sábado, 4 de febrero de 2017

PRINCIPIOS NOCTURNOS. NOVELA. Fragmento.



(Años de 1939-1946, 1987).  El encuentro: el pacto. Inglaterra. México, DF.
J. Méndez-Limbrick.
Pero, a pesar de  mis charlas políticas, reuniones literarias,  conferencias en algunas universidades  acá en Latinoamérica porque la Segunda Guerra Mundial estaba a pocos meses de su inicio en el Viejo Continente,  – y muy dentro de mi persona- lo sabía, me faltaba el espaldarazo inicial para que otros escritores de primer orden me tomaran en serio.
Entonces entré en crisis: viajé a Europa en el primer semestre de 1939, a muy pocos meses antes que se iniciara la Segunda Guerra Mundial. Visité Italia, Francia, Alemania, me iba por varias semanas aprovechando que mi padre me adelantaba unos dineros prometidos seis meses antes.
Pero, fue en Inglaterra – lugar de mis futuros proyectos literarios-  en donde tuve mi encuentro con Astaroth. No... si ustedes están pensando que su aparición fue en un salón y en un claroscuro están equivocados.
Tampoco, se me presentó en forma de perro de aguas, o se me revelaría con una enorme chiva mientras yo escribía aperezado en mi mansión de la campiña inglesa. Menos se presentó con los cachos en su frente o con patas de carnero. ¡Atavismos tontos! ¡Equivocados! Esas son habladurías de la gente para atemorizar, para hacer apoteósicos encuentros con este ser. ¡No!
Sucede que en Inglaterra, me matriculaba en un curso de Teoría Literaria en la Universidad de Oxford, para olvidarme de mis fracasos literarios y para avivar en mi persona esa necesidad de empujarme a unos deseos que se debilitaban más y más sin yo proponérmelo.
Llegué esa mañana al auditorio principal de la Universidad de Oxford.  Estaba colmado de estudiantes como yo que hacían diferentes cursos universitarios y en algunas carreras, la signatura era un simple requisito.
Fue ahí, que tuve mi encuentro. Fue ahí que se me presentó.
Estaba sentado en el auditorio como un oyente o un estudiante. Yo diría, más que estudiante parecía un profesor que escuchaba a un colega porque, por alguna razón tenía interés en lo que su colega hablaba en el auditorio. Yo, me senté a varios asientos detrás del hombre y en oportunidades podía observarlo,  esa observación que  hacemos en forma involuntaria, y percibimos un objeto o persona pero, lo hacemos sin precisar en realidad lo que estamos mirando.
Terminada la charla el auditorium en pocos minutos quedó sin un solo estudiante, fue en los segundos que me aprestaba a salir  quedé de frente con el hombre. No lo podía creer porque, el hombre estaba a unos cinco metros de mi persona pero, sin saber el cómo apareció delante de mí.

