Mostrando entradas con la etiqueta LITERATURA NORUEGA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta LITERATURA NORUEGA. Mostrar todas las entradas

jueves, 19 de diciembre de 2019

El heredero Jo Nesbø . Novela. Fragmento.



El heredero
Jo Nesbø 
 Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos…
 PRIMERA PARTE
 Rover miró fijamente el blanco suelo de hormigón de aquella celda rectangular de once metros cuadrados. Mordió con fuerza presionando sobre el diente de oro que sobresalía ligeramente en la mandíbula inferior. Había llegado a la parte difícil de la confesión. El único sonido que se apreció en la celda fue el de sus uñas rascando la Virgen que llevaba tatuada en el antebrazo. El joven sentado con las piernas cruzadas en la cama situada frente a él había permanecido en silencio desde que Rover había entrado. Se limitaba a asentir y sonreír con una sonrisa satisfecha de Buda a la vez que mantenía la mirada fija en un punto de la frente de Rover. Le llamaban Sonny y se decía que había asesinado a dos personas cuando era adolescente, que su padre había sido un policía corrupto y que tenía ciertos dones especiales. No resultaba fácil determinar si el chico le estaba prestando atención: sus ojos verdes y la mayor parte de su rostro se escondían tras el largo y sucio cabello, pero aquello no tenía importancia. Lo único que Rover deseaba era la absolución de sus pecados y la bendición de rigor para poder salir al día siguiente por la puerta de la Prisión Estatal de Alta Seguridad con la sensación de haber sido redimido. No es que Rover fuera un hombre religioso. Sin embargo, eso tampoco le haría ningún daño cuando tenía de veras la intención de cambiar las cosas, de intentar honestamente llevar una vida normal. Rover respiró hondo.
—Creo que era bielorrusa. Minsk está en Bielorrusia, ¿no?
Rover alzó la mirada brevemente, pero el chico no contestó.
—Nestor la llamaba Minsk —continuó Rover—. Y me dijo que tenía que pegarle un tiro.
La ventaja de confesarse a alguien que tenía el cerebro tan destrozado era que, obviamente, no se le quedaba ningún nombre ni suceso. Era como contarse las cosas a uno mismo. Seguramente ese era el motivo por el que los que cumplían sentencia en la prisión estatal preferían a aquel joven antes que al capellán o al psicólogo.
—Nestor la mantenía a ella y a otras ocho chicas enjauladas en Enerhaugen. Europeas del Este y asiáticas. Muy jóvenes. Adolescentes. Al menos espero que lo fueran. Minsk, sin embargo, era algo mayor. Más fuerte. Consiguió escaparse. Pudo llegar hasta el parque de Tøyen antes de que el perro de Nestor la pillara. Uno de esos dogos argentinos. ¿Sabes cuáles son?
La mirada del chico ni se inmutó, pero levantó la mano. Se tocó la barba. Empezó a mesársela lentamente con los dedos. La manga de su sucia camisa varias tallas grande se deslizó hacia abajo, dejando al descubierto costras y marcas de pinchazos. Rover prosiguió:
—Son unos putos perros albinos enormes. Matan a todo aquello que el dueño les señale. Y tampoco hace falta que se lo señalen. En Noruega son ilegales, claro. Una perrera de Rælingen los importa de Chequia registrándolos como bóxers blancos. Nestor y yo fuimos allí a comprarlo cuando era un cachorro. Más de cincuenta papeles en efectivo. Pero era tan jodidamente mono que nunca te habrías imaginado que…
Rover se detuvo de repente. Era consciente de que estaba hablando sin parar del perro para posponer lo que había venido a hacer.
—En cualquier caso…
En cualquier caso… Rover se miró el tatuaje del otro antebrazo. Una catedral con dos chapiteles. Uno por cada sentencia cumplida. En cualquier caso, nada de eso tenía que ver con la confesión de ese día. Había estado suministrando armas de fuego a una banda de moteros, algunas de las cuales había modificado en su taller de motos. Se le daba muy bien. Demasiado bien. Tanto que finalmente había llamado demasiado la atención y había terminado siendo detenido. Y en cualquier caso se le daba tan bien que, después de cumplir la primera condena, Nestor lo había acogido bajo su ala protectora. Se encargó de comprar sus servicios en exclusiva para que sus hombres —y no aquellos moteros y demás competidores— se hicieran con las mejores armas. Le pagó más por el trabajo de un par de meses de lo que Rover ganaría durante toda su vida en el taller de motos. Sin embargo, Nestor pidió mucho a cambio. Demasiado.
—Estaba tirada en el bosquecillo. La sangre le salía a chorros. Estaba allí tirada, completamente inmóvil, mirándonos. El perro le había arrancado un trozo de la cara y sus dientes estaban al descubierto. —Rover torció el gesto. Venga, al grano—. Nestor nos dijo que ya era hora de dar una buena lección, de demostrarles a las demás chicas lo que podía pasarles. Y que, de todas formas, Minsk ya no tenía ningún valor ahora que su rostro estaba… —Rover tragó saliva—. Entonces me lo pidió. Acabar con ella. Eso serviría para demostrar mi lealtad, ¿entiendes? Yo llevaba una antigua pistola Ruger MK II a la que le había hecho algunos arreglillos. Y quería hacerlo. Realmente quería hacerlo. No fue eso…
