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domingo, 31 de mayo de 2015

Premio Hugo. Año: 1958. Fritz Leiber. Novela: "El gran tiempo".





Obra ganadora del Premio Hugo a la mejor novela de ciencia ficción
Recordado frecuentemente como un escritor de ciencia-ficción, la vida de Fritz Leiber es mucho más compleja que la de un simple escritor. Fritz Reuter Leiber Jr fue hijo de un notable actor shakesperiano y una actriz del cine mudo. Inclinado inicialmente hacia esos campos, intervino como actor en la compañía de su padre de 1934 a 1936, fecha en la que decidió asentarse como escritor. Aunque no olvidó su faceta de actor e intervino en pequeños papeles cinematográficos como en CAMILLE (1937) junto a Greta Garbo y Robert Taylor. Su filmografía cuenta, al menos, con 5 o 6 de estos papeles.

Leiber se graduó en la Universidad de Chicago en Psicología y Fisiología, estudios que le ayudaron a pergeñar la estructura de alguna de sus historias, y, al mismo tiempo, siguió un Seminario sobre Teología General Episcopaliana. Llegó a ser sacerdote episcopaliano, ocupación que dejó al cabo de un año.

Se le atribuye el mérito, que él mismo ni ha negado ni ha confirmado, de haber sido el primero en usar el término Espada y Brujería para describir el particular subgénero en el que abundan la hechicería y las aventuras de espadachines. También escribió cuentos y novelas sobre horrores insondables cuyo lugar común es poseer algo profundamente siniestro bajo la superficie de una apacible vida urbana. Sus influencias proceden de Shakespeare, Edgar Allen Poe, H. P. Lovecraft y M. R. James de quienes tomó alguno de sus temas.

Su carrera de escritor experimentó muchos altibajos debido a su alcoholismo crónico, algo de lo cual habló y escribió abiertamente, logró publicar 40 libros.

Debemos precisar que su interés por la literatura proviene de su larga correspondencia con un intimo amigo de universidad, Harry Fischer. Conjuntamente desarrollaron unos personajes que constituyen sus alter egos: El nórdico Fafhrd, un individuo larguirucho, alto, flexible, procedente del Norte (basado en Leiber), y el Ratonero Gris, vivaz basado en (Fischer). Leiber presentó los personajes por primera vez en una historia, ADEPT GAMBIT, que serviría el molde de creaciones posteriores en un mundo de magia mística y constituirían la saga de Fafhrd y el Ratonero Gris, también conocida como Espada y Brujería. Uno de estos relatos, MAL ENCUENTRO EN LAMMARCK recibió el premio Hugo en 1971 y el Nebula en 1990. Los relatos fueron recopilados en seis o siete volúmenes, todos publicados en español.

A mediados de los 40 empezó a publicar en Astounding Science Fiction, probablemente esto influyó en un viraje hacia la ciencia-ficción. Desde entonces incluiría elementos de este género en sus novelas.

El lado más interesante de la literatura de Leiber es su preocupación por la amenaza del moderno horror urbano, de la vida en ciudad y su trama de terrores que gradualmente corrompen la psique. En LA PISTOLA AUTOMÁTICA nos presenta una pistola con vida propia, y en EL FANTASMA DEL HUMO las tensiones que sufre un trabajador metropolitano sobre el que se ejerce presión. Ambos relatos se encuentran recopilados en ESPECTROS DE LA NOCHE.

Leiber también estaba fascinado con la idea de la mujer fatal. Usó la brujería como una metáfora de la astucia femenina y escribió una de sus mejores novelas ESPOSA HECHICERA de la que se han rodado dos películas, una de ellas con guión de Matheson, y un episodio televisivo también con guión de Richard Matheson. La culminación fue NUESTRA SEÑORA DE LAS TINIEBLAS, no sólo un homenaje para el género de horror sino la resolución natural de su trabajo previo.

THE GREEN MILLENNIUM (EL MILENIO VERDE) es una novela completamente diferente de ESPOSA HECHICERA y HÁGASE LA OSCURIDAD tanto en humor como en aproximación. Es una novela con muchos más mundos paralelos, especialmente en lo social, que su trabajo previo. Mezcla una visión sobre America de pesadilla con su habitual sentido del humor.

Una de sus mejores obras como escritor de ciencia-ficción es HÁGASE LA OSCURIDAD cuyo argumento se centra en el derrocamiento de una dictadura religiosa que guarda celosamente sus conocimientos científicos para manipular a la gente.

Y, como no, está su serie sobre la Guerra del Cambio escrita entre 1958 y 1965 narra las luchas entre dos facciones, las arañas y las serpientes por controlar el universo. Para ello no dudan en reclutar dobles a los que separan de su línea temporal y utilizan en su guerra a lo largo del tiempo y el espacio. El interés de la historia está en el misterio que envuelve toda la historia, Leiber por no preocuparse no se preocupa ni de explicarnos las líneas generales de la contienda. Tal vez sea el toque Leiber lo que encandile al lector y le haga leer hasta el final. La serie está formada por una recopilación de relatos, CRÓNICAS DEL GRAN TIEMPO, y una novela corta, EL GRAN TIEMPO, que fue premiada con el Hugo en 1958.

EL PLANETA ERRANTE es su novela de ciencia-ficción clásica. Ganó el premio Hugo de 1965. Se la puede considerar la predecesora de novelas y películas de desastres posteriores. La novela explora con detenimiento las diversas reacciones de la gente ante la posibilidad de una muerte inminente.

