martes, 17 de junio de 2014

Horacio Castellanos Moya: la voluntad de estilo Por Roberto Bolaño.


Horacio Castellanos Moya: la voluntad de estilo
Por Roberto Bolaño

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La primera persona que me habló de Castellanos Moya fue el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, después de comernos una paella en Blanes en compañía del crítico español Ignacio Echevarría. La segunda persona que me habló de él fue Juan Villoro. De esto ya hace algún tiempo. Por supuesto, intenté buscar, sin mucha esperanza, sus libros en dos librerías de Barcelona y tal como era previsible no los encontré.
Poco después recibí una carta del mismísimo Castellanos Moya y a partir de entonces mantenemos una correspondencia irregular y melancólica, por mi parte teñida además de admiración por su obra, que poco a poco ha ido engrosando mi biblioteca. Hasta ahora he leído cuatro de sus libros. El primero fue El asco, tal vez el mejor de todos, el más crepuscular, una larga perorata en contra de El Salvador, y por el cual Castellanos Moya recibió amenazas de muerte que lo obligaron a partir, una vez más, al exilio.
El asco, por supuesto, no es sólo un ajuste de cuentas o la expresión de profundo desaliento de un escritor ante una situación moral y política, sino también un ejercicio estilístico, la parodia que hace Castellanos Moya de ciertas obras de Bernhard y también una novela para morirse de risa.
Lamentablemente en El Salvador muy pocas personas han leído a Bernhard y aún muchas menos mantienen vivo el sentido del humor. Con la patria no se juega. Esa es la divisa y no sólo en El Salvador, también en Chile y en Cuba, en Perú y en México, e incluso en Austria y más de otro país o región europea. Si Castellanos Moya fuera bosnio o kosovar y hubiera escrito y publicado este libro allí, seguramente no hubiera tenido tiempo de tomar el avión. Aquí reside una de las muchas virtudes de este libro: se hace insoportable para los nacionalistas. Su humor ácido, similar a una película de Buster Keaton y a una bomba de relojería, amenaza la estabilidad hormonal de los imbéciles, quienes al leerlo sienten el irrefrenable deseo de colgar en la plaza pública al autor. La verdad, no concibo honor más alto para un escritor de verdad.
El segundo libro que leí fue la novela La diabla en el espejo, una novela negra, en realidad una novela negrísima, narrada sin embargo por una megapija o una síutica o una pituca de San Salvador, después del fin de la guerra civil, cuando el país ha entrado de lleno en el capitalismo salvaje. La asesinada es una amiga de la narradora, esposa de un empresario. La voz de la narradora, una voz llena de tics, una voz absolutamente lograda, que nos lleva de una habitación semioscura a otra habitación más oscura y así paulatinamente hasta una habitación en la oscuridad total, no es el mayor de sus logros. Este libro, según creo, es el primero que Castellanos Moya publicó en España, en la pequeña editorial Linteo.
El tercero que leí también está publicado en España, en Casiopea, otra editorial pequeña. Se trata de una reedición de El asco, precedida de dos relatos largos: Variaciones sobre el asesinato de Francisco Olmedo, un texto que sin duda merecería estar en cualquier antología del relato actual latinoamericano, y Con la congoja de la pasada tormenta. Ambos relatos indagan en el basural de la historia, y su planteamiento es conjetural, como en las novelas policiacas, pero su desarrollo es en cascada (y desde el primer momento) hacia un horror vagamente familiar, que todos conocemos o del que todos hemos oído hablar.
El último libro de Castellanos Moya que cayó en mis manos es la novela El arma en el hombre, editada por Tusquets México, que prolonga en cierta manera asuntos ya tratados en La diabla en el espejo, algunos destinos que en aquella novela eran marginales o estaban apenas esbozados y que aquí asumen el protagonismo, como Robocop, un ex soldado de un batallón de choque, que al final de la guerra se queda sin trabajo y que decide (o tal vez otros deciden por él) convertirse en asesino a sueldo. Una de sus víctimas es la señora de Trabanino, la amiga íntima de la narradora de La diabla en el espejo, y un crimen que también sale a relucir de pasada en El asco, a tal grado que se podría decir que el asesinato de esa pobre ama de casa burguesa constituye uno de los vértices de la narrativa de Castellanos Moya. Los otros vértices son el horror, la corrupción y una cotidianidad que tiembla en cada una de sus páginas y que hace temblar a sus lectores.
Horacio Castellanos Moya nació en 1957. Es un melancólico y escribe como si viviera en el fondo de alguno de los muchos volcanes de su país. Esta frase suena a realismo mágico. Sin embargo no hay nada mágico en sus libros, salvo tal vez su voluntad de estilo. Es un sobreviviente pero no escribe como un sobreviviente.

(Artículo reproducido en el periódico Milenio Diario, México)

domingo, 15 de junio de 2014

Alberto Cañas Escalante cc "Don Beto" (16 de marzo de 1920-14 de junio del 2014).


ALBERTO CAÑAS ESCALANTE.

Nacimiento     16 de marzo de 1920
Fallecimiento     14 de Junio de 2014
Nacionalidad     Costarricense
Ocupación     Escritor, periodista, político, abogado, diplomático
Partido político     Partido Acción Ciudadana

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Alberto Cañas Escalante (San José, Costa Rica, 16 de marzo de 1920 - ibídem, 14 de junio de 2014)1 fue un político, escritor, intelectual, académico universitario, funcionario público y periodista costarricense. Es considerado una de las figuras trascedentales de la vida cultural, política y social de la segunda mitad del Siglo XX en Costa Rica. [cita requerida] Fue viceministro de Relaciones Exteriores (1955-1956), embajador (1956-1958) y dos veces diputado (1962-1966 y 1994-1998). Además, fue el primer Ministro de Cultura, Juventud y Deportes (1970) y director de los periódicos Diario de Costa Rica y La República. También en el campo periodístico se desempeñó como editor de Excelsior y columnista en La Nación, La Prensa Libre y el Semanario Universidad. Fue bisnieto del General José María Cañas. Falleció a los 94 años tras complicaciones con una intervención quirúrgica.

Biografía

Nacido en San José, su hermana le enseñó a leer a los tres años.

Realizó la educación primaria en el Edificio Metálico, la secundaria en el Liceo de Costa Rica, donde se graduó en 1937. Estudio Derecho en la UCR, y se graduó como abogado en 1944 con una tesis sobre partidos políticos. En 1944 entra a trabajar en el Diario de Costa Rica. Es de la misma generación de Rodrigo Facio, Carlos Monge, Gonzalo Facio, Jorge Rossi Chavarría, Daniel Oduber, Hernán González, unido ideológicamente al grupo de intelectuales que después de la Revolución de 1948 cambiaron la fisonomía política costarricense.

Su preocupación por las cuestiones sociales lo impulsó a ingresar en el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, y a desarrollar una carrera periodística. Fundó y dirigió el diario La República en 1950 y más tarde se hizo asimismo cargo del Excelsior.
Trayectoria política

En el campo político fue Embajador de Costa Rica en las Naciones Unidas de 1948 a 1949, durante la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Además fue viceministro de Relaciones Exteriores en el período de 1955 a 1956, diputado por San José, jefe de fracción parlamentaria del Partido Liberación Nacional de 1962 a 1966. De 1970 a 1974 fue el primer Ministro de Cultura, Juventud y Deportes. Durante su administración desarrolló una labor editorial de rescate de los valores culturales y literarios costarricenses. [cita requerida]Fue Presidente de la Asamblea Legislativa de Costa Rica en 1994. Miembro fundador del Partido Acción Ciudadana (fundado en 2000) del que sería presidente e integrante de su comisión política.
Trayectoria académica

Fue el fundador de la Compañía Nacional de Teatro en 1971. Entre sus muchos cargos se encuentran ser profesor de teatro, de la Facultad de Ciencias y Letras, de la escuela de Ciencias de la Comunicación, de la cual fue además promotor y creador.

Fue Presidente de la Asociación de Periodistas en 1952, Presidente de la Editorial Costa Rica desde 1960 y, por varios años, Presidente de la Asociación de Escritores (1960-1961), Miembro de la Junta Directiva del Seguro Social en 1989, entre muchos otros. Actualmente es Presidente de la Academia Costarricense de la Lengua, institución que reúne a los principales intelectuales del campo literario de Costa Rica.
Galardones

Entre sus múltiples galardones se encuentran el Premio Magón de Cultura en 1976, el Premio García Monge y muchos Premios Aquileo Echeverría.2 Recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Estatal a Distancia y ha recibido la condecoración "Comendador de la Orden de Liberación de España" en 1951, la "Gran Cruz de la Orden de Vasco Núñez de Balboa de Panamá" en 1957 y la condecoración "Stella della Solidarieda Italiana de la Classe" en 1959. Recientemente ha recibido el premio Pio Viquez de Periodismo en el año 2012, en reconocimiento de su larga carrera como periodista. Se mantuvo activo como docente hasta su muerte.

Fue presidente y miembro permanente, junto con otras 20 personalidades literarias del país, de la Academia Costarricense de la Lengua; además, presentador del programa "Así es la cosa" en Radio Monumental junto con Fernando Durán y Álvaro Fernández y autor de la famosa columna periodística Chisporroteos, que durpi más de 40 años tocando temas de actualidad nacional y haciéndole quedar como uno de los formadores de opinión más respetados del país.

Además, se desempeñó como profesor de la Universidad de Costa Rica en las carreras de la Facultad de Ciencias Sociales.
Fuente: Wikipedia.

sábado, 14 de junio de 2014

Novela: "Belfegor o la ira del Diablo". (Fragmento).



" LA ENVIDIA. (1979-1986). San José, Costa Rica.

