jueves, 4 de abril de 2024

Alberto Manguel Don Quijote y sus fantasmas Prólogo de FRANCISCO RICO FRAGMENTO DEL TEXTO.

 


Universidad Nacional Autónoma de México

2019

PROLOG[UILL]O O ENSAYO EN SIMPATÍA

Si un hilo rojo enhebra en un sentido de conjunto las incitantes quijotadas de

Alberto Manguel, quizá sea una declaración de simpatía con Cervantes: con el

novelista, con el artista y con el hombre. Si luego ese sentido se concreta en una

idea central, ella es que el Quijote contiene una reivindicación de las raíces

mestizas de España: no la España cristiana químicamente pura, sino la España de

moros y judíos, de moriscos y conversos. Y al cabo tal idea se encarna

primordialmente en dos figuras y en un episodio: el escurridizo Cide Hamete, a

quien Cervantes atribuye la autoría de la obra, y la denuncia como infame, por el

bueno de Ricote, de la expulsión de los suyos.

Manguel es demasiado inteligente para afirmar sin más que el Quijote propugna

esa tesis. Sí razona que la contiene porque podemos postularla como posible,

porque no concebimos que un escritor genial no sea un modelo de virtud y no

comparta y termine por expresar de algún modo nuestros ideales humanitarios:

“Queremos ver –subrayo yo, F. R.– en su atribución de la autoría de Don Quijote

a Cide Hamete un gesto de penitencia o retribución...” Con lo cual volvemos al

punto de partida: el acto de simpatía.

Pero es que sentirla por Cervantes es inevitable. Pocos narradores son tan

invisibles y a la vez están tan presentes en una novela como él en el Quijote. Su

rastro resulta ubicuo en el tono que impregna el libro entero, en el talante

comprensivo e irónico, penetrante y bienhumorado, que lo empapa todo y que al

lector no se le ocurre achacar a ningún autor ficticio ni limitar a ningún

personaje, sino que por fuerza identifica con la fisonomía del Miguel de

Cervantes que no en balde firma el prólogo. De ahí la simpatía, la curiosidad y

hasta el cariño por el individuo de carne y hueso que se adivina detrás del

retablo.

De ahí también, de la simpatía, la perspicacia de las acotaciones que Manguel

pone al margen del Ingenioso hidalgo. Son muchas, sagaces y de varios órdenes.

Escojo una que tiene que ver con cuanto llevo dicho: “Toda lectura es

interpretación, toda lectura revela las circunstancias del lector y depende de

ellas”. Otra sobre los personajes de la fábula, construida, al desgaire, como “un

juego entre varios ‘otros’, entre numerosos pares de dobles invertidos: Alonso

Quijano y Don Quijote, Don Quijote y Sancho, Aldonza Lorenzo y Dulcinea,

Dulcinea y Teresa Sancha, Sancho y Alonso Quijano”. Una tercera que abarca

tierra y cielo del Quijote: “La realidad del mundo cervantino (aquello que

llamamos realidad porque podemos reconstruirla en nuestra memoria, aunque

incompleta y malamente) pue-de ser retratada fielmente sólo a través de

aproximaciones y fragmentos, como una crónica que, alternativamente, asume y

niega el punto de vista de un loco, o de alguien a quien la sociedad tilda de

loco”.

No sigo espigando, porque un prologuillo que debiera ser breve podría acabar

compitiendo en amplitud con no pocas páginas del ensayo en simpatía de

Alberto Manguel.

Francisco Rico

DON QUIJOTE Y SUS FANTASMAS

A la memoria de mi querido maestro, Isaías Lerner

1. Las ausencias presentes

En una estrecha celda española, en una ciudad de cuyo nombre no queremos

acordarnos, quizá fuese Castro del Río o quizá Sevilla, un hombre de armas y de

letras, cincuentón y cansado, concibió un personaje a su propia imagen, un

caballero algo más ridículo y más valiente que él, alguien decidido contra viento

y marea a enfrentarse a la cotidiana injusticia de este mundo. Entre cuatro

paredes húmedas, “donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste

ruido del mundo hace su habitación”, que sin duda le recuerdan su largo

cautiverio africano, el prisionero Miguel de Cervantes Saavedra imaginó a un

viejo hidalgo que se rehúsa a plegarse a las mentirosas convenciones de este

mundo y quien decide en cambio obedecer tan sólo las reglas de su ética. A la

hipocresía de una sociedad que exige que cada cual disimule sus verdaderas

creencias y viva disfrazado, don Quijote opone la verdad de la libertad absoluta,

la de poder elegir su propio código moral y desplegarlo ante quienes se niegan a

aceptarlo.

Del nacimiento de don Quijote sólo sabemos lo que Cervantes mismo nos

cuenta, y lo que nos cuenta es parte integral de la ficción. Lo engendró, nos dice,

en la cárcel y, sin embargo, según confiesa, no es él el padre sino el padrastro de

don Quijote. Cervantes (dice Cervantes) es quien transmite la historia, y no su

inventor. A lo lar-go de los siglos, los lectores han creído la historia de sus

prisiones, no así la autoría denegada. Cervantes componiendo su libro en su

celda nos parece más verosímil que Cervantes descubriendo el manuscrito de un

cierto Cide Hamete Benengeli (que Aline Schulman acertadamente traduce

como “Sidi Ahmed Benengeli”). Y sin embargo ambas declaraciones forman

parte de la verdad de la novela: ambas son ficción y son también realidad. El

mundo de Cervantes (como el de cada uno de nosotros) es uno en el que

representamos ciertos roles y vestimos ciertas máscaras.

En el mundo de Cervantes faltan oficialmente dos tercios de la población, los

moros y los judíos, exilados en 1492 de la península. Sólo a los conversos se les

ha permitido quedarse en España como cristianos nuevos. En tal mundo, la

apariencia vale más que la sustancia, la percepción más que la existencia. Para

espiar detrás de las máscaras, la Iglesia católica emplea la Inquisición,

establecida en Castilla en 1478 a pedido de los Reyes Católicos. El Al-Ándalus,

bien que mal, había sido gobernado bajo la ley coránica de tolerancia. “Si tu

Señor lo hubiese deseado, toda la gente de la tierra hubiese creído en Él. ¿Cómo

osas forzarlos a tener fe?” (Corán, X: 99). Pero después de la expulsión, todos

los súbditos caen bajo sospecha. Temiendo ser denunciados, los amigos

desconfían de los amigos, los vecinos ya no se reconocen. Ya que el prejuicio,

para sobrevivir, debe evitar toda complejidad, la multiplicidad de los pueblos

árabes fue reducida al término “moro”. Los moros, por lo tanto, exilados

recientes o antiguos, perseverando en sus creencias o conversos, son el enemigo,

la definición de todo aquello que no es un cristiano viejo.

¿Por qué daría un escritor como Cervantes la paternidad de su obra a otro –y no

a cualquier otro, sino a un representante de esa gente exiliada, personas que son

ahora habitantes de su “otra costa”, ciudadanos de Cartago frente a su Roma,

salvajes que, en la imaginación popular, son los que se vengan de los cristianos

saqueando las ciudades portuarias y asaltando los barcos españoles, como esos

piratas argelinos que lo mantuvieron cautivo durante cinco largos años–?

Varias consideraciones son posibles.

Las circunstancias del cautiverio de Cervantes han preocupado a los

historiadores desde los inicios de la fama del autor, y fueron descritas en forma

de ficción por Cervantes mismo en varias de sus obras, en El trato de Argel y

Los baños de Argel, y sobre todo en el episodio del cautivo en la primera parte

del Quijote. Los hechos que conocemos son los siguientes: En 1575, a los 28

años, Cervantes es capturado por piratas argelinos y encerrado en las cárceles de

Argel, a la espera de un rescate. Lleva consigo cartas firmadas por personajes

importantes y los piratas piensan que el prisionero puede tener buen precio.

Cuatro veces trata Cervantes de escapar y cuatro veces es atrapado y perdonado,

lo cual parece inexplicable si se considera que tales intentos eran castigados con

torturas y a menudo con la muerte. En 1580 es liberado gracias a la intervención

de los Trinitarios.

2. Las ficciones de la historia

La oposición de cristianos contra moros era ya vieja, de varios siglos, cuando

Cervantes fue capturado. La Roma cristiana había lanzado su última cruzada

contra los infieles en 1270; más de dos siglos después, la España católica se

despojaba de dos de sus culturas expulsando a árabes y a judíos de su territorio.

Sin embargo, y a pesar de las expulsiones, el pensamiento árabe y el judío

siguieron permeando todos los aspectos de la sociedad española “limpia”. Como

suele ocurrir con la mayoría de las exclusiones por decreto, España no pudo

despojarse (no lo ha hecho hasta este día) de esas culturas que le otorgaron gran

parte de su vocabulario, sus toponímicos, su arquitectura, su filosofía, su poesía

lírica y su música, sus conocimientos médicos y el juego de ajedrez. Aunque

prohibió la explícita presencia de árabes y judíos, la sociedad española encontró

caminos secretos para conservar implícito el espíritu de esas identidades

expulsadas.

El 2 de enero de 1492, los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de

Castilla, entraron en Granada ataviados ceremonialmente con vestimenta mora y,

después de pactar los términos de la capitulación con el último de los reyes

nazaríes, Boadbil, se instalaron en los palacios árabes de la ciudad que durante

más de dos siglos y medio había sido una metrópolis musulmana en el corazón

del al-Ándalus. Aunque, antes de la capitulación, los monarcas habían asegurado

a Boabdil que los musulmanes de Granada gozarían de protección y podrían

conservar sus costumbres, las mezquitas fueron transformadas casi

inmediatamente en iglesias y el uso del árabe fue prohibido: si alguien era

descubierto leyendo libros en árabe, dejaba de ser considerado español y era

sometido a duros castigos.

