viernes, 17 de febrero de 2023

FROST ROBERT. Al norte de Boston. FRAGMENTO.

 

 


Al norte de Boston está compuesto por dieciséis largos poemas (salvo los dos últimos), de carácter narrativo, donde se incluyen extensos diálogos, monólogos dramáticos y descripciones. El origen de su redacción data de su estancia en una granja que adquirió en Dewy, Nueva Inglaterra. La observación de sus vecinos le sirve de referente a la hora de crear los personajes que aparecen en estos poemas, enfrentados a una dura lucha con el clima y la tierra.

 


 

 Robert Frost

Al norte de Boston

 

 

 

 

 


 

 NOTA PREVIA DEL TRADUCTOR

Robert Frost nació en San Francisco de California el 26 de marzo de 1874. Era oriunda su familia de Nueva Inglaterra, y allí tomaría y transcurrirían los años de infancia del poeta y los primeros de su juventud. También en aquel medio rural e ingrato se empleó desde muy pronto en rudas faenas del campo, familiarizándose desde entonces con el ambiente rústico y el contacto con la naturaleza que tan a fondo habrían de influir en su personalidad y en su futura creación poética.

En 1892 se graduó en la Escuela Superior de Lawrence (Massachusetts), junto con su futura esposa Eleanor White. En su primer poema, la clásica oda académica, apuntaban ya indicios de su talento para la expresión lírica. Pasó tres años de constantes y penosos esfuerzos para ganarse la vida en los más diversos y bajos menesteres, el de zapatero entre otros; pero sin desmayar jamás en su infatigable pasión por la lectura.

Contrajo matrimonio en 1895, y esto, junto con los poemas que ya escribía, tuvo en su vida un influjo estabilizador. Escribía, sí, y continuó escribiendo a lo largo de bastantes años, pero sin conseguir convencer y mover a los editores para la publicación y difusión de su obra, ni salir de la estrechez material y la angustia de un vivir esclavizado por el alienante trabajo en talleres y fábricas.

En 1897 siguió dos cursos en Harvard, y, en 1900, su abuelo le hizo donación de una granja en New Hampshire. En aquella comarca desolada y áspera, cerca de Derry, Robert espigó una espléndida cosecha de sugerencias y motivos para sus poemas futuros. Entre 1905 y 1912, ejerció como docente. Fue un profesor estimable, tanto en la Academia Pinkerton, de Derry, donde impartió lengua inglesa, como en la Escuela Normal de Plymouth, donde enseñó psicología.

En 1912 vendió la granja por 1500 dólares y se fue a Inglaterra, dispuesto a darse a conocer y abrirse camino con la poesía. No tardó en entablar relación con un grupo de poetas georgianos que le presentaron a los editores. Fue su suerte. Sus dos primeros libros, A boy’s Will (1913) y North Boston (1914), causaron sensación en Londres. Cuando volvió a los Estados Unidos en 1915 se encontró con que ya era famoso. En adelante, estimulado y dirigido por Eleanor, dedicó por entero su vida a la poesía. Se introdujo de lleno en el mundo cultural y académico y dio frecuentes lecturas de sus poemas en Michigan, en Amherst, en Dartmouth, y en un sinfín de colegios y sociedades. Ganó el premio Pulitzer en 1924,1931, 1937 y 1943, además de otros muchos galardones.