"Cuando el demonio Malfas llegó – como parte de nuestros rituales- a dejar los cafés negros y bien cargados que noche a noche le solicitaba para Nabero y mi persona, nos encontró acomodando un grupo de papeles de mis últimas novelas no publicadas todavía.
Acomodar papeles y en un orden establecido, era señal inequívoca que nos trasladaríamos de Rutland-Hall. Entonces, el demonio Malfas preguntó:

- A dónde iremos, usia? Y, sin quitar la vista de los documentos que preparábamos para el viaje, Nabero contestó primero que mi persona:
- A un minúsculo país en donde la Envidia es más grande que su territorio. El señorito Deford tendrá que dar unas charlas literarias y allí está... el deseo de la Envidia que es una locura. A todos los escritores de ese minúsculo país los embarga la Envidia.
- ¿A Todos? Preguntó con curiosidad Malfas que se sentó en un taburete para escuchar mejor la explicación.
- A todos! Primero, iremos a Nicaragua. Allí, el joven Deford lo condecorarán por su posición beligerante ante la problemática social centroamericana. Se reunirá con los presidentes de esta pobre Región Centroamericana, esta región que no posee nombre, ni existe para el resto del mundo, no está en los mapas. Ahora lo está por un asunto coyuntural y político – el asunto de la Revolución Sandinista y la caída del dictador Somoza- pero, una vez que pase el acontecimiento, de las celebraciones, los abrazos y el festejo termine, todo volverá a ser igual. Dijo Nabero. El demonio Nabero hizo un descanso y dejando de acomodar los folios, se sentó en uno de los taburetes. Continuó hablando: es una pobre región, quizá la región más tristemente olvidada por el mundo y por la misma latinoamérica.
- ¿Olvidada por los latinoamericanos? Preguntó Malfas.
- Es que es minúscula, es lo único que conozco. Comenté.
- Cierto. Por ejemplo, Costa Rica cabe en México 38 veces, y Centroamérica dentro del territorio mexicano, más de 3 veces... en realidad es minúscula. E igual con Argentina, Costa Rica es 54 veces más pequeña y Centroamérica cabe en el territorio argentino 5 veces. Dijo Nabero.
- Ni que lo diga su eminencia, ya me entero. Dijo Malfas.
- ¿Es un llamado internacional? Supongo pero, no sucederá nada, seguirá no contando para el resto de Latinoamérica. Dijo Nabero.
- Se reunirán políticos de todo el mundo, se reunirán jefes de Estado, embajadores, Europa estará presente pero, dentro de 34 o 40 años más adelante todo será igual: miseria tras miseria. Los que derrocan al tirano, se volverán tiranos a la vez. y, nadie dirá nada. Los gobiernos de todo el mundo mirarán, se aprestará atención pero, después todos se olvidarán de Centroamérica. Se justificará lo hecho por el nuevo dictador. Y la violencia ha de regresar... Era el orgulloso Aamon, Príncipe de la Soberbia, conocedor del pasado y del futuro de la Humanidad, quien al escuchar voces en el Scriptorium en un pafff y sin pedir permiso llegaba. Su ojo verde brillaba más de lo normal aquella noche – o eso me pareció- y su ojo café que siempre permanecía en una aquiescencia inesperada empezó a brillar también. Continuó Aamon. Primero, Usia – y ya me informé- tendrá que estar en Nicaragua y luego, ¿llegará a Costa Rica?
- Un país más diminuto que Nicaragua pero gigante en la Envidia. Y no había terminado de hablar Nabero y el demonio Goodfellow llegó en un pafff como lo hacía minutos antes Aamon. Y poco a poco, sin que se propusiera una reunión en el Scriptorium esa noche, los demonios en asamblea hablaron del nuevo viaje que nos esperaba.
- ¿Envidia? ¡La envidia no posee tamaño riguroso, preciso! Es grande grande grande o es pequeña pequeña pequeña, más pequeña que un grano de arena pero, puede ser grande grande grande como el Everest, jejeje. ¡ Y qué frío hace! Dijo Goodfellow. Agregó pensativo: espero, espero, eminencias que no haga tanto frío en la Región Centroamericana...
- Pues, no lo creo, no, sé que no hará frío... se repetía Esfria frotando sus mancuernillas de oro.
- Y ya tengo noticias... en efecto, la Envidia corroe el alma de los escritores en ese país. ¡Todos se envidian! Jejejeje. Dijo ahora Goodfellow.
- Todos se envidian? Preguntó Aamon estirando el cuello como un ganso. Agregó: pero, ¿cómo se puede envidiar el torpe y el mediocre?
- Pues, todos se envidian. Es una enfermedad. El que posee talento, envidia al que no lo posee porque, en ocasionesl los demás envidiosos adrede ensalsan al mediocre y el mediocre posee más atención que el talentoso, entonces el talentoso se siente humillado. Además, el mediocre hace toda esta fanfarria porque se sabe mediocre. Justificó Goodfellow.
- ¿Pero, existe talento en ese país? Dijo Nergal con tono preocupado.
- ¡Muy poco! A lo que tengo de informe, muy poco por no decir que no existe del todo. Dijo Malfas, que se había retirado hacia la biblioteca de la Rutland-Hall para tener más información de la región Centroamericana. Acá tengo este libraco.
- ¿Y qué dice? Preguntó Nabero.
- No mucho, no mucho. Respondió Malfas, dice tanto como la receta para hacer unas tostadas con café, jejeje". (FRAGMENTO. NOVELA: BELFEGOR O LA IRA DEL DIABLO).

Maya Angelou por Roxana Reyes.


A las pocas semanas de su muerte  (Maya Angelou. Saint Louis, 4 de abril de 1928 - Winston-Salem, 28 de mayo de 201), la filósofa costarricense Roxana Reyes  nos ofrece un acercamiento de la escritora norteamericana.

MI ENCUENTRO CON MAYA ANGELOU
Maya Angelou llegó un día a la Universidad de Indiana cuando yo estudiaba allá. Todo en ella era imponente, su elevada estatura (1,83 mts.), la dignidad de su porte, su profunda voz... abrió su presentación con un spiritual. Después siguió con bellísimos poemas llenos de ritmo escritos por mujeres negras y finalmente uno de la gran Anne Spencer. Contó de su vida como niña en California y Arkansas, de su silencio… lo hizo con humor y ternura, dijo su propia poesía y para cerrar nos dijo: "yo pienso que las mujeres son fenomenales y por eso voy a decirles este poema, también pienso que los hombres son fenomenales, pero ellos tendrán que hacerse su propio poema" y soltó su bellísimo poema "Phenomenal Woman". Mantuvo hipnotizada a aquella muchachada por cerca de dos horas y cuando terminó no queríamos irnos.

Después de la presentación había firma de libros y mi compañero de casa, Dan (un joven blanco, hijo de granjeros de la profunda Iowa y nieto de campesinos alemanes), quien me había enseñado todo lo que yo sabía de Ms. Angelou hasta ese momento (me había dicho que yo la disfrutaría mucho y me leyó partes de "I know why the caged bird sings"), me pidió que llevara uno de sus libros ya que ella solamente autografiaría un libro por persona y yo no tenía ninguno de mi propiedad. También estaba Meghan, compañera de casa y novia de Dan, con su propio librito.

Nos acercamos a la mesa donde estaba ella autografiando los libros, hicimos fila pacientemente, cuando fue mi turno le dije en inglés: "Ms. Angelou, estoy muy conmovida y emocionada por su presentación. ¡Muchas gracias!" y le extendí el libro, ella me miró y con su gran sonrisa me dijo en español: "¿De dónde es?", a partir de ahí hablamos en español. (El día de su muerte, Meghan recordaba en su muro que cuando fue su turno ella tenía la lengua trabada y casi no se atrevía a hablarle y yo seguía toda campante hablando con doña Maya acerca de algún autor que en este momento no recuerdo; posiblemente de Carlos Fuentes, a quien ella había mencionado en su presentación).

No tengo un libro con su autógrafo pero la impronta de su obra en mí ha sido profunda. El verano que siguió estuvo lleno de su palabra. Empecé con su literatura testimonial: “I Know why the Caged Bird Sings” (Yo sé por qué el pájaro enjaulado canta). Nadie regresa incólume del viaje a la dolorosa vivencia de la pobreza y del racismo a través de esa niña. En mi primera mochileada por Europa, ese mismo año, me acompañó “Gather Together in my Name” (Reúnanse en mi nombre). Ya en Costa Rica y antes de Internet y Amazon, mis amistades continuaron enviándome sus otros trabajos. Así llegaron a mí “The Heart of a Woman” (El corazón de una mujer) y “Singin’ and Swingin’ and Gettin’ Merry Like Christmas” (Cantando y bailando y siendo feliz como la Navidad). Todos ellos libros en que aprendí de la historia estadounidense no oficial, la segregación, la injusticia pero también de la alegría de vivir, del genio reunido en el Harlem Renaissance, la lucha por los Derechos Civiles... También me ha acompañado su poesía: “Just Give Me a Cool Drink of Water ‘fore I Diiie” (Sólo denme un sorbo fresco de agua antes de morir), nominado al Pulitzer; “Shaker, Why Don’t You Sing?” (Shaker ¿por qué no cantas? –no tengo mejor traducción-) y el poema “Now Sheba Sings the Song” (Ahora Sheba canta la canción) acompañando la bellísima colección de ilustraciones en sepia de Tom Feelings sobre mujeres negras.

Veinticinco años después de aquel evento (y veinte desde la última vez que nos vimos), Daniel, Meghan y yo nos encontramos en Alemania hace un par de años. Pasamos ese fin de semana rememorando, repasando anécdotas, preguntándonos por el resto de la tribu que compartimos la casona del 400 South Grant Ave. Bloomington, IN. Hubo coincidencias y diferencias en nuestras memorias pero lo que sí estuvimos de acuerdo es que ese fue uno de los momentos más memorables de aquella época.

Aquí les dejo el enlace de Ms. Angelou recitando su "Phenomenal Woman", aunque no entiendan inglés, escúchenla, esa voz portentosa y la melodía del poema son igualmente fenomenales:

http://www.youtube.com/watch?v=VeFfhH83_RE
 



viernes, 13 de junio de 2014

Ian Gibson.


Ian Gibson nació en Dublín en 1937, pero se nacionalizó como español en 1984. Tras dedicarse a la docencia en universidades de Belfast y Londres, en 1975 se asentó en España, llegando a convertirse en uno de los hispanistas más conocidos de nuestro país. Se licenció en Literatura Española y Francesa en el Trinity College dublinés en 1960. Tras vivir unos años en Madrid, se trasladó a El Valle (Granada), desde donde volvió a Madrid en 2004.

Sus obras más conocidas son las biográficas, que se centran en las figuras de los poetas Federico García Lorca (obtuvo el  Premio James Tait Black Memorial en 1989 por La represión nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca, que fue estrictamente censurada en la época franquista) y Antonio Machado, si bien también ha tratado a otros personajes artísticos como Salvador Dalí, José Camilo Cela o Rubén Darío. Aparte de su trabajo como ensayista también ha escrito novela (Viento del Sur, 2001) y ensayos de investigación histórica (Paracuellos. Cómo fue, 2005). Ha colaborado en diversos medios de comunicación, como El País y El Periódico de Cataluña, y ha sido director y presentador de varios documentales para la BBC inglesa.

L Julio 2012.

miércoles, 11 de junio de 2014

José Esteban Antonio Echeverría Espinosa


José Esteban Antonio Echeverría Espinosa (Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata, 2 de septiembre de 1805 - Montevideo, Uruguay, 19 de enero de 1851) fue un escritor y poeta argentino, que introdujo el romanticismo en su país.

Perteneciente a la denominada Generación del 37, es autor de obras como Dogma Socialista, La cautiva y El matadero, entre otras. A los veinte años, resolvió completar su educación en Europa. Partió desde Buenos Aires el 17 de octubre de 1825 a bordo de «La Joven Matilde» llegando al puerto de El Havre, Francia. Años más tarde, en El ángel caído, un poema donde muestra influencias de Lord Byron y José de Espronceda, Echeverría deja testimonio de esa accidentada travesía. La ausencia de la patria (1825-1830) le fue provechosa.