***

Fritz Leiber se distingue entre los autores norteamericanos de ciencia ficción por dos importantes características. La primera, por ser uno de los decanos en su profesión. La segunda, por ser un escritor ecléctico, que nunca se ha encasillado en un solo género o estilo determinado, sino que ha sobresalido, y sigue sobresaliendo, en varios de ellos. También reúne otra característica, a la que él no da la menor importancia: la de ser el autor que más premios literarios de fantasía y ciencia ficción ha ganado en el mundo: seis Hugos, tres Nébulas y cuatro premios de literatura fantástica, el Lovecraft, el August Derleth, el Gandalf y el Lovecraft a la obra de toda una vida. Un record que no ostenta por ahora ningún otro escritor de fantasía o de ciencia ficción. Y me atrevería a decir que posee aún una cuarta característica, mucho más importante que las anteriores: una profunda humanidad, que se refleja constantemente, tanto en su obra como en su persona.
Fuente: N.N.



(Fragmento) Novela. El gran tiempo.

S.O.S. DESDE NINGUNA PARTE
Me di cuenta de que el piano había abandonado a Erich y al volver la cabeza vi a Beau, Maud y a Sid amontonados sobre el diván de control. El Control Mayor indicaba con su luz verde emergencia inmediata, pero la señal era tan simple que hasta yo reconocí la l amada de peligro de las Arañas y, por unos segundos, me sentí muy mal. Entonces Erich sopló su hálito de reserva sobre el medio de la «Puerta» y yo me di una de mis estimulantes patadas mentales en la base de la espina dorsal y corrimos, con Mark, hacia el os, que estaban en el centro del Lugar.
El parpadeo se extinguía mientras nos acercábamos y Sid nos dijo que no nos moviéramos porque hacíamos sombras. Pegó sus ojos al indicador y nosotros permanecimos rígidos como estatuas mientras él acariciaba los diales como si estuviera haciendo el amor.
Su sensible mano revoloteó sobre el dial de Introversión y sobre el Control Menor, e inmediatamente el Lugar se puso negro como mi alma y no existió para mí nada más que el brazo de Erich y el conocimiento de que Sid estaba cuidando una luz verde que yo ni siquiera podía ver, aunque mis ojos tuvieron tiempo suficiente para acomodarse.
Entonces la luz verde l egó nuevamente muy despacio, y pudimos ver la vieja y amada y tranquilizadora cara de Sid — el verde dorado lo hacía aparecer como un sireno — y el botón que bril aba con toda su luz, y a Sid que encendía las luces del Lugar, y entonces me relajé.
—Compañeros, estén listos para un enganche. Los he aprehendido no importa quienes sean o dónde estén.
Beau, por supuesto el más cercano, lo miró severamente. Sid se estremeció, incómodo. — Al principio me pareció que era de nuestro globo mil años antes del Señor, pero esa señal destel ó y se desvaneció como por arte de magia. Por lo visto el l amado viene de algo más pequeño que el Lugar y seguramente al garete en el cosmos. También creí reconocer al primero — un atomítico antipódeo l amado Benson Carter — pero esa apariencia se modificó.
Beau dijo:
—No nos encontramos en la fase adecuada de los Lugares cósmicos con ritmo de enganche, ¿no es cierto, señor? Sid respondió:
—En general no, muchacho. Beau continuó:
—No creía que tuviéramos algún enganche concertado. Ni órdenes de alerta. Sid dijo:
—No, en verdad. Los ojos de Mark refulgieron. Tocó a Erich en el hombro.
— Un denarius octaviano contra diez Reichsmarks parece una celada de las Serpientes. La irónica sonrisa de Erich descubrió sus dientes.
— Adelante con la operación Puerta que estoy con ustedes.
No era necesario eso para que yo advirtiera la gravedad de la situación o concibiera la idea de que siempre existe la posibilidad de toparse con algo verdaderamente ajeno al cosmos. Las Serpientes hablan interceptado nuestra clave más de una vez. Maud tranquilamente repartía armas y Doc la ayudaba. Sólo Bruce y Lili no intervenían. Pero observaban.
El indicador bril ó. Sid se dirigió al Sustentador y dijo:
—Muy bien corazoncitos. Recuerden, a través de esta Puerta pasan los refulgentes pisciformes hacia adentro y afuera del cosmos.
La Puerta apareció a la izquierda y por encima de donde debería estar y se oscureció demasiado rápido. Hubo una oleada de viento marino con añejo gusto salado, si eso tiene algún sentido, pero nadie escaló los Vientos del Cambio, podría jurarlo — y yo habría estado braceando contra el os. La Puerta se puso de color tinta y hubo un aleteo de látigos de piel gris y un destel o de carne cobriza y dorada y algo oscuro y ruido de cascos y Erich que apuntaba un detonante revólver por encima de su brazo, y después la Puerta se desvaneció y un Lunarius de plata y con tentáculos y un sátiro Venusius se dirigieron en línea recta hacia nosotros.
El Lunarius aferraba un montón de ropas y armas. El sátiro ayudaba a una mujer de cintura de avispa a l evar un pesado casquete de bronce. La mujer vestía pol era corta y breve chaqueta de cuel o alto de cuero castaño tan oscuro que era casi negro. Su peinado de petsofa culminaba en dos cuernos y osadamente refulgía, áurea, aquí y al í y usaba sandalias y brazaletes de cobre en los tobil os, y muñecas — uno era un l amador de cobre y plata — y de su ancho cinturón de cobre pendía un hacha corta de dos cabezas. Era morena, la frente y la barbil a huidizas, pero el efecto era cualquier cosa menos debilidad; tenía un rostro de hermoso arco, y muy familiar, ¡por Cristo!
Pero antes de que yo pudiera decir «Kabysia Labrys», Maud me lo espetó agudamente
—Es Kaby con dos amigos. Viene con una pareja de Fantasmas.
Y entonces vi que realmente se trataba de los viejos días porque reconocí a mi enamorado Lunarius Ilhilihis, y en medio de la gran confusión me di una buena patada esclarecedora porque advertí que podía distinguir la personalidad de cada una de las aterciopeladas jetas de plata.
Llegaron al diván de control e Il y depositó al í su carga y los otros el casquete, y Kaby osciló pero se desprendió de los dos ETs cuando comenzaron a sostenerla y miró airadamente a Sid que intentaba hacer lo propio aunque el a era su «dulce amiga Keftiana» que él le había mencionado a Bruce.
Kaby se inclinó con los brazos extendidos sobre el diván y dio dos boqueadas tan profundas que se le marcaron las vértebras a través de su morena cintura y luego sacudió la cabeza y ordenó, — ¡Vino!
Mientras Beau se precipitaba a buscar el vino, Sid intentó tomar nuevamente su mano y le dijo:
—Adorada, nunca te escuché l amar antes y tampoco sabía que esta vez se trataba de ti.
Pero el a se desprendió.
— Ayuden a Lunarius.
Y yo miré y vi — ¡Oh, Júpiter! — que uno de los seis tentáculos de Ilhilihis colgaba por el medio.
Eso me concernía y, mientras me acercaba a él, recordé sintéticamente para mí misma: «Recuerda, sólo pesa cincuenta libras aunque tiene siete pies de altura; no le agradan los sonidos graves ni que lo apretujen; las dos piernas no son tentáculos y tienen un uso distinto; las usa para los pasos largos, los tentáculos para los saltos; también usa los tentáculos para mirar de cerca y para manipular; cuando están extendidos significa que se encuentra tranquilo; cuando retraídos, en guardia o nervioso; crispadamente retraídos, disgustado; saludando…»
Justamente, uno de el os barrió mi cara como un dulce y oloroso plumero y yo le dije:
—Il y, muchacho, hace tantos sueños…
Y mis dedos cepil aron suavemente su hocico. Hube menester, sin embargo, de cierto autocontrol para no oprimirlo y con un cloqueo procuré tomar su colgante tentáculo, pero él lo alejó y la cajita de la voz que pendía de su cinturón chil ó:
—Mala, mala. Papá se las arreglará solo. Greta, mujer, ¿vendaste siquiera, alguna vez, a un octopus de la Tierra?

