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Miguel de Cervantes
1547 | 1616
l a v id a d e Ce r v a n t e s estuvo tan plagada de accidentes e infortunios
que hoy podríamos leerla como si fuera una novela ejemplar de este
aventajado escritor español, cuya eminencia es tan imperecedera como
la de Dante, Shakespeare, Montaigne, Goethe y Tolstoi en sus respectivas
lenguas vernáculas. Me propongo discutir la influencia de Don Quijote
sobre Cenantes, retomando una vez más uno de los cabos que (para
mí, al menos) atan mi libro: la obra en la vida, en lugar de la vida en la
obra. En esto sigo al mismo Cervantes, quien al final de su maravilloso
libro sin límites declaró lo siguiente: “Para mí solo nació don Quijote,
y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos uno..
Don Quijote es una obra tan original que casi cuatro siglos después
sigue siendo la obra de ficción en prosa más avanzada que existe. Y este
comentario en realidad la subestima, pues es a la vez la novela más legible
y, en definitiva, la más difícil. Es esta paradoja lo que Cervantes comparte
con Shakespeare: Hamlet y don Quijote, Falstaff y Sancho Panza son
para todos pero en últimas agotan nuestros pensamientos. La influencia
concertada de Cervantes y Shakespeare (murieron en la misma fecha)
define el curso de la literatura occidental posterior. La fusión de Cervantes
y Shakespeare produjo a Stendhal y a Turgenev, Moby Dkk y Huckleberry
Finn, a Dostoievski y a Proust. Hace 30 años, Harry Levin señaló
la paradoja de que “un libro sobre la influencia literaria -o más bien
contra la influencia literaria- hubiese tenido una influencia literaria tan
amplia y decisiva” . Si lo tomamos literalmente, Don Quijote es un libro
sobre un héroe enloquecido por la lectura. Sin embargo el caballero es
la persona más sana en el libro, más sano incluso que Sancho -dependiendo
de la perspectiva de cada uno ante la sabiduría, la necedad y la
locura-, Miguel de Unamuno (1864-1936), gran cuentista y crítico, escribió
Nuestro señor don Quijote, mi comentario favorito sobre Cervantes.
Como lo sugiere el título, Unamuno nos insta para que consideremos a
don Quijote como nuestro salvador y como fundador de la verdadera
religión española, que es el quijotismo y no el cristianismo católico.
Cervantes le interesa a Unamuno sólo en la medida en que don Quijote
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es su genio -o su demonio-. Y admite irónicamente que don Quijote
estaba loco, pero sólo desde el punto de vista cristiano de don Alonso
Quijano, de quien don Quijote se hizo carne y a quien regresó sólo para
morir:
Grande fue la locura de don Quijote, y fue grande porque la raíz de
la que brotaba era grande: el inextinguible anhelo por sobrevivir, fuente
de las más extravagantes locuras y de los actos más heroicos12.
En su Elogio de la locura (1509), el humanista holandés Erasmo (a
quien Cervantes ciertamente había leído) distingue entre dos tipos de
locura: una perniciosa, la otra sublime, “ que mana directamente de mí
y que es digna de ser deseada en grado sumo por todos. Se manifiesta
por cierto alegre extravío de la razón, que libera al alma de cuidados
angustiosos y la perfuma con múltiples voluptuosidades” . Pero esto
suena más Cervantes que a Unamuno, cuyo Quijote estaba más desesperado
por sobrevivir que ansioso de complacerse con juegos. Unamuno,
que era un gran lector, consideraba que el pasaje más bello del libro es
el momento del capítulo lv i i i , volumen 11, cuando don Quijote y Sancho
Panza descubren de nuevo la libertad del camino, después de la larga
estadía en la sádica corte del duque y la duquesa, donde el caballero en
particular tuvo que padecer los “ requiebros” de Altisidora, quien simuló
burlonamente sentir por él una pasión arrolladora. El caballero y su escudero
se topan con unos labradores que llevaban unos bajo relieves para
el altar de su aldea. Don Quijote contempla la imágenes de San Jorge,
San Martín, San Diego Matamoros y San Pablo y se siente impelido a
establecer las diferencias entre los santos y él: “ ... estos santos y caballeros
profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino
que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y
pelearon a lo divino y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron
el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, y
yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si
mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorándose mi ventura
y adobándoseme el juicio, podría ser que encaminase mis pasos por
mejor camino del que llevo” 13.
