jueves, 29 de marzo de 2012

Premio Cervantes 2000 FRANCISCO UMBRAL Narrador, ensayista y columnista español (Madrid, 1935 - 2007)


Premio Cervantes 2000
FRANCISCO UMBRAL

Narrador, ensayista y columnista español
(Madrid, 1935 - 2007)

Natural de Madrid, ciudad que está
presente en gran parte de su obra, aunque pasó su difícil infancia en la provincia de
Valladolid. El despego y distanciamiento de su madre respecto a él habría de marcar
su dolorida sensibilidad. Fue muy tardíamente escolarizado; era, sin embargo, un lector
compulsivo y autodidacta de todo tipo de literatura. Empieza a trabajar a los catorce
años como botones.
Emprendió su carrera periodística, en 1958, en El Norte de Castilla promocionado por
Miguel Delibes, quien se dio cuenta de su talento para la escritura. Más tarde, se
traslada a León para trabajar en la emisora La Voz de León y en el diario Proa y
colaborar en El Diario de León. Años después desarrolló su faceta periodística en los
diarios Ya, El País, Diario 16 y El Mundo, diario en el que mantuvo de 1989 hasta su
muerte la columna titulada “Los placeres y los días”. Por estas crónicas diarias de la
vida española fue galardonado con el Premio de Periodismo Mariano de Cavia y, ya
en los años 80, con el Premio González Ruano de Periodismo, por su artículo El trienio,
publicado durante su etapa en El País.
En 1959 se casó con María España Suárez Garrido, posteriormente fotógrafa de El País,
y ambos tuvieron un hijo, «Pincho», que falleció con tan sólo seis años de leucemia,
hecho del que nació su libro más lírico, dolido y personal: Mortal y rosa (1975). Eso
inculcó en el autor un característico talante altivo y desesperado, absolutamente
entregado a la escritura, que le ha suscitado no pocas polémicas y enemistades.
En 1961 marchó a Madrid como corresponsal, donde frecuentaría la tertulia del Café
Gijón, en la que recibió la amistad y protección del escritor Camilo José Cela, gracias
al cual publicaría sus primeros libros. Describe esos años en La noche que llegué al
café Gijón. Se convertiría en pocos años en un cronista y columnista de prestigio,
actividad que alternaría con la publicación de novelas, biografías, crónicas y
autobiografías testimoniales. En 1981, hizo una breve incursión en el verso con Crímenes
y baladas.
Su experiencia periodística está reflejada en sus memorias Días felices en Argüelles
(2005). Entre los diversos volúmenes en que ha publicado parte de sus artículos pueden
destacarse, en especial, Diario de un snob (1973), Spleen de Madrid (1973), España
cañí (1975), Iba yo a comprar el pan (1976), Los políticos (1976), Crónicas
postfranquistas (1976), Las Jais (1977), Spleen de Madrid-2 (1982), España como invento
(1984), La belleza convulsa (1985), Memorias de un hijo del siglo (1986), Mis placeres y
mis días (1994).
Como articulista practicó una especie de costumbrismo antiburgués que no
renunciaba al yo más intensamente romántico e intentaba dar a lo cotidiano, en
palabras de Novalis, la dignidad de lo desconocido, mezclando calle y cultura e
impregnándose a veces de una desolada ternura. Como cronista político, Umbral hizo
gala, además, de una gran acidez y mordacidad y una increíble intuición para captar
los entresijos de los asuntos.
Como narrador es uno de los más prolíficos de entre los escritores españoles. “Uno de
los primeros prosistas de la lengua española del siglo XX”, según Fernando Lázaro
Carreter. Y “el escritor más renovador y original de la prosa hispánica actual”, en
opinión de Miguel Delibes.
Su producción narrativa es tan extensa que se puede considerar que ha publicado de
dos a tres libros al año. Con Tamouré, obtuvo el Premio Nacional de Cuentos Gabriel
Miró en 1964. Su novela Balada de Gamberros, lo llevó a ser finalista del Premio
Guipúzcoa. Fue finalista de varios premios con sus cuentos Días sin escuela, Marilén
otoño-invierno y Si hubiéramos sabido que el amor era eso.
En 1975 obtiene el Premio Carlos Arniches de la Sociedad General de Autores y, ese
mismo año, el Premio Nadal de novela por Las Ninfas. En 1985 fue finalista del Premio
Planeta con su novela Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo, obra a la que
siguió Tatuaje, narración corta por la que obtuvo el Premio Antonio Machado en 1990.
Su novela Leyenda del César visionario obtuvo el Premio de la Crítica en 1992.
El 10 de mayo de 1996 recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por ser “uno
de los primeros prosistas de la lengua española del siglo XX”. En ese año se editaron
Capital del dolor y Los cuaderno de Luis Vives. De 1997 son sus obras La derechona y
La forja de un ladrón, novela con la que ganó el Premio Fernando Lara. En la lista de
premios cosechada por Umbral durante 1997 figuran, además de la Medalla de Oro
del Círculo de Bellas Artes de Madrid, el Premio Nacional de las Letras que, por el
conjunto de su obra, le concede el Ministerio de Cultura.
El 12 de diciembre de 2000 recibe el Premio Cervantes, el mayor reconocimiento de la
literatura en lengua española. El Director de la Real Academia Española de la Lengua,
Víctor García de la Concha, miembro y portavoz del jurado, se refirió a Umbral
diciendo que es “un creador de lenguaje absolutamente original, difícil de imitar, que
ha cultivado todos los géneros”.
Publicó cerca de cien libros entre narración, ensayo, cuento corto, biografías, diarios
íntimos, recopilaciones de sus artículos periodísticos... Sus biografías (ensayos) sobre
García Lorca, Gómez de la Serna y Valle Inclán, entre otras, lo sitúan en la vanguardia
del ensayo literario español.



CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2000
Discurso de FRANCISCO UMBRAL



Un hidalgo y un fantoche llenos de sol y de viento
Señor. Señora. Dignísimas autoridades. Señores académicos. Queridos Amigos.
YO, como don Quijote, “me invento pasiones para ejercitarme". Esta gentil declaración
de Voltaire encierra, me parece a mí, la más fina y sutil interpretación de Cervantes.
Porque Don Quijote no está loco y Cervantes mucho menos, eso lo sabemos desde el
principio del libro. Don Quijote es hidalgo cincuentón y soltero que, llegado a ese ápice
de la vida, decide pegar el salto cualitativo y cambiar la realidad de los libros por la
irrealidad de la vida, mucho más palpitante y vibrátil de lo meramente escrito. Don
Quijote principia, o casi, por hacer realidad una metáfora, los molinos que se parecen a
los gigantes, y arremete contra una realidad literaria que le desbarata, como tantas otras
le van a desbaratar a lo largo de su nuevo camino. Pero aprendamos esto: que Don
Quijote nunca se enfrenta sino contra metáforas del vivir, desface alegorías y yangüeses,
o reposa en unos duques, de modo que la locura empieza con la realidad y no antes.
Voltaire vio bien que el hombre en madurez o pega ese salto que digo o le coge ya la
postura a la vida, que es la muerte, y no dará más de sí. Don Quijote acierta con ese
momento en que se cambia de vida, de cabalgadura, de compañía -Sancho Panza- de
curas y bachilleres, de dueñas y sobrinas, del mismo sol en las mismas bardas. Los
libros que leía le estaban hurtando a la poesía de la acción con la poesía poética y mala
de la dicción. Así que incluso se inventa, entre las pasiones militares y andantes, una
nueva pasión amorosa, una moza lejana que viera en mercado, dejando que el propio
amor la ascienda a princesa.
Es la primera lección que Cervantes nos da en su libro. La vida tiene una segunda parte
que se correspondería con la tercera juventud de Aristóteles. Es él, Cervantes, quien
rompe con la mediocridad de su vida, pálidamente enaltecida de glorias bélicas, para
emprender un libro donde está su rabia por el mundo, su energía al fin liberada al
servicio de sí mismo, no ya la energía domeñada y servil del alcabalero y otras suertes.
Cervantes es irónico por anacrónico. Ha empezado tarde su aventura y lo sabe.
El Quijote no es el libro que vive sino la vida que no ha vivido, y no nos pone a su
personaje como ejemplo de nada ni hidalguía de nadie, sino como caso singular de
hombre que se decidió a pegar el salto y ese salto quien lo pega es él mismo en figura de
Quijote, e incluso se lo hace pegar a un pobre borriquero hecho de perezas y
conformidades, siendo así que Sancho nunca pierde el sentido, ese inútil y pobre sentido
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2000
Discurso de FRANCISCO UMBRAL
común del pueblo, pero tampoco pierde la ironía y la distancia para burlarse de su amo
con todos los respetos. Don Quijote entra en su nueva edad como un escándalo y
Sancho pasa todas las aduanas como un saco de centeno. Tenemos, entonces, el salto
desdoblado en tres. Cervantes que roba la fama con un libro, Don Quijote que toma por
asalto la libertad del vivir más allá de la edad y la voluntad. Sancho, que primero a
regüeldo y luego a pleno pulmón, vive vida de caballero andante sin haber leído tales
libros. Es la primera rebelión española del intelectual aburguesado, la primera