Por cierto que sí, a un inteligente octopus de alrededor de un cuarto de bil ón A. D. pero no se lo dije. Permanecí a su lado y dejé que le hablara a la palma de mi mano con uno de sus tentáculos — la inefable conversación de plumas que se siente tan bien, aunque me he preguntado con frecuencia quién le enseñó el inglés — y observé cómo usaba a otros dos tentáculos para extraer una especie de venda Lunaria de su bolso y tapar su herida con el a.
Mientras tanto, el sátiro se arrodil ó sobre el casquete de bronce, decorado con pequeñas cabezas de muertos y cruces con ganchos en la parte superior y svásticas, y sin embargo, mucho más antiguo, en apariencia, que nazi, y el sátiro le dijo a Sid:
—Pensándolo bien, jefe, cuando usted vio que la Puerta se elevaba, disminuyó la gravedad, ¿podría usted aumentarla ahora?
Sid tocó el Sustentador Menor y todos nosotros nos volvimos muy livianos y mi estómago dio una voltereta y el sátiro apiló sobre el casquete las ropas y armas que había transportado Il y y cargó con todo y cuidadosamente lo depositó en el extremo del bar. Decidí que el sátiro era un maestro inglés, seguramente una personalidad fuerte, también. Me hubiera gustado conocerlo a él, el a, el o.
Sid pensó preguntar a Il y si quería gravedad lunar normal en un sector, pero a mi amado le gusta la mezcla y, como es tan liviano, la gravedad terráquea normal no lo perturba. Como me dijera una vez:
—¿Podría la gravedad joviana molestar a un escarabajo, querida Greta?
Le pregunté a Il y sobre el sátiro y chil ó que se l amaba Sevensee y que no lo había conocido antes de esta operación. Yo sabía que los sátiros venían de un bil ón de años en el futuro, así como los Lunarius de un bil ón de años en el pasado, y pensé — ¡Krishna! pero debe de haber sido una operación verdaderamente importante o de emergencia para que las Arañas utilizaran a estos dos, con dos bil ones de años entre ambos; una diferencia de tiempo ligeramente sobrecogedora durante unos segundos, como ustedes sabrán.
Comencé a interrogar a Il y sobre el asunto pero justamente Beau huía del bar con una gran copa negra y roja de barro l ena de vino; hacíamos lo posible por tener una variedad utensilios para bebidas en reserva, de modo que los tipos se sintieran más a gusto. Kaby se la arrebató y la apuró casi de un solo trago y luego la estrel ó contra el piso. El a hace esta clase de cosas aunque Sid intentó enseñarla mejor.
Después se quedó contemplando su pensamiento hasta que los ojos se le pusieron en blanco y los labios se le estiraron hacia atrás descubriendo sus dientes y cobró un aspecto mucho menos humano que los dos ETs, como si fuera una furia. Sólo un viajero del tiempo sabe cuán parecidos a los murales salvajes y a sus grabados pueden lucir algunos de los antiguos.
Se me erizó el pelo con un alarido. Golpeó el diván con el puño y gritó:
—¡Dioses! ¿Debo ver destrozada a Creta, revivida y ahora nuevamente destrozada? Esto es demasiado para vuestra esclava.
Personalmente, yo pensaba que el a podía resistir cualquier cosa.
Hubo una ola de preguntas sobre lo que decía de Creta — yo formulé una, porque las noticias, por cierto, me aterrorizaban — pero el a levantó su brazo pidiendo silencio e inspiró profundamente antes de comenzar.
—La batal a no se había definido. Como negros centípedos, los proyectiles de los Dorios se estrel aban contra nuestros innumerables barcos. Sobre la bril ante playa, oculta por las rocas. Sevensee y yo permanecíamos junto al fusil de aguja, alertas para inferir silenciosas heridas a los negros cascos. Junto a nosotros se encontraba Ilhilihis, vestido de monstruo marino. Pero entonces… entonces…
Entonces comprobé que no era una criaturita de hierro, pues su voz se quebró y comenzó a temblar y a Sol ozar angustiadamente, aunque su rostro era todavía la máscara de la ira, y arrojó el vino hacia arriba. Sid se adelantó de un salto y la hizo detenerse, y pienso que ese había sido su propósito desde hacía rato.


