martes, 24 de enero de 2012

OCTAVIO PAZ: Premio Cervantes 1981.

Premio Cervantes 1981
OCTAVIO PAZ

Poeta y ensayista mexicano
(México, D.F., 1909– 1998)
Publica a los 17 años sus primeros poemas en el diario El
Nacional y en la revista Barandal. En 1937 viaja a
Valencia con su primera mujer, Elena Garro, para
participar en el II Congreso de Escritores Antifascistas. En
1945, ingresa en el Servicio Exterior mexicano y cumple misiones diplomáticas en los
Estados Unidos y en Francia.
Gracias a la intermediación de Alfonso Reyes publica, en 1949, Libertad bajo palabra,
considerado por el propio Paz su “verdadero primer libro”. En esa época publica su
conocido ensayo sobre lo mexicano El laberinto de la soledad (1950) y el libro de
poemas en prosa con “contagio” surrealista ¿Águila o sol? (1951).
Para entonces ha establecido sólidas relaciones con el surrealismo francés y su cabeza
visible, André Breton, a los que se sumarán más tarde perdurables amistades con
muchas de las grandes figuras de la época, tales como Camus, Papaioannou, más
adelante Castoriadis y Lévi-Strauss. Y, por supuesto, con casi todos los escritores
latinoamericanos de importancia.
Tras un periodo itinerante entre Nueva Delhi, Tokio y Ginebra (1952-1953), Paz regresa a
México para escribir un ensayo, sobre la experiencia y la revelación poéticas, titulado
más tarde El arco y la lira (1956). En ese periodo mexicano, que dura hasta 1959,
publica los libros de poemas Semillas para un himno (1954), La estación violenta (1958),
que incluye su gran poema “Piedra de sol”, así como el libro de ensayos Las peras del
olmo (l957).
En 1959 vuelve a trabajar en la embajada mexicana de París; publica más libros de
ensayos y el libro de poemas Salamandra (1962).
Embajador en la India, de 1962 a 1968, publica sus libros de poesía con influencia
oriental: Viento entero (1956), Blanco (1967), Ladera este (1969), y varios libros de
ensayos, entre ellos, Los signos en rotación (1965), Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín
de Esopo y Corriente alterna (1967). En 1964 se casa con Marie-José Tramini, a la que
conoció en Nueva Delhi. En 1968, dimite de su cargo en protesta por la represión de
gobierno mexicano a los estudiantes en Tlatelolco.
De vuelta en México publica su ensayo Posdata (1970), con temas políticos, y los libros
de poesía Topoemas (1971) y Renga (1972), de marcado tono experimental. Funda
Plural (1971-1976), a la que sucederá más tarde Vuelta (1976-1998), revistas
primordialmente literarias y artísticas.
A la década de los setenta pertenecen los libros de ensayo El signo y el garabato
(1973), Los hijos del limo: del romanticismo a la vanguardia (1974) y el volumen con sus
traducciones de poemas del inglés, francés, portugués, sueco, chino y japonés
Versiones y diversiones (1974). De ese mismo año es El mono gramático, suerte de
ensayo, poesía y antinovela donde los senderos de la creación se reconcilian en una
lúcida reflexión sobre el lenguaje, los cuerpos y el resplandor amoroso. En 1975
aparece el libro de poesía Pasado en claro, suerte de itinerario biográfico y poético y,
en 1976, Vuelta.
En los ochenta publica su estudio sobre Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe
(1982) y otros libros de ensayos, así como el volumen que recoge sus principales
entrevistas y conversaciones, Pasión crítica (1985). En 1987 aparece Árbol adentro,
último libro de poemas publicado en vida del autor.
Los premios y reconocimientos se acumulan; entre ellos sobresale el Premio Cervantes
otorgado en 1982 y el Premio Nobel de Literatura en 1990.
En la década de los noventa continúa la publicación de ensayos sobre poesía, política
e historia (La otra voz: poesía y fin de siglo; Convergencias, 1991; Itinerario, 1993, etc.).
Pero también sobre temas diferentes: La llama doble: amor y erotismo, Un más allá
erótico: Sade (1994) y Vislumbres de la India (1995).
Tras su muerte, las editoriales Fondo de Cultura Económica de México y Círculo de
Lectores de España han estado recogiendo su obra completa.

SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA.

Octavio Paz (México 1914-1998), Premio Cervantes en 1981 y Premio Nobel en 1990, es una de las figuras capitales de la literatura contemporánea. Su poesía -reunida
precedentemente en Libertad bajo palabra (1958), a la que siguieron Salamandra (Joaquín Mortiz, 1962), Ladera Este (Joaquín Mortiz, 1969), Vuelta (Seix Barral, 1976) y Árbol adentro (Seix Barral, 1987)- se recoge en el volumen Obra poética 1935-1988 (Seix Barral, 1990).

No menor en importancia y extensión es su obra ensayística, que comprende los siguientes títulos:

El laberinto de la soledad (1950), El arco y la lira (1956), Las peras del olmo (1957, Seix Barral, 1971), Cuadrivio (Joaquín Mortiz, 1965), Puertas al campo (1966, Seix Barral, 1972), Corriente alterna (1967), Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (Joaquín Mortiz, 1967), Marcel Duchamp o el castillo de la pureza (1968) y su reedición ampliada Apariencia desnuda (1973), Conjunciones y disyunciones (Joaquín Mortiz, 1969), Postdata (1969), El signo y el garabato
(Joaquín Mortiz, 1973), Los hijos del limo (Seix Barral, 1974 y 1987), El ogro filantrópico (Seix Barral, 1979), In/mediaciones (Seix Barral, 1979), Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (Seix Barral, 1982), Tiempo nublado (Seix Barral, 1983 y 1986), Sombras de obras (Seix Barral, 1983), Hombres en su siglo (Seix Barral, 1984), Pequeña crónica de grandes días (1990), La otra voz (Seix Barral, 1990), Convergencias (Seix Barral, 1991), Al paso (Seix Barral, 1992), La llama doble (Seix Barral, 1993), Itinerario (Seix Barral, 1994) y Vislumbres de la India (Seix Barral, 1995).

En Versiones y diversiones (Joaquín Mortiz, 1973) Paz reunió sus traducciones poéticas. Tradujo también Sendas de Oku, de Matsuo Basho (1957, Seix Barral, 1981). En su fundamental obra El Mono Gramático (Seix Barral, 1974) confluyen el ensayo, la narración y el poema en prosa.

Se reunieron sus conversaciones con diversos interlocutores en el volumen Pasión crítica (Seix Barral, 1985) y sus prosas de juventud en Primeras letras (Seix Barral, 1988). Bajo el título El fuego de cada día (Seix Barral, 1989) el propio autor recogió una extensa y significativa selección de su obra poética. En Memorias y palabras (Seix Barral, 1999), se editaron póstumamente sus cartas (1966-1997) al poeta español Pere Gimferrer.


