jueves, 15 de agosto de 2024

Bernárdez José M.a Alonso Gamo Tres poetas argentinos: Marechal M olinari - Bernárdez Madrid 1951 FRAGMENTO

 



Bernárdez

José M.a Alonso Gamo

Tres poetas argentinos:

Marechal

M olinari - Bernárdez

Madrid 1951

PROPIEDAD RESERVADA

IMPRESO EN ESPAÑA

INDICE

P áginaa

MARECHAL

I.*—El ambiente ...................................................................... 7

II.'—El caballo .............................................................. 9

III.—El hombre ...................................................................... 13

IV.—La tierra .......................................................................... 17

V .—La expresión ................................................................. 20

V I.—Lindes de la expresión .............................................. 29

La palabra ............................................................ 29

Metáfora e imagen .............................................. 33

Adjetivación............................................................ 37

VIL—Hombre en profundidad ......................................... 39

VIII.—Sondeos de evasión ................................................... 48

MOLINARI

I.*—Molinari y su mundo .............................................. 57

II.—El viento y la pampa .............................................. 64

El Sur ...................................................................... 65

La llan u ra ................................................................. 67

Ríos y caballos ................................................... 70

El cielo ..................................................................... 73

III.—El viento en la distancia .......................................... 75

La persona ............................................................ 77

La soledad ............................................................. 79

El am o r...................................................................... 80

Recuerdo y olvido .............................................. 83

El sueño ................................................................. 85

La muerte ................................................................. 87

IV .—Mundos de la madrugada .......................................... 90

BERNARDEZ

I.*—Personalidad 95

II.'—El buque ........................................................................... 98

III.—La palabra .......................................................................... 106

IV.—La voz .................................................................................... 111

V .—Lo formal ................................................................. 116

VI.—Los elementos ..................................................................... 126

VII.—La noche ............................................................................... 131

V III.—El Ser .................................................................................... 137

IX.—Del alma y del corazón .............................................. 142

X .—“La ciudad sin Laura" .................................................. 148

XI.—Presencia de Dios ............................................................ 155

XII.-—Colofón musical ................................................................. 160

MARECHAL

I .— E l a m b i e n t e .

Se dan frecuentemente en los poetas determinadas preferencias,

cuyo origen hay que buscarlo en el medio ambiente

o en profundas e ineludibles inclinaciones del corazón. Dichas

preferencias pueden ser de dos órdenes: vital o teórico.

Las experiencias de orden vital son la consecuencia necesaria

e inmediata de nuestro paso por la vida y en ellas

viene a apoyarse en definitiva toda posición teórica que

haya de tener alguna raigambre. Las inclinaciones del corazón

no se sabe nunca bien a qué secretas razones obedecen,

pero lo cierto es que existen y que influyen, acaso con más

fuerza que nada, en la obra de escritores y poetas.

No le bastó a Ricardo Güiraldes el haber vivido la vida

de la pampa argentina; le fué necesaria su larga estancia

en el extranjero para que la nostalgia de la llanura y los

recuerdos de la infancia fuesen cuajando en una decantada

visión, que le llevó a conseguir su magnífico Don S e g u n d o

S omb ra . Don Segundo no es, y a lo dice su nombre, el primero,

el protagonista. El primero es él, Güiraldes en persona,

soñándose protagonista. Protagonista cuyos deseos van

reflejándose en una sombra que queda en segundo término:

Don S e g u n d o . Por eso el libro de Güiraldes es fundamentalmente

la proyección de una dimensión humana sobre la

pampa.

También Leopoldo Marechal ha proyectado sobre la pampa

su dimensión humana; también se ha sentido atraído y

envuelto por ella, por esa pampa interminable que con tal

fuerza se apodera de las almas de quienes la viven, Pero

hay que vivirla intensamente. Hay que irla guardando día

a día en los ojos y en el sueño para que reviva y fructifique

en la obra de un poeta.

La pampa es larga, inmensa, no tiene otra medida que

su longitud y su profundidad. Por eso no llegan a comprenderla

ni el que la atraviesa demasiado a prisa —en

tren o en automóvil—', ni el que la atraviesa demasiado

despacio, a pie, el “linyera”. El linyera está demasiado dominado

por la pampa, pegado a ella; es como si fuera un

elemento integrante de la misma, pero sin la amplitud suficiente

de movimientos para abarcarla y comprenderla, sin

la atalaya del caballo que le dé la pequeña libertad y dominio

que eso significa.

