Matar a un elefante y otros escritos se inicia con dos relatos autobiográficos de
Orwell, el que da título al libro y Marrakech, escritos respectivamente en 1936
y 1939. Son esbozos breves, precisos, de una prosa limpia y sincera, en los que
el autor reflexiona sobre la abominación del colonialismo (él mismo fue policía
en Birmania). También cuenta el volumen con cuatro reseñas de libros publicados
en la época, Los últimos días de Madrid,
de Casado; Camino de servidumbre, de
von Hayek; El espejo del pasado, de
Zilliacus; y finalmente Su mejor hora,
de Churchill. Contiene también un fantástico ensayo sobre la política y la
lengua inglesa, en el que denuncia con gran ironía los excesos lingüísticos del
periodismo. Como indica Arcadi Espada en el prólogo, dice mucho sobre el estado
del periodismo en España el que este texto haya estado inédito en castellano
durante la friolera de medio siglo.
Finalmente,
y lo que constituye el cuerpo central del volumen, que son los Diarios de guerra (1940–1942), los Recuerdos de la guerra civil española
(1942) y una selección de los artículos que Orwell escribió para Tribune entre diciembre de 1943 y
febrero de 1945 en una columna titulada “A mi antojo”.
Matar a un elefante y otros escritos, conjuntamente con El león y el unicornio y otros ensayos, constituyen lo mejor del
repertorio ensayístico de Orwell.
George Orwell
Matar a un elefante y otros escritos
Título original: The collected essays. Journalism and letters
of George Orwell
George
Orwell, 1968
Autor
del prólogo: Arcadi Espada
Traducción:
Miguel Martínez-Lage
Diseño
de cubierta: Roger Viollet
Editor
digital: German25
ePub
base r1.2
NOTA EDITORIAL
La
presente edición recoge una selección de textos de George Orwell escritos entre
1936 y 1949. Los contenidos se han ordenado según la fecha de publicación,
excepto cuando se indica lo contrario. Para las traducciones se ha seguido la
edición en cuatro volúmenes de sus ensayos, escritos periodísticos y cartas
realizada por Sonia Orwell e Ian Angus en 1968 (The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell,
cuatro volúmenes, Hartcourt Brace & Co., Nueva York).
PRÓLOGO
EL
SENTIDO ESCOGIÓ LA PALABRA
Todo
lo que Orwell escribió sobre la verdad, la lengua o el nacionalismo me parece
pertinente y útil. No se trata de asuntos irrelevantes. Su vida, aunque corta,
tiene el excipiente justo de ironía y heroísmo. Le interesaron la literatura y
la política de un modo parejo, vinculado. Escribió de una manera clara y
elegante, y nunca pensó que la escritura política fuese un asunto desligado de
la estética. En cualquiera de sus párrafos se advierte la presencia de un
hombre que escribe y no de un phraseur.
Por si todo esto fuera poco, supo elegir perfectamente su pseudónimo: Orwell es misterioso y único, y tan
necesario para librarse del anodino Blair como Gaziel para hacerlo del Calvet semejante.
Luego
hay un puñado de cosas concretas. Por ejemplo, su actitud ante la Guerra Civil
española, plasmada en Homenaje a Cataluña,
quizá el mejor reportaje que se haya escrito. Del evangelista Juan a Antonio
Gramsci han sido muchas las declamaciones sobre la imprescindible equivalencia
entre la verdad y la libertad. Orwell las puso en acto con su implacable
denuncia en el mismo lugar de los hechos: un crimen de izquierdas es un crimen.
Aún resuena el eco y aún sigue alentándonos. Es probable que Paul Johnson
tuviera razón cuando escribió que la Guerra Civil española era la epopeya
contemporánea sobre la que se habían escrito más mentiras. Pero se le olvidó
añadir que entre las pocas verdades que no murieron estaba la de su compatriota
George Orwell.
Otra
de las grandes cosas concretas está presente en este volumen. Por vez primera
se recoge en un libro español[1] un ensayo fundamental de la cultura
de nuestro tiempo: La política y la
lengua inglesa. El ensayo no sólo formaliza la noción moderna del eufemismo
sino que describe el periodismo y la política como sistemas eufemísticos. Si un
eufemismo detectado (pacificación o
rectificación de fronteras) es, automáticamente, un eufemismo desactivado,
se comprenderá la importancia de la crítica orwelliana de la política y los
medios. Sería, por supuesto, de un optimismo más que cándido, patético,
atribuir al general desconocimiento en España de este texto canónico el aspecto
general que presentan la política y el periodismo en sus relaciones con la
verdad: por desgracia no está verificada semejante influencia de las letras
sobre las armas. Sin embargo, la evidencia de que sea un texto ampliamente
citado en todo el mundo, saqueado por columnistas de toda época y condición, y
el hecho de que tras haberse traducido a las principales lenguas haya visto la
luz en español muchos años después de haberse escrito, sí metaforiza una cierta
orientación de la cultura española, perceptible por lo demás en muchos otros
ejemplos posibles.
