domingo, 18 de agosto de 2024

JEAN-PAUL SARTRE BAUDE LAI RE Traducción da A urora. B e r n á r d e z FRAGMENTO




 JEAN-PAUL SARTRE

BAUDE LAI RE

Traducción da

A urora. B e r n á r d e z

(TERCERA EDICIÓN)

E D I T O R I A L L OS AD A, S. A.

B U E N O S A I R E S



Primera edición; 10 - Xt - 194tí

Segunda edición: 5 • XT - 1Ü57

Tercera edición: 8 0 - V ■ 19fl8

Dibujo de la cubierta:

SILVIO BALDEBSAItl

I M P R E S O E N L A A R G E N T I N A

P R 1 N T E D I N A R G E N T I N A

Determinar cuál fue la vocación (destino elegido,

llamado, por lo menos consentido, y no destino pasivamente

soportado) de Charles Baudelaire, y, si la

poesía es veMculo de un mensaje, precisar cuál es, en

el caso considerado, el contenido más ampliamente humano

de este mensaje. La intervención del filósofo se

manifiesta aquí distinta tanto de la del crítico como

de la del psicólogo (médico o nó) y de la del sociólogo.

Pues no se tratará, para él, de poner en el platillo la

poesía baudelairiana ( emitiendo sobre la misma un

juicio de valor o empeñándose en ofrecer su clave)

ni de analizar, como se fiaría con un fenómeno del

mundo físico, la persona del poeta de Les fleurs du

mal. Por el contrciA'io,- se intentará revivir desde den*

tro, en lugar de considerar sólo las apariencias (es

decir: uno mismo examinándola desde fuera) lo que

fue la experiencia de Baudelaire, prototipo casi legendario

del “poeta maldito”, admitiendo para ello,

como base esencial, las confidencias que nos hizo sobre

su persona, al margen de su obra propiamente dicha,

así como los datos que proporciona la correspondencia

con sus allegados: tal es la tarea que se propuso,

en su carácter de filósofo, el autor de la presente

obra, dentro de los límites suficientemente establecidos

por el hecho de que el texto hoy reeditado sólo

se consideraba, al presentarse por primera vez, como

“introducción” a una serie de Escritos íntimos. Texto

dedicado — tampoco es vano señalarlo— a alguien cuya

suerte hasta ahora, según puede observarse, de

hecho consiste (no importa cuál sea la opinión que del

mismo y de sus escritos se tenga) en jactarse de ser

culpable al mismo tiempo que poeta, y a quien la

sociedad, efectivamente, ha tenido tras las rejas durante

varios años.

Este estudio, cuyas partes se ordenan según la

manera sintética de una perspectiva libre, no pretende

en modo alguno explicar lo que hay de único en

las 'prosas y en los poemas baudelairianos; ni intenta,

lo cual estoma condenado de antemano al fracaso, reducir

a una medida común aquello que precisamente

vale por ser irreductible; deliberadamente el autor de

esta introducción se detiene en el umbral al arriesgarse

en las últimas páginas, y a título de prueba de

la justeza de su tarea, a un examen, no por cierto

de la poesía, sino de lo que él llama, estableciendo de

este modo explícitamente su límite, el “hecho poético”

baudelairimio.

No hay tampoco tentativa presuntuosa de desmontar

los engranajes mentales —y aun fisiológicos—,

rebajando al que soporta semejante operación al rango

de cosa, de “pobre” cosa que el espectador mira

poniéndose, si es necesario, los guantes de cierta conmiseración,

en caso de interesarle demostrar que no

es del todo insensible. Para el fenomenólogo de L’étre

et le néant, así como no es cuestión de escribir, en

estilo docto o lírico, el capítulo “Baudelaire” de un

manual literario ideal, tampoco lo es el meter hipócritamente

las manos en una vida ejemplar de poeta,,

agregando una explicación de su cosecha a otras —y

a veces más bajas— explicaciones. Para Sartre, que

eligió como fin tangible de su actividad construir una

filosofía de la libertad, se trata esencialmente de desprender

de lo que se conoce del personaje Baudelaire,

su significado: la elección que hizo de sí mismo (ser

esto, no ser aquello), como lo hace todo hombre, originalmente

y en cada momento, al pie del muro históricamente

definido de su “situación”. Éste no se

dejará reducir ni siquiera en las condiciones más dieras,

aquél actuará como vencido en circunstancias fá ciles;