Rover notó que se le formaba un nudo en la garganta. ¿Cuántas veces había pensado en aquello, repasando cada segundo de aquella noche en el parque de Tøyen, reviviendo el episodio de la chica una y otra vez, con Nestor y él mismo en los papeles protagonistas y todos los demás en calidad de testigos silenciosos? Incluso el perro estaba callado. ¿Cientos de veces? ¿Miles? Y aun así no fue hasta ese momento, en que por primera vez lo contaba en voz alta, cuando se dio cuenta de que no había sido un sueño, sino que ocurrió realmente. O mejor dicho, era como si su cuerpo no lo hubiera comprendido hasta entonces. Por eso sintió que el estómago se le revolvía. Rover respiró hondo por la nariz para mitigar las náuseas.
—Pero no fui capaz de hacerlo. A pesar de saber que ella iba a morir de todas formas. Ellos ya estaban preparados con el perro, y yo pensé que ella habría preferido una bala. Pero fue como si el gatillo estuviera pegado con cemento. Simplemente no fui capaz de apretarlo.
El chico parecía asentir débilmente. O bien en respuesta a lo que le estaba contando Rover, o bien al son de la música que oía en el interior de su cabeza.
—Nestor dijo que no podíamos quedarnos esperando una eternidad… Al fin y al cabo nos encontrábamos en un parque público. Entonces sacó un pequeño cuchillo curvo de la funda que llevaba sujeta a la pantorrilla, dio un paso adelante, la cogió del pelo, le levantó un poco la cabeza y simplemente deslizó la hoja del cuchillo por su cuello. Como si estuviera destripando pescado. La sangre salió a borbotones unas tres o cuatro veces, y después ella se vació. Pero ¿sabes qué es lo que mejor recuerdo? El perro. Cómo empezó a aullar al ver brotar la sangre.
Rover se inclinó hacia delante en la silla y colocó los codos sobre las rodillas. Se tapó las orejas con las manos mientras se balanceaba de un lado para otro.
—Yo no hice nada. Solo me quedé mirando. No hice una mierda. Me quedé mirando mientras la envolvían en una manta y la cargaban hasta el coche. La llevamos al bosque, a Østmarksetra, y arrojaron su cuerpo por la parte que da al lago de Ulsrud. Es un lugar al que la gente lleva a pasear al perro, así que la encontraron al día siguiente. El caso es que Nestor quería que la encontraran, ¿entiendes? Quería que salieran fotos de ella en los periódicos que mostraran lo que le había ocurrido. Para enseñárselo a las demás chicas.
Rover apartó sus manos de las orejas.
—Dejé de dormir porque en cuanto cerraba los ojos solo tenía pesadillas. Solo veía a la chica sin mejilla que me sonreía con la dentadura al descubierto. Por eso le dije a Nestor que tenía que dejar aquello. Le dije que ya había tenido bastante de recortar los Uzi y las Glock, que lo único que quería era volver a arreglar motos. Llevar una vida tranquila sin estar pensando en la pasma todo el tiempo. Nestor me dijo que estaba bien. Supongo que comprendió que, en el fondo, yo no tenía talante de tipo duro. Pero me explicó con pelos y señales lo que me esperaba si se me ocurría chivarme. Pensé que todo estaba en orden y empecé a llevar una vida normal. Rechacé todas las ofertas, aunque todavía guardaba algunas Uzi de puta madre. Aun así tenía la sensación constante de que algo malo se estaba cociendo, ¿entiendes? Que me iban a despachar. De hecho, casi me sentí aliviado cuando la pasma me detuvo y me metió en la trena a buen recaudo. Se trataba de un viejo asunto en el que tuve un papel secundario: detuvieron a dos tipos que contaron que fui yo quien les había suministrado las armas. Confesé de inmediato.
Rover rio con fuerza. Tosió. Se inclinó en la silla.
—Dentro de dieciocho horas saldré de aquí. No sé qué coño me espera. Lo único que sé es que Nestor sabe que voy a salir, aunque cuatro semanas antes de lo previsto. Él conoce todos los pormenores de lo que pasa aquí dentro y lo que pasa con la pasma. Así que creo que si hubiese querido acabar conmigo podría haberlo arreglado aquí en la cárcel en vez de esperar a que saliera. ¿Tú qué opinas?
Rover esperó. Silencio. El chico no parecía opinar absolutamente nada al respecto.
—En fin… —dijo Rover—. Una pequeña bendición no puede hacerme ningún daño, ¿verdad?
Al oír la palabra «bendición» se encendió una luz en la mirada del joven, que alzó la mano derecha indicándole a Rover que se acercara y se pusiera de rodillas. Rover se arrodilló sobre la pequeña alfombra que había junto a la cama. Franck no dejaba que ningún otro recluso colocara alfombras en su celda; en la prisión estatal se aplicaba el modelo suizo, el cual no permitía ningún objeto superfluo en las celdas. El número de pertenencias personales estaba limitado a veinte. Por ejemplo, si querías un par de zapatos, tenías que renunciar a dos calzoncillos o a dos libros. Rover examinó el rostro del chico, que se humedeció los labios resecos y cortados con la punta de la lengua. Su voz sonó sorprendentemente aguda y, aunque sus palabras salían de modo lento y como en susurros, su dicción era clara:
—Que el Dios que rige la tierra y el cielo se apiade de ti y te absuelva de tus pecados. Vas a morir, pero tu alma redimida irá al paraíso. Amén.
Rover inclinó la cabeza. Sintió la mano izquierda del otro sobre su cráneo rapado. El chico era zurdo, pero en ese caso concreto no había que ser un genio de las estadísticas para saber que su esperanza de vida sería menor que la de cualquier diestro. La sobredosis podía producirse al día siguiente o al cabo de diez años. Nadie podía saberlo. Pero Rover no creía lo que contaban sobre los poderes curativos de la mano izquierda del joven. En el fondo, tampoco creía en aquel asunto de la bendición. Entonces ¿qué estaba haciendo allí?
Bueno. La religión era como un seguro de incendios: nunca piensas que lo vas a necesitar en realidad, pero cuando la gente dice que el chico está dispuesto a asumir la carga de tus pecados y sufrimientos, ¿por qué no vas a aceptar esa tranquilidad espiritual?
Lo que más se preguntaba Rover era cómo era posible que un tipo como él hubiera matado a sangre fría. A Rover no le cuadraba ese hecho, sencillamente. Tal vez fuera verdad lo que decían: que el diablo se presenta bajo múltiples disfraces.
Salam aleikum —dijo la voz al retirar la mano.
Rover permaneció arrodillado con la cabeza inclinada. Se pasó la lengua por la lisa superficie posterior del diente de oro. ¿Ya estaría preparado? ¿Preparado para recibir a su creador, si eso era lo que le deparaba el destino? Alzó la cabeza.
—Sé que nunca pides ninguna compensación económica, pero…
Miró el pie desnudo del chico, plegado bajo su cuerpo. Vio las marcas de pinchazos en la gruesa vena del empeine.
—La última vez cumplí condena en Botsen y allí era fácil conseguir droga, no problem. No es una prisión de alta seguridad. Dicen que Franck ha conseguido eliminar todos los escondrijos de aquí. Pero… —Rover se metió la mano en el bolsillo—. No es cierto del todo.
Sacó un objeto del tamaño de un teléfono móvil: un artefacto dorado con forma de pistola en miniatura. Rover apretó el diminuto gatillo. Por la boca salió una pequeña llama.
—¿Has visto alguna vez uno de estos? Sí, estoy seguro de que sí. Los oficiales que me cachearon al llegar también los habían visto. Me dijeron que vendían cigarrillos baratos de contrabando si estaba interesado. Y dejaron que me quedara con este mechero. Supongo que no habían leído mi historial. ¿No te resulta extraño que este país siga funcionando cuando ves de qué forma tan chapucera trabaja la gente?
Rover sopesó el mechero en la mano.
—Fabriqué dos ejemplares de estos hace ocho años. No creo estar exagerando si digo que nadie en este país podría haber hecho un trabajo mejor. El encargo me llegó a través de un intermediario. Dijo que su cliente quería un arma de fuego que ni siquiera tuviera que ocultar, algo que aparentase ser otra cosa. Entonces inventé este cacharro. Es curioso cómo funciona la mente de las personas. Naturalmente, lo primero que piensan cuando lo ven es que se trata de una pistola. Sin embargo, en cuanto les muestras su utilidad como mechero desechan por completo el primer pensamiento. Se plantean la posibilidad de que también pueda servir como cepillo de dientes o como destornillador, pero de ninguna manera como arma. Pues bien…
Rover desenroscó un tornillo situado en la parte inferior del mango.
—Lleva dos balas de nueve milímetros. Lo bauticé con el nombre de «Mataesposas». —Rover apuntó al chico—. Una para ti, cariño… —Después apuntó a su propia sien—. Y otra para mí…
La risa de Rover sonó de un modo extrañamente desolado en aquella minúscula celda.
—En fin… La verdad es que solo iba a fabricar uno. El cliente no quería que nadie más conociera mi invento secreto. Pero hice otro más. Y me lo traje como medida preventiva en caso de que Nestor mandara a alguien a por mí mientras estaba aquí. Pero puesto que saldré mañana, y ya no voy a necesitarlo más, es tuyo. Y aquí…
Rover sacó un paquete de tabaco del otro bolsillo.
—Sería raro que tuvieras un mechero pero no cigarrillos, ¿verdad?
Arrancó el plástico de la parte superior del paquete y lo abrió. Luego sacó una tarjeta de visita amarillenta en la que ponía «Taller de motos Rover» y la metió dentro del paquete.
—Aquí tienes mi dirección por si necesitas arreglar alguna moto. O conseguir un maldito Uzi. Como ya te he dicho, aún me queda alguno…
La puerta se abrió y una voz dijo con un rugido:
—¡Fuera, Rover!
Rover se giró. El guardia que estaba en el umbral llevaba los pantalones caídos a causa del enorme manojo de llaves que le colgaba del cinturón, parcialmente oculto por la tripa que sobresalía por encima como si se tratara de masa de pan hinchándose por efecto de la levadura.
—Su santidad tiene visita. Puede decirse que de un pariente cercano. —Se rio entre dientes mientras se giraba hacia el hombre que tenía detrás—. Sin ánimo de ofender, ¿eh, Per?
Rover metió la pistola y el paquete de tabaco debajo de la colcha de la cama del joven, se levantó y lo miró por última vez. A continuación salió rápidamente.
Fuente:

Características del artículo

Estado:
Nuevo: Libro nuevo, sin usar y sin leer, que está en perfecto estado; incluye todas las páginas sin ... Más información
Título:EL HEREDERO
Editor:ROJA & NEGRAAutor:JO NESBO
Formato:Técnicas mixtasIdioma:Español
ISBN:9788416195893

domingo, 15 de diciembre de 2019

Fantasma Harry Hole 09 Jo Nesbø. Novela. Fragmento.




Fantasma
Harry Hole 09

Jo Nesbø

Traducción de
Carmen Montes Cano
y
Ada Elisabeth Berntsen

PRIMERA PARTE

  1

 Los gritos la llamaban. Penetraban como una lanza sonora todos los demás ruidos nocturnos del centro de Oslo: el rumor incesante de los coches en la calle, la sirena que subía y bajaba a lo lejos, las campanas de la iglesia, que acababan de empezar a repicar. Era ahora, por la noche y a veces antes del alba, cuando salía a cazar para comer. Olisqueó el sucio linóleo que cubría el suelo de la cocina. Registró y clasificó rápidamente los olores en las tres categorías: comestible, amenazador o irrelevante para la supervivencia. El olor agrio de la ceniza gris del tabaco. El dulce sabor azucarado de la sangre en una bolita de algodón. El olor amargo a cerveza de la parte inferior de la chapa de Ringnes. Moléculas de dióxido de azufre, de nitrógeno y de carbono surgían de un cartucho metálico vacío con espacio para una bala de plomo de 9×18 mm, también llamada simplemente Makarov, por la pistola a la que dicho calibre se había ajustado originalmente. Humo de una colilla todavía ardiendo con el filtro dorado y el papel negro con el águila nacional rusa. El tabaco se podía comer. Y allí estaba: un olor a alcohol, cuero, grasa y asfalto. Un zapato. Lo olfateó y decidió que no era tan fácil de consumir como esa chaqueta del armario que olía a gasolina y al animal en proceso de putrefacción del que estaba confeccionada. Así que su cerebro de roedor se concentró ahora en cómo franquear aquello que tenía delante. Lo había intentado por los laterales, había intentado meter el cuerpo, de veinticinco centímetros de longitud y menos de medio kilo de peso, para llegar al otro lado, pero no hubo forma. El obstáculo estaba de costado, con la espalda pegada a la pared, tapando el agujero que conducía hasta su madriguera y hasta sus ocho crías recién nacidas, ciegas y sin pelaje, que reclamaban sus mamas con ansia creciente. La montaña de carne olía a sal, sudor y sangre. Era un ser humano. Un ser humano que todavía estaba vivo. Tenía unos oídos lo bastante sensibles como para captar los débiles latidos del corazón a pesar de los chillidos de hambre de las crías recién nacidas.

Tenía miedo, pero no había elección. Alimentar a su prole estaba por encima de cualquier peligro, de cualquier esfuerzo, de cualquier otro instinto. Así que permaneció con el hocico levantado esperando a que llegara la solución.
Ahora las campanas de la iglesia iban al compás de aquel corazón humano. Un golpe, dos. Tres, cuatro…
Enseñó los dientes de roedor.


Julio. Mierda. Uno no se puede morir en julio. ¿De verdad que lo que estoy oyendo son campanas o es que esas putas bolas tenían alucinógenos? Vale, esto se acaba aquí. ¿Y qué coño importa? Aquí o allí. Ahora o más tarde. Pero ¿de verdad que me merecía morir en julio? Con el canto de los pájaros, el tintineo de las botellas, las risas desde el río Akerselva y toda esa felicidad de mierda propia del verano justo delante de la ventana. ¿Me merecía estar tirado en el suelo infecto de una choza de yonquis, con un agujero de más en el cuerpo? ¿Un agujero por donde se me escapan la vida, los segundos y los recuerdos de todo lo que me ha traído hasta aquí? Todo, lo grande y lo pequeño, el montón de casualidades y las cosas elegidas a medias. ¿Ese soy yo, ya está, esa es mi vida? Yo tenía planes, ¿verdad? Y ahora es una bolsa llena de polvo, un chiste sin gracia, tan corto que me hubiese dado tiempo a contarlo antes de que esa puñetera campana dejara de sonar. ¡Los lanzallamas del infierno! Nadie me contó que morirse iba a doler tanto. ¿Estás ahí, papá? No te vayas, ahora no. Escucha, la historia dice así: Me llamo Gusto. Viví hasta los diecinueve años. Tú eras un tío malo que se acostó con una mujer mala y, nueve meses más tarde, aparecí yo, y me llevaron con una familia de acogida antes de que pudiera aprender a decir «papá». Allí hice todas las trastadas que pude, pero ellos simplemente me arropaban todavía más asfixiándome con el edredón de los desvelos y me preguntaban qué podían darme para que me tranquilizara. ¿Un puto helado? No comprendían para nada que a los tíos como tú y como yo tenían que fusilarnos enseguida, exterminarnos como a alimañas, porque transmitimos enfermedad y corrupción y nos reproducimos como ratas a poco que nos den la posibilidad. Ellos tienen la culpa. Pero ellos también quieren cosas. Todo el mundo quiere algo. Tenía trece años la primera vez que lo vi en los ojos de mi madre de acogida; vi lo que ella quería.
—Qué guapo eres, Gusto —me dijo.
Había entrado en el baño; yo no había cerrado la puerta y no había abierto el grifo de la ducha para que el sonido no la pusiera sobre aviso. Se quedó justo un segundo de más antes de irse. Y me reí, porque ahora lo sabía. Ese es mi talento, papá, puedo ver lo que quiere la gente. ¿Lo he heredado de ti? ¿Tú también eras así? Cuando ella se fue me miré en el espejo grande del baño. No era la primera en decírmelo: que era guapo. Me había desarrollado antes que los otros chicos. Era alto, delgado, ancho de hombros y musculoso. Tenía el pelo tan negro que brillaba, como si rechazara toda la luz. Los pómulos marcados. La barbilla ancha y recta. Una boca grande y ávida, pero de labios carnosos como los de una chica. La piel morena y lisa. Los ojos castaños, casi negros. Los chicos de mi clase me llamaban «la rata parda». Didrik, se llamaba así, ¿no? Bueno, el que quería ser pianista. Yo había cumplido quince años y lo dijo alto, en plena clase.
—La rata parda no sabe ni leer bien.
Yo me reí, simplemente, y sabía por qué lo dijo; y lo que quería. Kamilla, la chica de la que él estaba enamorado en secreto, estaba no tan secretamente enamorada de mí. En el baile de la clase le había tocado un poco lo que tenía por debajo del jersey. Que no era mucho. Se lo conté a varios de los chicos, supongo que Didrik lo oyó y decidió dejarme fuera. No es que a mí me importase mucho formar parte del grupo, pero que te excluyeran era otra cosa. Así que me fui al club de moteros a ver a Tutu. Ya había empezado a pasar un poco de hachís para ellos en el colegio, y les expliqué que, si querían que hiciera un buen trabajo, necesitaba respeto. Tutu dijo que se encargaría de Didrik. Después, Didrik se negó a explicarle a nadie cómo se las había apañado para pillarse dos dedos justo debajo de la bisagra superior de la puerta del servicio de los chicos, pero nunca más me llamó rata parda. Y, efectivamente, tampoco llegó a ser pianista. ¡Joder, cómo duele! No, no necesito que me consueles, papá, lo que necesito es un chute. Un último chute nada más y te prometo que dejo este mundo tranquilamente. Ya vuelve a sonar la campana. ¿Papá?
Ficha técnica:

Fantasma (Harry Hole 9) (Spanish Edition) Kindle Ausgabe

sábado, 14 de diciembre de 2019

Jo Nesbø El doctor Proctor y el gran robo Doctor Proctor-4 nOVELA. (Fragmento).