Cuando tomo un diario y lo leo, imagino fantasmas que se deslizan entre las líneas. Debe de haber fantasmas en todo el mundo. Deben de haber fantasmas en todo el mundo. Deben de ser innumerables como los granos de arena, me parece.

viernes, 29 de mayo de 2015

Premio Hugo. Novela. 1956. Robert Anson Heinlein


Premio Hugo. Novela. 1956.
Robert Anson Heinlein (7 de julio de 1907 - 8 de mayo de 1988) fue un escritor estadounidense de ciencia ficción considerado por algunos críticos entre los tres mejores de todos los tiempos (junto con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke).
Ganó cuatro premios Hugo por Estrella doble (1956), Tropas del espacio (1960), Forastero en tierra extraña (1962) y La Luna es una cruel amante (1967). Fue elegido en 1974 Gran Maestro por la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos (SFWA), convirtiéndose así en el primer galardonado con esta distinción.
Habitualmente riguroso en cuanto a la base científica en sus historias, incluso sus historias de fantasía contienen una estructura científica lógica. Una de las características que definen su escritura fue el introducir en la temática de la ciencia ficción la administración, la política, la economía, la lingüística, la sociología y la genética. Fue también uno de los abanderados del individualismo, lo cual quedaba reflejado en la riqueza de los personajes (ejemplo claro es Lazarus Long), tanto en conocimientos, como en habilidades.
Otro de los temas recurrentes en este autor es cuestionar las costumbres contemporáneas, culturales, sociales y sexuales, describiendo sociedades con ideales bastante alejados de los de la sociedad occidental de su época. Estas ideas se reflejan en varios de sus libros, como en Forastero en tierra extraña o El número de la bestia (1980).

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Estrella doble 
Robert A. Heinlein
Título original: Double Star
Trad. Albert García, revisada por Arturo Alonso
Col. Solaris Ficción nº 15
La Factoría de Ideas, 2001
Si alguien necesita pruebas para acallar de una vez por todas a esos críticos nostálgicos que se lamentan de que la ciencia-ficción ya no es lo que era, nada mejor que leer esta novela, en su día galardonada con el premio Hugo, para a continuación emprender la lectura de El globo de oro de John Varley, que tiene mucho de homenaje a Estrella doble y que demuestra que los años no pasan en balde.

Es cierto, la ciencia-ficción ya no es lo que era. Porque lo que en su día fue aclamado como la mejor novela del año por los aficionados al género hoy no pasa de ser una novelilla de aventuras (más disfrutable por un público juvenil que por lectores adultos), bien llevada, agradable de leer y olvidable casi en el momento mismo en el que uno cierra las páginas del libro. En lugar de lamentarnos quizá deberíamos sentirnos agradecidos de que novelas actuales como El globo de oro, sin duda una obra bastante menor en la trayectoria de Varley, resulten mucho más satisfactorias, complejas y menor narradas que algunas de las obras que en su día fueron proclamadas como clásicos. Es prueba de que, pese a todo, la ciencia-ficción se mueve y parece hacerlo en la dirección correcta: hacia una literatura cada vez más rica, compleja y madura que no tiene el rubor de enfrentarse a sus propias influencias y sobrepasarlas sin complejos, acercándose a los llamados clásicos con amor, pero sin reverencia.

Con esto no quiero decir que Estrella doble sea una mala novela. En absoluto. Como he dicho, es perfecta como literatura juvenil, y está narrada con la fluidez y el desparpajo que caracterizaba al mejor Heinlein, usando esa primera persona narrativa que tan querida le era y en la que tan cómodo se sentía: desarrollando así un narrador que se vuelve cómplice del lector casi desde las primeras páginas y lo lleva de la mano durante toda la novela, sin permitirle que su atención se distraiga ni un solo instante de lo que está narrando.

Por otra parte el tiempo ha sido generoso con ella, permitiendo que envejezca con dignidad, y acomodándola a su verdadera estatura de obra agradable, aunque menor, de uno de los más populares -y polémicos- autores del género.