Entre 1826 y 1830 se radica en París, donde, en el barrio de Saint-Jacques estudia diversas ciencias: Política, Filosofía, Literatura y Economía, interesándose por las tendencias con afán ejemplar y logrando así una sólida educación. Entre el Río de la Plata y Brasil, escribe Peregrinaje de Gualpo. En junio de 1830, regresó a Buenos Aires, e introdujo en la zona del Río de la Plata el romanticismo literario.

En 1831, publicó sus primeros versos breves en el periódico La Gaceta Mercantil y también los versos de La Profecía de la Plata en el periódico El Diario de la Tarde. Al año siguiente, en 1832, editó en forma de folleto, Elvira o La novia del Plata considerada la primera obra romántica en lengua castellana. Escribió el cuadro de costumbres Apología del matambre y publicó Rimas, que incluye su obra poética más reconocida: La Cautiva.
En 1834 publicó el primer libro de versos de la literatura argentina, Los consuelos.
En 1846 publicó entre otras la que sería su más destacada obra, el Dogma socialista, Ángel caído, su obra predilecta, así como el Manual de enseñanza republicana por encargo del ministro de Hacienda del gobierno de Montevideo doctor Andrés Lamas, cuyos beneficios donó a los inválidos de la guerra civil.
Fuente:N .N.

lunes, 9 de junio de 2014

Carlos Fuentes. Del libro: "En esto creo" Sexo.


SEXO
Y luego hay las otras, nunca las demás, las damas de más, las demás damas. Las damas de antaño que François Villon evocó con una añorante belleza y una precisión que renunciaba para siempre al nuevo encuentro con la mujer que amamos y que pasó: las demás damas, nunca las damas de más, que se quedaron para siempre, consumado el sexo, como inquietos fantasmas coincidentes de lo que fue y de lo que pudo ser. «Dites moi où, ríen quel pays / est Flora la belle romaine...»
El eros primero son las niñas, dos compañeras de escuela en Washington con las que, poco a poco, me fui descubriendo en una maravillosa oscuridad propiciada por ellas, una, la de los anticuados bucles a la Mary Pickford y la otra pecosa audaz como lo sería hoy Periquita o Mafalda. Fueron las primeras, en la penumbra de los apartamentos cuando los padres estaban ausentes, que me revelaron y se revelaron, como una inocencia impúdica, cuando teníamos nueve años. ¿Por qué se sintieron obligadas a develar nuestro delicioso secreto? Nadie nos sorprendió nunca. Ellas tuvieron que confesarse, inermes, casi como si deseasen el castigo. Que para mí fue no volverlas a ver. En cambio, en Santiago de Chile, a los doce años, tuve la desgracia de enamorarme de una vecina de fleco nítido y ojos salvajes y ser descubiertos por su padre, un alto mando de la fuerza aérea chilena, que no sólo acabó con nuestro amor cachorro sino que obligó a mi familia a mudarse de casa. Al fin, en Buenos Aires, a los quince años, negándome a ir a las escuelas fascistas del ministro Hugo Wast, me encontré con que en nuestro edificio de apartamentos de Callao y Quintana sólo quedábamos, a las once de la mañana, yo y mi vecina de arriba, una actriz bellísima, con cabellera y ojos de plata. Mi primera estrategia sexual consistió en subir con mi ejemplar de la revista radial Sintonía, tocar a la puerta de la belleza y preguntarle: —¿Qué papel interpreta hoy Eva Duarte en su serie de «Mujeres Célebres de la Historia»? ¿Juana de Arco o Madame Dubarry? No olvido los ojos entrecerrados de mi ilusoria diosa de plata cuando me contestó: —Madame Dubarry, que es menos santa pero mucho más entretenida. Pasa, por favor.
El México de los cuarentas era un páramo sexual para el adolescente. Las noviecitas santas otorgaban sus manos sudorosas de torta compuesta en el cine, y poco más. Pero los burdeles mexicanos eran excitantes, extravagantes, melancólicos y de variada pelambre. La mayoría de las pupilas eran muchachas humildes llegadas a la capital o reclutadas en los barrios pobres, pero educadas para decir, invariablemente, «Soy de Guadalajara», como si provenir de la capital de Jalisco diese un particular cachet a la profesión más vieja del mundo. No se dejaban besar en la boca. Cubrían piadosamente su fatal imagen de la Virgen de Guadalupe al practicar el coito. Rara vez se encontraba uno a Belle de Jour, la mujer de treinta o cuarenta años incapaz de esconder dos cosas: su respetabilidad innata y su sexualidad insaciable.
Nos daban trato maternal y se esmeraban en educarnos. «Casa de La Bandida», catedral prostibularia regentada por una compositora de corridos revolucionarios y sedicente amante de Pancho Villa. «Insurgentes», lupanar de teatro especializado en «shows» lésbicos. «Darwin», refugio de damas decentes ansiosas de amor. «Centenario», parada de mujeres exóticas bajando por escaleras de mármol bajo lampadarios fin-de-siécle. Y «Meave», con sus ventanas abiertas al mercado de pescados y su confusión de aromas, sus camas de linóleo en canceles de oficina, su tentación del crimen latente... Con qué disciplina austera limpiaban las amanuenses los sofás de linóleo sin sábanas.
Graduarse sexualmente era encontrar una amante casada y sin problemas mayores que la discreción y la sombra. Y las novias se volvían más independientes y bellas. A veces, la hipocresía religiosa las frenaba y lanzaba a otros, más convencionales matrimonios. A veces, la distancia marchitaba amores con alguna mujer inolvidable que surgió de una laguna tropical con la mirada de atardecer y aurora. Claro, se parecía a Venus, la estrella de las dos horas. Luego vino una larga lista que no quisiera asociar al catálogo de Don Juan porque siento que nunca abusé, siempre acompañé, siempre experimenté, pero siempre en pareja, con derechos y obligaciones parejos, también, con igual intensidad, igual certeza de que participábamos, ella y yo, en la búsqueda de sentimientos permanentes aunque nuestras uniones fueran pasajeras. Recordadas una por una, hay casos de pasividad, sí, incluso de sumisión erótica, incluso de abyección de una y otra parte pero también de complicidad. Hubo exasperaciones repentinas y gratitudes permanentes. A veces, la estimulación provocaba angustia. A veces, un sentimiento de la plenitud irrenunciable. Después de todo, conocer el sexo es conocer el anuncio de las palabras del amor y desconocer lo que sigue porque el anuncio se basta e interrumpe lo mismo que promete.
Fui, muchas veces, un pasajero del sexo, actor privilegiado pero fugaz de un círculo de mujeres bellísimas, actrices acostumbradas a tomar un compañero presentable durante la breve época de una filmación. Me dieron más de lo que les di. Las recuerdo como grandes obsequios de la vida, apasionadas gracias a la ley misma de la transitoriedad, diosas de una temporada, hechiceras a veces crueles, siempre magníficas y magnánimas, a veces vulnerables hasta el extremo de la muerte. La novia muerta. Recuerdo a una, particularmente bella, requerida, galanteada pero siempre insatisfecha, dueña de una ausencia dolorosa que nadie podía llenar y ella misma no supo explicar antes de suicidarse. Recuerdo a otra, engañosa y divertida por los ardides mismos de sus trampas transparentes o expuestas como testimonio de su independencia. Sabía explotar su juego sexual: dos pelotas en el aire y una sola excitación verdadera. Compartir y excitar. Lo contrario de la mujer maravillosamente desvalida, tierna, no sumisa pero ansiosa de complacer y ser complacida, sabedora del abandono inminente y engrandecida por su manera de aceptar la experiencia y hacerme sentir que yo no daba tanto como lo que de ella recibía en las madrugadas de Roma.
Hay relaciones sexuales que recuerdo con una sonrisa. Las falsas suicidas. Las ideólogas que confunden el lecho con el pulpito. Las superficiales para quienes el sexo es un juego social. Pero también las inteligentes e intelectuales que le exigen tanto a la cabeza como al sexo. Las burlonas que escriben cartas falsarias y las muestran a sus amigas. Las que comparten, suplen, anticipan el lugar de esposa, madre, hija, novia... Las busqué como amantes. Las recuerdo como fantasmas. , Pero hay las que encarnaron con tal potencia que acabaron por conformar, a pesar de ellas mismas, un deseo que iba más allá de ellas y que se convertía en la búsqueda de una sola mujer que las contuviese a todas, pero que fuera singularmente ella. La encontré y he vivido con ella un cuarto de siglo. Con las demás tuve que terminar. Cada una evocaba todo lo que nunca me pertenecería porque cada mujer echa a andar por el mundo demasiadas cosas que reclaman su propia ley, más allá de la relación de pareja sexual. Es el momento de marcharse.
Y de convertir el sexo en literatura. Un cuerpo de palabras clamando por el acercamiento a otro cuerpo de palabras. ¿Son reales esas palabras, son una mentira? Corremos el riesgo de amar a una mujer (o a un hombre) que, como la Odette de Swann, no sean «nuestro tipo», no sean para nosotros, sólo sean prolongación espectral de nuestra libido... A todas hay que darles las gracias. Cada una representa no sólo un momento sino unas palabras. Éstas, de Lope de Vega: «Mas si del tiempo que perdí me ofendo / tal prisa me daré, que una hora amando / venza los años que pasé fingiendo.»
Esta hora de pasajera y mortal plenitud se agradece siempre, por fugaz que haya sido y aunque, para seguir con el poeta de La Dorotea, las dilaciones, frustraciones y engaños de las relaciones sexuales nos lleven a veces a maldecir el sexo y pensar que los cuervos que revolotean sobre los «lechos de batalla, campo blando», les sacarán los ojos a las ingratas, cuando en realidad, no hay más ojos que picotear que los nuestros. More bestiarum, a la manera de los animales, decía San Agustín del sexo, del cual tanto gozó en su juventud. Acaso sea mejor cambiar el tema, no sólo en virtud de la discreción que un hombre se impone en materia de relaciones sexuales, sino acaso, también, por una secreta ironía que los ingleses han transformado, prácticamente, en proverbio: «El placer es breve, el costo altísimo y la posición ridicula.» Mas, ¿quién está dispuesto a renunciar, a pesar de brevedad, costo y postura, a ese centro irradiante del mundo que es el lecho sexual? ¿Y quién no quisiera, al abandonar con sigilo el lecho de la amante, dejar escritas sobre la almohada las líneas de Góngora, «Aun a pesar de las tinieblas, bella / Aun a pesar de las estrellas, clara»?

viernes, 6 de junio de 2014

Roberto Bolaño: Rodrigo Rey Rosa.


Rodrigo Rey Rosa en Mali, creo
Lunes 23 de septiembre de 2002

Tal vez sería conveniente hablar de los últimos libros de Rey Rosa, el libro sobre la India y su última novela, una joya de escasas páginas, que arroja una mirada distinta sobre la novela negra, género en el que todos se atreven y del que muy pocos salen bien librados. Decir que Rodrigo Rey Rosa es el escritor más riguroso de mi generación y al mismo tiempo el más transparente, el que mejor teje sus historias y el más luminoso de todos, no es decir nada nuevo.
 Hoy prefiero recordar una historia que él me contó. La historia trata de un viaje a un país africano, creo que era Mali, no soy capaz de precisarlo. En cualquier caso Rey Rosa llega en avión, a la capital, una ciudad caótica y cerca de la costa. Tras pasar unos cuantos días allí se traslada en autobús hacia un pueblo del interior. En ese punto acaba la carretera o bien, es una posibilidad, la carretera se vuelve incierta, como una pista en el desierto que cualquier golpe de viento deshace.