Jo Nesbø

El doctor Proctor y el gran robo

Doctor Proctor-4
 CAPÍTULO 1
UN ROBO ALGO MÁS MODESTO 
Es una noche de lluvia en Oslo y la ciudad está silenciosa y dormida. ¿O no está tan dormida? Una gota de lluvia cae sobre el reloj de la torre del ayuntamiento y durante un buen rato se aferra a la punta de la manecilla larga, pero al final se suelta y se precipita veinte pisos hacia el suelo. Allí choca contra el asfalto con un suave «plas» y empieza a correr por las vías del tranvía junto con las demás gotas de lluvia. Si seguimos a esta gota en su ruta hacia las cloacas, oímos un leve ruido en el silencio. Un ruido que aumenta un poco en el momento en que la gota cae por la boca de la alcantarilla y se adentra en el sistema de cloacas de Oslo, donde la oscuridad es aún más densa. Acompañamos a la gota y empezamos a navegar por las aguas sucias y pestilentes que corren por las tuberías. Unas son pequeñas y estrechas, otras tan grandes que puedes ponerte de pie dentro, y se cruzan y entrecruzan muy por debajo del nivel del suelo de esta ciudad pequeña y modesta que es la capital de Noruega. Y a medida que este sistema intestinal nos sumerge en las entrañas de Oslo, el ruido va en aumento.
No es un ruido agradable. La verdad es que recuerda al dentista.
Recuerda al ruido del taladro abriéndose paso a través del esmalte de los dientes, de la carne y de los sensibles nervios, que a veces produce un sonido sordo y otras chilla, según lo que pille con su cabeza giratoria y dura como el diamante.
Pero tampoco es tan grave, al menos no es el sonido de la larguísima lengua silbante de una serpiente anaconda, ni el crujido que produce media tonelada de músculos constrictores al tensarse, ni el ensordecedor chasquido de una boca del tamaño de un flotador en el momento en que se cierra sobre su víctima. Si menciono esto es porque corren rumores de que hay una serpiente como esa por aquí abajo y porque, a la izquierda, se intuyen unos ojos amarillos y brillantes en la oscuridad. De modo que si ya te estás arrepintiendo de haberte apuntado, esta es tu oportunidad para largarte. Solo tienes que cerrar el libro con toda tranquilidad, salir de puntillas de la habitación o esconderte debajo del edredón y olvidarte de que alguna vez te hablaron de las cloacas de Oslo, del ruido de los taladros de los dentistas y de las serpientes que se alimentan de ratas de agua, de niños de tamaño medio y, a veces, de adultos pequeños, siempre que no tengan mucho pelo ni barba.
Así que adiós y buena suerte. Y cierra la puerta al salir.
Ea. Ya solo quedamos nosotros.
Continuamos adentrándonos por este río sucio que se dirige al oscuro corazón de la ciudad. Ahora el ruido se convierte en bramido y vemos una luz, aunque es obvio que no estamos ni en el paraíso ni en el dentista del infierno, sino en un lugar completamente distinto.
Ante nosotros vemos una estridente máquina con un disco del que sale un brazo de acero. El brazo se mete por un agujero que obviamente ha taladrado en el techo de la tubería de la cloaca.
We are almost there, lads! —exclama el mayor de los tres hombres que rodean la máquina e iluminan el agujero con sus linternas.
Los tres van vestidos igual: botas de cuero negro, vaqueros remangados, camisetas blancas y tirantes. El mayor lleva, además, un bombín en la cabeza. Aunque justo ahora se lo ha quitado para enjugarse el sudor, de modo que vemos que todos llevan la cabeza rapada y una letra tatuada en la frente sobre el ceño cejijunto.
Se oye un leve chasquido y de pronto el taladro empieza a chillar como un niñato malcriado.
We are in —exclama el que tiene una B tatuada en la frente, que a continuación gira un interruptor.
El ruido del taladro se desvanece poco a poco, el brazo de la grúa desciende y aparece la punta del taladro, que constituye todo un espectáculo: a la luz de las linternas, reluce como si fuera el mayor diamante del mundo. Seguramente se debe a que de hecho es el mayor diamante del mundo, que recientemente ha sido robado de una mina de diamantes en Sudáfrica.
El tipo que lleva una C tatuada en la frente coloca una escalera en el agujero y sube corriendo.
Los otros dos lo esperan mirando expectantes el boquete.
Durante cinco segundos el silencio es total.
—¿Charlie? —grita el del bombín.
El silencio dura otros tres segundos.
Pero por fin Charlie vuelve a aparecer. Le está costando mucho trabajo bajar algo que parece un ladrillo, solo que es dorado y pesa como el plomo. En el lado tiene grabado un texto: BANCO NACIONAL DE NORUEGA.

