miércoles, 1 de octubre de 2014

Metáfora, simulacro y fin de la utopía latinoamericana en “El Astillero”, de Juan Carlos Onetti por Ricardo Vega Neira


Metáfora, simulacro y fin de la utopía latinoamericana en “El Astillero”, de Juan Carlos Onetti

por Ricardo Vega Neira

Este trabajo consiste en una interpretación de la novela El Astillero (1961) como una metáfora de lo latinoamericano, constituía a partir de diferentes estrategias narrativas que se reúnen, en gran medida, bajo la noción de simulacro de la representación. Este tipo de lectura permite confirmar determinados procesos ficcionales que remiten a aspectos de la realidad social, política y económica común a la región y a la nación en la cual se inserta (zona rioplatense, Uruguay). Más allá de la dimensión metafísica-existencialista de la obra, el simulacro constituye una forma específica de  anulación de la utopía. Para ello, se propone el análisis de los personajes de Larsen y Jeremías Petrus como facetas de una misma metáfora, cuyo significado se encuentra fragmentando en la extensión de la novela.

Palabras claves: simulacro, interpretación metafórica, zona rioplatense, fin de la utopía.

1. Introducción

La obra del narrador uruguayo Juan Carlos Onetti constituye uno de los universos literarios de mayor profundización en las contradicciones y ambigüedades surgidas por la disgregación del sujeto ficticio de la primera mitad del siglo XX, y que se extiende hasta nuestros días. Cedomil Goic lo ubica en la generación neorrealista de 1942, entre quienes alcanzan reconocimiento universal cuando ya el grupo ha perdido vigencia, junto con Juan Rulfo, Ernesto Sábato y José María Arguedas, entre otros (Goic, 2009: 78). De igual forma, Fernando Aínsa ubica a Onetti dentro de un “generación perdida rioplatense que alcanzó su madurez alrededor de 1940” (Aínsa, 1970: 16), y que sin embargo se encuentra en la fase inaugural de la reelaboración narrativa, “la primera fractura ocurrida en el modelo uruguayo de construir la ficción” (Cosse, 1990: 103). Al mismo tiempo, su obra se distingue ideológicamente de la generación anterior, donde “los protagonistas de las novelas […] expresan sus desilusiones, pero buscan todavía un fundamento para la fe en el hombre” (Cosse,op. cit.,18), mientras que su planteamiento literario no deja espacio “para el grito, para el aullido espléndido y gratuito de tantas obras donde el personaje problemático logra encarnar la angustia o el heroísmo” (Cosse, op. cit., 19), colocándose en una línea más cercana a la incredulidad nihilista. Por su parte, Goic lo destaca como “el más extraordinario narrador de la disolución del yo y de la precariedad del mundo y de la persona humana”, así como en su obra novelística un espacio de “desdoblamientos y asunciones de identidades o máscaras diversas como exteriorización de las aspiraciones de autorrealización y de vínculo con el otro, o como expresión del autoaniquilamiento como posibilidad de elusión de la existencia responsable”  (Goic, 2009: 79).

Una de sus novelas principales, El Astillero (1961) consolida el proceso que iniciara en 1939 con su primera obra, El Pozo, en cuanto a la indagación en diversas modalidades de construcción narrativa, a la vez que profundiza temáticamente en el desarrollo de Santa María, ciudad-escenario de al menos cuatro de sus novelas principales (junto con éstas dos, La Vida Breve, de 1950 y Juntacadáveres, de 1964). El Astillero irrumpe en el panorama literario dejando en evidencia la crisis radical del sujeto representado, en cuanto asume absorbentemente el enmascaramiento señalado por Goic, donde Onetti “lleva al límite la disolución de la identidad del ser” (Verani, 2009: 112). La novela aborda los avatares del regreso de Larsen a Santa María luego del exilio, cuyo regreso está aparentemente signado por una secreta venganza, desdibujada una vez que ingresa a Puerto Astillero convertido estratégicamente en Gerente General de la desbaratada fábrica. Controlado por un enloquecido y anciano dueño, Jeremías Petrus, el astillero se derrumba en una penosa agonía, donde ya “no había nada más, desde siempre y para la eternidad, que el ángulo altísimo del techo, las costras de orín, toneladas de hierro, la ceguera de los yuyos creciendo y enredándose (1)”. Desengañado tempranamente, Larsen asume su cargo sin aspirar a revertir esta situación,  aún cuando esto lo lleve inevitablemente a un autoengaño. La ilusoria imagen de una empresa con posibilidades de surgir, en vistas de una inevitable quiebra, se convierte en una manera específica de establecer lazos profesionales y humanos entre los personajes, que aún con diferentes grados de conciencia de los hechos, aceptan las reglas del juego discursivo de hipocresías, conduciendo al transcurso de los hechos a un inexorable absurdo.