Los judíos fueron los primeros en ser expulsados. Pocos meses después de la

rendición de Granada, el rey firmó un edicto que ordenaba la salida del país de

todos los judíos. Aferrados a su identidad española, los exilados llevaron consigo

al norte de África y a Palestina el castellano, o una versión del castellano

llamada ladino (“latino”) que los distinguía de quienes hablaban árabe o hebreo.

Árabes y judíos habían sido los protagonistas de una larga historia en la

península. Según la leyenda, la primera comunidad judía se había establecido en

España en tiempos de la destrucción del primer templo de Jerusalén, en el año

587 a. C. (Los testimonios arqueológicos son más conservadores y apuntan al

siglo

I

d. C.) Para los judíos, España era la tierra prometida, como consta en la Biblia,

en una profecía de Abadías: “Los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad

poseerán las ciudades del Negueb”. Aunque historiadores de hoy asocian

Sefarad con la ciudad de Sardes en Turquía, para los judíos ese nombre ha

designado siempre la patria española donde vivieron durante al menos 14 siglos,

mezclados con el resto de la población, trabajando como comerciantes y

médicos, y también, aunque en menor proporción, como campesinos y

hacendados.

El antisemitismo, apenas evidente en tiempos romanos, echó raíces en España

tras la conversión del rey visigodo Recaredo al catolicismo en el año 589, y

creció gradualmente hasta culminar casi nueve siglos más tarde con el decreto de

expulsión de 1492. Los Reyes Católicos creyeron que el decreto induciría a los

judíos a convertirse, como de hecho hicieron aquellos judíos que prefirieron

permanecer en Sefarad. Los conversos que siguieron practicando su religión a

ocultas fueron tildados de “marranos”. Sin embargo, con respecto a los árabes,

los reyes tomaron medidas diferentes. Los monarcas decidieron declarar

explícitamente “opcional” la conversión, de manera que, cuando diez años más

tarde, en 1502, se publicó el decreto de expulsión, éste incluía un artículo que

eximía del exilio a todos aquellos que consintieran abrazar la fe de la Santa

Madre Iglesia. Los árabes convertidos fueron llamados “moriscos”.

Los árabes habían llegado del norte de África ocho siglos antes, en 711,

invadiendo el reino visigodo del rey cristiano Rodrigo. Poco después de su

arribo, una leyenda comenzó a cobrar forma en varias crónicas musulmanas

como una suerte de prehistoria adornada con fantásticos presagios y sucesos

prodigiosos que demostraban el derecho de los árabes a la conquista del reino

cristiano. En el siglo

IX

, Ibn al-Qutiyya, un historiador musulmán descendiente del rey visigodo Witiza,

narró la leyenda de la siguiente manera:

Cuéntase que los reyes godos tenían en Toledo una casa en la que se guardaba un

arca, y en dicha arca se encerraban los cuatro Evangelios, por los cuales ellos

juraban. A esta casa la tenían en gran consideración y no la solían abrir sino

cuando moría un rey, momento en que se inscribía en ella su nombre. Al llegar a

manos de Rodrigo la autoridad real, se ciñó por sí mismo la corona, hecho que el

pueblo cristiano no aprobó y, a pesar de la oposición que éste le hizo, abrió luego

la casa y el arca, encontrándose pintados en ésta a los árabes con sus arcos

pendientes a la espalda y cubiertas sus cabezas con turbantes, y en la parte

inferior de las tablas se hallaba escrito: Cuando se abra esta casa y se saquen

estas figuras, invadirá España la gente pintada aquí. La entrada de Tariq a

España tuvo lugar en el mes de Ramadán del año 92 [junio del 711].

Las historias engendran historias. Del mismo modo que los árabes adoptaron la

de al-Qutiyya para justificar su conquista, dándole la apariencia de

acontecimiento divino, los Reyes Católicos se sirvieron de otras que explicaban

la reconquista de al-Ándalus como cumplimiento de la voluntad sagrada. Para la

España católica, la invasión árabe del siglo

VIII

debía ser vista como un castigo por los pecados del rey Rodrigo. Según la

versión católica de los acontecimientos, Dios había decretado, como castigo para

Rodrigo, no sólo la pérdida de su reino sino también una muerte horrible:

perecería devorado por serpientes enviadas por el demonio, mientras el pobre

monarca exclamaba, como dice el romance: “Ya me comen, ya me comen / por

do más pecado había”.

Tras ocho siglos de dominación árabe, Dios al parecer decidió que había llegado

el momento de poner fin al castigo y de que el reino de los cielos volviera a ser

de este mundo: la península ibérica sería habitada para siempre por fieles

católicos. Pero para que se cumpliera la voluntad divina, España tenía que

quedar limpia de herejes, dejar de ser Sefarad o al-Ándalus, y convertirse en un

reino exclusivamente cristiano. Por consiguiente, entre la población católica

comenzó a aumentar la desconfianza respecto de los conversos. Fueron acusados

de crímenes y traiciones, y en muchos lugares se produjeron contra ellos

notables estallidos de violencia.

El conflicto era en gran parte una cuestión de prioridad histórica. Según la

Iglesia, los cristianos españoles habían habitado la península mucho antes de la

llegada de los árabes y de los judíos, ya que, como todos sabían, el apóstol

Santiago había llegado a España poco después de la muerte de Cristo y había

predicado allí el Evangelio. En consecuencia, España debía volver a ser tan pura

como lo había sido cuando estaba en manos de los cristianos que originalmente

allá vivieron.

Las historias cristianas y árabes que justificaban una u otra identidad

compitieron por demostrar su autenticidad y, en algunos casos, compartieron una

narrativa común, aunque, como es de suponer, no la misma lectura. Entre estas

historias, había una acerca de los muchos objetos valiosos que supuestamente

habían enterrado los visigodos al recibir la noticia de la invasión árabe. Según

los árabes, se trataba de tesoros adquiridos ilícitamente por los infieles; según los

cristianos, eran reliquias que los devotos querían evitar que cayeran en manos de

los no creyentes.

Por esa razón, no debe sorprendernos que en la primavera de 1588, en el

momento álgido de la protesta contra los conversos, se descubriera en Granada,

al derribar un antiguo alminar de la mezquita, precisamente en el lugar propuesto

para la ampliación de la catedral de la ciudad, una curiosa caja de plomo.

Contenía dos trozos de lienzo, una pequeña pintura de la Virgen María vestida

con ropas orientales, un fragmento de hueso y un rollo de pergamino escrito en

árabe, griego, castellano y latín. Una inscripción explicaba que el hueso

pertenecía a san Esteban, el primer mártir cristiano. El pergamino, según los

traductores llamados para descifrarlo, contenía una carta de san Cecilio, el

legendario arzobispo de Granada del siglo

I

, en la cual éste contaba que, aquejado de ceguera, había viajado desde Jerusalén

hasta Atenas. Poco antes de llegar a su destino, se había limpiado los ojos con un

lienzo (parte del cual se encontraba en la caja) que había resultado ser el que

había utilizado la Virgen María para secarse las lágrimas durante la Pasión. San

Cecilio fue milagrosamente curado. Más tarde, el santo descubrió un texto

hebreo vertido al griego por un discípulo de san Pablo y que él a su vez tradujo

“a la lengua utilizada por los cristianos españoles”. El pergamino contenía una

traducción hecha por san Cecilio de un texto escrito en árabe que profetizaba,

entre otras cosas, la llegada de un dragón del norte y de un poderoso rey

procedente de Oriente.

“La lengua utilizada por los cristianos españoles.” La declaración era de

fundamental importancia. Si el documento era auténtico, san Cecilio,

contemporáneo de Jesucristo y fundador de la Iglesia de Granada, había hablado

y escrito no en una de las lenguas bíblicas sino en árabe, lo cual significaba que

el árabe se hablaba y escribía en la península desde al menos el siglo

I

d. C. Y lo que era aun más importante, los moriscos, los cristianos nuevos,

podían ahora reivindicar en España una ascendencia cristiana aun más antigua

que la de los cristianos viejos españoles. El escándalo que prometía tal

revelación era pasmoso.

La sorprendente revelación recibió un nuevo impulso con un segundo

descubrimiento, aun más importante, que tuvo lugar siete años después, en 1595,

en la colina de Valparaíso, hoy Sacromonte, fuera de las murallas de Granada.

Allí, una cuadrilla de albañiles que restauraban una torre descubrió una serie de

discos de plomo en los que estaban grabados unos extraños signos que, al

parecer, combinaban caracteres árabes, latinos y griegos con los de una lengua

que nadie había visto hasta entonces y que los expertos, convocados

precipitadamente, supusieron que correspondían a una antigua lengua “hispanobética”.

Más de 200 discos de plomo (conocidos hoy como “los libros

plúmbeos”) fueron desenterrados en ese lugar entre el 21 de febrero y el 10 de

abril de 1595.

Los nuevos textos resultaron ser aun más sorprendentes que el del pergamino.

De acuerdo con lo que se pudo descifrar, durante el reinado del emperador

Nerón, en el siglo

I

d. C., dos virtuosos árabes, Ibn al-Radi y su hermano Tesifón, fueron curados

milagrosamente por Jesucristo, quien bautizó al segundo con el nombre de

Cecilio. Éste era entonces el origen de uno de los primeros santos españoles,

patrón de la ciudad de Granada: san Cecilio, cristiano como el que más, ¡había

sido moro!