- Yo a usted lo conozco. Dijo el hombre y calló con perfecto acento británico.
- Creo que se equivoca señor. Respondí. Aunque, mi curiosidad me sobrepasó,  el hombre se me parecía a una persona de vieja y añeja alcurnia y yo debía de averiguar de quién se trataba. Me cautivó su acento británico de clase alta,  me atrajo su bello traje de casimir color azul cobalto. Usaba unos espejuelos de oro, redondeados, de bastón negro y que me pareció su empuñadura poseía una bestia mitológica que no pude interpretar. Y,  en el auditorium estaban solo dos personas: mi interlocutor misterioso y yo. El auditorium minutos antes con unos cincuenta estudiantes, ahora me parecía el lugar más desolado del mundo: me quedaba solo como por arte de magia. Una especie de paisaje sin vida,  frío, monocromático, estaba a nuestro alrededor. Ahora, las butacas  eran de piedra y el recinto de maderas acogedoras y de una luz sensible al ojo, se convirtió en un paisaje ancestral en donde intuía que ningún mortal había estado allí y, tampoco había visto jamás un paisaje semejante. Me quedé petrificado escuchando al hombre una vez que respondí en mi negativa que nos conocíamos. La luz del auditorium se transformó en una luz opaca, sin brillo, para luego, pasar a un color llameante y dorado lo que, me produjo cierta modorra. El hombre replicó sin tomar nota de mis últimas frases.
- ¿No es usted acaso el escritor Byron Deford? ¿Es usted, verdad? Dijo. Y se me quedó mirando con esa curiosidad del interlocutor que solo espera que le confirmen lo preguntado. Pero, no dejó que yo contestara. Agregó: Sí, es usted, yo a usted lo conozco desde hace mucho tiempo atrás.  Usted está acá en Inglaterra porque, desea darse un respiro a toda esa frustración que siente en su alma, en su espíritu. Su juventud se rebela cada vez que escribe en su vieja máquina Underwood para luego botar cientos de hojas papel periódico, ¿verdad que no me equivoco? Añadió el hombre con una gran insolencia pero que, a la vez por su sinceridad me dejaba desarmado. Confieso, que la curiosidad no me permitía ser tampoco grosero con mi interlocutor. La curiosidad comenzó a corroer mi persona. ¿Cómo sabía que yo, Byron Deford, estaba pasando por una crisis existencial y más que existencial una crisis de escritor? ¿Cómo sabía de mi vieja máquina de escribir y los cientos de borradores que botaba al cestillo de la basura en semanas anteriores? Mucho gusto en conocernos, mi nombre es  Lord John Rutland y  Archiduque de...  pero, este título, jejejeje, no sería oportuno que le dijera archiduque de qué región, jejejeje.  Replicó el hombre extendiendo su mano y se me quedó mirando con esa mirada de complacencia y más que de complacencia de complicidad a sus últimas palabras acerca de mis frustraciones literarias que en ese tiempo no le confesaba a nadie ni a mi amigo Horacio Guerra. No perdía nada en contestarle al hombre afirmativamente a lo preguntado. El hombre en verdad me llamaba a la curiosidad – y para qué mentir- hasta me simpatizó su elegancia como su acento británico y aristocrático, vuelvo a repetir.
- Sí, lo soy... digo soy Byron Deford. Está usted en lo correcto, Lord Rutland. Contesté. Y, disparé la pregunta: equivocado o no si era conveniente pero, no lo soporté, deseaba saber el cómo un hombre de anteojos con aro de oro, de impecable porte inglés y de una educación y modales dignos de sus títulos nobiliarios me confesaba sabía de mi persona. ¿Y cómo se enteró usted de mi máquina Underwood? Pregunté sin atreverme a preguntar el resto: del cómo conocía que también tiraba al cesto de la basura cientos de páginas. Lord Rutland, no me dejó que continuara.
- Y también sé muchas cosas más de usted, secretos suyos. Conozco su pasado igual a la palma de mi mano como dicen las personas, joven Byron Deford. Al afirmar el hombre esto último, sentí un frío que me corroía por dentro, una frialdad y todo a mi alrededor lo percibí sin vida: era una zona gris entre la vida y la muerte desde donde el hombre me dirigía sus palabras. Golpeteó levemente con su bastón el suelo para que yo lo escuchara. Continuó: ¡Y perdone, no es que yo sea una persona indiscreta... es que está en mi naturaleza conocer: el hoy, el pasado y el futuro de las personas! Y, agregó: ¡Ahhh, qué inmodesto de mi parte, perdón, perdón joven Byron Deford! ¡ Hablo más de la cuenta! Sonreí. Agregué.
- En verdad que usted me ha intrigado, Lord Rutland con lo que me ha comentado de mi persona. Sí, en efecto, estoy acá en Inglaterra más que por estudios, estoy para obtener un nuevo aire, una especie de limpieza del alma, para recuperar fuerzas. Interrumpió.
- ¡Limpieza del alma! Me gusta, me encanta esa afirmación suya. No se imagina cuántas veces la he escuchado.
- ¿Es usted acaso una especie de mago? Digo, porque ese asunto de conocer las intimidades de las personas son temas de magia. Aseguré con aire semi-jocoso, en el límite que el interlocutor no sabe si lo dice en serio o por el contrario es una burla.
- La respuesta usted la sabe joven Byron Deford, si yo soy un mago u otra persona que no desea aceptar. ¿Usted sabe quién soy?  ¿Me tiene miedo? ¡No lo creo! ¿Todavía usted posee dudas? A lo mejor, soy un simple charlatán o un loco escapado de algún psiquiátrico de Londres. Digo... por ejemplo sé, que su frustración proviene que usted tiene ya 21 años y también, acaba de publicar un libro de cuentos en su país con uno de los “grandes” escritores, con su padrinazgo  pero, no ha sucedido nada: una crítica famélica, raquítica, insulsa, ni buena ni mala. Y eso, a usted joven Byron Deford lo tiene mordisqueado en su orgullo... lo tiene devastado... y lo entiendo, lo entiendo, no es para menos... porque, usted tiene razón, usted es bueno como escritor, se lo digo pero... y el hombre se quedó como dudando a lo que quería decir, a lo que me quería confesar. Me armé de fuerzas y dejé los protocolos a un lado. ¿Qué podía perder si le seguía el juego al hombre? ¡Nada! ¿Y si en verdad, era cierto lo que yo pensaba: que el tal Lord Rutland era un mensajero del Maligno? ¿Me estaba volviendo loco en mi frustración? ¿Cómo enfrentar una situación como la que estaba viviendo?
- ¿Y qué más conoce de mí? Pregunté. (Sentí un cosquilleo en el estómago inevitable).
- Yo por el contrario, le pregunto: ¿qué daría usted por ser el  mejor escritor de su generación? Argumentó  el hombre. ¿Lo desea en verdad?  ¿Qué sacrificaría? ¿Amores? ¿Hijos? ¿Matrimonios? ¿Aún más? ¿A usted mismo si fuera del caso?
- Le sigo el juego, Lord Rutland o como quiera que el señor se llame. Interrumpí asustado.
- Joven Deford, no es cuestión de seguirme el juego... si usted lo desea llamar así, pues así lo llamaremos. Deje que mi persona termine la idea. ¡Usted está en problemas! Se siente estéril, esa esterilidad  y que usted no sabe cuánto tiempo durará. Digamos el fracaso “anunciado” del libro de cuentos a usted lo ha dejado con un temor en su corazón que lo violenta día y noche. Mmmm ... ssssiiii, pues esa frustración y esos temores yo puedo hacer que sean razones del pasado. Por ejemplo, sé de su amor no correspondido de una actriz de teatro y cine, de su terquedad, de sus desvelos... no se perturbe, yo puedo hacer que sea suya, la puedo poner postrada a sus rodillas... no hay límites para lo que yo puedo hacer por usted. La luz dorada continuó y el hombre entonces, buscó asiento a unos metros de mi persona sin antes pedir permiso. El hombre quien decía llamarse Lord Rutland tomó asiento y lo pude observar en los mínimos detalles. Su cara: poseía una leve barba al ras de la piel en donde se le notaban partes con canas. De una blancura aporcelanada tanto en su rostro como en sus manos y en las cuales le percibí un anillo con una piedra de color negra. Su cabello entrecano y lacio, estaba levemente engominado.  En efecto, el hombre poseía unos anteojos de aro dorado que supuse eran de oro y en los cuales se percibían unos ojos azulísimos. Llevaba una camisa blanca de puño francés que se le adivinaban unos gemelos de oro. Los puños de la camisa sobresalían cada vez que mi interlocutor gesticulaba con sus manos. La corbata hacía juego con su traje de casimir azul cobalto, la corbata de nudo medio Windsor supuse era de seda porque su caída se percibía leve tomando los pliegues en la camisa y el nudo cortamente se fijaba en el cuello,  deduje que estaba hecho sin apretar. El pantalón parecía recién puesto, no  le percibí una sola arruga. Y aún estando sentado, los quiebres o los dobladillos lucían una perfección que no dejaba de observar una y otra vez.  Las medias negras de seda y los zapatos Oxford full-brogue y de color negro, hacían del conjunto y con su dueño una estampa perfecta del buen gusto.  Continuó hablando: si me sigue el juego y soy un farsante, ¿qué podría perder? Aunque lo sé, lo sé, usted sabe en su interior de quién soy. ¡Por favor no diga mi nombre! Yo solo soy su emisario del gran Señor, porque tenemos jerarquías y somos muchos.
- ¿Decir nombres, Lord Rutland? Eso, jamás. Sí no estoy convencido de con quién estoy hablando no digo nombres. Y ese detalle me intriga, lo acepto.
- -¿Qué prueba última desea? Pregunte por su mayor secreto que yo le responderé. Pensé en varias preguntas. No importaba que en verdad fueran o no fueran grandes secretos, existían muchas preguntas que si yo se las hacía solo mi persona conocería las respuestas y sus detalles. Pensé por unos segundos que se me hicieron eternos. El hombre a la espera, sacó de su chaqueta un paquete de cigarros y un encendedor de oro, fumaba. Recordé entonces, que una revista universitaria de mi país, me pedía un ensayo sobre Marlowe, sobre el Doctor Faustus, coincidencia o no de la situación en la que me encontraba, quise hacerle una jugarreta al hombre. A miles de kilómetros y sin tener ninguna relación con la universidad ni con las personas que me solicitaban el ensayo con el supuesto Lord Rutland, me pareció una buena idea preguntar si en la última semana laboraba en un proyecto literario mío o por el contrario  me encomendaban uno y qué clase de trabajo era. Pero, antes que pudiera hacerle la pregunta el hombre me dijo:
- Ahhh por cierto, joven Byron Deford... tome, es un regalo de mi parte, creo que le va a servir para su trabajo... y antes de que yo hiciera la pregunta, el hombre me entregó un libro de un empaste amarillento y viejo: el libro se trataba de la primera edición del “Doctor Faustus del dramaturgo Cristopher Marlowe”.  En la portada se leía: “La trágica historia de la vida y muerte del Doctor Faustus”. La edición era una edición de 1604 con una dedicatoria a mi interlocutor: Lord Rutland. No podía dejar de temblar, sudé y luego volvía a mirar en derredor, estaba y no estaba en el auditorium de la Universidad de Oxford. El hombre adelantó: ¿Le sirve el libro? No lo vaya a mostrar en público porque es un original. Y si lo muestra, empezarán las preguntas y la gente dirá que usted joven Byron Deford lo hurtó. Aclaro que yo tampoco lo he hurtado como se puede percatar por la dedicatoria. ¡Pobre Cristopher Marlowe... qué muerte más fea! ¡Yo estaba esa noche en la taberna... ni me acuerdo del cómo se inició la disputa entre los hombres que acabó con la muerte de nuestro protegido: Marlowe! Pero, no pude intervenir, mi jefe no me dejó! Aseguró el hombre y, una voluta de humo se  posó junto a mis zapatos, en lugar de subir  hasta el techo del Auditorium, bajaba, bajaba hasta quedar a mis pies. El hombre continuó:  ¿Era esa su pregunta? ¿Del ensayo, de su ensayo que está usted preparando? ¡Ahhhh... estos mortales y  estos jóvenes... uno tiene que emplearse a fondo en nuestro trabajo para que a uno le crean. Comentó el hombre con cierto aire retozón y de victoria. Y otra voluta de humo se fue a posar a mis pies. Ahora tenía dos volutas de humo que jugueteaban por mis zapatos como dos gatos sin que quisieran abandonarme. No comenté nada.  Estaba en una situación precaria en la que los límites de lo racional ya no juegan ningún papel, en una zona límite, bordeando lo irracional. No aguanté, lancé  la pregunta...
-  Supongo que todo es un trueque. El ofrecimiento. Su Amo, su Jefe, me ofrece... y yo a cambio, también ofrezco. ¿Paridad en condiciones? ¡No lo creo!
- Joven, Byron Deford, no se haga la víctima ahora. Rezongó el hombre con cierta autoridad. ¿Acaso no es usted el que necesita de nosotros? ¿No es usted el  que ha estado pensando que si la historia del Dr. Faustus fuera real usted hubiera hecho lo mismo? ¿Llegar a un acuerdo?  Venga tome asiento. Necesitamos una charla, una buena charla. Y no se preocupe con los jóvenes  y profesores de la universidad... no vendrá nadie a interrumpirnos. No se preocupe que sea media mañana... Para usted y para mi persona, el Tiempo transcurre diferente del cómo lo ven y lo captan los simples mortales.  Por ejemplo, ¿ve el rosal? ( más allá de unos ventanales se observaba un jardín y en el jardín en varias hileras se percibían un grupo de rosas). Yo puedo hacer que las rosas se marchiten o vuelva a florecer el rosal. ¿Lo desea joven Byron Deford?  ¿Quiere ver el rosal en su muerte y en su nacimiento? No comenté nada acerca del rosal y me enfoqué en las propuestas.
- Lord Rutland – por favor deje que así le llame en esta charla- a su eminencia. Dije bastante serio. La cuestión había tomado un matiz que segundos antes no me imaginé: no me cupo la menor duda de con quién estaba hablando era un emisario del Maligno. ¿Propuestas? ¿Contrapropuestas? El hombre se me quedó mirando y aspiró de nuevo el cigarro que nunca se le acababa, parecía recién encendido aunque, ya habían pasado unos diez minutos.  Botó una voluta de humo e igual que las anteriores bajó, bajó, bajó hasta mis pies e inició una danza con las otras volutas muy cerca de mi lado. Y las bolutas, se deslizaban entre ellas mismas unas encima de las otras a ras del suelo, luego daban pequeños saltos y cuánto más brincaban más azul era el color de las volutas. Jugueteaban de un lado para el otro en medio del auditorium para de nuevo regresar a mi lado.
- Joven Byron  Deford, quizá no me he expresado del todo bien, o quizá  en medio de la conversación,  no me ha entendido. ¿Propuestas? Sí, las tenemos por parte de mi Señor. ¿Contrapropuestas? Se quedó pensativo, cruzó la pierna, se acomodó los anteojos, bastoneó el piso con cierto desenfado y autoridad... respondió: Contrapropuestas no las hará.  Usted, es el interesado en todo este “tema” de la escritura, de la creación literaria, en esta enfermedad de su narcisismo – y esto último- lo digo con el mayor respeto, porque, ¿quién no lo es? Digo narcisista. ¡La gente miente de que no lo es! Pero, le repito, no existirán contrapropuestas por parte suya. Es simple: lo toma o lo deja como dicen ustedes los mortales, es así de sencillo. Pero, no crea que mi Señor, es del todo autocrático, creo que en medio del trato existe una prebenda hacia su persona. ¿La razón? ¡Usted le simpatiza! (Y me guiñó un ojo - cómplice). Terminó diciendo el hombre con aire jocoso. Continuó: la propuesta: usted tendrá todo lo que desee... ser un gran escritor y, además... tendrá como sus ayudantes y secretarios a los 7 demonios de los pecados capitales quiénes le cooperarán en su aventura literaria. Cada pecador de cada uno de los 7 pecados deberá morir en el pecado para que así su alma no pueda arrepentirse. Otro punto: usted no podrá intervenir en su muerte directamente ni por medio de un acto o evento. ¿La prebenda? Si usted escritor Byron Deford, en su gran aventura literaria de tantos años le entrega a nuestro Amo y Señor un alma (ya sea con engaños o no, esto último es optativo, jejejeje) por cada uno de los 7 pecados capitales, usted  quedará libre, su alma quedará en libertad, de lo contrario, se convertirá en un demonio menor como nosotros.
- Acepto. Dije sin titubear, aunque por dentro  tenía temor y a la vez creía que soñaba por lo que acontecía en el auditorium.
- ¡Lo sabía, lo sabía! ¡Viva! Exclamó lleno de júbilo el emisario del Maligno que se hacía llamar Lord Rutland. Venga, acérquese, firme acá - y sin saber del dónde-, tenía entre sus manos un documento viejo y amarillento como el texto de Marlowe que  me obsequiaba. Al firmar, el espíritu infernal pasó su mano por mi nuca y, me sentí desfallecer, sentí que la muerte me visitaba, que llegaba hasta mí y que recorría todas las células de mi ser, se inoculaba en mí como una enfermedad. Me ardía la nuca una vez que  retiró su mano y empecé a sentir una leve erupción en mi piel. Agregó: no se preocupe, joven Byron Deford, no se preocupe, este absceso que se le hará en los próximos cinco días es parte del pacto.  Es un absceso que estará con usted mientras dure la relación, su relación con mi Señor. Y mientras usted esté creando su obra allí estará. Repito, al quinto día el absceso será un ojo y lo tendrá en la frente cuando trabaje en su obra.  Usted se lo pondrá en su frente para escribir. Será su tercer ojo. Sentí asco a lo comentado pero, ya estaba echo el trato. ¿Qué era un absceso - ojo por la creación literaria, la inmortalidad como escritor, la fama, ser el mejor entre los mejores de escritores de mi generación? ¡Muy poco!  Por último, le presento desde ahora a sus 7 secretarios. Y como tratándose de una representación teatral fueron saliendo de un lado del escenario uno por uno. El primero en aparecer fue: Aamón cc Fabiano Stirge, me hizo una reverencia y se quedó a pocos metros de Lord Rutland. Le siguieron: Adremelech cc Lord Ruthven, con su chaqué impecable –e igual que lo hiciera Aamón- saludó con respeto.  Salió Esfria, de frac, sus gemelos se adivinaron en la camisa de puño francés: me hizo una genuflexión. Esfria dijo que en el mundo de los mortales  se le conocía con el nombre de Conde Estruch. Pasó y al aparecer en el escenario se disculpó con grave y hermoso acento británico: era Goodfellow  de  enorme cabeza  cc desde la Edad Media con el nombre de Gorgus Black.  Malfas, de levita estaba recorriendo con apuro el escenario. Dijo que en el mundo de los mortales se le conocía como Onofre de Dip.  Nergal comentó algo entre dientes a su hermano  cc Lord Rutland y disculpó su tardanza que, en verdad no la entendí. Agregó, que era cc Gilles II Barón de Rais pero que,  no era tan perverso como al hombre que él le usurpaba su patronímico. Y por último, salía Belfegor, de smoking, de monóculo y al saludarme su ojo flamígero relampagueó en señal de agrado. Y, las volutas de humo continuaron jugueteando por el auditorio, más luego se enredaron como ovillos a los pies de Lord Rutland quien agregó: bien mi tarea está cumplida pero, antes de despedirme le diré mi nombre: soy Astaroth, Archiduque de los infiernos de Occidente... y recuerde, recuerde...  este acertijo: ¿qué dijo la primera rana? Y las volutas de humo comenzaron a agrandarse agrandarse hasta que Astaroth desapareció en medio de una niebla. Y los 7 espíritus infernales y yo volamos, volamos por el cielo hasta una mansión en la campiña inglesa: ¡ya era de noche! 

viernes, 3 de febrero de 2017

jORGE LUIS BORGES. REVISTA SUR. TEXTOS




VARIACIÓN

Doy gracias a la luna por ser la luna, a los peces por ser los peces, a la dpiedra imán por ser el imán.