Frost es hoy, después de la época de Whitman, uno de los más grandes poetas norteamericanos, y su obra ha supuesto una notable revolución en la poesía inglesa. Podemos situarla, en principio, dentro de la corriente renovadora que surgió en Estados Unidos hacia 1912 en tomo a la revista Poetry. Fue, en cierto modo, como un nuevo romanticismo que se proponía volver a la observación de la realidad y prescindir del tradicional lenguaje poético. En su génesis influyó particularmente la publicación de algunos libros de versos entre los que destacaba el ya citado A Boy’s Will. Frost, como queda dicho, tenía su principal fuente de inspiración en la vida rural de Nueva Inglaterra, donde residió largo tiempo. De ahí la simplicidad de su vocabulario, que muy a menudo reviste un carácter coloquial. Esto, y el hecho de que se situara en la vanguardia de un movimiento reformista, le relaciona de alguna manera con el poeta inglés Wordsworth, si bien Frost no suele incurrir en el subjetivismo y el ternurismo frecuentes en aquél. En sus poesías apreciamos más bien una fuerza telúrica sabiamente administrada, con el freno consciente de quien se sabe «un hombre hablando a los hombres». Hay un propósito de modulación del verso a partir del referente concreto que suple las limitaciones expresivas de los recursos métricos y retóricos con lo que Frost denomina «el sonido del sentido»: la musicalidad de los significados determinando y enriqueciendo la de los significantes. Por eso no se revela como innovador de las técnicas de versificación, aunque emplea el verso libre de un modo muy personal. Para él lo fundamental es «the sound», la música, llegando a decir que el sonido, en el poema, es como el oro en la ganga. Existe el dilema entre hacer resaltar el poema-como-música o el poema-como-significado. Un poeta, según Frost, debe aprender a «crear cadencias por medio de la ruptura elaborada de los sonidos del sentido con toda su irregularidad de acento a través del metro». Claro que esto no es ninguna novedad: en palabras de Jay Parini, «los poetas siempre han entendido que el metro es una abstracción, y que uno superpone los ritmos del discurso normal sobre el latido teórico del patrón métrico».

Para Frost, el objeto al escribir poesía es hacer que todos los poemas suenen tan distintos unos de otros como sea posible, y para eso no bastan los recursos de vocales, consonantes, puntuación, sintaxis, palabras, frases, métrica… Precisamos del auxilio del contexto, el tema, el significado. Sólo así logramos la variedad. Y el sentido —el sonido— es múltiple aún dentro de un mismo poema. La música —el significado— de un poema no es siempre igual para cada perceptor y en cada momento. En la idea que tiene Frost del acto de creación poética y de su posterior recepción, un poema comienza siempre como placer, predispone al impulso, asume dirección con el primer verso que se escribe, sigue un curso de hallazgos más o menos afortunados y concluye en una clarificación de la vida: no necesariamente una gran clarificación, como aquélla en que se fundan las sectas y los cultos, sino en un punto de apoyo momentáneo frente a la confusión. En suma, tiene un desenlace, que es siempre un atisbo de conocimiento, con lo que cabe decir que la trayectoria de un poema es siempre del placer al conocimiento. Y ese resultado, aunque imprevisto, estaba ya implícito en la idea originaria, aunque el poeta procede de sorpresa en sorpresa, sin conocerlo hasta el final. Es decir, que era predestinación lo que termina como revelación. Y la piedra de toque de la autenticidad de todo poema está en que ese proceso lo viva también, a su manera, cada oyente o lector.

Y, por supuesto, irrenunciablemente también el traductor. Para que el poema resultante de la versión en otra lengua tenga savia propia, vuelo propio; para que no se parezca, como tantas veces ocurre, a esos productos inanes de las máquinas de traducir, el poeta que la realiza (¡tiene que ser poeta, no se olvide!) ha de sumergirse en el texto original como en un río y dejarse calar hasta los huesos por su sentido y su sonido, y sobre todo, como postula Frost, por «el sonido del sentido», ese complejo contrapunto de ritmos y significados, avanzando así, también él de sorpresa en sorpresa, hasta el desenlace/revelación. Sólo esta actitud abierta, de entrega y disponibilidad, le permitirá ir descubriendo la melodía verbal que en su idioma se corresponde con las modulaciones y acordes del poema que intenta convertir. Léxico, sintaxis, puntuación, metro, rima cuando la hay, no deben surgir nunca de una operación de mimesis o de calco. Tienen que nacer de nuevo, a impulso de la vivencia profunda del espíritu que progresa, deslumbrado y torpe, del placer al conocimiento, y obra la metamorfosis. Por eso la recreación de un texto poético en otra lengua suele tener algo de litúrgico: es como una concelebración.