La posibilidad de interpretar estos pasajes narrativos como una espléndida metáfora del fin de una utopía latinoamericana a través de la simulación, requiere establecer una relación de correspondencia entre la obra y su contexto de producción, mediante un ejercicio de discriminación de los aspectos referenciales con los cuales se hace posible proponer este tipo particular de lectura.

2.  Reivindicación social y progreso: el fin de la utopía

El contexto latinoamericano en el cual El Astillero es publicado implica complejas y convulsionadas relaciones entre las luchas de la cotidianeidad y una profusa discusión sobre la función de la literatura, desde la disipación irrealista de los límites del sujeto, hasta una literatura leída de acuerdo a su posición crítica con respecto al estado político y social (Goic, 1988: 24). Entre todos, el género de la novela adquiere un carácter eminentemente ideológico, en donde se denuncian los desequilibrios sociales y la intromisión imperialista del capital extranjero, en especial durante el periodo que va entre 1950 y 1965, época en la que toma forma el neoliberalismo económico (Goic, op. cit., 26). La guerrilla de izquierda se ha instaurado como modalidad concreta de lucha por media centuria, pero salvo excepciones (aunque desbaratada, la vía socialista chilena de transformación democrática, o la guerrilla triunfadora sandinista), ha sido forzada al fracaso armado y político ante la consolidación estructural del eje de influencia norteamericano sobre cada uno de los Estados del Caribe y Sudamérica.

En los siguientes veinte años y en nombre del progreso y la modernización, las dictaduras auspiciadas por el gran país del norte y los sectores más conservadores de las oligarquías de cada nación acabarán instaurando el modelo de dependencia económica, clausurando las reivindicaciones sociales y una emergente industria, que se convierte en uno más de lo los incontables proyectos abortados. Por su parte, la actividad literaria se encarga de ficcionalizar las experiencias del efecto devastador de la presencia del capital (Goic, op. cit.,26). Sobre la situación de la literatura uruguaya con respecto a la de países de mayor importancia geopolítica en Latinoamérica, Jorge Rodríguez Padrón señala que “ha tenido que producirse la conmoción política y económica en Uruguay; ha tenido que saltar a primer plano de la actualidad el descontento que se ha generalizado en el país y ha tenido que ser una realidad bien punzante la presencia de la guerrilla urbana para que Uruguay adquiera protagonismo y, sobre todo, para que su literatura pudiese ser valorada en su justa importancia” (Rodríguez Padrón, 1974: 132).

La crisis económica suscitada por el estancamiento del proyecto político del batllismo, doctrina dominante desde el siglo XIX, implicó el desbordamiento de las demandas populares, el ascenso de los partidos de izquierda, la guerrilla, y finalmente, la dictadura. El discurso del progreso es asimilado por la reacción conservadora, y transfigurado en la atomización de la sociedad. La crisis económica de los años ’50 acabó por sepultar a Uruguay a la categoría colonial de proveedor de materias primas, la completa ausencia de infraestructura industrial. Esta situación se repite trágicamente en cada uno de los países latinoamericanos, a diferentes velocidades. Hacia los años ’60, sin embargo, existían las experiencias suficientes como para interpretar el presente tanto como un espacio de lucha reivindicativa como de desolación y aislamiento en el más completo subdesarrollo. (Achugar, Moraña: 2000).

El signo literario se torna tan ambivalente e incierto como la realidad nacional. Al respecto, Fernando Aínsa amplía los límites hacia toda la zona del Río de la Plata como una  Tierra Prometida (Aínsa, 1993: 137), deshabitada, sin historia, donde todo es posible aún. América es el futuro del mundo, señala Hegel. Todos sus habitantes son, por tanto, migrantes o descendientes de extranjeros, condenados o bendecidos a llevar adelante el proyecto mítico de la fundación. La lucha política y social (misión de una raza cósmica, en la terminología de José Vasconcellos) forma parte de este acto aislado, recóndito y ensimismado de colonización. Según Aínsa, mientras la corriente literaria dominante de la época está cargada del entusiasmo en la promesa del futuro, del vitalismo épico y de protesta que reivindica lo autóctono y local, autores como Roberto Arlt, Eduardo Mallea y Juan Carlos Onetti invierten esta relación dada por un escepticismo que burla los preceptos generacionales: “Con estos autores, las capitales del Río de la Plata se sitúan en la «orilla barrosa» y periférica de la cultura occidental. Sus habitantes se sienten desterrados, viviendo lejos del presunto centro del mundo. Buenos Aires y Montevideo están pobladas de «exiliados» europeos planeando imposibles «regresos a los orígenes». La Tierra Prometida, objeto de la ferviente creencia de una generación anterior, es ahora degradada con sarcasmo” (Aínsa, op. cit.). La utopía pierde locación, y con ella, se aísla en una ambigua temporalidad que termina, en el caso de Onetti y particularmente en El Astillero, por anularla.