DISCURSO DEL MAESTRO OCTAVIO PAZ EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE ALCALÁ EN OCASIÓN DE LA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1981.
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Si yo dejase hablar a mis sentimientos únicamente, estas palabras serían una larga,
interminable, frase de gratitud. Pero mi emoción es ciega. Bien sé que la realidad
simbólica de este acto es más real que la fugaz realidad de mi persona. Soy apenas un
episodio en la historia de nuestra literatura, la transitoria y fortuita encarnación de un
momento de la lengua española. El Premio Cervantes, al escoger a éste o aquel escritor
de nuestro idioma, sin distinción de nacionalidad, afirma cada año la realidad de nuestra
literatura. ¿Y qué es una literatura? No es una colección de autores y de libros, sino una
sociedad de obras. Las novelas, los poemas, los relatos, las comedias y los ensayos se
convierten en obras por la complicidad creadora de los lectores. La obra es obra gracias
al lector. Monumento instantáneo, perpetuamente levantado y perpetuamente demolido,
pues está sujeto a la crítica del tiempo: las generaciones sucesivas de lectores. La obra
nace de la conjunción del autor y el lector; por esto la literatura es una sociedad dentro
de la sociedad: una comunidad de obras que, simultáneamente, crean un público de
lectores y son recreadas por esos lectores. Se dice que las ideologías, las clases, las
estructuras económicas, las técnicas y las ciencias, por naturaleza internacionales, son
las realidades básicas y determinantes de la historia. El tema es tan antiguo como la
reflexión histórica misma, y no puedo detenerme en él; observo, sin embargo, que
igualmente determinantes, si no más, son las lenguas, las creencias, los mitos y las
costumbres y tradiciones de cada grupo social. El Premio Cervantes, justamente, nos
recuerda que la lengua que hablamos es una realidad no menos decisiva que las ideas
que profesamos o que el oficio que ejercemos. Decir lengua es decir civilización:
comunidad de valores, símbolos, usos, creencias, visiones, preguntas sobre el pasado, el
presente, el porvenir. Al hablar no hablamos únicamente con los que tenemos cerca:
hablamos también con los muertos y con los que aún no nacen, con los árboles y las
ciudades, los ríos y las ruinas, los animales y las cosas. Hablamos con el mundo
animado y con el inanimado, con lo visible y con lo invisible. Hablamos con nosotros
mismos. Hablar es convivir, vivir en un mundo que es este mundo y sus trasmundos,
este tiempo y los otros: una civilización.
Desde muy joven fue muy vivo en mí el sentimiento de pertenecer a una civilización. Se
lo debo a mi abuelo Ireneo Paz, amante de los libros, que logró reunir una pequeña
biblioteca en la que abundaban los buenos escritores de nuestra lengua. Tendría unos
dieciséis años cuando leí las dos primeras series de los Episodios Nacionales, en donde
quizá se encuentran algunas de las mejores páginas de Pérez Galdós. Era una edición en
octavo, de tapas doradas e ilustrada por varios artistas de la época; los diez volúmenes
habían sido impresos, entre 1881 y 1885, en Madrid, por La Guirnalda.. Aquella historia
novelada y novelesca de la España moderna me pareció que era también la mía y la de
mi país. Al llegar a la segunda serie me cautivó inmediatamente la figura de Salvador
Monsalud. Fue mi héroe, mi prototipo. Mi identificación con el joven liberal me llevó a
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1981
Discurso de OCTAVIO PAZ
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enfrentarme con su medio-hermano y adversario, el terrible Carlos Garrote, guerrillero
carlista. Dualismo a un tiempo real y simbólico: el hijo legítimo y el bastardo, el perro
guardián del orden y el vagabundo, el hombre del terruño y el cosmopolita, el
conservador y el revolucionario. Pero Carlos Garrote, como poco a poco advierte el
lector, no sólo es el adversario que encarna la otra España, la de ¡religión y fueros!, sino
que es el doble de Salvador Monsalud. En el Episodio final -Un faccioso más y algunos
frailes menos, pintura tétrica de las dos Españas y sus opuestos y simétricos fanatismosasistimos
a la muerte de Carlos Garrote y a su transfiguración. Comenzó por ser el
enemigo y el perseguidor de Salvador Monsalud y termina como su hermano y su
protegido: están condenados a convivir. Cada uno es el otro y es el mismo. Descubrí
entonces que a todos nos habita un adversario, y que combatirlo es combatir con
nosotros mismos. Esa lucha, ya no íntima sino social, ha sido la substancia de la historia
de nuestros pueblos durante los dos últimos siglos. Así aprendí que una civilización no
es una esencia inmóvil, idéntica a sí misma siempre: es una sociedad habitada por la
discordia y poseída por el deseo de restaurar la unidad, un espejo en el que, al
contemplarnos, nos perdemos y, al perdernos, nos recobramos.
Muchas veces he pensado en los paralelos hispanoamericanos de Salvador Monsalud.
Aunque unos pertenecen a la historia y otros a la novela, todos ellos, reales o
imaginarios, pelearon y aún pelean contra obstáculos que nunca soñó un héroe de
Galdós. Por ejemplo, aparte de enfrentarse con Carlos Garrote, guerrillero díscolo y
montaraz, encarnación de un pasado a veces obtuso y otras sublime, los Salvador
Monsalud mexicanos han tenido que combatir a otras realidades y exorcisar a otros
fantasmas: España y México tienen pasados distintos. En nuestra historia aparece un
elemento desconocido en la de España: el mundo indio. Es la dimensión a un tiempo
íntima e insondable, familiar e incógnita, de mi país. Sin ella no seríamos lo que somos.
La presencia del Islam y del judaísmo en la España medieval podría dar una idea de lo
que significa el interlocutor indio en la conciencia de los mexicanos. Un interlocutor
que no está frente a nosotros, sino dentro. Pero hay una diferencia capital: el Islam y el
judaísmo son, como el cristianismo, variantes del monoteísmo; en cambio, la
civilización mesoamericana nació y creció aislada, sin relación con el Viejo Mundo. Lo
mismo puede decirse del Perú incaico. El mundo indio fue desde el principio el mundo
otro, en la acepción más fuerte del término. Otredad que, para nosotros los mexicanos,
se resuelve en identidad, lejanía que es proximidad.
La aparición de América con sus grandes civilizaciones extrañas modificó radicalmente
el diálogo de la civilización hispánica consigo misma. Introdujo un elemento de
incertidumbre, por decirlo así, que desde entonces desafía a nuestra imaginación e
interroga a nuestra identidad. El interlocutor indio nos dice que el hombre es una
criatura imprevisible y que es un ser doble. En otras naciones hispanoamericanas los
agentes de la dislocación y transformación del diálogo fueron los nómadas, los negros,
la geografía. En lugar de otra historia, como en el Perú y en México, la ausencia de
historia. Desde su origen España fue tierra de fronteras en movimiento, y su última gran
frontera ha sido América: por ella y en ella España colinda con lo desconocido. América
o la inmensidad: las tierras sin poblar, las lejanías sin nombrar, las costas que miran
hacia el Asia y la Oceanía, las civilizaciones que no conocían el cristianismo pero que
habían descubierto el cero. Formas diversas de lo ilimitado.
La diversidad de pasados y de interlocutores provoca siempre dos tentaciones
contrarias: la dispersión y la centralización. Nuestros pueblos han padecido, en un
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extremo, la atomización, como la de América Central y Las Antillas; en el otro, el rígido
centralismo, como los de Castilla y de México. La dispersión culmina en la disipación;
la centralización, en la petrificación. Doble amenaza: volvernos aire, convertirnos en
piedras. Durante dos siglos hemos buscado el difícil equilibrio entre la libertad y la
autoridad, el centralismo y la disgregación. La índole de nuestra tradición no ha sido
muy favorable a estos empeños de reforma. El siglo XVIII, el siglo de la crítica y el
primero que, desde la antigüedad pagana, volvió a exaltar las virtudes intelectuales de la
tolerancia, no tuvo en el mundo hispánico el brillo que tuvieron el XVI y el XVII. Un
ejemplo de la persistencia de las actitudes y tendencias autoritarias, recubiertas por
opiniones liberales, se encuentra precisamente en las páginas finales de la novela de
Galdós que he mencionado antes. Un personaje conocido por el fervor de sus
sentimientos liberales sostiene, sin pestañear, que "todos los españoles deben abrazar la
bandera de la libertad y admitir los progresos del siglo ... y si no todos desean entrar por
este camino, los rebeldes deben ser convencidos a palos, para lo cual convendría que los
libres se armen, formando una milicia". Este curioso liberal era un devoto de Rousseau,
el de la omnipotencia de "la voluntad general", máscara de la tiranía jacobina. Armado
de una teoría general de la libertad, Carlos Garrote entra en el siglo XX. Ha cambiado
de hábito, no de alma: ya no intimida al adversario con los herrumbrosos silogismos de
la escolástica, sino con las ondulaciones de la dialéctica. Nuevas quimeras le sorben el
seso, pero le sigue fascinando el olor de la sangre. Saltó de la Inquisición al Comité de
Salud Pública sin cambiar de sitio.
Apenas la libertad se convierte en un absoluto, deja de ser libertad: su verdadero
nombre es despotismo. La libertad no es un sistema de explicación general del universo
y del hombre. Tampoco es una filosofía: es un acto, a un tiempo irrevocable e
instantáneo, que consiste en elegir una posibilidad entre otras. No hay ni puede haber
una teoría general de la libertad porque es la afirmación de aquello que, en cada uno de
nosotros, es singular y particular, irreductible a toda generalización. Mejor dicho: cada
uno de nosotros es una criatura singular y particular. De ahí que la libertad se vuelva
tiranía en cuanto pretendemos imponerla a los otros. Cuando los bolcheviques
disolvieron la Asamblea Constituyente rusa en nombre de la libertad, Rosa Luxemburgo
les dijo: "La libertad de opinión es siempre la libertad de aquél que no piensa como
nosotros". La libertad, que comienza por ser la afirmación de mi singularidad, se
resuelve en el reconocimiento del otro y de los otros: su libertad es la condición de la
mía. En su isla Robinson no es realmente libre; aunque no sufre voluntad ajena y nadie
lo constriñe, su libertad se despliega en el vacío. La libertad del solitario es semejante a
la soledad del déspota, poblada de espectros. Para realizarse, la libertad debe encarnar y
enfrentarse a otra conciencia y a otra voluntad; el otro es, simultáneamente, el límite y
la fuente de mi libertad. En uno de sus extremos, la libertad es singularidad y excepción;
en el otro, es pluralidad y convivencia. Por todo esto, aunque libertad y democracia no
son términos equivalentes, son complementarios: sin libertad la democracia es
despotismo, sin democracia la libertad es quimera.
La unión de libertad y democracia ha sido el gran logro de las sociedades modernas.
Logro precario, frágil y desfigurado por muchas injusticias y horrores; asimismo, logro
extraordinario y que tiene algo de accidental o milagroso: las otras civilizaciones no
conocieron a la democracia y en la nuestra sólo algunos pueblos y durante periodos
limitados han gozado de instituciones libres. Ahora mismo, en los vastos espacios del
continente americano, muchas naciones de nuestra lengua padecen bajo poderes inicuos.
La libertad es preciosa como el agua, y, como ella, si no la guardamos, se derrama, se
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nos escapa y se disipa. He aludido a la relativa pobreza de nuestro siglo XVIII, origen
de la filosofía política de la Edad Moderna. Sin embargo, en nuestro pasado -lo mismo
el español que el hispanoamericano- existen usos, costumbres e instituciones que son
manantiales de libertad, a veces enterrados pero todavía vivos. Para que la libertad
arraigue de veras en nuestras tierras deberíamos reconciliar estas antiguas tradiciones
con el pensamiento político moderno. Salvo unos tímidos y aislados intentos, nada
hemos hecho. Lo lamento: no es una tarea de piedad histórica, sino de imaginación
política.
La palabra liberal aparece temprano en nuestra literatura. No como una idea o una
filosofía, sino como un temple y una disposición del ánimo; más que una ideología, era
una virtud. Al decir esto vuelvo los ojos hacia Cervantes, el escritor nuestro que encarna
más completamente los distintos sentidos de la palabra liberal. Con él nace la novela
moderna, el género literario de una sociedad que, desde su nacimiento, se ha
identificado a sí misma y a su historia con la crítica. La Comedia de Dante es el reflejo
de un mundo regido por la analogía; es decir, por la correspondencia entre este mundo y
trasmundo; el Quijote es una obra animada por el principio contrario, la ironía, que es
ruptura de la correspondencia y que subraya con una sonrisa la grieta entre lo real y lo
ideal. Con Cervantes comienza la crítica de los absolutos: comienza la libertad. Y
comienza con una sonrisa, no de placer, sino de sabiduría. El hombre es un ser precario,
complejo, doble o triple, habitado por fantasmas, espoleado por los apetitos, roído por el
deseo: espectáculo prodigioso y lamentable. Cada hombre es un ser singular y cada
hombre se parece a todos los otros. Cada hombre es único y cada hombre es muchos
hombres que él no conoce: el yo plural. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es
aprender a sonreír.