Y debajo, en letras algo más pequeñas, pone: LINGOTE DE ORO NÚMERO 101.
Help me, Betty —dice Charlie, y el que tiene tatuada una B acude corriendo y coge el lingote de oro.
And the rest? —pregunta el mayor soplándose el polvo del bombín. Este lleva una A tatuada en la frente, pero justo ahora no se lee muy bien, porque tiene el ceño tan fruncido que se le arruga la letra.
That’s all there is, Alfie.
What?
Como ya habréis notado los más versados en idiomas, los tres hablan inglés, pero si ahora hacemos como si nos hubiéramos tomado una de las pastillas multilingües del doctor Proctor, el resto de la conversación se escucharía así:
—Que solo había este, Alfie, que la caja fuerte está vacía.
—¿Este es todo el oro que tienen en este maldito banco nacional? —farfulla el mediano, que se llama Betty, y luego deja caer el lingote en el maletero de la máquina.
—Tranquilo, Betty —dice Alfie—. Que este tiene muy buena pinta. Oro puro de cabo a rabo. Habrá que tirar para casa, chicos.
—¡Chis! —exclama Charlie—. ¿Habéis oído eso?
—¿Qué?
—Ese ruido silbante.
Alfie suspira.
—En las cloacas no hay ruidos silbantes, Charlie. Ruidos de ratas y ranas, quizá, pero ruidos silbantes no hay, tronco.
—¡Mirad!
—¿Qué?
—¿No lo habéis visto? ¡Unos ojos amarillos! Han parpadeado y se han esfumado.
—Rabos rojos de rata y muslos verdes de rana, quizá —replica Alfie—. Pero ojos amarillos no hay, tron…
Lo interrumpe un atronador chasquido.
—Hum —dice Alfie acariciándose la barbilla—. ¿Eso han sido las mandíbulas de una serpiente?
—Sí. Y mamá nos ha pedido que le llevemos algo bonito de Oslo. ¿Qué os parecería una boa?
—¡Yupi! —exclama Betty sacando del maletero un pesado mamotreto de hierro.
Luego carga el mamotreto, que no es un mamotreto sino una metralleta, y dispara. La llamarada del cañón ilumina la cloaca al tiempo que las balas acribillan las paredes de las tuberías.
Los otros dos iluminan con sus linternas el lugar en el que Charlie ha visto los ojos amarillos. Pero lo único que ven es una rata temblorosa, de pie sobre las patas traseras y con la espalda pegada a la pared.
—Jolines —susurra Betty.
—Ya tenemos lo que hemos venido a buscar —dice Alfie poniéndose el bombín—. Recoged las cosas, que nos vamos.
Y mientras nosotros continuamos acompañando a la gota de lluvia por la tubería de la cloaca en su ruta hacia las depuradoras y el fiordo de Oslo, oímos que los tres hombres meten el equipo en la máquina y la arrancan.
Pero lo último que oímos es…
Exacto.
Un sssissseo de serpiente.
Fuente:

EDITORIAL
La Galera, SAU
MATERIA
Relatos de aventuras (infantil/juvenil)
ILUSTRADOR
Dybvig, Per
TRADUCTOR
Gómez Baggethun, Cristina
COLECCIÓN
Doctor Proctor
ENCUADERNACIÓN
Cartoné
ISBN
978-84-246-4582-3
EAN
9788424645823
DIMENSIONES
215 x 150 mm.
PESO
432
FECHA PUBLICACIÓN
04-02-2015
PRECIO


14.90€ (14.33€ sin IVA)

viernes, 13 de diciembre de 2019

JO NESBO Cuchillo Harry Hole Nº12. (Fragmento).



Sobre el autor
JO NESBØ nació en Oslo en 1960. Graduado en Economía, antes de dar el salto a la literatura fue cantante, compositor y agente de Bolsa. Desde que en 1997 publicó El murciélago, la primera novela de la serie del policía Harry Hole, ha sido aclamado como el mejor autor de novela policíaca de Noruega, un referente de la última gran hornada de autores del género negro escandinavo.
En la actualidad cuenta con más de 28 millones de ejemplares vendidos internacionalmente. Sus novelas se han traducido a 51 idiomas y los derechos cinematográficos se han vendido a los mejores productores.
***

Las cosas no le van nada bien a Harry Hole La única mujer a la que ha logrado amar, Rakel, lo ha echado de su vida. Ha sido readmitido en la policía de Oslo, sí, pero en un departamento infecto, lejos de los casos que sí quiere investigar: por ejemplo, devolver a la cárcel a Svein Finne, el sanguinario violador múltiple al que atrapó hace un puñado de años y que acaba de cumplir condena. AMBOS DESEAN UNA VENGANZA ATROZ Cuando todo va mal, aún puede ir a peor. Porque Harry ha vuelto a beber. Despierta una mañana sin recordar nada de lo sucedido la noche anterior y con las manos manchadas de sangre. Le tocará entrar de bruces en una pesadilla interminable en la que todas las salidas conducen a la muerte. NUNCA SE ENFRENTÓ A UN CASO TAN OSCURO La caza final ha empezado, aunque no está claro quién es la presa. Cuchillo es la novela más salvaje protagonizada por Harry Hole: ha tomado un camino para el que no hay ya vuelta atrás.

Recopilador: Dr. Enrico Pugliatti.

***

JO NESBO

Cuchillo

Harry Hole Nº12




LAS COSAS NO LE VAN NADA BIEN A HARRY HOLE
La única mujer a la que ha logrado amar, Rakel, lo ha echado de su vida. Ha sido readmitido en la policía de Oslo, sí, pero en un departamento infecto, lejos de los casos que sí quiere investigar: por ejemplo, devolver a la cárcel a Svein Finne, el sanguinario violador múltiple al que atrapó hace un puñado de años y que acaba de cumplir condena.
AMBOS DESEAN UNA VENGANZA ATROZ
Cuando todo va mal, aún puede ir a peor. Porque Harry ha vuelto a beber. Despierta una mañana sin recordar nada de lo sucedido la noche anterior y con las manos manchadas de sangre. Le tocará entrar de bruces en una pesadilla interminable en la que todas las salidas conducen a la muerte.
NUNCA SE ENFRENTÓ A UN CASO TAN OSCURO
La caza final ha empezado, aunque no está claro quién es la presa. Cuchillo es la novela más salvaje protagonizada por Harry Hole: ha tomado un camino para el que no hay ya vuelta atrás.







