martes, 9 de abril de 2024

DONDE TODO HA SUCEDIDO AL SALIR DEL CINE PRÓLOGO

 



El arte de recordar

Que tres miembros de una familia –el primero es nuestro padre, Julián Marías–

hayan escrito sobre cine con cierta asiduidad puede hacer pensar que existe entre

nuestros enfoques alguna semejanza o paralelismo, pese a que cada maestrillo

tenga su librillo. En este caso, no creo que haya parentesco: el único punto

común sería precisamente la ausencia, en los tres, de tal «manual», y a cambio

una compartida confianza en la utilidad de la observación atenta y en el ejercicio

–simultáneo y posterior– de una actividad que siempre creí inevitable y

constante, al menos despierto, hasta percatarme, con creciente inquietud, de lo

poco que en general se practica. Me refiero, simplemente, a pensar.

El que piensa acerca de lo que ha contemplado lo recuerda, a menudo tan

nítidamente que lo ve de nuevo, y no sólo una vez más, sino de otra manera. Con

mayor libertad, porque al sustraerse al poder hipnótico del flujo imparable de las

imágenes en una pantalla, y al «suspense» intrínseco de toda narración, lo puede

mirar –aunque sea mentalmente– a otro ritmo, con holgura para establecer

conexiones y asociaciones, para comparar y no quedarse encerrado –como les

sucede cada vez más a muchos cineastas– dentro del propio cine. La realidad y

las demás artes, narraciones antiguas o posteriores, otros momentos, visiones

previas repartidas a lo largo de la propia biografía... arrojan nueva luz, casi sin

proponérselo e incluso si uno se resiste a su asalto, sobre las películas, sean

recientes (nuevas, al menos, para nosotros) o viejas conocidas de la infancia.

A la inquietud por personajes que tal vez nos importen o inspiren simpatía, por el

desarrollo de la intriga, por la capacidad de los artífices de la película para

sostener su ritmo y hacerla llegar a una conclusión satisfactoria, sin desfallecer o

armarse un lío en el trayecto, se añade la que producen el reencuentro y la

inspección –forzosamente crítica, se quiera o no– desde otra edad y

circunstancia, con más experiencia, sin esa ingenuidad infantil o juvenil que

tanto ayuda a activar la siempre conveniente «suspensión de la incredulidad»

que graciosa e interesadamente concedemos a quien se dispone a obsequiarnos

con una narración.

Cuando volvemos a ver Todos los hermanos eran valientes, El talismán, Huida

hacia el sol, Cita en Honduras, Lilí, El prisionero de Zenda, Tierras lejanas, La

casa de los siete halcones, Tres tejanos, Los forasteros, Tambores lejanos, La

casa grande de Jamaica, Mogambo, Scaramouche, El temible burlón, Rumbo a

Java, Los gavilanes del Estrecho, Cuando ruge la marabunta, Safari, Las cuatro

plumas o El hidalgo de los mares –por ejemplo– no sabemos si van a estar a la

altura de nuestro recuerdo, o si nosotros nos vamos a mantener a la suya. Quizá

ya no podamos recuperar la infancia ni por hora y media, es posible que

hayamos sobrepasado una frontera de la que no cabe retroceso, a lo peor no

somos lo bastante crédulos o se nos han embotado la fantasía y la capacidad de

ensoñación, hemos dejado para siempre atrás el Mississippi o la tierra de Nunca

Jamás. Si volvemos a ver el Robinson Crusoe interpretado por Dan O’Herlihy no

podremos ignorar que la dirigió Luis Buñuel ni la novela de Daniel Defoe, y Fort

Apache no es ya una película «de indios» o de John Wayne y Henry Fonda sino,

además y sobre todo, del gran John Ford.

A veces da miedo, como volver a ver a una chica que nos gustó mucho hace

cuarenta años, y que ha perdido ya –como nosotros, claro– la frescura y la

ilusión, aunque pueda conservar la belleza y hasta el humor y el entusiasmo que

produce mirar sólo hacia delante y no llevar carga alguna a las espaldas, pero

que, evidentemente, no es la misma que recordamos, y corremos el riesgo de que

su imagen presente se superponga definitivamente, borrándola, a la que justo

antes permanecía aún viva en nuestra memoria. Sé de algunos que evitan tales

ocasiones sistemáticamente, con cierto temor supersticioso y no sin un punto de

excusable cobardía. No así mi hermano Javier, que va poco a los cines desde

hace años pero sigue viendo, en su casa, cada vez más asimiladas a los libros,

más a mano y consultables según el impulso o el deseo, muchas películas, y que

parece empeñado en volver a ver cuantas de niños nos gustaron –estábamos

entonces mucho más de acuerdo–, e incluso alguna que quizá sospeche que no

llegó a apreciar en su justo valor precisamente porque sabía demasiado poco de

muchas cosas para comprenderla cabalmente. Tal vez para verificar si su rostro

hoy coincide con el que ayer imaginara para un mañana entonces muy lejano, en

ocasiones puramente hipotético (pues nunca se sabe si uno logrará volver a ver

una película, y entonces mucho menos que en la actualidad: no había vídeos ni

DVD, ni siquiera televisión, o apenas).

Quien escribe sobre una película, aunque acabe de verla, se basa en un recuerdo,

en lo que de ella rememora, en el rastro o la huella que dejó en uno. La mira no

como algo presente, que está desfilando en la pantalla, sino como algo ya

ocurrido, pasado, fugitivo en su propio movimiento, tal vez distorsionado o

difuminado por nuestra percepción y lo que de ella hace la caprichosa y

contradictoria memoria, selectiva y autónoma (cuántas cosas que queremos

olvidar recordamos, cuántas de las que querríamos acordarnos se nos borran,

cuántos datos inútiles y sin interés nos acompañan de por vida o nos vendrán

inopinadamente a la cabeza). Es doblemente un fantasma, que nos habla de otros

fantasmas, que lo son además al menos en dos sentidos: es ya espectral su

presencia entrevista y fugaz –que en seguida se hace insegura, pues dudamos de

nuestra vista y nuestro oído incluso antes de desconfiar de su surco–,

consustancial al cine, y, a poco que haya pasado un cierto tiempo, sus actores (y

sus artífices, casi siempre invisibles) habrán muerto, aunque todavía se agiten en

la pantalla y los veamos aparentemente vivos, angustiados o felices y divertidos

(hasta Katharine Hepburn y Cary Grant en La fiera de mi niña, que parecen

disfrutar eternamente, son hoy fantasmas de celuloide).