Quien la surca veloz se desliza, como el viajero de un

gran transatlántico sobre el mar, a demasiada distancia, sin

tomar contacto ni cobrar intimidad con ella. Y lo mismo

que al mar no se le siente más que en las pequeñas barcas

de pescadores, así a la pampa no es posible sentirla en toda

su intensidad más que a caballo, desde el caballo. El animal

de la pampa, en cuyo galope se abarca la distancia, pero

cuyas patas, firmemente unidas a tierra, han de ser guiadas

directamente por la mano del hombre. Un hombre que, sobre

la abierta y verde llanura, se siente tan parte integrante de

la misma como el ombú o los sauces, a cuya sombra halla

cobijo y descanso su soledad.

Si todo poeta lírico es, casi por definición, un solitario

cuya originalidad estriba en la manera de contrastar ef

mundo con su soledad, el poeta de la pampa, el solitario en\

la soledad, llega a lo que no llega ningún otro solitario: a

amar la tierra en que habita. Se ha hermanado con la lla nura

y la necesita para vivir. Cielo, tierra y aire son los

solitarios amigos que le rodean. Alegres y acogedores en

las horas de calma y placidez. Pero, cuando en la pampa,

se desatan los elementos de una naturaleza enfurecida, el

hombre se encuentra inerme y desvalido ante el fuerte pampero,

los cangrejales traicioneros o el río desbordado. Más

tarde, cuando todo vuelve a su cauce y por el aire se extiende

un fuerte olor a tierra mojada, el hombre de la pampa

recobra poco a poco su medida.

Pero no puede recobrarse plenamente esa medida sin el

caballo. Es el caballo el que evita que quede a merced de

los elementos o de las fieras, el que le da fuerzas para lle g a r

a los ríos, medios para dominar la tropilla o la vacada que

son su vida. Por eso no es de extrañar que en la poesía

de Marechal, hombre de la llanura, con la pampa en el

corazón y el caballo en el recuerdo —y a sea el salvaje y

duro mestizo criollo o el mítico centauro del sueño—, el1

noble bruto cobre tal importancia que se destaque de una

manera incuestionable. Vamos, pues, a seguir al poeta Marechal

al filo de una rienda que refrena o alienta el galope

de su imaginación por la llanura.

II.—E l c a b a l l o .

Es al caballo del sueño —al centauro— al que le dice

Leopoldo Marechal:

¡R om p e tus du ra s lineas

y c a b a lg a c o nm i g o !

¿Por dónde le quiere llevar? Quiere llevarle por la abierta

llanura donde el silencio encanta y donde el galope queda

al libre antojo:

Sin lá tigo ni e s p u e la ,

sin f r e n o y sin e s t r ib o ,

crucemos la en ca n ta d a

p r o v in c ia d e l s ig ilo *

Para ello no se necesitan más que dos cosas: unos muslos

hechos a sentir el lomo, a fo rm a r c u e r p o c o n él, y unas

manos que, apoyadas en las tablas del cuello o sujetas a

las rizadas crines, ofrezcan el preciso soporte a la carrera:

Firme y o en tus r iñ o n es

y a tus c r in e s p ren d id o.

Es entonces cuando el jinete puede echar a vuelo las

^campanas de su alegría:

¡B ien h a y a mi c o r c e l

y d ic h o s o mi a rte!

Pero es, más que al caballo real, al centauro —el caballo

del sueño—, al que quisiera cabalgar por la pampa de sus

amores; y eso no es "ni difícil ni fácil"...

Es c om o a lb o r o ta r

las m elen a s d e l a ire,

p is o te a n d o s ilen c io s

y ala rmand o p aisajes.

Este es el instante en que se produce la transfiguración:

cuando el poeta cabalga el centauro de sus sueños, todo

en torno se hace trémolo musical, pero trémolo sostenido

con toda la dureza de la pampa:

No b ien m e v i jin ete

d e l animal in signe

y m e p r en d í al r e v u e lt o

ma torra l d e su s c r in e s ,

s e o y ó un tru en o d e p atas

mu sica les.