La inspirada traducción de los textos, pródiga en revelaciones, contaba cómo,

imbuidos de celo misionero, el santo y su hermano habían acompañado más

tarde al apóstol Santiago en su viaje a España. Santiago siguió hasta Compostela

y Cecilio se dirigió a Granada, donde, en el Sacromonte, grabó los libros

plúmbeos y los enterró para que resucitasen, al final de los tiempos, cuando la

cristiandad tuviera necesidad de ellos. Las palabras de san Cecilio serían

presentadas entonces al conjunto de la Iglesia, que incluiría a árabes y cristianos.

“Y ¡ay de aquel que no los tenga por verdaderos!”, advertía el texto milagroso.

Lo que sugerían estos sorprendentes discos era que la minoría morisca no sólo

no debía ser excluida, sino que formaba parte de los orígenes mismos de la

nación española. El árabe, no el latín ni el castellano, había sido la primera

lengua hablada en la península. Granada, no Compostela ni Toledo, era la cuna

de la Iglesia cristiana de España.

Las revelaciones contenidas en los libros plúmbeos resultaron ser numerosas:

que en las cuevas del Sacromonte yacían algunos de los primeros mártires

cristianos españoles, muer-tos a manos de los centuriones de Nerón en los pozos

de cal viva que pueden visitarse aún hoy; que los cristianos debían ahora prestar

atención a los textos sagrados de los árabes, ya que las palabras de Cristo y las

palabras posteriores de Mahoma ofrecían curiosas y significativas semejanzas;

finalmente, que debía aceptarse como verdadera una cuestión sumamente

controvertida del dogma católico, defendida por los teólogos del rey de España

pero acerca de la cual la Iglesia de Roma seguía siendo escéptica: la Inmaculada

Concepción de la Virgen María, a quien, como afirmaban los discos, “no tocó el

pecado primero”.

En 1596 y 1597 se produjeron nuevos hallazgos. El último descubrimiento tuvo

lugar en 1599: una caja que contenía una efigie de san Cecilio y que, según la

inscripción, garantizaba la autenticidad de los documentos descubiertos

anteriormente. Sin embargo, la falsedad de este último hallazgo resultó tan

evidente que arrojó serias dudas sobre todos los anteriores.

Quizás el más ardiente defensor de la autenticidad de los libros plúmbeos fue el

nuevo arzobispo de Granada, Pedro de Castro Cabeza de Vaca y Quiñones.

Erudito que había estudiado filosofía y lenguas clásicas en Salamanca, Pedro de

Castro desempeñó diversas funciones en la Iglesia granadina durante muchos

años, hasta que al fin fue nombrado arzobispo de la ciudad en 1589. Poco

después de su nombramiento, comenzó la construcción de un monumento

religioso en lo alto del Sacromonte, un conjunto de edificios levantados en torno

a una vasta iglesia que, en la imaginación de Pedro de Castro, habría de

sobrepasar en magnificencia a la Alhambra pagana, que se alzaba como una

afrenta al mundo cristiano en la cima opuesta. En la construcción del

Sacromonte, Pedro de Castro empleó no sólo gran parte de la asignación que

recibía de la Iglesia sino también su fortuna personal. El arzobispo dedicó cada

hora, cada moneda y todos sus esfuerzos a este vasto proyecto, que, por una

parte, había de ser un monumento dedicado a la gloria de la Iglesia de Granada y,

por otra, una muestra de agradecimiento por la revelación divina de los libros

plúmbeos.

Las primeras profecías traducidas anunciaban que un “rey poderoso” vendría a

cambiar la suerte de la Iglesia. Pedro de Castro creyó que esas palabras sólo

podían tener un significado: la palabra “rey” debía interpretarse como

“arzobispo” o “rey de la Iglesia”, y se propuso que el anuncio no hubiera sido

formulado en vano. En su opinión, puesto que Granada era indudablemente el

solar de los primeros cristianos españoles, quienes habían escuchado la verdad

de labios del mismo Jesús, la sagrada misión de la ciudad consistía en defender

la cristiandad de toda tentación y amenaza. Y, como era obvio, él, Pedro de

Castro, era el capitán elegido para esa santa lucha, mientras que, claramente, las

reliquias y los libros plúmbeos eran propiedad legítima de Granada. Ni siquiera

ante la petición del rey se avino a entregar los discos, y cuando en 1610, con el

fin de obligarlo a abandonar la ciudad y dejar atrás los tesoros, fue nombrado

arzobispo de Sevilla, se los llevó con él en una bolsa de cuero que no apartaba

nunca de su lado.

Para ser justos con Pedro de Castro hay que decir que los primeros fallos

decretaron que los hallazgos eran auténticos. Apenas cinco días después del

descubrimiento, se reunió para debatir su autenticidad una Junta Magna

compuesta por eminentes eruditos eclesiásticos: se piensa que san Juan de la

Cruz, quien por entonces vivía en Granada, asistió a los debates. Dos semanas

después, la Junta dictó una opinión favorable. Inmediatamente, teólogos y

lingüistas dieron comienzo a la ardua tarea de descifrar la misteriosa caligrafía.

Entre los expertos más notables se contaban dos moriscos, Alonso del Castillo y

Miguel de Luna, quienes ya habían traducido el pergamino encontrado en 1588.

Cuando la Junta dio su aprobación, Alonso del Castillo envió a Pedro de Castro

una carta en la que le recordaba los tiempos en que había estado a su servicio,

criticaba a sus colegas (quienes, según él, carecían de “erudición arábiga”) y se

ofrecía, junto con Miguel de Luna, a traducir los textos.

miércoles, 3 de abril de 2024

MIRADAS GÓTICAS ADRIANA GOICOECHEA COMPILADORA PRÓLOGO

 


PRESENTACIÓN

Esta publicación1 reúne los trabajos de especialistas de distintos universidades y regiones

con el propósito de promover la ampliación del campo lector y la discusión

cultural entorno a las irradiaciones del modo gótico en la narrativa argentina actual.

Consecuentemente, el corpus de lectura está constituido por autoras y autores cuyas

obras han alcanzado amplia difusión en los últimos tiempos a través de los medios de

comunicación y las redes sociales, por lo que ocupan un lugar hegemónico en el campo

literario, un lugar que es también ratificado por la crítica académica y periodística.

Son escritores, que comparten el gusto por el género de terror, y que declaran especialmente

su preferencia por la literatura norteamericana. Asimismo, como lo han reconocido

los investigadores, el cine ha contribuido a difundir la estética y las estrategias

propias del gótico y ha constituido un factor determinante a la hora de profundizar el

carácter popular que ha tenido el género desde sus orígenes, por lo que no es extraño

observar que imprima una marca notable en la escritura de los autores referidos.

En este escenario las contribuciones que integran este libro se han reunido con la

convicción de que el gótico es, por un lado, un modo que atraviesa las distintas narrativas

y formaciones culturales, y, por otro lado, que si bien habilita diversas “miradas”,

siempre nos ubica, frente a la evidencia de que la realidad material es insuficiente porque

en ella participan elementos ocultos, intangibles e invisibles que constituyen lo

real. En este sentido, da lugar a otro aspecto insoslayable que es su vocación política,

porque mueve emociones y afectos cuando sitúa al lector ante experiencias colectivas

de padecimientos y crueldades. Consecuentemente, el exceso gótico toma la forma de

una transgresión porque denuncia las consecuencias de la abyección política, social y

cultural. Entonces, el miedo, el terror y el horror representan la respuesta emocional

que, mediada por la estética, dice acerca del presente en el que sobreviven las huellas

afectivas del pasado.

Este es el espíritu que ha dado lugar a los trabajos que se organizan por orden alfabético

de autor; organización que traza un itinerario que presentaremos sintéticamente a

continuación:

En el capítulo “Casa tomada “y después” José Amícola lee la novela de Julián López

Una muchacha muy bella (2013), para demostrar como las irradiaciones del gótico desde

sus orígenes y a través de las diferentes tradiciones alcanzan a “los escritores y escritoras

del gótico en los millennials argentinos”. Encuentra particularmente en la casa

y en la mirada infantil del narrador un punto de anclaje textual que se articula con los

cuentos de Julio Cortázar y de Silvina Ocampo, porque según dice Amícola,

Lo trascendente en este relato, como en muchos cuentos de Cortázar o de Silvina

Ocampo, es que la sub-información que se les brinda a los lectores, proviene

de una mirada ingenua. La limitación del conocimiento de lo que sucede a partir

1.- Se realiza en el marco del Pi V100 “Derivaciones del modo gótico en la narrativa argentina de las generaciones

de posdictadura” (2017-2021) localizada en el CURZA-Universidad Nacional del Comahue.

8

del sesgo de la mirada infantil produce un extrañamiento particular que se podría

asociar con aquellas incertidumbres que han cundido en los relatos góticos más

ortodoxos, especialmente en los cultores de lengua inglesa.

En esta expresión, resume magistralmente la inserción de la novela de Julián López en

la tradición de “las secuelas” del gótico., entre las que menciona la novela Nuestra parte

de noche (2019) de Mariana Enríquez, sobre la que dictamina es “un texto que con más

derecho puede llamarse “gótico”.

Esta es justamente la propuesta de Pampa Aran leer, tal como lo expresa su título “La

proyección del gótico en la última novela de Mariana Enríquez”, solo que el foco de su

atención está en su dimensión política, y como enuncia con claridad Arán

(…) esto es como forma literaria que revela la “causa ausente” (Jameson, 1986) de

diversos trayectos de la historia argentina y especialmente los vinculados a los genocidios

étnicos, las torturas, apropiaciones de niños y desaparición de personas

durante la dictadura militar.