Cuando Javier Marías escribe sobre cine (y otras imágenes) no es ni el novelista

ni el ciudadano homónimo que publica «columnas» en prensa y comenta lo que

sucede a su alrededor –lo que le indigna, molesta o preocupa, sólo a veces lo que

le alegra, divierte o agrada–, sino un personaje intermedio, lo que de él

permanece invariable desde que le conozco –y soy cuatro años mayor–, a pesar

de otros cambios. Todo ello, claro, para quien sinceramente crea que hay dos o

más Javieres, cosa que, con perdón, me permito dudar. Lo mismo que no es uno

el que escribe y otro el que habla, yo reconozco siempre su voz cuando leo sus

novelas y sus artículos, e incluso a menudo la oigo cuando me hace partícipe de

los pensamientos de sus narradores en primera persona, con los que en cambio se

le tiende a identificar abusivamente, pese a que suelen ser bastante diferentes de

mi hermano, aunque tengan un modo de pensar muy semejante: no piensan lo

mismo, ni comparten demasiadas opiniones, pero creo evidente que Javier les

presta –entre otras cosas– su manera de pensar, de interrogarse, de dudar, de

hacer hipótesis, de tener ocurrencias, de gastar bromas, de «leer» en las caras y

en los gestos, de rememorar y especular, de extrapolar, de tener presente lo que

no lo está ya o no se percibe todavía, sólo se intuye. Casi todo eso, por cierto, es

algo que Javier, sospecho, ha aprendido no sólo por libre ni leyendo, sino

también, en buena medida, viendo mucho cine.

De hecho, son actividades que eran habituales y casi se daban por supuestas al

ver una película, que, salvo casos pesadamente explícitos, lo que hace es

mostrarle a uno rostros, gestos, posturas, acciones, que uno debe interpretar. Hay

actores que inspiran confianza y otros que rezuman malicia o doblez, y de cuyas

promesas no nos fiamos. A veces, detectamos contradicciones entre lo que dicen

y sus actos, lo que hemos visto o estamos a punto de ver que hacen. Escrutar un

rostro, a veces en primer término, a veces al fondo del plano, es tarea usual del

espectador cinematográfico, aunque hoy la desatiendan hasta los críticos. Saber a

qué atenerse, según mi padre el objetivo de la filosofía, es también a lo que

aspira el que está viendo una película, o, a fin de cuentas, el que vive despierto.

Así que no es extraño que esta labor de «traducción» de gestos, posturas o

miradas sea una de las actividades principales de los personajes de las novelas de

Javier, ni que sus narradores interpreten constantemente lo que les rodea o les ha

sucedido, que se planteen dudas e hipótesis alternativas sobre lo que va

ocurriendo. No se olvide, por otra parte, que la condición, sólo aparentemente

pasiva, del espectador de cine es bastante semejante a la del novelista –que

Javier ha asimilado con frecuencia a un fantasma, que no puede intervenir pero

que se ve afectado y concernido por los hechos que presencia o presiente–, sobre

todo si, como suele, va descubriendo a los personajes sobre la marcha, sin un

plan preconcebido. Por eso es engañosamente visual su narrativa, hecha –como

toda verdadera literatura– fundamentalmente de palabras, y por eso algunos

creen, al hilo de la lectura, al visualizarlas pese a lo escasamente descriptivo que

suele ser Javier, que sus novelas son «muy cinematográficas». Incluso los hay

que imaginan tarea fácil llevarlas a la pantalla; si no se han dado más batacazos

(tras uno sonado) es porque Javier, de momento, no lo ha consentido, sin dejarse

seducir por el señuelo que para muchos representa todavía el cine.

Sus escritos relacionados con el cine son esencialmente literarios, pero no se

conforman con narrar de nuevo o desmenuzar los argumentos de las películas;

Javier no es propiamente lo que hoy se considera un «crítico cinematográfico» –

que poco tiene que ver, por lo demás, con el ejercicio de la función crítica–, pero

en cambio sabe muy bien que en el cine, como por lo demás en la literatura, no

es tan importante lo que se cuenta –a la postre, hay pocas historias

completamente originales y ya han sido relatadas, los posibles temas son muy

elementales, vastos y difusos–, sino la manera de contarlo, de abordarlo y

desarrollarlo, en cada caso con los instrumentos propios del arte respectivo, en

alguna parte comunes, en la mayor muy distintos; y sabe también, porque no

menosprecia el cine –como tantos escritores, por mucho que proclamen su

cinefilia–, que hay cosas que puede hacer que a la literatura le están vedadas, al

menos con la misma soltura y economía, y viceversa, y que muchas grandes

historias cinematográficas parten de obritas literariamente muy menores,

mientras que pocas veces el cine ha conseguido estar a la altura de las mejores

novelas que ha adaptado, casi siempre con inevitable (y hasta diría que justa y

necesaria) infidelidad, a su letra por supuesto y a veces al espíritu, y que ha

seguido sus peripecias sólo en parte y de otro modo, transformándolas en algo

diferente: haciéndolas cine. Como traductor, Javier no ignora las dificultades de

trasladar un texto a otra lengua; y a veces se preguntará, claro está, si hay

necesidad de que exista también como película lo que ya es satisfactorio y

suficiente en forma de libro, hasta cuando es posible hacer una versión de

calidad comparable.

Aunque pocos se hayan percatado, el cine es un elemento formador esencial en

las novelas de Javier. No sólo porque, a través del casi omnipresente narrador en

primera persona –no siempre un personaje, pero nunca descrito, e imaginable,

por tanto, con entera libertad; quizá por eso, a falta de otro, muchos lectores

tienden a ponerle el rostro de Javier–, nos recuerden las voces en off –subjetivas,

en esa misma persona del singular, retrospectivas y reflexivas– de muchas

películas, sino porque el perdido hábito de contar las películas vistas a los

amigos, con acotaciones, dudas, añadidos, correcciones o matizaciones sobre la

marcha, vueltas atrás que –estén o no en la película– pertenecen a su

narración/descripción, tiene mucho que ver, en mi opinión, con el peculiar estilo

narrativo de Javier, tan proclive a la digresión y la elipsis, a las rimas interiores,

a las variaciones y modulaciones, a estirar el instante y a viajar por el tiempo sin

otra máquina que la palabra. Por eso la mayoría de sus novelas, sobre todo las

más maduras –las menos pródigas en referencias cinematográficas–, parecen

«películas contadas», aunque no ya recordándolas, sino a medida que transcurre

su proyección, por alguien que sabe tan poco como nosotros mismos cuál va a

ser el desarrollo ulterior, no digamos su conclusión: ni el mismo autor sabe lo

que va a suceder en el último capítulo, en el último rollo de esa película que él

mismo sueña.