Aun precisará más la imagen dándonos el contraste entre

el dolor y la armonía —arpegio triste—:

La tr o ta d o r a b estia

f u é d o lo r en el a r c o

y armonía en las c u e r d a s »

Hasta que llega, por fin, a la expresión definitiva de fuga:

¡Q u é r em o n ta d o e l aire

d e la b estia crinu da !

Escapada y sueño todo ello. Alusiones más o menos

concretas, pero que no descubren la pasión por el caballo

y el conocimiento profundo y exacto que de él tiene Marechal.

Hay en su poesía, sin embargo, versos que nos hablan

de este íntimo conocimiento, de su saber de “capas" y pelos,

de la larga contemplación y apreciación de las posibilidades

cromáticas de éstos. Así, cuando nos habla del “pangaré"

o del tordillo, o bien cuando nos dice de un caballo azabache:

. . . e s h e rm o s o : su p iel r elam p a gu ea n te

c om o la n o c h e »

También descubre ese conocimiento cuando traza el diseño

de un caballo alertado:

No era e l b ru to d o rm id o ,

sin o e l c o r c e l ex a cto,

ma ñ a n ero d e o jo s

y ca lien te d e f l a n c o s .

O cuando, con una imagen de alada poesía, nos da una

precisa estampa de su velocidad:

El ca b a llo es h e rm o s o c om o un v ien to

q u e s e h iciera visib le.

Pero vuelve otra vez al sueño -—al centauro— y le dice:

Si e s o tr o tu e lem en to ,

g a lo p a r é c o n t i g o

la ruta q u e fr e cu e n ta n

lo s ca b a llo s ma rin os;

o el s e n d e r o d e l a ire,

d o n d e tien e d om in io ,

y a la pluma d e l á n g el,

y a la ga rra d e l g r ifo .

Claro que, de triunfar el deseo de Marechal, si pudiera

dirigir y orientar sus sueños hacia donde van sus amores,

volvería a la capital de su tierra entrañable, de su pampa

desnuda, para despertar a la bella durmiente como un príncipe

de leyenda:

P e r o si te inclinara

mi voz , n u estr o d es tin o

sería B u e n o s Aires,

la d u rm ien te d e l río.

Y, descendido por fin el sueño del vuelo, Marechal le

hará afirmar...

lo s cu a tr o s ilen c io s

d e su s p a ta s en tierra .

III.—E l h o m b r e .

El hombre de la pampa es el gaucho. ¿Cómo se ha llegado

a la delimitación de la existencia del gaucho? Muchas son

las opiniones, pero no es tiempo ni ocasión de examinarlas

y discutirlas. Para nosotros carece de importancia que el

gaucho sea la involución del hombre europeo o la evolución

del mestizo indígena. Como muy bien nos dice Julio A. Leguizamón

en su Historia d e la literatura h isp a n o am erica n a ,

si con éste (con el indígena) aporta la conciencia y la fuerza

de la tierra, con aquél (el europeo, o mejor, el español)

asume formas caballerescas de civilización y vida.

Una cosa es cierta: que el caballo, llevado allí por nuestros

primeros conquistadores, encuentra un clima y un terreno

favorables y , en libertad, comienza a procrear y reproducirse

abundantemente; que merced a esto los indios

p amp a s se convierten en seguida en una raza ecuestre; que

más tarde viene el mestizaje con españoles, y que el resultado,

aunque su aparición sea algo incierta, es el gaucho.

Pero el gaucho no es vaquero. Más que ganadero, el gaucho

es cazador y domador de caballos, y sus diversiones favoritas

son las carreras y los juegos ecuestres afines: carreras

de anillas, juego del "pato”, etc.

Tanto cabalga el gaucho y tal dominio llega a tener sobre

el caballo, que la socorrida imagen del centauro es empleada

con gran frecuencia por muchos autores para describir al

gaucho montado, dando así de una sola vez idea de su

compenetración con el noble bruto, con el cual pareceríaque

formase un solo cuerpo en la carrera. No son, pues,

de extrañar, ni el largo poema de Marechal al “Centauro”,

ni sus frecuentes y repetidas alusiones a este mitológico

animal. Casi mítica es la siguiente estampa que nos da-

Marechal del gaucho:

Y así le v em o s en e l Sur; jin e te

d e l río y d e la llama:

s en ta d o en la to rmen ta

d e l animal q u e s u b e c om o e l f u e g o ,

q u e s e d isp er sa c om o e l a gu a v iva .