Decir que Rey Rosa es el escritor más riguroso de mi generación y al mismo tiempo el más transparente, el que mejor teje sus historias y el más luminoso de todos, no es decir nada nuevo.

 El pueblo está junto a un río y Rey Rosa toma una barca que navega río arriba interminablemente. Finalmente arriba a una aldea, y tras caminar y preguntar a la gente, llega a una casa, una casa de ladrillos de una sola habitación, que es el lugar al que se dirigía. La casa, que pertenece a un pintor mallorquín que probablemente es uno de los grandes pintores contemporáneos, está vacía. En algún lugar hay un arcón y dentro de ese arcón, a salvo de las termitas, se halla la biblioteca del pintor. Esa noche Rey Rosa lee hasta tarde, iluminado por una vela, pues allí, es obvio decirlo, no hay luz eléctrica. Después se cubre con una manta y se echa a dormir.
 Durante algunos días permanece en la aldea, que apenas si tiene las suficientes cabañas como para merecer ese nombre. Compra comida a los lugareños, bebe té a orillas del río, da largos paseos hasta el borde del desierto. Un día termina de leer el libro que ha cogido del ya legendario arcón y entonces lo devuelve a su lugar, cierra la casa y se marcha. Cualquier otro hubiera emprendido de inmediato el camino de regreso. Rey Rosa, sin embargo, sale de la aldea, como se suele decir, por la parte de atrás, no por la parte del río, y se dirige a unas montañas. He olvidado el nombre de éstas. Sólo sé que al atardecer adquieren un tono azulado que pasa, paulatinamente, del azul pastel al azul metálico. La oscuridad, por descontado, lo sorprende caminando por el desierto, y aquella noche duerme entre alimañas. Al día siguiente reemprende el camino. Y así, hasta llegar a las montañas, que encierran pequeños valles estériles, en donde el mar de arena va desgastando las rocas. Aún pasa allí una noche más. Luego regresa a la aldea, al río, al pueblo, al autobús, a la capital y al avión que lo lleva hasta París, en donde por ese entonces vivía.
 Cuando me contó la historia le dije que un viaje así me mataría. Rodrigo Rey Rosa, que cree en la vida como sólo creen los niños y los que han sentido la presencia de la muerte, me respondió que no era para tanto.

miércoles, 4 de junio de 2014

ERNESTO SÁBATO Y LA NOVELA DE LA CRISIS

 

 

ERNESTO SÁBATO Y LA NOVELA DE LA CRISIS

Author: Juan Antonio Rosado[Nota 1]