De sus bastante numerosos escritos sobre cine o –más abundantes– en los que

una película (o una imagen) desempeña algún papel importante, sea tácito o

explícito, que siempre encuentro muy interesantes y originales, comparta o no

sus valoraciones, yo prefiero, sobre todo, algunos de los que ha dedicado –más

largos– a varias de sus películas predilectas, que no son precisamente las vistas

de niño, sino más tarde –como El fantasma y la señora Muir o The Life and

Death of Colonel Blimp, Campanadas a medianoche o La vida privada de

Sherlock Holmes, a menudo elegíacas–, algunos pasajes sobre varias de John

Ford como El hombre que mató a Liberty Valance o El hombre tranquilo, y

también, de otra manera, los artículos más divertidos y (a primera vista)

arbitrarios, los centrados en actores o personajes, a menudo pintorescos o

menores. O los que, sin tratar primariamente de cine, revelan también lo

aprendido en él por Javier: una manera de mirar las fotos, los bustos parlantes de

la televisión y los «hombres públicos» en general, a los que Javier escudriña y

enjuicia como si fuesen actores interpretando personajes de película, fiándose

poco de sus promesas y sonrisas y huecas palabras y dando más crédito a su

parecido con ciertos tipos cinematográficos: ese empresario al que Coppola

contrataría sólo como secundario de El padrino, ese noble prócer que recuerda al

hipócrita Claude Rains de Caballero sin espada o al Charles Laughton de

Tempestad sobre Washington –encima en versión cutre–, ese intelectual que hace

los mismos gestos de Jack Elam o ese político achulado, frágil gallito como Dan

Duryea... Quizá en la sociedad del espectáculo y la comunicación sea necesario

valorar las «interpretaciones» y los personajes que tratan de representar, y eso

los que han visto mucho buen cine están en mejores condiciones de hacerlo y

señalar el simulacro, el histrión y el impostor que los que omitieron tan

provechoso ejercicio.

MIGUEL MARÍAS


Nota sobre la edición

Los sesenta y tres artículos reunidos en esta antología tienen como tema

principal algún aspecto relacionado con el cine; conviene aclarar, por tanto, que

no se han incluido otros textos del autor que, aunque contengan menciones a un

cineasta, a una película o a un actor, tratan de un asunto específico de diferente

índole. A la hora de establecer la ordenación temática nos hemos dejado guiar

por la lectura de las propias piezas. Así llegamos a distribuirlas en ocho

apartados o bloques, con la intención de proponerle al lector un juego de

secuencias argumentales que, de paso, muestren las querencias, aficiones y

preocupaciones del escritor Javier Marías. De ahí que el artículo que abre el

volumen, «Todos los días llegan», tenga tratamiento especial y constituya por sí

mismo una sección (bajo el epígrafe «El novelista que se fue al cine»), ya que en

él el autor expone su cinefilia en relación con su narrativa. En el bloque

«Películas con música e insomnio incluidos» están los artículos dedicados a

comentar películas (casi siempre las preferidas por Marías, aunque también haya

alguna denostada); en «Dos maestros y dos parientes», los homenajes a

determinados directores; en «Este don tan raro», los textos que ensalzan el

trabajo de actores y actrices; en «El balón en la sala», alguna muestra (hay otras)

de la divertida y sorprendente vinculación entre fútbol y cine que Javier Marías

establece juntando dos de sus aficiones; en «De buena ley», las piezas más

reflexivas sobre el arte cinematográfico, la verosimilitud y el uso de los distintos

recursos; en «La rueda del mundo», los artículos más políticos en un sentido

amplio, los que más tienen que ver con hechos o figuras de la historia que las

imágenes nos desvelan; y por último, en la sección «La tentación de salirse», se

han agrupado los textos que tratan tanto la vertiente pública del cine (críticos,

productores, premios), como algunos de los síntomas más inquietantes de

nuestra sociedad que no escapan a la cámara ni a un espectador sagaz.

Como los artículos de este volumen no son inéditos (publicados inicialmente en

revistas o libros, la gran mayoría ya han sido recogidos por Javier Marías en sus

libros de recopilaciones), hemos creído oportuno dar las procedencias de todos

ellos en el listado que se ofrece al final de la antología. La fecha que figura en el

índice junto a los artículos es la de su primera publicación, que generalmente

coincide con la de su composición. Respecto al apéndice («Encuestas de Nickel

Odeon»), es de rigor señalar que la revista de cine Nickel Odeon, desde 1995

hasta 2003, se dedicó con encomiable esfuerzo y entusiasmo a realizar encuestas

entre cineastas y cinéfilos españoles para conocer sus preferencias. Javier

Marías, además de colaborar con algún artículo, fue uno de los más asiduos

encuestados.

Queremos dar las gracias a Miguel Marías por su magnífico prólogo y por sus

siempre atinadas sugerencias. Para acabar, decir que ha sido un verdadero placer

para nosotras irnos al cine con Javier Marías, placer que nos alegra compartir

con usted, lector.

LAS EDITORAS

lunes, 8 de abril de 2024

P. CEREZO GALÁN PALABRA EN EL TIEMPO POESÍA Y FILOSOFÍA EN ANTONIO MACHADO PRÓLOGO

 


PRÓLOGO

Desde el lejano día de su muerte en el exilio de Collioure

la voz de Antonio Machado no ha dejado de interpelar a la

conciencia española. Podría decirse, sin asomo de exageración,

que su obra ha constituido un centro gravitatorio

decisivo en la reflexión intelectual de la España contemporánea:

lugar de cita, a veces, para el encuentro y la comunicación;

de contraste y discordancia, otras, entre posturas

ideológicas irreductibles. Buena prueba de ello son las diversas

lecturas que acerca del sentido de su obra se han venido

sucediendo entre nosotros. Sin pretensión de exhaustividad

quisiera aludir tan sólo a las fundamentales. De un lado la

histórico-evolutiva, que inició un mañanero artículo de J. M.

