9
EL EXISTENCIALISMO COMO LITERATURA
Al igual que en el caso del personalismo, una
cuestión previa se nos impone abordar en el presente
capítulo. ¿Por qué incluir el existencialismo?
¿Acaso se trata de un movimiento literario?
No; corresponde contestar categóricamente: ni
sus orígenes ni sus propósitos últimos encajan
en el plano literario. Ahora bien, restaría por examinar
la estación intermedia: sus medios. Y en
este punto aparecen muy visibles sus conexiones
con lo literario, con aquella literatura que se pretende
aparentemente bordear o rebajar, pero en
la cual, de hecho, el existencialismo se inserta y
halla su más sonoro portavoz, cuando no frecuentemente
su expresión más lograda. ¿Por qué?
Porque la interacción entre pensamiento y vida,
así como también las interferencias entre filosofía,
o al menos determinada concepción del mundo,
y literatura, se han hecho durante los años
últimos más acusadas que nunca.
Diversos testimonios teóricos —aparte los empíricos—
formulados por Simone de Beauvoir, por
Sartre, inclusive por una figura algo lateral a-1
existencialismo, como Albert Camus, lo demuestran.
«El pensamiento abstracto —escribía el último
de los nombrados (Le mythe de Sisyphe,
1946)— reencuentra al fin su soporte carnal. Así
también los juegos novelescos del cuerpo y de las
pasiones se ordenan según las exigencias de una
visión del mundo. Ya no se cuentan 'historias'; se
crea un universo. Los grandes novelistas son novelistas
filósofos, es decir, lo contrario de escritores
de tesis. Así Balzac, Sade, Melville, Stendhal,
16 Existencialismo
Dostoievsky, Proust, Malraux, Kafka... La elección
que hacen, al escribir con imágenes, más que
con razonamientos, revela cierto pensamiento que
les es común, persuadidos como están de la inutilidad
de todo principio de explicación y convencidos
del mensaje enseñante que posee la apariencia
sensible. Consideran la obra de arte a la
vez como un fin y como un comienzo. Es la
consecuencia de una filosofía inexpresada, su ilustración
y su culmen.»
Por su parte, Simone de Beauvoir (en el ensayo
«Littérature et métaphysique» de Pour une morale
de Vambigüité), tras afirmar la relación entre novela
y metafísica, defiende que el pensamiento
existencial se exprese tanto por ficciones como
por medio de tratados teóricos. «Es un esfuerzo
por conciliar lo objetivo con lo subjetivo, lo abstracto
con lo relativo, lo temporal con lo histórico;
pretende captar el sentido en el corazón de la
existencia; y si la descripción de la esencia corresponde
a la filosofía propiamente dicha, sólo
la novela permitirá reconstruir en su verdad completa,
singular y temporal el flujo original de la
existencia.» «No se trata —añade— de que el escritor
explote, en un plano literario, verdades previamente
establecidas en el plano filosófico, sino
de manifestar un aspecto de la experiencia metafísica
que no puede expresarse de otro modo:
su carácter subjetivo, singular, dramático, y también
su ambigüedad; como quiera que la realidad
no es aprehensible por la sola inteligencia, ninguna
descripción intelectual podría darle expresión
adecuada.» De esta suerte —apostillaríamos—,
la meta propuesta por cada una de las obras
literarias adscritas genéricamente al existencialismo,
cada una de sus novelas y dramas, viene a
ser la proyección de un estado de conciencia, de
un problema filosófico o moral.
El alcance logrado por tales obras demuestra,
en primer término, no exactamente el triunfo o
la oportunidad de la literatura comprometida (en
su sentido más estricto —adelantemos—: responEl
existencialismo como literatura 17
sable), pero sí la superfluidad, cuando no el acabamiento,
de la literatura que algunos han llamado
«envilecida», y que menos ofensivamente tacharíamos
de «gratuita» puesto que frecuentemente
ni siquiera alcanza la categoría de «entretenida».
Por modo adverso, la literatura filosófica, no animada
por el soplo artístico, aquella —según escribía
Julien Benda— que no posee capacidad para
encarnar las ideas o los conceptos en seres vivos,
en situaciones trascendentes, es improbable que
pueda llegar muy lejos. Luego queda evidenciado
que al considerar como eje lo artístico —en cuantas
obras buscan la comunicabilidad— el arte no
está divorciado de nada, ni es incompatible con
ninguna técnica o teoría; al contrario, resulta su
complemento, su inexcusable soporte.