sábado, 21 de enero de 2012

JULIO CORTÁZAR: NOTICIA.



Julio Cortázar en primera persona

El autor de "Rayuela" le dedicaba a su correspondencia el mismo esmero que a su obra. Ahora Alfaguara la edita en cinco tomos, con más de mil cartas jamás publicadas. Ñ adelanta algunas de las que le escribió a Aurora Bernárdez, Victoria Ocampo, Paco Porrúa, Juan Carlos Onetti y a su hermana Ofelia. Son textos en los que narra, de algún modo, la novela de su propia vida.

POR JORGELINA NUÑEZ

Una cierta distancia nos separa hoy de la literatura de Cortázar. Para preservarlas en el arcón de los buenos recuerdos, muchos de los que lo leyeron con devoción y encontraron en ellas claves de sus propias iniciaciones, prefieren no intentar la relectura de sus novelas. Algo distinto ocurre con sus libros de cuentos que parecen haber soportado mejor el paso del tiempo tras haber ganado el estatuto de construcciones perfectas, clásicas.
Del Cortázar hombre perviven algunas imágenes cristalizadas, injustas como todo estereotipo: el antiperonista acérrimo y despectivo; el porteño enamorado de París que usaba el lunfardo arrastrando la rr; el intelectual parecido al Oliveira de Rayuela pero también el entrañable cronopio juguetón; el emblema del boom latinoamericano; el que adoptó la izquierda junto con la guayabera y el habano; el viudo inconsolable de Carol Dunlop, su última mujer.
Los tres tomos de sus cartas, publicados por Alfaguara en 2000, fueron un viento refrescante que invitaba a volver a leerlo. El mismo efecto tuvieron los Papeles inesperados (2009) y las Cartas a los Jonquières (2010). Ese viento no estaba hecho de otra cosa que de una prosa que supo inventarse a sí misma y que regresaba para mostrarse en su potente vitalidad. Cortázar es el viento y es la prosa que borra distancias y establece de inmediato la complicidad. Un modo de decir que vuelve a encantarnos, acaso de la misma manera como nos encantan algunas cosas que sabemos perdidas. Así ocurre con las cartas, esa forma de la comunicación cifrada en la materialidad de la letra y el papel que el correo electrónico con su velocidad y eficacia ha barrido para siempre.
La publicación en cinco volúmenes de la correspondencia del escritor en una edición corregida y aumentada en más de mil cartas respecto de la del año 2000 es una noticia tan feliz y nostálgica como el reencuentro con aquellas buenas cosas.
La recopilación traza un arco que se inicia en 1937, cuando Cortázar es un maestro normal que da clases en la provincia de Buenos Aires y se extiende hasta enero de 1984, pocos días antes de su muerte en París.
Es, desde todo punto de vista, un recorrido vital, la mejor biografía del escritor y probablemente su mejor novela, como bien lo señala Carles Alvarez Garriga en el texto preliminar. Las cartas ponen de manifiesto “la formidable coherencia entre vida y obra, la absoluta falta de astucias o de renuncios, su gran disponibilidad”.
Casi cincuenta años en los que no hay un mes en el que no le haya escrito a alguno de los muchísimos y variados destinatarios. Pero, ¿quiénes son los destinatarios? Todos aquellos a quienes Cortázar necesita dirigirse de manera perentoria, ya sea por cuestiones de amistad y cariño, lo que sucede la mayoría de las veces (un lugar privilegiado ocupan la familia Jonquières y el excéntrico Fredi Guthmann, con quienes el contacto epistolar se extiende durante décadas) o porque precisa comentar trabajos ajenos, responder las solicitudes de los estudiosos de su obra y compartir intereses con otros escritores (la lista, en este sentido, es larga y comprende, entre muchos otros, a José Lezama Lima, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Roberto Juarroz, Guillermo Cabrera Infante, Victoria Ocampo, José Bianco, Alejandra Pizarnik). En mayor o menor medida, todos son tratados como amigos con una generosidad que no sólo se manifiesta en la palabra siempre amable y divertida sino también en la extensión que les dedica. Cuando se piensa en las 3.000 páginas que llena esta correspondencia no se puede menos que reparar en la fatiga de redactarlas lejos de las facilidades de la escritura electrónica. ¡Y sin enmiendas! La fluidez, la elegancia y el ingenio revelan que las cartas son la continuación de su literatura por otros medios.
Cortázar desarrolló su carrera como escritor cuando la figura del agente literario todavía no tenía suficiente peso. En este sentido, lo vemos afanarse en dos instancias que le resultaban igualmente importantes: el cuidado extremo en las ediciones y traducciones, y la necesidad de obtener un rédito económico que le permitiera vivir de la literatura. La correspondencia muestra hasta qué punto esto último le resultó difícil, de hecho no fue hasta bastante consolidado su prestigio cuando pudo renunciar a su cargo de traductor en la UNESCO. Con Francisco “Paco” Porrúa, su editor en Sudamericana, mantiene una lealtad inquebrantable pero no deja de establecer pautas y proponer cómo deben negociarse los derechos de sus libros en el extranjero. Paul Blackburn, su traductor al inglés, fue un compañero entrañable de tareas y un destinatario insoslayable. No puede decirse lo mismo de Edith Aron, la mujer que presumiblemente inspiró a la Maga de Rayuela y con quien Cortázar terminó la relación luego de la pésima traducción de su obra que ella hizo al alemán.
En las épocas de su compromiso con las revoluciones cubana y nicaragüense, pide información, ofrece colaboraciones, establece contactos, intercede en favor de distintas causas. Pero es en el territorio de lo doméstico donde la proximidad se instala de manera definitiva reforzada por el humor constante. A Aurora Bernárdez, su primera mujer, le cuenta situaciones desopilantes relativas a su torpeza y rasgos escasísimos de maledicencia. Será ella, desde siempre y para siempre, la encargada de velar por su intimidad, su memoria y sus papeles. La testigo omnipresente incluso cuando otras mujeres ocuparon su lugar. Quizá por eso, esta edición a su cuidado transmite el gesto delicado, el más perdurable, el del amor que sobrevive al amor.