Doy gracias por aquel Alonso Quijano que, a fuer de crédulo lector, logró ser don Quijote.

Doy gracias por la torre de Babel, que nos ha dado la diversidad de las lenguas.

Doy gracias por la vasta bondad que inunda como el aire la tierra y por la belleza que acecha.

Doy gracias por aquel viejo asesino, que en una habitación desmantelada de la calle Cabrera, me dio una naranja y me dijo: "No me gusta que la gente salga de mi casa con las manos vacías". Serían las doce de la noche y no nos vimos más.

Doy gracias por el mar, que nos ha deparado la Odisea. Doy gracias por un árbol en Santa Fe y por un árbol en Wisconsin.

Doy gracias a De Quincey por haber sido, a despecho del opio o por virtud del opio, De Quincey.

Doy gracias por los labios que no he besado, por las ciudades que no he visto.

Doy gracias a las mujeres que me han dejado o que yo he dejado, lo mismo da.

Doy gracias por el sueño en el que me pierdo, como en aquel abismo en que los astros no conocían su camino.

Doy gracias por aquella señora anciana que, con la voz muy tenue, dijo a quienes rodeaban su agonía "Déjenme morir tranquila" y después la mala palabra, que por única vez le oímos decir.

Doy gracias por las dos rectas espadas que Mansilla y Borges cambiaron, en la víspera de una de sus batallas.

Doy gracias por la muerte de mi conciencia y por la muerte de mi carne.

Sólo un hombre a quien no le queda otra cosa que el universo pudo haber escrito estas líneas.

Sur, Buenos Aires, N° 325, julio-agosto de 1970.

jueves, 2 de febrero de 2017

Richard Jenkyns Un paseo por la literatura de Grecia y Roma.