Rodolfo Martínez 

miércoles, 27 de mayo de 2015

Clifton Mark Y Riley Frank - La Maquina De La Eternidad. Premio Hugo 1955.


Mark Clifton (1906 - 1963) fue un escritor y hombre de negocios estadounidense. Escribió ciencia ficción y la mayor parte de sus historias pertenecen a dos series. La serie de Bossy, escrita en solitario o en colaboración con Alex Apostolides y Frank Riley, y la serie de Ralph Kennedy, más ligera en tono, que fue escrita mayoritariamente en solitario, que incluye la novela When they came from space, aunque en ella hay una colaboración con Apostolides.

Clifton alcanzo su mayor éxito con la novela La máquina de la eternidad (They`d rather be right / The forever machine), escrita en colaboración con Frank Riley, que fue publicada por entregas en Astounding en 1954 y ganadora del premio Hugo al año siguiente.


Seudónimo de Frank Rhylick, el norteamericano Frank Riley (1915-1966) fue un escritor de ciencia ficción americano, ganador del Premio Hugo en 1955 por su novela La máquina de la eternidad, escrita junto a Mark Clifton.
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Premio Hugo 1955. 
En 1954, antes de que la ciencia real creara el concepto mismo de «inteligencia artificial» (bautizada oficialmente durante el verano de 1956 en el Dartmouth College estadounidense), la ciencia ficción imaginaba ya cómo podría ser «una máquina que pueda pensar mejor que el ser humano».
En esta famosa y premiada novela , se describe una época de caza de brujas y de control de la opinión parecida a lo que sucedió realmente en Estados Unidos en los años cincuenta con las iniciativas del senador McCarthy. En la ficción, un gobierno omnipotente y represor ordena construir una máquina pensante capaz de prever las catástrofes y evitarlas, eliminando el posible error humano.
El resultado es Bossy, una inteligencia artificial que además cura y perfecciona a los seres humanos, quienes, bajo su influjo, desarrollan nuevas posibilidades físicas y mentales. Entre estas mejoras se encuentra la inmortalidad que, gracias a Bossy, está al alcance de todos aquellos que prefieran la flexibilidad de criterios a la rigidez de los prejuicios.
Aventuras tradicionales, personajes bien perfilados y un buen ritmo narrativo componen una novela entretenida y agradable, que no desdeña criticar la intolerancia ni abordar ciertas reflexiones presuntamente profundas sobre la inmortalidad, la ciencia o la inteligencia artificial.
Fuente:n.n.
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ME temo que esta introducción va a ser de aquellas que pueden resultar excesivamente largas. Pido disculpas con antelación, pero los clásicos requieren, tal vez, mayor cantidad de explicaciones…
Una novela maldita
Para empezar no deseo ocultarles la sorpresa de que La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD, el segundo de los premios Hugo de la historia de la ciencia ficción, siga todavía inédita en español.
Y me parece del todo lícito preguntarse por qué.
La posible respuesta es que esta novela tiene el dudoso privilegio de ser considerada, por algunos, «el peor libro que ha ganado el premio Hugo». Y ante esa fama (que, por supuesto, no me parece justa) es muy posible que, hace años, otros editores de ciencia ficción en España se retrajeran muy lógicamente y ni siquiera consideraran la novela como una posible publicación. Yo mismo, a pesar de mi interés, no pude leer esta novela hasta 1989 y, además, tuve que hacerlo en la edición italiana, ya que no lograba encontrar el original en inglés que estuvo muchos años agotado en el mercado estadounidense.
Pese a esta triste fama y a las escasas reediciones del original en inglés, hay también diversos comentaristas que consideran que este libro ha sido uno de los importantes en la historia del género, e incluso un autor y especialista tan elitista y selecto como Barry Malzberg no ha dudado en decir de LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD que se trata de «un trabajo de genuina importancia… uno de los doce libros más influyentes de la ciencia ficción».
Otros comentaristas se atreven incluso a hacer comparaciones un tanto arriesgadas. Vean, por ejemplo: «LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD destaca como un ejemplo maravilloso y clásico que ilustra la mayor parte de lo mejor y de los más satisfactorios aspectos del género de la ciencia ficción. Posee la crítica social y razonamientos que desafían todas las conjeturas, como en LOS DESPOSEÍDOS, de Ursula K. Le Guin; el elogio de la diversidad y la valentía psicológica de libros destacados como MÁS QUE HUMANO, de Theodore Sturgeon, y la visión de la evolución metapsíquica más detalladamente descrita en INTERVENCIÓN, de Julián May»; tal y como establece el comentario anónimo que puede encontrarse en la página:
http://www.artbooks.com/Books%20in%20HTML/foreverMa chine.html
La polémica está servida.
La ciencia ficción de los años cincuenta
En cualquier caso, para apreciar este libro hay que meterse dentro de una máquina del tiempo (al menos en el aspecto mental) y considerar cuáles eran las preocupaciones dominantes en la ciencia ficción (y en la sociedad…) en Estados Unidos durante la primera mitad de los años cincuenta, cuando se publicaron los dos relatos y la novela que componen La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD.
Los tiempos eran otros: hacía poco que habían explotado las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki (un acto de violencia ante el cual la hoy tan traída y llevada caída de las torres gemelas de Nueva York acaecida el famosísimo 11 de septiembre de 2001 parece un trabajo de aficionados…); se iniciaba una etapa de grandísimo recelo ante ciertos logros de la ciencia; el presunto final del nazismo daba paso a la guerra fría y al enfrentamiento entre el considerado «mundo libre» y el llamado «comunismo»; y, tal vez para desmentir esa etiqueta de libertad, el senador McCarthy (y con él la mayor parte de la «sana» sociedad estadounidense…) iniciaba la intolerante «caza de brujas». No era una época demasiado gozosa.
Ha pasado ya casi medio siglo desde que se escribió esta narración y será bueno recordar que, además, en los años cincuenta, la ciencia ficción se preocupaba muy a menudo por un tema hoy bastante olvidado, como es el de la telepatía y otros poderes extrasensoriales. No en vano el primer premio Hugo de la historia (EL HOMBRE DEMOLIDO de Alfred Bester, premio Hugo de 1953) trataba precisamente de las complejidades de un asesinato en una sociedad de telépatas.
