domingo, 17 de septiembre de 2023

Matar a un elefante y otros escritos ORWELL GEORGE FRAGMENTO

 




Matar a un elefante y otros escritos se inicia con dos relatos autobiográficos de Orwell, el que da título al libro y Marrakech, escritos respectivamente en 1936 y 1939. Son esbozos breves, precisos, de una prosa limpia y sincera, en los que el autor reflexiona sobre la abominación del colonialismo (él mismo fue policía en Birmania). También cuenta el volumen con cuatro reseñas de libros publicados en la época, Los últimos días de Madrid, de Casado; Camino de servidumbre, de von Hayek; El espejo del pasado, de Zilliacus; y finalmente Su mejor hora, de Churchill. Contiene también un fantástico ensayo sobre la política y la lengua inglesa, en el que denuncia con gran ironía los excesos lingüísticos del periodismo. Como indica Arcadi Espada en el prólogo, dice mucho sobre el estado del periodismo en España el que este texto haya estado inédito en castellano durante la friolera de medio siglo.

Finalmente, y lo que constituye el cuerpo central del volumen, que son los Diarios de guerra (1940–1942), los Recuerdos de la guerra civil española (1942) y una selección de los artículos que Orwell escribió para Tribune entre diciembre de 1943 y febrero de 1945 en una columna titulada “A mi antojo”.

Matar a un elefante y otros escritos, conjuntamente con El león y el unicornio y otros ensayos, constituyen lo mejor del repertorio ensayístico de Orwell.


 

George Orwell

Matar a un elefante y otros escritos

 


 

Título original: The collected essays. Journalism and letters of George Orwell

George Orwell, 1968

Autor del prólogo: Arcadi Espada

Traducción: Miguel Martínez-Lage

Diseño de cubierta: Roger Viollet

Editor digital: German25

ePub base r1.2

 

 


 

NOTA EDITORIAL

La presente edición recoge una selección de textos de George Orwell escritos entre 1936 y 1949. Los contenidos se han ordenado según la fecha de publicación, excepto cuando se indica lo contrario. Para las traducciones se ha seguido la edición en cuatro volúmenes de sus ensayos, escritos periodísticos y cartas realizada por Sonia Orwell e Ian Angus en 1968 (The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, cuatro volúmenes, Hartcourt Brace & Co., Nueva York).

 


 PRÓLOGO

EL SENTIDO ESCOGIÓ LA PALABRA

Todo lo que Orwell escribió sobre la verdad, la lengua o el nacionalismo me parece pertinente y útil. No se trata de asuntos irrelevantes. Su vida, aunque corta, tiene el excipiente justo de ironía y heroísmo. Le interesaron la literatura y la política de un modo parejo, vinculado. Escribió de una manera clara y elegante, y nunca pensó que la escritura política fuese un asunto desligado de la estética. En cualquiera de sus párrafos se advierte la presencia de un hombre que escribe y no de un phraseur. Por si todo esto fuera poco, supo elegir perfectamente su pseudónimo: Orwell es misterioso y único, y tan necesario para librarse del anodino Blair como Gaziel para hacerlo del Calvet semejante.

Luego hay un puñado de cosas concretas. Por ejemplo, su actitud ante la Guerra Civil española, plasmada en Homenaje a Cataluña, quizá el mejor reportaje que se haya escrito. Del evangelista Juan a Antonio Gramsci han sido muchas las declamaciones sobre la imprescindible equivalencia entre la verdad y la libertad. Orwell las puso en acto con su implacable denuncia en el mismo lugar de los hechos: un crimen de izquierdas es un crimen. Aún resuena el eco y aún sigue alentándonos. Es probable que Paul Johnson tuviera razón cuando escribió que la Guerra Civil española era la epopeya contemporánea sobre la que se habían escrito más mentiras. Pero se le olvidó añadir que entre las pocas verdades que no murieron estaba la de su compatriota George Orwell.

Otra de las grandes cosas concretas está presente en este volumen. Por vez primera se recoge en un libro español[1] un ensayo fundamental de la cultura de nuestro tiempo: La política y la lengua inglesa. El ensayo no sólo formaliza la noción moderna del eufemismo sino que describe el periodismo y la política como sistemas eufemísticos. Si un eufemismo detectado (pacificación o rectificación de fronteras) es, automáticamente, un eufemismo desactivado, se comprenderá la importancia de la crítica orwelliana de la política y los medios. Sería, por supuesto, de un optimismo más que cándido, patético, atribuir al general desconocimiento en España de este texto canónico el aspecto general que presentan la política y el periodismo en sus relaciones con la verdad: por desgracia no está verificada semejante influencia de las letras sobre las armas. Sin embargo, la evidencia de que sea un texto ampliamente citado en todo el mundo, saqueado por columnistas de toda época y condición, y el hecho de que tras haberse traducido a las principales lenguas haya visto la luz en español muchos años después de haberse escrito, sí metaforiza una cierta orientación de la cultura española, perceptible por lo demás en muchos otros ejemplos posibles.