Valverde sobre la «Evolución del sentido espiritual de la obra

de A. Machado», en el que se indicaban con aguda sensibilidad

crítica, no sólo las etapas de su itinerario, sino la tragedia

interior de su obra, el naufragio de su palabra, resbalando

cada vez más desde su primitiva potencia constructiva

hacia el silencio, e incapaz de explorar la nueva sentimentalidad

colectiva, a cuyo umbral había quedado retenida,

como Moisés ante la tierra de promisión. Fruto de aquel

lejano artículo, su reciente libro sobre «Antonio Machado»,

pese a la modestia de presentarse como un «companion

book», representa a mi juicio una ampliación y corroboración

de aquella tesis, al desgranar, al filo de su vida, la íntima

tragedia de su obra, disputada entre creencias de signo

opuesto —el escepticismo y la fe cordial y solidaria—, a

las que el bueno de don Antonio supo acunar sin crispaciones

ni dogmatismos. En esta misma línea histórico-evolutiva,

de fuerte inspiración humanista, cabe clasificar las diversas

aportaciones de Aurora de Albornoz, estudiosa diligente

y aguda de la obra machadiana, autora de una espléndida

antología de sus prosas, que por sí sola constituye

el mejor homenaje a su memoria, y de un bello libro, entre

otros, en el que rastrea minuciosamente las influencias de

Miguel de Unamuno en la obra de nuestro poeta.

La lectura filosófica cuenta, a su vez, con distintas inflexiones

y variantes. Desde el punto de vista existencial, hay

que destacar un brioso contrapunto entre las interpretaciones

de signo agnóstico, más que propiamente ateo, tal por

ejemplo la de Serrano Poncela, y aquellas otras, de inspiración

personalista —J. L. Aranguren, Pedro Laín, Julián Marías,

etc.—, que han querido encontrar en don Antonio, una

especie de «anima naturaliter christiana», una nostalgia de

Dios, que negativamente se convertía también, a su modo,

en un testimonio indirecto y oblicuo de su existencia. A su

vez, desde una perspectiva metafísica, las aportaciones de

Eugenio Frutos, P. A. Cobos, J. L. Abellán y, sobre todo,

A. Sánchez-Barbudo, definen adecuadamente el lugar propio

de la reflexión filosófica machadiana y la significación que

hay que concederle en la economía total de su obra.

Cabría hablar también de una lectura crítico-cultural, en

la que habría que clasificar —de nuevo en contrapunto—,

desde las primeras reducciones hermenéuticas de A. Machado

en la España nacional (baste con citar el prólogo de Dionisio

Ridruejo, tan sensible y bien intencionado por otra

parte, a la edición de las «Poesías completas» (?) de don

Antonio, cuyo título —«el poeta rescatado»—, habla por sí

solo), hasta las interpretaciones más o menos sociológicas y

de inspiración crítico-radical. Frente a la lectura nacionalista,

que creía ver en la obra de Machado, por debajo de su «jacobinismo

de sangre y de educación, de decoro externo y de

pedantería seductora de las instituciones izquierdistas», el

claro sueño del resurgir de la nueva España, han florecido,

en los últimos tiempos, aquellas otras de signo social —pienso,

por ejemplo, en las interpretaciones de Blanco Aguinaga

y Tuñón de Lara—, que subrayan, por el contrario, la íntima

conexión de la obra de don Antonio con los avatares sociopolíticos

de su pueblo y su cálida orientación hacia la «gran

esperanza del socialismo».

Por último, hay que aludir a la lectura literaria, en sentido

estricto (¿es acaso posible una lectura semejante?), interminable

en la lista de sus nombres, y preclara en sus figuras,

tales como Dámaso Alonso —su indiscutible patriarca—,

C. Bousoño, J. L. Cano, L. F. Vivanco, L. Rosales, R. Gullón,

R. de Zubiría, C. Beceiro, R. Gutiérrez-Girardot, J. M. Aguirre,

y tantos y tantos otros, que han contribuido eficazmente

a una valoración crítica de la obra de Machado en la totalidad

de sus géneros y estilos. La clave de estas lecturas, confesada

o no, me parece ser siempre la misma: el milagro

de una voz lírica, ingenua y grave a la vez, florecida en el

simbolismo neorromántico y madurada por su hondura cordial,

que desfallece más tarde, por el peso de la cavilación

filosófica, o por la exigencia ineludible de autoobjetivación,

o por Dios sabe qué, y hasta se transustancializa y enmascara

en la prosa reflexiva y burlona de Abel Martín y Juan

de Mairena.

Cito estas lecturas, sin entrar a discutirlas de momento,

como un testimonio irrefutable de la vigencia de la obra de

A. Machado. Una vigencia, por supuesto, muy lejos de la

abstracta intemporalidad de lo que pretende valer para siempre,

sino más bien en la concreta y viviente eficacia de lo

que, por ser fiel a su tiempo, da siempre qué pensar y se

convierte en un motivo permanente de requerimiento y suscitación.

Éste es el prodigio de la palabra integral, el ser

un «universal-concreto», que nos revela los «universales del

sentimiento» y lo «elemental» de la condición humana, a la

luz de lo histórico-individual, como el diamante lleva en su

corazón, por utilizar una metáfora de Machado, una lumbre

de siglos.

La vigencia de la obra de Machado se debe, a mi entender,

al hecho de haber sabido conjugar el doble imperativo de la

temporalidad y la esencialidad, que él mismo prescribió a

la palabra lírica. Si la fidelidad a su tiempo hizo de su obra

la conciencia estremecida de la sociedad española y el documento

más impresionante de la crisis de la voz lírica del

subjetivismo ante una nueva tarea comunitaria. Ja fidelidad

a su corazón y a su instinto metafísico le dio a su verso el

tono grave y melancólico, el sentir hondo, y la intuición certera

y profética del que sondea los abismos.

A la lectura presente de la obra de Machado, de llamarla

de alguna manera, me atrevería a calificarla de «humanista»,

por estar basada sobre la fe en el valor de la palabra, como

punto de apoyo de la existencia, frente al asalto del nihilismo.

De ahí que el título de «palabra en el tiempo» trascienda

el área específica en que lo usó el poeta, para referirse al

sentido último de su obra —la aspiración a conciencia integral

y la vocación a la palabra en enfrentamiento con el misterio

y el silencio—. Esta tensión dialéctica básica genera

aquella otra, estrictamente temporal, de presencias y ausencias,

en que se resuelve, en última instancia, una lírica del

alma.