Al norte de Boston, que, como ya se ha indicado, publicó Frost por vez primera en 1914, no es por ello obra primeriza, ni menos recia y representativa que el resto de su producción. Aquí aparecen ya todas sus constantes, asoman todos sus demonios. De cuanto en la presente nota queda expuesto, estos dieciséis poemas son muestra más que sobrada. En ellos estamos siempre al aire libre, en contacto con los elementos, enfrentados con la fatalidad y la intemperie. Sobre este cañamazo de vida rural y presencia numinosa de la naturaleza, borda Frost con estro delicado una serie de sencillas escenas, entre la comedia y el drama, tan diferentes entre sí como él en efecto propugnaba. Roza el costumbrismo, pero lo salva siempre. Nos hallamos más bien ante una épica de lo cotidiano. La ironía, el humor —un humor cruel, a veces— recorren sutilmente estos poemas-relato, y el alma de los personajes se revela y desnuda en sus monólogos y sus diálogos; lo que se sugiere es siempre mucho más de lo que se dice, y a veces deja entrever perspectivas inquietantes. Hay casos, como en «Arándanos», o «La casita negra», en que sabemos de los caracteres principales por lo que cuentan otros. Y son figuras conmovedoras, en su simplicidad y su recia humanidad. Otros personajes («Servidora de servidores», «El ama de casa») nos estremecen en su situación de angustiada soledad y desesperanza.

No sé si alguien lo ha constatado antes, pero creo advertir un claro antecedente de esta poesía en el británico Robert Browning: en poemas como «Andrea del Sarto», por ejemplo. Con esta temática, lejos de los niveles de abstracción de sus contemporáneos Eliot. Pound, etc., nada tiene de sorprendente que Frost llegara a ser un poeta muy popular. Salvadas las distancias, que son considerables, podría ser el caso de poetas españoles coetáneos como Ramón de Campoamor y José M.ª Gabriel y Galán, autores a su vez de poemas narrativos, y el segundo en dialecto extremeño bien a menudo. Frost hace hablar a sus personajes en un cierto dialecto de Nueva Inglaterra, con particularidades de dicción y sintaxis de imposible traducción, por lo que cabría aconsejar a todo lector con suficientes nociones de inglés que se aventure a leer los diálogos en esta lengua. Por otra parte, la dimensión trágica, el ingrediente de desesperación y amargura que encontramos en muchos momentos de los poemas de Frost, los abismos y los enigmas que se insinúan tras de sus versos aparentemente sencillos, le sitúan muy por encima, como poeta, de la musa filosofante y moralizante de nuestro asturiano, igualmente tan popular en su tiempo.

Dos palabras, para concluir, acerca de los criterios aplicados en la versión. El endecasílabo inglés raras veces puede reducirse a endecasílabos castellanos, por lo que ha sido preciso optar, como en tantos otros casos, por alargarlo en alejandrinos y otras combinaciones métricas más extensas, manteniendo los ritmos silábicos en una pugna constante por no caer en la prosa pura y simple, difícil empeño cuando el componente anecdótico tiende como un lastre hacia ello. En los poemas con rima en inglés, hemos tratado de rimar también en español, si bien no siempre ha sido posible encontrar consonantes sin distorsionar demasiado el verso, en cuyo caso hemos recurrido a rimas asonantes. Y en cuanto al léxico, nos hemos permitido la mayor libertad con el fin de acercarnos lo más posible a ese ideal que antes exponíamos de que el poema trasvasado tenga savia propia, vuelo propio. Tal ha sido el propósito, claro está, pero es mucho lo que va del deseo al pleno cumplimiento. En esto, cuando el traductor traiciona, se traiciona antes que nada a sí mismo. Y uno siente aquí la tentación de remedar a los viejos actores del teatro clásico cuando concluían humildemente la representación con aquel célebre latiguillo que pedía al público «perdón por las muchas faltas».