PRIMERA PARTE
1


Un vestido deshilachado se agitaba en la rama de un pino podrido. El anciano rememoró una canción de su juventud que hablaba de un vestido tendido a secar. Pero ese vestido no ondeaba al viento del sur como el de la canción, sino en la corriente helada de un río. Ahí, en el fondo del río, todo estaba en silencio. Aunque eran las cinco de la tarde de un día de marzo, y según el parte meteorológico el cielo estaba despejado, allí llegaba muy poco de la luz del sol tras pasar por el filtro de una capa de hielo y cuatro metros de agua. Por eso el pino y el vestido se encontraban en una extraña penumbra verdosa. Era un vestido de verano, pensó, blanco con lunares azul claro. Puede que hubiera sido de algún color vivo, no sabía, dependía de cuánto tiempo llevara atrapado en la rama. El vestido oscilaba en la imparable corriente, que lo lavaba y lo acariciaba cuando el río llevaba poca agua, y que tiraba de él y lo rasgaba cuando la corriente era intensa, y lo rompía en pedazos. El anciano pensó que, visto así, el vestido deshilachado era como él. Una vez ese vestido había tenido valor para alguien, para una joven o una mujer, para la mirada de un hombre o los brazos de un niño. Pero ahora estaba igual que él mismo, perdido, extraviado, sin sentido, atrapado, detenido, mudo. Solo era cuestión de tiempo que la corriente arrancara el último resto de lo que había sido en el pasado.
—¿Qué miras? —oyó decir a sus espaldas.
Desafiando sus dolores musculares, giró la cabeza y alzó la mirada. Advirtió que era un cliente nuevo. El viejo estaba perdiendo la memoria, pero nunca olvidaba una cara que hubiera pasado por Simensen Caza & Pesca. Ese cliente en particular no quería ni armas, ni municiones. Con un poco de práctica aprendías a interpretar su mirada, sabías quiénes pertenecían a esa parte de la humanidad que había perdido el instinto asesino: los rumiantes. No compartían el secreto de la otra mitad según el cual no hay nada que haga sentirse más intensamente vivo a un hombre que introducir una bala en un mamífero grande y cálido. El viejo apostó a que el cliente venía en busca de una cuchara de pesca o de las cañas que colgaban de los anaqueles, encima y debajo de la gran pantalla de televisión, tal vez una de las cámaras de caza que estaban al final de la tienda.
—Está mirando el río Haglebu. —Fue Alfons quien contestó. Su yerno se había aproximado y se balanceaba sobre los talones, las manos metidas en los bolsillos del largo chaleco de cuero que siempre llevaba en el trabajo—. El verano pasado pusimos una cámara submarina en colaboración con el fabricante. Así que ahora tenemos retransmisión en directo, las veinticuatro horas, de la escalera de peces que pasa por la cascada de Norafoss y vemos el momento preciso en el que los salmones empiezan a ascender por el río.
—¿Y cuándo es eso?
—Hay unos pocos peces despistados en abril y mayo, pero la avalancha no se produce hasta junio. La trucha tiene que desovar antes que el salmón.
El cliente sonrió al anciano.
—Empiezas un poco pronto, ¿no? ¿O ya has visto algún pez?
El viejo abrió la boca. Pensó las palabras que quería pronunciar, no las había olvidado. Pero no consiguió decir nada. Cerró la boca.
—Afasia —dijo Alf.
—¿Qué?
—Infarto cerebral. No habla. ¿Buscas algo para pescar?
—Una cámara de caza —dijo el cliente.
—¿Así que eres cazador?
—Pues no, la verdad. Encontré unos excrementos junto a mi cabaña, en Sørkedalen, y no se parecían a nada que hubiera visto antes, así que hice una foto, la publiqué en Facebook y pregunté qué era. Enseguida me respondieron unos montañeros. Un oso. ¡Un oso! En el bosque, a veinte minutos en coche y media hora a pie de aquí, en el centro de la capital de Noruega.
—Es fantástico.
—Depende de lo que quieras decir con fantástico. Como ya he dicho tengo allí mi cabaña, llevo a mi familia. Quiero que alguien le pegue un tiro al bicho ese.
—Soy cazador, así que entiendo perfectamente lo que quieres decir, pero sabes que incluso en Noruega, donde hace unos años había muchos osos, no se ha registrado prácticamente ningún ataque mortal en los últimos doscientos años.
Once, pensó el viejo. Once personas desde 1800. El último en 1906. Puede que hubiera perdido la capacidad de hablar y la motricidad, pero no la memoria. Y siempre tenía las ideas claras. Bueno, casi siempre. A veces se desconcertaba un poco, entonces veía que su yerno Alf y su hija Mette intercambiaban miradas y comprendía que se había liado. Al principio, cuando se hicieron cargo de la tienda que él había fundado y administrado durante cincuenta años, resultaba útil. Pero ahora, después del último derrame, solo estaba ahí sentado. No es que fuera para tanto. No, después de la muerte de Olivia ya no le pedía mucho a lo que le quedara de vida. Le bastaba con poder estar cerca de la familia, comer caliente todos los días, sentarse en una silla en la tienda y observar una pantalla de televisión, un programa infinito, sin sonido, en el que las cosas sucedían a su ritmo, donde lo más emocionante que podía ocurrir era que el primer salmón listo para desovar ascendiera por la escalera de peces.
—Pero eso no quiere decir que no pueda volver a ocurrir. —El viejo oía la voz de Alf, que se había llevado al cliente hacia el expositor de las cámaras de caza—. Por mucho que ese animal parezca un osito de peluche, todos los carnívoros matan. Claro que debes hacerte con una cámara, así sabrás si el animal se ha instalado cerca de tu cabaña o solo pasaba por allí. Por cierto que el oso pardo sale de su guarida más o menos por estas fechas, y está hambriento. Así que pon una cámara donde encontraste los excrementos, o junto a la cabaña.