viernes, 20 de enero de 2012

JUAN CARLOS ONETTI. PREMIO CERVANTES 1980

Premio Cervantes 1980

JUAN CARLOS ONETTI
Novelista, poeta y ensayista uruguayo
(Montevideo, 1909– Madrid, 1994)
Muy joven, recién casado, se traslada a
Buenos Aires, donde vive de diferentes empleos y empieza a hacer crítica de cine
para la revista Crítica. De regreso en Montevideo, es nombrado secretario de
redacción del importante semanario Marcha, fundado en 1939, y publica su primera
novela, El pozo. Nuevamente en Buenos Aires, en 1941, colabora en diferentes
periódicos y revistas con artículos y relatos, y publica las novelas Tierra de nadie (1941),
Para esta noche (1943), La vida breve (1950), considerada por él mismo como su mejor
novela, y Los adioses (1954).
Reinstalado definitivamente en Montevideo, en 1955, colabora en la revista Acción.
Numerosas revistas uruguayas y argentinas dan a conocer relatos suyos. En los años
siguientes aparecen, una tras otra, sus obras de madurez: Para una tumba sin nombre,
titulada originalmente Una tumba sin nombre (1959), La cara de la desgracia (1960), El
astillero, otra de sus obras maestras (1961), El infierno tan temido y otros cuentos (1962),
Juntacadáveres, que es como el antecedente de El astillero pues ambas comparten
el mismo protagonista: Larsen (1962), La muerte y la niña (1973), Tan triste como ella,
relatos (1963), Tiempo de abrazar, viejo volumen cuyo original se había perdido en
1941 (1974).
Para entonces, la obra de Juan Carlos Onetti ha sido ampliamente reconocida. En
1962 recibe el Premio Nacional de Literatura de Uruguay; la editorial Aguilar publica en
México, en 1970, sus Obras Completas con prólogo de Emir Rodríguez Monegal y,
desde 1957, es director de Bibliotecas de Montevideo. Sus obras han empezado a
traducirse a otras lenguas, principalmente francés e italiano.
En1967, gana el segundo lugar del premio Rómulo Gallegos de Venezuela y el
triunfador, Mario Vargas Llosa, reclama para Onetti "el reconocimiento que se
merece". En 1972 se traduce al italiano El Astillero, que tres años después obtendrá el
primer premio a la mejor novela latinoamericana publicada en esa lengua. En 1974, el
Instituto de Cultura Hispánica de Madrid edita un número especial de la revista
Cuadernos Hispanoamericanos en su homenaje.
La dictadura instalada en Uruguay, en 1975, encarcela al escritor. Habiendo logrado
exiliarse, Onetti se instala en Madrid hasta el fin de sus días. Después de un periodo de
esterilidad, vuelve a publicar narrativa y ensayo: Dejemos hablar al viento (1979),
Cuando entonces (1987), Cuando ya no importe (1993). En 1979 preside el Primer
Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española en Las Palmas de Gran
Canaria.
En 1985, recibe el Gran Premio Nacional de Literatura de Uruguay y, en 1990, el Premio
de la Unión Latina de Literatura. Los últimos cinco años no se levanta prácticamente
nunca de la cama y, en 1994, muere en Madrid. Un mes antes, la Facultad de
Humanidades y Ciencias organiza las Primeras Jornadas Rioplatenses de Literatura, de
homenaje al escritor. Onetti se había casado cuatro veces, las dos primeras
sucesivamente con dos hermanas que eran primas suyas. Tuvo un hijo y una hija.
Onetti ha traducido también novelas de Faulkner y otros novelistas norteamericanos,
como Erskine Caldwell y Paul Wellman. Otros libros suyos de relatos son La casa en la
arena y Un sueño realizado y otros cuentos.
La narrativa de Onetti es generalmente escéptica y a veces amarga, de un realismo
estilizado e incisivo que le sirve para describir sin sentimentalismo la vida moderna. A
partir del relato “La casa en la arena” y la novela La vida breve, crea una ciudad
imaginaria, Santa María, versión literaria de Montevideo, donde suceden muchos de
sus argumentos y reaparecen personajes de un relato a otro.

Segunda nota biográfica.
Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1 de julio de 1909 - Madrid, 30 de mayo de 1994) fue un reconocido escritor uruguayo. La primera obra que publicó fue el cuento Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo el 1 de enero de 1933 en La Prensa (Argentina). Luego, en 1935 y 1936, en La Nación de Buenos Aires aparecen otros dos cuentos El obstáculo y El posible Baldi. De aquella época son el relato Los niños en el bosque y la novela Tiempo de abrazar, que no serán publicados hasta 1974. En 1939 ve la luz su primera novela El pozo. En esos años publica artículos y cuentos policiales con los seudónimos de Periquito el Aguador, Groucho Marx y Pierre Regy. La novela Tierra de nadie, publicada por Losada, de Buenos Aires, en 1941, obtiene el segundo puesto en el concurso Ricardo Güiraldes. Ese mismo año La Nación publica Un sueño realizado, considerado su primer cuento importante. En los próximos años verán la luz la novela Para esta noche y una serie de cuentos en La Nación, entre los que se destaca La casa en la arena (1949), por ser el que da comienzo al mundo de su ciudad de Santa María, que desarrollará en la novela La vida breve, publicada en 1950. Precisamente en esa ciudad mítica transcurrirá la acción de la gran mayoría de sus nuevas novelas y cuentos. En 1993 publicó la que fue su última novela, Cuando ya no importe, considerada una especie de testamento literario. La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, considera que Onetti es `uno de los pocos existencialistas en lengua castellana`. Mario Vargas Llosa, quien preparó un ensayo sobre Onetti, dijo en una entrevista a la agencia AFP en mayo de 2008 que `es uno de los grandes escritores modernos`, y no sólo de América Latina. `No ha obtenido el reconocimiento que merece como uno de los autores más originales y personales, que introdujo sobre todo la modernidad en el mundo de la literatura narrativa`. `Su mundo es un mundo más bien pesimista, cargado de negatividad, eso hace que no llegue a un público muy vasto`, con anterioridad Vargas Llosa había comentado que Onetti `es un escritor enormemente original, coherente, su mundo es un universo de un pesimismo que supera gracias a la literatura`. La obra literaria de Onetti, fuera de su poderosa originalidad, debe mucho a dos raíces distintas: la primera, su admiración por la obra de William Faulkner, como él, crea un mundo autónomo, cuyo centro es la inexistente ciudad de Santa María. La segunda es el Existencialismo: una angustia profunda se encuentra enterrada en cada uno de sus escritos, siempre íntimos y desesperanzados. Su primera novela, El pozo, de 1939, es considerada la primera novela moderna de Sudamérica, el ciclo de Santa María empieza en 1950, cuando aparece La vida breve. Juan Carlos Onetti recibió numerosos premios a lo largo de su vida, entre los que destacan el Premio Nacional de Literatura de Uruguay (lo recibe en 1962  por el bienio 1959/1960), el Premio Cervantes (1980), el Gran Premio Nacional de Literatura de Uruguay 1985, el Premio de la Unión Latina de Literatura 1990 y el Gran Premio Rodó a la labor intelectual, de la Intendencia Municipal de Montevideo (1991). En 1972 fue elegido como el mejor narrador uruguayo de los últimos 50 años en una encuesta realizada por el semanario Marcha, en la que participaron escritores de distintas generaciones. 
Fuente:N.N.


