domingo, 4 de febrero de 2024

El favorito de Midas19 The Minions of Midas, Pearson's Magazine (mayo 1901) TEXTO COMPLETO JACK LONDON




 

El favorito de Midas19

The Minions of Midas,

Pearson's Magazine (mayo 1901)

Wade Atsheler ha muerto... ha muerto por mano propia. Decir que esto era inesperado

para el reducido grupo de sus amigos, no sería la verdad; sin embargo, ni una vez siquiera,

nosotros, sus íntimos, llegamos a concebir esa idea.

Antes de la perpetración del hecho, su posibilidad estaba muy lejos de nuestros

pensamientos; pero cuando supimos su muerte, nos pareció que la entendíamos y que hacía

tiempo la esperábamos. Esto, por análisis retrospectivo, era explicable por su gran inquietud.

Escribo "gran inquietud" deliberadamente.

Joven, buen mozo, con la posición asegurada por ser la mano derecha de Eben Hale, el

magnate de los tranvías, no podía quejarse de los favores de la suerte. Sin embargo, habíamos

observado que su lisa frente iba cavándose en arrugas más y más hondas, como por una

devoradora y creciente angustia. Habíamos visto en poco tiempo que su espeso cabello negro

raleaba y se plateaba como la hierba bajo el sol de la sequía. ¿Quién de nosotros olvidaría las

melancolías en que solía caer, en medio de las fiestas que, hacia el final de su vida, buscaba

con más y más avidez? En tales momentos, cuando la diversión se expandía hasta desbordar,

súbitamente, sin causa aparente, sus ojos perdían el brillo y se hundían, su frente y sus manos

contraídas y su cara tornadiza, con espasmos de pena mental, denotaban una lucha a muerte

con algún peligro desconocido.

Nunca habló del motivo de su obsesión, ni fuimos tan indiscretos para interrogarlo.

Aunque lo hubiéramos sabido, nuestra fuerza y ayuda no hubieran servido de nada. Cuando

murió Eben Hale, de quien era secretario confidencial —más aún, casi hijo adoptivo y

socio—, dejó del todo nuestra compañía, y no, ahora lo sé, por serle desagradable, sino

porque su preocupación se hizo tal que ya no pudo responder a nuestra alegría ni encontrar

ningún alivio en ella. No podíamos entender entonces la razón de todo esto. cuando se abrió

el testamento de Eben Hale, el mundo supo que Wade Atsheler era el único heredero de los

muchos millones de su jefe, y que se estipulaba expresamente que esta enorme herencia se le

entregara sin distingos, tropiezos ni incomodidades.

Ni una acción de compañía, ni un penique al contado, fueron legados a los parientes del

muerto. Y en cuanto a su familia más cercana, una asombrosa cláusula establecía

expresamente que Wade Atsheler entregaría a la esposa e hijos de Hale cualquier cantidad de

dinero que a su juicio le pareciera conveniente, en el momento que quisiera. Si se hubieran

producido escándalos en la familia Hale, o sus hijos fueran díscolos o irrespetuosos, habría

habido alguna excusa para esta inusitada acción póstuma; pero la felicidad doméstica del

difunto había sido proverbial, y era difícil encontrar progenie más sana, más pura y más

sólida que sus hijos e hijas, mientras que a su esposa, quienes mejor la conocían la apodaban

"Madre de los Gracos", con cariño y admiración. Inútil es decirlo, este inexplicable

testamento fue el tema general por nueve días, y hubo una gran sorpresa cuando no se

produjo demanda alguna.

19 También conocido el relato por “Las muertes concéntricas”

Ayer apenas, Eben Hale entró en reposo eterno en su mausoleo. Ahora, Wade Atsheler ha

muerto. La noticia apareció en los diarios de esta mañana. Acabo de recibir una carta suya,

echada al correo, evidentemente, sólo una hora antes del suicidio. Esta carta que tengo a la

vista es una narración, de su puño y letra, en la que intercala numerosos recortes de diarios y

copias de cartas. La correspondencia original, me dice, está en manos de la policía. También

me suplica divulgar la incontenible serie de tragedias con las que estuvo inocentemente

relacionado, para advertir a la sociedad contra el diabólico peligro que amenaza su existencia.

Incluyo aquí el texto por entero: Fue en agosto, 1899, después de regresar del veraneo,

que recibimos la primera carta. No comprendimos entonces; no habíamos acostumbrado

nuestra mente a tan tremendas posibilidades. El señor Hale abrió la carta, la leyó y la echó

sobre mi escritorio, con una carcajada.

Cuando la hube recorrido, también reí, diciendo: "Es broma lúgubre, señor Hale, y de

pésimo gusto." He aquí, querido John, un duplicado exacto de esa carta.

Oficina de los Sicarios de Midas,

17 de agosto, 1899.

Señor Eben Hale, plutócrata.

Muy señor nuestro: Queremos obtener al contado, en la forma que usted

decida, veinte millones de dólares. Le requerimos que nos pague esta suma, a

nosotros o a nuestros agentes; usted notará que no especificamos tiempo, pues

no deseamos apresurarlo en este detalle. Hasta puede pagarnos, si le es más

fácil, en diez, quince o veinte cuotas; pero no aceptamos cuotas inferiores a un

millón.

Créanos, querido señor Hale, cuando decimos que emprendemos esta

acción desprovistos de toda animosidad. Somos miembros del proletariado

intelectual, cuyo número en creciente aumento marca con letras rojas los

últimos días del siglo XIX; hemos decidido entrar en este negocio después de

un completo estudio de la economía social. Nuestro plan no nos permite

lanzarnos a vastas y lucrativas operaciones sin disponer de capital inicial.

Hasta ahora hemos tenido bastante éxito, y esperamos que nuestras gestiones

con usted resulten gratas y satisfactorias.

Le rogamos que nos siga con atención mientras le explicamos nuestros

puntos de vista. En la base del presente sistema social se halla el derecho de

propiedad. Este derecho del individuo a detentar propiedad se funda única y

enteramente, en última instancia, en la fuerza. Los caballeros de Guillermo el

Conquistador dividieron y se repartieron Inglaterra con la espada desnuda.

Esto es verdad para todas las potencias feudales.

Con la invención del vapor y la revolución industrial vino al mundo la

clase capitalista, en el sentido moderno de la palabra. Estos capitalistas o

capitanes de la industria virtualmente despojaron a los descendientes de los

capitanes de la guerra.

La mente, y no el músculo, prima hoy en la lucha por la vida: pero esta

situación también está basada en la fuerza. El cambio ha sido cualitativo. Los

magnates feudales saqueaban el mundo a sangre y fuego. los magnates

financieros explotan al mundo, aplicando las fuerzas económicas. La mente y

no el músculo es lo que perdura, y los intelectual y comercialmente poderosos

son los más aptos para sobrevivir.

Nosotros, los Sicarios de Midas, no nos resignamos a ser esclavos a

sueldo. Los grandes trusts y combinaciones de negocios (entre los que

sobresale el que usted dirige) nos impiden levantarnos al lugar que nuestra

inteligencia reclama.