Palabra en el tiempo es, pues, la lírica como el estremecimiento

de un hondo corazón, herido por el paso irremediable

de las cosas; pero lo es también la misma vida humana,

que tiene que realizar su camino, emitir su verbo existencial,

en el soplo evanescente de un poco de tiempo, como una

andadura soñadora, circuida siempre de sombras. Y cabe

llamar así a la misma conciencia cultural del poeta, hija de

su tiempo, ligada a su aquí y a su ahora por el doble voto

de la autenticidad personal y la solidaridad humana, en un

compromiso de últimas consecuencias. La clave humanista

de lectura, que aquí propongo, permite además entender a

una, la doble luz del verso de Machado, el doble valor de su

palabra, «canto y meditación» de su tiempo, del suyo personal

y del social y colectivo, confundidos en un mismo acorde.

Quisiera añadir, por último, que no me he propuesto en

modo alguno dcsmitificar a Machado. Las más de las veces,

el mito destruido se venga de nuestro propósito generando

el anti-mito, como su figura invertida. Y es que los mitos no

se vienen abajo polémicamente, sino por simple efecto de

proximidad, acercando el autor a nuestra circunstancia para

medir el alcance de sus registros. No. Mi lectura sólo aspira

a comprender, a dejar hablar al poeta en sus mismos textos

y a hacer hablar al lector con él, encarándolo con el destino

existencial y poético de esta grave y melancólica voz, reciamente

española, que se llamó Antonio Machado.

Granada, septiembre de 1975.

viernes, 5 de abril de 2024

El laberinto del verdugo NOVELA FRAGMENTO

 

 

 


 

El laberinto del verdugo

 

NOVELA

 

 

 

“... fato profugus…”

VIRGILIO, Eneida 1,2

 

 

 

“Me forzaste, Novato, con tu porfía a que te escribiese

en qué manera se puede poner en la ira placidez

y comedimiento”.

 

SÉNECA, De La Ira. Libro Primero.

 

 

A J.M. Crespo. Después del largo viaje: al otro lado de las palabras.

A Greta Limbrick en amorosa compañía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 PRIMERA PARTE

TRES NARRACIONES INFAMES

 

 

 

 

(1)

Pavas. Hospital psiquiátrico-Henry en monólogos. 

 230 a.m. 35 días antes del escape.

 

 Algunos dicen que soy un asesino, no lo sé, ¿ustedes qué opinan? Punto difícil. A veces, pienso que ustedes tienen razón y que ha sido un invento de mi cerebro embrutecido por el alcohol y las drogas de que soy inocente... ¿lo será?

Jaime argumenta que yo no estoy loco, solo un poco desmemoriado y por eso me llama Henry el Desmemoriado... ¡ahhh, este Jaimito con sus cosas...  no sé qué pensar!

 Lola afirma que sí soy un asesino, un hijo de puta y que planeé las muertes de mis amigas las prostitutas, y que entonces soy un puerco, un cerdo disfrazado de hombre, y dice que ojala me hubieran colgado de las pelotas.  

 

Jaime y Lolis (entiéndase Lola) discuten... yo los oigo: uno a favor, otro en contra, los demás en el sanatorio no toman partido en la discusión, ellos están más que “desmemoriados”, están más que ausentes… En ocasiones salen al jardín, porque la mayor parte del tiempo se quedan dentro del edificio custodiando sus propias sombras y sus memorias.

 

El segundo piso posee grandes ventanales que dan al jardín en donde están las estatuas del Ninfeo, cerca del lago y de los nenúfares.

El Ninfeo siempre me agradó por su aire mítico, quizá angelical, supongo. Asocio nenúfares con otra puerta, la puerta del escape, uno en la vida asocia objetos, intercambia pensamientos.

 Los nenúfares son bellos, son muy grandes y me gusta mirarlos en sus movimientos cadenciosos con la brisa y me gusta mirar a los peces que golpean con sus lomos las hojas, golpe rápido, golpe de ojo, ¿lo ves o no lo ves?

 

 En las tardes me entretengo mirando el lago y contando los peces dorados y anaranjados que sacan sus lomos cerca de los nenúfares, el otro día conté mil quinientos cuarenta y seis lomos salidos del agua en cinco horas y media.

 

 

 

(2)

San José, cerca del Valle de las Muñecas. Consorcio Jurídico Data-Ius. Tarde- noche. Monólogo de Beatriz Muriel Nigroponte.

 

 

 

 Mañana conoceré a JC en una presentación forzada; más que forzada yo diría que protocolaria. Me explico de la siguiente manera: me presentaran a JC en el Consorcio, un favor a Carlos López, una condescendencia, una concesión que no siempre hago.  Debo confesar que fue un “favor” que me costó trabajo. Lo hice por la Firma, por los abogados, por el Consorcio. Carlos supone que fue por él, equivocado. Sucede que Carlos es una persona ególatra y cree que el Consorcio gira por su inventiva en los negocios y las relaciones con clientes foráneos o nacionales, no es cierto. En la vida nos necesitamos entre sí, de lo contrario no estaría pidiendo un favor.

 El favor se trata de lo siguiente: JC es un cliente que desea comprar un penthouse cerca del Valle de las Muñecas, es un negocio que Carlos por sus múltiples ocupaciones no puede darle el seguimiento necesario. Piensa - en una posición egoísta y sin consultarme- que yo puedo atenderlo. Es cierto que puedo atender a JC, pero lo que me da cólera es la no consulta. Espero que así como lo ayudo no ponga objeciones en mis honorarios de abogada.

 

 Cuando entré al salón de reuniones lo primero que observé en la mesa de cristal fue un fólder negro, Carlos comenzó a hablar. Lo tomé y Carlos siguió hablando de las bondades del negocio y de la buena imagen que tendría el Consorcio finiquitando la compraventa del penthouse, dijo que la compraventa atraería a nuevos clientes.

 Comencé a leer el documento - si a un simple vistazo se le puede decir leer-.

 Carlos me indicó que el penthouse debía de tener varios requisitos: la ubicación (en este caso muy cerca del Valle de las Muñecas) hasta el área (567 m2 exactos), y por último, se complacería al cliente con los detalles del mobiliario y en la decoración.

 Menudo trabajo – pensé-, mientras Carlos se acomodó el abultado vientre y coqueteó conmigo. Yo continué ojeando el fólder.  Había un pequeño cronograma muy detallado que según Carlos debe de llevarse a cabo con la mayor celeridad. De acuerdo al cronograma, el penthouse se entregará a más tardar en tres meses con independencia de reparaciones o de ampliar algunas áreas, no importa, no existen excusas, el plazo seguirá siendo el mismo.