La desaparición de un proyecto común por cuestiones externas a las posibilidades del ser social, cual destino trágico, implica reelaborar necesariamente la racionalidad con que se desarrollan las relaciones humanas. En Onetti, el devenir no es sino el “reverso de una misma medalla y una repetición de un esquema fatal de la utopía: la felicidad sigue estando donde «uno no está»” (Aínsa, 1993:144). Todo proyecto, personal o global, asume su irrealización desde un principio, y por tanto, la vida se convierte en simulacro de la representación, “en máscara, un modo de sobrevivir inventándose posibles utopías que encubran la conciencia desolada y posterguen el desmoronamiento en la nada” (Verani: 2009: 112). Por tanto, El Astillero corresponde a un espacio de elaboración literaria que asume la imposibilidad de la utopía como requisito de existencia, por lo que sólo podría representar la “turbadora metáfora de la gratuidad de la existencia, de un mundo signado por el sinsentido y la degradación irreversible, construido sobre ilusiones insensatas” (Verani, op. cit.)Esta metáfora es, en definitiva, nuestro reto interpretativo.

3. Simulacro e interpretación metafórica

Al contrario del simulacro como una categoría de la posmodernidad, en El Astillero el concepto constituye una estrategia narrativa mediada por una interpretación metafórica, posibilitada por el principio de interacción contextual que, como proponemos, conforma estructuralmente a la novela. La noción de simulacro de la representación ha sido ampliamente abordada por Jean Baudrillard desde la teoría filosófica y la sociocrítica, donde ha colocado en el centro de las sociedades económicamente desarrolladas los problemas alusivos a la suplantación hiperreal de la realidad, reemplazada por un vacío significativo promovido por los mass-media, la política bélica y otros recursos más sofisticados del orden neoliberal (Baudrillard, 1978). Sin embargo, este no es el criterio analítico con cual podemos abordar la obra narrativa, en primer lugar por no constituir en ningún caso una categoría de análisis literario. Por otro lado, los postulados de Baudrillard anulan las posibilidades de representaciones residuales, ya sean metafóricas, alegóricas o paródicas de la realidad, permutándolas por una carencia radical de sentido, transformado ahora entele-realidad simulada. La diferencia radicaría en discordancias teóricas de orden geopolítico e histórico, al discriminar de su reflexión los espacios regionales donde la modernidad no ha definido sino su condición diferencial, su ambigüedad o simpleirrealización con respecto al Primer Mundo. Tal es el espacio latinoamericano.

Una interpretación metafórica supone un principio de cooperación entre la estrategia del autor modelo de la obra literaria y la competencia referencial de los destinatarios que la leen y construyen determinado significado. Así también, requiere de determinadas condiciones textuales para poder realizarse legítimamente. En palabras de Umberto Eco, toda interpretación supone una relación dialéctica entre autor modelo y la respuesta del lector modelo (Eco, 2000a:86), en donde el texto, como una manifestación lingüística, le exige actuar colaborativamente sobre la actualización de la serie de artificios expresivos y retóricos que lo componen. Asimismo, el texto establece su capacidad comunicativa y su potencialidad de significado al destinatario como condición indispensable de su interpretación (Eco, op. cit., 77). La interpretación, por tanto, permite configurar una faceta posible del autor modelo, a la vez que establece determinada configuración del universo referencial que estaría implicado en el texto. Para ello, entenderemos por autor modelo una estrategia discursiva presente en el texto que organiza, propone sentidos y dirige, en mayor o menor medida, las interpretaciones posibles de la obra a partir de los recursos específicos del texto.

Para sostener el simulacro como estrategia narrativa principal, es necesario atender antes los criterios que condicionan a la interpretación metafórica. En primer lugar, vale considerar que ningún texto puede leerse de manera independiente de la experiencia del lector; esto implica que una lectura interpretativa siempre se iniciará a partir de la competencia lectora que abarca todos los sistemas semióticos con los que el lector está familiarizado (Eco, op. cit., 116). La relación entre la narración del enunciado y la red de relaciones posibles con previos textos, discursos culturales o experiencias sociales complejas compartidas implica que el destinatario construya y no descubra las similitudes como “modelos hipotéticos de descripciones enciclopédicas” (Eco, 2000b: 163-4). La competencia enciclopédica, que corresponde al marco general de los conocimientos de una cultura que un lector modelo posee, se comporta como frontera legitimadora de la interpretación metafórica. Entendemos por lector modelo una propuesta discursiva que exige una serie de saberes referenciales, conocimientos del lenguaje y habilidades de orden cooperativo para la interpretación del texto. Así, la actividad cooperativa del intérprete debe dar cuenta sobre cómo, en el texto, se elabora una codificación metafórica con determinado significado y no otro, mediante qué recursos literarios y a partir de cuáles estrategias narrativas,  para justificar una interpretación de este tipo.