¿Por qué? Porque no tenemos capital. Pertenecemos al bajo pueblo, pero

con esta diferencia: nuestras mentes están entre las mejores, Y no nos traban

escrúpulos éticos o sociales. Como esclavos a sueldo, trabajando de sol a sol,

con vida sobria y avara no podríamos ahorrar en sesenta años —ni en veinte

veces sesenta años— una suma de dinero capaz de competir con las grandes

masas de capital existentes ahora. Sin embargo, entramos en la lucha.

Arrojamos el guante al capital del mundo. Si éste acepta el desafío o no, igual

tendrá que luchar.

Señor Hale, nuestros intereses nos dictan exigir de usted veinte millones

de dólares.

Ya que nosotros somos considerados y le otorgamos un plazo razonable

para que lleve a cabo su parte de la transacción, le rogamos que no se demore

demasiado. Cuando usted se haya conformado con nuestras condiciones,

inserte un anuncio conveniente en el Morning Blazer. Entonces le

comunicaremos nuestro plan para transferir el capital.

Es mejor que usted lo haga antes del lo de octubre. Si no es así, para

demostrarle que hablamos en serio, mataremos a un hombre en esa fecha, en

la calle Treinta y Nueve Este. Se tratará de un obrero, a quien ni usted ni

nosotros conoceremos. Usted representa una fuerza en la sociedad moderna y

nosotros otra —una nueva fuerza—. Sin odio entramos en combate. Usted es

la muela superior en el molino, nosotros la inferior. La vida de ese hombre

será molida por las dos, pero podrá salvarse si usted acepta nuestras

condiciones a tiempo.

Hubo una vez un rey maldito por el oro: su nombre está en nuestro sello

oficial. Algún día, para protegernos de competidores, lo haremos registrar.

Quedamos Ss. Ss. Ss. Los Sicarios de Midas.

Tú te preguntarás, querido John, por qué no reírnos de una comunicación tan

descabellada. No podíamos dejar de admitir que la idea estaba bien concebida, pero era

demasiado grotesca para que la tomáramos en serio. El señor Hale dijo que conservaría como

curiosidad literaria la carta, y la metió en una casilla de su archivo. Pronto olvidamos su

existencia. Y puntualmente, el 1° de octubre, el correo matutino nos trajo lo siguiente:

Oficina de los Sicarios de Midas,

1° de octubre, 1899.

Señor Eben Hale, plutócrata.

Muy señor nuestro:

Su víctima encontró su fatalidad. Hace una hora, en Treinta y Nueve Este,

un obrero fue apuñalado en el corazón.

Cuando usted lea esto su cuerpo yacerá en la Morgue. Vaya y contemple

la obra de sus manos. El 14 de octubre, en prueba de nuestra seriedad en este

asunto, y en caso de que usted no ceda, mataremos un policía en (o cerca de)

la esquina de Polk y Avenida Clermont.

Muy cordialmente Los Sicarios de Midas.

Otra vez, el señor Hale rió. Su mente estaba muy ocupada con el trato en perspectiva, con

un sindicato de Chicago, sobre la venta de todos sus tranvías en aquella ciudad, así que siguió

dictando a la taquígrafa, sin volver a pensar en la carta. Pero de algún modo, no sé por qué,

una honda depresión me atacó. ¿Si no fuera broma? Involuntariamente busqué un diario. Allí

había, como convenía a una oscura persona de las clases pobres, una mezquina docena de

líneas, junto al aviso de un boticario, en un rincón:

Poco después de las cinco, esta mañana, en la calle Treinta y Nueve Este,

un obrero llamado Pete Lascalle, yendo a su trabajo, recibió una puñalada en

el corazón, de un agresor desconocido, que huyó. La policía no ha

descubierto ningún motivo para asesinato.

Imposible!, fue la respuesta del señor cuando leí la noticia; pero el incidente pesó

evidentemente en él, pues más tarde, el mismo día, con muchos epítetos contra su propia

tontería, me pidió que comunicara el asunto a la policía. Tuve el placer de que se riera de mí

el comisario, aunque me prometió que la vecindad de aquella esquina sería vigilada

especialmente la noche antedicha. Así quedó la cosa, hasta que pasaron las dos semanas,

cuando la siguiente nota nos llegó correo:

Oficina de los Sicarios de Midas,

15 de octubre, 1899.

Señor Eben Hale, Plutócrata.

Muy señor nuestro:

Su segunda víctima cayó a su hora, según se planeó. No tenemos prisa,

pero para aumentar la presión, desde ahora mataremos semanalmente.

Para protegernos de las interferencias policiales, ahora le informaremos

de las ejecuciones poco antes o simultáneamente al hecho.

Esperando que ésta lo encuentre a usted en buena salud, somos Ss. Ss. Ss.

Los Sicarios de Midas.

Esta vez fue el señor Hale el que tomó el diario, y después de breve busca, me leyó esta

noticia:

UN COBARDE CRIMEN

Josep Donahue, destinado a una guardia especial en la Sección Once, fue

muerto a media noche, de un tiro en la cabeza.

La tragedia ocurrió en la esquina de Polk y Avenida Clermont, a plena

luz. En verdad que nuestra sociedad es poco estable cuando los guardianes de

su paz pueden ser asesinados tan abierta y alevosamente. La policía no

consiguió hasta ahora el menor indicio de una pista.

Apenas acababa de leer, cuando llegó la policía —el comisario con dos de sus hombres,

en visible alarma y seriamente perturbados—. Aunque los hechos eran tan pocos y tan

sencillos hablamos mucho, repitiéndonos una y otra vez. El comisario aseguró que pronto se

arreglaría todo y que los criminales serían aplastados.

Mientras tanto juzgó conveniente poner una guardia para nuestra protección personal, y

una patrulla para vigilancia continua de la casa y jardines. Una semana después, a la una de la

tarde, recibimos este telegrama:

Oficina de los Sicarios de Midas,

21 de octubre, 1899.

Señor Eben Hale Plutócrata.

Muy señor nuestro:

Sinceramente lamentamos que usted nos haya interpretado tan mal.

Ha encontrado conveniente rodearse de guardias armadas, como si

fuéramos criminales comunes, capaces de asaltarlo y arrancarle por la fuerza

sus veinte millones.

Créanos: esto dista muchísimo de nuestra intención. Usted comprenderá,

después de reflexionar un poco que su vida nos es preciosa. No tema. Por

nada en el mundo le haremos daño. Es nuestra política protegerlo de todo

peligro y cuidar a usted con toda ternura. Su muerte no significa nada para

nosotros. Si así no fuera, tenga seguridad de que no vacilaríamos en

destruirlo. Piénselo bien, señor Hale. Cuando haya abonado nuestro precio

tendrá que reducir los gastos. Desde ahora despida a sus guardias. Dentro de

los diez minutos del momento en que reciba esto, una joven enfermera habrá

sido estrangulada en el Parque Brentwood. El cuerpo se encontrará entre los

arbustos, al borde de las senda que va hacia la izquierda del quiosco de

música.

Cordialmente Los Sicarios de Midas.