Los telépatas y los poseedores de nuevos poderes mentales (como el protagonista grupal de MÁS QUE HUMANO, de Theodore Sturgeon, los «calvos» de MUTANTE, de Henry Kuttner, los telépatas de SLAN, de Alfred van Vogt, y tantos y tantos otros) eran un tema recurrente en la ciencia ficción de los años cincuenta. Ilustraban la posibilidad de una nueva especie llamada a sustituir al ser humano, y eran la fuente de un posible enfrentamiento entre padres e hijos, entre los humanos «normales» y los nuevos descendientes de la humanidad dotados de poderes que hoy llamaríamos parapsicológicos.
Por otra parte, la eclosión de los primeros ordenadores y el desarrollo de la cibernética de Norbert Wiener a finales de los años cuarenta (con la aparición del nuevo y fecundo concepto de la retro alimentación), sugería otro posible sustituto para el ser humano: una máquina capaz de pensar mejor que los humanos. Y si bien eso es algo que ahora podemos asumir (sabemos ya que Deep Blue ha ganado a Kasparov, aunque sólo sea en el juego del ajedrez…), debió de ser un pensamiento sorprendente, y tal vez aterrador, en los años cincuenta.
Pues bien, la originalidad de Mark Clifton (verdadero impulsor de la historia de la máquina Bossy y el telépata Joe Cárter, pese a los otros autores involucrados en su redacción final) radica en la unión de esos dos temas, entonces importantes pero independientes.
En los años cincuenta, hacer novelas de ciencia ficción sobre telepatía era algo habitual. No lo era hablar de una posible «inteligencia artificial» (nombre todavía no utilizado entonces), concebida en aquellos días como la posibilidad de construir un «cerebro sintético», o artificial, llamado a mejorar el del ser humano.
La novedad de LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD fue precisamente unir esos dos temas: los poderes extrasensoriales y los cerebros artificiales para componer una narración que especula sobre un futuro posible y la problemática ética, social y humana que indefectiblemente va a plantear.
Estoy convencido de que fue precisamente eso lo que acabó haciendo que LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD obtuviera el segundo premio Hugo de la historia. No es poca cosa.
Pero tampoco conviene olvidar que cincuenta años no pasan en balde. La ciencia ficción ha evolucionado mucho, y hoy tenemos narradores más «hechos» y completos. Hace medio siglo, eran la idea, la peripecia de la narración y las vicisitudes de los protagonistas lo único que mantenía el interés del lector. Con toda seguridad, a los ojos del lector moderno, LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD conserva un entrañable tono de «antiguo» que puede resultar molesto para algunos, pero que hará las delicias de los que tengan el acierto de leerla considerando las circunstancias y las preocupaciones de cuando se escribió.
Sobre los títulos y el contenido de este volumen
En este volumen se incluyen también dos relatos previos a la novela que ganó el premio Hugo de 1955. Esos relatos son El LOCO JOE (Crazy Joe), aparecido en agosto de 1953 en Astounding, firmado por Mark Clifton y Alex Apostolides; y ¡ESCÓNDETE! ¡ESCÓNDETE! ¡Brujo! (Hide! Hide! Witch!), aparecido en Astounding en diciembre de 1953, firmado también por Mark Clifton y Alex Apostolides.
La continuación, firmada ya por Mark Clifton y Frank Riley, llevaba el título THEY’D RATHER BE RlGHT (Prefieren tener razón) cuando apareció, también en Astounding, en cuatro entregas, desde agosto a noviembre de 1954. Esta última novela es la que obtuvo, en 1955, el premio Hugo, aunque más adelante, en 1958, se publicó en forma de libro con un nuevo título: THE FOREVER MACHINE (La máquina de la eternidad).
Durante muchos años, la novela estuvo agotada en el mercado estadounidense y, como ya he dicho, yo mismo tuve que leerla por primera vez en la edición italiana de 1988 que publicara la Casa Editrice Nord en su colección Cosmo, precisamente como uno de «Los clásicos de la ciencia ficción».
Cuando, tras varios años de indecisión, decidí incluir este premio Hugo inédito en España en nuestra colección NOVA, me encontré con que la más reciente edición estadounidense (la de Carroll & Graf Publishers, de 1992) incluía también los dos primeros relatos, aun sin citar a Alex Apostolides como su coautor.
En nuestra edición he decidido conservar esos dos relatos, ambos ligados al ciclo de Bossy (o de Joe Cárter, según se quiera) junto a la novela ganadora del Hugo. Así el lector español va a poder compensar el retraso en acceder a esta obra con la posibilidad de conocerla completa. El volumen sigue llevando el título general La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD (aun cuando no quiero ocultar que, al menos para mí, el título más adecuado sería «La máquina de la inmortalidad», pero, al menos esta vez, no me atrevo a imponer mi criterio ante el de la tradición…).
En el volumen se encuentran, pues, los dos cuentos previos citando sus verdaderos autores (aun cuando ha de resultar evidente para todos que el impulsor de toda la obra es el Mark Clifton común a las tres historias), seguidos de la famosa novela ganadora del Hugo de 1955.
Sobre esta última, al hacer mi GUÍA DE LECTURA de 1990, donde se citaban todos los premios Hugo de la historia del género, traduje el título THEY’D RATHER BE RlGHT por «Mejor que estén en lo cierto» que es la traducción que, en ese momento, me parecía más correcta. Y que tal vez lo sea…
Pero ahora, al hacer yo mismo la traducción de la novela (a veces, uno se permite estas pequeñas satisfacciones personales…), me ha parecido que el título de este tercer episodio debería ser otro. Teniendo en cuenta lo que dice Joe Cárter al final del capítulo VIII, creo que el significado evidente de They’d Rather Be Right (usada literalmente al final de ese capítulo octavo) ha de ser precisamente «prefieren tener razón» que es la traducción que me ha parecido más adecuada para la frase que cierra ese capítulo y, por consiguiente, para el título de la novela ganadora del Hugo.
O sea que dejamos las cosas a medias: mantenemos el título tradicional (La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD) y me olvido de mi preferencia por «inmortalidad»; pero, al menos en el interior del volumen, utilizaremos este PREFIEREN TENER RAZÓN como una traducción más bien libre de ese They’d Rather Be Right que me ha tenido preocupado bastante tiempo. Amén.
Cibernética, telepatía y caza de brujas
En realidad, en 1954, antes de que la ciencia real creara el concepto mismo de «inteligencia artificial» (bautizada oficialmente durante el verano de 1956 en el Dartmouth College estadounidense), la ciencia ficción imaginaba ya cómo sería «una máquina que pueda pensar mejor que el ser humano». La robótica asimoviana está ahí para constatarlo (aunque, para completar los ejes temáticos de La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD, no debe olvidarse que el interés de la época por los poderes mentales hizo también mella en un racionalista como Asimov, quien acabó pensando en una Segunda Fundación basada precisamente en las ciencias mentales y los poderes par anormales…).