El elemento referencial con el cual la metáfora se vuelve significativa reside en la competencia enciclopédica del lector que interpreta la metáfora. Afirmar este principio implica considerar que habría metáforas inaccesibles al universo cultural no considerado por la estrategia discursiva del autor modelo, y que por tanto, hace al texto significativo, al menos como metáfora, siempre en relación a un intérprete y lector modelo particular, que compone parte de la propia realidad del texto. La especificidad alusiva de la metáfora es un criterio que nos permite legitimar interpretaciones que consideran aspectos regionales, sociohistóricos, políticos y estéticos de determinados textos literarios, a la vez que anula las que sobreinterpretan o interpretan aberrantemente la metáfora de un texto por la carencia de un marco referencial conocido que lo sostenga.

La valoración metafórica de un texto literario permite referirse a los aspectos profundos de la competencia enciclopédica del intérprete (historia local, testimonio generacional, condiciones de pérdidas materiales y humanas, entre otros). A la vez, el texto literario es resultado de esta inestabilidad polisémica referencial, y por lo tanto, la propia metáfora, como estrategia de composición, torna multiinterpretable al texto. Es por esto que requiere especial atención en los artificios semánticos que permiten establecer esta polisemia, en la medida que se acerca o aleja a interpretaciones variadas y en más de una ocasión, opuesta (Eco, 2000b, 178).

El simulacro en la novela, por tanto, será una condición estratégica de composición literaria por parte del autor modelo, donde el relato se comportará estructuralmente como el espacio narrativo en donde el enunciado establece la relación alusiva con la comunidad lectora. Mediante la actividad de cooperación interpretativa con el lector modelo sugerido por el texto, podemos penetrar en sus referentes culturales, sociales, políticos e históricos para establecer uno de los contenidos semánticos que la obra permite y exige.

4. El otro lado de la utopía
4.1. Larsen: simulacro de la reivindicación

La historia de Larsen es la historia de su retorno. Las razones de su exilio nos son desconocidas en el marco específico de esta novela (2). Su regreso pasa vagamente inadvertido. El narrador señala que los curiosos fueron testigos de su regreso, a quienes adjudica la descripción de la aparición de Larsen con un grado de incertidumbre prevalente: “Son muchos los que aseguran haberlo visto”, “Salió del hotel y es seguro que cruzó la plaza para dormir en la habitación del Berna”. Sus motivos de regreso del exilio prohibitivo, pero sin embargo, intrascendente, son igualmente pormenorizados en su narración. Al conocer a Josefina, y a Angélica Inés la hija de Petrus, frente a la casona del viejo, la omnisciencia del narrador nos permite acceder momentáneamente a sus propósitos, aún innegablemente afectados por la minorización retórica:

“Bajando un párpado para mirar mejor, Larsen veía la casa como la forma vacía de un cielo ambicionado, prometido; como las puertas de una ciudad en las que deseaba entrar, definitivamente, para usar el tiempo restante en el ejercicio de venganza sin trascendencia, de sensualidad sin vigor, de un dominio narcisista y desatento”. (23-4) (3)

Las acciones de Larsen en Santa María vuelven a ser ambiguas cuando el propio Jeremías Petrus, le ofrece la Gerencia General en la empresa, sin que existan sino especulaciones al respecto. Al mismo tiempo, estas mismas nos otorgan información que permite prefigurar las condiciones materiales y productivas en que se encontraría, presuntamente, el astillero:

“Es indudable que la entrevista fue provocada por éste, tal vez con la ayuda de Poetters, el dueño del Belgrano; resulta inadmisible pensar que Larsen haya pedido ese favor a ningún habitante de Santa María. Y es aconsejable tomar en cuenta que hacía ya medio año que el astillero estaba privado de la vigilancia y la iniciativa de un gerente general”. (27)

La llegada de Larsen, por tanto, está signada al menos por dos procedimientos narrativos recurrentes: los cambios en la focalización del narrador, que implican una ambigüedad con respecto a su presencia y acciones específicas del protagonista en Santa María que lo posicionan en el alto cargo en el astillero; y la paradoja, al estar marcado su regreso por una razón contrariada, mezcla imposible entre venganza y falta de vigor. Durante diferentes pasajes de la novela, ambos recursos serán recurrentes hasta niveles críticos. Observaremos cómo ambos se reinventan temáticamente en el transcurso de la novela.