Este es el trasfondo sobre el cual la autora va revelando y desenhebrando una trama

muy compleja, siguiendo una genealogía de poder y fortuna que le da autoridad a conclusiones

tan interesantes como cuando sostiene:

(…) por momentos creo leer en la pavorosa secta y en su divinidad un potente

cronotopo sociocultural condensador de la maldad y el poder que, insisto, se reproduce

y emerge en diferentes formas, toda vez que las condiciones históricas

permiten que esa Parte de Noche muestre su fuerza. Y se vuelve texto en la novela

de Enríquez, dando estatuto imaginario y forma ideológica al subtexto histórico

(Jameson 1989:66).

Esta novela de Mariana Enríquez, se ha llevado también la atención de otro capítulo de

este libro, de mi autoría, titulado “La matriz gótica de la narrativa de Mariana Enríquez”,

porque observamos que a través del prisma de la novela se puede realizar una relectura

de sus relatos, en tanto en un gesto infinito la narración explica un hecho fantástico y

extraño con otro también fantástico, por lo que habilita la pregunta ¿Cómo construye

Mariana Enríquez el género de terror? o lo que le es equivalente, ¿Cómo construye su

narrativa? Este interrogante guía un análisis que finalmente encuentra eco en la voz

de la escritora cuando dice que pertenece a una generación para la que el terror no es

banal, sino que

(…) se define en relación con referencias reconocibles.”, y justamente esta lectura

“ha pretendido reconocer como construye Mariana Enríquez el género de terror

en relación con esas referencias reconocibles.”

En este sentido, Enríquez con Selva Almada y Samanta Schweblin forman parte de

una generación en la que se destaca su discurso feminista y su militancia En el capítulo

que lleva por título “Selva Almada: modos de narrar el horror en lo cotidiano”. María José

Bahamonde, expresa que “Las temáticas exhibidas en sus libros también evidencian

9

este compromiso; está presente una mirada crítica con determinados sucesos cotidianos

además de la empatía con los hechos que menciona”. Sigue un itinerario por la

obra de la autora y analiza el modo gótico desde su primera novela El viento que arrasa

(2012); su libro de no ficción, Chicas muertas (2014); los relatos reunidos en El desapego

es una manera de querernos (2015); y su última publicación No es un río (2020), para

concluir que

Estas obras pueden pensarse a partir del locus donde se desarrollan las historias, o

desde los personajes que se mueven en un ambiente donde lo cotidiano se extraña

ante la muerte y las historias ominosas, pero a la vez la naturalizan. Vinculado

con esto, la crítica social que realiza desde el gótico no permanece ajena, ya que

algunas instituciones (la familia y la iglesia entre otras), se presentan inestables y

cargadas de connotaciones negativas como la mentira y el engaño.

Su observación de que “La mayor parte de su obra está anclada en la zona litoraleña

de nuestro país y como ella misma menciona en sus entrevistas, lejos de la gran urbe.”,

vincula su reflexión con la propuesta de Alejandra Nallin, quien en el capítulo “El gótico

litoraleño de Selva Almada”, centra la mirada en su última novela, para postular la emergencia

de “un gótico federal”, al que Nallin define como

reinvención del género, ‘situado’ en las diversas regiones literarias argentinas, con

el afán de desmontar y desocultar los miedos y terrores del presente, protagonizados

por niñas, madres y mujeres atravesadas por la violencia de género y doméstica,

por sus cuerpos abyectos, mutantes e intervenidos por las lógicas patriarcales,

por el biopoder y las naturalizaciones del terror familiar cuyo castillo-casa será la

zona gótica de la monstruosidad.

La potencia de su lectura se expresa en el horizonte hacia el que su investigación se

dirige, que es “revisitar otras estampas del ‘horrorismo’ y visibilizar en sus regiones cómo

la entronización machista, la pobreza, la prostitución, el canibalismo, la exclusión social

tematizan el engranaje perverso de la globalización capitalista”.

Esta aguda observación de Nallin sobre la existencia de un género ‘situado” alcanza

visibilidad también en la narrativa de Dolores Reyes y de Pablo Tolosa.

En tal sentido, Silvia Barei, expone una tesis desafiante en el título “Dolores Reyes, Cometierra.

La novela argentina y la vulnerabilidad de lo viviente”. Sostiene Barei que

(…) se escriben relatos cuyo centro es el asesinato, el delito, el feminicidio y el

infanticidio, la vida al margen … para relatar la experiencia social de lo ominoso”,

y en una postura políticamente comprometida, enuncia su hipótesis “estos relatos

tienen como trasfondo la memoria dolorosa de la dictadura (1976-1983).

Y en esa “deriva escrituraria” ubica a Dolores Reyes y pone blanco sobre negro con un

análisis trascendental de la novela Cometierra.

En la misma dirección, al dar lugar a escritores de otras regiones literarias argentinas,

el trabajo de Natalia Puertas está dedicado a la obra de Pablo Tolosa, un escritor rionegrino,

que no duda en reconocer que sus lecturas y el cine terror son su fuente de

10

inspiración y dejan una marca en su escritura. Según dice Puertas, analiza la novela Hay

que matarlos a todos (2017) y la antología de cuentos Malditos Animales (2010) con la

hipótesis de que

(…) en estas obras se leen reformulaciones de lo viviente a partir de elementos

de la ciencia ficción y del fantástico que dan cuenta de derivas del modo gótico,

porque recurre a dos motivos predominantes, que son el monstruo y el animal.

Su lectura pone en dialogo la literatura y el cine para reconocer los elementos de la

ciencia ficción que ambas formaciones culturales comparten en el gesto de espectaculizar

el horror. Por otra parte, al analizar los elementos fantásticos de los cuentos reconoce

que en ese gesto “resuena la narración oral de las historias alrededor del fogón

y el valor ostensivo del miedo. El efecto que logran es el de un terror sobrenatural que

invade por medio de sensaciones que acompañan la lectura.”.

Si el trabajo de Natalia Puertas articula literatura y cine para comprehender las dimensiones

culturales del horror, en “Tonalidades góticas en las series televisivas argentinas:

imágenes de la noche y la violencia suburbana en Un gallo para Esculapio (2017)” Ariel

Gómez Ponce redobla la apuesta porque busca según dice “explorar el modo en que

algunos lenguajes de la cultura actual innovan por su capacidad de jugar con la truculencia,

el estremecimiento y todos esos engranajes que administran el miedo, en

una vacilación genérica que rescataría cierta tonalidad gótica.” Alcanza ampliamente

su propósito mediante un análisis provocador de aspectos como la escenificación de la

atmósfera, el espacio-tiempo representado, el dialogo con las tendencias estilísticas del

audiovisual noir, Su conclusión resume la finalidad última de una lectura que encontró

en el gótico un punto confluencia de imagen y palabra.

Porque en un mundo invadido por la incertidumbre, y cuando series como Un

gallo para Esculapio se ocupan de intensificar y subrayar la experiencia desnuda

de la violencia en una trama social, se nos recuerda la naturaleza truculenta de la

cultura capitalista en la que estamos inmersos y es allí donde “el gótico evita ser

codificado como un modo genérico (…) para convertirse en la versión materialista

más persuasiva de la escena socioeconómica contemporánea” (Fisher 2009: 77).

Como señaláramos más arriba, de esta generación participa también Samanta Scweblin,

por lo que no puede estar ausente en este libro que ha convocado a las escritoras

representativas de la narrativa argentina actual Así es como Nadina Olmedo propone

una inteligente lectura del cuento Pájaros en la boca (2009) y de la novela Distancia

de rescate (2015). En el capítulo denominado “Los niños monstruos en “Pájaros en la

boca” y “Distancia de rescate” de Samanta Schweblin” desarrolla la hipótesis de que en

estas obras se lee una representación del monstruo que “se relaciona con los temores

vinculados a considerar al niño/a como un sujeto liminal” En esta afirmación subyace

un pensamiento que le da fundamento y es que como ella misma expresa “Sin duda, las

figuras y formas del gótico – entre ellas el monstruo – continúan hoy en día “soñando

y desconfiando con el progreso ilimitado del hombre moderno a través de narraciones

que desafían los sistemas de pensamiento y los límites sociales, morales y éticos”. Luego

su conclusión es que

11

(…) los niños monstruos de Schweblin no se conciben ya como “una bendición”,

sino casi como una carga, no solo económica sino también ambiental, ya que no

son la esperanza de un futuro mejor, sino el espejo oscuro de un presente inquietante

que no deja de acecharnos.

Esta galería de escritoras de narrativas de terror no estaría completa si no incluyéramos

a Betina González, quien piensa que “la literatura tiene que aportar complejidad

en vez de reproducir discursos sociales que son estereotipos del pensamiento” Gabriela

Rodríguez sostiene que esta concepción parece tener registro en su escritura cuando

recurre al modo gótico como una manera de apelar a lo perturbador. En su análisis de

Las Poseídas (2012) y de El amor es una catástrofe natural (2.018), que se halla en el capítulo

titulado, “Lo gótico en la obra de Betina González: entre la posesión y la catástrofe”,

Rodríguez concluye que

(…) tanto la idea de posesión como la de catástrofe nos llevan a la fuerza cuestionadora

del modo gótico que orienta la lectura para mostrar el lado oscuro de lo

humano, como lo es el desdoblamiento de los sujetos para sobrevivir en lugares

que imponen una única formar de ser llevando la bandera de la disciplina y la

moralidad.

En esta síntesis, María Gabriela Rodríguez resume hábilmente un análisis detallado que

desarrolló recorriendo en la trama narrativa el efecto ominoso y el valor cultural de dos

conceptos: posesión y catástrofe.