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LA GRECIA ARCAICA
 
A lo largo de la Antigüedad, la épica homérica gozó de una especial prominencia y autoridad. Los griegos no tenían textos sagrados en el sentido de un cuerpo de escrituras canónicas que requiriesen consentimiento. Esto dejaba un vacío para que otro tipo de textos asumiesen una autoridad cultural dirigente, y Homero ocupó dicho espacio. Estos poemas eran propiedad común de los griegos. Se le atribuye a Esquilo el haber dicho que sus obras no eran más que sobras del gran banquete de Homero. [ 64] La idea implícita en ello no es tanto que los argumentos de las tragedias estuviesen inspirados en Homero (en la mayoría de los casos no era así), sino que éste había proporcionado el modelo por el que podía representarse noblemente la experiencia humana. Como veremos, la primera vez que de verdad se escribió historia se consideró también, y con razón, como algo de carácter homérico. Es posible que el ejemplo de Homero fortaleciera el apego de los griegos por la mitología como fuente de literatura imaginativa. Pero desde el principio siempre hubo una faceta bastante diferente de poesía hexamétrica. Como sucede con la Ilíada, su primer representante, Hesíodo, es probablemente el heredero de una larga tradición de poesía que sólo es visible para nosotros en el momento en que se puso por escrito.
Hesíodo procedía de las agrestes montañas que formaban el extremo sur del territorio de Beocia, al noroeste del Ática, y estuvo activo en torno a 700 a. C. Dos de sus poemas están esencialmente incompletos: la Teogonía («Nacimiento de los dioses») y Los trabajos y los días. Pasar de Homero a Los trabajos y los días es intercambiar el pasado por el presente y el heroísmo por la dura lucha. Se trata de un poema didáctico, una ayuda para vivir. Los «días» al final de la obra son una lista de días de buena y mala suerte: el decimotercero del mes es un día malo [ 65] para sembrar, pero bueno para plantar; en el octavo hay que castrar a cerdos y ganado, y los mulos en el duodécimo. Se trata de una información útil. Los «trabajos» tienen mucho en común con la «literatura sapiencial» hallada en varias culturas del Oriente Próximo, y resulta harto familiar para nosotros por el libro de los Proverbios del Antiguo Testamento. Hay máximas que transmiten una sabiduría proverbial, a menudo expresada con mordacidad, y perlas de instrucción gnómica. Sáciate de vino cuando el tonel esté lleno (aconseja el poeta) y cuando esté acabándose, pero economiza cuando esté por la mitad. [ 66] También esto es útil, aconsejar al oyente la mejor manera de hacer tolerable la vida en condiciones difíciles.
Los trabajos y los días contiene también etiologías; es decir, historias de «así fue» que explican el origen de las cosas. De este modo, la historia de Prometeo [ 67] (narrada en su forma completa sólo en la Teogonía) explica de dónde vino el fuego y por qué los dioses apenas comen la carne tras un sacrificio. La historia de las edades [ 68] (los dioses crearon y después destruyeron, primero una raza de oro de hombres, luego de plata, después de bronce, y ahora estamos en la edad de hierro) es un mito «primitivista suave», es decir, un mito que supone que la humanidad ha perdido un paraíso original (como la historia del Jardín del Edén). Y Hesíodo añade otro elemento a la mezcla: a sí mismo. Nos da detalles acerca de su familia, sus experiencias y su forma de vida, y se convierte así en el primer individuo de Europa. Revela que su padre emigró desde Asia Menor a Beocia y que él vive en Ascra, [ 69] lugar que califica de «pueblo mísero, malo en invierno, duro en verano, nunca bueno». Dice también que nunca ha estado en el mar, [ 70] salvo una vez, cuando cruzó desde Áulide en Beocia hasta Calcis en la isla de Eubea, donde ganó un premio de poesía. Esto resulta irónicamente humorístico: Calcis está a menos de doscientos metros del continente. Algunas de sus advertencias morales van dirigidas en general a los poderosos, otras a su hermano Perses, con el que se ha peleado sobre una herencia. Todo esto es extraño, pero vívido, y da al poema un toque de individualidad.
El hosco sabor campesino de esta obra no significa que careza del elevado sentido del oficio del poeta épico. En la Teogonía cuenta cómo le visitaron las Musas [ 71] mientras cuidaba de sus ovejas en el monte Helicón, le dieron una vara y le insuflaron una voz divina. Este poema relata cómo la Tierra alumbró al Cielo, y la Noche dio a luz al Éter y al Día, cómo el Cielo yació con la Tierra y alumbró a Océano y a otros Titanes, y cómo el Cielo fue castrado por su hijo Cronos. De forma natural damos a la Teogonía la categoría de poesía y mitología, pero hay otro modo de considerar el asunto. El poema es un intento de explicar cómo surgió el mundo, qué leyes lo gobiernan y por qué la condición humana ha llegado a ser lo que es. Podemos ver aquí la prehistoria de la ciencia y del pensamiento griegos.
Los primeros pensadores griegos se conocen, con la inteligencia de la retrospectiva, como presocráticos, anteriores a Sócrates (469-399). Tales, el primero de todos (a comienzos del siglo VI), dijo que todas las cosas están llenas de dioses. ¿Es esto teología? Dijo que el agua es el inicio de todas las cosas. ¿Es esto física? Más adelante, en el siglo V, Empédocles dijo que el mundo es un equilibrio o conflicto entre Amor y Lucha (y convirtió estas fuerzas en los dioses Afrodita y Ares). Una vez más, nos resulta difícil encajar todo esto en nuestras categorías modernas. Homero fue a la vez poeta e historiador: ante todo solicita a las Musas, [ 72] cosa sorprendente, su arduo catálogo de la flota aquea que navegó hacia Troya, porque ellas tienen conocimiento y nosotros no sabemos nada. No obstante, el logro del pensamiento griego en los siglos VI y V fue el descubrimiento de las diferencias. Aprendieron que el hecho era diferente de la ficción, la historia del mito y las ciencias naturales de la filosofía. Éstas no son verdades tan obvias como nos parece. También aprendieron a separar las funciones del verso y de la prosa. Algunos de los presocráticos escribieron en prosa, pero otros utilizaron el verso, siendo Empédocles el último de ellos. Los fragmentos que se han conservado de él transmiten fuerza y energía.
La Ilíada y la Odisea siempre fueron únicas en cuanto a envergadura y calidad, pero en los siglos VII y VI aparecieron otras épicas acerca de héroes y acontecimientos heroicos: algunas tenían la mitad de la longitud de su equivalente homérico. Nos han llegado escasos restos. Sin embargo, se han conservado una serie de «himnos homéricos», llamados así porque fueron atribuidos al supuesto autor de la Ilíada y la Odisea. No son himnos en el sentido moderno del término, sino poemas en honor a los dioses y a las diosas, y normalmente narran algún episodio en el que estos intervienen. Varían en tamaño: de unos pocos versos a más de quinientos. La mayoría de autores de la Grecia arcaica, es decir, del período que abarca desde el siglo VIII hasta comienzos del siglo V, de los que casi nada sabemos, tan sólo existen en unos pocos fragmentos, y esta circunstancia nos obliga a tener en cuenta cómo han sobrevivido los textos clásicos.
Hasta la Antigüedad tardía la forma habitual de un libro era el rollo de papiro. La cantidad de escritura que cabía en un rollo sin que éste resultase imposible de manejar era limitada: en un texto poético parece ser que dos mil versos eran el máximo absoluto, y muchos libros de poesía constituyen la mitad de esto o menos. Por lo tanto, las obras más largas se dividían en libros (o cantos), que eran mucho más cortos de lo que la palabra «libro» nos sugiere. El libro tal como lo consideramos hoy en día, una secuencia de hojas encuadernadas —técnicamente un códice—, apareció por primera vez en torno al siglo I d. C. y poco a poco se fue convirtiendo en la forma dominante. En un mundo sin imprenta, los textos sólo se conservaban si se copiaban repetidamente. Gran parte de la literatura clásica que tenemos hoy ha llegado hasta nosotros a través de una tradición manuscrita, es decir, de uno o más manuscritos copiados de un manuscrito anterior en algún momento de la Edad Media. Todos estos manuscritos son copias de copias de copias, no tenemos ningún texto autográfico de ningún autor clásico. En algunos textos, el manuscrito más antiguo conservado fue escrito en el siglo IX, pero a menudo suelen fecharse algunos siglos después. En algunos casos muy raros los manuscritos son anteriores: así tenemos unos pocos manuscritos de Virgilio, siempre el más extensamente leído y admirado de los poetas latinos, fechados en los siglos V o VI, pero ninguno de ellos está completo. Algunos escribas hacen correcciones, pero todos los escribas cometen errores. Por consiguiente, los textos de todos los autores clásicos han sufrido cierto grado de distorsión. En consecuencia, decir que un texto conservado está completo es hacer una declaración aproximada, que no significa que tengamos absolutamente todas las palabras, puesto que el escriba no sólo puede haber escrito la palabra equivocada, sino que es posible que se hayan añadido o eliminado frases. En algunos casos se han perdido cincuenta líneas o más.
Las obras se conservaban sólo si las personas seguían queriendo leerlas. Algunos libros de historia muy aburridos han sobrevivido porque servían para enseñar y aprender. La poesía lírica griega pereció porque la gente perdió el interés. A pesar de ello, las pérdidas y las pervivencias podían ser fortuitas. La supervivencia de Homero y Virgilio era bastante probable porque eran parte de la educación de todo escolar, pero no siendo así incluso los mejores autores corrían el riesgo de desaparecer. De entre los poetas latinos del siglo I a. C., Lucrecio y Catulo se conservan, mientras que Galo y Vario han desaparecido, pero podía haber sido diferente porque estos autores fueron muy admirados en su tiempo. Todo nuestro conocimiento de Catulo, salvo un poema, procede de un manuscrito del siglo IX encontrado en el siglo XIV y copiado antes de que se extraviara de nuevo. El conocimiento que tenemos de Lucrecio viene de dos manuscritos del siglo IX que a su vez derivan de un manuscrito anterior perdido hace mucho tiempo. En el siglo VIII, un escriba empezó a copiar el Tiestes de Vario y después cambió de idea, destruyendo así nuestra posibilidad de leer la obra dramática más importante de la era augústea.
Hay vías por las que las palabras que no nos han llegado a través de la tradición manuscrita puedan sin embargo sobrevivir: tres en particular. Pueden ser citadas por otros autores, pueden haber sido inscritas en bronce o piedra o pueden hallarse en papiros. Los papiros, en su mayoría descubiertos en el Alto Egipto a partir del siglo XIX, han transformado nuestra percepción de algunos ámbitos de la literatura griega, entre ellos la poesía lírica y la comedia. A veces un papiro nos da un texto completo, pero la mayoría de las veces no son más que fragmentos literalmente hechos jirones, trozos con los bordes raídos o con agujeros. Estos accidentes tienen importantes consecuencias para la interpretación de la literatura clásica, porque limitan nuestra capacidad de ofrecer una historia equilibrada de la misma sea cual sea el período. El historiador romano Veleyo Patérculo, de la primera mitad del siglo I d. C., pensaba que Rabirio, [ 73] perdido para nosotros, era el mejor poeta augústeo después de Virgilio. ¿Estaríamos de acuerdo? Si Lucrecio hubiera perecido, no habríamos podido adivinar su grandeza o su influencia. Con Galo y Vario nos quedamos con la duda. Deberíamos guiarnos por el espíritu de Sócrates, que admitió que después de todo podría ser el más sabio de los hombres, [ 74] porque por lo menos sabía que no sabía nada, mientras que el resto ni siquiera sabía esto.
Además del hexámetro, a lo largo de toda la Antigüedad clásica se utilizó con frecuencia otra forma de poesía: la elegía. Para los griegos el género de la elegía quedaba definido sencillamente por su metro: era verso compuesto en dístico elegíaco, que consiste en una alternancia entre hexámetro y pentámetro. El hexámetro es como en Homero, pero el pentámetro es simétrico: toma el metro de los dos primeros pies y medio del hexámetro, y después lo repite. Los dos últimos pies son siempre dáctilos. Tennyson proporciona un ejemplo inglés de este dístico, medido a la manera griega por la cantidad, no por la sílaba tónica:
No-but a most burlesque barbarous experiment. [ *]
La estructura del dístico alentó a los poetas a pensar y a componer en bloques de dos versos, puesto que se acomodaba maravillosamente al epigrama y al verso que aspiraba a la nitidez y a la concisión, pero dada su comparativa inflexibilidad resulta sorprendente su gran popularidad a lo largo de la Antigüedad.
La palabra «elegía» acabaría asociándose en la tradición occidental a dos temas, amor y lamentación, pero desde un principio esta forma métrica se utilizó para muchos propósitos. Tirteo y Calino escribieron a mediados del siglo VII a. C. temas marciales, endureciendo el vigor de los jóvenes, y el estadista ateniense Solón (muerto en c. 560) la utilizó para sus declaraciones políticas. El cuerpo de elegías más extenso que ha sobrevivido se atribuye a Teognio (mediados del siglo VI), pero la mayor parte del mismo no es suya, por lo que ha tenido la desgracia de convertirse tanto en problema como en poeta. Otro autor de elegías del siglo VI es el irónico Jenófanes. Éste observó que los dioses de los germánicos tenían el cabello rubio, exactamente como ellos, y añadió que si los caballos tuvieran dioses tendrían su mismo aspecto. No se trata de escepticismo, sino más bien de un intento divertido pero serio de investigar la naturaleza de lo divino, de demostrar que la idea antropomórfica de los dioses no era más que una representación local de una realidad más profunda. Este autor está clasificado entre los presocráticos y, efectivamente, nos muestra cuán indivisibles podían ser en aquellos tiempos la poesía y la filosofía.
Los fragmentos más atractivos de la poesía elegíaca temprana proceden, a finales del siglo VII, de Mimnermo, en el que encontramos por primera vez una nota de voluptuoso pesimismo que de vez en cuando suena en la literatura europea posterior. Sería él quien proporcionara al símil de las hojas la triste cualidad que nos parece tan natural: somos como hojas que se abren al sol de la primavera, y como ellas nuestro tiempo es breve. La muerte viene rauda, o la vejez, y una vez superada nuestra plenitud es mejor morir que vivir. ¿Qué es la vida?, pregunta en otro poema, ¿qué es placentero sin la dorada Afrodita? Una vez terminado el amor oculto, los regalos y la cama, esas flores de juventud, ya se puede morir, porque la vejez es fastidiosa y despreciable. Incluso la naturaleza, desde su punto de vista, puede parecer lánguida: la tarea del Sol es trabajar todo el día y para él nunca hay descanso. A riesgo de anacronismo, uno puede imaginar en todo esto un toque del Eclesiastés y un toque de Oscar Wilde. Parece que algunos de sus poemas eran bastante diferentes de los que todavía podemos leer, pero el erudito poeta alejandrino Calímaco consideró, en el siglo III, que era más competente en poemas cortos que en los extensos.
Arquíloco (que murió c. 652) utilizó la poesía elegíaca para un epigrama en el que afirmaba que había abandonado su escudo en el campo de batalla; no importa, pronto tendría otro igual de bueno. Esto incumplía deliberadamente el código de honor. Arquíloco es el primer incordio de Europa: quizá fuera original en esto o quizá es el primer superviviente de una tradición más antigua de obstinación. No obstante, utilizó preferentemente metros basados en el troqueo (largo corto) y en el yambo (corto largo); el «yambo» se convertiría en un término para designar la poesía insolente. El más escabroso de los poetas impertinentes fue Hiponacte (finales del siglo VI), un ladrón obsceno y pendenciero que se decantó por el «yambo cojo» (coliambo), un verso en el que el espondeo sustituye al yambo en el último pie. Su nombre era el que más a menudo invocaban los posteriores poetas cuando querían ser ofensivos.
Arquíloco a menudo fue proveedor de sabiduría proverbial («Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande»), y tenía buen ojo: su descripción de la isla de Tasos «como lomo de asno, coronada de agreste bosque» es la primera descripción, por lo que sabemos, que transmite el carácter individual de un paisaje identificado del mundo real. Fue famoso por sus insultos a un tal Licambo, quien supuestamente había ofrecido la mano de su hija Neobule a Arquíloco, y que después rompió su promesa. Sus poemas hablan de su actividad sexual y de la de otros con ella en términos harto explícitos; en un poema la rechaza con desprecio y seduce, en cambio, a su hermana. El fragmento más largo conservado de poesía yámbica arcaica es un ejercicio de misoginia de mediados del siglo VII de Semónides de Amorgos, en el que se comparan diferentes tipos de mujeres con diferentes animales (todos ellos desagradables, a excepción de la mujer equiparada a una abeja). No es muy divertido.
Para los griegos el término «lírico» tenía un significado más preciso que el que tiene para nosotros: la poesía lírica era poesía escrita para ser cantada. Había dos clases de poetas líricos: los monodistas, que escribían composiciones para cantarlas ellos mismos o alguna otra persona sola; y los que escribían para una representación coral. Estas dos clases se distinguían por la forma métrica. Los monodistas elegían sus estrofas de un repertorio de formas conocidas: el catálogo era amplio pero no ilimitado. Algunas de estas formas reciben el nombre de los poetas que más las usaron, y que muy probablemente inventaron: por ejemplo, las estrofas sáficas y alcaicas. El poeta coral, en cambio, inventaba una nueva estrofa para cada composición. Normalmente escribía una «estrofa» (literalmente un «turno»), seguida de una estrofa de respuesta (la «antistrofa») de idéntico metro (y presumiblemente utilizando el mismo tono); a continuación solía seguir un «epodo», de métrica distinta a la precedente. Este modelo podía repetirse una o más veces. Los dramaturgos griegos compusieron sus líricas corales bajo este mismo principio.
Los eruditos de Alejandría, que se convirtió en un centro de aprendizaje y de investigación en el siglo III, recopilaron las obras de aquellos a los que consideraban los nueve mejores poetas líricos, y crearon así un canon. El más antiguo de todos es Alcmán, que vivió y trabajó en la segunda mitad del siglo VII en Esparta, antes de que ésta hubiese desarrollado por completo el militarismo que la hizo famosa. Era especialmente conocido por las «canciones para vírgenes», compuestas para ser interpretadas por coros de mujeres jóvenes. Al parecer era habitual que estas composiciones contuvieran chanzas y bromas entre las doncellas, y una buena dosis de sentimiento homoerótico. Una de ellas incluye las palabras «… con deseo que afloja los miembros, y ella lanza miradas más ardientes que el sueño y la muerte». Esta es la primera vez en la literatura europea que el sexo se asocia a la muerte, una inesperada nota a lo Tristán en este lugar arcaico. En otra composición, en un contexto desconocido, fue el primero en expandir la falacia patética más allá de una palabra o expresión: «Ahora duermen las cumbres de los montes y los barrancos, las alturas y los torrentes», y añade bestias y abejas, los «monstruos del abismo del mar púrpura» y «las tribus de las aves de largas alas». También se conservan cuatro versos hexámetros en los que habla de sí mismo y se lamenta de su vejez diciéndoles a las vírgenes de melosa voz que sus miembros ya no lo sostienen en la danza. Ojalá fuera él aquel pájaro marino de azul oscuro que vuela con los alciones sobre la flor de la ola con un corazón valiente. Se han conservado más de cincuenta versos de una canción para vírgenes, aparentemente simples en cuanto a expresión pero notablemente difíciles de interpretar. A pesar de ello oímos una voz inconfundible aunque esquiva.