Larsen se pone a disposición de Petrus en la Gerencia del Astillero, junto a Gálvez y Kunz, ambos administradores de diferentes áreas de la industrial de barcos. A medida que Larsen ingresa al espacio físico del astillero, se percata inmediatamente de que el negocio no tiene oportunidad de revertir su quiebra, momento en el cual adopta una posición tan clara como incomprensible:

“Tolerando, pasajero, ajeno, también estaba él en el centro del galpón, impotente y absurdamente móvil, como un insecto oscuro que agitara patas y antenas en el aire de leyenda, de peripecias marítimas, de labores desvanecidas, de invierno”. (39-40)

De ahí en adelante, el protagonista, que manifiesta a ratos una lucidez que poca relación tiene con su oblicua llegada a la ciudad, debe someter su intermitente vitalismo (“Iba… necesitando creer que todo aquello era suyo y necesitando entregarse sin reservas a todo aquel con el único propósito de darle un sentido y atribuir este sentido a los años que le quedaban por vivir y, en consecuencia, a la totalidad de su vida”. [41]) a un radical despropósito, encerrado en una resignación que, a medida que se profundiza, adquiere un sentido nuevo: el simulacro, una posibilidad de establecimiento de vínculo tanto con los demás como consigo mismo:

“Entonces, con lentitud y prudencia, Larsen comenzó a aceptar que era posible compartir la ilusoria gerencia de Petrus, Sociedad Anónima, con otras ilusiones, con otras formas de la mentira que se había propuesto no volver a frecuentar”. (58)

La reivindicación prometida se torna en reincidencia; la esperanza íntima, aún confusa e imprecisa, se trasviste en la capacidad auto-reconocida de representar lo que no es, de mentir, con beneficios poco prometedores. No estamos ante un personaje que sufre una inicial metamorfosis, sino más bien uno que acepta un imposible. Larsen confirma su rol como Gerente General, en la medida que éste tipo de relación económica, profesional y social no deje de ser una artificiosa ilusión. Esta necesidad permite que Larsen observe a quienes lo rodean con detenimiento, y aún con cierto resquemor ético, observa que tanto Gálvez como Kunz son “tan farsantes como yo. Se burlan del viejo, de mí, de los treinta millones; no creen siquiera que esto sea o haya sido un astillero; soportan con buena educación que el viejo, yo, las carpetas, el edificio y el río les contemos historias de barcos que llegaron, de doscientos obreros trabajando, de asambleas de accionistas, de debentures y títulos que anduvieron, arriba y abajo, en las pizarras de la Bolsa” (64). La complicidad que surge entre cada uno de los estamentos del astillero, sin que ninguno de ellos se beneficie realmente. Al contrario, la pobreza se apodera de los tres gerentes, mientras Petrus es azotado por la decadencia y la locura. Sin embargo, cada una de las piezas se mantiene, y con ellos, el sinsentido se establece como fórmula cotidiana. Para su desgracia, Larsen continuará teniendo intermitentes momentos de lucidez, los cuales son sentidos con un gran pesar que enrostra la desgracia de su condición:

“En la casilla sucia y fría, bebiendo sin emborracharse frente a la indiferencia del Gerente Administrativo, Larsen sintió el espanto de la lucidez. Fuera de la farsa que había aceptado literalmente como un empleo, no había más que el invierno, la vejez, el no tener dónde ir, la misma posibilidad de la muerte”. (95)

Desgastado por la pérdida del vigor y la ausencia permanente de otros seres humanos, serán sus viajes a Santa María los que le permitirán establecer un diálogo metarreflexivo con otro personaje, el doctor Díaz Grey, el cual termina verbalizando los pensamientos ocasionales de Larsen, aún sin realizar un juicio de valor que lo comprometa, como reconoce, a él mismo:

“Usted y ellos. Todos sabiendo que nuestra manera de vivir es una farsa, capaces de admitirlo, pero no haciéndolo porque cada uno necesita, además, proteger una farsa personal. También yo, claro. Petrus es un farsante cuando le ofrece la Gerencia General y usted otro cuando acepta. Es un juego, y usted y él saben que el otro está jugando. Pero se callan y disimulan”. (114)

El simulacro establece un tipo de verbalización lingüística de ideas, órdenes, promesas y proyecciones entre los personajes de El Astillero que enrarece la finalidad comunicativa del lenguaje. Como un doble ejercicio de producción de enunciados, los sujetos que simulan no comunican entre sí sino una realidad diferente, por necesidad, a la de cualquier vínculo social, los cuales para Larsen, se han roto definitivamente:

“Sospechó, de golpe, lo que todos llegan a comprender, más tarde o más temprano: que era el único hombre vivo en un mundo ocupado por fantasmas, que la comunicación era imposible y ni siquiera deseable, que tanto daba lástima como el odio, que un tolerante hastío, una participación dividida entre el respeto y la sensualidad eran lo único que podía ser exigido y convenía dar”. (123)

El aislamiento final del protagonista termina aniquilándolo. Este final predecible, también toca a Gálvez, quien se suicida en Santa María tras huir con información privilegiada del astillero, la cual terminaría con arruinar a Petrus. Frente a su cadáver, Larsen observa que “ahora sí que tiene una seriedad de hombre verdadero, una dureza, un resplandor que no se hubiera atrevido a mostrarle a la vida”. (223). Sólo la muerte libera a los hombres de la simulación perpetua. La emancipación de la farsa que en un principio asumía como condición vital, trasciende a Larsen al colmo de pormenorizar su propio fallecimiento, de la misma manera que su llegada consistió en un cuadro ambiguo de referencias diversas. La focalización cambiante termina por hacerlo desaparecer, aún cuando a ratos esta misma actividad había permitido cierta posibilidad comunicativa, particularmente con un lúcido Díaz Grey. Cercano a su muerte, continuará teniendo lapsus reflexivos, aunque se acerca más a una indagación sobre el entorno que en sí mismo.