revolución burguesa del hidalgo antecedente y el primer motín del castellano pueblo, un
motín de uno solo, Sancho, que vale todos los que vendrán. Aún hoy, y hoy más que
nunca, el hombre que no hace esa revolución interior, que no pega ese salto vecinal, será
comido por el poder, amortajado por lo establecido y muerto de asco.
España dio el salto quijotesco, porque Don Quijote es la metáfora de España, sí, pero no
en el sentido festival y dominical en que lo dicen quienes suelen. España se inventa
pasiones para sobrevivirse a sí misma, para ser algo más que una majada bien regida y
una provincia del latín que llamaremos castellano. La pasión de América, la pasión del
Imperio, la pasión de Europa, la pasión del mundo mueven Españas y nos ponen a la
cabeza del siglo, de los siglos. Hay una luz monárquica y difusa alumbrando las
batallas, y hay una luz popular y ambiciosa embriagando a las gentes. España todavía no
tiene agujetas de Imperio sino que quiere llegar a Carlos V, quiere escorializarse en
Felipe II, quiere parir su gran Barroco, del que viene preñada, porque la pasión de
España, antes que mística o ambiciosa es una pasión creadora, un movimiento de plebes
y reyes hacia la expresión tectónica y violenta de eso que Stendhal definiría como el
último pueblo con carácter propio que le queda a Europa.
España no es un compromiso burgués, como Sartre nos dice del hombre mismo y como
lo son Francia y otros estados. España es un compromiso guerrero por afirmarse, por
difundirse, por existir, por cumplir sus pasiones imposibles y, en suma, por ejercitarse.
Los españoles aman la vida por la vida, no por la mística ni el decoro, y varias
generaciones y tres siglos viven enamorados de Aldonza Lorenzo, la ríspida y dulce
Dulcinea, que a cada uno espera a la vuelta, como el pequeño Ulises que es.
Hay tres razones para ser héroe, como diría Salvador Dalí. En Cervantes, estas razones
son el inventarse pasiones, la capacidad de ejercitarse contra el tiempo y el haber roto
con el compromiso burgués de la novela y de la vida. El hombre que se inventa pasiones
es tan héroe o más como el que las vive. El hombre que se ejercita a diario, no sabemos
si para la vida o para la muerte, es el que quiere agotarlo todo aquí y, como decía Juan
Ramón Jiménez, que la muerte cuando llegue, sólo encuentre un pellejo vacío, porque
nuestra sementera humana la hemos esparcido fecundamente. Por aclarar un poco las
cosas, diremos que Don Quijote, efectivamente, es un personaje de novela, pero donde
veo yo al hombre metafórico es en Cervantes, que nos da el nivel medio del hombre
español, siempre de santo laico, de héroe doblado o de comunero entre el pueblo.
Queremos a Cervantes no tanto por ilustre como por hombre medio que roza
irónicamente el fracaso para triunfar de la España oficial con su España real, habitada
de mozas y domadores, de explotadores y manteadores, de duques aleves y amores
imposibles.
La novela de caballerías era un compromiso burgués con los burgueses de entonces, que
se llamaban hidalgos. Compromiso económico, literario, cultural, mercado de fantasías,
toma y daca de sueños anacrónicos. Siempre ha habido en estos países europeos una
cultura de pícaros que ha tenido como rehén al buen burgués perezoso. Esta continuidad
en lo mediocre la rompe el barroco, la rompe Cervantes, la rompe el 98, la rompe el 27,