El verdadero escritor ( .. ) vive entregado a su tiempo, es su vasallo y su esclavo, su siervo más humilde. Se halla atado a él con una cadena copia e irrompible, adherido a él en cuerpo y alma. Su falta de libertad ha de ser tan grande que le impida ser transplantado a cualquier otro lugar. Y si la fórmula no tuviera cieno halo ridículo, me atrevería a decir simplemente: es el sabueso de su tiempo.
Elías Canetti
Ernesto Sábato nació el 24 de junio de 1911,[Nota 1] en Rojas, Argentina, pueblo alejado de los centros urbanos, como lo preferían muchos inmigrantes europeos. Sus padres llegaron a la Argentina a fines del siglo XIX y establecieron un molino harinero. Así nos describe su infancia el escritor: «pasé la niñez casi encerrado, y casi podría decir que los dos últimos hermanos vimos el mundo a través de una ventana».[Nota 2] Gracias a los recuerdos y a la soledad de la niñez, el autor le da más importancia al tiempo subjetivo, interior, que al objetivo, el de los relojes. Esta noción es muy importante en sus novelas, así como el tema de la ceguera.
Su obsesión por los ciegos se origina en la infancia, cuando el artista pasaba horas de encierro junto a la ventana (acaso la misma del cuadro de Castel, en El túnel) y enceguecía pájaros para echarlos a volar. En Sobre héroes y tumbas, se narra este episodio, pero como realizado por Vidal Olmos, y en Abaddón, el exterminador aparece el mismo Sábato como responsable del acto, acompañado por el amigo con quien, en la infancia, le pinchó los ojos a un gorrión para echarlo a volar. Estas obras constituyen un exorcismo, pues «si bien el sadismo infantil es muy frecuente, la culpa se prolonga y agranda en el hombre formado», [Nota 3] lo que hará que Sábato se autoexorcise al escribir. Un evangelio gnóstico (Tomás) contiene estas palabras de Jesús: «Si sacas lo que hay dentro de ti, lo que no saques te destruirá». [Nota 4] Con esto parece identificarse el autor de El túnel, para quien se debe escribir sólo cuando hay algo realmente importante que decir. De hecho, hay lapsos de trece años entre cada novela, y hasta ahora sólo ha publicado tres. Pero ha logrado tocar el espíritu del público con la autenticidad de su obra.
Su posición se emparenta con la de Sartre, en tanto que no olvida el compromiso. Dice Sartre: en la literatura comprometida, el compromiso no debe ( ... ) inducir a que se olvide la literatura (... ) nuestra finalidad debe estribar tanto en servir a la literatura infundiéndole una sangre nueva como en servir a la colectividad tratando de darle la literatura que le conviene. [Nota 5]
En el otro rostro del peronismo (carta abierta a Mariano Amadeo) Sábato afirma: «Las torres de marfil, en que tantos escritores y artistas se refugiaron, fueron siempre ilusorias y egoístas;, hoy serían trágicamente mezquinas». Pero va más lejos, pues para él todo escritor, como testigo -mártir- de su ¿poca, si es realmente profundo, no puede eludir su situación espacio-temporal:
o se escribe por juego..., o se escribe para bucear la condición del hombre (...) Si denominarnos gratuito aquel primer género de ficción que sólo está hecho para procurar esparcimiento o placer, este segundo (sic) podemos llamarlo problemático, palabra ( ... ) más acertada que la de comprometida; pues la palabra compromiso suscita una cantidad de discusiones y de equívocos entre los extremos del simple compromiso con un partido o una iglesia ( ... ) y el extremo de eso que podemos llamar problematicidad (en: El escritor y sus fantasmas).
E l dilema no es entre literatura comprometida y no comprometida: «a cada rato se olvida que hay un solo dilema válido: literatura profunda y literatura superficial»[Nota 6] . Una obra literaria, si es verdaderamente profunda, encarnará los sueños y la visión de una nación, de una época; ipso facto será literatura comprometida, aun cuando no haya surgido con esos fines. Obras como Martin Fierro, de Hernández, o Don Segundo Sombra, de Güiraldes, encarnan atributos universales del hombre en un gaucho, y así como ya no se escribe sobre gauchos porque hay otra realidad, es imposible pretender eludir los males metafísicos que nos aquejan. Sartre mismo advierte que uno de los motivos principales del arte es la necesidad del artista de sentirse esencial en el mundo.
El escritor profundo, comprometido, que Sábato llama «problemático», toma partido en la singularidad de su época y entrevé los valores eternos allí implicados. Toma conciencia de la crisis, pero no la ve como un concepto abstracto ni como una situación que sólo se refleja en algunos aspectos de la vida, como puede ser el religioso, sino que acepta que ninguna obra de arte puede ser abstraída de su tiempo ni del lugar donde nació.
La aseveración no le resta originalidad a la obra artística. Por el contrario, la obra cobra mayor representatividad e importancia en la medida que refleja la cultura y la civilización del hombre que la creó. Como Camus vive en el siglo XX, su Calígula puede reflejar el anhelo fáustico del hombre moderno, más que la idiosincrasia del romano, y Las moscas, de Sartre, es una exaltación de la libertad como la entiende el existencialismo de El sery la nada, más que la historia de Orestes.
En la obra literaria, siempre habrá referencias directas o indirectas, conscientes o inconscientes a la época en que al escritor le tocó vivir. El irracionalismo de las vanguardias representó fielmente la crisis de valores en la época moderna. Así, recuerda Sábato en El escritor y sus fantasmas Gauguin escribió a Strindberg: «Si nuestra vida está enferma también ha de estarlo nuestro arte».
Las vanguardias expresaron, con explosión, la multiplicidad de la crisis que estremeció a Occidente. Cada vanguardia quiso hallar una salida de la situación crítica o representarla con el arte. Ya Dostoievsky se había percatado de la crisis que aún no estallaba en su plenitud, y en Memorias del subsuelo, estableció que «Si la civilización no ha hecho más sanguinario al hombre, éste, bajo su influjo, se ha vuelto más cruel que antes».[Nota 7]
Sábato define al escritor como «mártir» en el sentido griego, como «testigo» de su época, postura en total desacuerdo -al menos en un nivel teórico - con el llamado «arte por el arte», muy en boga con Gautier y los parnasianos. Si el artista es un testigo y está consciente de ello, automáticamente se compromete: «Escritores como yo - dice Sábato en Itinerario - nos formamos espiritualmente en medio de semejante desbarajuste y nuestras ficciones revelan ( ... ) el drama del argentino de hoy». En este sentido, la búsqueda literaria tendrá una dirección más encaminada hacia lo que se dice, que hacia la experimentación formal, más hacia el fondo que hacia la expresión. Ejemplo de esto es Kafka, quien con formas tradicionales, revolucionó el contenido por la profundidad y el simbolismo de sus imágenes y situaciones narrativas. Sin duda, su obra representa la crisis espiritual del hombre moderno.
Ahora bien, pensadores como Ortega y Gasset, que hablan de la «deshumanización del arte» y que demuestran la deshumanización por el evidente divorcio entre el público y el creador en el siglo XX, no advierten que el arte contemporáneo, como lo hemos repetido, representa la crisis de nuestra época. Ortega afirma que «Es prácticamente imposible hallar nuevos temas. He aquí el primer factor de la enorme dificultad objetiva y no personal que supone componer una novela aceptable en la presente altitud de los tiempos». [Nota 8] El filósofo hizo esta afirmación en 1925. No es necesario enumerar las obras maestras que surgieron después, año tras año, tanto en Europa como en América en el género novelístico. Si para Ortega el arte está «deshumanizado», para Sábato, en cambio, es el público quien lo está; el artista, a diferencia del público- masa embutido en fábricas u oficinas, conserva los atributos más preciosos del ser humano. Para Ortega hay una «crisis del arte». Para Sábato hay un arte de la crisis, es decir: no es el arte el que está propiamente en crisis, toda sociedad lo necesita. La novela surgida de la crisis tratará de ser catártica y cognoscitiva, de integrar la realidad humana desintegrada por la civilización racional y abstracta. [Nota 9] Para ello, ya no le interesará - en la misma medida que en el siglo XIX - la descripción objetiva de la realidad. El elemento psicológico será decisivo, así como la modificación de la estructura de la novela. Ejemplos de. esta transformación son las obras de Dos Passos, Faulkner o el Ulises, de Joyce. La producción novelística se volverá más compleja. En Abaddón, el exterminador, el mismo Sábato, como personaje, dice: « La novela de hoy, al menos en sus más ambiciosas expresiones, debe intentar la descripción total del hombre, desde sus delirios hasta su lógica», y: «Mientras no seamos capaces de una expresión tan integradora, defendamos ( ... ) el derecho de hacer novelas monstruosas».
Pero dejemos a un lado la crisis que Ortega le adjudica al arte del siglo XX. Es oportuno concentrarnos en un lapso de tiempo de gran importancia: la segunda posguerra y sus efectos. Para entonces (1945 en adelante), las vanguardias ya habrán muerto, pero no la crisis que las vio nacer. Para compenetrarse con Onetti, Mallea o Sábato, es necesario hablar de la «angustia» de la posguerra. Nadie más indicado que el «filósofo de la crisis», Sartre, quien afirma, en ¿Qué es la literatura? (p. 198):
La angustia, el abandono y los sudores de sangre comienzan para un hombre cuando no puede tener otro testigo que 61 mismo; es entonces cuando (...) experimenta hasta el extremo su condición de hombre. Verdad es que distamos mucho de haber experimentado todos esta angustia, pero ( ... ) nos ha obsesionado a todos como una amenaza y una promesa; durante cinco años, hemos vívido fascinados y, como no tomábamos a la ligera nuestro oficio de escritor, esta fascinación se refleja todavía en nuestras obras: nos hemos dedicado a hacer una literatura de situaciones extremas.
Estas situaciones son las que mejor encarnan la novelística de la posguerra. Ya en El lobo estepario (1927), de Hesse, las encontramos mezcladas con magia, irracionalismo y angustia. Gracias a que la novela es «el género que mejor refleja los cambios de una sociedad, pero también la conciencia de estos cambios»,[Nota 10] es como el género ha pasado a ser uno de los más importantes desde el siglo XIX. Afirma Mircea Eliade: «la novela ( ... ) ha ocupado en las sociedades modernas, el lugar que tenía la recitación de los mitos y de los cuentos en las sociedades tradicionales y populares». [Nota 11] En efecto, la estructura mítica de muchas novelas modernas resulta evidente. Es posible desentrañar allí temas y personajes mitológicos: el tema del destino, muy importante en El túnel y Sobre héroes..., pero también el tema iniciático, los combates de un Héroe- Redentor, el mito fundacional (la fundación mítica de un lugar), entre otros. La novelística sabatiana pretende, en el fondo, un rescate del mito: «es indiscutible que las obras de arte son mitologías que revelan las verdades últimas de la condición humana» (Apologías y rechazos, Seix Barral), y en una entrevista lo confirma:
En una civilización que nos ha despojado de todas las antiguas y sagradas manifestaciones del inconsciente, en una cultura sin mitos y sin misterios, sólo queda para el hombre de la calle la modesta descarga de sus sueños, o la catarsis a través de las ficciones de esos seres que están condenados a soñar por la comunidad entera. La obra de estos creadores es una forma mitológica de mostrarnos una verdad sobre el cielo y el infierno. [Nota 12]
Además, particularmente, la novela de la crisis desdeña la visión simplista y maniquea de los «buenos» y los «malos». Las obras de Dostoievsky tienen un inmenso valor psicológico; sus personajes se contradicen como seres de carne y hueso. Aquí todos los personajes son héroes y antihéroes. No hay esquemas definidos ni moldes. Lo esencial es la contradicción y el cambio.
El caudal real y mítico tan diverso y heterogéneo de América Latina, se ha manifestado en una vasta producción novelística en el siglo XX. A fines de siglo, nos parece indispensable para revalorizar nuestro ser. La crisis argentina se identifica con la europea, con la salvedad de que en el país sudamericano hay inexistencia de un pasado grandioso; ni siquiera rastros históricos consuelan al ser argentino. Para Sábato ese país padece de una doble crisis, donde el europeísmo se hace necesario. Por tanto, podemos hablar también de la novela de la «doble er¡sis» argentina. Veamos la situación de la narrativa en la Argentina presabatiana.
Durante la década de los veinte, una serie de escritores, muchos de los cuales adoptaron la vanguardia llamada «ultraísmo», se reunieron en torno a la revista Martín Fierro. Entre ellos figuraban Borges, Güiraldes, Mallea y Leopoldo Marechal. El grupo, empeñado en cambiar la literatura más que en crear una literatura de tipo social, fue llamado «los de Florida», barrio lujoso de Buenos Aires. La creación de una literatura de tipo social fue la misión del grupo de «Boedo», cuyo nombre se tomó de un barrio popular de la misma ciudad. Entre estos últimos se encontraba Roberto Arlt. Ambos grupos son representativos de la novela de la crisis argentina. Así, el título de uno de los cuentos del libro de Mallea La ciudad junto al río inmóvil (1936), Conversación es muy irónico, pues lo que el relato nos muestra es precisamente la incomunicación de una pareja reunida en un bar para «conversar». Los silencios de ambos son la «nada» que separa a un individuo de otro. Pero no sólo los silencios: la misma conversación es una incomunicación progresiva. Además, en este cuento también se alude a la incomunicación de los humanos en general: «La eterna cosa. No se entienden los rusos con los alemanes. No se entienden los alemanes con los franceses. No se entienden los franceses con los ingleses. Nadie se entiende. Tampoco se entiende nada». [Nota 13] Y en El juguete rabioso, de Arlt, novela representativa del grupo Boedo, encontramos, además de la angustia existencial y la transgresión, un horror ante la muerte. Dice el protagonista: «Ser olvidado cuando muera, eso sí que es horrible», y más abajo: «Frente al horizonte recorrido por navíos de nubes, la convicción de una muerte eterna espantaba mi carne».
Sin embargo, la polémica entre ambos grupos se dio precisamente por la carencia de grupos literarios en la Argentina. Para comprender hasta qué punto este país está europeizado, hasta que de imitar a europa, citados las siguientes palabras de Borges:
Recuerdo la polémica Boedo - Florida ( ... ), tan célebre hoy. Y si embargo fue una broma tramada por Roberto Mariani y Ernesto Palacio. A mí me situaron en Florida aunque yo habría preferido esta en Boedo. Pero me dijeron que y estaba hecha la distribución y yo desde lúego, no pude hacer nada me resigné ( ... ) Todos sabíamos que era una broma. Ahora hay profesores universitarios que estudia eso en serio ( ... ) Ernesto Palacio argumentaba que en Francia había grupos literarios y entonces para no ser menos, acá había qu hacer lo mismo. Una broma que se convirtió en pro rama de la literatura argentina.[Nota 14]
Como podemos ver, incluso en creación de grupos literarios, hubo un deliberada europeización. Pero suponiendo que en verdad hubo una polémica entre ambos grupos, ahora est tan distante que las diferencias se va perdiendo. Lo que sí resulta indudables que tanto el «grupo» de Boedo como el de Florida, representan la literatura de la crisis en la Argentina de si tiempo. El hecho de que muchos artistas se hayan unido al «ultraísmo» (de ultra, más allá), constituye una prueba Incluso la literatura posterior de Borges, a pesar de sus elementos fantásticos pertenece también a una literatura profunda, metafísica. Dice Angel Rama: «Pienso que a veces hay en lo fantástico algo mucho más metido en lo profundo y en la problemática más auténtica que mucha literatura realista que exteriormente dice estar en los problemas».[Nota 15]Esta afirmación se puede aplicar a Borges, pues en su obra plasma la condición humana y por ello encarna la crisis de nuestro tiempo, como Cervantes la del suyo.
En cuanto a El túnel, indudablemente también es novela de la crisis, una obra, como dice Sartre, de «situaciones extremas». Y si bien Castel no puede, como apunta Predmore, retratar la crisis de Occidente por tratarse de un psicópata,[Nota 16] la novela en su conjunto sí lo hace. Aunque no se contemple en la obra, esa locura (tomando en cuenta la visión de Sábato), surgió a consecuenciaefecto que la crisis produjo en un ser hipersensible, efecto que acarreó la incomunicación y la soledad, primero, y después el anhelo de un Absoluto (el amor de María Iribarne) que lo aleje precisamente de la crisis y que finalizará en la desesperanza más abrupta.

lunes, 2 de junio de 2014

Antonio Di Benedetto. Una obra única y luminosa. Por Vicente Battista.


Antonio Di Benedetto.
Una obra única y luminosa.
Por Vicente Battista

El 10 de octubre de 1986, a los 64 años de edad, moría solo y olvidado uno de nuestros mayores escritores. Estas palabras, que podrían confundirse con las de un texto romántico de finales del siglo XIX, nada tienen de ficción: aquel remoto viernes de octubre de 1986, en la cama 6 del sector 14 del Hospital Italiano, moría Antonio Di Benedetto.

Acaso antes de ingresar a ese último sueño que, dicen, antecede a la muerte, habrá visto sus días en Mendoza, donde había nacido, donde había escrito Zama y donde hasta el 24 de marzo de 1976 era subdirector del diario "Los Andes". Horas después del golpe cívico-militar, Di Benedetto fue detenido por los verdugos de la Junta que a lo largo de ocho años iba a aterrorizar al país. Jamás supo las causas de esa detención; se murió sin saberlo. Escribió: “Creo que nunca estaré seguro de que fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente. Pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosas de las torturas”. Fue excarcelado el 4 de septiembre de 1977, pero a condición de que abandonara la Argentina. Francia fue el primer puerto de su largo exilio; después de vagar por otros países, se instaló en Madrid.

A la tortura de aquella pregunta sin respuesta se agregó la desventura del exilio. De golpe, se encontró viviendo el mismo horror que había imaginado para don Diego de Zama, el protagonista de su inmensa novela. “De Zama —dijo— primero tuve claramente el final. Pensé: y ahora qué le pongo adelante? Me dije: este final es la consecuencia de algo... Tengo que descubrir lo que hay adelante. Adelante estaba yo o el que creía ser yo o el imaginado yo. El yo que estaba descubierto era ese hombre angustiado, en una espera desesperada”. “A las víctimas de la espera”, anuncia la dedicatoria de esta novela en la que don Diego de Zama, ese ser ”solitario, aislado, patéticamente incómodo e inferior”, aguarda el nombramiento que pueda llevarlo a Lima, Santiago de Chile o Buenos Aires; esa espera se demorará por nueve años. Exactamente el mismo tiempo que desde el exilio Antonio Di Benedetto aguardó el retorno de la democracia. El nombramiento para don Diego de Zama jamás llegó, pero sí la democracia para Antonio Di Benedetto. Era el fin del exilio, el retorno tan esperado. Le habían prometido el oro y el moro. No sabemos el moro, el oro jamás lo consiguió. Para sobrevivir tuvo que ejercer cinco diferentes trabajos: taller de literatura, colaboraciones para “La Razón", asesorías para el gobierno de Mendoza, para el Instituto Nacional de Cinematografía y para la Secretaría de Cultura de la Nación. Aunque cueste creerlo, uno de los mayores escritores vivos en lengua española, con once premios internacionales sobre sus espaldas, obtenía de la Secretaría de Cultura un sueldo inferior al que cobraba un aprendiz de barrendero.