En seguida el señor de Hale avisó por teléfono al comisario. Quince minutos después,

éste nos comunicó que el cadáver, todavía caliente, había sido hallado en el lugar indicado.

Esa noche los diarios abundaban en chillones títulos sobre Jack el estrangulador,

denunciaban lo brutal del hecho y se quejaban de la laxitud policial. Nos volvimos a encerrar

con el comisario, que nos rogó mantener al asunto en secreto.

El éxito, dijo, dependía del silencio.

Como tú sabes, John, el señor Hale era hombre de hierro. Rehusaba rendirse. Pero, oh

John, esa fuerza ciega en la oscuridad era terrible. No podíamos luchar, ni hacer planes, ni

nada, sólo contener las manos y esperar. Semana tras semana, cierta como la salida del sol,

venía la notificación y la muerte de alguna persona, hombre o mujer, inocente de todo mal,

pero tan muerta por nosotros como si la matáramos con nuestras propias manos. Una palabra

del señor Hale, y la matanza habría cesado. Pero él endureció su corazón y esperó; sus

arrugas se ahondaron, sus ojos y la boca se afirmaron en severidad, y la cara envejeció. No

hay ni qué hablar de mi sufrimiento en ese tremendo período.

Encontrarás aquí las cartas y los telegramas de los Sicarios de Midas y los artículos de los

diarios.

También encontrarás las cartas advirtiendo al señor Hale de ciertas maquinaciones de

enemigos comerciales y manipulaciones secretas con acciones. Los Sicarios de Midas

parecían tener acceso a la intimidad de los negocios y de la finanza. Nos comunicaban

informaciones que ni siquiera nuestros agentes conseguían.

Una nota de ellos, en el momento crítico de un trato, ahorró al señor Hale cinco millones.

En otra ocasión nos mandaron un telegrama que impidió que un anarquista exaltado quitara la

vida a mi jefe. Capturamos al hombre en cuanto llegó y lo entregamos a la policía, que le

encontró encima un poderoso y nuevo explosivo como para hundir un barco de guerra.

Persistimos. El señor Hale esta resuelto a todo. Desembolsaba a razón de cien mil dólares

semanales en servicio secreto. La ayuda de Pinkerton, de Holmes y de un sinnúmero de

agencias particulares fue requerida; miles de hombres figuraban en nuestras listas de pago.

Nuestros pesquisas pululaban por doquier, en todos los disfraces, investigando todas las

clases sociales. Seguían millares de claves y pistas; centenares de sospechosos eran

detenidos; y miles de otros sospechosos eran vigilados; nada tangible salió a luz. Para sus

comunicaciones, los Sicarios de Midas continuamente de método de envío.

Cada mensajero que mandaban era arrestado de inmediato. Pero siempre éstos

demostraban ser inocentes, mientras que sus descripciones de las personas que los enviaban

nunca coincidían. El 31 de diciembre nos notificaron:

Oficina de los Sicarios de Midas,

31 de diciembre, 1899.

Señor Eben Hale, plutócrata.

Muy señor nuestro:

Siguiendo nuestra política —nos halaga que usted ya esté versado en

ella— nos permitimos comunicarle que daremos un pasaporte, desde este

Valle de Lágrimas, al comisario Bying, con quien, a causa de nuestras

atenciones, usted llegó a relaciones tan estrechas. Acostumbra estar en su

oficina a esta hora. Mientras usted lee esta carta, respira él su último aliento.

Cordialmente Los Sicarios de Midas.

Corrí al teléfono. Grande fue mi alivio cuando oí la simpática voz del comisario. Pero,

mientras hablaba aún, su voz en el receptor terminó con un estertor, y oí, apenas, la caída de

su cuerpo. Luego una voz extraña me dio los saludos de los Sicarios de Midas, y cortó.

Pedí con la oficina pública, para que socorrieran al comisario. Pocos minutos después

supe que lo habían encontrado bañado en su propia sangre, y muriendo. No había testigos; no

se encontraron huellas del asesino.

En consecuencia, el señor Hale aumentó de inmediato su servicio secreto hasta que un

cuarto de millón fluía por sus arcas por semana. Estaba resuelto a ganar. Las recompensas

ofrecidas llegaban a sumar más de diez millones de dólares. Tienes aquí una idea clara de sus

recursos y de cómo los usaba sin tasa. Decía que luchaba por un principio.

Hay que admitir que sus actos probaban la nobleza de sus motivos. Las policías de todas

las grandes ciudades cooperaban, y aun el gobierno de los Estados Unidos entró en liza, y el

asunto se convirtió en una de las principales cuestiones de Estado. Algunos fondos nacionales

se dedicaron a descubrir a los Sicarios de Midas y todo agente del gobierno estuvo atento.

Pero fue en vano. Los Sicarios de Midas golpeaban sin errar en su obra inevitable. Sin

embargo, aunque el señor Hale luchaba hasta la muerte, no podía lavar sus manos de la

sangre que las teñía. Aunque no era, técnicamente, un asesino, aunque ningún jurado de sus

iguales pudiera acusarlo, no era por eso menos causante de la muerte de cada individuo.

Como dije antes, una palabra suya habría detenido la matanza. Pero rehusaba decir esa

palabra. Insistía en que la sociedad estaba amenazada, que él no era tan cobarde para desertar

su puesto, y que era justo que unos cuantos fueran mártires por la prosperidad de los más.

Pero la sangre caía sobre su cabeza, y él se hundía cada vez más en el abatimiento y la pena.

Yo también estaba abrumado con la culpa de ser cómplice. Niños eran asesinados sin piedad,

y mujeres y ancianos; y no sólo eran locales estos crímenes, sino que se distribuían en todo el

país. A mitad de febrero, una noche, mientras estábamos en la biblioteca, golpearon a la

puerta con violencia. Respondí yo, encontrando sobre la alfombra del comedor esta misiva:

Oficina de los Sicarios de Midas,

15 de febrero, 1900.

Señor Eben Hale, plutócrata.

Muy señor nuestro:

¿No llora su alma por la roja cosecha que recoge? Quizás hemos sido

demasiado abstractos en el manejo de nuestro negocio. Seamos ahora

concretos. Miss Adelaide Laidlaw es una joven de talento, tan bondadosa,

entendemos, como bella. Es la hija de su viejo amigo, el juez Laidlaw, y

sabemos que usted la llevó en sus brazos cuando niña. Es la amiga más íntima

de su hija y ahora está visitándola. Cuando usted lea esto, la visita habrá

terminado.

Muy cordialmente. Los Sicarios de Midas.

Al instante comprendimos lo que significaba. Corrimos por la gran casa, sin hallar a la

muchacha. La puerta de su departamento estaba cerrada con llave, pero la hundimos a

empujones desesperados, y allí, vestida para la Opera, asfixiada con almohadones, todavía

tibia y flexible, yacía casi viva. Deja que pase sobre este horror. Seguramente recordarás los

relatos de los diarios.

Tarde, aquella misma noche, Eben Hale me citó, y ante Dios me juramentó

solemnemente a quedarme con él y a no transigir, aunque la familia entera fuese destruida.