Por
si fuera poca desidia, cabe reseñar que el ensayo incluye alguna referencia
explícita a nuestra circunstancia. Dice Orwell: “Lo que ante todo se necesita
es que el sentido escoja a la palabra”. En España, y especialmente en la
política española, es la palabra —la palabra nación, por ejemplo—, la que escoge el sentido. Y otras muchas.
Algunas están en este párrafo del propio Orwell: “La palabra fascismo ahora no tiene significado
propio, salvo en la medida en que significa ‘algo que no es deseable’. Las
palabras democracia, socialismo,
libertad, patriótico, realista, justicia, tienen todas ellas varios
sentidos diferentes e irreconciliables entre sí”. Por supuesto que semejante
perversión puede detectarse todavía en muchos países. Y también en Gran
Bretaña. Pero mi experiencia de lector de periódicos me dice que de ningún modo
eso sucede con la misma frecuencia y la misma intensidad que en España.
Es
razonable la crítica que este ensayo ha recibido[2] por adherirse a
un cierto determinismo lingüístico, según el cual la calidad de las ideas se ve
afectada por el lenguaje que emplean los hablantes. “La lengua inglesa”,
escribe Orwell, “se torna fea e inexacta porque nuestros pensamientos rayan en
la estupidez, pero el desaliño de nuestro lenguaje nos facilita caer en esos
pensamientos estúpidos”. Orwell vacila frecuentemente entre la razón y la
metafísica lingüísticas. No sólo en este ensayo, sino también, por ejemplo, en
su crucial 1984. Pero la objeción,
justa insisto, tiene poca importancia práctica, porque lo que prevalece en su
análisis es el estado moral que describen unos determinados usos lingüísticos:
Esto: “El gran enemigo de una lengua clara es la falta de sinceridad. Cuando se
abre una brecha entre los objetivos reales que uno tenga y los objetivos que
proclama, uno acude instintivamente, por así decir, a las palabras largas[3]
y a las expresiones más fatigadas, como una sepia que escupe un chorro de
tinta”. Desde luego es una certera analogía. También, aunque se trate de
sepias, por la evidencia de que el cerebro decide cuánta tinta hay que verter,
pero la tinta nada decide sobre cuánto cerebro tiene el calamar. Calamares,
pensamiento y lenguaje.
La
última de las grandes cosas concretas alude al intelectual, esa palabra que da tanta risa en España, y
especialmente en sus provincias. A mi juicio, Orwell es un modelo de conducta
intelectual. Caen las bombas alemanas sobre Londres y él las anota
escrupulosamente. Quiero decir que da la cara ante los sentimientos absolutos,
el miedo o el odio, y no acude a escapatorias más o menos estetizantes. Puede
observarse en sus diarios de guerra, recogidos por completo en esta edición.
Aunque, al mismo tiempo, es un hombre que anota, el 22 de enero de 1941: “En el
Daily Express ya se ha utilizado blitz como verbo”. En efecto hay que
ocuparse de las bombas y de los verbos: en eso consiste la tarea. Su mérito
mayor, en este sentido, es la sutura de la creación y el descubrimiento, esas
funciones que respectivamente se reservan a los artistas y a los científicos (o
a los lampistas y a los policías). En la abrumadora mayoría de sus textos
destaca la pasión del descubrimiento: pero era un hombre convencido de que la
estética es una de las herramientas de la búsqueda.
La
obra de Orwell traza un rastro verídico del siglo XX. Del colonialismo al
comunismo y de la guerra al Estado del bienestar, vivió con intensidad el que
algunos historiadores consideran un siglo especialmente contradictorio de la
actividad humana. Creo que sus lecciones, algunas realmente visionarias, nos
ayudarán durante mucho tiempo. Es una gran noticia que gran parte de su
literatura no ficcional aparezca ahora reunida y traducida con limpieza al
castellano. Porque es en esa literatura donde se puede apreciar uno de los
rasgos del clásico. La voz. Orwell se oye íntimo siempre, hasta en la arenga.
Arcadi
Espada, septiembre de 2006
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