Los partes médicos dicen que lo mató un derrame cerebral. Esos partes nada dicen del olvido y de la incomprensión. El propio Di Benedetto sabía mucho de eso. “¿Hasta qué punto me estimo a mí mismo como para pretender ser estimado por los demás?”, confesó alguna vez, y, con la impiedad y franqueza que lo caracterizaban, agregó: “Yo invito a cada ser, a cada hombre, a que grabe sus palabras y sus pensamientos, desde que su mente se despeja por la mañana hasta que se reposa. Invito a que se vigile, se analice. Verá cuántas maldades, juegos, intereses ha puesto en acción para sobrevivir ese día, es decir, no la eternidad sino una miseria de 24 horas”.

Zama apareció en 1956, un año después de que lo hiciera Pedro Páramo, otra novela esencial para la literatura en lengua española. El mexicano Juan Rulfo fue reconocido de inmediato en Europa y América, con el argentino Antonio Di Benedetto demoraron un poco más. A comienzos de los años 70, en Francia, en Alemania y en España se leían y estudiaban sus textos. No sucedía lo mismo en nuestro país. Hubo unos pocos adelantados —Juan José Saer destacó la singularidad de la lengua con la que está contada Zama, Noé Jitrik señaló que don Diego de Zama bien podría ser el arquetipo de esos americanos que por imaginarse en Europa desdeñan a su propio continente—, pero cada vez que había que hablar de las novelas que honran a nuestra lengua, Zama no estaba en la lista. El olvido parece ser una costumbre nacional.

Casi como dibujando su inmediato destino, Di Benedetto supo escribir: “Para morir quisiera un lugar donde nadie me reconozca” y no es casual que el libro que publicó antes de morir se llame Sombras nada más. Hoy, a un cuarto de siglo de esa muerte, las piezas comienzan a acomodarse: los textos de Di Benedetto se investigan y estudian en diversas cátedras universitarias; en este mismo suplemento cultural, Mario Goloboff realizó una aguda relectura de Zama. En La Argentina como narración, Jorge Monteleone, el compilador de esa definitiva antología, la presenta como el texto fundacional de nuestra literatura. Lejos de ser sólo sombras, la obra de Antonio Di Benedetto se alza en toda su grandeza, definitivamente única y luminosa.

Télam, Suplemento literario, julio 2012

Los suicidas. Novela. Fragmento.

Antonio Di Benedetto 

 Los suicidas

 LOS SUICIDAS
 Todos los hombres sanos han
   pensado en su suicidio alguna vez.

                     Albert Camus

PRIMERA PARTE




                      LOS DÍAS CARGADOS DE MUERTE


 Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde.
   Tenía 33 años.
   El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad.
   Aunque tía Constanza, con reserva pero sin tacto, mencionó esa coinciden-cia, no he vuelto a ella mi pensamiento hasta hoy que el tema, de cierta mane-ra, ha salido a mi encuentro.
   En la agencia el jefe me dijo: "Puede ser su oportunidad".
   Sin requerir consentimiento, me introdujo en la tarea. Sobre el escritorio desplegó tres fotografías y me incitó a descubrir lo que posiblemente él ya había observado.

   -¿Qué ve en ellas?

   Consideré que esperaba de mí una deducción fuera de lo corriente. Inclinado, examiné las fotos, que tenían, cada una, un cuerpo humano, tumbado y vestido. Dije:

   -Veo que están muertos, los tres.


   -No es una respuesta muy sagaz.

   Acepté su mordacidad como una advertencia de que debía ver mejor, y pronto. Me molestó, pero transigí, más bien por el presentimiento de que comenzaba a descifrar. Indiqué:

   -Una es mujer, dos son hombres.

   Remarqué lentamente, como si costara enterarse. Proseguí, sin prisa:

   -Ella y este otro conservan los ojos abiertos. El tercero no.

   -¡Oh! -dijo el jefe, se arrancó del escritorio y caminó.

   Entonces pensé que no soy un bromista y ya bastaba porque asimismo él podía decir basta. Dije:

   -Los que tienen los ojos abiertos siguen mirando ...

   El jefe se detuvo, yo también.
   Sentí que entendía y que me importaba lo que había entendido:

   -Miran ... como si miraran para adentro, pero con horror.

   No necesitaba su aprobación -un sonido que me echó-, ni el silencio con que propició la impresión de que algo faltaba. Sí, en mi mente había una señal, confusa, hasta que pude afirmar:

   -Están espantados, tienen el espanto en los ojos y sin embargo, en la boca se les ha formado una mueca de placer sombrío.

   No dudé que había acertado, que le había ampliado la visión. Eso ya estaba.    Lo que a continuación, con urgencia, precisaba saber, era lo que le pregunté:

   -¿Los mataron?

   -No, se mataron.

   Era el embrión de una serie de notas. Un embrión informe.
   Discutimos la serie: Historia de los dos casos de los ojos espantados. No conocemos la historia. Alguien, un profesional respetable, proporcionó las fotos; no puede ayudarnos ni decirnos quiénes son ni quién las tomó. Dos casos no dan para una serie. Pero su historia nos hace falta. Hay que averi-guar, pesquisa propia. La policía no colaborará.
   Se puede probar. No colaborará, no informa sobre suicidios. La publicación provoca el contagio. Suicidios por imitación, epidemia de suicidios, peste de suicidios.
   ¿Por qué el horror introspectivo? ¿Por qué el placer sombrío? Por ahí puede darse la generalización, más material para más notas, la serie si confirmamos la generalización.
Sí. No puede ser la historia de dos, o dos historias que dejaron de ser noticia. Precisamos casos frescos. Habrá que esperar. ¿Esperar qué? Que se produz-can, y ver. No, no se puede esperar, dispone de dos meses. Tenemos lista la circular para ofrecer la serie a los diarios. Podemos venderla a treinta vesper-tinos y tres revistas en color. ¿La quiere sensacionalista? No, seria. Nuestra agencia no es sensacionalista. Como usted dijo vespertinos ... Dije no más. Para las revistas precisará diapositivas. ¿Por qué solo revistas color?
Por la sangre, para que se aprecie el rojo; si no, hay que marcarla con una flecha y explicar en el epígrafe, y se pierde. Tiene razón. Trabaje con Marcela. ¿Por qué Marcela?
Recuerde, el reportaje del avión caído en la cordillera. Sabe arriesgarse. En este asunto no habrá riesgos, trataremos con muertos. ¿No habrá? Así lo espero. Quién sabe.
   Recurro: Mejor sería Pedro, preferiría trabajar con un hombre. Manda: No, Marcela.
   Sin decirlo, pienso en Marcela como en un negocio particular. Es ascética, parece. Es casi nueva en la agencia y apenas la conozco. No nos gustamos. No me gusta, he soltado por ahí. Uno me preguntó por qué. Dije:

"Tiene 30 o 32". Años, quise decir.


Salgo y me alivio. Me deslumbra el verano. Me deslumbra y rápidamente me pone pegajoso el cuerpo.
Viene por la vereda una blusa con interiores. Podría decirle algo. Otra, esco-tada. Nada le digo a ésta tampoco, es inútil para el vínculo, pasan; pero la miro, quién sabe cómo, porque una señora me mira. Es la censura y pretende arrinconarme.
   Pienso en la serie. Tendré que ver gente que no me importa porque no es la que lo hizo; personas prevenidas, reacias (quizá Marcela me ayude a llegar a ellas; en su estilo es un cebo, tiene 30).
   Pongo el pie en el cajón de lustrar.
   Y tendré que hablar, hablar de eso.
   Pienso en papá. Yo era como este niño, el lustrador, así de pequeño. Supe que había muerto, ignoraba cómo.
Lloré hasta secarme, dormí, desperté, la ceremonia seguía, las visitas susurraban. Alguien, posiblemente mi madre, clamaba: "¡Muerte injusta!" Comprendí lo de injusta -nos dejaba sin él-, pero no pude entender cómo la Muerte se introdujo en la casa y se apoderó de papá.
Porque en la mañana él estaba vivo, de pie y sano como cualquiera, y murió en la tarde mientras había sol, y yo tenía el convencimiento de que la Muerte era una figura siniestra que daba sus golpes en la oscuridad de la noche.
   Pregunto, al niño que me lustra los zapatos, qué es la muerte.
   Levanta sus ojos marrones y me considera, desde abajo, entre sorprendido e intimidado, si bien no cesa de cepillar.
   Mi pregunta ha sido excesivamente abstracta. Me corrijo y sonrío, para atraerlo:

   -¿Nunca murió alguien que conocías, un vecino, un tío? ..

   El chico se encorva sobre su trabajo, se concentra y dice:

   -Sí, mi papá.

   Callo.
   Él me espía, con curiosidad: advierto que no me rechaza. Procuro establecer -¿he comenzado mi tarea?- qué conoce de los alcances de la muerte, dónde supone que está el que muere.
   Contesta que el padre está en un nicho, pero la madre, al principio contaba que se fue de viaje, y ahora dice que está en el Cielo. Él no lo cree. ¿No cree en el Cielo? En el Cielo sí, pero el Cielo es para los buenos y el padre le pegaba a la madre.
   Estoy pasando un día cargado de muerte. Es suficiente. Entro a un cine donde dan Alphaville. Trabajaré mañana.


   Sin embargo, en la noche, despegado de Julia, aunque junto a ella, repaso lo que dijo el lustrabotas y noto que, en definitiva, no llegué de vuelta al interro-gante inicial: ¿Qué es, para un niño, la muerte?
   Pido a Julia que lo averigüe entre sus alumnos, en la escuela. Se alarma, se defiende, se ofusca. Explico, apaciguo. La serie, mi trabajo ...
   Se niega, obstinadamente. Dice que no es normal.
   "¿Que no soy normal? .. ", y la desconcierto.
   Sé perfectamente que no dijo eso.


   Desayuno con mamá. Habitualmente, es el único rato que pasamos reunidos.
   Me cuenta que se ha encontrado con Mercedes, su amiga, y doña Mercedes le ha dicho: "No tengo familia, tengo televisor". Yo objeto: "Tiene hijos y nie-tos, y vive con ellos".

   -Sí, pero la dejan sola: entran y salen; cenan con el televisor encendido.

   No es un reproche para mí, aunque puedo deducir una moraleja.
   El calor, que está tomando posesión del día, me altera.
Mamá lo nota. Baja persianas, me ofrece el ventilador.
   Creo que mamá es la única persona que me quiere.

   -Me gustaría vivir en un país con nieve -dice.