y en cuanto a Baudelaire, si la- imagen que nos

legó es la de un reprobo, abruma-do, injustamente por

la mala suerte, no fue sin que mediara complicidad

entre la mala fortuna y él. Estamos lejos, en consecuencia,,

del Baudelaire victima, bueno para biógrafos

piadosos 'o condescendientes, y no se nos propone

una vida de santo, como tampoco la descripción de

un caso clínico; más bien, la aventura de una libertad,

narrada en la medida necesariamente conjetural

en que puede conocerla otra libertad. Aventura que

se presenta como la, busca de una imposible cuadratura

del circulo (fusión ser-existencia, en la cual se

encarniza todo poeta según la vía que le es propios).

Aventura sin episodios sangrientos, pero que puede

considerarse incluida en lo trágico, en tanto que su

resorte manifiesto es la dualidad insuperable de dos

polos, fuente para nosotros — sin remisión posible—

de confusión ?/ desgarramiento. Aventura donde —

según los términos finales— “la elección libre que el

hombre hace de sí mismo se identifica- absolutamente

con lo que ¿tomamos su destino” y en la que el pwpel

del azar parece inexistente.

Con abstracción de lo que algunos podrían criticar

en cuanto a la tesis misma ( que admite como principal

postulado las ideas del autor respecto a lo que

él llama la “elección original”), ¿no habría cierto

abrno en este esfuerzo de reconstrucción racional al

tomar por objeto a un poeta tan difícil de insertar en

un esquema como lo fu e Baudelaire? Aún más: semejante

manera de introducirse por efracción (si tal

cosa es concebible) en dicha conciencia, ¿no sería en

exceso desenvuelta, si es que no participa simplemente

del sacrilegio?

Lo mismo daría afirmar que todos los grandes

poetas moran en un cielo aparte, más allá de la humanidad,

escapando como por milagro a la condición

de hombres, en lugar de ser despojos escogidos donde

esta condición de hombre puede reflejarse mejor que

en cualquier otro. Si hay gran poesía, siempre será

justo interrogar a aquellos que quisieron ser sus portavoces,

e intentar la penetración en lo más secreto

de ellos mismos con el objeto de hacerse una idea más

clara de lo que soñaban en tanto que hombres. ¿ Y qué

otro medio, cuando se busca esto, sino abordarlos sin

angustia ni balbuceo de religiosidad (con las a.rnias

del máximo rigor lógico) y hacerlo, a la vez (por celosos

que puedan estar de su singularidad), como si

fueran prójimos con quienes se está en pie de igualdad?

La empresa de Sartre — con seguridad muy osada—

no muestra, sin embargo, irreverencia, alguna

con el genio de Baudelaire, ni tampoco desconocimiento

(no obstante lo que haya podido decirse) de lo que

en él representa de soberano la poesía, Con la reserva,

de un dominio interdicto (el mismo de la poesía como

tal, donde el racionalismo nada tiene que hacer), sigue

en pie el hecho de que esta poesía ha llegado

hasta nosotros como producto de una pluma dirigida

por una mano, y que esta misma mano era movida,

a través de la escritura, por el modo como un hombre

apuntaba a cierto objetivo. A todo individuo que sabe

leer y para quien lo que lee es motivo de reflexión,

debe concederse, evidentemente, licencia cabal para

aplicar los recursos de su inteligencia a la elucidación

de ese objetivo. Tales tentativas —que tienden,

en último análisis, a hacer la luz sobre lo que cada

uno persigue, mediante un entendimiento más exacto

de lo que han perseguido ciertos seres privilegiados—

no son usurpaciones insidiantes. Salvo a ios ojos de

quien se atuviera sólo a débiles misterios incapaces

de resistir una luz más viva, ninguna salpicadura corrosiva

podría caer en la poesía verdadera, cuya

resonancia no puede sino profundizar toda nueva visión

del ser humano que fue su soporte, por aproximativa

que inevitablemente sea.