 También se especifica que si para obtener el área de los 567 m2 es necesario comprar el piso inferior que se hiciera. Entiendo que la negociación no es fácil.

Carlos reiteró el coqueteo e insinuó que mañana después de la reunión con JC podemos ir a cenar, sonreí, el acoso se viene dando desde que era asistente en la Firma de Abogados. En las ocasiones que se pone necio pongo un muro de hielo que no puede traspasar el muy imbécil y hasta ahí llegan las insinuaciones.

A decir verdad, no me imagino a Carlos siendo mi amante, es una persona simplona que no puede mirar más allá de sus narices, es ridículo si habla de arte con los compañeros del Consorcio y presume de cuatro conocimientos burdos sobre literatura y habla de Benedetti como si fuera la octava maravilla del mundo y ni qué decir si intenta hablar sobre          Música Clásica o Pintura, hasta me sonrojo por las estupideces de que comenta y hace alarde, me da –como dicen- vergüenza ajena. Pobre Carlitos, la sensibilidad se trae de nacimiento -que no es su caso- o es un proceso de educación de hogar, por otro lado, nadie puede extraerse de su clase social por más que finja lo contrario y por más títulos y doctorados, ¿qué se puede esperar de una persona que pasó su infancia y parte de su adolescencia en los barrios del sur?

Al terminar de ojear el file nos quedamos callados, Carlos haciendo que revisaba los papeles de una demanda que tenía que presentar al día siguiente, yo me quedé preguntándome cómo sería JC.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(3)

LOS ARCHIVOS DEL VAMPIRO.

Experiencia de Ernesto.

 

Ernesto Miranda Rojas aprendió de su exjefe todo lo que sabía en las investigaciones criminales. Aprendió de la escena del crimen lo valioso y lo que no tenía importancia, ejemplo: si existía una pelea entre víctima y victimario o fue fingida por el asesino para desviar la atención; ejemplo: distinguir la prueba puesta a la prueba verdadera en el lugar de los hechos, ejemplo: si se alteraba una escena adrede saber comprenderlo de inmediato. Podía diferenciar también si el cadáver se trasladaba donde ocurrió el homicidio o por el contrario si donde se hallaba el cuerpo era el lugar de los acontecimientos violentos. 

 En ambientes cerrados percibía el olor a pólvora, el filo acerado de cuchillos, navajas, y el olor a sangre, aunque no se encontraran evidencias físicas. 

 Si la escena del crimen era en lugares descampados y solitarios la habilidad de Ernesto cambiaba, allí concluía si el asesino o los asesinos llegaban en coche o a pie. También deducía el punto cardinal que los criminales escogían para huir del lugar. 

También Henry le ayudó a esquematizar y levantar perfiles de sospechosos, cuáles eran peligrosos potencialmente o cuáles los eran en la práctica. Aprendió a desenmascarar a los asesinos que fingían ser el ideal de vecino o los asesinos a sueldo que optaban por el retiro con una cruenta labor de crímenes a sangre fría por décadas.

 

Rutinas, fijos, realizar interrogatorios con violencia o sin violencia, pactar acuerdos ilegales, legales, y también amenazar o chantajear a los presuntos responsables con evidencias o sin evidencias - dependía el momento que lo requería - era el arsenal que Ernesto acumulaba con quince años al lado de Henry de Quincey.

Y ahora a principios del milenio, Ernesto utilizaba lo aprendido en beneficio de su amigo.

 

 

(1)

Pavas. Hospital psiquiátrico-Henry en monólogo. 230 a.m., 34 días antes del escape.

 

 Es raro, en el Sanatorio el tiempo es circular: las cosas suceden y no suceden.  El Dr. Brilla es un ejemplo: me repite lo mismo, no importa el día, es algo calcado al carbón: con las conversaciones, los reproches y las preguntas…

 

Nota:

Ayer estuve cerca del Ninfeo.

El Ninfeo son las estatuas que adornan el patio principal del sanatorio, yo le llamo Ninfeo porque me gusta la palabra, la palabra no está registrada en el Diccionario de la Real Academia Española, pero me gusta, si estuviera en el diccionario diría: Ninfeo: proviene de la raíz de ninfa, diosas inferiores griegas.

 Es el mejor nombre que se me pudo ocurrir al conjunto de estatuas alusivas a las diosas griegas y romanas, por supuesto que existen ninfas, nereidas y nínfulas, porque no es lo mismo ninfa y nereida. La ninfa es una diosa inferior de los ríos y de los bosques, no del mar. Las nereidas son hijas del mar, son hijas de Neptuno. La palabra nínfula es un vocablo acuñado por Vladimir Nabokov para designar a las niñas prepúberes en su novela “Lolita” y no tiene nada que ver con la mitología griega.

 

***

 El Ninfeo está cerca del lago donde están los peces dorados que tanto me gustan. La naciente de agua que alimenta el lago está cercada con una pequeña valla... creo que algún día de estos iré a visitarla.

 

***

El Dr. Brilla es muy amigable conmigo y también la enfermera Clarisa que tiene unas piernas envidiables.

 Clarisa dice que mi estado mental no es crítico, que ha visto otros estados más severos y que se han recuperado. Fuerza, concentración, disciplina con las pastillas y deseos de curarse, lo de más viene fácil es pan comido, es como quitarle un dulce a un little boy comenta Clarisa una y otra vez. Ojala que así sea, de lo contrario estaré condenado a vivir aquí en el sanatorio quien sabe cuantos años. Hoy pienso que pronto me voy a recuperar y saldré del sanatorio, así lo hicieron días atrás la Carmen y la Marga, si ellas pudieron, yo lo puedo hacer, ¿verdad?...  El encierro y esta mampara se debió que las autoridades están ocultando algo más que los simples crímenes que dicen yo cometí... en este instante mi mente está confusa...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(2)

San José, cerca del Valle de las Muñecas. Monólogo.

Consorcio Jurídico Data-Ius.

 

 Carlos ni yo nos imaginábamos a JC un hombre de mediana edad.  Carlos y yo nos imaginamos a un hombre mayor, decrépito o casi al borde de la decrepitud y la ancianidad. Es curioso que una persona joven tenga tanto dinero para gastar en un apartamento. Por lo general, las personas treintonas gastan en coches de lujo, en viajes y los que son ojo alegre en prostitutas. No entiendo cómo una persona sola y sin hijos pueda gastar un dineral en un penthouse.