A la mañana siguiente me sorprendió su alegría. Yo había previsto que la tragedia última

le produciría un hondo shock; pero ignoraba aún hasta que punto lo había afectado. Al otro

día lo encontramos muerto en su cama, con una pacífica sonrisa en su rostro devastado por la

congoja. Murió asfixiado. Con la connivencia de las autoridades se comunicó al mundo que

se trataba de un ataque al corazón. Creímos juicioso ocultar la verdad.

Apenas dejé esa cámara de muerte, cuando —pero demasiado tarde— recibí la carta

siguiente:

Oficina de los Sicarios de Midas,

17 de febrero, 1900.

Señor Eben Hale, plutócrata.

Muy señor nuestro:

Usted perdonará nuestra intrusión, tan poco después del triste evento de

anteayer; pero lo que deseamos decirle puede ser de grandísima importancia

para usted. Se nos ocurre que usted pueda intentar escapársenos. No hay sino

un camino, en apariencia, como usted sin duda lo habrá descubierto. Pero

queremos informarles que aun este único camino le está cerrado. Usted puede

morir, pero reconociendo su fracaso. Tome nota de esto: Somos parte y

porción de sus posesiones. Con sus millones pasamos a sus herederos y

cesionarios para siempre.

Somos lo inevitable. Somos la culminación de la injusticia industrial y

social. Nos volvemos contra la sociedad que nos creó. Somos los fracasos

triunfantes, los azotes de una civilización degradada. Somos las criaturas de

una perversa selección social; combatimos a la fuerza con la fuerza. Sólo los

fuertes perdurarán. Creemos en la supervivencia de los más aptos. Habéis

hundido en la miseria a vuestros esclavos a sueldo y habéis sobrevivido. Los

capitanes de guerra, a vuestras órdenes, fusilaron como a perros a vuestros

obreros en tantas huelgas sangrientas. Por tales medios habéis durado. No

nos quejamos del resultado, porque reconocemos y tenemos nuestro ser en la

misma ley natural. Ahora surge la cuestión: Bajo el presente medio social,

¿quién de nosotros sobrevivirá? Creemos ser los más aptos. Vosotros creéis

ser los más aptos. Dejamos la eventualidad al tiempo y a Dios.

Cordialmente Los Sicarios de Midas.

John, ¿te sorprendes ahora de que yo haya huido de placeres y amigos? Pero, ¿para qué

explicar? Este relato aclarará todo. Hace tres semanas murió Adelaide Laidlaw. Desde

entonces aguardé con esperanza y miedo. Ayer se abrió el testamento y se hizo público.

Hoy fui notificado que una mujer de clase media sería muerta en el Parque Puerta de Oro,

en el lejano San Francisco. Los diarios de esta noche dan los detalles del crimen, que

corresponden a los que yo conocía.

Es inútil. No puedo luchar contra lo inevitable. He sido leal al señor Hale y trabajé duro.

Por qué mi lealtad se premia así, no entiendo. Sin embargo, no puedo faltar a la confianza

puesta en mí, ni a la palabra dada. Ahora legué los muchos millones que recibí a sus

poseedores legítimos. Que los robustos hijos de Eben Hale obren su propia salvación. Antes

que leas esto, habré muerto. Los Sicarios de Midas son todopoderosos. La policía es

impotente. Supe por ella que otros millonarios han sido multados y perseguidos del mismo

modo. ¿Cuántos?, no se sabe, pues si uno cede a los Sicarios de Midas, su boca queda sellada.

Los que no cedieron aún, están recogiendo su cosecha escarlata. El torvo juego sigue hasta el

fin. El Gobierno Federal no puede hacer nada. También entiendo que organizaciones

similares han hecho aparición en Europa.

La sociedad está sacudida hasta sus cimientos. En vez de las masas contra las clases, es

una clase contra las clases. Nosotros, los guardianes del progreso humano, somos elegidos y

golpeados. La ley y el orden han fracasado. Las autoridades me suplicaron que guardara este

secreto. Lo hice, pero ya no puedo callarlo. Se ha transformado en cuestión de importancia

pública, llena de tremendos peligros y consecuencias, y mi deber es informar al mundo, antes

de abandonarlo.

Tú, John, por mi último pedido, publica esto. No temas. El destino de la humanidad está

en tu mano ahora. Que la prensa tire millones de ejemplares, que la electricidad lo difunda

por el mundo, que donde los hombres se encuentren y hablen, hablen de ello temblando de

terror. Y entonces, cuando estén bien despiertos, que la sociedad se alce con toda su potencia

y arroje de sí esta abominación.

Tuyo, en largo adiós Wade Atsheler.

sábado, 3 de febrero de 2024

Recuerdo de una moda [Enero de 1912] ROBERT MUSIL





Recuerdo de una moda

[Enero de 1912]

Las grandes tempestades, cúmulos de energía, descargas de tensión entrelazadas,

los encantamientos, pero también enmarañamientos del alma, irremediablemente

imposibles de desbrozar, se esconden tras el horizonte de la realidad,

que oscura y atontada por la inutilidad de su propio peso muertp, recibe su

luz de segunda mano reflejada en un adorable hatajo de tiérnas córderitas que

andan triscando por ahí, en las nubes1. Altas esferas de las que desciende hasta

que se da en este mundo: en París, como sonrisa condescendiente, pero

también como el equívoco de que sólo se trataba, otra vez, de uno de esos

vellones tornasolados que transforman cada año la epidermis sentimental de

Europa, y que risibles o no, más o menos elegantes, siguen siendo sólo una

ligera ondulación ajena al alma; en Viena, como es natural, se dio’ la rotunda

explicación de que el buen gusto de las vienesas ya se cuidaría, de tales

extravíos ridículos; y aquí y allá en Europa, acaeció que fue apedreada alguna

de las que llevaban pantalones. Pero en Berlín sin embargo, en la Tauentzienstrasse,

la gente se amontonaba frente a un escaparate tras el que se exhibía una

modelo viva. No se tiró ni una piedra, ni un sólo Rowdie ni un padre de

familia que refunfuñara2. ¿Es que Europa va a poder esperar algo de Berlín? ¿Se

podría esperar de esta ciudad, cuya misión consistió hasta la fecha en hacer

imposible cualquier moda merced a su ciego entusiasmo, se podría esperar que

esta vez se quedara parada e indecisa? Los ideales son productos de descomposición;

indiscernibles de la vulgaridad restante en sus encarnaciones terrenas, a

causa de lo mucho que se les hubo de añadir para que cuajaran como realidad,

sólo se vuelven anhelos a través de un proceso de derrumbamiento y otro

paralelo, casi astral, de erosión del alma. Pero allí la falda pantalón fué materia

ética y, lo que ésta incluye, psicológica3. Había en Berlín, y aún hay cada año,

algo que se podría llamar el baile de las transformadas. Una institución

1 «Nockerlweich«: lit., «no cke rl», especie de albóndiga, en argot, muchachita fantasiosa; y

«weich», tierno, suave, blando. [N . del T .]

2 «Rowdye «: anglicismo; bribón, gamberro. [N . del T .]