Los primeros monodistas de los que tenemos conocimiento, Safo y Alceo, procedían ambos de la isla de Lesbos. Ella nació en torno a 630, él quizá un poco después. La mayoría de monodistas interpretaban sus composiciones en el sumposion (en castellano «simposio»). La palabra significa «banquete en el que se bebe», y todas estas reuniones masculinas eran una importante institución social. Safo no podía asistir a ellas; sin embargo, parece que estaba en el centro de un círculo cambiante de mujeres jóvenes, en el que se podían expresar abiertamente los sentimientos homoeróticos. La vulnerabilidad es el estímulo de la poesía amorosa: el poeta tiene algo sobre lo que escribir precisamente cuando el amado es capaz de decir no. Los hombres griegos normalmente tenían relaciones sexuales con dos clases de mujeres: sus esposas, que obedecían, y las prostitutas, a las que pagaban. Por lo tanto, no es de extrañar que la mejor poesía amatoria griega sea homosexual, porque el muchacho ha de ser cortejado, y puede rechazar. El mejor de todos los poetas de amor era doblemente vulnerable, pues era mujer y homosexual: la muchacha no sólo puede decir no, sino que a su debido tiempo se marchará para casarse. De hecho, varios poemas de Safo tratan de la separación o de la ausencia.
Tenemos la suerte de que uno de sus poemas fundamentales haya sobrevivido completo. Y el hecho de que lo consideremos una suerte muestra lo escasos que son los restos de poesía lírica. Se trata de un himno o plegaria a Afrodita, aunque diferente de cualquier otro. Se dirige a la diosa de colorido trono, inmortal y tejedora de ardides: es una mezcla fascinante, remota, resplandeciente, pícara. En palabras sencillas, Safo le pide ayuda y recuerda su anterior visita, cuando vino de la casa de su padre en su carro de oro tirado por gorriones sobre la tierra negra. La poetisa recuerda aquella epifanía: «sonrientes tus labios inmortales» (un verso excepcionalmente bello en griego), la diosa se burla de ella: ¿qué te ocurre esta vez, Safo? Luego, con palabras que mecen suavemente como una nana, la consuela incondicionalmente: «Porque incluso si te rehúye, pronto habrá de buscarte; si no acepta regalos, pronto te los dará; si no ama, pronto habrá de amar aunque ella no lo quiera». El poema termina con una nueva súplica sincera y urgente de ayuda: que la libre de sus desvelos y que cumpla los anhelos de su corazón.
El himno convierte a Afrodita en un personaje de la historia de Safo, distante y a la vez íntimo. A través de Afrodita, Safo se ve a sí misma con otros ojos, con una especie de distanciamiento, como alguien que se enamora con bastante frecuencia. Sin embargo, esta objetividad se combina con la pasión. La ternura que aflora en el corazón del poema y su delicado humor no disminuyen su intensidad: el sufrimiento del amor se percibe vívidamente y se expresa con exquisitez con el lenguaje de la simplicidad, transparencia y fuerza. Tenemos el poema entero porque fue citado por Dionisio de Halicarnaso, un crítico del siglo I a. C.; lo admiraba sobre todo por la belleza del sonido y disposición de las palabras.
En otro poema Safo convoca a Afrodita a una cueva sagrada, con altares humeantes de incienso. Describe con hermosas frases el agua fría que discurre a través de las ramas de los manzanos, el lugar entero ensombrecido por las rosas y el sueño embrujado que desciende de las hojas relucientes: este es el lugar al que invita a la diosa para que vierta graciosamente en copas de oro el néctar mezclado con la celebración. Es una exquisita descripción de un escenario natural, pero a la vez misterioso. La evocación es vívida y borrosa. La realidad, el estado de ánimo y la abstracción se mezclan: el agua a través de los árboles, el duermevela del parpadeo del follaje, las flores que parecen oscurecerse en vez de brillar, una diosa que es divina pero también compañera e incluso, por lo que parece, sirvienta. Vista, sonido, aroma, santidad, vino y letargo se funden, y todo se produce con gran simplicidad y economía de medios.
Longino citó cuatro estrofas de un poema que probablemente tenía cinco para ilustrar la habilidad de Safo en captar detalles reveladores y aunarlos en un todo. «Aquel hombre me parece semejante a los dioses —le dice a una mujer cuyo nombre no revela—, que está sentado delante de ti y escucha atento tu dulce hablar y encantadora risa», y describe los síntomas que la afligen: su corazón palpita, no puede hablar, un delgado fuego fluye bajo su piel, tiembla y palidece más que la hierba. El lenguaje es controlado, pero la experiencia es físicamente directa. No hay análisis sino pura sensación sin mediación, y preguntarse si esto es amor o celos o ambas cosas es irrelevante.
Safo valora la experiencia particular y privada. Algunos, declara, dicen que un despliegue de caballería, de infantería o de barcos es la cosa más hermosa que hay sobre la negra tierra, «pero yo digo que es lo que uno ama». Su ejemplo es Helena, que no tuvo en cuenta ni hijos ni padres y abandonó a su marido, el mejor de los hombres, por Paris. Lo mismo piensa de Anactoria, que no está aquí: ella preferiría ver su adorable forma de caminar y el destello de su rostro antes que toda la panoplia de los lidios. Pero también había una parte pública en Safo, pues también era famosa por sus canciones de bodas, en lírica y hexámetros. Algunas de las primeras tienen un áspero sabor popular. De sus hexámetros tan sólo quedan dos símiles. «Como el Jacinto que, en el monte, el pastor pisa con el pie, y en la tierra la flor púrpura…»: posiblemente fuera una metáfora de la pérdida de la virginidad de la novia. En otro fragmento, la desposada es «como la manzana que, roja, se empina en la alta rama, en lo alto de la rama más alta, y que los recolectores olvidaron, no, no la olvidaron, sino que no pudieron llegar a ella». Esto es especialmente hermoso: la muchacha es enaltecida e inaccesible, pero ¿qué hace una manzana cuando está madura? Cae. Ambos símiles sugieren una tensión (¿en broma?, ¿en serio?) entre el gozo nupcial y el lamento por la virginidad perdida.
Hay algo especial en Safo que no es fácil de definir. Quizá deberíamos decir que hasta un límite insólito sus poemas son puramente poesía. La poesía de nivel verdaderamente alto suele ser también algo más: es poesía y drama, o poesía y filosofía, o poesía y teología, o propugna una cierta idea de moralidad, de sociedad o de la condición humana. Sin embargo, los versos de Safo parecen ser simplemente ellos mismos. La literatura por su naturaleza no puede ser un arte abstracto, pero si todo arte aspira a la condición de música, el de Safo aspira a ello con una insólita plenitud.
Safo y Alceo vivieron en la misma isla y escribieron en el mismo dialecto, y al parecer se admiraban mutuamente. Por lo tanto, a menudo se analizan juntos. No obstante, por las evidencias que tenemos, Alceo no parece ser rival para ella: los fragmentos que de él se han conservado muestran vigor y energía, pero no dan señales de grandeza. Quizá no hayamos tenido suerte con lo que nos han dado las arenas de Egipto. Cuando Horacio escribió su lírica latina en el siglo I a. C., utilizó la métrica alcaica más que cualquier otro metro lírico, tomó prestados algunos temas e ideas de Alceo, y le rindió debidos honores, pero es posible que el metro y los temas le gustaran no tanto por su valor original como por los nuevos propósitos a los que podía doblegarlos. A menos que aparezcan más papiros, la calidad de Alceo seguirá siendo dudosa.
El más grande de todos los poetas líricos fue Estesícoro (primera mitad del siglo VI), cuyas obras llevaron la épica narrativa a la métrica coral: su Gerioneida tenía unos mil trescientos versos y su Orestíada («Relato de Orestes») ocupaba dos libros. Estesícoro («Maestro del coro») puede que sea más un título que el nombre con el que nació, pero muchos dudan de que estas obras tan largas se pudieran haber cantado y bailado en coro. Quizá se utilizara una combinación de solo y coro. Se ha conservado más de la Gerioneida que de cualquier otro poema de Estesícoro: el personaje del título era un monstruo muerto a manos de Heracles, y los fragmentos que han sobrevivido muestran una sorprendente compasión por su funesto destino. A la madre de Gerión se le concede también un discurso de patética súplica. Longino calificó a Estesícoro [ 75] de «homérico», y el retórico romano Quintiliano se hizo eco [ 76] de este criterio, a pesar de que lo consideraba demasiado disperso.
Anacreonte (nacido c. 570) se haría famoso por un sencillo hedonismo, teñido de notas de humor y melancolía. En una fiesta le dice a un sirviente que mezcle diez partes de agua con cinco de vino «para que yo pueda divertirme sin desmesura». En otra ocasión le pide al esclavo que traiga vino, agua y guirnaldas «para que pueda boxear con amor». Parece que tuvo que lidiar mucho con el desengaño erótico. Le pregunta a una «potra tracia» por qué le mira de reojo y huye de él. Le dice a un «muchacho de mirada de doncella» que lo busca «pero no me escuchas; no sabes que de mi alma llevas las riendas». Está dolido con gran pesar porque un joven se ha cortado el pelo que cubría su tierna nuca. Puede ser vistosamente decorativo: Eros de cabellos de oro le arroja una pelota púrpura y le invita a jugar con una muchacha de hermosas sandalias. Pero ella (que proviene de Lesbos) rechaza sus cabellos porque son blancos y queda boquiabierta ante los de otros. El término «cabello» es femenino en griego, y el significado aparente es que ella admira cabelleras más jóvenes y oscuras, pero captamos también un doble sentido: va tras otra muchacha. Anacreonte conocía el efecto de deshacerse en dulzura: «A Cleóbulo yo quiero, por Cleóbulo enloquezco y a Cleóbulo vuelvo la mirada».
Otra composición, con el mismo ritmo ligero que empleaba, habla de la vejez y de la muerte: su cabeza es canosa, sus dientes viejos y poco tiempo le queda de la dulce vida. Teme a la muerte, porque la morada del Hades es estrecha, el descenso es penoso y «no es fácil que aquel que lo ha emprendido vuelva a subir». Aquí utiliza el poder del sobreentendido, y no volveremos a encontrar esta nota de sombría levedad en quinientos años, hasta Catulo. Ejemplifica lo que podría llamarse la característica de Mimnermo en la sensibilidad griega, una conciencia del esplendor y la brevedad de la vida, manejada con gracia. Siglos después otros poetas lo imitarían en la poesía conocida hoy como anacreóntica. Algunos poemas están bastante logrados, pero tienden a un mero preciosismo, y su modelo proporcionaba siempre algo más que esto.
«Eros, cual leñador, me ha herido con su potente hacha —escribió Anacreonte—, y me ha arrojado a las aguas furiosas del torrente». Esta forma metafórica parece haber sido más típica de Íbico (también del siglo VI). En una composición, Eros le lanza lánguidas miradas por debajo de sus oscuros párpados y lo empuja hacia la red de Afrodita, pero él tiembla como un viejo caballo de carreras uncido de nuevo al carro. En el mejor de sus fragmentos es elaboradamente figurativo. En primer lugar evoca «el jardín inviolado de las doncellas», donde en primavera florecen los membrillos y el fruto de las viñas se hincha bajo la sombra del follaje; «pero para mí el amor no duerme en ninguna estación». Al contrario, está azotado y marchito por el viento impetuoso mezclado con relámpagos. El jardín intacto aparecerá de nuevo como imagen de la virginidad en Hipólito de Eurípides.
En la primera mitad del siglo V, tres de los nueve poetas corales canónicos estaban en activo. El más antiguo era Simónides, que desarrolló su actividad desde finales del siglo VI hasta comienzos del V. La suya es también otra gran reputación que hoy resulta difícil de evaluar. Era famoso por sus epigramas elegíacos, pero aunque tenemos ejemplos de este género que se han conservado de su época, apenas hay nada que se le pueda atribuir con seguridad. Su fragmento lírico más memorable contiene las palabras que Dánae le dirige a su hijo Perseo, mitad lamento, mitad canción de cuna, mientras van a la deriva por el mar en un arca. «Hijo —le dice—, envuelto en mantas de púrpura… Duerme, mi niño, te lo pido. ¡Que duerma también el mar y nuestra inmensa desgracia!». El verso del sobrino de Simónides, Baquílides (c. 520c. 450), es fluido y agradable. En un poema dio una nueva vuelta de tuerca al símil de las hojas: Heracles en el inframundo ve «las almas de los desdichados mortales [ 77] junto a las corrientes del Cocito, como hojas que el viento por las cumbres fúlgidas del Ida criador de ovejas arremolina». Antes de encontrar a Baquílides en papiro, se pensaba que la aplicación del símil de las hojas a las almas de los muertos había sido idea de Virgilio, pero el poeta griego fue el primero, y este arremolinar en un contexto refulgente aporta una nueva intensidad visual.
Píndaro (c. 518-c. 445) tiene en común con Hesíodo su procedencia de Beocia, pero nada más, porque fue un celebrante tardío de los valores aristocráticos que infunden los poemas homéricos; es decir, la exaltación de hombres con cualidades excepcionales de cuerpo, mente y valor. Compuso muchos tipos de poemas, pero para nosotros su fama reside en las únicas obras de los poetas líricos que han sobrevivido en tradición manuscrita: sus odas o canciones de victoria, compuestas para coros y para ser cantadas en honor a los vencedores de las principales competiciones deportivas de Grecia. Tenemos cuarenta y cinco, conservadas en cuatro libros: odas olímpicas para los acontecimientos en los juegos olímpicos, odas píticas para los de Delfos (donde la sacerdotisa de Apolo se llamaba Pitia), nemeas para los de Nemea e ístmicas para los de Corinto (el Istmo). Con diferencia, la más larga de todas es la cuarta oda pítica, que dedica una buena parte al viaje de Jasón y los argonautas. Sin duda estaba en la mente de Gerard Manley Hopkins cuando escribió «El naufragio del Deutschland», basado en la narración de un viaje por mar. Este poema, con su osado lenguaje, su forma única de estrofa, y su energía rapsódica encuadrada dentro de una forma férreamente disciplinada, es quizá lo más cercano al espíritu de Píndaro que se pueda hallar en inglés (las «odas pindáricas» de los siglos XVII y XVIII no son muy parecidas).
Estas canciones eran poemas ocasionales, encargados por el vencedor o por su ciudad, y tenían que incluir la alabanza al ganador. Píndaro combina esto con la narración del mito y con una reflexión moral. Sus pasos de uno de estos temas al otro pueden ser repentinos e impredecibles. Hasta ahora, el lenguaje de la lírica había sido más bien claro y bastante simple, pero el estilo de Píndaro es denso y difícil, y su contenido mucho más denso y metafórico. Los griegos y romanos posteriores lo calificaron de voz profunda y poderosa, de inmenso; Horacio lo comparó [ 78] con un torrente montañoso burbujeante y rebosante por la lluvia. Longino agrupó a Píndaro [ 79] y Sófocles juntos en la categoría de hombres cuya fuerza lo incendia todo, aunque (añade) también pueden apagarse sin motivo alguno. Fue también considerado un ejemplo del estilo «austero» o «severo», término que parece indicar no austeridad de actitud (puesto que se deleita en cosas suntuosas), sino una mezcla de audacia, vigor y tono exaltado.
Píndaro podía ser elegante: el romance del joven dios Apolo y de la fortachona Cirene, narrado en la novena canción pítica, tiene un gran encanto. No obstante, como es habitual en él, su imaginación es grandiosa y espectacular. La séptima olímpica fue escrita para un boxeador de Rodas (el nombre en griego significa «rosa»). Relata cómo la isla, destinada a ser generosa con los hombres y rica en rebaños, antaño yacía en las profundidades del mar, pero después emergió de la humedad, y el Sol, padre de los rayos penetrantes, la poseyó. El Sol yació con Rosa (que ahora es una ninfa), y procreó hijos que se repartieron la tierra entre ellos. Aquí se mezclan el mito, la tierra, el sexo y la fertilidad. La primera pítica, escrita para Hierón, gobernante de Siracusa en Sicilia, empieza con una invocación al áurea lira: cuando Apolo toca, puede incluso adormecer al águila de Zeus, porque la música derrama una oscura nube sobre su curva cabeza y sella sus párpados, pero (un toque brillante) sus húmedas plumas ondean mientras dormita. Los dioses olímpicos están embelesados, pero sus enemigos sienten terror, como el monstruo Tifón, cautivo en Sicilia bajo el Etna, una montaña que es «todo el año nodriza de punzante hielo», pero que también vierte fuego y humo vomitados por el monstruo que hay en su interior. Aquí el mito y la naturaleza aparecen juntos, pero hay también una alegoría implícita del buen gobernante que reprime la violencia. Con ayuda de Zeus este hombre puede dirigir al pueblo hacia la «armónica paz» (sumphonos es la palabra que usa Píndaro, de la que se deriva nuestra «sinfonía»), y eso evoca el poder de la música al inicio del poema. Este es el modo en que conjuga Píndaro su disparatado material.
Su lenguaje, tan a menudo sonoro o voluptuoso, también puede ser sencillo. En la tercera pítica, con elocuente simplicidad, dice de una joven mujer en un mito que «ansiaba cosas ausentes; muchas han sufrido lo mismo». Aquí, a través de los sentimientos de una muchacha aparece una expresión intemporal de añoranza romántica. En la octava pítica, probablemente la última de sus odas, por un momento se hace llano y sombrío: «Seres de un día. ¿Qué es uno? ¿Qué no es? Sueño de una sombra es el hombre». En griego las dos preguntas son «¿ti de tis?, ¿ti d’ou tis?». Tis puede significar «quien» (como en «¿quién hizo esto?»), pero también «alguien» o «nadie». Ti es la forma neutra, «¿qué…?», o «algo» o «nada». De es una partícula, una de las diminutas palabras con las que el griego ajustaba el significado, a veces «y», a veces «pero», a veces ni siquiera eso, apenas traducible, un ligero cambio en el curso del pensamiento. Ou es «no». A partir de este material Píndaro ha creado algo ligero y sutil, como un sueño de una sombra. No necesita verbos: la traducción castellana ha utilizado «es» tres veces, pero el griego puede omitirlo y adelgazar todavía más la textura. La palabra única «seres de un día» (epameroi) parece no tener sintaxis alguna. Y el pensamiento ¿es nihilista? El poema continúa: «Pero cuando llega la gloria, regalo de los dioses, hay luz brillante entre los hombres y amable existencia». Aquí y en otros lugares combina el sentido de la brevedad y fragilidad de los asuntos humanos con la posibilidad de gloria. Esta idea de la grandeza y pequeñez del hombre puede recordar la visión trágica de la Ilíada, pero Píndaro mantiene también la esperanza de una serenidad que en la épica pertenece sólo a los dioses.
Los siglos VII y VI se han denominado «edad de la lírica» de Grecia, y es natural pensar que esta era llegó a su punto álgido y conclusión con Píndaro en la primera mitad del siglo V. No obstante, la mayor parte de la poesía lírica griega que podemos leer hoy todavía tenía que escribirse: inmersa en la tragedia y en la comedia. Entre los contemporáneos de Píndaro se encuentra el poeta lírico más grande de todos, originario de una ciudad que hasta entonces no había hecho nada digno de la atención del historiador literario. Su nombre era Esquilo, y la ciudad, Atenas.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Ramón del Valle Inclán. Poesía. La pipa de Kif.