 AL NORTE DE BOSTON

CERCA EN REPARACIÓN

Hay algo que se opone a que una cerca exista,

Que hincha la tierra helada y la socava

Y desparrama al sol los pedruscos cimeros,

Y abre boquetes por los que se cuelan

hasta dos cuerpos juntos. Pues ¿y los cazadores?

He ido tras ellos y reparado el estrago

Allí donde no dejan ni piedra sobre piedra;

Pero es que tienen que sacar de su hoyo al conejo

Por dar gusto a los canes plañideros. Los boquetes, creedme,

Que nadie les ha visto hacer, ni hacer ha oído,

Pero, a la primavera, allí los encontramos.

Se lo hago saber a mi vecino, allende el cerro,

Y un día nos damos cita y recorremos la linde

Y volvemos a alzar la cerca entre nosotros,

Manteniéndola siempre entre los dos, al paso.

Cada uno los pedruscos que de su lado cayeron.

Y los hay como panes, y otros tan casi esféricos

Que hemos de usar conjuros para que se sostengan:

«¡Ahí quieto donde estás hasta que nos volvamos!»

Nos pelamos los dedos manejándolos.

Ah, otra especie de juego al aire libre,

Uno por cada bando. A poco más alcanza:

Ahí donde está la cerca, no la necesitamos.

Él es todo pinar; yo, manzanal.

Y mis manzanos no van a cruzar nunca

La cerca y a comerse sus piñas, le digo.

Y él sólo me responde: «Buenas cercas hacen buenos vecinos».

La primavera me trastorna, y no sé

Si podría meterle en la cabeza: «¿Por qué

Hacen buenos vecinos? ¿No será

Donde hay vacas? Pero aquí no hay vacas.

Antes de levantar una cerca, yo siempre considero

Lo que de un lado y otro estoy cercando

Y a quien puedo infligir con ello agravio.

Hay algo que se opone a que una cerca exista,

Que quiere echarla abajo». Podría yo decirle: «Trasgos».

Pero no son exactamente trasgos, y preferiría

Se lo dijera él mismo. Le veo allá venir

Aferrada una piedra en cada mano,

Como un salvaje de la edad de piedra bien armado,

Y me parece verlo en la tiniebla

No tan sólo de bosques y de sombra de árboles.

Él no irá más allá del proverbio ancestral

Y le encanta pensarlo por su cuenta

Y repite: «Buenas cercas hacen buenos vecinos».


 LA MUERTE DEL JORNALERO

Contemplaba María la llama del quinqué, sentada a la mesa,

Esperando a Warren. Cuando oyó sus pasos

Corrió de puntillas por el pasillo a oscuras

A darle la noticia en el umbral

Y ponerle en guardia. «Silas ha vuelto».

Le hizo salir con ella, cerró la puerta y dijo:

«Sé amable». Tomó luego de los brazos de Warren

Las cosas que traía del mercado

Y las dejó en el soportal. Después le hizo bajar

Y sentarse a su lado en los peldaños de madera.

«¿Cuándo dejé de ser con él amable?

Mas no le admitiré de nuevo aquí», repuso el hombre.

«Ya se lo dije en la pasada recolección del heno.

Si se marchaba entonces, le advertí, habíamos terminado.

¿Para qué sirve? ¿Quién le dará acogida

A su edad por lo poco que puede hacer?

Nada depende de su contribución.

Siempre se larga cuando le necesito más.

Cree que debería ganar un módico jornal,

Bastante al menos para comprar tabaco

A fin de no tener que pedir y estar agradecido.

“Bien”, digo yo. “No puedo permitirme

Pagar salarios fijos, aunque ojalá pudiera”.

“Otro sí que podrá”. “Entonces otro tendrá que hacerlo”.