Larsen y los personajes que lo rodean reafirman el simulacro como única manera posible de evitar la catástrofe personal y colectiva. Al llegar a Santa María y a Puerto Astillero, Larsen parte exponiendo ambiguamente las razones de su regreso reivindicatorio, que a medida del desarrollo de la novela se aclaran como una secreta búsqueda del lugar donde morir. Con tan sólo llegar, asume resignado una identidad simulada que finalmente lo terminará destruyendo. Su farsa está tanto en el compromiso con Angélica Inés, en dirigir la empresa de Petrus como en su relación diaria con Gálvez y Kunz, hombres de confianza del astillero, todas facetas de una misma ilusoria reivindicación. Paradójicamente, nunca deja de ser conciente de ello. Larsen termina por desaparecer en la ambigüedad narrativa, la cual vuelve sobre criterios parciales de testigos que presenciaron o confirmarnos su muerte, aparentemente, mucho después de ocurrida, acabando con él mediante la disgregación como protagonista, concluyendo asimismo la novela.

4.2. Jeremías Petrus: simulacro del progreso

El astillero es propiedad de Jeremías Petrus, un antiguo industrial de prestigio que, sumido en la ruina, debe falsificar documentos oficiales para poder mantener el proyecto de la fábrica. Sin embargo, gran cantidad de capital de origen estatal jamás llega al puerto. Al establecerse Larsen en la Gerencia, ya va un año sin que esta produjera, y aún más sin tener un gerente general que los represente. En un primer momento, Petrus parece un veterano optimista, que reconoce la crisis en la medida que es optimista en torno al futuro:

“Tenemos que resistir hasta que se haga justicia, yo lo hice siempre, como si no hubiera pasado nada. Un capitán se hunde con su barco; pero nosotros, señores, no nos vamos a hundir. Estamos escorados y a la deriva, pero todavía no es naufragio.” (29)

Sin embargo, al tiempo que Larsen se introduce en el submundo del astillero, podemos percatarnos de que este optimismo podría ser fruto del exceso de optimismo o de una ilusión demente. Un pasado inciertamente glorioso, imaginado (Larsen imaginó el ruido laborioso de la oficina cinco o diez años atrás. [80]) se inmiscuye en la cotidianeidad laboral, que no es sino el simulacro de Larsen, Gálvez y Kunz. En su extensión, las palabras de Petrus constituyen su propia máscara, patética forma de aceptar la realidad desbaratada. El simulacro del dueño del astillero, por tanto, reúne varios aspectos que responden a motivaciones no del todo semejantes a las de Larsen:

a. Jeremías Petrus es un anciano burgués de Puerto Astillero que se ha vuelto senil y loco. Su optimismo no corresponde al de la época; carece de toda correspondencia con la realidad, y supone sostener sin intermitencias un estado permanente e inagotable de progreso. Su simulacro es, por lo tanto,  de una realidad absurda que se contrapone al proyecto del progreso industrial, que él encarna:

“Espero que todo marche bien en el astillero. Estamos al borde del triunfo, cuestión de días. En está época, es triste, hay que llamar triunfo a un acto de justicia. Tengo la palabra de un ministro. ¿Alguna dificultad con el personal?” (119)

b. El astillero es constantemente saboteado por sus propios Gerentes, quienes sacan un provecho desesperado a los restos aún utilizables de la industria. Petrus vive engañado, y si bien él se engaña esperando el “acto de justicia”, quienes lo rodean no sólo simulan sostener la empresa, sino que promueven su engaño como estrategia de supervivencia personal. A la vez, Petrus engaña a los gerentes  prometiéndoles pagos y mejoras laborales que para todos corresponden a un imposible. Al contratar a Larsen, nos enteramos de que ha habido muchos antes que él en poco tiempo, “como si el viejo Petrus los eligiera o los encargara siempre distintos, con la esperanza de encontrar algún día alguno diferente a todos los hombres, alguno que hasta engorde con el desencanto y el hambre y no se vaya nunca”, reflexiona Díaz Grey. (110).