   Siempre lo ha dicho. A mi vez, le he ofrecido unas vacaciones de invierno. Anualmente renuevo el plan.

   Repito: "Este año iremos".

   -¿Adónde?

   -A la nieve.

   -Ah sí. Sí, hijo, iremos.

   Algunas mañanas se opone y me dice que ahorre para el auto pequeño. "Lo necesitas, es por tu trabajo".
   Me deprime, otros lo consiguen: auto y nieve.
   Mi hermano, que tiene un Fiat 1500, ofrece:

   -¿Te llevo?

   Mamá comprende que ha terminado su ración diaria de ese hijo y se entris-tece. Me doy cuenta pero mi vida está enredada con la calle.
   Mi hermano besa a su hijo y a su hija y al segundo varón y al tercer varón. El tercero trae en las manos, bien destrozada, Minotauro 7. La reconozco por los pedazos de tapa. Le doy un bofetón y se la quito. Mi cuñada, desde la puerta de la cocina, dice: "¡Mauricio!", nada más. Da la alarma al marido, le reclama, por ese hermano que el marido tiene.
   Mi hermano se abstiene. Dice: "Calma", como un magistrado.
   En camino, no habla.
   Un imprudente se mete y se salva porque Mauricio clavó los frenos. Podía insultarlo, con todo derecho; no lo hace, yo lo hago.
   Normalmente, no insulto a nadie, excepto los sábados.


   A Marcela le corresponde el turno de la tarde. No podré verla hasta las 4. Sin duda, no está avisada de que la ponen conmigo.

   Aceituno, el cronista de la agencia que actúa en el Departamento Central de Policía, no liga las fotos con sucesos que a él lo hayan ocupado. Las hace circu-lar entre los colegas de la sala de periodistas y las imágenes vuelven a mi po-der sin suscitar ningún recuerdo entre los especializados.
   Aceituno me vincula con la policía científica. Me deja con el jefe.
   Solicito colaboración informativa para la agencia. La agencia tendrá toda la colaboración que precise, a menos que se trate de causas pendientes de deci-sión judicial, delitos en investigación reservada, abusos morales contra meno-res y suicidios.
   Yo no he mencionado, aún, las fotografías. Haré como que no entiendo que encuadran en las excepciones que se me vedan.
   ¿Dispongo de tiempo para conocer el museo interno? Sí, dispongo. Lo que contará, al final, es el costado amistoso.
   Tomamos café junto a la cabeza de un mafioso con la cara perforada por tres balas. Lleva treinta años en la vitrina. Existe una fórmula para conservar el color de la piel.
   Nombra los "cadáveres judiciales" y le planteo el problema: Si yo poseo la foto de un cadáver judicial -es decir, con circunstancias que dan lugar a la intervención de la policía y la justicia-, pero desconozco nombre y toda otra referencia, ¿cómo puede ser identificado?
   Menciona el archivo de personas desaparecidas, el protocolo de todo el que pasó la autopsia, la memoria visual de los técnicos, el criterio selectivo que cierra el campo de investigación determinando el sexo, la edad aproximada, la época en que murió (por la ropa), el escenario ambiente y mucho más.

   -Entonces, ¿es posible?

   -Absolutamente posible.

   En consecuencia, extraigo las fotos y pido la identificación y la historia.
   Las recibe, las observa, las aparta y dice:

   -Aparentemente, son suicidas.

   -Son suicidas.

   Entonces dice:

   -Absolutamente imposible.

   Al salir pasamos por los gabinetes. Hay una muchacha de guardapolvo blanco y de piel muy blanca. Me nota.
Es algo.


   Ando por elegir restaurante con dos virtudes: pescado a la parrilla y gente que yo no conozca y que no me hable de lo que ya sé, sale en los diarios, nos formamos opinión en las mismas revistas.
   Coincido ante el menú de la vidriera con un turista que me pregunta dónde se puede comer platos típicos, y cambia de idea, no sé si adivina qué buscaba yo para mi almuerzo: quiere que le informe cómo se llega al acuario. Por úl-timo me agradece y declara: "Tienen una ciudad muy bonita, ustedes", y a este cumplido respondo que él no puede decir "tienen", porque yo no tengo nada, la ciudad no es mía. Quizá no nos hemos entendido bien porque dice: ''Ah, usted tampoco es de acá".
   Es la época, y se ven muchos turistas, a las turistas "se les ve" mucho, ellas lo quieren así, lo cual resulta muy agradable.
   Justamente, anoche he soñado de nuevo que andaba desnudo.


  En la agencia paso las fotos a la jefa del archivo. Por hábito profesional de primera intención no toma mayormente en cuenta lo que representan, las da vuelta: busca el número de registro y la fecha de ingreso o publicación. El re-verso no tiene inscripción alguna.

   -No son nuestras -me aclara, innecesariamente.

   -¿Las recuerda, por algún motivo? ¿Le dicen algo?

   Ya las está disfrutando.

   -¡Son fantásticas! -proclama y quiere saber más-: ¿Quiénes son? Qué le pasó a ésta, ¿la forzaron?


   Después visito a Bibi. Está saqueando una revista polaca escrita en inglés. Es la traductora de la agencia, y por eso y por su memoria indeleble y ordenada la llamamos Fichero.
   Pongo una silla frente a ella, que está detrás de su mesa. Trato de resultar simpático, a partir del rostro.

   -¿Me ayudará?

   Otros la tutean, no yo. Corrientemente, no "está" conmigo: no soy depor-tista, como ella; no vivo de chacota, como los demás.

   -¿De qué se trata?

   -Suicidio.

   -¿De quién?

   -Si yo lo supiera ... No el mío, al menos.

   -Ah, sí. -Fichero funciona-: El melanesio que se tira de las ramas de una palmera y el N° 350 que el 12 de marzo de 1967 pega el salto desde la torre Eiffel.
Demóstenes y Marilyn Monroe, Stefan Zweig y señora, Werther y Kirilov, Ana Karenina, Safo y el mandugumor que aborda solo la isla enemiga para que la tribu se lo coma. Todo eso, ¿verdad?

   -Todo eso.

   -Y también: 1963, Vietnam, monjes budistas con túnicas amarillas, nafta y un fosforito; harakiri con espada de madera para el guerrero que se quedó sin trabajo, pobrecito no hay guerra; gas de la cocina para la señora que no le cree al médico, su dolor de estómago es por un cáncer, ¿no es cierto?

   -Eso también, sí, y esto -exhibo las fotos.

   Bibi se concentra en el examen, pero evidentemente no saca nada en limpio. Hago para ella un resumen de la situación, a fin de ubicarla, para que vea por dónde debo empezar: por resolver, al menos, esos dos casos. Lo de los mela-nesios vendrá después.
   No obstante, ella se ocupa, quiere saber más sobre lo que se puede lograr de la policía científica. Insisto en que no hay colaboración. Bibi me avisa: "Tengo una amiga", y en ese momento entra, silenciosa, y espera, Marcela. Bibi me cita: "Mañana, en la noche, en el bowling".
   Retiro las fotos, se las paso a Marcela y digo: “Vamos”.

domingo, 1 de junio de 2014

José Emilio Pacheco. "Las batallas en el desierto". Novela brevísima.



“Las batallas en el desierto” es el relato de un joven escolar, Carlos, un niño casi, que se enamora perdidamente de la madre de su amigo Jim. “Las batallas en el desierto” es algo más que el relato de una iniciación amorosa. Esta breve novela, parcialmente autobiográfica, es un relato magistral donde se recogen conflictos y paisajes que van más allá de México: la lenta pérdida de los espacios y costumbres tradicionales o el empuje irresistible de la moderna sociedad mercantil, el devastador empuje del deseo o la ingenua valentía de la primera juventud, el desmoronamiento irreparable de las identidades locales o la tristeza por el tiempo que nunca volverá. Todo eso se hilvana en una prosa llena de sugerencias, poderosa y sencilla, tan ágil que parece surgida de la nada, aunque ha surgido del esfuerzo y de la sabiduría de un escritor que, sin perder de vista su época o su mundo, ha sabido moverse en otras tradiciones y conocer otros tiempos.


(Fragmento)
Las batallas en el desierto
José Emilio Pacheco


A la memoria de José Estrada,
Alberto Isaac y Juan Manuel Torres,
Y a Eduardo Mejía


The past is a foreign country. They do things
differently there.                                     
L. P. Hartley: The Go-Between



I
EL MUNDO ANTIGUO


Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?; Ya había supermercados pero no televisión, radio tan sólo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas. Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Albert era el cronista de futbol, el Mago Septién trasmitía el beisbol. Circulaban los primeros co-ches producidos después de la guerra: Packard, Cadillac, Buick, Chrysler, Mercury, Hudson, Pontiac, Dodge, Plymouth, De Soto. Íbamos a ver películas de Errol Flynn y Tyrone Power, a ma-tinés con una de episodios completa: La invasión de Mongo era mi predilecta. Estaban de moda Sin ti, La rondalla, La burrita, La múcura, Amorcito Corazón. Volvía a sonar en todas partes un antiguo bolero puertorriqueño: Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo, no habrá una barrera en el mundo que mi amor profundo no rompa por ti.
Fue el año de la poliomielitis: escuelas llenas de niños con aparatos ortopédicos; de la fiebre afto-sa: en todo el país fusilaban por decenas de miles reses enfermas; de las inundaciones: el centro de la ciudad se convertía otra vez en laguna, la gente iba por las calles en lancha. Dicen que con la pró-xima tormenta estallará el Canal del Desagüe y anegará la capital. Qué importa, contestaba mi hermano, si bajo el régimen de Miguel Alemán ya vivimos hundidos en la mierda.
La cara del Señorpresidente en dondequiera: di-bujos inmensos, retratos idealizados, fotos ubi-cuas, alegorías del progreso con Miguel Alemán como Dios Padre, caricaturas laudatorias, monu-mentos. Adulación pública, insaciable maledicen-cia privada. Escribíamos mil veces en el cuaderno de castigos: Debo ser obediente, debo ser obediente, debo ser obediente con mis padres y con mis maestros. Nos enseñaban historia patria, len-gua nacional, geografía del DF: los ríos (aún que-daban ríos), las montañas (se veían las montañas). Era el mundo antiguo. Los mayores se quejaban de la inflación, los cambios, el tránsito, la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el exceso de gente, la mendicidad, los extranjeros, la corrupción, el enriquecimiento sin límite de unos cuantos y la miseria de casi todos.
Decían los periódicos: El mundo atraviesa por un momento angustioso. El espectro de la guerra final se proyecta en el horizonte. El símbolo som-brío de nuestro tiempo es el hongo atómico. Sin embargo había esperanza. Nuestros libros de texto afirmaban: Visto en el mapa México tiene forma de cornucopia o cuerno de la abundancia. Para el impensable año dos mil se auguraba -sin espe-cificar cómo íbamos a lograrlo- un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades lim-pias, sin injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. Para cada familia una casa ultramoderna y aerodinámica (palabras de la época). A nadie le faltaría nada. Las máquinas harían todo el trabajo. Calles repletas de árboles y fuentes, cruzadas por vehículos sin humo ni estruendo ni posibilidad de colisiones. El paraíso en la tierra. La utopía al fin conquistada.
Mientras tanto nos modernizábamos, incor-porábamos a nuestra habla términos que primero habían sonado como pochismos en las películas de Tin Tan y luego insensiblemente se mexicanizaban: tenquíu, oquéi, uasamara, sherap, sorry, uan móment pliis. Empezábamos a comer ham-burguesas, pays, donas, jotdogs, malteadas, áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La cocacola sepultaba las aguas frescas de jamaica, chía, limón. Los pobres seguían tomando tepache. Nuestros padres se habituaban al jaibol que en principio les supo a medicina. En mi casa está prohibido el tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay que blanquear el gusto de los mexicanos.