(Fragmento. La pipa de kif. Poesía).


   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
Ramón del Valle Inclán.    LA PIPA DE KIF

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
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    LA PIPA DE KIF
    VERSOS DE DON
    RAMON DEL VALLE-
    INCLÁN
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
    MADRID
    MCMXIX

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
    IMPRENTA CLÁSICA ESPAÑOLA. GLORIETA DE CHAMBERÍ. MADRID.

 

La obra poética de Valle-Inclán está reunida en la trilogía Claves líricas (1930), formada por Aromas de leyenda, El pasajero y La pipa de Kif.

Con La pipa de Kif (1919), Valle-Inclán da paso en sus poemas a lo grotesco, a lo esperpéntico. Esta obra ha sido definida como una colección de estampas trágico-humorísticas.
Fuente: N.N.
 ***
LA PIPA DE KIF

 LA PIPA DE KIF
   
   
   
   
    MIS SENTIDOS TORNAN A SER INFANTILES,
    TIENE EL MUNDO UNA GRACIA MATINAL,
    Mis sentidos como gayos tamboriles
    Cantan en la entraña del azul cristal
   
   
    Con rítmicos saltos plenos de alegría,
    Cabalga en el humo de mi pipa Puk,
    Su risa en la entraña del azul del día
    Mueve el ritmo órfico amado de Gluk.
   
   
    Alumbran mi copta conciencia, hipostática
    Las míticas luces de un indo avatar,
    Que muda mi vieja sonrisa socrática
    En la risa joven del Numen Solar.
   
   
    Divino penacho de la frente triste,
    En mi pipa el humo da su grito azul,
    Mi sangre gozosa claridad asiste
    Si quemo la Verde Yerba de Estambul.
   
