos como si lo hubiera dejado ayer. Tratad, con todo, de mantener la misma calma que yo en esta lectura que ya estoy arrepentido de ofreceros, y de no enrojecer ante la idea de lo que es el corazón humano. ¡Oh pulpo de mirada de sedal[1]!, tú, cuya alma es inseparable de la mía, tú, el más bello de los habitantes del globo terráqueo, que mandas sobre un serrallo de cuatrocientas ventosas, tú, en quien residen noblemente como en su morada natural, en perfecto acuerdo y unidas por lazos indestructibles, la dulce virtud comunicativa y las divinas gracias, ¿por qué razón no estás junto a mí, tu vientre de mercurio contra mi pecho de aluminio, ambos sentados sobre alguna roca de la costa, para contemplar ese espectáculo que idolatro?

Viejo océano de ondas de cristal, te pareces, guardadas las proporciones, a esas marcas azuladas que se ven en el dorso magullado de los grumetes, eres una inmensa equimosis que se muestra sobre el cuerpo de la tierra: me encanta esta comparación. Así, al primer golpe de vista, un soplo prolongado de tristeza, que se tomaría por el murmullo de tu brisa suave, pasa, dejando rastros inefables sobre el alma profundamente sacudida, y recuerdas a la memoria de tus amantes, sin que ellos lo adviertan, los duros comienzos del hombre en los que inicia sus relaciones con el dolor, que no ha de abandonarlo nunca más. ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, tu forma armoniosamente esférica, que regocija la cara grave de la geometría, me recuerda demasiado los ojillos del hombre, parecidos por su pequeñez a los del jabalí, y a los de las aves nocturnas por la perfección circular del contorno. Sin embargo, en el transcurso de los siglos, el hombre no ha dejado nunca de creerse bello. Pero pienso que más bien cree en su belleza por amor propio, aunque en realidad no es bello y lo sospecha; si no, ¿por qué contempla el rostro de sus semejantes con tanto desprecio? ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, eres el símbolo de la identidad: siempre igual a ti mismo. No presentas cambios fundamentales, y si tus olas en alguna parte están encrespadas, más lejos, en otra zona, se encuentran en la más completa calma. No eres como el hombre que se detiene en la calle para ver cómo se toman por el cuello dos bull-dogs, pero que no se detiene cuando pasa un entierro; por la mañana está afable y por la tarde malhumorado, que hoy ríe y mañana llora. ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, no sería del todo imposible que escondieras en tu seno futuros beneficios para el hombre. Ya le has dado la ballena. No dejas adivinar fácilmente a los ojos ávidos de las ciencias naturales los mil secretos de tu íntima estructura: eres modesto. El hombre se jacta continuamente, y sólo de minucias. ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, las especies diversas de peces que alimentas, no se han jurado fraternidad entre sí. Cada especie vive apartada. Los temperamentos y las conformaciones variables de una a otra, explican, de manera satisfactoria, lo que al comienzo sólo parece una anomalía. Lo mismo pasa con el hombre, que no tiene los mismos motivos de disculpa. Si un trozo de tierra está ocupado por treinta millones de seres humanos, éstos se creen obligados a no mezclarse en la existencia de sus vecinos, que han echado raíces en el trozo de tierra contiguo. Grande o pequeño, cada hombre vive como un salvaje en su guarida, y sale de ella muy poco para visitar a sus congéneres, acurrucados igualmente en otra guarida. La gran familia universal de los seres humanos es una utopía digna de la lógica más mediocre. Además, del espectáculo de tus Mantas fecundas se deduce la noción de ingratitud: pues se piensa inmediatamente en la multitud de padres tan ingratos hacia el Creador como para abandonar el fruto de su miserable unión. ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, tu grandeza material sólo puede medirse con la magnitud que uno se representa de la potencia activa que ha sido necesaria para engendrar la totalidad de tu masa. No se te puede abarcar de una ojeada. Para contemplarte es imprescindible que la vista haga girar su telescopio con movimiento continuo hacia los cuatro puntos del horizonte, del mismo modo que un matemático está obligado, para resolver una ecuación algebraica, a examinar por separado los distintos casos posibles, antes de superar la dificultad. El hombre ingiere sustancias nutritivas y realiza otros esfuerzos dignos de mejor suerte para dar idea de que es corpulento. Que se hinche todo lo que quiera esa rana adorable. Quédate tranquilo, nunca igualará tu volumen; por lo menos ésa es mi opinión. ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, tus aguas son amargas. Tienen exactamente el mismo gusto que la hiel destilada por la crítica sobre las bellas artes, sobre las ciencias, sobre todo. Si alguien tiene genio, se le hace pasar por idiota, si algún otro es corporalmente bello, resulta un horrible contrahecho. No hay duda de que el hombre debe sentir intensamente su imperfección, cuyas tres cuartas partes son, por lo demás, obra suya, para criticarla de tal modo. ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, los hombres, pese a la excelencia de sus métodos, todavía no han logrado, con ayuda de los procedimientos de investigación de la ciencia, medir la profundidad vertiginosa de tus abismos, algunos de los cuales hasta las sondas más largas y pesadas han reconocido inaccesibles. A los peces… les está permitido; no a los hombres. Muchas veces me he preguntado si será más fácil de reconocer la profundidad del océano que la profundidad del corazón humano. A menudo, con la mano apoyada en la frente, de pie sobre los barcos, en tanto que la luna se balanceaba entre los mástiles en forma irregular, me he sorprendido mientras hacía a un lado todo aquello que no era el fin que yo perseguía, esforzándome por resolver ese difícil problema. Sí, ¿cuál es más profundo, más impenetrable de los dos: el océano o el corazón humano? Si treinta años de experiencia de la vida pueden, hasta cierto punto, inclinar la balanza hacia una u otra solución, me estará permitido decir que, pese a lo profundo del océano, no podrá igualarse en lo que respecta a dicha propiedad, con lo profundo del corazón humano. Estuve en contacto con hombres que fueron virtuosos. Morían a los sesenta años y nadie dejaba de exclamar: «Han practicado el bien en este mundo, lo que quiere decir que han sido caritativos: eso es todo; no hay en ello picardía alguna y cualquiera puede hacer otro tanto». ¿Quién comprenderá por qué dos amantes que se idolatraban la víspera, se separan por una palabra mal interpretada, uno hacia oriente, otro hacia occidente, con los aguijones del odio, de la venganza, del amor y de los remordimientos, y no se vuelven a ver nunca más, embozado cada uno en su altanería solitaria? Es un milagro que, aunque se renueva diariamente, no deja por eso de ser menos peligroso. ¿Quién comprenderá por qué se saborean, no sólo las desgracias generales de los semejantes, sino también las particulares de los amigos más queridos, aunque al mismo tiempo se sufra la aflicción? Un ejemplo irrebatible para cerrar la serie: el hombre dice hipócritamente sí y piensa no. Por esta razón los jabatos de la humanidad confían tanto los unos en los otros, y no son egoístas. Todavía le queda a la psicología mucho camino por andar. ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, tu poder es extraordinario y los hombres han aprendido a conocerlo a sus expensas. Por más que empleen todos los recursos de su genio, son incapaces de dominarte. Han encontrado a su maestro. Debo agregar que han encontrado algo más fuerte que ellos. Ese algo tiene un nombre. Ese nombre es: ¡océano! El miedo que les inspiras ha hecho que te respeten. Con todo, haces danzar sus máquinas más pesadas con gracia, elegancia y facilidad. Les haces ejecutar saltos gimnásticos hasta el cielo y admirables zambullidas hasta el fondo de tus dominios que despertarían la envidia de un saltimbanqui. Bienaventurados aquellos que no llegas a envolver definitivamente con tus pliegues burbujeantes, para ir a ver, sin ferrocarril, en tus entrañas acuosas, cómo lo pasan los peces, y sobre todo, cómo lo pasan ellos mismos. El hombre dice: «Yo soy más inteligente que el océano». Es posible; quizás hasta sea cierto; pero más miedo le tiene el hombre al océano, que el que éste le tiene al hombre: lo cual no necesita demostración. Ese patriarca observador, contemporáneo de las primeras épocas de nuestro globo suspendido, sonríe compasivo cuando asiste a los combates navales de las naciones. Ahí tenéis un centenar de leviatanes salidos de las manos de la humanidad. Las órdenes enfáticas de los superiores, los gritos de los heridos, el estruendo de los cañones, constituyen una barahúnda apropiada para aniquilar a unos pocos segundos. Pareciera que el drama ha concluido, y que el océano lo ha tragado todo en su vientre. Las fauces son formidables. ¡Qué inmenso debe de ser hacia abajo en la dirección de lo desconocido! Como remate de la estúpida comedia, que ni siquiera despierta interés, se ve en medio de los aires alguna cigüeña retrasada por la fatiga, que se pone a gritar sin disminuir el empuje de su vuelo: «¡Vaya!… ¡no me gusta nada! Había allá abajo unos puntos negros; cerré los ojos y ya no están más:». ¡Te saludo, viejo océano!