c. Los problemas de índole familiar terminan por consolidar su delirio. Petrus vive junto a su hija Angélica Inés en la casona de Puerto Astillero. La mujer padece de una enfermedad mental imprecisa. Observada indiscretamente como una muchacha deficiente y enloquecida: “Vimos a la hija de Jeremías Petrus – única, idiota, soltera – pasar frente a Larsen” (4); “no está probado que Vázquez sepa escribir y no es creíble que el astillero en ruinas, la grandeza y decadencia de Jeremías Petrus, el caserón con estatuas de mármol y la muchacha idiota sean temas de cualquier hipotético epistolario de Froilán Vázquez” (5); “Es rara. Es anormal. Está loca pero es muy posible que no llegue nunca a estar más loca que ahora. Hijos, no. La madre murió idiota aunque la causa concreta fue un derrame” (52). Petrus debe aceptar la imposibilidad de comunicación con su hija, lo cual logrará sólo como una simulación de normalidad:

“Así es – asistió Petrus –. Normal, perfectamente normal, para usted, doctor y para toda la ciudad. Para todo el mundo”. (145)

En conclusión, Petrus representa un tipo de empresario liberal que es abrumado por una realidad que limita todas las posibilidades de progreso, incluso negando la propia corrupción como aspecto intrínseco en la modernización. El astillero será una representación únicamente mental para él. No logra superar su anacronismo a través de un simulacro consuetudinario (o podremos decir, unasimulación), sino que la demencia senil lo posiciona en un delirio inevitable, sin ningún momento de lucidez posible.  A diferencia de Larsen, el anciano tiene una hija, cuya condición médica impide que en el seno familiar se pueda revertir definitivamente la simulación enferma y compartida de una realidad inexistente.

5. Metáfora de lo latinoamericano

En la elaboración del modelo hipotético que permite interpretar a El Astillerocomo una metáfora, contemplamos una competencia enciclopédica cuidadosamente definida en torno a la crisis institucional ocurrida en Uruguay en los años ’50 producto del estancamiento económico, lo que lleva al desbaratamiento de la industria – desarrollada hasta entonces – y a un propicio subdesarrollo. Se acaba de esta forma con el proyecto decimonónico de modernizar al país. La Tierra Prometida, la zona rioplatense imaginada, se torna un espacio marginal, remoto, una antítesis de lo que fuera durante su construcción utópica, como el espacio vacío donde todo estuvierapor hacerse, y la historia, por escribirse. De acuerdo a lo anterior, podemos leer la novela como un dominio ficticio en donde se asume una posibilidad – entre otras – de asunción del trauma del estancamiento a partir de la simulación absurda. El astillero es el sitio donde diseñan y construyen los barcos, con destinos remotos. La industria tecnificada que hace posible llevar a cabo el proyecto, el desplazamiento de un estado marginal a otro. La novela propone dos sitios imaginarios, Santa María y Puerto Astillero, a partir de esta condición de marginalidad, otrora espacios fundacionales. Como resultado de este aislamiento-estancamiento, la fábrica ha dejado de producir lo que antes fue posible, y con ella las razones de la existencia de los individuos ligados a su actividad se tornan ilusorias.

La metáfora de El Astillero se construye disgregada, fragmentariamente. Por un lado, Larsen representa las cualidades de un sujeto gastado y desencantado, cuyo desplazamiento trágico a Puerto Astillero asume como única explicación la búsqueda del lugar donde morir. Petrus, por su parte, representa al lastre patético del proyecto nacional-industrial fracasado. Ambos personajes asumen la simulación como una proyección insensatamente obligatoria. El gesto dramático de romper la correspondencia entre el espacio real y el discurso, acaba con la misión liberadora y mítica propugnada por la ideología reivindicatoria. De acuerdo al referente rioplatense, la intromisión definitiva del orden neoliberal, hace colapsar y convertir la utopía en una zona limítrofe con el vacío, condenando a las naciones que comparten este espacio al servilismo neocolonial.

La región del Mar del Plata ha sido poblada, por excelencia, por migrantes europeos que han venido a satisfacer una ilusión, a civilizar expandiendo los designios occidentales. Tanto Larsen como Petrus son extranjeros – sus nombres los delatan – que han quedado varados en Santa María: Larsen, castigado por un exilio intrascendente que lo vuelve a introducir inevitablemente al margen; Petrus como un industrial cuyo proyecto está ahora desubicado, dado el fracaso de las políticas nacionales tradicionales.

El simulacro se consolida como estrategia narrativa, entre otras, por la paradoja y los cambios constantes de la focalización del narrador. Yurkievich señala que “El predominio de lo farsesco convierte a la novela en una doble ficción, la una incluida en la otra. La más vasta es la de primer grado, la historia de la vida, pasión y muerte de Larsen […] luego existe una ficción de segundo grado que la otra contiene: la historia ilusoria de una ilusión, la farsa del astillero” (Yurkievich, 1974: 541). Lo primero ha implicado relegar la realidad a una contradicción permanente, cuya decodificación será siempre un reto a las leyes de causa-consecuencia impuestas por la razón moderna. El espacio está constantemente negado por artificios retóricos que abruman y tornan imprecisos tanto los hechos, sus causas y consecuencias.  Es posible interpretar esta paradoja como una metáfora de las contradicciones impuestas y forjadas en el espacio rioplatense, y luego, latinoamericano, donde se terminan por revertir todas las luchas, de Tierra Prometida a margen, de proyecto a condena. De utopía del progreso a simulacro del mismo.