Y no me importaría a mí que mejorase

Si de eso se tratara. Puedes estar segura,

Cuando él empieza así es que tiene a alguien

Que intenta sonsacarle con algún dinerillo…

En pleno henaje, cuando escasea la mano de obra.

Luego en invierno vuelve con nosotros. Estoy harto».

«¡Chis!, no tan algo: te va a oír», dijo María.

«Pues que me oiga: más tarde o más temprano habrá de oírme».

«Está agotado. Duerme junto a la estufa.

Cuando volví de casa de Rowe me lo vi aquí, arrebujado

Contra la puerta del establo, dormido como un tronco.

Daba lástima verlo, y también miedo…

No es para que sonrías… No le reconocí…

No le esperaba yo… y está cambiado.

Aguarda y ya verás».

                                  «¿Dónde dijiste que había estado?»

«No lo ha dicho. Le llevé como pude hasta la casa

Y le di té, y procuré que fumara.

Intenté hacerle hablar sobre sus viajes.

No hubo manera: se limitó a cabecear sin soltar prenda».

«¿Pero qué dijo? ¿Dijo algo?»

«Poca cosa».

                     «¿Pero algo? Confiésame, María,

Ha dicho que está aquí para avenarme el prado».

«¡Warren!»

                «¿Pero lo dijo? Sólo quiero saberlo».

«Pues claro que lo dijo. ¿Qué quieres que dijese?

No irás a escatimarle al pobre viejo

Alguna forma simple de salvar su amor propio.

Y añadió, si de veras te interesa saberlo,

Que pensaba aclarar la dehesa alta también.

¿Te suena a historia ya antes oída?

Warren, quisiera que hubieses oído cómo

Lo embarullaba todo. Dos, tres veces

Me paré yo a observar —tan perpleja me tenía—

Si no sería que hablaba en sueños. Continuó luego

Con Harold Wilson —recuérdalo—, el muchacho

Que empleabas en el henaje desde hacía cuatro años.

Ha terminado sus estudios, cursado magisterio.

Silas afirma que tendrás que mandarlo volver.

Dice que ambos formarán un buen par para la labor:

¡Que entre los dos tendrán esta heredad como una seda!

Si vieras cómo mezclaba eso con otras cosas.

Él tiene al joven Wilson por un chico capaz,

Aunque chiflado con la educación: tú sabes

Cómo bregaron todo el mes de julio, bajo el sol llameante,

Silas subido al carro, acoplando la carga,

Harold al pie, echándola hacia arriba con el bieldo».

«Sí, yo me cuidaba de estar lejos, donde no los oyera».

«Pues bien, aquellos días, a Silas lo turbaron como un sueño.

Quién podría creerlo. ¡Cómo persisten ciertas cosas!

El desparpajo estudiantil de Harold picaba su amor propio.

Después de tantos años aún anda buscando

Razones que ahora entiende podría haberle opuesto.

Me da lástima. Sé muy bien cómo sienta

Que se te ocurra la razón cabal demasiado tarde.

Harold asociado en su mente con el latín…

Ha querido saber qué pienso yo sobre el decir de Harold

De que estudió el latín, como el violín,

Porque le gustaba… ¡vaya un argumento!

Dice que no logró hacer creer al mozo

Que él descubre agua con una vara de avellano…

Lo cual demuestra el provecho que ha sacado de los estudios.

Pasaría por eso. Pero ante todo piensa

En poder disponer de otra oportunidad

De enseñarle a apilar una carga de heno…»

«Lo sé, ésa es la única habilidad de Silas.

Pone cada horconada en su lugar exacto,

Y la marca y numera para futura referencia,

A fin de hallarla y removerla, en la descarga,

Con facilidad. Silas hace eso bien. Lo saca

En parvas grandes como nidos de grandes aves

Y nunca le verás de pie sobre el forraje

Que intenta echar arriba, pues quien se empina es él».

«Él piensa que podría enseñarle eso, así sería

Quizá de algún provecho para alguien en el mundo.

Detesta ver a un chico víctima de los libros.