Viejo océano, oh gran célibe; cuando recorres la solemne soledad de tus reinos flemáticos, te enorgulleces con justicia de tu magnificencia natural y de la merecida alabanza que me apresuro a dedicarte. Voluptuosamente mecida por los tiernos efluvios de tu lentitud majestuosa —atributo, el más grandioso entre aquellos con que el soberano te ha favorecido—; tú haces rodar, en medio de un sombrío misterio, por toda tu superficie sublime, las olas incomparables, con el sentimiento sereno de tu eterno poder. Ellas desfilan paralelamente, separadas por cortos intervalos. Apenas una disminuye, otra que crece va a su encuentro, acompañada del rumor melancólico de la espuma que se deshace para advertirnos que todo es sólo espuma. (Así los seres humanos, esas olas vivientes, perecen uno tras otro, de un modo monótono, sin producir siquiera un rumor espumoso). El ave de paso reposa sobre ellas confiada, dejándose llevar por sus movimientos llenos de gracia arrogante, hasta que el armazón de sus alas haya recobrado el vigor normal para continuar su aérea peregrinación. Quisiera que la majestad humana fuera por lo menos la encarnación del reflejo de la tuya. Pido demasiado, y este deseo sincero te glorifica. Tu grandeza moral, imagen del infinito, es inmensa como la reflexión del filósofo, como el amor de la mujer, como la belleza divina del ave, como la meditación del poeta. Eres más bello que la noche. Contéstame, océano: ¿quieres ser mi hermano? Muévete impetuosamente… más… todavía más, si aspiras a que te compare con la venganza de Dios; alarga tus garras lívidas fraguándote un camino en tu propio seno… está bien. Haz rodar tus olas espantosas, océano horrible que sólo yo comprendo, y ante el cual caigo prosternado. La majestad del hombre es prestada; no se me impone; tú, sí.

Oh, cuando avanzas con la cresta alta y terrible, rodeado por tus repliegues tortuosos como por un séquito, magnético y salvaje, haciendo rodar tus ondas unas sobre otras, con la conciencia de lo que eres, en tanto que lanzas desde las profundidades de tu pecho, como abrumado por un intenso remordimiento que no puedo descubrir, ese sordo bramido perpetuo que tanto atemoriza a los hombres, hasta cuando te contemplan trémulos desde la seguridad de la costa; entonces comprendo que no poseo el insigne derecho de proclamarme tu igual. Por eso, frente a tu superioridad, te entregaría todo mi amor (y nadie conoce la cantidad de amor contenida en mis aspiraciones hacia lo bello) si no me recordaras dolorosamente a mis semejantes, que forman contigo el más irónico contraste, la antítesis más grotesca que jamás se haya visto en la creación: no puedo amarte, te aborrezco. ¿Por qué entonces vuelvo a ti, por milésima vez, hacia tus manos amigas que se disponen a acariciar mi frente ardorosa, cuya fiebre desaparece a tu contacto? No conozco tu destino secreto, todo lo que te concierne me interesa. Dime, entonces, si eres la morada del príncipe de las tinieblas. Dímelo… dímelo, océano (solamente a mí para no entristecer a aquellos que hasta ahora sólo han conocido ilusiones), y si el soplo de Satán crea las tempestades que levantan tus aguas saladas hasta las nubes. Es preciso que me lo digas porque me alegraría saber que el infinito está tan cerca del hombre. Quiero que ésta sea la última estrofa de mi invocación. Por lo tanto, quiero saludarte una vez más y presentarte mi adiós. Viejo océano de ondas de cristal… abundantes lágrimas humedecen mis ojos, y me faltan fuerzas para proseguir, pues siento que ha llegado el momento de retornar con los hombres de aspecto brutal; pero… ¡ánimo! Hagamos un gran esfuerzo y cumplamos, con el sentimiento del deber, nuestro destino sobre esta tierra. ¡Te saludo, viejo océano!

 

 10

 

 

No me verán, en mi última hora (escribo esto en mi lecho de muerte), rodeado de curas. Quiero morir, mecido por las olas de la mar tempestuosa, o erguido sobre la montaña… pero no con los ojos vueltos a lo alto: sé que mi aniquilamiento será completo. Por lo demás yo no podría esperar gracia. ¿Quién abre la puerta de mi cámara mortuoria? Había pedido que nadie entrara. Quienquiera que seas, aléjate; pero si crees percibir alguna señal de dolor o de miedo en mi rostro de hiena (uso esta comparación aunque la hiena es más hermosa que yo, y más agradable a la vista), desengáñate: que se adelante. Estamos en una noche de invierno, cuando los elementos se entrechocan por todas partes, el hombre tiene miedo, y el adolescente medita algún crimen contra uno de sus amigos, si se parece a mí cuando fui joven. Que el viento, cuyos lastimeros silbidos entristecen a la humanidad desde que viento y humanidad existen, me transporte, momentos antes de la agonía final, sobre el armazón de sus alas a través del mundo impaciente por mi muerte. Todavía disfrutaré en secreto de los numerosos ejemplos de la maldad humana (a un hermano le gusta observar, sin ser visto, las hazañas de sus hermanos). El águila, el cuervo, el inmortal pelícano, el pato salvaje, la grulla viajera, despiertos y tiritando, me verán pasar a la claridad de los relámpagos, espectro horrible y satisfecho. Ellos no sabrán lo que eso significa. En la tierra, la víbora, el ojo saliente del sapo, el tigre, el elefante; en el mar, la ballena, el tiburón, el pez martillo, la raya informe, el diente de la foca polar, se preguntarán qué significa esta derogación de la ley de la naturaleza. El hombre, temblando, tocará con la frente la tierra en medio de sus gemidos. «Sí, os supero a todos por mi crueldad innata, crueldad que no ha dependido de mí que desapareciera. ¿Ésa es la razón por la que os presentáis prosternados ante mi vista?, ¿o bien porque me veis recorrer —fenómeno desconocido— como un cometa aterrador el espacio sanguinolento? (Cae una lluvia de sangre de mi vasto cuerpo parecido a una nube negruzca que el huracán impele hacia adelante). No temáis, niños, no quiero maldeciros. El mal que me habéis hecho es demasiado grande, y demasiado grande el mal que os hice, para que sea deliberado. Vosotros habéis seguido vuestro camino, y yo el mío, ambos similares, ambos perversos. Fatalmente tuvimos que encontrarnos, dada esa similitud de caracteres; el choque resultante nos ha sido recíprocamente fatal». Entonces, los hombres volverán a levantar poco a poco la cabeza, retomando valor, para ver al que así habla, estirando el cuello como el caracol. De pronto sus rostros ardorosos, descompuestos, que muestran las más terribles pasiones, se contraerán en muecas tales que los lobos se asustarán. Todos se pondrán de pie a un tiempo como por un inmenso resorte. ¡Qué imprecaciones! ¡Qué voces desgarradoras! Me han reconocido. He ahí que los animales terrestres se unen a los hombres para hacer oír sus extraños clamores. Nada de odio recíproco: ambos se han vuelto contra el enemigo común: yo; y se reconcilian por un asentimiento universal. Vientos que me sostenéis, elevadme más alto; temo la perfidia. Sí, desaparezcamos poco a poco de su vista, testigos, una vez más, de las consecuencias de las pasiones, completamente satisfechos… Te agradezco, ¡oh rinolofo[2]!, por haberme despertado con el batir de tus alas, tú que ostentas sobre la nariz una cresta en forma de herradura: me doy cuenta de que, desgraciadamente, sólo se trataba de una enfermedad pasajera, y siento, con disgusto, que retorno a la vida. Hay quien dice que te acercaste a mí para succionarme la poca sangre que contiene mi cuerpo: ¡ojalá esta sospecha se hubiese convertido en realidad!

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William Somerset Maugham Hoy como ayer Traducción de Dolores Payás NOVELA FRAGMENTO

  Nota del autor Nadie podría escribir un libro de estas características basándose tan solo en su propia imaginación, y yo me he dedicado a ...

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