—¿Y la cámara va dentro de la caja nido para pájaros?
—Esta caja nido, como tú la llamas, protege del viento y la lluvia y de animales curiosos. Es una cámara sencilla y económica. Funciona con una lente de Fresnel que detecta los infrarrojos que emite el calor que desprende el animal, una persona o cualquier otra cosa. Cuando se altera su entorno, la cámara se enciende automáticamente.
El viejo escuchaba solo a medias, porque algo había captado su atención. Algo que ocurría en la pantalla. No veía lo que era, pero la pantalla verde había adquirido un tono más claro.
—La grabación se almacena en una memoria USB que lleva la cámara, luego puedes verla en el ordenador.
—Eso es fantástico.
—Sí, pero tienes que ir en persona a comprobar la cámara para ver si hay imágenes grabadas. Si optas por este modelo, un poco más caro, recibirás un mensaje de texto en tu teléfono cada vez que se tomen fotos. La alternativa es este modelo puntero que también tiene una memoria USB, pero además te manda la grabación directamente al teléfono o a tu dirección de correo electrónico. Puedes quedarte en el salón de tu casa y solo ir cambiar las pilas de la cámara de vez en cuando.
—¿Y si el oso aparece de noche?
—Las cámaras tienen luces Black Led o White. Luz invisible que evita que el animal se asuste.
Luz. El viejo la vio claramente. Era un haz de luz que entraba siguiendo la corriente por la derecha. Atravesó la luz verde, iluminó el vestido, y por un instante sobrecogedor imaginó a una chica que por fin vuelve a la vida y baila de felicidad.
—¡Parece ciencia ficción!
El anciano abrió la boca cuando vio aparecer una nave espacial en la pantalla. El interior estaba iluminado y flotaba a un metro y medio del lecho del río. Arrastrada por la corriente impactó con una gran roca y, a cámara lenta, giró mientras las luces de los faros barrían el fondo del río, y, cuando iluminaron la cámara, deslumbraron al viejo un instante. Por fin la embarcación flotante quedó atrapada entre las gruesas ramas del pino y se detuvo por completo. El anciano sintió que se le aceleraba el corazón. Era un coche. La luz del interior estaba encendida y pudo ver que el coche estaba lleno de agua casi hasta el techo. Y había alguien dentro. Una persona que estaba incorporada sobre el asiento del conductor mientras presionaba con desesperación la cabeza hacia el techo, era evidente que para respirar. Una de las ramas podridas que sujetaba el coche se partió y la corriente la arrastró.
—Las imágenes no son tan nítidas y definidas como las que proporciona a la luz del día, y son en blanco y negro. Pero si la lente no está cubierta de vaho o algún otro impedimento, podrás ver a tu oso, sí.
El viejo pegaba patadas al suelo intentando llamar la atención de Alf. La persona del coche pareció coger aire y bucear. Su cabello corto de punta oscilaba y tenía las mejillas infladas. Golpeó con las dos manos la ventanilla del lado de la cámara, pero el agua le restaba fuerza al impacto. El viejo había clavado los brazos en la silla e intentaba ponerse de pie, pero los músculos no le obedecían. Se fijó en que una de las manos tenía el dedo corazón gris. El hombre dejó de dar golpes y estampó la frente en el cristal. Parecía que se había rendido. Otra rama se partió y la corriente siguió tirando sin descanso para soltar el coche, pero el pino aún no quería dejarlo ir. El viejo miró fijamente el rostro atormentado que se pegaba al interior de la ventanilla. Ojos azules desorbitados. Una cicatriz dibujaba un arco amoratado desde la comisura del labio hasta la oreja. El viejo había logrado levantarse de la silla y dio dos pasos tambaleantes hacia la estantería de las cámaras de caza.
—Perdón —le dijo Alf al cliente—. ¿Qué pasa, padre?
El anciano gesticuló hacia el televisor que tenía a su espalda.
—¿De verdad? —dijo Alf incrédulo y se acercó con paso rápido al televisor.
—¿Peces?
El viejo negó con la cabeza y volvió a girarse hacia la pantalla. El coche. Había desaparecido. Y todo volvía a ser como antes. El fondo del río, el pino muerto, el vestido, la luz verde que atravesaba el hielo. Como si no hubiera ocurrido nada. El viejo volvió a dar patadas al suelo y señaló la pantalla.
—Vamos, tranquilo padre. —Alf le dio una amistosa palmadita en la espalda—. Es pronto para que desoven. Ya lo sabes —dijo, y volvió con el cliente a las cámaras de caza.
El viejo miraba a los dos hombres que le daban la espalda mientras la desesperación y la ira lo invadían. ¿Cómo podría explicar lo que acababa de ver? El médico había dicho que cuando el derrame afectaba tanto al lóbulo frontal como al lóbulo parietal no solo interfería en la capacidad de hablar, sino que con frecuencia se veía mermada la capacidad de comunicarse en general. También la escritura o los gestos. Volvió a la silla con paso inseguro. Miraba el río que fluía y fluía. Impertérrito. Impasible. Inalterable. Pasados un par de minutos notó que su corazón latía con más calma. Quién sabe, tal vez no hubiera ocurrido. Quizá solo fuera un breve atisbo del siguiente paso hacia la oscuridad total de la vejez. O, en este caso, su colorido mundo de alucinaciones. Observó el vestido. Por un instante, cuando creyó que lo iluminaban los faros del coche, le pareció que veía a Olivia bailando con ese vestido. Y tras la ventanilla del coche, en el interior iluminado, había distinguido una cara que había visto antes.

fICHA TÉCNICA:

Cuchillo (Harry Hole 12) (Spanish Edition) Edición Kindle


Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas