Prólogo
La obra narrativa y ensayística de Carlos Fuentes se escribió para ser impresa
y leída, y releída, claro está. Es una aventura intelectual y vivencial única,
muchas veces difícil. Requiere en el lector el pleno ejercicio de su cultura,
atención y sentidos, un ejercicio que es ampliamente recompensado con placer,
reconocimiento y un enriquecimiento de su percepción del mundo y sus seres. Las
conferencias se conciben principalmente para ser pronunciadas y escuchadas.
Carlos Fuentes fue un conferenciante generosamente
prolífico e incansable. Hasta el final subía al podio con un salto atlético,
seducía a su público con la brillantez de sus dramáticas síntesis, su manera
personalísima de vivir y compartir su cultura literaria, la calidez de su tono.
En una conferencia hablaba de la atención que mantener y ahondar la amistad
exige y su palabra viva encarnaba esta intensa atención que define al escritor
realmente importante. Una atención penetrante, crítica, colérica a veces,
amorosa, inteligente. La inmediatez de la palabra hablada de Fuentes informa y
anima los textos escritos de las conferencias reunidos en este tomo. Hablan
intensamente de su relación con la literatura universal y nacional, con su
propia literatura, con sus amigos y con la comunidad de escritores, desde
Cervantes hasta Cortázar que, con él, comparten una plural apertura a la
diversidad, la otredad y a la duda crítica que el poder y tantos regímenes
políticos pugnan por eliminar.
A Fuentes le gustaba agrupar
los conceptos y las figuras literarias en tríadas: desde los yo, tú y él, de Artemio Cruz, los tres peregrinos de Terra
Nostra, memoria, inteligencia y voluntad; hasta el trío Voltaire,
Rousseau y Diderot en La campaña o Marat, Robespierre
y Danton con sus respectivos personajes en Federico en su
balcón. Los tres maestros de los que habla aquí, Balzac, Faulkner y
Cervantes, representan las visiones y prácticas que dialécticamente conforman
gran parte de su obra: grosso modo, realismo, energía
optimista, progreso lineal, la conciencia trágica, la conciencia crítica y
lúdica, la mezcla de géneros y los juegos literarios que subvierten el orden
narrativo y natural. La novedad de La región más
transparente radicaba en el maridaje del realismo decimonónico francés y
el modernismo anglosajón. La primera ruptura radical con el realismo y la
fijeza genérica, bajo el signo cervantino, de la Mancha, llegó con Cambio de piel.
Estas tres conferencias
empiezan pausadamente con una exposición amplia y sintética, de clase
magistral, sobre la realidad histórica e intelectual en la cual se desarrolla
la labor de sus maestros y van ganando en urgencia, en atrevimiento conceptual
y dramatismo retórico. Usa el clásico ensayo de Benjamin sobre París como
capital del siglo XIX para hablar del fetichismo de
las posesiones, del dinero, del espectáculo del consumo como trasfondo de la
energía de los personajes de Balzac y la seguridad con la que éste encarna
lingüísticamente su psicología y voluntad. Se concentra después en La piel de zapa como vértice de las dos vertientes de la
obra de Balzac: la de los estudios de costumbres sociales y la fantástica de
los estudios filosóficos. Esta vacilación genérica se refleja en el realismo de
Artemio y lo fantástico en su novela corta Aura, ambos del mismo año. En el caso de William Faulkner
empieza con una exposición del tajante maniqueísmo moral de Estados Unidos y su
doble fe en el progreso material y la salvación espiritual, su destino
excepcional frente a la corrupción de la vieja Europa, su optimismo sin
fisuras. Han sido escritores como Poe, Melville, Hawthorne y Steinbeck quienes
más eficazmente han denunciado esta ideología, pero es Faulkner el que eleva el
drama a nivel de tragedia. La derrota del Sur en la Guerra Civil y su larga
historia de violencia racista subvierten la versión triunfalista de la
historia. Sigue una exploración larga, densa, brillante y elocuente del “tiempo
incandescente” de Faulkner y un análisis importante del sentido de la tragedia
como ambigüedad y desgarro entre opciones morales de igual validez. La noción
de la tragedia resurge repetidamente en estas conferencias y en la literatura
de Fuentes, asociada también con Kafka y Nietzsche. Faulkner nos permite
“acompañar a la razón dentro de sus límites sin enajenarnos a sus ilusiones”.