Pobre Silas, tan preocupado siempre por el prójimo.

Sin nada en el ayer que mirar con orgullo,

Sin nada en el mañana que ver con esperanza,

Nada distinto nunca para él».

Un segmento de luna caía hacia poniente

Llevándose consigo el cielo entero hacia las lomas.

Su luz le llovió blanda en el regazo. Lo vio ella

Y se cubrió con el delantal. Como quien pulsa un arpa,

Tendió luego la mano entre los dondiegos de día

Acicalados de rocío desde el arriate a los aleros,

Cual si arrancara, música inaudible, no sé qué ternura

Que obró en él su virtud junto a ella en la noche.

«Warren», dijo María, «ha venido a casa a morir:

No tienes que temer que esta vez te abandone».

«A casa», ironizó él con voz queda.

                                                        «Sí, ¿pues qué, si no es a casa

Vas a decir? Todo depende de lo que se entienda por la casa de uno.

Claro, para nosotros él no es nada; no más

Que el perro aquel que se llegó a nosotros,

Desconocido, despernado, por el carril del monte».

«Tu casa es aquel sitio donde si tienes que acudir

han de darte acogida».

                                    «Yo lo definiría como algo

Que en cierto modo no has de merecer».

Warren a esto se inclinó, dio un paso o dos,

Echó mano a un bastoncillo, se lo trajo

Consigo, lo quebró y lo arrojó a un lado.

«¿Crees tú que Silas es más acreedor de nuestra hospitalidad

Que de la de su hermano? Trece millas escasas

A vueltas del camino le llevarían ante su puerta.

Silas ha caminado hoy todo eso y más, sin duda alguna.

¿Por qué no acude allí? Su hermano es rico,

Un personaje… director del banco».

«Él nunca nos lo ha dicho».

                                           «Lo sabemos, no obstante».

«Yo creo que su hermano debería ayudar en algo, por supuesto.

Me encargaré de ello, si hace falta. Debería, en justicia,

Acogerle en su hogar, y acaso esté dispuesto…

Tal vez sea mejor de lo que nos parece.

Pero ten lástima de Silas. ¿Piensas tú

Que si él cifrara algún orgullo en el linaje

O en cualquier cosa que pudiera esperar de su hermano

Habría callado respecto a él todo este tiempo?»

«Me gustaría saber qué hay entre ellos».

                                                                «Puedo decírtelo.

Silas es lo que es; a nosotros no nos importa;

Pero es justo la clase de persona que los parientes no soportan.

Jamás ha hecho nada tan execrable, en realidad.

Él no sabe por qué no es él tan bueno

Como cualquier otro. Pero, indigno como se considera,

No se dejará avergonzar por agradar a su hermano».

«No puedo creer que Si haya jamás herido a nadie».

«No, pero me ha herido en el alma ver la forma

En que yacía y giraba la senil cabeza en ese puntiagudo

Respaldar. No me ha permitido acomodarle en el sofá.

Debes entrar y ver lo que puedes hacer tú.

Le he preparado allí la cama para esta noche.

Te sorprenderá cuando lo veas, lo maltrecho que está.

Ya no podrá volver a trabajar. Estoy segura».

«Yo no diría eso así tan pronto».

«Tampoco yo. Anda, mira, compruébalo tú mismo.

Pero Warren, hazme el favor, recuerda los sobrentendidos:

Ha venido a ayudarte a drenar el prado.

Tiene un plan. No debes reírte de él.

Quizás no hable del asunto, y luego sí que hable.

Yo miraré entretanto si aquella nubecilla

Acierta o no a cubrir la luna».

                                               La cubrió.

Entonces hubo tres allí: una guirnalda

Difusa: la luna, la nubecilla plateada y ella.

Regresó Warren —demasiado pronto, pensó María—.

Se deslizó a su lado, le tomó la mano y esperó.

«¿Warren…?», inquirió ella.

                                    «Muerto», fue toda la respuesta de él.

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