LAURENCE Y ANTONIO
MARQUÉS DE SADE
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NOVELA ITALIANA
El desastre de la batalla de Pavía, el espantoso y astuto carácter de Fernando, la
superioridad de Carlos Quinto, el extraño crédito de esos famosos mercaderes de lana, listos a
compartir el trono de Francia, y ya instalados en el de la Iglesia*, la situación de Florencia,
ubicada en el centro de Italia como para dominarla; todas estas causas reunidas tornaban
sumamente codiciable el cetro de esa ciudad, destinándolo sin duda a aquel de los príncipes
de Europa que brillara con mayor esplendor. Carlos Quinto, que así lo comprendía y debió
perseguir tales objetivos, tal vez cometió un error al postergar a Don Felipe que necesitaba
tanto de ese trono para mantener sus posesiones en Italia, dando la preferencia a una de sus
bastardas a quien casó con Alejandro de Médicis. Teniéndolo todo en sus manos para hacer de
su hijo el Duque de Toscana, ¿cómo pudo contentarse con dar tan sólo una princesa a esta
hermosa provincia?
Pero ni estos acontecimientos, ni la importancia que Carlos Quinto concedía a los
florentinos, lograron deslumbrar a los Strozzi. Poderosos rivales de su príncipe, no perdían la
esperanza de derrocar tarde o temprano a los Médicis de un trono, del que se creían más
dignos, y al que pretendían desde tiempo atrás.
En efecto, ninguna casa Toscana tenía mayor rango que la de los Strozzi... que, de haber
observado mejor conducta, pronto hubiese poseído el codiciado cetro de Florencia.
En momentos en que esta familia gozaba de su mayor esplendor**, cuando la más grande
prosperidad reinaba a su alrededor, Charles Strozzi, hermano de quien mantenía el prestigio
del apellido, con menos interés en los asuntos de Estado que en sus fogosas pasiones,
aprovechaba la inmensa fama de su familia para satisfacerlas con mayor impunidad.
Al alentar los deseos de un alma mal nacida, es muy raro que los medios con que cuenta la
grandeza no se conviertan pronto en instrumentos del crimen. ¿Qué es lo que no hará el feliz
malvado a quien su nacimiento coloca por encima de las leyes, cuyos principios ofenden al
Cielo, y que todo lo puede gracias a sus riquezas?
Charles Strozzi era uno de estos peligrosos hombres, para quienes todo es poco con tal de
lograr lo que desean; tenía cuarenta y cinco años, edad en que los crímenes ya no son
producto de una sangre ardiente, sino razonados, premeditados cuidadosamente, y cometidos
con menos remordimientos. Acababa de perder a su segunda mujer, y puesto que la primera
había muerto víctima de los malos tratos de este hombre, en Florencia se creía, casi con
certeza, que la segunda había corrido igual suerte.
Poco vivió Charles con esta segunda esposa, mas de la primera tenía un hijo, de veinte
años de edad, cuyas excelentes cualidades compensaban a la familia de los errores cometidos
por su segundón y consolaban a Louis Strozzi, el primogénito, que luchaba contra los
Médicis, por no haber contraído matrimonio ni tenido hijos. Todas las esperanzas de esta
ilustre familia estaban puestas, pues, en el joven Antonio, hijo de Charles y sobrino de Louis.
Se lo miraba habitualmente como al futuro heredero de la fortuna y la fama de los Strozzi, y
hasta como a quien podría reinar en Florencia si el inconstante Destino negaba algún día sus
favores a los Médicis. Se comprenderá fácilmente cuánto se amaba a este joven y que
cuidados se tomaban en su educación.
Era imposible que Antonio respondiera en mejor forma a estas esperanzas. Vivaz, agudo,
pleno de espiritualidad e inteligencia, sin más defectos que un candor, y buena fe algo
excesivos, feliz error de las almas nobles; muy instruido para su edad, de agradable figura, en
absoluto corrompido por los malos ejemplos y peligrosos consejos de su padre, ansioso de
* Nos referimos a León X, de la casa de Médicis.
** Entre 1528 y 1537.
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inmortalizarse, admirador entusiasta de la gloria y el honor, humano, prudente, generoso,
sensible, Antonio, como se ve, tenía que gozar, bajo múltiples aspectos, de la estima general;
y si alguna preocupación sentía su tío con respecto a él, era al ver a un joven colmado de
virtudes bajo la dirección de semejante padre; ya que Louis, siempre en los campos de batalla,
acuciado por su ambición, apenas podía ocuparse de su valioso sobrino y, a pesar de los
peligros, lo había dejado educarse en casa de Charles.
Aunque resulte difícil creerlo el carácter malvado y celoso de este mal padre no dejaba de
ver sin una sombra de envidia tantas bellas cualidades en Antonio y, temiendo verse eclipsado
por él tarde o temprano, en vez de fomentar sus condiciones, trataba de debilitar su carácter.
Afortunadamente esos propósitos no lograron su objetivo, ya que el buen natural de Antonio
lo protegió contra las seducciones de Charles; supo reconocer y detestar los crímenes de su
padre, sin dejar por ello de amar a quien tales vicios mancillaban; mas su exceso de confianza
hizo que, a veces, ese hombre a quien debía querer y menospreciar a la vez, lograra engañarle.
A menudo el corazón puede más que la cabeza, y los malos consejos de un padre tan
peligroso logran seducir el sentimiento dominando a la razón, apoderándose al mismo tiempo
de todas las cualidades del alma y corrompiendo a quien sólo cree amar y obedecer.
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