Pionera en la fusión de dos de los principales temas en la ciencia ficción de todos los tiempos, LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD describe una época de caza de brujas y de control de la opinión, parecida a lo sucedido realmente en los años cincuenta estadounidenses con las iniciativas del senador McCarthy. En la ficción, un gobierno omnipotente y represor ordena construir una máquina pensante capaz de prever las catástrofes y evitarlas eliminando el posible error humano.
El resultado es Bossy, una inteligencia artificial avant la lettre que, además, cura y perfecciona a los seres humanos quienes, bajo su influjo, desarrollan nuevas posibilidades físicas y mentales. Entre estas mejoras se encuentra la inmortalidad que, gracias a Bossy, está al alcance de todos aquellos que prefieran la flexibilidad de criterios a la rigidez de los prejuicios.
Aventuras tradicionales, personajes bien perfilados y un buen ritmo narrativo componen una novela entretenida y agradable que no desdeña criticar la intolerancia ni abordar ciertas reflexiones presuntamente profundas sobre la inmortalidad, la ciencia o la inteligencia artificial.
LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD es, pues, un precedente en el tratamiento de la inteligencia artificial en la ciencia ficción y, además, un fiel exponente del tono y las preocupaciones típicas de la ciencia ficción de los años cincuenta con su especial atención a la telepatía y a otros poderes extrasensoriales y parapsicológicos. No desmerece en absoluto dentro de la serie de los premios Hugo.
Es fácil rastrear también en esta novela un posible intento de tecnificar la «dianética», esa ciencia-camelo para la perfección de la actividad mental humana, creada en esos años por el autor de ciencia ficción Ron L. Hubbard (con la aquiescencia y el soporte de Campbell, el editor de Astounding, la revista donde se publicó también esta obra de Clifton), y que se ha convertido hoy en la religión de la Cienciología que ha generado, como tantas otras religiones, grandes beneficios económicos a su «inventor» o a sus principales adláteres. Conviene recordar aquí que la diabética nació a finales de los años cuarenta, cuando Hubbard era un escritor habitual en las revistas Pulp de ciencia ficción, y que fue en mayo de 1950 cuando Campbell publicó en Astounding un amplio artículo sobre el asunto, que pronto dio paso al libro de Hubbard «Dianetics: The Modera Science of Mental Health» (1950) y a toda la parafernalia posterior. Evidentemente, Clifton hace que su Bossy actúe como un equivalente de la dianética (aunque resulte, francamente, mucho más barata…) y, según parece, la mayoría de las tesis «mentalistas» de Hubbard pueden encontrarse en esta novela de Clifton.
Para añadir más leña al fuego, no deja de ser curioso que el personaje central de La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD (si dejamos por el momento de lado a la misma máquina Bossy) se llame Joe Cárter (con iniciales JC de evidente recuerdo y sugerencia), y que Mabel, su compañera, haya sido una prostituta como María Magdalena… Seguro que, para Clifton, su personaje es el nuevo profeta de una posible nueva religión a la que no es ajena el movimiento que, por la misma época, desencadenaron tanto Campbell como Hubbard con la «dianética». Se trata de una idea parecida a la que encontramos en La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD, donde una presunta terapia psicosomática logra, gracias a la máquina Bossy, eliminar todo tipo de represiones y problemas de la mente humana, con los evidentes efectos somáticos que ello ha de producir (al menos según la óptica de algunos en esos años cincuenta…)
Clifton, como también resulta evidente en su otra novela conocida en España, LAS OCHO LLAVES DEL EDÉN (1960), parece haber desarrollado la habitual prevención contra la ciencia establecida, a la que acusa de una posible rigidez (eso que Thomas Kuhn criticará poco después como la defensa a ultranza de un paradigma tal vez caduco o, cuando menos, revisable). Fruto de las preocupaciones que siguieron al lanzamiento de la bomba atómica, Clinton critica el establishment tecnocientífico y su escasa disposición a considerar lo que, para algunos en los años cincuenta, parecía una prometedora y nueva posibilidad: los poderes extrasensoriales, la telepatía y todo eso que especialistas como Rhine intentaron demostrar científicamente, fracasando en el intento. Eran otros tiempos…
Nuestros títulos «revival»
Para finalizar les recordaré también que LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD es uno de esos títulos que aparecen en NOVA, uno al año, para recuperar viejas novelas inéditas o desaparecidas del mercado español. No les voy a castigar ahora con la lista de los muchos de esos títulos que me enorgullezco ya de contar en NOVA, una colección nacida a finales de los años ochenta y de la que, por fuerza, estaban ausentes algunos títulos clásicos del género. Una rápida ojeada a los más de ciento cincuenta títulos de nuestra colección les proporcionará las pistas adecuadas.
Ya sé que este tipo de actuación no está precisamente de moda cuando el respeto a lo más antiguo no parece ahora un valor muy aceptado. El capitalismo consumista de hoy exige que los libros, las películas, las canciones de hace sólo un par de años sean ya obsoletos e inútiles. Lo que es una verdadera necedad. De la misma manera que Casablanca o Ciudadano Kane siguen siendo grandes películas, hay novelas de ciencia ficción escritas hace años que, bien contempladas, mantienen la mayor parte de su interés. En mi opinión, eso ocurre, a su nivel, con La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD. Por eso aparece en NOVA.
Es cierto que, con los años, el estilo y la temática habituales han cambiado. La ciencia ficción, afortunadamente, es un género en continua evolución. Aunque la madurez del género ha hecho que, hoy en día, haya mayores exigencias en cuanto a los méritos estrictamente narrativos y literarios, los viejos lectores seguimos aceptando también las buenas historias y las buenas especulaciones, aun cuando su envoltorio pueda resultar un poco anticuado. A pesar de que su caligrafía de base se haga, digamos, en blanco y negro, y no dispongan de la espectacular parafernalia de los efectos especiales modernos ni de la brillantez del color, ni estén sometidas al ritmo trepidante de las narraciones cinematográficas de hoy. Exactamente como Casablanca o Ciudadano Kane…
Háganme caso, suban a la máquina del tiempo y piensen en cómo debieron de ser los ya lejanos años cincuenta. Así disfrutarán, y mucho, de La MÁQUINA DE LA ETERNIDAD, como yo lo he hecho. Estoy convencido de ello.
MIQUEL BARCELÓ