También Luciano Lamberti forma parte de esta generación de escritoras y escritores

argentinos contemporáneos que se han inclinado por leer y escribir novelas de terror,

por lo que el título de este capítulo escrito por Abel Combret resulta muy ilustrativo “El

gótico en la obra de Luciano Lamberti: apropiación y desplazamiento”. Afirma, Combret,

que la novela La maestra rural (2016), “ofrece una nueva mirada, construida a partir de

un desplazamiento, de un error deliberado, de una distorsión, de algunos momentos

de nuestra historia.”, y que en La masacre de Kruger (2019) actualiza una constante en

la la narrativa de Lamberti: “Y es que el origen de la maldad se halla en la mente del ser

humano”.

En suma, encuentra que

Los monstruos, los espíritus o las apariciones no se presentan en la obra de Luciano

Lamberti como algo lejano sino conviviendo de manera cotidiana con situaciones

cercanas y personajes que les son familiares y como una amenaza siempre

latente, que pone en evidencia, en definitiva, la fragilidad de las certezas Y es en

ese gesto en el que el lector vislumbrará en toda su intensidad lo verdaderamente

ominoso.

Por su parte, Mónica Bueno ha titulado su contribución “Vampiros en Buenos Aires:

Los anticuarios de Pablo de Santi.” Su trabajo sigue un trayecto que va desde el autor

de quien dice “es un alquimista que combina con eficacia el policial y el fantástico”, a su

novela Los anticuarios (2010) en la que encuentra que “Lo inquietante de la historia es

la multiplicidad de máscaras y la inversión de los lugares previsibles del bien y del mal”.

12

Sin embargo, la profundidad de sus reflexiones excede ampliamente los límites del texto

porque por un lado define la poética del autor cuando sostiene que

(…) su literatura busca siempre una combinación peculiar entre el enigma, el misterio

y el secreto …Aquello que no puede descifrarse claramente (enigma), aquello

que no se puede explicar (misterio), aquello que está oculto porque se decide su

invisibilidad (secreto) dibujan un entramado productivo en las historias que imagina.

Por otro lado, Mónica Bueno, revela la teoría del autor acerca de las relaciones entre el

gótico y el fantástico cuando sostiene que

Si bien el fantástico y el gótico no son la misma cosa, el vínculo entre los dos es

fuerte: se trata, como bien señalaba el propio De Santis, de la óptica particular del

vidrio opaco que distorsiona y problematiza lo que creemos lo real. En Los anticuarios

persisten las formas del gótico que constituyen la particular tradición de la

literatura fantástica latinoamericana.

En su exhaustivo análisis autora ha aunada varias de las preocupaciones que el gótico

genera particularmente por su omnipresencia en la tradición literaria argentina y latinoamericana.

Esta breve reseña se ha construido polifónica para que en ella resuenen las voces de

los autores que conforman este libro. Autores que con sus “miradas góticas” trazaron un

mapa que partiendo del gótico tendió puentes entre la palabra y la imagen; la dimensión

estética y la dimensión política, las narrativas actuales y sus tradiciones, el “gótico

criollo” y “el gótico federal”, los géneros y su acontecer cultural.

“Miradas góticas” trasgresoras, que posándose sobre el exceso corrieron fronteras culturales,

geográficas, epistemológicas, y siguieron diversos itinerarios, pero el mismo

mapa emocional ¿Será que comparten la misma atmosfera afectiva? ¿Será que en está

atmosfera afectica compartida se experimenta el terror como el origen y sustrato del

miedo y del horror? ¿Será que en la experiencia emocional de nuestra vida presente el

terror tiene el rostro de la dictadura y del capitalismo?

martes, 2 de abril de 2024

ADOLFO BIOY CASARES a la h o ra de e s c rib ir Edición de Esther Cross y Félix della Paciera Ensayo FRAGMENTO



ADOLFO

BIOY CASARES

a la h o ra de e s c rib ir

Edición de Esther Cross

y Félix della Paciera

Ensayo

TUSf lUETS

© Adolfo Bioy Casares, Esther Cross, Félix della Paolera, 1988

Diseño de la colección y de la cubierta: MBM

Reservados todos los derechos de esta edición para

Tusquets Editores, S.A. Iradier, 2 4 -0 8 0 1 7 Barcelona

ISBN 84 7223-852-0

Depósito legal: B. 43.127-1988

Fotocomposición: ApG - Enten^a, 218

Libergraf, S.A - Constitución, 1 9 -0 8 0 1 4 Barcelona

Impreso en España

ADOLFO BlOY CASARES nació en Buenos

Aires en 1914. Cursó estudios de

Derecho y de Literatura, carreras

que abandonó para dedicarse enteramente

a escribir. En 1940 publicó La

invención de Morel, el más célebre

y difundido de sus libros. A partir

de entonces, su reputación como

uno de los más originales y relevantes

narradores de las letras hispanoamericanas

no ha hecho más que

consolidarse. Sus obras han sido traducidas

a más de quince idiomas y

adaptadas frecuentemente al cine

y la televisión. Ha escrito también

varios libros en colaboración con Silvina

Ocampo y Jorge Luis Borges.

ESTHER CROSS (Buenos Aires, 1961)

ha cursado estudios de Letras y de

Psicología. Es narradora y poeta,

colaboradora habitual de diversos

medios de la prensa cultural argentina.

FELIX DELLA PAOLERA (Buenos Aires,

1923) cursó estudios de Filosofía.

Poeta, narrador, ensayista, crítico

literario y traductor, ha desempeñado

diversos cargos culturales en

su país. Desde 1976 coordina talleres

literarios.

Indice

Nota p re lim in a r............................................ . 9

Nota aclaratoria............................................... 11

La decisión de e s c rib ir.................................. 13

El oficio lite ra rio ............................................. 35

La ficción: materia y fo rm a ......................... 51

Preferencias, memorias, amistades ........... 93

Sumario................................................................ 131

Indice o n omástico ............................................. 133

Bibliografía.......................................................... 137

Nota preliminar

Este libro es el primero, de una serie en que los

grandes escritores contemporáneos expondrán procedimientos

inherentes a su ars literaria. Consta

de la transcripción de los diálogos mantenidos por

Adolfo Bioy Casares con los integrantes de un taller

literario* en tres reuniones celebradas en 1984,

1987 y 1988, respectivamente. La transcripción de

estas charlas fue seguida de su correspondiente

agrupamiento por temas dado que, por haber tenido

lugar en años diferentes y con distintos interlocutores,

resultaba inevitable que algunas preguntas

se repitieran o denotaran una marcada afinidad

con otras ya formuladas. De ahí que, al pie de cada

parlamento se deje constancia de la fecha en que

fue formulado. Esto permite al lector apreciar las

sutiles modificaciones que en torno a un mismo

* Los talleres literarios se difunden en la Argentina a comienzos

de la década del 70, acaso porque la enseñanza universitaria de

la literatura está principalmente dirigida a la formación de docentes,

críticos e investigadores, descuidando el aspecto propiamente

creativo del acto de escribir. Un taller literario está integrado por

grupos de cinco a diez personas cada uno, orientadas por un coordinador,

que se ejercitan en la práctica de la escritura (corrección,

estructura, estilo) y que reciben información teórica sólo en función

de la lectura de sus textos.

asunto el escritor introduce en su criterio inicial

con el correr del tiempo. Por otra parte, aunque a

veces las preguntas se repitan, las respuestas agregan

siempre nuevos elementos de juicio y, afortunadamente,

su alcance suele exceder la aclaración

esperada por quien hace la pregunta.

Mantener la forma coloquial de estos diálogos

—su necesaria oralidad— no resultó una tarea ardua,

ya que el estilo de Bioy Casares se singulariza

precisamente por un lenguaje directo y lúcido,

que excluye la solemnidad y el giro artificioso. En

este sentido, la reiteración —a lo largo de todas

las charlas— de expresiones como «puede ser»,

«creo», «pienso», «tal vez», «de algún modo», atestigua

la presencia de un intelectual genuino, adscrito

a la vitalidad de la duda antes que a la rigidez

del dogma.

El escritor W. H. Hudson contaba que muchas

veces en su vida había emprendido el estudio de

la metafísica pero que invariablemente lo interrumpía

la felicidad. Esa paradójica desdicha

—que acaso sólo justifica cierta haraganería— parece

refutada por la vasta obra de Adolfo Bioy Casares.

Como él mismo dice: «Yo le aconsejaría a la

gente que escriba, porque es como agregar un

cuarto a la casa de la vida. Está la vida y está pensar

sobre la vida, que es como seguir viviéndola.

Es duplicarla del mejor modo». Y todos sus libros

demuestran que el acto de escribir, aunque riguroso,

puede ser un ejercicio placentero y exento de

vano patetismo.

Félix della Paolera y Esther Cross

Nota aclaratoria

Las reuniones del taller literario de Félix della

Paolera se realizaron en las casas de José González

Balcarce (26 de julio de 1984) y de Sofía Deym

(4 de junio de 1987 y 19 de mayo de 1988).

Las iniciales que anteceden a las respectivas

preguntas y respuestas corresponden a:

BC: Adolfo Bioy Casares

G: Grillo*

y, en orden alfabético, a los siguientes integrantes

de los talleres:

MLB: María Luisa Bemberg

MBC: María Belén Caputo

CC: Carlos Cartolano

EC: Esther Cross

ECH: Esteban Charpentier

SD: Sofía Deym

FG: Fernando Gómez

CGG: Celeste González Garabelli

JMH: ' José María Harfuch

* Grillo es el apodo de Félix della Paolera, utilizado por Bioy Casa

res al dialogar con él.