 

  Fue una agradable sorpresa conversar con JC.

 JC nos puso al tanto de cómo quería que hiciéramos los traspasos y negociaciones con la empresa inmobiliaria que vende el penthouse. No desea que nada quede a su nombre, ¿cómo? Nos habló de crear una sociedad anónima. Manifestó que le gusta comprar o vender por medio de interpósita mano, que le gusta estar en medio de las sombras de cualquier negociación.

 

 JC no debe de ser mayor de cuarenta años ni menor de treinta, es ameno al trato, sí me llamó la atención que fuma demasiado. En la conversación se le ofreció un whisky al que accedió.

 Señaló que le recomendaron la Firma sin precisar detalles.

 Puntualizó que deseaba el penthouse cerca del Valle de las Muñecas por razones de que la ciudad lo enamora y que no desea vivir en los suburbios.

 La reunión no duró más de media hora, dijo JC que no le agradaban las reuniones demasiado largas porque lo que no se dice en media hora no se dice en dos o tres horas.

 En la reunión Carlos se pavoneó, es una forma de puntualizar jerarquías   y demostrar a otras personas las diferencias de mando en la Firma.

 Carlos me mira en un plano de subordinación, en el fondo se trata de un complejo y de inseguridades. Manifestó que yo era la encargada en el Consorcio de hacer el trámite de las negociaciones: de entablar acuerdos con la empresa inmobiliaria que vende el penthouse hasta la persona encargada de los detalles en la decoración del apartamento.

 La media hora que duró la reunión y Carlos habló, me sentí una decoradora de interiores y no una profesional en Derecho. No expresé ningún comentario a Carlos ni a JC.

 

 

(3)

LOS ARCHIVOS DEL VAMPIRO.

Investigaciones.

Teorías.

 

 Ernesto tenía una lista de los crímenes que se cometían en la Zona del Vampiro después que su exjefe y amigo fue recluido en el sanatorio. Entonces, tuvo la certeza que Henry al menos quedaba descartado de los posteriores acontecimientos violentos.

 Pensó en un imitador pero luego desechó la idea. ¿La razón? Una característica que no salía a la luz pública: todas las mujeres eran asesinadas con un punzón que les dejaba una herida cerca del corazón y que el asesino tapaba con una venda, así que la herida era invisible a los ojos del que ignoraba aquel patrón o ritual.

Existían datos e información curiosa: unos cuerpos olían más que otros cuerpos a perfume de rosas, ¿por qué? Nunca se supo. Entonces, no había imitador, nadie conocía estos hechos solo los agentes de investigaciones. ¿O tal vez sí hubo un imitador?  ¿Alguna persona que el asesino le confesaba los rituales? Poco probable.

 Pero, Ernesto aprendió de Henry que los asesinos en serie son hombres solitarios y que nunca “trabajan” en pareja. Ernesto decía irónicamente que no trabajaban en pareja porque les quitaban la creatividad en los asesinatos, la inspiración, el golpe de gracia y que entonces corrían el riesgo que el compañero de andanzas lo castrara en lo artístico. Esa fue la respuesta de un asesino en serie en Los Ángeles, California allá por los años 60 antes de que saliera a la luz pública el caso del “Estrangulador de Boston”.

 

 Los compañeros de la Sección de Homicidios rieron de la ocurrencia del asesino-artista que Ernesto contó haber leído en un libro de criminología.

 

 

(1)

Pavas. Hospital psiquiátrico - Henry en monólogos.  33 días antes del escape.

 

 Hoy he tenido una idea fija desde que abrí los ojos: es el círculo, sí, el círculo, así nomás, el pelado círculo, no el círculo de las monedas o el círculo de las pupilas, ¡no!, mi mente piensa en el círculo, en la figura geométrica.

 Ossorio habla de filosofía yo pienso en la geometría, en líneas y mediciones. Una línea recta es una sucesión de puntos (aunque a mí de verdad no se me parece), pero eso dicen los que saben de geometría, y dicen también que una línea en el espacio se curva, o algo por el estilo, ¡qué bobadas! ¿No? Pero debo de confesar que la geometría tranquiliza mi espíritu- el estar pensando en líneas, curvas, espacios y universos infinitos en el papel me calma los nervios, me atonta y me da sueño y cierro los ojos y me voy quedando así quietecito, quietecito, dormido, dormido... - yo pienso en el círculo y pienso en la calma, en la tranquilidad de dos o tres personas en un gran espacio blanco y vacío... también sé que el círculo es lo recurrente, lo que no tiene final...

 

 

 

 

 

 

 

(2)

San José, cerca del Valle de las Muñecas. Monólogos.

Consorcio Jurídico Data-Ius.

 

 

JC es un hombre de buenos modales, yo diría que de muy buenos modales para ser una persona tan joven. Los jóvenes de mi edad – la otra semana cumplo 25 años- no tienen la educación de épocas pasadas. Lo digo porque ya nadie ni da los buenos días en el Consorcio.

 Decía que JC es una persona educada lo que me complace, parece un caballero de principios del siglo XX con frac y bombín incluidos. Su parsimonia al hablar y las pausas en la conversación o la forma de degustar una simple taza de té lo hace diferente al resto de los muchachos de nuestra generación.

 También a la hora de dialogar sus movimientos no son bruscos, ni sus ademanes hacen pensar en un hombre rústico.

 Su vestimenta es de negro, no es luto porque en la primera reunión refirió no tener vivo familiar y que el negro lo usa no en recordatorio de sus parientes sino por costumbre.

 Es curioso que una persona treintona no tenga ni padres, ni hermanos, ni tíos o primos vivos, abuelos pues ya no, ¿otros familiares? Pues sí debería de tener. Sería lógico pensar que tuviera vivo un pariente lejano.

Esta segunda cita en el Consorcio fue a las 7 p.m. a esa hora la mayoría de los empleados del bufete no estaban. JC solicitó que las reuniones se hagan de noche a la puesta del sol, imagino que las horas de las citas son extravagancias de ricachón. La gente con dinero se comporta en forma extraña.

 

 En el trato de la negociación de hoy fue amable, cortés, fino y enérgico.

