JEAN-PAUL SARTRE
BAUDE LAI RE
Traducción da
A urora. B e r n á r d e z
(TERCERA EDICIÓN)
E D I T O R I A L L OS AD A, S. A.
B U E N O S A I R E S
Primera edición; 10 - Xt - 194tí
Segunda edición: 5 • XT - 1Ü57
Tercera edición: 8 0 - V ■ 19fl8
Dibujo de la cubierta:
SILVIO BALDEBSAItl
I M P R E S O E N L A A R G E N T I N A
P R 1 N T E D I N A R G E N T I N A
Determinar cuál fue la vocación (destino elegido,
llamado, por lo menos consentido, y no destino pasivamente
soportado) de Charles Baudelaire, y, si la
poesía es veMculo de un mensaje, precisar cuál es, en
el caso considerado, el contenido más ampliamente humano
de este mensaje. La intervención del filósofo se
manifiesta aquí distinta tanto de la del crítico como
de la del psicólogo (médico o nó) y de la del sociólogo.
Pues no se tratará, para él, de poner en el platillo la
poesía baudelairiana ( emitiendo sobre la misma un
juicio de valor o empeñándose en ofrecer su clave)
ni de analizar, como se fiaría con un fenómeno del
mundo físico, la persona del poeta de Les fleurs du
mal. Por el contrciA'io,- se intentará revivir desde den*
tro, en lugar de considerar sólo las apariencias (es
decir: uno mismo examinándola desde fuera) lo que
fue la experiencia de Baudelaire, prototipo casi legendario
del “poeta maldito”, admitiendo para ello,
como base esencial, las confidencias que nos hizo sobre
su persona, al margen de su obra propiamente dicha,
así como los datos que proporciona la correspondencia
con sus allegados: tal es la tarea que se propuso,
en su carácter de filósofo, el autor de la presente
obra, dentro de los límites suficientemente establecidos
por el hecho de que el texto hoy reeditado sólo
se consideraba, al presentarse por primera vez, como
“introducción” a una serie de Escritos íntimos. Texto
dedicado — tampoco es vano señalarlo— a alguien cuya
suerte hasta ahora, según puede observarse, de
hecho consiste (no importa cuál sea la opinión que del
mismo y de sus escritos se tenga) en jactarse de ser
culpable al mismo tiempo que poeta, y a quien la
sociedad, efectivamente, ha tenido tras las rejas durante
varios años.
Este estudio, cuyas partes se ordenan según la
manera sintética de una perspectiva libre, no pretende
en modo alguno explicar lo que hay de único en
las 'prosas y en los poemas baudelairianos; ni intenta,
lo cual estoma condenado de antemano al fracaso, reducir
a una medida común aquello que precisamente
vale por ser irreductible; deliberadamente el autor de
esta introducción se detiene en el umbral al arriesgarse
en las últimas páginas, y a título de prueba de
la justeza de su tarea, a un examen, no por cierto
de la poesía, sino de lo que él llama, estableciendo de
este modo explícitamente su límite, el “hecho poético”
baudelairimio.
No hay tampoco tentativa presuntuosa de desmontar
los engranajes mentales —y aun fisiológicos—,
rebajando al que soporta semejante operación al rango
de cosa, de “pobre” cosa que el espectador mira
poniéndose, si es necesario, los guantes de cierta conmiseración,
en caso de interesarle demostrar que no
es del todo insensible. Para el fenomenólogo de L’étre
et le néant, así como no es cuestión de escribir, en
estilo docto o lírico, el capítulo “Baudelaire” de un
manual literario ideal, tampoco lo es el meter hipócritamente
las manos en una vida ejemplar de poeta,,
agregando una explicación de su cosecha a otras —y
a veces más bajas— explicaciones. Para Sartre, que
eligió como fin tangible de su actividad construir una
filosofía de la libertad, se trata esencialmente de desprender
de lo que se conoce del personaje Baudelaire,
su significado: la elección que hizo de sí mismo (ser
esto, no ser aquello), como lo hace todo hombre, originalmente
y en cada momento, al pie del muro históricamente
definido de su “situación”. Éste no se
dejará reducir ni siquiera en las condiciones más dieras,
aquél actuará como vencido en circunstancias fá ciles;
y en cuanto a Baudelaire, si la- imagen que nos
legó es la de un reprobo, abruma-do, injustamente por
la mala suerte, no fue sin que mediara complicidad
entre la mala fortuna y él. Estamos lejos, en consecuencia,,
del Baudelaire victima, bueno para biógrafos
piadosos 'o condescendientes, y no se nos propone
una vida de santo, como tampoco la descripción de
un caso clínico; más bien, la aventura de una libertad,
narrada en la medida necesariamente conjetural
en que puede conocerla otra libertad. Aventura que
se presenta como la, busca de una imposible cuadratura
del circulo (fusión ser-existencia, en la cual se
encarniza todo poeta según la vía que le es propios).
Aventura sin episodios sangrientos, pero que puede
considerarse incluida en lo trágico, en tanto que su
resorte manifiesto es la dualidad insuperable de dos
polos, fuente para nosotros — sin remisión posible—
de confusión ?/ desgarramiento. Aventura donde —
según los términos finales— “la elección libre que el
hombre hace de sí mismo se identifica- absolutamente
con lo que ¿tomamos su destino” y en la que el pwpel
del azar parece inexistente.
Con abstracción de lo que algunos podrían criticar
en cuanto a la tesis misma ( que admite como principal
postulado las ideas del autor respecto a lo que
él llama la “elección original”), ¿no habría cierto
abrno en este esfuerzo de reconstrucción racional al
tomar por objeto a un poeta tan difícil de insertar en
un esquema como lo fu e Baudelaire? Aún más: semejante
manera de introducirse por efracción (si tal
cosa es concebible) en dicha conciencia, ¿no sería en
exceso desenvuelta, si es que no participa simplemente
del sacrilegio?
Lo mismo daría afirmar que todos los grandes
poetas moran en un cielo aparte, más allá de la humanidad,
escapando como por milagro a la condición
de hombres, en lugar de ser despojos escogidos donde
esta condición de hombre puede reflejarse mejor que
en cualquier otro. Si hay gran poesía, siempre será
justo interrogar a aquellos que quisieron ser sus portavoces,
e intentar la penetración en lo más secreto
de ellos mismos con el objeto de hacerse una idea más
clara de lo que soñaban en tanto que hombres. ¿ Y qué
otro medio, cuando se busca esto, sino abordarlos sin
angustia ni balbuceo de religiosidad (con las a.rnias
del máximo rigor lógico) y hacerlo, a la vez (por celosos
que puedan estar de su singularidad), como si
fueran prójimos con quienes se está en pie de igualdad?
La empresa de Sartre — con seguridad muy osada—
no muestra, sin embargo, irreverencia, alguna
con el genio de Baudelaire, ni tampoco desconocimiento
(no obstante lo que haya podido decirse) de lo que
en él representa de soberano la poesía, Con la reserva,
de un dominio interdicto (el mismo de la poesía como
tal, donde el racionalismo nada tiene que hacer), sigue
en pie el hecho de que esta poesía ha llegado
hasta nosotros como producto de una pluma dirigida
por una mano, y que esta misma mano era movida,
a través de la escritura, por el modo como un hombre
apuntaba a cierto objetivo. A todo individuo que sabe
leer y para quien lo que lee es motivo de reflexión,
debe concederse, evidentemente, licencia cabal para
aplicar los recursos de su inteligencia a la elucidación
de ese objetivo. Tales tentativas —que tienden,
en último análisis, a hacer la luz sobre lo que cada
uno persigue, mediante un entendimiento más exacto
de lo que han perseguido ciertos seres privilegiados—
no son usurpaciones insidiantes. Salvo a ios ojos de
quien se atuviera sólo a débiles misterios incapaces
de resistir una luz más viva, ninguna salpicadura corrosiva
podría caer en la poesía verdadera, cuya
resonancia no puede sino profundizar toda nueva visión
del ser humano que fue su soporte, por aproximativa
que inevitablemente sea.
En descargo de Sartre —tan extraño a la poesía
(como él mismo lo confiesa) y a veces de una rigidez
singular, es lo menos que puede decirse, replicando
a los defensores y apasionados de ese arte (según
da fe, por ejemplo, la ejecución sumaria del superrealismo
que figura en su ensayo Qu’est-ce que la littérature?)—
■, debe aquí sumarse no sólo el hecho de haber
sabido desprender algunos sonidos armónicos de
la obra baudelairiana aún no señalados, sino también
él haber mostrado que sería falso ver sólo “mala suerte”
en tina vida que, en resumidas cuentas, resulta
participar del mito en el sentido más elevado, en tanto
que el héroe mítico es un ser en quien la fatalidad
se conjuga con la voluntad y que parece obligar a la
suerte a modelcurlo en estatua.
Michel Leiris
J
A JEAN GENET
“No tuvo ía vida que merecía.” De esta máxima
consoladora, la vida de Baudelaire parece una magnífica
ilustración. No merecía, por cierto, aquella madre,
aquella perpetua estrechez, aquel consejo de familia,
aquella querida avara, ni aquella sífilis; ¿y
hay algo más injusto que su fin prematuro? Sin embargo,
con la reflexión surge una duda: si se considera
al hombre mismo, no carece de fallas y, en apariencia,
de contradicciones: aquel perverso adoptó de
una vez por todas la moral más vulgar y rigurosa,
aquel refinado frecuenta las prostitutas más miserables,
el gusto por la miseria es lo que lo retiene junto
ul flaco cuerpo de Louchette, y su amor a “la horrorosa
judía’' es como una prefiguración del que más
tardo le inspirará Jeanne Duval; aquel solitario tiene
un miedo horrible a la soledad, nunca sale sin compañía,
aspira a un hogar, a una vida familiar; aquel
apologista del esfuerzo1 es un “abúlico” incapaz de
Homt'-lcrwi a un trabajo regular; lanzó invitaciones al
viajo, reclamó destierros, soñó con países desconocidos,
puro vacilaba seis meses antes de marcharse a
Honl'leur y «1 único viaje que hizo le pareció un largo
suplicio; ostentabu desprecio y aun odio por los graves
personaje# encargados de su tutela; sin embargo,
jamás trató de librarse do ellos ni perdió ocasión de
soportar sus paternales amonestaciones. ¿Es, pues, tan
diferente de la existencia que llevó? ¿Y si hubiera
merecido su vida? ¿Si, al contrario de las ideas recibidas,
los hombres nunca tuvieran sino la vida que
merecen? Es preciso mirar esto de más cerca.
Cuando murió su padre, Baudelaire tenía seis
años, vivía adorando a su madre; fascinado, envuelto
en consideraciones y cuidados, aún ignoraba que
existía como persona, se sentía unido al cuerpo y al
corazón de su madre por una especie de participación
primitiva y mística; se perdía en la dulce tibieza
del amor recíproco; aquello era un hogar, una familia,
una pareja incestuosa. “Yo estaba siempre vivo en
ti, le escribirá más tarde, tú eras únicamente mía.
Eras un ídolo y un camarada a la vez.”
No podría expresarse mejor el carácter sagrado
de esta unión: la madre es un ídolo, el hijo está consagrado
por el afecto que ella le profesa; lejos de
sentirse una existencia errante, vaga y superflua, se
piensa como hijo de derecho divino. Está siempre vivo
en ella: esto significa que se ha puesto al abrigo en
un santuario; no es, no quiere ser sino una emanación
de la divinidad, un pequeño pensamiento constante
de su alma-, Y precisamente porque se absorbe entero
en un ser que le parece existir por necesidad
y por derecho, está protegido contra toda inquietud, se
funde con lo absoluto, está justificado.
En noviembre de 1828 aquella mujer tan querida
vuelve a casarse con un soldado; a Baudelaire lo interna
en un colegio. De esta época data su famosa
“grieta”. Crépet cita a este respecto una nota significativa
de Buisson: “Baudelaire era un alma muy delicada,
muy fina, original y tierna, que se agrietó al
primer choque de la vida”. Hubo en su existencia un
acontecimiento que no pudo soportar: el segundo casamiento
de su madre. Sobre este tema era inagotable
y su terrible lógica siempre se resumía así: “Cuando
se tiene un hijo como yo —el como yo quedaba sobreentendido—
uno no vuelve a casarse”.
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