MIH: María Inés Hernández

E de L: Elizabeth de Luca

MM: Mario Maggi

PM: Pía Magnanini

VM: Verónica Matta

HM: Hernán Morgenstern

A O'F: Andrea O'Farrell

JO: Jorge Offenhenden

RPB: Ruth Pérez Blanco

OP: Osvaldo Peusner

APL: Agustín Pereyra Lucena

ARM: Alejandro Ramos Mejía

MLSV: María Luisa Sáenz Valiente

MSB: Marcelo Suárez Bidondo

MU: Marta Uranga

LVM: Lucía Vásquez Mansilla

GW: Georgina Walker

LZ: Liliana Zirardini

La decisión de escribir

BC: Henry James se preguntó por qué escribía

Flaubert si le dolía tanto... La crítica es aparentemente

justa (sólo aparentemente, pero de

cualquier modo para este párrafo sirve). A mí me

divierte escribir, aunque muchas veces las vacilaciones

que tengo al hablar se me corren a la pluma.

Las venzo. El placer de inventar es grande;

también el de lograr una página satisfactoria.

Mis relativos aciertos me bastan para decir que

me gusta esta profesión, que me gusta inventar,

que me gusta haber inventado historias y tener

otras para escribir. [1984]

Muchos escritores olvidan que la principal ocupación

del narrador es narrar. A todos nos gusta

que nos cuenten cuentos y, desde luego, a todos los

que leen obras de ficción. Ahora hay muchas novelas

desprovistas de ficción y de trama; se las llama

novelas, pero adentro hay ensayos y pedantería.

E de L: Una vez oí que escribir es, en cierto modo,

dejar de vivir un poco...

BC: No es verdad.

E de L: ¿Usted dejó de vivir, dejó de experimentar?

BC: No, no crea. A mí me parece que ocurre lo

contrario. Me atrevo a dar el consejo de escribir,

porque es agregar un cuarto a la casa de la vida.

Está la vida y está pensar sobre la vida, que es

otra manera de recorrerla intensamente.

G: Es duplicarla.

BC: Duplicarla del mejor modo posible. Además,

escribir es un intento de pensar con precisión.

Debo admitir sin embargo que de vez en cuando

se presentan situaciones en que tenemos que elegir

dos caminos; quizá, por extraño que parezca,

entre el amor (léase matrimonio, vida familiar) y

seguir escribiendo. Es probable que esa mala

fama de la literatura, que la muestra como negación

de la vida, se daba al clamor de personas

abandonadas.

MM: ¿Bioy Casares escribe porque le gustó una

idea y quiere desarrollarla o pretende que quede

un mensaje sedimentado? ¿Busca el mensaje de

trasfondo o simplemente la buena técnica?

BC: ¡No, por favor! ¡Cómo voy a buscar solamente

la buena técnica! No, no. Yo creo que por un

lado hay que distinguir el mensaje de la idea y

por otro el mensaje, la idea y la técnica, que son

tres cosas distintas. Yo me considero narrador.

Me gustan las narraciones y estoy convencido de

que a la gente también le gustan. Soy una persona

con opiniones, convicciones, aflicciones, amores

y antipatías, como todos y, naturalmente, escribo

en favor de las cosas que me parecen bien. Pero

lo que me mueve a escribir, y lo que me movió a

escribir en un lejano día de mil novecientos veintitantos,

es el placer de las historias. Es algo que

va más allá de la técnica; es algo que tenemos en

común con los muchachos que entraban en los

cafés de El Cairo y contaban las historias que hoy

llamamos Las mil y una noches. Somos narradores,

hay mucha gente que lo es y para esa gente

hay otra que está deseando que le narren historias.

[1988]

Además, la literatura no es una imposición, es

un placer. Yo escribí un libro de ensayos al que

llamé La otra aventura porque reúne ensayos sobre

literatura, sobre libros. Una aventura es la

vida, la otra —al menos para mí— son los libros.

Creo que no se le da bastante importancia a la

suerte; indudablemente la suerte existe y la casualidad

existe, aunque la gente diga que todo sigue

un destino prefijado. Yo era un muchacho deportista

en un grupo de muchachos deportistas. Por

un golpe de suerte, que en el momento me pareció

un golpe de mala suerte, me puse a escribir.

Retrospectivamente atribuyo mi oficio a una casualidad.

Desde luego considero «azar», «casualidad

», «suerte», como palabras útiles, que evitan

disquisiciones tediosas; con ellas designamos incógnitas

que no valdría la pena, —o no podríamos—,

despejar. [1984]

■k * *

LZ: ¿Y cómo fueron sus primeros intentos? ¿Tuvo

muchas incertidumbres, tiró cuentos a la basura?

BC: Le voy a explicar: esa etapa fue larga y variada.

No es una sola etapa. Yo hubiera querido ser

jugador de fútbol o boxeador—boxeador me gustaba

más, porque me parecía más contundente—

o campeón mundial de tenis o de salto de altura.

Pero inexplicablemente, cuando sentía que

algo me conmovía, pensaba en escribir. No sé por

qué, ya que tiendo a descreer que estas cosas vengan

con uno; sospecho que todo lo recibimos y

que todo es educación en la vida. Lo cierto es que

para enamorar a una prima que no me hacía caso

pensé en escribir un libro parecido al de un autor

que le gustaba a mi prima. Así, a los seis o siete

años, intenté escribir por primera vez. Después

me gustó la idea de inventar cuentos policiales y

fantásticos, y sin que mis amigos se enteraran,

escribí una historia que se llamaba «Vanidad».

Después de eso descubrí la literatura. Y entonces

me puse a escribir y a leer. Digamos que desde

los doce hasta los treinta años leí realmente mucho.

Traté de leer toda la literatura francesa,

toda la española, toda la inglesa, la americana, la

argentina, la de otros países europeos, un poco de

la alemana, de la italiana, de la portuguesa, de la

japonesa, de la chilena, autores persas, en fin:

traté de cultivarme como esos norteamericanos

que hacen todo por programa; quise leer todo. Y,

mientras leía todo, al mismo tiempo quería escribir.

Y los libros que yo escribía desagradaban a

mis amigos. Cuando salía un libro mío, los amigos

no sabían cómo tratarme; querían disimular

y se les veía en la cara el disgusto. Yo les daba la

razón, pero creía en mi próximo libro.

LZ: Y a usted, ¿le gustaban esos libros?

BC: No, por cierto. Me repelían cuando se publicaban.

[1984]

G: ¿Cuándo decidió ser escritor?

BC: Un tiempo después. Al principio escribía porque

estaba angustiado y quería expresar mi pena,

o, porque se me había ocurrido una idea y quería

comunicarla, pero no pensaba que iba a ser escritor.

Tenía ganas de contar esa historia. Por eso escribí

mi primera historia policial y fantástica. Pero

seguía siendo un jugador de rugby, un tenista. Después

descubrí la literatura. Sentí por primera vez

la fascinación que siempre encuentro en los libros

y tuve ganas de provocarla en los demás. [1987]

Mis padres eran buenos lectores, personas

muy cultas. Querían que yo fuera abogado. Cuando

dije que iba a escribir temí que pensaran que

iba a dedicarme al ocio o que mi trabajo les pareciera

comparable al de una señora que borda almohadones;

temí que pensaran que los escritores

eran otros, no los que uno conocía. [1984]

MLV: Si al principio sentía tan poca satisfacción

con su obra, ¿cuál era su motor para seguir, para

no desesperar, para no descreer de usted mismo?

BC: Todo aquello fue bastante penoso; yo sentía

mi incapacidad de escribir libros aceptables

como una derrota de mi inteligencia. La verdad

es que producía algo que a nadie gustaba. A mí

tampoco. Me gustaba mientras escribía; después,

no. Lo que sí me gustaba era la literatura; sentía

que ésa era mi patria y que yo quería participar

de su mundo. Probablemente pensaba que no

bastaba con ser lector para entrar en la literatura.

Muchas veces me dije que, de haber sido una

persona un poco más sensible, yo hubiera dejado

de escribir, porque escribía un libro y todos mis

amigos —y después Jorge Luis Borges— me miraban

con cara de tristeza y de preocupa ción, como

pensando: «¿Qué le digo yo a éste?». Pero quizás

aprendí a escribir gracias a esos errores.

MLB: Y de no ser por su madre-y por su padre, que

de chico le leía poesía, ¿hubiera tenido ese amor

por la literatura?

BC: Creo que sí. Les agradezco lo que hicieron,

que mi madre me contara cuentos fue un estímulo

—un estímulo que no cesa— y le agradezco a

mi padre que inaugurara mi amor por la poesía,

pero creo que de cualquier modo yo hubiera llegado

a la literatura. No sé, no podría decir cuál

fue mi primer intento literario, pero sé que cuando

mi prima no me quiso me puse a escribir para

exaltar mi dolor.

Yo escribí para que me quisieran; en parte

para sobornar y, también en parte, para ser víctima

de un modo interesante; para levantar un monumento

a mi dolor y para convertirlo, por medio

de la escritura, en un reclamo persuasivo. Todo

eso precedió a los pésimos libros publicados, que

fueron seis, además de cuatro o cinco novelas inconclusas.

[1987]

BC: Borges, que ya era amigo mío, creía que yo

escribía rápidamente. Yo escribía con las mayores

precauciones, pero equivocadas. Mis recaudos

eran malos recaudos. No sabía qué debía cuidar,

ni cómo dar a mi expresión una agradable

transparencia. Mi madre decía que la voluntad lo

podía todo; yo tuve una dolorosa prueba de que

la voluntad sola podía poco. De las necesarias voluntad

y representación, la representación me fallaba,

como a muchos tontos que andan por el

mundo. Escribí así pésimos libros y frustré algunas

historias no demasiado malas que se me ocurrieron.

[19841

G: En sus lecturas iniciales, ¿qué libros fueron influyentes,

cuáles decidieron o fortalecieron su vocación

de escribir?

BC: Podría decir que hay unos cuantos libros que

para mí fueron decisivos, y que algunos de ellos

no son considerados admirables. Probablemente

Cario Collodi, con su Pinocho, me indujo a escribir

relatos fantásticos; Gyp, con libros como Mademoiselle

Lulú y Autour du mariage, me inspiraron

ganas de escribir novelas o historias de amor;

los cuentos de Sherlock Holmes, de Arthur Connan

Doyle, y El misterio del cuarto amarillo, de

Gastón Leroux, ya antes de leerlos, cuando me los

contaron, me provocaron deseos de escribir historias

policiales y de misterio.

AG: ¿Antes de leerlos?

BC: Sí, antes. E$a de Queiroz, Marcel Proust,

H. G. Wells, y tantos otros me dieron ganas de escribir

cuando tuve más discernimiento. En la

misma época, Peñas arriba, de José María Pereda,

me reveló una idea que siempre me atrae: la de

una persona que está en la ciudad y vuelve al

campo en que ha nacido (a lo mejor podría ser en

sentido inverso, del campo a la ciudad). Es el regreso

al hogar, con las desilusiones, las recompensas,

lo que sigue igual, lo que ha cambiado. La

Odisea, en fin... Aunque en Peñas arriba no esté

maravillosamente aprovechada, la idea me cautivó.

G: ¿Y qué escritores podrían haber influido en su

estilo?

BC: Tantos... Ya mencioné a E g a de Queiroz y a

Proust, y a Wells; también quiero citar a Borges,

al Doctor Johnson, a James Boswell, a David

Hume, a Michel de Montaigne, a Robert Louis

Stevenson, a Mansilla, a Arturo Cancela, a Pío Baroja

y, como todo el mundo, a Franz Kafka, a Benjamín

Constant, a Stendhal y a Paul-Jean Toulet,

si es que un poeta puede influir en un prosista.

G: Bueno, por suerte son muchos, más grave sería

depender de uno solo.

BC: Seguramente estoy callando a muchos otros.

APL: ¿Considera que Joseph Conrad pudo haber

tenido influencia en su pensamiento o en su estilo?

BC: Sí, pudo tenerla por la construcción de algunos

de sus relatos, como La línea de sombra, pero

no precisamente en el estilo. El suyo tiende a ser

ornamental. Yo no quiero escribir de un modo ornamental.

Conrad probablemente sea víctima de

la circunstancia de ser un polaco que escribe en

inglés, mejor que un inglés. Quién pudiera escribir

relatos como El corazón de las tinieblas, como

El duelo. Si entre todos los relatos del mundo tuviera

que proponer uno para que sirviera de modelo,

creo que elegiría La línea de sombra.

FG: Resulta alentador que usted se confiese lector,

porque he notado que muchas veces los escritores

son deficientes lectores.

BC: Peor para ellos.

E CH: ¿Cuándo reconoció usted que lo que escribía

era literatura o podía considerarse literatura?

BC: Mire, tal vez pueda precisar el momento... Yo

leía buscando la literatura, y escribía buscando

la literatura; cuando concluía mis cuentos, por

un tiempo creía haber hecho literatura, creía haber

acertado. Después, cuando publicaba el libro

y mis amigos lo leían, llegaba el desencanto, si antes

yo solo no lo había encontrado... Se sucedían

días y años, pero la literatura estaba siempre fuera

de mi alcance. Como advertía signos de que los

amigos no desestimaban mi inteligencia, me dije

que la ineptitud a lo mejor se limitaba a mis procedimientos.

Con La invención de Morel, una historia

que no quería malograr, llegó la gran oportunidad

de ponerme a prueba. Recordé el consejo

de mi padre de pensar en lo que uno está haciendo,

y procuré escribir con la atención bien despierta.

Antes de la publicación del libro aparecieron

capítulos iniciales en la revista Sur, las reacciones

de algunos lectores fueron las primeras buenas

noticias sobre escritos míos que recibí en la

vida. Tuve una módica sospecha del triunfo, pero

aún no me sentía seguro. Me preguntaba si los

hombres sabios no descubrirían errores y torpezas

en la novela. Con el tiempo, en un cuento que

se llama «El ídolo», se me soltó la mano. Cuando

trabajé en Emecé,* en la redacción de contratapas

y noticias biográficas, empezó a soltárseme

también la mano para escritos que no eran cuentos

o novelas. Me encargaron prólogos, que acepté

sin alegría. Escribí todo eso como quien pasa

un examen ante sí mismo. Ahora, mi modo espontáneo

de expresión es la escritura; para hablar

me siento bastante inseguro. [1988]

lunes, 1 de abril de 2024

BORGES ESENCIAL. CONFERENCIAS EN USA. PRÓLOGO DEL LIBRO.

 



En la década final de su vida, Borges emprendió una gira por los Estados Unidos con el

fin de participar de una serie de diálogos organizados por las universidades más

prestigiosas de esa nación (Chicago, Indiana, Columbia y el M.I.T., entre otras). El

recorrido traza una cartografía inquietante: Borges conversa sobre el sentido del

universo con un astrofísico, sobre misticismo con un experto en cábala y sobre el difuso

límite entre realidad y ficción con escritores y poetas. Asiste a un encuentro en el PEN

Club de Nueva York y concede incluso una entrevista a una personalidad televisiva:

Dick Cavett. A lo largo de estos encuentros, el escritor argentino evoca sueños y

pesadillas, sagas nórdicas, frases del inglés antiguo, la presencia del «otro» y el doble, y

varios de sus autores favoritos, entre otros temas. El placer intelectual de la

conversación lleva asimismo a Borges (por lo general renuente a las confidencias) a

revelar el significado de símbolos y tramas de varias de sus obras. La traducción y las

notas de Martín Hadis junto a las notables fotografías de Willis Barnstone completan en

estas páginas el sensible retrato de ese misterio esencial de la literatura que conocemos

como Borges.

Jorge Luis Borges

Borges: el misterio esencial

AGRADECIMIENTOS

Las conversaciones que figuran aquí bajo los títulos «Islas secretas», «Soy simplemente

el que soy», «La pesadilla, ese tigre entre los sueños» y «Yo siempre sentí el temor de los

espejos» corresponden a conferencias que Borges brindó en la Universidad de Indiana,

Bloomington, en el año 1980, gracias al auspicio de la Fundación William T. Patten.[1]

La conversación que figura bajo el título «Al despertar» fue publicada

originariamente bajo el título «Thirteen Questions: A Dialogue with Jorge Luis Borges»

(«Trece preguntas: un diálogo con Jorge Luis Borges») en el Chicago Review y se

reproduce aquí con ligeras correcciones con la debida autorización de esa revista.

Partes del «Show de Dick Cavett» del 5 de mayo de 1980 conforman la conversación

que figura con el título «Sobrevino como un lento crepúsculo de verano», publicada con

autorización de Daphne Productions.

Las fotografías de Borges fueron tomadas por Willis Barnstone en Buenos Aires, en

los años 1976 y 1977.

La publicación de este libro implica un regreso de estas conversaciones al idioma de

Borges. Por ese motivo, la labor de traducción no consistió meramente en trasladar al

castellano las palabras que el escritor dijo en inglés, sino en buscar las palabras y frases

que Borges solía emplear en castellano para expresar las mismas ideas.

Prólogo

Este libro recoge el conjunto de diálogos con Borges que tuvieron lugar en los Estados

Unidos en los años 1976 y 1980. En 1976 Borges viajó al campus de la Universidad de

Indiana, Bloomington, para participar en una serie de conversaciones sobre su obra.

Años más tarde, en la primavera septentrional de 1980, regresó a esa casa de estudios y

permaneció allí un mes entero, gracias al auspicio de la Fundación William T. Patten, el

Departamento de Español y Portugués, el Departamento de Literatura Comparada y la

Oficina de Asuntos Latinoamericanos de esa universidad. Borges se trasladó luego a la

Costa Este de los Estados Unidos. En la Universidad de Chicago fue recibido por una

audiencia expectante y numerosa. John Coleman y Alistair Reid lo entrevistaron en el

PEN Club de Nueva York. Asistió asimismo como invitado al «Show de Dick Cavett».

En la Universidad de Columbia sus palabras conmovieron a un público vasto y atento.

Allí afirmó: «Toda multitud es una ilusión […] Estoy hablando con cada uno de ustedes

personalmente». Luego partió hacia Cambridge, Massachusetts, donde participó en un

diálogo organizado por la Universidad de Boston, la Universidad de Harvard[2] y el

Massachusetts Institute of Technology (M. I. T.).

Como notará el lector, varias de estas universidades se cuentan entre las más

prestigiosas de los Estados Unidos. En esos ámbitos, Borges dialogó con estudiantes y

profesores de literatura, varios de sus traductores y críticos, e investigadores dedicados

a analizar su obra. Resulta difícil imaginar una audiencia más propicia, y esto se refleja

en la conversación, a la vez afable y erudita. Resulta claro, a lo largo de estas páginas,

que Borges agradecía estos encuentros y se encontraba sumamente cómodo y a gusto en

ese contexto académico. Recordemos que para ese entonces, el autor de El Aleph

sobrellevaba ya su ceguera hacía décadas. Y sin embargo, para describir cómo se siente

en el auditorio de la Universidad de Chicago, Borges afirma:

Percibo la amistad, percibo una sensación muy real de bienvenida. Me siento querido por

la gente, siento todo eso. No percibo lo circunstancial sino lo esencial, profundamente. No

sé cómo lo hago, pero estoy seguro de que mi percepción es correcta.

En efecto, el público demuestra, en cada caso su curiosidad e interés por conocer

mejor a Borges, sus fuentes literarias, su país natal, su genealogía y su pasado, y

también sus futuros proyectos literarios. A diferencia de tantas entrevistas radiales y

televisivas, nadie interrumpe aquí a Borges, que se extiende todo lo necesario en cada

respuesta. Todos escuchan atentamente y la admiración por el escritor argentino se

siente en cada pregunta. A tal grado que el mismo Borges recurre con frecuencia a su

agudo sentido del humor para mitigar esa reverencia y propiciar un registro más

informal. El diálogo fluye con espontaneidad: «Aquí estamos entre amigos», afirma

Borges. Y eso lo habilita, al parecer, a cruzar un límite infranqueable: en varios de esto

diálogos procede a revelar los mecanismos de creación de sus obras, algo a lo que en

otras oportunidades se muestra sumamente renuente. En el PEN Club de Nueva York

revela aspectos desconocidos de su célebre cuento «El sur» y agrega, riendo: «Pero

[todo esto] es estrictamente confidencial [así que] no se lo digan a nadie, ¿eh?». En otra

conversación revela que su poema «Fragmento» —cuya fuente más obvia es el antiguo

poema anglosajón llamado Beowulf—, está basado, en realidad, en una rima infantil

inglesa, que acaso leyó —o escuchó de su abuela inglesa— durante su más tierna

infancia. En la Universidad de Chicago, explica cómo su madre colaboró con él para

ayudarlo a terminar su cuento «La intrusa», brindándole las palabras finales del

protagonista. De ese modo, aclara Borges, «por un instante [mi madre] se convirtió […]

en uno de los personajes del cuento».

A lo largo de todos estos diálogos resaltan también la timidez y la desconcertante

modestia del autor de Ficciones. En la Universidad de Indiana, Borges declara: «Pienso

que la gente ha exagerado mi importancia. Yo no creo que mi obra tenga tanto interés».

Y luego agrega: «Debo decirles a todos ustedes que les agradezco que me tomen en

serio. Es algo que yo no hago jamás». Esta actitud, que en otra persona podría parecer

mera afectación, era en Borges frecuente y totalmente franca. Y es que no solo hacía

estos comentarios en público. Varios de sus amigos y familiares las escuchaban con

frecuencia. Alicia Jurado solía recordar que una vez acompañó a Borges a cruzar la

Plaza San Martín, mucha gente se acercaba para felicitarlo y ponderar sus textos.

Borges, algo avergonzado y abrumado, agradecía una y otra vez sin decir nada. Pero al

llegar a la avenida se puso serio y le aclaró a Alicia: «Por favor, no vayas a creer lo que

dice toda esta gente. Son todos ellos actores, contratados por mí. Creo que exageran,

pero de todos modos hacen bien su trabajo, ¿no te parece?». Otra testigo directa de estas

situaciones fue su madre, Leonor Acevedo, quien con frecuencia lo acompañaba en sus

viajes. Al finalizar cada homenaje en el extranjero, Borges se volvía hacia ella y le

susurraba perplejo: «Caramba, madre, ¡me toman en serio!». Para terminar, vale

también aquí recordar aquella ocasión en la que Borges se encontraba firmando

ejemplares en una librería del centro de Buenos Aires. Un lector se le acercó con un

ejemplar de Ficciones y le espetó: «¡Maestro! ¡Usted es inmortal!». A lo que Borges

respondió: «Bueno, joven, ¡vamos!… ¡No hay por qué ser tan pesimista!».

Volviendo ya a un plano más académico, muchas de estas conversaciones giran en

torno de los intereses centrales de Borges: los límites entre la realidad y la imaginación,

las pesadillas, los sueños, el «otro» y el doble, el heroísmo de sus antepasados militares,

la cábala, el inglés antiguo, la memoria y el tiempo. Autores norteamericanos como

Robert Frost, Edgar Allan Poe, Emily Dickinson y Walt Whitman reciben, como es de

esperar, una atención destacada. A la vez, y muy curiosamente, el hecho de hallarse en

los Estados Unidos lleva a Borges a explicar distintos aspectos de su país que para un

público argentino resultarían redundantes. Estas conversaciones contienen, por lo tanto

y aunque resulte paradójico, más opiniones de Borges sobre la Argentina que las que

figuran en otros diálogos que mantuvo con sus compatriotas. Pero la erudición de

Borges no respeta fronteras, de manera que para recorrer todos estos temas y autores, el

escritor tiende una red que abarca todo el orbe: la Islandia medieval, el viejo Buenos

Aires, las literaturas de China, la India y Japón, la Inglaterra sajona, y varios de sus

autores favoritos: Stevenson, Chesterton y Kipling, entre otros.

Borges enuncia asimismo en estas páginas el significado de varios de sus símbolos

recurrentes: explica el significado que tienen para él tigres y cuchillos, los compadritos y

las esquinas del barrio Sur. «[Tiendo a] comunicarme por medio de símbolos —aclara el

escritor argentino—. De haber sido una persona más explícita, no sería escritor».[3]

En el M. I. T., afirma que los laberintos representan su visión íntima del universo. En

diálogo con el astrofísico Kenneth Brecher y el estudioso de la cábala Jaime Alazraki,

asegura que el universo es un enigma, sugiere que «lo maravilloso es que jamás

podremos resolverlo», y finalmente concluye con una confesión que desarma por lo

profunda y simple: «Yo vivo en un perpetuo estado de asombro».

Estos diálogos, antes alejados en la geografía y en el tiempo, regresan ahora a la

Argentina y al idioma castellano. Esperamos que esta edición refleje la amistad, la

profundidad y la poesía que les dieron origen.

WILLIS BARNSTONE | MARTÍN HADIS

Marzo de 2021

Borges en el recuerdo

En el año 1975, Borges y yo compartimos una cena de Navidad en Buenos Aires. La

Argentina se encontraba por ese entonces sumida en graves tensiones políticas, y

Borges se encontraba muy serio. Comimos una buena comida, tomamos un buen vino y

conversamos, pero la sensación de angustia y opresión que asolaba al país estaba

también en nuestros pensamientos. Tras una larga y agradable sobremesa, llegó

finalmente el momento de partir. Esa noche había huelga de taxis y de colectivos, de

manera que nos vimos obligados a caminar, y Borges, como el caballero que era, insistió

en acompañar a María Kodama a su casa. Comenzamos a atravesar la ciudad bajo una

penumbra ventosa y lúcida. A medida que la noche transcurría, Borges parecía volverse

más y más atento a cada rasgo de las calles que íbamos dejando atrás, a la arquitectura

que sus ojos ciegos de alguna manera descifraban, a los pocos transeúntes que se

cruzaban en nuestro camino. Tras despedirnos de María, emprendimos el regreso. A las

pocas cuadras noté algo que me preocupó: Borges se detenía sistemáticamente cada

pocos pasos para hacer alguna afirmación notable y doblaba luego en cada esquina,

siguiendo un recorrido circular. Deduje de esto que Borges se había perdido y no tenía

la menor idea de cómo regresar a su casa. Pero la realidad era otra: no sólo no estaba en

absoluto perdido, sino que el motivo de esa trayectoria errática era deliberado, y mucho

más simple. Borges, sencillamente, tenía ganas de seguir conversando: acerca de su

hermana Norah y de su infancia, acerca de un asesinato que —me dijo— había

presenciado décadas atrás en el límite entre Brasil y Uruguay, acerca de las hazañas de

sus antepasados militares en distintos conflictos del siglo XIX. Con frecuencia su bastón

quedaba accidentalmente encajado en algún bache o grieta del asfalto, y Borges

aprovechaba entonces la ocasión para hacer una pausa, apoyarse sobre él y estirar a un

tiempo ambos brazos, en un solo movimiento armonioso que le confería el aire de un

actor. El dilatado paseo de esa noche me permitió comprobar una vez más que el

personaje y la conversación de Borges eran, al menos, tan profundos y brillantes como

su palabra escrita, y esto reafirmaba —al menos para mí— el valor de su obra literaria.

Cuando retornamos por fin al departamento de la calle Maipú, el alba despuntaba ya en

la vereda. Otra larga noche de conversaciones con Borges había llegado a su fin.

Esa misma tarde acompañé a Borges al Café Saint James. Allí pasamos varias horas

hablando sobre Dante y Milton. Por la noche fuimos a cenar a Maxim’s. Estábamos

saliendo de lo de Borges cuando me sentí invadido por una repentina sensación de

melancolía. Le dije: «Borges, siempre recordaré nuestras charlas y mi fascinación al

escucharlo, pero jamás podré recobrar las palabras exactas». Borges me tomó del brazo

y me respondió entonces con una de sus habituales observaciones paradójicas: «No se

preocupe, Willis. Recuerde lo que escribió Swedenborg: ‘Dios nos ha concedido la

memoria para que tengamos la capacidad de olvidar’».

Hoy me resultaría imposible recuperar cada una de las palabras de tantas horas que

pasé conversando con Borges en tantas circunstancias diferentes: volando en avión,

caminando por las calles de Buenos Aires o recorriéndolas en distintos autos, cenando

en restaurantes, o simplemente dialogando en una u otra casa. En las páginas que

siguen, sin embargo, han quedado registrados para siempre el candor, el asombro, la

sorpresa e inteligencia de Borges. No he conocido a ninguna otra persona en toda mi

vida que me brindara a la vez la calidad socrática, los razonamientos profundos y

graciosos, y las réplicas inesperadas que Borges ofrecía continuamente en su diálogo. Es

una verdadera fortuna que haya sido grabada y luego transcripta al menos una fracción

de las muchas conversaciones que Borges mantuvo con tantas otras personas a lo largo

de su vida, mientras ejercía ese otro arte que consideraba la máxima virtud argentina: la

amistad.

WILLIS BARNSTONE

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