Si la encantada Dulcinea, que a simple vista aparece como la tosca
campesina Aldonza Lorenza, fuese liberada del malvado hechizo, quizás
podría liberar a su vez a don Quijote de su compleja percepción de los
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problemáticos fundamentos de su búsqueda. Pero como Dulcinea es el
genio de don Quijote, de la misma manera que Beatriz es el de Dante y
don Quijote es el de Cervantes, el caballero no puede ignorar lo destructivo
que resultaría redimir ese ideal. Con su agudo discernimiento, Unamuno
nos muestra una nueva ironía. Dulcinea del Toboso siempre ha
simbolizado la gloria, nos dice, la gloria terrena, el deseo inextinguible
por dejar en el mundo un nombre y una fama eternos. Mientras que en
sus accesos de cordura el ingenioso hidalgo declara que si le fuera dado
curarse de su sed de gloria, de renombre y fama mundiales, quizás buscaría
obtener esa otra gloria en la que su fe de viejo cristiano lo hizo creer.
No sabemos si Cervantes era un cristiano viejo (y no descendiente
de judíos conversos). Me intimida la exclamación de Sancho cuando
hace la lista de sus méritos: “Y el ser enemigo mortal, como lo soy, de
los judíos” . Una sombra se cernió siempre sobre Cervantes: a pesar de
su heroico desempeño en la guerra, jamás tuvo el reconocimiento real,
y es probable que no disfrutara de los favores de Feljpe II. Los nuevos
cristianos eran ciudadanos de segunda y la Iglesia los consideraba eternamente
sospechosos. Cervantes luchó espléndidamente en la gran victoria
naval sobre los turcos en Lepanto y allí su mano izquierda resultó
lisiada para siempre. Su heroico comandante fue don Juan de Austria,
hijo bastardo del emperador Carlos v y resentido medio hermano de
Felipe II de España. El gobierno no hizo nada por Cervantes, aunque
desconocemos la razón. Cuatro años después de Lepanto fue capturado
por los turcos y esclavizado durante cinco años en Argel, antes de
que los monjes trinitarios (no la casa real) pagaran su rescate. Desprovisto
de cualquier tipo de mecenazgo, fracasó comercialmente como
dramaturgo y tuvo que dedicarse a recaudar impuestos; acabó una vez
más en prisión, esta vez por supuestos retrasos en las cuentas. Empezó
a escribir Don Quijote durante una segunda estadía en prisión. Aunque
el primer volumen del libro (1605) se convirtió en éxito de inmediato,
el editor se quedó con todos los recaudos y el pobre Cervantes no recibió
nada excepto la fama. Sólo el mecenazgo tardío del conde de Lemos,
desde 1613 hasta la muerte de Cervantes en 1616, le permitió gozar de
una cierta tranquilidad al final de sus días.
Así como don Quijote buscaba nombre y fama eternas en su magnífica
y absurda búsqueda de la encantada Dulcinea, Cervantes los buscó
en el Quijote. Tanto el caballero como el autor obtuvieron todo lo que
desearon en materia de reputación, o de inmortalidad, en la versión de
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Unamuno: la bendición de que nuestra huella permanezca en el espacio
y en el tiempo. Influido por Kierkegaard, y seguramente también
por Kafka, Unamuno anhelaba lo indestructible, una noción difícil de
definir. Después de una vida continuamente triste y dolorosa, Cervantes
supo que había triunfado con Don Quijote y su conciencia de ello es muy
conmovedora:
Una de las cosas que más debe de dar contento a un hombre virtuoso
y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de
las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre porque, siendo
al contrario, ninguna muerte se le igualará14.
Este es don Quijote hablando del primer volumen de su historia,
después de oír sobre su fama internacional (en el tercer capítulo del segundo
volumen). Una y otra vez el misterio aparece a lo largo del segundo
volumen, en los momentos en los cuales no podemos distinguir al
caballero de su cronista. Una vez más recurro a Unamuno, quien combatió
contra el culto español a la muerte hasta sus últimos momentos,
cuando afrontó al general fascista Quiepo de Llano -quien gritaba
“ ¡Muerte a la inteligencia!” y “ ¡Viva la muerte!” blandiendo una pistola-.
Unamuno, que había sido destituido como rector de la Universidad
de Salamanca y tenía 72 años de edad, defendió la dignidad de su
institución ante la amenaza del fascista lunático. Se oye mejor todavía
el espíritu quijotesco de Nuestro señor don Quijote, donde Unamuno
contradice con vehemencia, en relación con el llamado culto español por
la muerte, la torpe explicación de que los españoles no aman la vida porque
les parece muy dura, o que nunca han sentido mucho apego por ella.
La religión de Unamuno, que él considera la religión española, es
la voluntad quijotesca de sobrevivir. Hay muchas otras formas peores
de leer Don Quijote, que podría ser legítimamente llamado la Biblia de
la realidad. A lo largo de la obra Cervantes le habla directamente al solitario
lector, que se identifica paulatinamente con el caballero y no con
los otros dos protagonistas, Sancho Panza y el irónico narrador. La
novedad de esta primera novela es de tal magnitud que es imposible absorber
la inmensa originalidad del libro, aun después de innumerables
relecturas. Hay tantos don Quijotes como lectores, así como hay más
Hamlets y Falstaffs que actores capaces de representarlos. Ambos, Cervantes
y Shakespeare, hacen el milagro de reunir el juego y la represen[
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tación con una conciencia infinita -los dos caballeros y el príncipe-. En
una historia encantadora escrita hacia el final de su carrera, Encuentro
en Valladolid, Anthony Burgess reunió a Shakespeare y a Cervantes supuestamente
con ocasión de un tratado de paz entre Inglaterra y España:
la compañía de Shakespeare puso en escena varias de sus obras ante un
Cervantes que observaba con ironía desdeñosa. La réplica del irritado
Shakespeare es asombrosa y satisfactoria:
Mañana o pasado mañana representaremos Hamlet. Pero será una
representación diferente a las que haremos de allí en adelante. Porque
pondremos a sir Juan Falstaff No se extrañe ni se sorprenda. Hamlet es
lo que ya es hasta el momento en el que el príncipe es enviado a Inglaterra
para ser asesinado por órdenes del rey. En Inglaterra, después de haber
leído y destruido la orden, se entera de que el ejército danés está a punto
de invadir Inglaterra porque no se le han pagado los tributos. Por fin ha
encontrado la acción que buscaba y esta y la compañía de Falstaff y su banda
lo hacen posponer los pensamientos de autodestrucción. Falstaff podría
decirle a Hamlet dulce Ham, en vez de Hal: no hay sino una letra de diferencia.
La noticia de la muerte del rey Claudio hace que la guerra se suspenda.
Hamlet se va a Elsinore a sucederlo en el trono. Falstaff y su banda
lo siguen pero, claro, al final se prescinde de ellos.
Cuando Shakespeare y Cervantes se encuentran después de la representación,
el castellano se queja de que le han robado “ el hombre gordo
y el hombre flaco” , a lo que Will replica: “No, no. Andaban por los teatros
londinenses mucho antes de que yo supiera que usted existía” . Y
sin embargo el Shakespeare de Burgess, a su muerte en Stratford, sigue
mortificado con la idea de que Cervantes le hubiera tomado la delantera
al haber ideado un personaje universal, Hamlet y Falstaff amalgamados
en un solo espíritu, con Sancho Panza como una especie de coro externo
que representa el aspecto mundano de sir Juan Falstaff.
Burgess, con quien nos bebimos varias botellas de Fundador mientras
explorábamos los recovecos de Hamlet/Falstaff y don Quijote/
Sancho Panza, afirmó alguna vez que la única comparación literaria que
valía la pena hacer era entre esta novela y este grupo de obras. Acto seguido
se internó en una analogía musical -que yo no estaba en capacidad
de comprender- en la cualVerdi y Mozart eran los agentes que habrían
podido conciliar las diferencias entre Shakespeare y Cervantes. Para mí,
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Falstaff es parte don Quijote y parte Sancho Panza; pero muchos antes
de mí han juntado a don Quijote y a Hamlet. W.H. Auden, quien sentía
poco afecto por Hamlet, decidió que tanto don Quijote como Falstaff
eran santos cristianos, mientras que el malvado Hamlet no creía ni en
Dios ni en sí mismo. Prefiero la perspectiva de Unamuno a la de Auden
en lo que se refiere al Quijote, y no veo la gracia cristiana en Falstaff ni
el orgullo satánico en Hamlet.