El gaucho, jinete en la pampa, es un hombre solitario y

una aparición normal a la vez. A ambas características las

recoge también Marechal:

—J in ete solita rio,

q u e ju n to a mis umbrales

a p a ga s tu ca b a llo.

- T e a c e r c a r á s , jin e te ,

sin v en ia ni s a lu d o .

La metáfora de apagar el caballo", en vez de pararlo

o detenerlo, es normal si consideramos la estrofa citada

anteriormente en que el caballo “subía como el fuego”*

Veamos ahora cómo, gauchos y caballos, en perfecta unidad

centaurizados , vuelan por la llanura, raudos cual el'

viento:

Y es v e r d a d q u e lo s h om b r e s y su s f u e r t e s c a b a llo s

p a recía n un v ien to q u e bailaba.

Veremos asimismo que el viajero de la pampa, venga d e

donde venga, siempre lo hace a caballo:

D e s d e tierras y a gu a s v in ieron to s cu ñ a d o s.

Ataban en e l p o s t e r um o r o s o s ca b a llo s ,

y el o lo r d e tres n o c h e s ca ía d e su s m a n o s ,

Pero el gaucho es ante todo, y a lo hemos dicho, cazador"

y domador de caballos. Si quiere vivir y (en muchas ocasiones)

salvarse en el desierto, ha de tener la habilidad suficiente

para apoderarse de un caballo salvaje y someterle

a su mando: domarle. Esta y no otra debe ser la razón por

la que Marechal hace resaltar con tan vivos trazos, sobreel

fondo inmenso de la llanura, la figura del domador decaballos.

Con el título A un d om a d o r d e c a b a llo s nos ofrece

uno de sus mejores poemas. ¿En qué consiste la doma del

caballo? Nos lo dirá Marechal en la primera estrofa:

Doma r un p o t r o e s o r d en a r la fu erz a

y el p e s o y la med id a ;

e s abatir la v e r tic a l d e l f u e g o

y e n a l t e c e r la h orizon tal d e l a gu a;

p o n e r un f r e n o al a ire,

d o s alas a la tierra.

Marechal nos asegurará que “cuatro elementos en gue—

rra -— forman el caballo salvaje". Pero un caballo salvaje

es instrumento de tanta precisión como uno musical; por

eso el buen domador será "el que armonice y taña las cuatrocuerdas

del caballo, los "cuatro sonidos en guerra que forman

el potro salvaje". Con ligeras variantes nos repite dos

veces: “cuatro elementos", “cuatro sonidos”. Aun precisa

más el símil musical trayendo a colación la guitarra, el

instrumento que no falta en ninguna “pulpería", y con el

que gauchos y payadores se acompañan para entonar sus

"cielitos", sus "vidalitas" y sus contrapuntos:

P o r q u e d om a r un p o tr o

e s c om o d oma r una guitarra

Luego, en el poema, se nos van dando eslabonadas las

"características del hombre de la pampa, del domador de

caballos: es “el amigo que no pone fronteras de amistad ”,

“el hombre dado al silencio como a un vino precioso”. Y

este hombre es “simple como un metal”, “oscuro y humillado,

pero visible todavía el oro de una nobleza original

que dura sobre su frente”. Es también:

H om b re sin c ie n c ia , mas e s c r ito

d e la ca b ez a hasta los p ie s c o n l e y e s

y n úm e r o s, a m o d o

d e un barro fiel.

Es “sabio en la medida de su fidelidad”, “trae la prudencia

ceñida a sus riñones”,

Y la b e n e v o l e n c i a ,

c om o una f l o r d e sal ,en tu mirada

s e a b r e p ara n o s o t r o s , d om a d o r♦

En la frente del gaucho, del domador de caballos, “la

noble costumbre de la guerra se ha dibujado como un signo”;

y la sagacidad en su palabra que no deshoja el viento. Pero

no se crea que es tan fácil domar caballos; hay que dominar,

como nos dice Marechal, “una forma oscura que tiembla

y se revuelve, una gavilla de cólera que recoge la mano”.