II
LOS DESASTRES DE LA GUERRA


En los recreos comíamos tortas de nata que no se volverán a ver jamás. Jugábamos en dos bandos: árabes y judíos. Acababa de establecerse Israel y había guerra contra la Liga Árabe. Los niños que de verdad eran árabes y judíos sólo se hablaban para insultarse y pelear. Bernardo Mondragón, nuestro profesor, les decía: Ustedes nacieron aquí. Son tan mexicanos como sus compañeros. No he-reden el odio. Después de cuanto acaba de pasar (las infinitas matanzas, los campos de exterminio, la bomba atómica, los millones y millones de muertos), el mundo de mañana, el mundo en el que ustedes serán hombres, debe ser un sitio de paz, un lugar sin crímenes y sin infamias. En las filas de atrás sonaba una risita. Mondragón nos observaba tristísimo, se preguntaba qué iba a ser de nosotros con los años, cuántos males y cuántas catástrofes aún estarían por delante.
Hasta entonces el imperio otomano perduraba como la luz de una estrella muerta: Para mí, niño de la colonia Roma, árabes y judíos eran "turcos". Los "turcos" no me resultaban extraños como Jim, que nació en San Francisco y hablaba sin acento los dos idiomas; o Toru, crecido en un campo de concentración para japoneses; o Peralta y Rosales. Ellos no pagaban colegiatura, estaban becados, vivían en las vecindades ruinosas de la colonia de los Doctores. La calzada de La Piedad, todavía no llamada avenida Cuauhtémoc, y el parque Urueta formaban la línea divisoria entre Roma y Docto-res. Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del Costal, el gran Robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cor-tan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo; de noche un millonario elegantísi-mo gracias a la explotación de sus víctimas. El miedo de estar cerca de Romita. El miedo de pasar en tranvía por el puente de avenida Coyoacán: sólo rieles y durmientes; abajo el río sucio de La Piedad que a veces con las lluvias se desborda.
Antes de la guerra en el Medioriente el princi-pal deporte de nuestra clase consistía en molestar a Toru. Chino chino japonés: come caca y no me des. Aja, Toru, embiste: voy a clavarte un par de
banderillas. Nunca me sumé a las burlas. Pensaba en lo que sentiría yo, único mexicano en una es-cuela de Tokio; y lo que sufriría Toru con aquellas películas en que los japoneses eran representados como simios gesticulantes y morían por millares. Toru, el mejor del grupo, sobresaliente en todas las materias. Siempre estudiando con su libro en la mano. Sabía jiu-jit-su. Una vez se cansó y por poco hace pedazos a Domínguez. Lo obligó a pe-dirle perdón de rodillas. Nadie volvió a meterse con Toru. Hoy dirige una industria japonesa con cuatro mil esclavos mexicanos.
Soy de la Irgún. Te mato: Soy de la Legión Árabe. Comenzaban las batallas en el desierto. Le decíamos así porque era un patio de tierra colora-da, polvo de tezontle o ladrillo, sin árboles ni plantas, sólo una caja de cemento al fondo. Ocul-taba un pasadizo hecho en tiempos de la persecu-ción religiosa para llegar a la casa de la esquina y huir por la otra calle. Considerábamos el subterrá-neo un vestigio de épocas prehistóricas. Sin embargo, en aquel momento la guerra cristera se hallaba menos lejana de lo que nuestra infancia está de ahora. La guerra en que la familia de mi madre participó con algo más que simpatía. Vein-te años después continuaba venerando a los márti-res como el padre Pro y Anacleto González Flores. En cambio nadie recordaba a los miles de campesinos muertos, los agraristas, los profesores rurales, los soldados de leva.
Yo no entendía nada: la guerra, cualquier gue-rra, me resultaba algo con lo que se hacen pelícu-las. En ella tarde o temprano ganan los buenos (¿quiénes son los buenos?). Por fortuna en Méxi-co no había guerra desde que el general Cárdenas venció la sublevación de Saturnino Cedillo. Mis padres no podían creerlo porque su niñez, adoles-cencia y juventud pasaron sobre un fondo conti-nuo de batallas y fusilamientos. Pero aquel año, al parecer, las cosas andaban muy bien: a cada rato suspendían las clases para llevarnos a la inauguración de carreteras, avenidas, presas, parques deportivos, hospitales, ministerios, edificios in-mensos.
Por regla general eran nada más un montón de piedras. El presidente inauguraba enormes monu-mentos inconclusos a sí mismo. Horas y horas bajo el sol sin movernos ni tomar agua -Rosales trae limones; son muy buenos para la sed; pásate uno- esperando la llegada de Miguel Alemán. Joven, sonriente, simpático, brillante, saludando a bordo de un camión de redilas con su comitiva.
Aplausos, confeti, serpentinas, flores, mucha-chas, soldados (todavía con sus cascos franceses), pistoleros (aún nadie los llamaba guaruras), la eterna viejecita que rompe la valla militar y es fotografiada cuando entrega al Señorpresidente un ramo de rosas.
Había tenido varios amigos pero ninguno les cayó bien a mis padres: Jorge por ser hijo de un general que combatió a los cristeros; Arturo por venir de una pareja divorciada y estar a cargo de una tía que cobraba por echar las cartas; Alberto porque su madre viuda trabajaba en una agencia de viajes, y una mujer decente no debía salir de su casa. Aquel año yo era amigo de Jim. En las inauguraciones, que ya formaban parte natural de la vida, Jim decía: Hoy va a venir mi papá. Y luego: ¿Lo ven? Es el de la corbata azulmarina. Allí está junto al presidente Alemán. Pero nadie podía dis-tinguirlo entre las cabecitas bien peinadas con linaza o Glostora. Eso sí: a menudo se publicaban sus fotos. Jim cargaba los recortes en su mochila. ¿Ya viste a mi papá en el Excélsior? Qué raro: no se parecen en nada. Bueno, dicen que salí a mi mamá. Voy a parecerme a él cuando crezca.




III
ALÍ BABÁ Y LOS CUARENTA LADRONES


Era extraño que si su padre tenía un puesto tan importante en el gobierno y una influencia deci-siva en los negocios, Jim estudiara en un colegio de mediopelo, propio para quienes vivíamos en la misma colonia Roma venida a menos, no para el hijo del poderosísimo amigo íntimo y compa-ñero de banca de Miguel Alemán; el ganador de millones y millones a cada iniciativa del presiden-te: contratos por todas partes, terrenos en Acapulco, permisos de importación, constructoras, auto-rizaciones para establecer filiales de compañías norteamericanas; asbestos, leyes para cubrir todas las azoteas con tinacos de asbesto cancerígeno; reventa de leche en polvo hurtada a los desayunos gratuitos en las escuelas populares, falsificación de vacunas y medicinas, enormes contrabandos de oro y plata, inmensas extensiones compradas a centavos por metro, semanas antes de que se anunciaran la carretera o las obras de urbaniza-ción que elevarían diez mil veces el valor de aquel suelo; cien millones de pesos cambiados en dóla-res y depositados en Suiza el día anterior a la devaluación.
Aún más indescifrable resultaba que Jim vivie-ra con su madre no en una casa de Las Lomas, o cuando menos Polanco, sino en un departamento en un tercer piso cerca de la escuela. Qué raro. No tanto, se decía en los recreos: la mamá de Jim es la querida de ese tipo. La esposa es una vieja horrible que sale mucho en sociales. Fíjate cuan-do haya algo para los niños pobres (je je, mi papá dice que primero los hacen pobres y luego les dan limosna) y la verás retratada: espantosa, gordísi-ma. Parece guacamaya o mamut. En cambio la mamá de Jim es muy joven, muy guapa, algunos creen que es su hermana. Y él, terciaba Ayala, no es hijo de ese cabrón ratero que está chingando a México, sino de un periodista gringo que se llevó a la mamá a San Francisco y nunca se casó con ella. El Señor no trata muy bien al pobre de Jim. Dicen que tiene mujeres por todas partes. Hasta estrellas de cine y toda la cosa. La mamá de Jim sólo es una entre muchas.
No es cierto, les contestaba yo. No sean así. ¿Les gustaría que se hablara de sus madres en esa forma? Nadie se atrevió a decirle estas cosas a Jim pero él, como si adivinara la murmuración, in-sistía: Veo poco a mi papá porque siempre está fuera, trabajando al servicio de México. Sí cómo no, replicaba Alcaraz: "trabajando al servicio de México": Alí Baba y los cuarenta ladrones. Dicen en mi casa que están robando hasta lo que no hay. Todos en el gobierno de Alemán son una bola de ladrones. Ya que te compre otro suetercito con lo que nos roba.
Jim se pelea y no quiere hablar con nadie. No me imagino qué pasaría si se enterase de los rumores acerca de su madre. (Cuando él está pre-sente los ataques de nuestros compañeros se limi-tan al Señor.) Jim se ha hecho mi amigo porque no soy su juez. En resumidas cuentas, él qué culpa tiene. Nadie escoge cómo nace, en dónde nace, cuándo nace, de quiénes nace. Y ya no vamos a entrar en la guerra de los recreos. Hoy los judíos tomaron Jerusalén pero mañana será la venganza de los árabes.
Los viernes, a la salida de la escuela, iba con Jim al Roma, el Royal, el Balmori, cines que ya no existen. Películas de Lassie o Elizabeth Taylor adolescente. Y nuestro predilecto: programa triple visto mil veces: Frankenstein, Drácula, El Hom-bre Lobo. O programa doble: Aventuras en Birmania y Dios es mi copiloto. O bien, una que al padre Pérez del Valle le encantaba proyectar los domingos en su Club Vanguardias: Adiós, míster Chips. Me dio tanta tristeza como Bambi. Cuando a los tres o cuatro años vi esta película de Walt Disney, tuvieron que sacarme del cine llorando porque los cazadores mataban a la mamá de Bambi. En la guerra asesinaban a millones de ma-dres. Pero no lo sabía, no lloraba por ellas ni por sus hijos; aunque en el Cinelandia -junto a las caricaturas del Pato Donald, el Ratón Mickey, Popeye el Marino, el Pájaro Loco y Bugs Bunny-pasaban los noticieros: bombas cayendo a plomo sobre las ciudades, cañones, batallas, incendios, ruinas, cadáveres.



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