la rompe siempre una juventud venidera, y el heroísmo irónico de Cervantes está en
hacer él solo la revolución de los jóvenes cuando ya es un viejo. Admitamos
prudentemente que España es un país de clases medias, también en lo intelectual, y con
ellas pacta el escritor o el artista por conveniencia, supervivencia y acomodo. Este pacto
es lo que explica la tardanza de nuestro país en algunos momentos de la historia, pero ya
vemos que esa tardanza se resuelve de pronto con un libro, con una espada, con un
caballero andante. Cervantes, sí, viene a romper el compromiso burgués de la novela de
caballerías, abriendo brecha para una nueva literatura, que es la de Quevedo, Torres
Villarroel, etc. El público de Lope era la plebe de los corrales de comedias. El público
del novelista eran los hidalgos o feudales en decadencia que tenían letras y leían malos
libros. Después de Cervantes, no siendo él barroco sino renacentista, el barroquismo no
es ya sólo una figura sino también una corriente, y en ella están Góngora, los citados
Quevedo y Torres, el teatro de Calderón y la imaginería religiosa que levanta una
Contrarreforma tardía históricamente, pero madura y otoñal en Berruguete y en toda la
lujuria católica de un ritualismo que se ha quedado vacío y por eso puede dedicarse
gratuitamente a la forma por la forma, cosa que ya no podemos sino llamar modernidad.
He ahí la herencia de Cervantes, el hombre que puso España patas arriba, vio arder la
cultura vieja y murió con el sol en las bardas como su personaje. Cervantes es la
modernidad por todo lo que se ha dicho y por sus dos máquinas de guerra: un hidalgo y
un fantoche llenos de sol y viento. Con sólo esa artillería pone en pie las Españas, deja
la revolución por donde pasa, un rastro de justicia, de ley, de reinado, que serviría de
regocijo a los lectores, pero ese regocijo es curativo y predispone, como vemos, a
mayores mudanzas. El hombre que se inventa pasiones para ejercitarse, encuentra luego
en la vida que esas pasiones son reales, que Dulcinea existe, siquiera como Aldonza, y
que la renovación personal y total hay que hacerla en serio. Cervantes empezó
ejercitándose contra sí mismo y acaba por ejercitarse contra los demás, trastornando
todas las vidas por donde pasa e incluso escribiendo una segunda parte de su libro
porque follones y malandrines se lo piratean y porque la España oficial u oficinesca le
resta el prestigio ganado e ignora la validez de su reforma. El autor se inventa un
segundo libro sobre el que ya escribiera, como se inventa una segunda vida erguida y
atroz, por sobre su vida de soldado, alcabalero, palaciego frustrado y pobre hidalgo
manchego. Antes que los grandes de su siglo rompe con el compromiso burgués de la
literatura y saca una novela que Unamuno llamó Biblia de España. Cervantes es
vanguardia, como vanguardia es rebeldía y como rebelde deja herencia. Nadie en
nuestra entraña progresista ha renegado de él, aunque muchos lo hayan utilizado como
tintero de oro de sus escribanías inquisitoriales.
Sólo tenemos el presente, los hombres templados, y presente purísimo, activísimo, es la
vida de Cervantes, Don Quijote y Sancho Panza, con sus caballos y rucios. Sólo a eso
hemos venido aquí. A conquistar el presente para todos.
Francisco Umbral

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