3 Se juega con «eingeschlossen Iiegen«- «lo que e sto implica» o también «lo que lleva dentro».

[N . del T .]

ridicula, como casi todo entretenimiento humano que sea algo más que tonos

intermedios o armónicos surgidos con cualquier motivo sin haberlo previsto,

pero que baña un cierto rincón durante toda la noche con los arcos luminosos

de una rara felicidad. No autorizado para hombres, con mujeres hasta en los

papeles de bailarín y camarero, y en el traje, moderno o de época, relleno con

pueril minuciosidad el hueco delator entre muslos, cintura y vientre. Allí lo

anímico aparecía deforme, con lamparones, desmesuradamente recalentado,

antinatural, con los pies bien puestos en una realidad tribádica y alcoholizada

de camareras de taberna, y sin embargo, sí se daba aquí o allá esa felicidad

cuando alguna bostezaba y se olvidaba de sí misma, cuando otra rebullía

empezando a adormilarse, cuando una tercera se espabilaba y se quedaba

colgada mirando fijamente. Lo más notable es el efecto retroactivo de la

indumentaria sobre la cara. Pensadas como varón, inmediatamente ganan algo

fascinante las mujeres sin encanto, o envejecidas, incluso las gordas. Al varón

que por un instante las ha visto como sus iguales, y vuelve luego a unir a la

imagen sexual normal esa expresión percibida en ellas por primera vez

—rectificando así su imagen, libre ya de toda convención accesoria— le

tendrían que abrir un campo gigantesco de nuevos matices eróticos. La fuerza

del efecto depende, como es natural, justamente de la diferencia de atavío que

hoy aún subsiste fuera de estas ocasiones, de la.extrañeza ante mujeres que

parecen hombres. Más adelante, ésta tendrá que debilitarse. Pero incluso si se

mira a la mujer, no ya disfrazada, sino simplemente sin las pretensiones que

impone la costumbre, desde un punto de vista puramente formal, aún sigue

sacando ventaja. Pues comparada con el hombre, hasta la mujer más descangallada

tiene bellezas sorprendentes.

De haber triunfado esa moda, las mayores pérdidas se habrían sufrido entre

esas mujeres grandes, pesadas y algo perezosas de cerebro que pasean por ahí,

esas buenazas cuyos lechos aparecen molidos por las mañanas —no sé cómo se

habría tenido que sustituir algo así, quizás con un hálito de comicidad un poco

opalescente a su alrededor, quizás con que algunos hombres se habrían pasado

entonces a la falda con más gracia para llevarla' que los clérigos. Ya no se

habría "tenido que expresar nunca más en los vestidos la impersonal diferencia

sexual, sino esa diferencia entre personalidades que multiplica por mil el sexo.

viernes, 2 de febrero de 2024

Literatura y crisis de la civilización europea Ernst Fischer Literatura y crisis de la civilización europea Karl Kraus, Robert Musil, y Franz Kafka ICARIA. FRAGMENTO.




 Literatura y crisis

de la civilización europea

Ernst Fischer

Literatura y crisis

de la civilización europea

Karl Kraus, Robert Musil, y Franz Kafka

ICARIA

13·20

Titulo original: Musil, Kafka und Kraus

© Louíse Eisler-Físcher

Traducción: Pedro Madrigal

(O de la edición española: ICARIA Editorial. S. A. e/. de la Torre. 14 • Barcelona-6

1,' edición: octubre 1m

ISBN: 84-742Ml20-S

Depósito leglll: B. 39321 • 1977

DiscAo de la cubierta: Loni Gecst(fonc Hoverstad

Imprime: Conmar Color. ColOminas, 28 Hospitalet de L10bregat

NOTA EDITORIAL

Emst Físcher, nacido el 3 de julio de 1899, muerto el 1

de agosto de 1972. se hizo en 1920 miembro del Partido Socialdemócrata:

primeramente fue redactor del periódico socialdemócrata

cArbeiterwUlen. y luego. de 1927 a 1934, del

cArbelter-Zeitung-. en Viena. En 1934 Fischer se pasó al

comunismo. yendo ese mismo afio a Praga, como emigrado.

En 1939 huyó, ante el avance de las tropas alemanas. a

MosCÍl. En 1945 retorna Fischer a Austria, formando parte.

de 1949 a 1959. del Consejo Nacional. Después de la guerra

se hizo doctor de Filosofía por la Universidad de Viena. consiguiendo

un nombre como escritor y traductor. Suscitaron

gran interés en los países occidentales sus volúmenes ensayísticos

Arte y Contribuciones de coexistencia en relación

con una Estética marxista (1966) y Sobre las huellas de la

realidad (1968). En la primavera de 1968 Fischer no tuvo

miedo de condenar la ocupación de Checoslovaquia. El 13 de

octubre de 1969 fue excluido del pe austríaco.

Otras publicaciones son. entre otras más: Goethe, el gran

humanista, aparecido en 1949; Sobre la necesidad del Arte.

de 1959; Espiritu de la época y Literatura. Compromiso y

libertad del Arte, de 1964: Recuerdos y Reflexiones, de 1969.

Erost Físcher ha estado continuamente a caballo entre

todas las opiniones y todos los frentes, pero sus esperanzas

y su compromiso han estado hasta el final al servicio de un

8 KARL kRAUS, ROBBRT MUSIL, FRANZ KAFK..\

socialismo humanista. La razón por la que Brnst Físcher,

a pesar de sus cambios políticos, se haya mantenido basta

bien entrada la vejez sin caer en el doctrinarismo habrt que

buscarla probablemente en su honradez intelectual. En este

volumen presentamos tres ensayos del literato Fischer:

Kraus, Musil y sobre todo Kafka se ven libres del prejuicio

de escritores burgueses y decadentes; así, se podrá echar de

ver su importancia y su mérito a la luz de la teoría marxista.

KARL KRAUS. ROBERT MUSIL, FRANZ KAFKA

Esta Austria es un pequeño mundo,

en el que el grande sus pruebas hace...

Fríedrích HEBBBL

En este pals se actuaba siempre -y a veces

hasta en un grado exasperado de pasidn y de sus conse-

[cuenciasde

modo distinto a como se pensaba, o bien se pensaba

de forma distinta a como se actuaba...

Kakania estaba siempre animada por una desconiianza

adquirida en el curso de sus grandes experiencias histdricas,

ante la alternativa: «esto o lo otro»;

barruntado siempre

que hay en el mundo todavía muchas más contradicciones

que aquéllas bajo el peso de las cuales uno por fin se de-

[rrumba.

La máxima de su gobierno era: «no sdlo sino también»;

o, todavia mejor. con la mds sabia de las moderaciones:

eni... ni•.

Robert MUSIL

KARL KRAUS

¡Que nadie diga: era de los nuestros! ¡Pues no ere de

nadie! No hay partido que pueda reivindicarle, ni tampoco

comunidad política o nacional alguna. Estuvo siempre solo;

conservativo y rebelde, mirando hacia adelante y vuelto hacia

el pasado. infravalorando las más de las veces la lucha

de la clase obrera, apoyándola a veces. en ocasiones condenándola,

la verdad es que él estuvo siempre solo.

Su obra es un reino de sombras de inmensos horizontes.