domingo, 24 de mayo de 2015

Premio Hugo 1953. Alfred Bester.


Premio Hugo 1953.

 Alfred Bester nació en Nueva York en 1913. Su familia era de clase media. El padre era judío y la madre cristiana científica, pero ambos le permitieron escoger su propia fe. En ese sentido, Bester es bastante claro: `Elegí la Ley Natural`, son sus palabras.

Cursó sus estudios en la Universidad de Pensilvania y publicó sus primeros relatos en Thrilling Wonder Stories a principios de los cuarenta. A continuación hizo carrera de guionista para cómics, radio y televisión, incluyendo seriales como Superman, Batman, Nick Carter, Charlie Chan, Tom Corbett y La Sombra.

En los cincuenta regresó a la ciencia ficción y publicó diversos relatos y dos de las novelas más destacadas de la época, El hombre demolido y Las estrellas mi destino, y también una novela policíaca de inspiración autobiográfica sobre el mundo de la televisión, Carrera de ratas. A finales de los cincuenta empezó a trabajar para la revista Holiday, de la que pasó a ser director hasta su cierre en los años setenta. Después de ese periodo, regresó al género con obras como Computer Connection, Golem100 y Los impostores.

Vivió durante toda su vida en Nueva York y murió en Pensilvania en 1987, mismo año en que le fue concedido el premio como Gran Maestro por la sfyfwa, la asociación americana de autores. Después de su muerte se encontró el manuscrito de una novela policíaca inédita y, más recientemente, otra inacabada, que fue completado para su publicación por Roger Zelazny.
Fuente: N.N.
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Alfred Bester, largamente famoso como autor de algunos de los cuentos más originales y sorprendentes de la ciencia-ficción, ha logrado en ésta su primera novela la más notable fusión de la CF con la novela policial... No hay misterio en lo que se refiere a quién, mientras asistimos a las minuciosas maniobras criminales del megalomaníaco personaje del siglo veinticuatro, pero el motivo es un enigma intensamente provocativo, para el lector, para el telepático prefecto de policía de la división psicopática que actúa como detective...y hasta para el mismo criminal. El misterioso problema, legítimamente planteado y resuelto en el seno de una opulenta historia imaginativa donde abundan los más extraños aparatos, culmina en una espléndida secuencia de puro terror psicológico. -- New York Herald Tribune.

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Selección y prólogo de Sylvia Molloy

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