Fuentes inscribe a Cervantes y
su progenie, los hijos de la Mancha, en el elogio de la locura erasmista, que
erige la duda irónica contra los dogmas gemelos de la Fe ciega y la Razón
hermética. Cumple una función paralela a la de Faulkner contra el maniqueísmo y
la falsa conciencia yanquis. Fuentes sitúa a Erasmo y su Elogio
de la locura (lo que puede ser), en la esencial tríada renacentista
entre Tomás Moro (Utopía, lo que debe ser) y
Maquiavelo (El príncipe, lo que es). El Quijote, con su diálogo de géneros entre épica y picaresca,
su personaje que se sabe leído, su radical ironía y sus juegos de las novelas
dentro de la novela (hermanos del teatro dentro del teatro de Hamlet) funda una dinastía de escritores irreverentes y
autorreferenciales como el Sterne de Tristram Shandy,
el Diderot de Jacques le fataliste y el Borges de
“Pierre Menard”. Y aquí Fuentes empieza a levantar vuelo y a divertirse:
Napoleón era un “anti-Quijote” que fundó la tradición de Waterloo, que nació de
la historia y no de la imaginación como la de la Mancha. Los héroes de la nueva
sociedad burguesa post-revolucionaria campean a sus anchas, por supuesto, en
las páginas de Balzac. Las certezas de este mundo, y la doble fe en el progreso
y el realismo, sólo se rompen radicalmente con la Primera Guerra Mundial cuando
resurge la literatura de la mancha, manchega y manchada. Fuentes también se
inscribe en la tradición subversiva de la Mancha, una tradición inseparable de
las otras tradiciones: “Tengo un artículo de fe: No hay tradición que se
sostenga sin creación que la renueva. Y no hay creación que valga sin tradición
que la preceda”.
En cierto modo, las demás
conferencias sobre literatura son una ampliación de las premisas asentadas
alrededor de “los maestros”. Sus páginas demuestran una y otra vez la generosa
apertura de Fuentes a una comunidad internacional y pluricultural de escritores
que militan contra el olvido, la separación, el abuso de poder. El terreno
común de la literatura es un sitio profundamente democrático: “Existe un
terreno común donde la historia que nosotros mismos hacemos y la literatura que
nosotros mismos escribimos, pueden reunirse. Ese lugar no es Olimpo sino
Ágora”. La otredad y los otros tienen plena cabida en su literatura. Las
palabras consoladoras de Flaubert, “Madame Bovary soy yo”, tienen que ceder el
paso a las palabras de Rimbaud: “Je est un autre”. “Yo es Otro.” Estas palabras
no ofrecen consuelo, sino exigencia. Somos otro. Y el otro puede ser extraño.
El otro puede alarmarnos, repugnarnos. Es la difícil lección de las últimas
obras de Fuentes como La voluntad y la fortuna o La Silla del Águila. Las culturas viven en constante
transformación y Fuentes no deja de celebrar el poder transformador de la
literatura, su poder de añadir algo valioso a la realidad: “Todos estos son
reclamos a nuestra imaginación que cambian para siempre al mundo porque no se
contentan con reproducir o reflejar la realidad, sino que aspiran a crear una
nueva y más profunda realidad. Don Quijote y Hamlet son inimaginables antes de
que Cervantes y Shakespeare los creasen. Hoy no entenderíamos el mundo sin
ellos. No nos entenderíamos a nosotros mismos”.
Entre las palabras más sentidas
y profundamente humanas de Fuentes son las que dedica a la amistad. Hablando
del mal y de las experiencias difíciles con las que se ha enfrentado en la
vida, se refiere a una intensidad de atención que trascienda el yo personal y
se abra al otro: “Se levantará el templo de la ética para que la experiencia
humana sea, difícil, excepcionalmente constructiva. Ello requiere, a mi
entender, un alto grado de atención que rebasa
nuestro propio yo, nuestro propio interés, para prestarle cuidado a la
necesidad del otro, ligando nuestra subjetividad interna a la objetividad del
mundo a través de lo que mi yo y el mundo compartimos: la comunidad, el
nosotros”. Hablando de su amistad con Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, “una
pareja de alquimistas verbales, magos, carpinteros y magos”, añade lo que
podría ser el lema de sus meditaciones sobre la amistad: “Lo que no tenemos, lo
encontramos en el amigo. Creo en este obsequio y lo cultivo desde la infancia”.