Desde luego, el existencialismo es fundamentalmente
una doctrina filosófica. Sin embargo, ¿cabe
acaso considerarle asimismo, dados sus medios
expresivos y sus repercusiones más notorias, como
una escuela, como un movimiento literario? Durante
algún tiempo, al promediar la época del 40,
pudo parecer así, pero no tardó en demostrarse
la inanidad de tal supuesto. Como quiera que —diríamos,
sin gran hipérbole— Francia no puede
vivir sin escuelas literarias, en el vacío que siguió
a la guerra quiso llenarse el hueco dejado por
el superrealismo con los primeros actos y ademanes
del existencialismo sartreano. Pero se confundió
la cáscara con la almendra. Se tomó cierta
aureola pintoresca, la pululación anecdótica y la
fauna más o menos amoral que poblaba entonces
los cafés y las «caves» de Saint-Germain-des-Prés
y aledaños, por la representación viva de un «modo
» literario. Los flecos de tal ornamento cubrieron
durante algún tiempo el verdadero rostro del
existencialismo. El absurdo, la nada, el pesimismo,
la ruptura total de convenciones no fueron tanto
expresiones «literarias» como epifenómenos de
una época de guerra, terror y demoliciones físicas,
a la par que morales. Con todo, resultó curioso
observar cómo una doctrina, «la menos escanda-
III.—2
18 Existencialismo
losa, la más austera, destinada estrictamente a
técnicos y filósofos» (según palabras del propio
Sartre), suscitara tales revuelos y equívocos. Cierto,
en última instancia, que una cosa es la doctrina,
a cuya entraña no es tan hacedero llegar,
y otra cosa la representación que todos alcanzan
de un mundo sacudido, de unos personajes turbios
como los que viven en las ficciones existencialistas.
Pero sucede que, en este aspecto, semejantes
caracteres literarios no señalan ninguna novedad
absoluta, ni siquiera una sorpresa. L. F. Céline,
pocos años antes, Henry Miller después, Lawrence
en la década del 30, Zola a comienzos de siglo,
son algunos precedentes que no pueden olvidarse.
Por lo demás, desde hace años veníase hablando
de una corriente «miserabilista» —el apelativo corresponde
a Jean Schlumberger— en la literatura
francesa, introducida quizá por el Voy age au bout
de la nuit del primero de los antes citados. Actitud
plural, desde luego, muy compartida, pero que no
podía erigirse al nivel de una concepción del mundo,
o asumir proyecciones filosóficas, ni menos
aún cristalizar en una escuela literaria. De ahí la
falta de epigonías sartreanas. El propio autor de
La nausée, cuando quiso enrostrársele la fecundación
de ciertos discípulos fáciles, hubo de reaccionar
así: «¿Discípulos míos? ¡Qué disparate!
¡Serán todo lo más juerguistas, bailarines!» Los
cambios y evoluciones de personas en su revista
Les Temps Modernes confirman su desinterés
—más que imposibilidad— de originar nada semejante
a una escuela En el primer número (octubre
de 1945) y algunos siguientes, junto al nombre
de Sartre, aparecen los de Raymond Aron, Simone
de Beauvoir, Michel Leiris, Maurice Merleau-Pon*
1 Apuntemos asimismo que lejos de pretender revelar
nuevas direcciones literarias, Les Temps Modernes ha tendido
sustancialmente a exponer existencias airadas o escabrosas:
así ya en los primeros números aparecen la "Vida
de un ladrón" (por Jean Génet), la de una prostituta, la
de un homosexual...
Momento de la postguerra 19
ty, Albert Olivier y Jean Paulhan. Pocos meses
después desaparecen todos del encabezamiento.
De hecho, como colaboradores asiduos, junto a los
nuevamente llegados, sólo quedaron los de Sartre,
Simone de Beauvoir y Merleau-Ponty; a partir de
cierto momento el del último desaparece —inclusive
se convierte en hostil, según muestra el capítulo
«Sartre et Tultra-bolchevisme» de su libro
Les aventures de la dialectique (1956)—; también
se distancia Robert Aron, como evidencian los
artículos de su libro Polémiques (1955); de suerte
que junto a Sartre la única figura que continúa
vigente (no diremos absolutamente fiel para no
anticipar las confidencias del tercer tomo de sus
memorias) en la tendencia existencialista, es la
de Simone de Beauvoir.
Tendencia: he allí la palabra que mejor conviene
acaso a tal corriente —antes que la de
escuela, inexistente como tal, según acabamos de
comprobar—; tendencia más literaria, al cabo, que
filosófica, ya que ni Sartre ni Simone de Beauvoir
han incurrido nunca en el fácil desliz de abominar
de las letras ni tampoco —pese a su creciente
«politización»— de su condición de literatos. En
este punto, y en contraste con otras mutaciones,
la continuidad de Sartre es incuestionable. Pese a
varias mutaciones, siguen siendo válidas las palabras
con que cierra su presentación de Les Temps
Modernes (1945) (ahora en Situations, I): «En la
literatura comprometida el compromiso no debe
hacer olvidar en ningún caso que nuestra preocupación
debe ser la de servir a la literatura, infundiéndole
sangre nueva», si bien luego añade:
«tanto como la de servir a la colectividad, dándole
la literatura que le conviene».
No hay comentarios:
Publicar un comentario