El ojo se rinde; y tanto más poderosamente resulta excitado

el oído, en este dédalo de pasillos subterráneos, de galerías

mineras, grutas y estancias excavadas en la roca. Todo es

VO~ de cerca y de lejos, jerga de prensa, cadencia de fraseología,

omnipresente banalidad. ¡Pero qué eco, qué grandiosidadl

La banalidad se hace apocalipsis, la fraseología explosión,

la jerga de la prensa se convierte en bramido de cañón,

la cháchara de un dandy o foIletinlsta en trueno de Juicio

Final. Se hace lenguaje de lo indecible. Por todos los lados

se alza la contradicción. En el enorme eco se encausa y se

despacha a toda una época. Y en !a lejanía alienta el sueño

de los principios, de la unidad. perdida. de hombre y mundo,

de palabra y realidad.

Todo el orgullo del gran satírico, del arrojado poeta, se

encierra en los versos:

Yo soy uno de 10$ eplgonos.

que en la vieja casa de la Lengua habitan ...

12 nRL UUU8, a.OBI!RT MlIsn, PRANZ KAPKA

Estallaba su cólera y metía en cintura al rebaño, a los

sabihondos, a los corruptores de la Lengua y del mundo.

No se ha de aparentar tener ninguna clase de intimidad con

este extraordinario epígono, a la hora de recordarle. No se le

debe falsificar convirtiéndole en un amigo del marxismo

o en un amante de Austria. ~1 odiaba a este país, odiaba

a esta dudad. El «criticón. del inconmensurable poema Los

últimos dias de la humanidad dice ante la columna de la

peste: «Aquf está el corazón de Viena, y en el corazón de

Viena se ha erigido una columna a la peste.• Karl Kraus ya

no vivía cuando estalló, en 1938, la nueva peste; hoy día el

«criticón. ya no sabría si la columna del corazón de Viena

es un aviso contra la peste o bien un monumento levantado

a la peste. Si bien se dice oficialmente que Austria ha sido

una víctima, no pocas de las voces oficiales añaden que, con

todo, heroísmo sigue siendo heroísmo, al servicio tanto de la

lucha contra la peste como de su difusión. Los que un día

ayudaran en la difusión de la peste se dedican a pedagogos,

de modo que 10 que cantaban los viejos resuena ahora en

los jóvenes. Karl Kraus escribía de los lanzadores de bornbas

del afio 1933:

«Tan pronto como se podía echar mano, alguna que otra

vez, a los discípulos, se manifestaba su responsabilidad en

una mezcolanza de una bien aprendida mama de mentir y

un connatural hábito de engañar; en una mixtura de jerigonza,

a base de los siniestros estereotipos del estilo de "[Sí,

claro que sí!" o "¡Yo no sé nada!" o "¡Yo no he hecho nadal",

Ni pueden acordarse de nada, absolutamente de nada, ni peno

saban en nada mientras la mecha prendía; s610 por medio

de los periódicos han logrado enterarse de que la máquina

que manipulaban era una máquina infernal.•

Si la cosa sale mal no se les toma a mal, sino que se les

deja libres, a los viejos maestros y a 105 Jóvenes alumnos,

a fin de no frenar al progreso, que ha tomado un paso de

parada militar; pues esto es 10 que pide la Constitución, no

escrita, a la que Kcaus caracteriza con estas palabras: «El

vienés no debe hundirse, el contrario, levantarse y subir siempre,

» Aunque el pueblo lo que quiere es que le dejen tran·

quilo, no falta, sin embargo, gente que aspira a más y siente

la ausencia de un FUhrer o de una ancestral casa de dominadores,

en parte a fin de fomentar el turismo, en parte con

LITERArullA y CRISIS 13

vistas a llegar por fin al besamanos. En los años de hambre

de la Primera República escríbía Karl Kraus:

Impasible ante derrumbes,

cuando la humanidad sufre. insensible

sólo en desasosiego el ciudadano

por las potencias a quien se debe.

Pañales no tienen los niños,

y de seda revestida enteramente,

se pone a llorar esta arohiohusma

por su Majestad, graciosa...

En aquel entonces era el «gracioso- Padre; en la actuaH·

dad, en los años coyunturales, vestidos de arríba ebajo de

nylon, y que no sólo proporciona veh1culos motorizados a

los padres, sino también pafiales 8 los nidos, el sentido del

ciudadano se siente desasosegado por el Hijo «gracioso-.

Así es como surge de nuevo el sueño del viejo y buen corazón

de oro, olvidando el sentir ciudadano que él daba oro

a cambio de hierro y luego hierro a cambio de hojalata, hojalata

que en parte se traducia en las charlas del Fü.hrer,

en parte era prendida por el Führer a los pechos.

De los aftos felices anteriores a 1914, de esta última

época de calma de una burguesía contenta consigo misma,

surgieron Incómodos antagonistas, como Karl Kraus.

En la colorida monarquía de Habsburgo, cuyo nombre

no era más que una medida burocrática provisional (-Los

Reinos y Territorios representados en el Consejo del Reich_),

Y cuya existencia les parecía eJgo tan increíble 8 los eludadanos

del Estado, se intuía la proximidad de su acabamiento,

antes que en cualquier otro sitio. En esta monarquía de

fantasmas, en la que la opereta se convirtió en Constitución,

la putrefacción en costumbre, la «broma en horror», no oUa

más que a ruinas. La mezcla de naciones, el embrollo de las

relaciones, fue algo que agudizó el 6eIltido de la cadencia,

de los matíees, de la psicología. El resultado de la carencia

de perspectivas históricas fue el escepticismo, la ironía, tul

caótico practicismo, desconfiado ante Jos principios, incapaz

de tomar en serlo las metas a conseguir, no 'riendo en el

progreso más que un progreso hacia la catástrofe. En esta

atmósfera de angustia, parada un momento con el vals, en

14 KARL KRAUS, ROBERT MUSIL, FRANZ KAFKA

esta ciudad de imperial envejecimiento, de viudas alegres

y de hermosos cadáveres, se alzaron videntes para los que

el languidecimiento de Austria no era un fenómeno regional,

sino que era un fenómeno de dimensiones europeas. Por

todo lo largo del Imperio, que se iba desvencijando, soplaba

un aire de malestar de muerte; y esta amenaza fantasmagérica,

este agotamiento en lenta agonía se anunciaba en el

arte, literatura y psicología austríacos. Sigmund Freud oblígó

a salir a la luz del día a lo inconsciente. Mientras que él

se encargaba de poner al descubierto los sótanos de la sexualidad,

de demoler la fachada de la hipocresía, la hipocresía

de la fachada, Ja mentira del ornamento, eran demolidas,

a su vez, por Adolf Loos. e.ste calificaba a la ornamentación

de crimen, viendo en el suntuoso estucado, la jactanciosa

parte exterior de lóbregas viviendas y oficinas la fraseología

arquitectónica, el engaño burgués. Y Arnold Schonberg expresaba

su repugnancia por medio de su música, sin paliarJa

con armonías; mandaba a Karl Kraus su Tratado de la Ar·

monta con una dedicatoria que dice: «Acaso haya aprendido

yo de usted más de Jo que uno debe aprender para poder

seguir siendo independiente...• Y Oskar Kokoschka hada

retratos de la soledad y desesperación. En la primera novela

de Robert Musil se anticipaba ya el derrumbamiento del

viejo mundo. Franz Kafka comenzaba a dar expresión literaria

a la vivencia de la alienación, del desamparo del hombre

en medio de un aparato opaco, tenebroso y, además, que

funciona mal. Todo esto era el reflejo de estadios de capitalismo

tardío en el espejo. deslucido y resquebrajado, de la

monarquía de los Habsburgo. El movimiento obrero, dirigído

por socialdemócratas prudentes y adiestrados en las técnicas

de la táctica, no pudo influenciar de forma esencial a

ninguno de los importantes artistas y escritores, por encontrarse

escindido en nacionalidades e incapaz de presentar

una meta común austríaca a las centrífugas naciones del Estado.