   
    Voluta, de humo, vágula cimera,
    Tú eres en mi frente la última ilusión
    De aquella celeste azul Primavera
    Que movió la rosa de mi corazón.
   
   
    Niña Primavera, dueña de los linos
    Celestes. Princesa Corazón de Abril,
    Peregrina siempre sobre mis caminos
    Mundanos. Tú eres mi «spirto gentil».
   
   
    ¡Y jamás le nieguen tus cabellos de oro,
    Jarcias a mi barca, toda de cristal:
    La barca fragante que guarda un tesoro
    De aromas y gemas y un cuento oriental!
   
   
    El ritmo del orbe en un ritmo asumo,
    Cuando por ti quemo la Pipa de Kif,
    Y llegas mecida en la onda del humo
    Azul, que te evoca como un «leit-motif».
   
   
    Tu luz es la esencia del canto que invoca
    La Aurora vestida de rosado tul,
    El divino canto que no tiene boca
    Y el amor provoca con su voz azul.
   
   
    ¡Encendida rosa! ¡Encendido toro!
    ¡Encendidos números que rimó Platón!
    ¡Encendidas normas por donde va el coro
    Del mundo: Está el mundo en mi corazón!
   
   
    Si tú me abandonas, gracia del hachic,
    Me embozo en la capa y apago la luz.
    Ya puede tentarme la Reina del Chic.
    No dejo la capa y le hago la +.

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
    ¡ALELUYA!

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
¡ALELUYA!
   
   
   
   
    POR LA DIVINA PRIMAVERA
    ME HA VENIDO LA VENTOLERA
   
   
    De hacer versos funanbulescos—
    Un purista diría grotescos—.
   
   
    Con el punto de extravagancia
    Que Banville ha tenido en Francia.
   
   
    Para las gentes respetables
    Son cabriolas espantables.
   
   
    Cotarelola sien se rasca,
    Pensando si el Diablo lo añasca.
   
   
    Y se santigua con unción
    El pobre Ricardo León.
   
   
    Y Cejador, como un baturro
    Versallesco, me llama burro.
   
   
    Y se ríe Pérez de Ayala,
    Con su risa entre buena y mala.
   
   
    Darío me alarga en la sombra
    Una mano, y a Poe me nombra.
   
   
    Maga estrella de pentarquía
    Sobre su pecho anuncia el día.
   
   
    Su blanca túnica de Esenio
    Tiene las luces del selenio.
   
   
    ¡Sombra del misterioso delta,
    Vibra en tu honor mi gaita celta!
   
   
    ¡Tú amabas las rosas, el vino
    Y los amores del camino!
   
   
    Cantor de Vida y Esperanza,
    Para ti toda mi loanza.
   
   
    Por el alba de oro, que es tuya.
    ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
   
   
    La gran caravana académica
    Saludo con risa ecuménica.
   
   
    Y con un guiño á hurto de Maura,
    Me responde Clemencia Isaura.
   
   
    En mi verso rompo los yugos,
    Y hago la higa a los verdugos.
   
   
    Yo anuncio la era argentina
    De socialismo y cocaina.
   
   
    De cocotas con convulsiones
    Y de vastas Revoluciones.
    Resplandecen de amor las normas
    Eternas. Renacen las formas.
   
   
    Tienen 1a gracia matinal
    Del Paraíso Terrenal.
   
   
    Detrás de la furia guerrera,
    La furia de amor se exaspera.
   
   
    Ya dijo el griego que la furia
    De Heracles, engendra lujuria.
   
   
    No cambia el ritmo de da vida
    Por una locura homicida.
   
   
    A mayor fiebre de terror,
    Mayor calentura de amor.
   
   
    La lujuria no es un precepto
    Del Padre: Es su eterno concepto.
   
   
    Hay que crear eternamente
    Y dar a1 viento 1a simiente:
   
   
    E1 grano de amor o veneno
    Que aposentamos en el seno.
   
   
    El grano de todas las horas
    En el gran Misterio sonoras.
   
   
    ¿Y cuál será mi grano incierto?
    ¡Tendré su pan después de muerto!
   
   
    Y de mi siembra, no predigo
    ¿Será, cizaña? ¿Será trigo?
   
   
    ¿Acaso una flor de amapola
    Sin olor? La gracia española.
   
   
    ¿Acaso la flor digital
    Que grana, un veneno mortal
   
   
    ¿Bajo el sol, que la enciende? ¿Acaso
    La flor del alma de un payaso?
   
   
    ¡Pálida, flor de la locura,
    Con normas de literatura!
   
   
    ¿Acaso esta musa grotesca—
    Ya no digo funambulesca—
   
   
    Que con sus gritos espasmódicos
    Irrita a los viejos retóricos,
   
   
    Y salta luciendo la pierna,
    No será la musa moderna?
   
   
    Apuro el vaso de bon vino,
    Y hago cantando mi camino,
   
   
    Y a compás de un ritmo trocaico,
    De viejo gaitero galaico,
   
   
    Llevo mi verso a la Farándula:
    Anímula, Vágula, Glándula.

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
    FIN DE CARNAVAL

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
FIN DE CARNAVAL
   
   
   
   
    MIÉRCOLES DF CENIZA.
    FIN DEL CARNAVAL.
    Tarde de lluvia inverniza
    Reza el Funeral.
   
   
    Con ritmos destartalados
    Lloran en tropel,
    Mitrados ensabanados,
    Mitra de papel.
   
   
    Lloran latinos babeles,
    Sombras con capuz.
    Lleva al arroyo rieles
    La taberna en luz.
   
   
    Los pingos de Colombina
    Derraman su olor
    De pacholí y sobaquina
    ¡Y vaya calor!
   
   
    Un Pierrot junta en la tasca
    Su blanco de zin,
    Con la pintada tarasca
    De blanco y carmín.
   
   
    Al pie de un farol, sus flores
    Abre el pañolón
    De la chula: Sus colores
    Alegrías son.
   
   
    ¡Cómo la moza garbea
    Y mueve el pay-pay!
    ¡Cómo sus flecos ondea
    En el guirigay!
   
   
    El curdela narigudo
    Blande un escobón:
    —Hollín, chistera, felpudo,
    Nariz de cartón—.
   
   
    En el arroyo da el curda
    Su grito soez,
    Y otra destrozona absurda
    Bate un almirez.
   
   
    Latas, sartenes, calderos,
    Pasan en. ciclón:
    La luz se tiende a regueros
    Sobre el pelotón.
   
   
    Y bajo el foco de Volta,
    Da cita el Marqués
    A un soldado de la Escolta,
    ¡Talla de seis pies!
   
   
    Juntan su hocico los perros
    En la oscuridad:
    Se lamentan de los yerros
    De la Humanidad.
   
   
    Por la tarde gris y fría
    Pasa una canción
    Triste. La melancolía
    De un acordeón.
   
   
    Los faroles de colores
    Prende el vendaval.
    Vierte el confetti sus flores
    En el lodazal.
   
   
    Absurda tarde. Macabra
    Mueca de dolor.
    Se ha puesto el Pata de Cabra
    Mitra de Prior.
   
   
    Incerteza vespertina,
    Lluvia y vendaval:
    Entierro de la Sardina,
    Fin de Carnaval.

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
    MARINA NORTEÑA

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
MARINA NORTEÑA
   
   
   
   
    PASA EL GATO SONANDO LAS BOTELLAS
    DE UN ANAQUEL DE PINO POR LO ALTO:
    El cielo raso tiene dos estrellas
    Pintadas, y una luna azul cobalto
   
   
    ¡Taberna aquella de, contrabandeos
    Con los guisotes bajo sucios tules,
    Eran allí pictóricos trofeos
    Azafrán, pimentón, fuentes azules!
   
   
    Entra el viento. Revuela la cortina
    Y la vista del mar da a la taberna.
    Una negra silueta que bolina
    Sobre el ocaso, enciende su lucerna.
   
   
    Con la tristeza de la tarde muerde
    Una lima el acero. De la fragua
    Brotan las chispas. Tiene una luz verde
    Ante la puerta, la cortina de agua.
   
   
    Escruta el mar con la mirada quieta
    Un marinero desde el muelle. Brilla
    Con el traje de aguas su silueta
    Entre la boira gris, toda amarilla.
    Viento y lluvia del mar. La luna flota
    Tras el nublado. Apenas se presiente,
    Lejana, la goleta que derrota
    Cortando el arco de la luz poniente.
   
   
    Se ilumina el cuartel. Vagas siluetas
    Cruzan tras las ventanas enrejadas,
    Y en el gris de 1a tarde las cornetas
    Dan su voz como rojas llamaradas.
   
   
    Su pentágrama el arco policromo
    Proyecta tras los pliegues del chubasco,
    Y alza en el vano de esmeril su domo
    Arrecido de cuervos, un peñasco.
   
   
    Las olas rompen con crestón de espuma
    Bajo el muelle. Los barcos cabecean
    Y agigantados en el caos de bruma
    Sus jarcias y sus cruces fantasean.
   
   
    La triste sinfonía de las cosas
    Tiene en la tarde un grito futurista:
    De una nueva emoción y nuevas glosas
    Estéticas, se anuncia la conquista.
   
   
    Su escaparate la taberna alumbra,
    Y del alto anaquel lo acecha el gato:
    Esmeraldas de luz en la penumbra
    Los ojos, y la cola un garabato.
   
   
    Vahos de mosto del zaguán terreño,
    Voces de marineros a la puerta,
    Y entre rondas de vino que dan sueño,
    El tabaco, los naipes, la reyerta...
   
   
    De un quinqué de latón la luz visunta
    El tubo ahumado con un grito raja,
    Y está en la puerta el hombre que pregunta:
    ¿Quién quiere sacar filo a la navaja?

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
    BESTIARIO

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
BESTIARIO
   
   
   
   
    ROMÁNTICA CASA DE FIERAS
    DEL BUEN RETIRO, HE VUELTO A VER
    La alegría de tus banderas,
    Bajo la tarde, como ayer!...
   
   
    Y me detuve emocionado
    Ante aquel viejo carcamal
    Estilizado
    En el escudo nacional.
   
   
    ¡Viejo león que entre las rejas
    Bostezando agitas la crin,
    Sobre tus cejas
    Sus arrugas puso el esplin!
   
   
    El canguro antediluviano
    Huyó con saltos de flin-flan:
    Es australiano
    Y tiene trazas de alemán.
   
   
    Temeroso esconde las crías
    En el buche de acordeón:
    Antipatías
    Tiene el canguro, de embrión.
   
   
    El tigre se agita ondulante
    Tras los hierros de su cubil:
    Belfo tremante:
    Garra rampante y ojo hostil.
   
   
    ¡Qué triste el oso se espereza
    Sobre las pajas de su coy!
    ¡Cuando bosteza
    Recuerda al Conde de Tolstoy!
   