Los cambios de focalización, por otro lado, disuelven al sujeto para integrarlo al vox populi como un anónimo. Las actividades se tornan ambiguas, y la incertidumbre se apodera de la narración, de la misma manera que todas las seguridades ligadas a la reinvidicación social, personal y al progreso quedan sepultadas al escepticismo de quienes como Petrus la condena se torna irreversible, o para quienes como Larsen  asumen la realidad con una resignación contradictoria, intermitentemente lúcida en el reconocimiento del entorno:

“Mientras fumaba un cigarrillo al sol pensó distraídamente que en todas las ciudades, en todas las casas, en él mismo, existía una zona de sosiego y penumbra, un sumidero, donde se refugiaban para tratar de sobrevivir los sucesos que la vida iba imponiendo. Una zona de exclusión y ceguera, de insectos tardos y chatos, de emplazamientos a largo plazo, de desquites sorprendentes y nunca bien comprendidos, nunca oportunos”. 203

En El Astillero, se consolida un tipo de individuo y un tipo de sociedad que no podría ser sino latinoamericana, tornándose significativa siempre desde un marco de conocimientos esenciales sobre las semejanzas establecidas entre los procesos históricos de sus diferentes naciones. “Lo que es avance en el discurso es retroceso en la historia, presidida por la deflación y la desvalorización”, indica Yurkievich (1974: 538). El espacio ficcional no se eleva en la denuncia de la miseria de los vencidos, desplazados y desposeídos que sobrepoblan Latinoamérica, sino que emerge como una metáfora de la “orilla barrosa”: una confirmación de las condiciones impuestas por el fin trágico de un proyecto y gestada ciudad real tras ciudad ficticia. La lucidez ocasional de Larsen, nos permite reconocer la precariedad de las representaciones significativas posibles, en un espacio real que no es sino la cara oscura de un orden que no está aquí. La desaparición de los personajes de El astillero es lenta y aparentemente inevitable. En Latinoamérica, las ruinas de la utopía desaparecida se elevan inútilmente, como astilleros que pese al óxido, el orín y sus galpones sucios y vacíos, porfían paradójicamente en derrumbarse.

Valdivia, 1er semestre de 2010



6. Referencias bibliográficas
(1) Onetti, Juan Carlos. El Astillero. 1980: 39-40.
(2) En la novela que sucede a El Astillero, Juntacádeveres (1964), Larsen, un inmigrante español venido a Santa María, funda un prostíbulo que termina en su desgraciada expulsión por parte del Consejo de la ciudad. En El Astillero, se nos informa de inmediato del tiempo que duró su exilio (5 años), quién lo expulsa (el Gobernador) y la premonición de su regreso, que termina por cumplirse.
(3) Para este estudio, la versión de El Astillero de 1980 (Ed.: Bruguera: Madrid.).
7. Bibliografía
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Cosse, Rómulo. 1990. “El Astillero o la ciudad posible”. La obra de Juan Carlos Onetti. Coloquio Internacional. Centre de Recherches Latino-Américaines Université de Poitiers. Ed. Fundamentos. Colección Espiral Hispano-Americana. 15: 103-112.
Eco, Umberto. 2000a. Los límites de la interpretación. Ed. Lumen. 3era edición.
___________. 2000b. Lector in Fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo. Ed. Lumen. 5ta edición.
Genette, Gérard. 1989. Palimpsestos: la literatura en segundo grado. Ed.: Taurus.
Goic, Cedomil. 1988. Historia y crítica de la literatura hispanoamericana. Volumen III. Barcelona:  Ed. Crítica.
___________. 2009. Brevísima Relación de la Historia de la Novela Hispanoamericana. Ed. Biblioteca Nueva.
Onetti, Juan Carlos. 1980. El Astillero. Ed. Bruguera.
Rodríguez Padrón, Jorge. 1974. “Juan Carlos Onetti, desde el ámbito de la fábula”. Cuadernos Hispanoamericanos, 292-294: 131-146.
Verani, Hugo. 2009. “El padecimiento de la máscara: El Astillero”. Onetti: el ritual de la impostura. 2da edición corregida, actualizada y ampliada. Montevideo: Ed. Trilce. 112-117.
Yurkievich, Saúl. 1974. “En el hueco voraz de Onetti”. Cuadernos Hispanoamericanos, 292-294: 535-549.
Fuente: http://critica.cl/literatura/metafora-simulacro-y-fin-de-la-utopia-latinoamericana-en-el-astillero-de-juan-carlos-onetti

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