Sin una meta revolucionarla convincente no era posible

ganar para el movimiento obrero en un Estado en descomo

posición, en una sociedad anacrónica, a la vanguardia literaria

y artística. Y si no hay una revolución que la lleve

consigo, que la arrastre, la actitud de una tal vanguardia es

de romántica revuelta.

Karl Kraus fue durante toda su vida un rebelde, un rebelde

al modo romántico. Nacido en 1874, en Jicin, en el

LI11lRATURA Y CRISIS 15

seno de una pudiente familia judía, con tres años ya se

encontraba en Viena. a donde la familia había trasladado su

residencia. Su exégeta francés, Germaine Goblot, nos dice:

«Su primer contacto con la gran ciudad dejó en él la impresión

de un shock. Viena le había suscitado miedo, y su

recuerdo más lejano era el de la falta de patria... » Este

shock de extrañamiento, de soledad, de carencia de patria

dentro de la masa de la gran ciudad es una fundamental

experiencia romántica; que se piense, por ejemplo, en Kleíst,

en Poe, en Baudelalre,

Karl Kraus quiso, al principio, convertirse en actor. Representó

alguna vez, en un teatrucho vienés, el papel de

Franz Moor, fracasando. Renunciando a los escenarios. se

creó más tarde él mismo el mágico teatro de la fantasía (el

-Teatro de la Poesías), haciendo en él más de 700 lecturas

de obras de Shakespeare, Goethe, Raimund, Nestroy, Offenbach,

Líliencron, Hauptmann, Wedekind, Brecht y sobre todo

de sus propias obras. No era un actor, sino toda una compañía.

«Cuando yo recito•• escribía él una vez, eno se trata

de literatura representada. Pero lo que yo escribo es arte

dramático escrito,» En 1899, el editor de la .Neue Freie

Presses, el periódico más poderoso de Austria, le ofrecía el

puesto de director de la parte literaria del mismo. Karl Kraus

rechazó la oferta, publicando pocos meses después el número

primero de su revista .Die Fackels. Así comenzaba su

apasionada lucha contra la pren-sa. Los números, en color

rojo, que iban saliendo de la revista, anegando una y otra

vez, sin tregua, a Viena, constituían una permanente provocación.

En los primeros años de su publicación Kraus admitió

colaboraciones, más tarde .Die Fackele no fue más que

él mismo, él solo; documento de una personaltdad poseída

por sí misma, y que rechazaba a la época que le había tocado

vivir.•Cuando la época alzó la mano contra sí mismas, escribía

Bertold Brecht, «él era esa manos. El odio se convirtió

en creador leitmotiv: odio contra la prensa, que hace

de la vida un cliché, de la palabra fraseología, odio contra

la ciudad que le rodeaba, odio contra el mundo en que él

vivía, contra la época que le oprimía. Vivía, como escribía

Gerrnainc Goblot, «en país enemigo como en su casas, entregado

por completo, «con odio y ardor, a UD trabajo íncreíble

», En una poesía, .E! motivo», nos dice él mismo:

16 KARL KRAUS, ROBllRT MU5IL, FRANZ KAFKA

¿Cómo la vida no me agrada,

no habiéndola nunca gottJ40?

Estranguladores gritos de estos tiempos

viven dentro de mE, encerrados.

¿Por qu¿ no dejo la vida,

si nunca me ha alegrado, muncat7

Enraizado en lo que odio

me crezco yo sobre estos tiempos.

Walter Benjamin argumentaba, contra la interpretación

benévola de que el odio a partir del cual Kraus creaba no

era más que el negativo de su amor a los hombres: c¡Nol,

esta seguridad, insobornable, incisiva, valiente, no procede

de aquellos sentimientos nobles, poéticos, filantrópicos de

los que gustan deducirla sus partidarios... Es mucho menos

el filántropo, el ilustrado amigo de la humanidad el que ha

desencadenado esta lucha despiadada que no más bien el

diestro literato, el artista, si, incluso el dandy, que tiene su

predecesor en Baudelaíre... a P.ste es un análisis justo; sin cmbargo,

no se debe pasar por alto que el poderoso odio estaba

en plan protector delante de lo que Karl Kraus amaba. cEl

odio tiene que hacerle a uno productivo. De lo contrario, enseguida

se hace m6s inteligente el amar,» Su cariño estaba del

lado de los sueños de un estadio de naturaleza primitivo, del

prado de la infanda, de los orígenes, del placer sin carga ni

engaño, de un mundo de leyenda de antes del pecado social

del que surgiera luego la dominación del hombre sobre la mujer,

del conquistador sobre el conquistado, del propietario

sobre el desposeído. Se trata del sueño romántico de una

época dorada.

Se puede percibir más, mucho más que un lamento indio

vidual en las palabras siguientes: .Muchos años, desde hace

ya muchos años desaprovecho yo la primavera. Pero a cambio

de esto la tengo en cualquier estación del afio, cuando hago

renacer en mí los sentimientos de un día de infancia, con el

paso súbito de la tabla de multiplicar a una fragancia de jardín

,a base de consuelda y orugas. Pero ya que doy por 6Upuesto

que algo así no es posible hoy día, evito a sabiendas,

en este punto, el experimentarlo personalmente.»

En mágicos versos, en el poema cJuventud- brilla este

LITERATURA Y CRISIS 17

soñar con el pasado, la nostalgia de hundirse, desde la talla

de hombre hecho y derecho, en la profundidad de la infancia:

Antes que me agarre el doloroso peso

de sombríos poderes

¡déjate, oh delicioso antaRa,

déjate cogerte...!

¡Mi pasatiempo hacia atrás!

¡Primero juventud surja/

¡Y que yo más que vosotros

sobre esta tierra me quede...!