Por si fuera poca desidia, cabe reseñar que el ensayo incluye alguna referencia explícita a nuestra circunstancia. Dice Orwell: “Lo que ante todo se necesita es que el sentido escoja a la palabra”. En España, y especialmente en la política española, es la palabra —la palabra nación, por ejemplo—, la que escoge el sentido. Y otras muchas. Algunas están en este párrafo del propio Orwell: “La palabra fascismo ahora no tiene significado propio, salvo en la medida en que significa ‘algo que no es deseable’. Las palabras democracia, socialismo, libertad, patriótico, realista, justicia, tienen todas ellas varios sentidos diferentes e irreconciliables entre sí”. Por supuesto que semejante perversión puede detectarse todavía en muchos países. Y también en Gran Bretaña. Pero mi experiencia de lector de periódicos me dice que de ningún modo eso sucede con la misma frecuencia y la misma intensidad que en España.

Es razonable la crítica que este ensayo ha recibido[2] por adherirse a un cierto determinismo lingüístico, según el cual la calidad de las ideas se ve afectada por el lenguaje que emplean los hablantes. “La lengua inglesa”, escribe Orwell, “se torna fea e inexacta porque nuestros pensamientos rayan en la estupidez, pero el desaliño de nuestro lenguaje nos facilita caer en esos pensamientos estúpidos”. Orwell vacila frecuentemente entre la razón y la metafísica lingüísticas. No sólo en este ensayo, sino también, por ejemplo, en su crucial 1984. Pero la objeción, justa insisto, tiene poca importancia práctica, porque lo que prevalece en su análisis es el estado moral que describen unos determinados usos lingüísticos: Esto: “El gran enemigo de una lengua clara es la falta de sinceridad. Cuando se abre una brecha entre los objetivos reales que uno tenga y los objetivos que proclama, uno acude instintivamente, por así decir, a las palabras largas[3] y a las expresiones más fatigadas, como una sepia que escupe un chorro de tinta”. Desde luego es una certera analogía. También, aunque se trate de sepias, por la evidencia de que el cerebro decide cuánta tinta hay que verter, pero la tinta nada decide sobre cuánto cerebro tiene el calamar. Calamares, pensamiento y lenguaje.

La última de las grandes cosas concretas alude al intelectual, esa palabra que da tanta risa en España, y especialmente en sus provincias. A mi juicio, Orwell es un modelo de conducta intelectual. Caen las bombas alemanas sobre Londres y él las anota escrupulosamente. Quiero decir que da la cara ante los sentimientos absolutos, el miedo o el odio, y no acude a escapatorias más o menos estetizantes. Puede observarse en sus diarios de guerra, recogidos por completo en esta edición. Aunque, al mismo tiempo, es un hombre que anota, el 22 de enero de 1941: “En el Daily Express ya se ha utilizado blitz como verbo”. En efecto hay que ocuparse de las bombas y de los verbos: en eso consiste la tarea. Su mérito mayor, en este sentido, es la sutura de la creación y el descubrimiento, esas funciones que respectivamente se reservan a los artistas y a los científicos (o a los lampistas y a los policías). En la abrumadora mayoría de sus textos destaca la pasión del descubrimiento: pero era un hombre convencido de que la estética es una de las herramientas de la búsqueda.

La obra de Orwell traza un rastro verídico del siglo XX. Del colonialismo al comunismo y de la guerra al Estado del bienestar, vivió con intensidad el que algunos historiadores consideran un siglo especialmente contradictorio de la actividad humana. Creo que sus lecciones, algunas realmente visionarias, nos ayudarán durante mucho tiempo. Es una gran noticia que gran parte de su literatura no ficcional aparezca ahora reunida y traducida con limpieza al castellano. Porque es en esa literatura donde se puede apreciar uno de los rasgos del clásico. La voz. Orwell se oye íntimo siempre, hasta en la arenga.

Arcadi Espada, septiembre de 2006

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