En la mano está todo. En la mano residen el poder y la

fuerza del gaucho; en esa mano que maneja el caballo, el

lazo, las boleadoras y el facón:

Su n omb r e: D om a d o r d e ca b a llo s , al Sur.

D om a d o r d e ca b a llo s ,

no e s o tra su alabanza.

El Sur, la tierra del domador y del caballo, es la tierra

de Marechal. Una tierra de leyenda en áurea lejanía, cuya

nostalgia le preocupa por la dificultad, casi imposibilidad,

de la vuelta. Pese a potros y caballos —de mar o tierra—,

únicos Clavileños capaces de conducirnos a aquella arcadia

feliz:

A la p r o v in c ia d e o ro,

¿quién n o s arrimará?

Ni p o t r o s d e la tierra

ni ca b a llo s d el ma r.

El Sur es una tierra ubérrima, a la que hace la primavera

un fastuoso viaje. Pero se necesita un hombre de la llanura,

sencillo, para salir a su encuentro. Es a ese hombre del Sur,

capaz de ir agrandando sencillamente la patria con su trabajo,

al que invita el poeta a recibirla:

J o s é d e l Su r, cu ñ a d o sin rib era ,

tú, q ue a g ra n d a s la patria en el s en c illo

y á s p e r o ju e g o d e tu s em en te r a ,

o en el d e a rrea r n o v illo tras n o v illo :

¡Ven al e n cu e n t r o d e la p rima v era !

Porque, necesariamente, se ha de regresar a “esa tierra

frutal y a la casa del viento" donde la primavera es alegre:

Risas d el Sur, la b r ie g o s y p a s t o r e s ,

¡mira d el e q u in o c c i o d e las f lo r e s !

Ahora bien; la primavera es una impresión rápida, pasajera

y fugaz, en las tierras del Sur, donde, en cambio, ofrecen

su arraigada permanencia:

Un inmenso cielo:

Homb res d e l Sur, e l c i e l o g r a v ita b a

s o b r e n u estra s c a b e z a s♦

La amplitud de la llanura sin fronteras:

As/ v ie n e s , am ig o sin f r o n t e r a s ,

así te v em o s en el Su r*

Un horizonte despejado:

Y tu mirada en la llanura vu ela

d e h o riz o n te a h o r iz o n te .

De este cielo, esta llanura y este horizonte acumulados,

nos queda un sentimiento de fijeza inmutable, un sentimiento

de impasibilidad y de silencio. Por eso nos puede decir

Marechal:

Yo h e v is to a la imp a sib le Astronomía

r e c o r r e r en s ilen cio

las p ra d e r a s d el Sur.

Pero, cuando la furia de los elementos se desencadena,

esa naturaleza primaria y elemental que es la pampa puede

convertirse en una 4 pradera amarga”. Y hasta el techo azul

del aire puede sentirse resquebrajado:

Mira e s e t e c h o q u e duraba e n t o n c e s ,

a rm o n io so d e p á ja r o s y lluvias:

H o y , b a jo la p r e s ió n d e tanto c i e l o ,

s e r esq u eb ra ja y ca e.

Lo único que el gaucho no puede tener bajo ese cielo

es domicilio fijo. El barro, que mezclado con paja es su

material de construcción, no puede resistir en múltiples ocasiones

la fuerza combinada del viento y el aguacero. Esto

nos lo describirá Marechal con extraordinaria fuerza:

Grito d e b a rro en e l d e s i e r t o , ¡ c óm o

s e d isip a una ca sa !

Es en ese ambiente caótico y en ese clima de angustia

donde:

La tierra g r is y el c i e l o ramp a n te han d e v o r a d o

lo s c u e r p o s y las a lma s.

En verdad, el cuerpo y el alma del gaucho están tan devorados

por la llanura, son barro tan de la pampa, que

llegan a sentirse parte integrante de ella. Hasta que el paso

del tiempo les haga, ¡y ahora y a sin retorno posible!, barro

eterno a ellos mismos:

Es así q u e n o v im o s d e s c e n d e r ca d a día

la ma rea c e l e s t e

y d e v o r a r el barro

d e la ca sa y d e l h om b r e .