En descargo de Sartre —tan extraño a la poesía

(como él mismo lo confiesa) y a veces de una rigidez

singular, es lo menos que puede decirse, replicando

a los defensores y apasionados de ese arte (según

da fe, por ejemplo, la ejecución sumaria del superrealismo

que figura en su ensayo Qu’est-ce que la littérature?)—

■, debe aquí sumarse no sólo el hecho de haber

sabido desprender algunos sonidos armónicos de

la obra baudelairiana aún no señalados, sino también

él haber mostrado que sería falso ver sólo “mala suerte”

en tina vida que, en resumidas cuentas, resulta

participar del mito en el sentido más elevado, en tanto

que el héroe mítico es un ser en quien la fatalidad

se conjuga con la voluntad y que parece obligar a la

suerte a modelcurlo en estatua.

Michel Leiris

J

A JEAN GENET

“No tuvo ía vida que merecía.” De esta máxima

consoladora, la vida de Baudelaire parece una magnífica

ilustración. No merecía, por cierto, aquella madre,

aquella perpetua estrechez, aquel consejo de familia,

aquella querida avara, ni aquella sífilis; ¿y

hay algo más injusto que su fin prematuro? Sin embargo,

con la reflexión surge una duda: si se considera

al hombre mismo, no carece de fallas y, en apariencia,

de contradicciones: aquel perverso adoptó de

una vez por todas la moral más vulgar y rigurosa,

aquel refinado frecuenta las prostitutas más miserables,

el gusto por la miseria es lo que lo retiene junto

ul flaco cuerpo de Louchette, y su amor a “la horrorosa

judía’' es como una prefiguración del que más

tardo le inspirará Jeanne Duval; aquel solitario tiene

un miedo horrible a la soledad, nunca sale sin compañía,

aspira a un hogar, a una vida familiar; aquel

apologista del esfuerzo1 es un “abúlico” incapaz de

Homt'-lcrwi a un trabajo regular; lanzó invitaciones al

viajo, reclamó destierros, soñó con países desconocidos,

puro vacilaba seis meses antes de marcharse a

Honl'leur y «1 único viaje que hizo le pareció un largo

suplicio; ostentabu desprecio y aun odio por los graves

personaje# encargados de su tutela; sin embargo,

jamás trató de librarse do ellos ni perdió ocasión de

soportar sus paternales amonestaciones. ¿Es, pues, tan

diferente de la existencia que llevó? ¿Y si hubiera

merecido su vida? ¿Si, al contrario de las ideas recibidas,

los hombres nunca tuvieran sino la vida que

merecen? Es preciso mirar esto de más cerca.

Cuando murió su padre, Baudelaire tenía seis

años, vivía adorando a su madre; fascinado, envuelto

en consideraciones y cuidados, aún ignoraba que

existía como persona, se sentía unido al cuerpo y al

corazón de su madre por una especie de participación

primitiva y mística; se perdía en la dulce tibieza

del amor recíproco; aquello era un hogar, una familia,

una pareja incestuosa. “Yo estaba siempre vivo en

ti, le escribirá más tarde, tú eras únicamente mía.

Eras un ídolo y un camarada a la vez.”

No podría expresarse mejor el carácter sagrado

de esta unión: la madre es un ídolo, el hijo está consagrado

por el afecto que ella le profesa; lejos de

sentirse una existencia errante, vaga y superflua, se

piensa como hijo de derecho divino. Está siempre vivo

en ella: esto significa que se ha puesto al abrigo en

un santuario; no es, no quiere ser sino una emanación

de la divinidad, un pequeño pensamiento constante

de su alma-, Y precisamente porque se absorbe entero

en un ser que le parece existir por necesidad

y por derecho, está protegido contra toda inquietud, se

funde con lo absoluto, está justificado.

En noviembre de 1828 aquella mujer tan querida

vuelve a casarse con un soldado; a Baudelaire lo interna

en un colegio. De esta época data su famosa

“grieta”. Crépet cita a este respecto una nota significativa

de Buisson: “Baudelaire era un alma muy delicada,

muy fina, original y tierna, que se agrietó al

primer choque de la vida”. Hubo en su existencia un

acontecimiento que no pudo soportar: el segundo casamiento

de su madre. Sobre este tema era inagotable

y su terrible lógica siempre se resumía así: “Cuando

se tiene un hijo como yo —el como yo quedaba sobreentendido—

uno no vuelve a casarse”.

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