DISCURSO EN LA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES.
- 1 -
Majestades, excelentísimos señores académicos, dignísimas autoridades, señoras y
señores:
Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me
ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de
amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera
nada. Me resistí siempre a ofrecimientos, insistencias e incredulidades, sin saber que
una fatalidad inexorable me obligaría a hablar públicamente, por primera vez, en
España. Para desilusión de mis oyentes, muchos de ellos magistrales conversadores, mi
torpeza oratoria se vio penosamente confirmada.
Hoy, sin embargo, me presento ante ustedes con temerosa alegría porque, por una única
vez, estoy dispuesto a hablar, no sólo porque debo, sino porque quiero hacerlo. Porque
quiero manifestar de viva voz -o con una voz más o menos viva- la profundidad de mi
gratitud a España.
El viejo Heráclito el Oscuro dejó escritas estas sibilinas palabras: "Si no esperas, no te
sobrevendrá lo inesperado". He descubierto que, sin darme cuenta, hubo algo que esperé
a lo largo de mi vida, y que, inesperadamente, me ha sobrevenido en España. No me
refiero al Premio Cervantes en sí, ni a eso que llaman fama o gloria, sino a una forma de
humanidad, de amistad, de cordialidad, de entendimiento que he encontrado aquí, y que
dudo se prodigue en otra región de la tierra con tanta generosidad como en ésta. Digo
estas palabras no sólo pensando en mí, sino en miles de hijos de América que han
hallado su nueva patria en la patria de Cervantes.
Que un hombre, a mi edad, se vea rodeado de pronto, sin merecerlas, por tantas formas
de amor y de la comprensión, ya es, en sí mismo, uno de los mejores dones que el
destino puede depararle, un regalo de los dioses, algo que, por desgracia, sucede muy
pocas veces. En mi caso particular tengo más motivos que la mayoría por estar
agradecido: llegué a España con la convicción de que lo había perdido todo, de que sólo
había cosas que dejaba atrás y nada que me pudiera aguardar en el futuro. De hecho, ya
no me interesaba mi vida como escritor. Sin embargo, aquí estoy, unos cuantos años
después, sobrevivido. Esta sobrevida es lo primero que debo a los españoles. Estos años
de regalo, en los cuales he vuelto a escribir con ganas, después de mucho tiempo de no
hacerlo. He creído, gracias a esta tierra generosa, que todavía tenía algo que decir, un
penúltimo grano de arena.
Ya que hablamos de primicias españolas, con relación siempre a mi persona, es
conveniente que se sepa que el jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1980
Discurso de JUAN CARLOS ONETI
- 2 -
quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud
estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que
hasta entonces sólo había pagado a "placé" -o a colocado, como se dice en España- y
que no tenía ninguna victoria en su palmarés. No dejo de pensar, a veces, en la irónica y
compasiva justicia -o injusticia- de este, para mí, sorprendente fallo con que me han
beneficiado. Cervantinos siempre, quijotescos, los miembros del jurado transformaron
el pasado molino de viento de mis novelas en un soberbio gigante Briareo de cien
brazos.
He leído a Cervantes, y en particular al Quijote, incontables veces. Era un niño cuando
lo descubrí, y espero volver a leerlo una vez más, por lo menos, antes de morirme. Lo
que nunca pude imaginar, ni siquiera en los momentos más delirantes de mi existencia,
es que mi nombre llegara a estar unido al suyo. Hoy, por méritos que otros me han
exagerado, lo está. Les agradezco su delirio, superior al mío. Para mí, de todos modos,
no puede haber mayor motivo de emoción y de orgullo. Para mí y para todo novelista
auténtico.
He dicho que soy desde la infancia un inveterado y ferviente lector de Cervantes. Todos
los novelistas, sea cual sea el idioma en que escribamos, somos deudores de aquel
hombre desdichado y de su mejor novela, que es la primera y también la mejor novela
que se ha escrito. Una novela en la que todos hemos entrado a saco, durante siglos, y
que, a pesar de nosotros y de tan repetida depredación, se mantiene, como el primer día,
intocada, misteriosa, transparente y pura.
A pesar de que hay en este recinto muchas personas más cultas y talentosas que yo, y a
pesar de provenir, como provengo, de un lejano suburbio de la lengua española, me
atreveré a dar una tímida opinión personal sobre uno de los incontables valores de la
obra de Cervantes y, en especial, del Quijote.
El planteamiento del libro, su esencial libertad creativa e imaginativa marcan la pauta,
conquistan el terreno sin límites en el que germinará y se desarrollará toda la novelística
posterior. El maravilloso entramado de la más cruda realidad y la fantasía más exaltada,
la magia prodigiosa de dar vida permanente a todo lo que su mano, como al descuido,
va tocando, son virtudes que ya han sido, y siempre serán, alabadas, aplaudidas y
comentadas.
Yo no voy a referirme en este caso a la estética, a la técnica narrativa ni a la creación
novelística de Cervantes, sino a otro sustantivo, tan inmediato siempre a la verdadera
poesía y que yo he mencionado al pasar: la libertad. Porque el Quijote es, entre otras
cosas, un ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad.
Mi entrañable amigo, el gran poeta Luis Rosales, tuvo el acierto de titular a uno de sus
libros exactamente así: Cervantes y la libertad. Un enorme acierto, una enorme verdad.
Porque la libertad ha sido siempre una principal preocupación, y también una causa
principal, para todos los hombres sensibles e inteligentes.
Esta libertad que hoy respiramos, sencillamente, sin esfuerzo, como sin darnos cuenta.
Esta libertad que a muchos parece trivial, aburrida, insignificante. Yo, que he conocido
la libertad, y también su escasez y su ausencia, puedo pedir que siga siendo siempre así.
- 3 -
Un aire habitual, sin perfumes exóticos, que se respira junto con el oxigeno, sin
pensarlo, pero conscientes de que existe.
Amparándome en esta comprensión, en este sentido del humor (que no es un invento
exclusivamente británico, sino también y principalmente español), protegido de esta
forma, me permito declarar que yo, si tuviera el poder suficiente, que nunca tendré,
hacia un solo cercenamiento a la libertad individual: decretaría, universalmente, la
lectura obligatoria del Quijote.
Dijo Flaubert, quizá con excesiva ingenuidad, que si los gobernantes de su tiempo
hubieran leído La educación sentimental, la guerra franco-prusiana jamás se habría
producido. Por mi parte les pediría que leyeran a Cervantes, al Quijote. Confío en que si
lo hicieran, nuestro mundo sería un poco mejor, menos ciego y menos egoísta.
Esta Libertad que yo le debo a España se la debo también, como todos los españoles y
no españoles que vivimos sobre este suelo, principalmente a su Rey. Yo, que sufrí
amargamente años atrás la derrota de un gobierno legítimo español, y que he sido toda
la vida un demócrata convencido, nunca imaginé que me llegaría el día de hacer un
elogio público y sincero a un Rey, a un monarca en cuanto tal, es decir: por el hecho
mismo de ejercer la jefatura del Estado. Hoy lo hago fervorosamente, y querría que
todas las repúblicas de América se enteraran de ello.
El fantasma de aquel manco desvalido, preso por deudas, vigila y sabe que no miento,
que he dicho la verdad, honestamente.
Pido permiso a los señores académicos para citar una vieja frase latina: "Ubi Libertas lbi
Patri".
Gracias, Majestad; gracias, España.

jueves, 19 de enero de 2012

DE LA NUEVA NARRATIVA PERUANA: IVÁN THAYS (ENTREVISTA).

DE LA NUEVA NARRATIVA PERUANA: IVÁN THAYS (ENTREVISTA).

Iván Thays: "No soy un escritor vitalista que escribe sobre microbuseros"
Compartir: Escritor y activo blogger de la página Moleskine literario, Iván Thays no es de aquellos que se andan con falsas modestias. Cree que la crítica peruana fue injusta con su novela Un lugar llamado Oreja de Perro y que de no haber sido escrita por él la considerarían como una gran novela, sino una de las mejores. Habla el autor de La disciplina de la vanidad.

Alguna vez tuvo el aspecto de un rock star. Al menos esa impresión tuve cuando en el año 1999 lo vi en la presentación de su novela El viaje interior. Luego, aquel joven de la cabellera larga y con muchas pretensiones 'desapareció' literariamente tras la publicación de La disciplina de la vanidad (2000), pero a través de su programa de televisión Vano oficio cobró notoriedad mediática. Iván Thays (1968) acaba de publicar una novela juvenil El orden de las cosas (Alfaguara) y ese fue el pretexto para conversar con él.

 En La disciplina de la vanidad uno de los personajes dice "La literatura en este país vale un cuerno". ¿Crees que eso ocurre realmente aquí?

No, no. Yo creo que vale más de lo que uno valora. Lo que ocurre es que la comprensión de la lectura en los colegios está mal enfocada y la industria del libro se ha vuelto conservadora, pues no quieren dar el salto a la tecnología.

¿Alguna vez pasó por tu cabeza la idea romántica de solo dedicarte a escribir?
No, porque uno es realista con el país. Sabes perfectamente que ni siquiera un escritor como (Mario) Vargas Llosa puede dedicarse exclusivamente a escribir. Realmente hay que tener muy poca pretensión para pensar que escribiendo vas a tener una vida como quieres.

 Entre La disciplina de la vanidad, una de tus mejores novelas según reconocen incluso aquellos a los que no les simpatizas -que no son pocos- hasta Un lugar llamado Oreja de Perro pasaron ocho años. Decías que en ese lapso pasaron muchas cosas, entre ellas la separación de tu esposa y de tu hijo. ¿Esto último fue determinante para esa suerte de parálisis literaria?
Sí, así es. Cuando escribí La disciplina de la vanidad tenía 30 años y me encantaba la metaliteratura, estaba obsesionado con los temas sobre escritores, pero luego la vida me mostró que lo metaliterario no era lo que yo había venido a escribir a este mundo. Estuvo bien cuando era joven, pero luego tuve ganas de escribir algo que portara un mensaje o que dijera algo sobre las cosas que pasan, pero no con un compromiso ideológico.

 Y por cierto, ¿por qué le caes tan mal a algunos, sobre todo escritores? Te atribuyen una suerte de figuretismo literario. ¿No será simplemente que eres vanidoso a secas, lo cual no es delito? 
(Ríe). Yo no sé si es vanidad, porque la mayoría de personas que habla mal de mí no me conoce y no podrían saber si soy vanidoso. Yo no lo siento algo contra mí sino contra un grupo de escritores. Hay gente que le tiene cólera a un grupo de escritores a los que llaman los criollos o los limeños, y en ese grupo de escritores de esa generación soy el único que encaja porque (Mario) Bellatin vive en México. Además, la mayoría de escritores no ha tenido la suerte que he tenido yo editorialmente, porque tuve en un momento un foco mediático. Como ahora no tengo el programa de televisión, las rabias han pasado a ser más personales.

 Al buscar información sobre ti me he topado varias veces que tu nombre aparece junto al de Alonso Cueto y eventualmente junto al de Fernando Ampuero. ¿Es una coincidencia o es que ustedes tienen mucha influencia en nuestro pequeño mundillo literario?
Consideran que somos una mafia, cosa que es totalmente falso. Si entras en un archivo de periódico y te fijas cuánto papel han gastado en hablar de Oswaldo Reynoso o Miguel Gutiérrez y cuánto en mí o Alonso, te vas a dar cuenta de la diferencia. Yo soy totalmente honesto, si Un lugar llamado Oreja de Perro no hubiera sido escrito por mí sino por Miguel Gutiérrez, ahorita la gente estaría diciendo que esa es la gran novela del siglo XX.

 ¿Y la crítica acaso fue muy severa con esa novela?
En el Perú sí. Sentí que acá la crítica iba por el lado de "tú no tienes derecho a escribir sobre estos temas". No tengo ninguna duda de que si yo no hubiera escrito Un lugar llamado Oreja de Perro, la novela hubiera tenido mucho éxito en el Perú. Ha tenido mucho éxito afuera, ha sido traducida y tuvo buenas críticas.

 A propósito, reconociste alguna vez que te preocupaban mucho las críticas. Beto Ortiz dice que cuando criticó desfavorablemente en Caretas Las fotografías de Frances Farmer te pusiste mal y que incluso a partir de allí lo odias. ¿Qué hay de cierto?
No, no (ríe). Lo que sí es cierto es que me pareció que fue una crítica muy dura porque era burlona. Uno puede aceptar la burla, pero no la ridiculización.

 Él escribió que más que una promesa eras una deuda...
Eso estaba bien, porque expresa una opinión. Pero decía cosas como que "su prosa a veces te lleva al cielo y luego se despapaya contra el suelo". Ese tipo de cosas me afectaron, pues este mi primer libro tuvo muy buenas críticas y la única persona que le hizo una mala crítica y burlona fue Beto Ortiz, quien era la única persona a la que conocía y le di el libro. Entonces, el que era mi amigo habló mal, y me costó entender la ridiculización, por eso me molesté con el amigo, no con el crítico. Me afectó que alguien a quien consideraba mi amigo hable mal de un libro. Bueno, después descubrí que no era mi amigo por otras cosas. Curiosamente por esa época yo tuve una enfermedad en el estómago y me puse mal y estuve en el hospital y creo que él ha creado la ficción de que por su crítica me había dado un ataque hepático o algo así.



 SU OBRA Y LITERATURA PERUANA

La conversación transcurre en su departamento situado en el distrito de Miraflores. Al ingresar a su sala llaman la atención dos cosas: su biblioteca y un cuadro pintado de una tonalidad roja intensa. Si los libros que poseemos nos definieran, pues diríamos que indudablemente Iván Thays es hincha de Nabokov. Tiene todas - o casi todas- sus obras, incluyendo sus cuentos. Aunque también figuran escritores como Tom Wolfe con La hoguera de las vanidades y resalta también por el voluminoso libro de las conversaciones entre Borges y Bioy Casares. Es un show de los libros.

 Hablemos de tu acercamiento a la literatura, partiendo de que ante todo un escritor es un lector. ¿Cuándo fue tu primer contacto con los libros?
A los siete u ocho años. Recuerdo que leía los libros que mi padre compraba en esa colección de best sellers de Oveja Negra y también una colección de Ariel Juvenil que eran libros ecuatorianos. Él era un coleccionista de libros más que un lector.

 ¿Cuál de los libros que leíste de niño es el que recuerdas con especial cariño?
Aunque es un pésimo libro, recuerdo con especial cariño el de un cura llamado Francisco Finn, quien hizo una especie saga como de 20 libros sobre historias de niños en un colegio. Este autor fue el primero que me llevó a escribir y me hizo sentir que podía hacerlo.

 ¿De dónde proviene la obsesión por el tema del hijo ausente?, más allá de lo anecdótico o biográfico, ¿qué simboliza para ti?
En Un lugar llamado Oreja de Perro era un tema que tenía muy presente porque me había divorciado y mi exesposa se quería ir del Perú, entonces tenía el miedo de que mi hijo se vaya. Tenía un fantasma que tenía que exorcizar en esa novela y primero lo hice a través del cuento Lindbergh. En Un sueño fugaz el tema no es el hijo ausente, sino es una especie de respuesta de lo que yo era antes, cuando me interesaba la fama y si iba a tener lectores.

 ¿Ha sido vanidosa tu prosa alguna vez?
No vanidosa, pero sí creo que parte del cambio que tuve fue que antes mi prosa intentaba ser muy exquisita. En El viaje interior el lenguaje intentaba ser poético, usaba fórmulas como una obligación. En cambio ahora he optado por usar frases cortas, muy contundentes y que el tema me lleve más bien a lo que quiero llegar.

 ¿Ha sido injusto José Carlos Yrigoyren al escribir, a propósito de Un sueño fugaz, que tu obra es "Un conglomerado de fantasmas al margen del tiempo y de la vida, una fría dimensión cadavérica producida por las represiones artísticas de su creador"?
Bueno, me gusta la primera frase "un conglomerado de fantasmas...". Yo no soy un escritor vitalista, que escribe sobre  microbuseros. Mis mujeres son seres imposibles, hay un lirismo en sus vidas que no puede haber en las novelas de un escritor como Miguel Gutiérrez.

 ¿Y tienes algunas represiones en cuanto a temas?
No diría una represión, pues el hecho que no interese escribir la novela de un microbusero no significa que esté reprimido.

 ¿Qué es el éxito literario para ti?
Bueno, en Un sueño fugaz digo precisamente que es un sueño fugaz al igual que el fracaso. Pero hablando más genéricamente, para mí es un éxito literario el poder escribir y el publicar. O sea, que es algo que cuando tenía 20 años no se podía dar, pues no había editoriales jóvenes como ahora. El hecho de publicar y hacerlo afuera, mejor aun, me da a mí la pauta de que logré ser escritor como quería. Me siento escritor a pesar de que no vivo de escribir. Creo que todas mis actividades paralelas están supeditadas al hecho de que soy escritor.

 ¿Has dado literariamente lo mejor de ti?
No, yo espero que lo mejor de mí salga un día antes de morir.

 ¿Qué mitos persisten la literatura peruana? Escritores u obras sobrevaloradas, por ejemplo. Tú decías que Arguedas, salvo por Los ríos profundos, no te interesaba.
Cada lector busca lo que le interesa. Los ríos profundos me interesa por la parte espiritual. Entonces lo que yo sí diría que está sobrevalorado -tanto como en el fútbol- es pensar que el Perú es un país de escritores. Pienso que el Perú no es un país de buen fútbol ni de buena literatura. Somos un país que tenemos buenos escritores, individualidades. Como Vallejo no hay ninguno, pero eso no quiere decir que nuestra poesía es buena.

 Tú diriges un taller de creación literaria, ¿se puede realmente aprender a escribir?
Sí, estoy totalmente convencido y tengo pruebas de que se puede aprender a escribir. He visto a alumnos entrar al taller escribir textos muy malos y luego publicar cosas extraordinarias. El taller sirve mucho para soltarse y para ver los errores. Pero creo que lo principal del taller es que no dan técnicas sino que te hace reflexionar sobre el acto de escribir.

 ¿Qué de bueno y qué de malo genera el márketing aplicado a la promoción de una obra literaria?
Bueno, creo que el marketing es un fenómeno que no solo tiene que ver con la literatura sino con el mundo en general. El marketing vende productos, le importa un bledo si son culturales. Lo que creo es que el escritor no puede hacer marketing de sí mismo, o sea, eso me parece desagradable, incómodo, que un escritor se marquetee a sí mismo y hable de sí mismo.



LIBROS, VANO OFICIO E INTERNET

 Dice que en el extranjero se le conoce incluso más como blogger que como escritor. En su Moleskine Literario difunde artículos sobre libros y escritores aparecidos sobre todo en medios del extranjero. También es asiduo usuario de Facebook y utiliza el Twitter para enlazar sus últimos post. Digamos que Thays, como muchos de sus colegas, es un escritor 2.0.

Sobre tu programa de televisión Vano Oficio, que tuviste a cargo durante siete años, te quejabas de que la gente no comentaba los contenidos, sino se fijaban más en qué escritores invitabas. ¿Cómo ves en retrospectiva esa experiencia televisiva?
La televisión sirve para ver que tal persona existe. Te da notoriedad. Hay que saber usar eso y eso quizás es algo que no supe hacer con el programa. Si hiciera ahora un programa de televisión lo haría completamente distinto, dirigiéndome a un público que va a estar atento más a los objetos que a las palabras. Lo haría más sencillo, menos intelectual, más visual. Me dio muchas cosas buenas el programa de televisión, pero nunca se llegó a entender que un programa de televisión no es un ministerio de la Literatura o que yo tenía que divulgar todo lo que se había publicado.

 ¿Y volverías a hacer un programa como Vano oficio?
Bueno, si aceptan lo que quiero proponer, pues definitivamente no haría un programa igual al que hice antes.

 ¿El futuro de la Literatura está en Internet?
Totalmente. En el e-book. Yo creo que las librerías deben cambiar totalmente su sistema de ventas para no morir. Creo en la librería moderna, que a través de Facebook, Twiter explique lo que tiene.

 ¿Y crees que el libro de papel se volverá objeto de culto?
Probablemente pasará en muchos años, así como ocurrió con el cassette.

 ¿Qué te gustaría que se diga de ti dentro de unos cincuenta años?
Cincuenta años, ¿qué edad tendré? ¿Noventaitantos? (ríe). Después de escribir Un sueño fugaz me quité la idea de la eternidad, no me interesa que dentro de 200 años la gente vea mi nombre en una enciclopedia. Lo que sí me gustaría en realidad es que mi hijo y nieto -si lo tengo- digan que yo fui el modelo de alguien que hizo lo que quiso hacer. No alguien que sacrificó sus sueños a cambio de otras cosas.

martes, 17 de enero de 2012

DIEZ AÑOS DE LA MUERTE DE: DON CAMILO JOSÉ CELA

DIEZ AÑOS DE SU MUERTE: CAMILO JOSÉ CELA.
Camilo José Cela, el arquitecto de palabras inmortales
17 ENE 2012

Antonio Castillejo. Hoy se cumplen 10 años de la muerte del autor de ‘La colmena’. En 1989 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Cela, diez años después
El hombre que durante toda su vida mantuvo que “la palabra es más duradera que la piedra”, Camilo José Cela Trulock, falleció en Madrid el 17 de enero de 2002, a los 85 años de edad. Nacido en Iria Flavia, en 1916, y traducido a las lenguas más diversas, el prolífico escritor fue también pintor, torero, actor, soldado y funcionario, aunque su vertiente más reconocida y premiada fue la de “arquitecto de la palabra”.
La primera incursión en el mundo de las letras de un Cela que años después declararía que escribía “por rigurosa necesidad, porque si no, me siento mal”, fue a los 23 años, con Pisando la dudosa luz del día. Tres años después, en 1942, llegaría su primera y aclamada novela, La familia de Pascual Duarte, unánimemente aclamada, premiada y traducida a más de 20 idiomas.
En 1982, varias universidades norteamericanas le propusieron por primera vez para el Nobel de Literatura. Pero la hora de su reconocimiento en Estocolmo aún no había llegado. Sin embargo, en España su éxito era absoluto y en 1984 se le concedió el Premio Nacional de Literatura por Mazurca para dos muertos, una de sus más grandes novelas, a la que hay que sumar La colmena (1951), Pabellón de reposo (1943), La catira (1955), Oficio de tinieblas (1973) o San Camilo 1936 (1969).
La obra de Cela también fue llevada a la gran pantalla. En la versión cinematográfica de su, para muchos, obra maestra, La colmena, dirigida por Mario Camus en 1982, el propio escritor interpretó el personaje de Matías Martí. Asimismo, intervino como actor en películas como El sótano, Facultad de Letras y Manicomio, y en 1975 Ricardo Franco llevó al cine La familia de Pascual Duarte.
En 1985 el escritor realizó un nuevo viaje por la Alcarria, en esta ocasión en un coche conducido por una bella choferesa negra uniformada de blanco, cuarenta años después del que realizara para escribir el libro del mismo título, considerado como una de las piezas maestras de la literatura de viajes.
Ya en 1987, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y fue finalista en la concesión del Nobel. Al año siguiente publicó Cristo versus Arizona, novela con la particularidad, empleada por primera vez por Cela, de que en ella no hay un solo punto.
Pero el escritor, que en más de una ocasión apuntó que “la literatura es un arte cruel”, también tuvo tiempo para su vida privada. En 1989 se hizo pública su relación con la periodista gallega Marina Castaño, de 33 años, tras abandonar el domicilio conyugal en Mallorca, donde residía su esposa, Rosario Conde.
Ese mismo año la Academia Sueca le concedió por fin el Premio Nobel de Literatura por su “rica e intensa prosa”, que con una “pasión controlada” muestra una “visión provocadora de la realidad humana”. “Tras el Nobel pensé en dejar las letras”, dijo entonces, pero continuó escribiendo y con La cruz de San Andrés obtuvo el Premio Planeta. Fue entonces cuando, tras habérsele negado el Premio Cervantes durante años y convencido de que “detrás del reconocimiento social están siempre los burócratas de la literatura que se pasan la vida dando patentes”, Cela afirmó respecto a ese galardón que “está lleno de mierda porque se ha politizado”.
Sin embargo, tampoco el Cervantes se le negó al escritor, que para entonces había declarado: “Nuestra lengua se llama español. ¿Que no lo aceptan? Allá cada cual. El nacionalismo me parece estúpido”. El preciado galardón se le otorgó en 1995 por decisión de un jurado que, tras cuatro votaciones, reconoció así el valor y la significación literaria de su obra.
Un año más tarde se le concedió el título de marqués de Iria Flavia, cuyo escudo lleva por lema El que resiste, gana porque él declaró una vez que “en España, el que resiste, gana. Lo que pasa es que, a veces, esa resistencia puede ser muy dolorosa”. En 1998 llegó el primer tomo de su Diccionario geográfico popular de España, un ambicioso proyecto que buscaba reunir el léxico popular de España y sus autonomías. Y en 1999 publicó su última novela: Madera de boj, dedicada a la Galicia marinera.
Pero su exitosa carrera no estuvo exenta de polémica. En mayo de 1999, saltó el escándalo por las acusaciones de plagio de la escritora gallega María del Carmen Formoso, autora de Fluorescencia, cuyo argumento se asemejaba a la posterior La Cruz de San Andrés de Cela. La trayectoria del autor se puso en entredicho, aunque las consecuencias no pasaron del plano mediático y de la inédita imagen de ver a un Nobel en los juzgados. Tampoco pasó desapercibido el hecho de que repitiese un mismo discurso en foros especializados hasta en tres ocasiones. Sin embargo, ninguna de estas anécdotas sirvieron para empañar la figura de un escritor cuyo legado literario le sobrevivirá por siempre.
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/cultura/camilo-jose-cela-arquitecto-palabras-inmortales-20120116

nota biográfica:
LINK PARA DESCARGAR LA NOVELA: LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE
Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y articulista español (Íria Flavia, La Coruña, 1916). Nacido en el seno de una familia de ascendencia inglesa e italiana por parte de madre, vivió en Madrid desde su niñez, ciudad en la que estudió Derecho y asistió también a clases en la Facultad de Filosofía y Letras. En 1935 se anunció como poeta en El Argentino, revista de La Plata, prometiendo la publicación del poemario Pisando la dudosa luz del día, que sería impreso en 1945.


En 1931, una enfermedad pulmonar le obligó a numerosos períodos de reposo en los que se dedicó a las lecturas que habían de conformar su personalidad literaria: Cervantes, Quevedo y Órtega y Gasset, a los que habría que sumar su desgarrada visión de España, emparentada directamente con la de Goya y Valle-Ínclán. A este esperpentismo corresponde en buena medida el carácter brutal de algunas páginas de sus libros como El bonito crimen del carabinero y otras invenciones (1947), El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos (1951) o La Familia de Pascual Duarte (1942), con tal brutalidad el autor busca acudir a la raíz primaria del ser humano, más allá de todo lo que implique educación del carácter. La búsqueda de esa misma esencia primitiva fue la impulsora de sus libros de viajes, iniciados en 1948 con el conocidísimo Viaje a La Alcarria, y a los que pertenecen también, entre otros, El gallego y su cuadrilla (1949), Judíos, moros y cristianos (1956), Viaje al Pirineo de Lérida (1965) y Primer viaje andaluz: notas de un vagabundo por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva, y sus tierras (1989).


En 1942, la publicación de La familia de Pascual Duarte supuso un revulsivo dentro del desolador panorama de la narrativa española de postguerra. Su excelente estilo se ponía al servicio del realismo más crudo y sin concesiones que dio lugar a la creación de una corriente denominada tremendismo. En 1957 ingresó en la Real Academia Española, pronunciando un discurso sobre La obra literaria del pintor Solana. El tono lírico se diluye mediante la utilización de la perspectiva múltiple en Pabellón de reposo (1943).


En 1944 se volverá hacia el molde picaresco para escribir Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, reconstrucción literaria que destaca especialmente por la riqueza léxica. En La Colmena, publicada en 1952 en Buenos Aires por los problemas que le causó la censura en España, el autor se comporta como el fotógrafo que sale a la calle con su cámara a cuestas para retratar lo que ve. En la obra, más de trescientos personajes, muchos de ellos sólo nominales, se entrecruzan en tres días de diciembre y por dos o tres barrios del centro de Madrid. En Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), tiene lugar un alucinado monólogo de una mujer con su hijo muerto, plasmado -nuevo experimento narrativo- a través de cartas que la mujer escribe. En La Catira (1955), la recreación de la naturaleza y el lenguaje venezolano.


En 1969 publica Vísperas, festividad y octavas de San Camilo de 1936 en Madrid (1969), ambientada en los primeros días de la guerra civil en Madrid y que le sirve para bucear una vez más en el primitivismo hispano, ahora analizando el cainismo de la sociedad española. Las últimas novelas del autor son: Óficio de Tinieblas 5 (1973), su obra más personal a la que se ha referido, como ya lo hiciera Espronceda con el Canto a Teresa como `una purga de mi corazón`, Mazorca para dos muertos (1983), Cristo versus Arizona (1988) y La cruz de San Andrés (1994). Entre 1956 y 1979, fue director de la revista mallorquina Papeles de Son Armadans, auténtico foro cultural de aquellos años. Son también de interés sus colaboraciones en libros de pintura como Gavilla de fábulas sin amor (1962, sobre Picasso) y El Solitario (1963, sobre Rafael Zabaleta), de fotografía, como Toreo de salón (1963).


Es autor de varios volúmenes de memorias y numerosos relatos, artículos periodísticos y trabajos de erudición, entre los que destaca su Diccionario secreto (1968 y 1971). Asimismo, es autor de una breve obra dramática compuesta por dos títulos estrenados en 1970: María Sabina y El carro de heno o el inventor de la guillotina, y de diversos ensayos sobre temas varios tales como Vuelta de hoja (1981), Rol de cornudos (1985) o Rol de comidas (1989). En el otoño de 1997, Camilo José Cela acabó la redacción de una obra de teatro titulada Homenaje a El Bosco, segunda parte, extracción de la locura o El inventor del garrote. En septiembre de 1999 presentó Madera de boj, la novela que aplazó hace diez años, al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1989.


En su importante faceta como articulista, colaboró con los periódicos El Independiente, El País, El Mundo, ABC, entre otros. En 1985 se constituyó la Fundación Camilo José Cela, con sede en el conjunto arquitectónico del siglo XVIII conocido como la Casa de los Canónigos, en Iria Flavia (Galicia), que alberga el legado del autor y tiene como principal objetivo la difusión y el estudio de su obra. En 1977 fue nombrado senador por designación real en las primeras Cortes Generales Constituyentes de la transición española, cargo que ejerció hasta 1979. En 1996 fue nombrado marqués de Iria Flavia. Murió el 17 de enero de 2002, en Madrid, y sus restos mortales fueron enterrados en su ciudad natal.
Fuente:N.N.

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