Pero esto no es triste en sí para un hombre de aquellos

p a g o s♦ Marechal, cuando nos hable de su abuelo español,

que llegó “con las riendas poderosas del agua entre sus

manos”, lo evocará así:

H o y , al Sur, y más d u lc e q u e un c a s tig o , la tierra

p e s a n d o en tus r o d illa s.

Es la poesía de Marechal una poesía directa y eficaz,

en la cual metáfora e imagen son empleadas solamente como

recurso secundario en aquellos casos en que la expresión

directa no tendría por sí sola fuerza poética suficiente.

Leopoldo Marechal, tras de algunas dudas y vacilaciones

primerizas, ha afirmado su voz y nos habla reciamente de

su tierra y de su mundo. Hoy es, por derecho propio, uno

de los más destacados poetas de todo el mundo hispanoamericano,

y de su madurez son todavía de esperar opimos

frutos, que vengan a sumarse a la obra y a realizada. Obra

de un hombre del Sur, penetrado fuertemente del aroma de

su tierra.

Algo más celado queda en su poesía el corazón. No gusta

nuestro poeta de ponerse en primer término; deja siempre

una elegante distancia entre él y la emoción. La queja amorosa,

el dolor de vivir, trascienden alguna que otra vez de

sus versos, pero no son suficientes para ponernos al desnudo

el corazón del poeta. Es más, las alusiones al corazón

encuentran su expresión más frecuente en los sonetos a

S o p h ía , cuya clara alusión metafísica en el título dice ya

bastante de la preponderancia de pensamiento sobre sentimiento.

Y en verdad no se puede llegar a pensar que ése

sea el corazón humano de Marechal. Parece que el corazón

estuviera puesto allí por motivos metafísicos más bien que

por motivos vitales. ¿Que muy bien pudiera tener este pudor

vital su raíz remota en la reserva y timidez congénitas

del gaucho? Desde luego. Pero si el corazón trata de

llegar a la soledad reveladora “con pies de pluma y corazón

de plomo”, y cobra acentos de autenticidad humana la voz

de Marechal cuando lamenta:

D escu id a el alma su p e l e a o s c u r a ,

las almas r in d e ...,

es demasiado vago ese:

Rumb o d e h iel q ue to d a v ía l lo r o .

Y aunque la forma poética alcanza un alto nivel de perfección

formal en este cuarteto:

Siren a matinal f u é mi a leg r ía ,

p e r o s o b r e la fa z d e la siren a

m o s tr ó d e s p u é s al c o r a z ó n en p en a

su d o b le ca ra la m e la n co lía .

Perfección que se mantiene, incluso con mayor regusto

retórico, en este terceto:

Ta n to d o lió le al co r a z ó n la su e r te

d e lo q u e a p en a s ríe le v a n ta d o ,

y a llora p r om e tid o d e la mu erte.

Otras veces desciende a lo demasiado llano y trillado:

Mira q u e n u n ca lo g ra lo s la u reles

el co r a z ó n q u e tanto s e r e c a ta .

Y en todos los poemas de esta serie, sin distinción, se

advierte una mayor complejidad formal y una expresión

más recargada. Tal vez, en aras de ese voluntario asedio

a lo trascendental, Marechal ensaya una poesía más intelectualizada.

Pero, de todos modos, encontramos ya, en

estos mismos sonetos, el término comparativo más frecuentemente

empleado en esta poesía: el caballo y cuanto le

concierne. <

De la guerra se despedirá así:

No y a la gu e r r a d e b rillantes o j o s ,

la q u e a v en ta n d o p lumas y c o r c e l e s

d e j ó un e s c a l o fr í o d e b r o q u e le s♦

El Sol no puede hacer su aparición si no es entre los

caballos del trillado lugar común mitológico:

S o l q u e , im p a cien te d e tus r e s p la n d o r e s ,

e n fr e n a s lo s ca b a llo s tr o ta d o r e s .

Y, para llegar a la soledad, el cansancio descansa en una

clara imagen equina:

Sí, fría el alma y agobiado el lomo,

lle g u é a tu s o le d a d r e v e la d o r a . ..

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