Según Auden, don Quijote es la antítesis de Hamlet el actor, porque
el caballero es “ completamente incapaz de verse a sí mismo en un
papel” . Este don Quijote es “ completamente irreflexivo” . Confieso que
yo no puedo encontrar el Quijote de Auden en el libro. El Quijote de
Cervantes es el que dice: “Yo sé quién soy y quién puedo ser, si quisiera” .
De nada sirve santificar a don Quijote o subestimarlo. Su juego con la
realidad es de una gran profundidad, como también lo es su juego con
el Estado, y con la Iglesia, y con la historia social y religiosa de España,
y un Quijote irreflexivo es imposible.
A pesar de la encantadora fantasía de Burgess, Cervantes nunca oyó
hablar de Shakespeare, pero Shakespeare sí tuvo que tener en cuenta a
Cervantes en su última fase. Leyó Don Quijote en 1611 cuando la traducción
de Shelton se publicó en Inglaterra, y fue testigo de la forma
como sus amigos Ben Jonson, Beaumont y Fletcher se reconciliaron con
Cervantes en sus propias obras. Con Fletcher, Shakespeare escribió una
obra, Cardenio, basada en el personaje de Don Quijote, pero la obra continúa
perdida. Entiendo por qué Burgess considera que Cervantes preocupaba
a Shakespeare: finalmente era el único rival verdadero que tenía
entre sus contemporáneos y había creado dos figuras que serían eternamente
universales. Sólo las 25 (aproximadamente) mejores obras de
Shakespeare se pueden igualar con Don Quijote y esa recopilación no se
haría hasta el primer folio, después de su muerte. La querella entre el
Shakespeare y el Cervantes de Burgess es fascinante: “Usted nunca
podrá crear un Don Quijote” , le espeta Cervantes a Will, y este le replica:
“He escrito buenas comedias y también tragedia, que es el punto más
alto de la habilidad del dramaturgo” , lo cual provoca un sermón por
parte de Cervantes:
No lo es y nunca lo será. Dios es un comediante. Dios no padece las
consecuencias trágicas de una naturaleza defectuosa. La tragedia es demasiado
humana. La comedia es divina.
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No era necesario que Shakespeare contestara; Noche de Epifanía, o
lo que queráis es la respuesta a Don Quijote, y además uno se pregunta si
Don Quijote es una comedia divina, o de cualquier otro tipo, a pesar de
lo violentamente gracioso que puede llegar a ser. La caracterización de
don Quijote como héroe que hace José Ortega y Gasset no se ajusta a
ningún héroe cómico que yo me haya topado, al menos en la literatura
occidental:
No creo que exista especie de originalidad más profunda que esta
originalidad “práctica” , activa, del héroe. Su vida es una perpetua resistencia
a lo habitual y consueto. Cada movimiento que hace ha necesitado primero
vencer a la costumbre e inventar una nueva manera de gesto. Una
vida así es un perenne dolor, un constante desgarrarse de aquella parte
de sí mismo rendida al hábito, prisionera de la materia15.
La comedia de Cervantes está ligada al dolor y al sufrimiento: es una
versión de la comedia que sigue siendo tan original que nos resulta prácticamente
imposible describirla. ¡Pero es que hay tanto en Don Quijote
que desborda nuestros parámetros literarios! A continuación me propongo
discutir el descenso del caballero a la cueva de Montesinos -tal como
lo describió don Quijote en el capítulo xxm de la segunda parte-,un incidente
que se resiste a cualquier tipo de análisis. Aunque quizás este
sea el capítulo que más perplejos nos deja en toda la novela, también es
profundamente representativo de lo enigmáticas que son la conciencia
y la búsqueda del caballero desde la perspectiva de la visión de la realidad
de Cervantes. Después de más de 800 páginas sabemos mucho sobre don
Quijote, y sin embargo sigue siendo tan imposible de conocer como
Hamlet después de una tragedia de cuatro mil versos, gran parte de los
cuales le corresponden a él.
La cueva de Montesinos atrae a don Quijote porque su legendaria
reputación le hace pensar que allí podría haber una aventura digna de
él y le permite al caballero parodiar el descenso épico de Eneas y de
Odiseo al infierno. Don Quijote desciende atándose una cuerda a la cintura,
y al cabo de una hora -no parece haber transcurrido más tiempolo
sacan de allí aparentemente dormido. Aunque el caballero es un ferviente
decidor de verdades, no se sabe con seguridad si da crédito a su
propia versión de la estadía en las profundidades de la cueva. Después
de todo, sabe que la incomparable Dulcinea es un invento suyo, su poe[
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ma, para decirlo de alguna manera, y es de suponer que se da cuenta de
que su versión de lo acontecido en la cueva de Montesinos es otra creación
de su sublime imaginación. Sin embargo Cervantes evita deliberadamente
la claridad en este asunto —o en casi cualquier otro-. Don
Quijote nos cuenta que se quedó dormido y que se despertó en la cueva
y que vio a Montesinos salir de un palacio de cristal a recibirlo. En el
alcázar, el gran caballero Durandarte yace en su tumba, muerto pero
muy conversador, más bien como el cazador Graco que flota como un
muerto viviente en su barco mausoleo. En medio de una procesión de
doncellas y caballeros, la señora Belerma solloza por su Durandarte,
cuyo corazón momificado lleva en las manos. Merlín, el malvado encantador,
es el responsable de lo que sucede, pero no tenemos tiempo de
meditar sobre ello porque ¡Dulcinea aparece de pronto vestida de labradora!,
sale huyendo apresuradamente y envía a una de sus dos compañeras
a pedir prestados seis reales y a ofrecer como aval su faldellín
nuevo de algodón. Su heroico no tiene sino cuatro reales y se los envía
graciosamente.
La historia, o visión onírica, es fantástica de cabo a rabo y deliberadamente
desborda nuestra capacidad de interpretación, además de que me
recuerda con frecuencia a Kafka, sobre quien evidentemente ejerció
gran influencia. El impulso narrativo de Kafka lo lleva a volverse ininterpretable,
lo cual significa que lo que habría que interpretar es la razón
por la cual Kafka se hace tan opaco. “La verdad sobre Sancho Panza”
es una parábola kafkiana que nos cuenta que Sancho era un lector obsesivo
de romances de caballería, y que estos le producían tanta gracia a
su demonio personal, don Quijote, que este resolvió volverse caballero
andante. Sancho siguió a su demonio libre y filosóficamente y se mantuvo
entretenido el resto de sus días. Aunque también Cervantes se vuelve
alegremente ininterpretable, es un escritor de tal magnitud que nos recompensa,
como Shakespeare, con un mundo de diversión. Don Quijote
es su propio demonio y no cabalga para salvar la España de Felipe ra,
que, como la España de Felipe n, no puede ser salvada, sino para salvarnos
a nosotros, como insiste Unamuno. ¿Nos salvaremos (secularmente)
convirtiéndonos en personajes de ficción? Las consecuencias de la primera
parte de Don Quijote en la vida de Cervantes aparecen por doquier
en la segunda parte. El pobre Cervantes —héroe sin recompensa, dramaturgo
fracasado, esclavo de los turcos, prisionero del Estado español,
perpetuo infeliz- se ha transformado en un personaje de fama mundial
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porque don Quijote y Sancho Panza son famosos. En la segunda parte
de Don Quijote nunca se deja de invocar la primera, si bien siempre se
deja claro que la primera parte es un libro y la segunda no lo es. Cervantes
mismo es la segunda parte; este segundo Don Quijote es lo que
William Blake llamó “ el hombre de verdad, la imaginación” . Defendiéndose
de un clérigo que lo había reprendido, don Quijote proclama así
su logro:
Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias,
vencido gigantes y atropellado vestiglos..."6.
Cervantes sabía cómo escribir, don Quijote, cómo actuar: sólo que
los dos son una unidad, nacieron el uno para el otro.
Fuente:
Genios
Un mosaico de cien mentes
creativas y ejemplares
Traducción de Margarita Valencia Vargas
EDITORIAL ANAGRAMA
BARCELONA
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Título de la edición original:
Genius: A Mosaic of One Hundred Exemplary Creative Minds
Warner Books
Nueva York, 2002
Diseño de la colección:
Julio Vivas
Ilustración: mosaico de la catedral de San Marco, Venecia,
Paolo Ucello, 1425-1430
© Harold Bloom Limited Liability Company, 2002
© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2005
Pedr6 de la Creu, 58
08034 Barcelona
ISBN: 84-339-6227-2
Dep6sito Legal: B. 34830-2005
Printed in Spain
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