La perdida felicidad de la infancia se incrementa hasta el

presentimiento de una pérdida de la sensibilidad y fantasía,

pérdida de que Karl Kraus acusa el mundo burgués. 21 salía

siempre en defensa de la mujer como la mantenedora de la

naturaleza, la sensibilidad y la fantasía, ante el hombre, ante

la opresión y la hipocresía dominantes. «La sociedad burguesa-,

escribía en 1908, eSe compone de dos clases de hombres;

de los que dicen que en algún sitio se ha acabado con un

antro del vicio, y de los que se lamentan por haberse enterado

demasiado tarde de la dirección del mismo. Esta clasificación

tiene la ventaja de que se realiza también en una

misma persona, al no ser en esto decisivo el hecho de que

sea contradictoria la manera de ver las cosas, sino sólo las

circunstancias y consideraciones del momento, a la hora de

elegir un punto de vista u otro. «En Moralidad y criminalidad

se dice: A la mujer le está permitido sólo lo que quiera el

hombre, 'Siempre que ella no 10 quiera también-

En la explotación polémica La muralla china, un casco de

granada acierta de lleno al cristianismo: .Cuando se hiciera

la noche cristiana y la humanidad tuviera que deslizarse

cautelosamente, de puntillas, hacia el amor, entonces ésta

se empezó a avergonzar de lo que hacía... -

El exigir la libertad sexual de la mujer 10 consideraba

Kraus más importante que la libertad de elección polttica.

La toma de partido al lado de la mujer contra el mundo

de hombres ha sido desde siempre un rasgo esencial del

movimiento romántico. E igualmente romántica era la vivencia

erótica, que surge, una y otra vez, de su inmensa obra

18 KARL KRAUS, ROBERT MUSIL, FRANZ KAPKA

polémica, que alienta de aforismos y poesías, hasta damos en

el rostro: «¡Aire sin esencia, tú, a quien yo abrazol», confesión

de toda clase de sutileza erótica. O bien: «No es la

amada la amada en la lejanía, sino la lejanía.• O las fascinantes

estrofas:

Tú, tú eres la que yo nunca

conoct, tomé ni tuve.

Td, no esposa, yo, tu esposo

en otro matrimonial yugo.

Tú, una locura, tú, un deseo,

un ser divino, lombriz. de tierra.

Llamas, y en torno a tt nada, sino silencio.

y callas, y cm torno a ti todo es tormenta.

¡Cómo hace recordar esto el amor de Fausto en la imagen

encantada de Helena, la poesía «Epipsychidion» de Shelley,

la quintaesencia de la visión romántica del amor!

¡Tú, serafín, fino en demasla para hacerte cuerpo,

para, en radiante figura, mujer hacerte,

para llevar el peso del vestir terreno,

tú, luz y amor, eternidad...

La imagen de ensueño se disuelve en una nube dorada,

las figuras se convierten en estrellas, sombra de belleza más

que la belleza misma, más presentimiento de lo lejano que de

lo verdaderamente cercano, princesse lointaine, amada eterna...

Toda esta potente fantasmagoría está presente en la

obra de Karl Kraus.

En medio del cambio de cara y voz, estuvo Kraus cortejando

a "tUl amada durante toda su vida, perdiéndola de día,

hallándola de noche: la Lengua alemana. nI la servia; a díferencia

de los escritores del día, que se imaginaban que la

dominaban por el hecho de que la hacían violencia. nI mantenía

con la Lengua, decía el mismo Kraus a dichos escritores

del día, «sólo una relación no permitída»: no se sirve de ella

como si se tratara de una «muchacha para todo-o Así pudo

escribir: «Yo no domino la Lengua; es la Lengua la que me

domina a mí, y por completo. No es la sirviente de mis peno

samientos. Yo vivo en una unión con ella de la que yo concíLITERATURA

Y CRISIS 19

bo mis pensamientos, y ella puede hacer de mi lo que quiere.

Yo la pertenezco en la palabra, Pues de la palabra me nace

a mí el pensamiento niño, y da forma, retroactivamente, a la

Lengua, que a él mismo le parió.• y más tarde decía: _La Lengua

es la única quimera cuya fuerza de ilusión no conoce

fronteras, 10 inagotable, junto a ]0 cual la vida no se empobrece.

¡Que aprenda el hombre a servirlat» Este himno a la

Lengua tiene semejanza con el que Goethe dedicara a la

Naturateza: _Ella me ha metido dentro, ella me sacará de

aquí. No confío en mí mismo. Ella puede conectar conmigo.

No odiará ella a su creatura. Yo no he hablado de ella. No, lo

que es verdad y lo que es mentira, todo lo ha dicho ella misma.

Todo es culpa suya, todo es mérito suyo.• Karl Kraus ha

defendido a la Lengua como Naturaleza, contra la ruidosa

No-naturaleza en torno. -Dentro de mí», escribía en 1910,

.se subleva la misma Lengua, portadora del más sublevante

contenido vital, contra éste mismo. Ella misma se burla,

chilla y se revuelve estremecida de asco. Vida y Lengua andan

a la greña, hasta que todo queda deshilachado; y al final no

hay más que un mutuo entrelazarse, el auténtico estilo de

esta época •.

Karl Kraus tenía una concepción completamente romántica

de la Lengua, como creación de Dios o de la Naturaleza.

como el origen que obra más allá de la perdida unidad, cuya

llamada percibimos de lejos. -Cuanto más de cerca observamos

una palabras, escribía. _tanto más atrás se remonta

ella •• O esto otro: _La Lengua va tanteando, como el amor,

en medio de la oscuridad del mundo, tras el rastro de una

perdida imagen primitiva. Uno no hace nada, sólo se presiente

un poema .• No somos nosotros los que hablamos, se'

habla por medio de nosotros. Y este .ello» que habla no es

la Naturaleza, sino que es una sociedad colectiva primitiva.

cuya obra común fue la Lengua. La realidad social se cambia

más rápidamente que la palabra. Y del hecho de que

palabra y realidad no concuerden resultan complicadas contradicciones.

La Lengua de] poeta es vuelta a los orígenes,

conjuro de una mágica unidad de palabra y realidad. La

lengua de la prensa se apodera de la palabra que ya no está

en consonancia con la realidad, de la palabra como fraseologia.

Y esta fraseología, como sombra de una vieja realidad

que es, deja en sombra a la nueva realidad. Por lo tanto,

todo aquel que se niegue a reconocer la nueva realidad, por

20 KARL KRAUS, ROBI!RT MUSIL, FRANZ KAFItA

estar en contradicción con sus intereses, o acaso incluso

con su pereza, se siente amparado por la fraseología. Por

medio de la fraseología se ellmlna, en cierto modo, a la

realidad.

En una de sus poesías más hermosas, en las melancólicas

estrofas cA un viejo maestro», se asocia el «dulce ano

taño- del ser joven al deber que tiene el hombre mayor de

defender a la Lengua, «imperdible», contra la perdida actualidad.

Dice así;

Yo te miro cómo tu fina mano

pasas por tu frente preocupada

como si una palabra enferma cuidar debieras,

deber sagrado ante un testigo -pra/ano.

Nevada, como entonces, como entonces inclinada tu cabeza,

ltUlS el sentido alto, como entonces, te encontré de camino

de nuevo hacia la escuela, y era como si

yo fuera otra vez contigo hada la escueta.

¿Ddnde fue a perderse, me digo, tu mirada

de viejo, para mi nunca perdida? ¿Es que tú. enseñas,

todavia, de la actualidad perdida la palabra?

IVamos, slgueme, y deja la escuela!

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