 Es interesante cómo con educación hay personas que presionan con altanería y grosería asolapada, es un arte que poseen. Yo he visto en estrados judiciales a colegas insultar y manifestar que un fulano o un zutano son unos perfectos estúpidos y ladrones sin proferir palabras soeces, vulgares. JC no anda tan perdido en estos menesteres de lo enérgico y del sarcasmo. ¡Sin excesos...  elegante y educado hasta para presionar en los negocios!

 

 De la compraventa del penthouse expresó que debía de llevarse sin contratiempos y que estaba realizando en la Bolsa de Londres las operaciones para que el dinero esté pronto en Costa Rica y no tener ningún problema con la inmobiliaria dueña del edificio.

Nota: debo de aclarar que en esta segunda reunión JC manifestó que desea comprar la Torre de 25 pisos. Dice que habló con sus amigos y los convenció de invertir con él.

 Me causa curiosidad el cambio de planes y el giro de los negocios. Mejor para el Consorcio. Lo que es trabajo se traduce en mayores honorarios, esa es la política en Data Ius.

 Yo me pregunto, ¿para qué desea comprar la Torre? ¿Acaso no le era suficiente con el penthouse? A estos ricachos una no los entiende aunque una los trate a diario en el Consorcio. La filosofía de éstos platudos se resume en: “el dinero es para gastar y para invertir”.

 La Torre será terminada dentro de tres meses atendiendo el cronograma y sumando el papeleo y las demás negociaciones que deben hacerse, apenas vamos a salir tablas.

 

 

 

 

 

 

(3)    

LOS ARCHIVOS DEL VAMPIRO.

Investigaciones.

Teorías.

 

Posteriormente, vinieron las acotaciones de una tal Beatriz Muriel Nigroponte que en una ocasión días atrás llegó a inoportunarlo con la teoría que estaba investigando por cuenta propia los asesinatos en la Zona del Vampiro y a un grupo de personas que sospechaba estarían involucradas con los hechos de sangre.

 La tarde que Ernesto la atendió en la oficina no le indicó ni que sí ni que no acerca de la teoría que le propuso: de una Cofradía que era la autora de los crímenes. Ernesto pensó que no era conveniente intercambiar información con una desconocida así de golpe y porrazo, en este caso con una abogadita de mierda que jugaba a lo Sherlok Holmes.

 

 

(1)

Pavas. Hospital psiquiátrico- Henry y el profesor Felipe Ossorio en monólogos – diálogos.  230 a.m., 32 días antes del escape.

 

          ¿Adónde quedamos? ¿En el asunto del Ninfeo, o en el asunto de la geometría? Lo olvidé. De todas maneras – creo- lo del Ninfeo está claro y lo de la geometría pienso que quedó sin terminar... explicaba, ¿qué explicaba? Sí, ya preciso, argumentaba que el círculo representa lo infinito, es la representación de la serpiente mordiéndose la cola. La serpiente se muerde la cola y dicen que esas figuras simbolizan el final y el principio de las cosas... ¿y si no es así? ¿Y si lo único que quería dibujar el artista era una cabrona serpiente mordiéndose la cola?

 

Hospital Psiquiátrico. Pavas. Pabellón B.

El profesor Felipe Ossorio Interrumpiendo:                        

 

-Henry, recordá lo que siempre le he comentado a los muchachos, ¿verdad muchachos?

- ¡Sssiiiiii...! (En coro).

- Que los filósofos, los estetas, los antropólogos, los historiadores, quieren interpretar formas, figuras, escrituras, colores, signos, esculturas y toda manifestación del arte de diferentes culturas pero y en este pero está la verdad: en realidad, no tienen interpretación, porque los artistas las hicieron y punto. ¡No existe interpretación muchachos!...

 Ejemplo, dicen que la medición de la gran pirámide de Egipto, si se suma su perímetro y éste se multiplica por (x) número dará como resultado la circunferencia de la Tierra... ¡pendejos de mierda! ¡Lo mismo sería si mido mi pinga por un número (x) daría de resultado la circunferencia de la Tierra y ojo, no es que yo sea muy pichudo! Es cuestión de acomodar números y todo calza.

 

 Hay gente que se quiere hacer la idiota también con el asunto de las causas y de las concausas, ¿alguna vez se han puesto a pensar en eso muchachos? Ahí les voy con el ejemplo: Juanito murió de un balazo de pistola en la cabeza, y Marco Polo es la causa de que Juanito muriera de un tiro, ¿cómo? Pregunta incrédulo el grupo con una risita burlona. La respuesta sería: porque Marco Polo llevó la pólvora hace varios siglos a occidente, ¡mierda! Idéntico razonamiento sería decir que Juanito murió de un tiro por arma de fuego porque de no hablar con Roberto fuera de su casa no se encontraba con su asesino en la calle. Conclusión: estas teorías no sirven, son una mierda, porque la realidad está sujeta a la ley del azar, ¿cómo?  El clinamen. ¿Se acuerdan muchachos lo que es el clinamen cuando estudiábamos filosofía con el Dr. Grimaldi? ¿Sí, no? ¿Se acuerdan de Epicuro? ¿Se acuerdan del azar? ¿No?, pues bien, la teoría es la siguiente: “Maestro,- pregunta el discípulo- ¿los átomos tienen su propio movimiento, su orden establecido, su orden natural? Respuesta: dice el Maestro: por supuesto, los átomos tienen su orden establecido, su propio movimiento, pero algunos se desvían de su trayectoria normal. ¿Por qué? – Pregunta el discípulo- ¡Saber! dice el Maestro, no lo sé, pero se desvían, eso es lo que se llama clinamen (los átomos se desvían sin razón aparente), el azar tiene un factor decisivo, lo contrario sería que creamos en la predestinación, ¡acuérdense de Sófocles con su personaje Edipo que por más que huyó de su destino, el destino lo alcanzó!

 Lo anterior sería pensar que existe un libro de las calamidades del mundo y de lo que nos va a suceder (el Gran Libro de la Vida) y no podamos hacer nada para cambiarlo.

 

 (Una voz a lo lejos): Dr. Redondo les he dicho que se callen pero no hacen caso a ver si usted los mete en cintura, ¡no ve que es más de la una de la mañana y los enfermos no se quieren ir a dormir! Dizque están en una clase de filosofía con don Felipe, ¡ay no, las cosas que tiene una que ver y oír en el sanatorio! ...

Felipe:

 Y vos Henry, ¿has llegado a alguna conclusión? ¿Existe o no la predestinación, podemos huir o no podemos huir de nuestro destino?


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