Los amigos que incluye en estas conferencias son Luis Buñuel, Alfonso Reyes,
Julio Cortázar, Fernando Benítez y Octavio Paz. Los homenajes a Reyes y a
Benítez no pueden ser más elocuentes. El primero supo “traducir la totalidad de
la cultura de Occidente a términos latinoamericanos”; leer al segundo “es como
leer el siglo XX mexicano”. Estos homenajes
serios y entrañables cobran tintes más carnavalescos en Cristóbal
Nonato. Sus palabras sobre Buñuel revelan al extraordinario crítico de
arte que fue Fuentes, más que evidente por otra parte en su Viendo
visiones. Sus comentarios sobre la mirada del deseo en El obscuro objeto del deseo, el deseo masculino de poseer a
la mujer y el de la mujer de “ser otra para ser ella” son agudos. Sobre el
amor, es difícil olvidar su frase: “Creo que el amor es como los ríos ocultos y
los surtidores sorpresivos de Yucatán”. En “Mi amigo Octavio Paz”, escrito
justo después de la muerte de éste, cuyas primeras poesías y ensayos fueron
“las aguas bautismales de mi generación”, dedica generosas palabras al poeta. A
la espera de leer (¿desde dónde?) la copiosa correspondencia que se publicará
cincuenta años después de la muerte de Fuentes, nos deja dicho en la última
página de su artículo lo que respondió cuando le ofrecieron para la Revista Mexicana de Literatura un ataque salvaje contra
Octavio Paz: “aquí no se publican ataques contra mis amigos”. Y otra frase, con
un paralelismo muy de Paz: “Octavio, físicamente, incendió el dinero. ¿Lo
incendió, otro día, el dinero a él?” Con todo, no deja de ser un entrañable
ensayo sobre la amistad que los unió durante tantos años.
En las conferencias que
conforman la tercera parte de esta colección, Fuentes vuelve su mirada hacia la
historia de sus propias obras literarias y a los principios que rigen su
construcción. Coloca sus obras al lado de los acontecimientos culturales
relevantes de su época y cuenta detalles y emite juicios que interesarán
vivamente a los amantes de su literatura. Revela, por ejemplo, el desasosiego
que le sigue produciendo su personaje Artemio Cruz, que “es el hijo más rejego,
rebelde, taimado, traidor a ratos, héroe en algún momento, que constantemente
regresa a mí reclamando su filiación. Es un reproche, es un recuerdo”. Es la
cifra del destino patente y oculto de México: “Pero gracias al proyecto de
Artemio, México es lo que es hoy, aunque también es lo que no es, dejó de ser,
o aún no es”. Otorga a Cristóbal Nonato una función
análoga: “No se trata de una profecía sino de un exorcismo”. En diferentes
modos, Cambio de piel y Terra
Nostra hablan de su relación con la cultura española. Cuando la censura
franquista prohibió la primera: “Sentí, irónicamente, que lo ocurrido
ilustraba, miserablemente, lo que la novela decía: el reino de la violencia,
los dominios de la intolerancia, y la persistencia de la estupidez, son
verdaderamente universales”. La segunda representa “el diálogo de un mexicano
con esa mitad de nosotros que es España”. Como con Artemio Cruz, alude a una
especie de íntima otredad dentro del devenir nacional.
De la última conferencia, su
decálogo para el futuro novelista, sobresalen tres consejos. “DISCIPLINA. Los libros no se
escriben solos ni se cocinan en comité. Escribir es un acto solitario y a veces
aterrador.” “LEER. Leer mucho, leerlo todo,
vorazmente.” Del segundo consejo sigue el tercero: la creación literaria se
sostiene sobre la tradición literaria. De ésta y de las demás conferencias de
Carlos Fuentes irradian la ética y la presencia vital del gran escritor
mexicano y universal.
STEVEN BOLDY, 2019
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