   
    Tiene un gesto de omnipotencia
    El leopardo bengalés,
    La impertinencia
    De su gesto dicta al inglés.
   
   
    Sonríe el lobo. Tras la reja.
    Con un guiño de curial
    Rasca la oreja
    Y la estameña del sayal.
   
   
    Y la romántica jirafa,
    Solterona que bebe hiel,
    Las rosas chafa
    En 1a cúpula del laurel.
   
   
    ¡Arquitectura bizantina,
    Imposible de razonar,
    De la divina
    Silueta de Sara Bernhardt!
   
   
    Un disparate pintoresco,
    Maravilloso de esbeltez,
    El arabesco
    Del caballo del ajedrez.
    Ruge encendida la pantera
    Su ensueño de arenas y sol,
    Sabe la fiera
    Un aljamiado de español.
   
   
    Recuerda el índico elefante
    Los bosques sagrados de Anám,
    Sueña el gigante
    Como un fakir ebrio de bahám.
   
   
    Meditaciones eruditas
    Que oyó Rubén alguna vez:
    Letras sánscritas
    Y problemas del ajedrez.
   
   
    ¡Viejo elefante de Sumatra
    Sueñas acaso con Belkis,
    Con Cleopatra,
    O con un. circo de Paris?
   
   
    ¿Añoras la torre guerrera
    Sobre tus hombros de titán,
    O la litera
    De las reinas del Indostán?
   
   
    ¡Tú, que a mi musa decadente
    Brindas la torre de marfil,
    Resplandeciente,
    Como una torre de las Mil!...
   
   
    Encumbrado sobre una rama
    El triunfo del pavo-real,
    Es una llama
    Del Paraíso Terrenal.
   
   
    Un ensueño de surtidores,
    Un cuento de viejo jardín
    Con los olores
    De la albahaca y el jazmín.
   
   
    ¡El negro opio de la China,
    Sabe tu verso ornamental,
    Ave divina
    De un Paraíso Artificial!
   
   
    El mono acrobático salta
    Y hace del mundo trampolín.
    Mima y esmalta
    Cada salto con un mohín.
   
   
    Y la cotorra verdigualda,
    Retaleandosu papel,
    Luce una falda
    Que fué de la Infanta Isabel.
   
   
    Feminista que disparata
    En la copa del calamac,
    Bajo su pata
    Las ramas secas hacen crac.
   
   
    Y a Dionisio Aereopagita
    En penitencia sobre un pie,
    Desacredita
    La cigüeña falta de fe.
   
   
    Caricatura del milagro,
    En un fondo de azul añil
    Esprimeel magro
    Y cabalístico perfil.
   
   
    Sobre una pata se arrebuja,
    Y en el tejado hace oración,
    Como una bruja
    Que escapó de la Inquisición.
   
   
    Esponja el flamenco la pluma
    Y su absurdo monumental
    Trémulo esfuma
    Sobre dos rayas de coral.
   
   
    La cabra dibuja una aldea,
    Dando vaho de la nariz.
    ¿Es de Judea
    La aldea o de Arabia Feliz?
   
   
    La cabra contempla la vida,
    Con los ojos muertos de luz,
    Una dormida
    Visión de Oriente en el testuz.
   
   
    Y el cocodrilo faraónico
    Las fauces abre en el fangal
    Al sol, que irónico
    Hace llorar su lacrimal.
   
   
    ¡Olvidada Casa de Fieras,
    Con los ojos de la niñez
    Tus quimeras
    Vuelvo a gozar en la vejez!
   
   
    Muere la tarde. —Un rojo grito
    Sobre la fronda vesperal.—
    Y abre el círculo de su mito
    El Gran Bestiario Zodiacal.

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
    EL CIRCO DE LONA

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
EL CIRCO DE LONA
   
   
   
   
    I
   
   
    TARDE DE OCASO ROSADA:
    LA FERIA. UN CIRCO DE LONA.
    Cobra en la puerta la entrada
    Una Pepona.
   
   
    El agrio y desvencijado
    Organillo, se atropella:
    Golfo viejo enamorado
    De una estrella.
   
   
    La chusma negra y pelona,
    En torno se arremolina
    Atisbando a la Pepona
    Sibilina.
   
   
    La Pepona con mitones,
    Moño y rizos de canela,
    Y el talle con alusiones
    De vihuela.
   
   
    El mono, sobre e1 tinglado,
    Mima al gato un gesto astuto,
    Y lanza el gato, erizado,
    Su exabruto.
   
   
    La nota verde rabiosa
    De la cotorra, asesina
    Sobre el escarlata y rosa
    De la cortina.
   
   
    Bárbaras bolas doradas
    Cuelgan por el cielo raso,
    Y evocan las carcajadas
    Del payaso.
   
   
    Un cuento maravilloso
    Anuncia el circo de lona,
    Con la lucha del Coloso
    Y la Leona.
   
   
    ¡Tarde! Rojas sinfonías,
    Un toro en el horizonte,
    Azules las lejanías
    Sin un monte.
   
   
    ¡Quitasolesremendados
    Abiertos en los caminos,
    Sobre los sables dorados
    de los chinos!
   
   
    Vuelo de gayas banderas
    Que en la azulada neblina,
    Se tienden por mis quimeras
    De cannavina.
   
   
    ¡Gran parasol remendado,
    Pobre Caballero Andante
    Con el escudo dorado
    Del Atlante!
   
   
   
   
    II
   
   
    Ríen dos gitanas,
    Caras africanas,
    Dos verdes manzanas
    De oriental jardín.
    Luces de claveles,
    Flecos, arambeles,
    Hablar por babeles
    Y no tener fin.
   
   
    Amores y toros,
    Recuerdos de moros,
    Y más lejos coros
    Del centauro azul,
    Las voces remotas
    De míticas flotas,
    Y las chirigotas
    Del griego gandul.
   
   
    Ancha la corriente,
    Romana la puente,
    Cenceña la gente,
    Las sombras de añil.
    Ruge la, leona
    Y el tambor pregona
    El drama gentil.
   
   
    En marea serena
    La grada se llena,
    Revierte la arena
    Sedes de calor.
    De olor de catinga
    El aire se pringa
    Y el Diablo respinga:
    Le gusta ese olor
   
   
    Saluda en la pista
    El famoso artista
    HercoleBarrista:
    Medalla de Siam.
    ¡Y sale la blonda
    Enriqueta, oronda,
    Pechoray redonda
    Bailando el can can!
   
   
    Y danzan los brillos
    De falsos anillos,
    Peines y brinquillos
    Por el redondel.
    ¡Dicen la quimera
    De una vida entera,
    Sueño de ramera
    Triste, en el burdel!
   
   
    Desfachaday franca,
    Rebotada el anca,
    La pechuga blanca,
    Por el aire el pie...
    ¡Ideal amoroso
    Para un venturoso
    Jugador garboso
    Que afloje el parné
   
   
    Bate su estribillo
    El viejo organillo,
    Y es un tabardillo
    Con aquel resol.
    El negro lanudo
    De gesto hocicudo
    Sopla, en el embudo
    Y arranca un bemol.
   
   
    Y al mono le arranca
    Un grito, la blanca
    Pechuga, y el anca
    De yegua real.
    El oso asturiano,
    Siempre en aldeano,
    Se mira la mano,
    se rasca el frontal.
   
   
   
   
    Y el pelado cuello
    Estira el camello,
    Con largo resuello
    Que termina: en U.
    Lo enarca y lo apura,
    Lo exprime y lo augura,
    Toda la figura
    Esun Gurugú.
   
   
    La Pepona al mono.
    Grita, sube el tono,
    Por mayor encono
    Le habla en catalán.
    Y bajo la silla
    El otro se humilla,
    Que esto fué en Castilla
    Tiempos que aun están.
   
   
    Y siguen azares
    De los estelares
    Juegos malabares
    Que ama el japonés.
    Y con el restallo
    De la fusta, el callo
    Se oyó, de un caballo
    Que vino después.
   
   
    Al fin sale al cosa
    El mono vicioso,
    Que se hace el gracioso
    Y no lo hace mal.
    Puja de anarquista
    Y es el gran fumista,
    Exhibicionista
    Internacional.
   
   
    Y viene el cucaña
    Patitas de Araña,
    Estrella en España
    del cante andaluz.
    Y nota moderna,
    Pegado a su pierna
    Rasca, la cuaderna
    Negro Micifuz,
    El viejo payaso,
    Gloria en el ocaso,
    Sale haciendo el paso
    Seguido de un can:
    Se rasca el. Cogote
    Fingiéndose el zote,
    pega un gran bote
    Que acaba en flin-flán.
   
   
    ¡Saltos atrevidos
    de cuerpos fornidos,
    Alegres bramidos
    Cuando es el vencer!
    ¡Trapecios volantes,
    Vuelos arrogantes,
    Almas expectantes,
    Volver a nacer!...
   
   
    Luz en la taquilla,
    Cuentan calderilla
    En la ventanilla
    Manos de hospital,
    Íbaseel enjambre,
    Y dió en el alambre
    La sombra del hambre
    Un salto mortal.
   
   
    III
   
   
    Candileja de bencina,
    Lloroso cabo de vela,
    Sombra que se encalabrina
    Por la, tela.
   
   
    Silla que se desbarata,
    Mesa que se escachifolla,
    Jaleo, risa, bravata
    Y bambolla.
   
   
    Las mamparas claudicantes
    Las siluetas transparentan,
    Y las risas maleantes
    Lo comentan.
   
   
    El payaso ante el espejo
    Se despinta con cerote,
    Y se arranca el entrecejo
    De pelote.
   
   
    A su lado una mozuela,
    Luciendo el roto zancajo,
    Recose la lentejuela
    De un pingajo.
   
   
    Y las falsas pantorrillas,
    Dando gritos de falsete,
    Se tuercen en las canillas
    Bajo un siete.
   
   
    Tose Patitas de Araña
    Y cecea un chicoleo
    Que ya dijo en Eritaña
    Paco el Feo.
   
   
    Vestida una saya rota,
    Tira la blonda Enriqueta
    A1 domador, de la bota
    Que le aprieta.
   
   
    Riñas, sordas libaciones,
    Lamen los platos los perros,
    Se esperezan los leones
    Tras los hierros.
   
   
    Los cofres con cantoneras
    De metal, hablan de trenes,
    Estaciones y galeras
    Con vaivenes.
   
   
    ¡Circos! ¡Cantos olvidados
    De fabulosas edades!
    ¡Bárbaros versos dorados
    De Alcidiades!

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
    EL JAQUE DE MEDINICA

   

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
EL JAQUE DE MEDINICA
   
   
   
   
    LA LLAMA ARREBOLA LA NEGRA COCINA,
    PONE MARITORNES MAGRAS DE CECINA
    En las sopas cáusticas de ajo y pimentón.
    El Jaque se vuelve templando el guitarro,
    A la moza tose por que sirva un jarro
    Y oprime los trastes pulsando el bordón.
   
   
    La jeta cetrina, zorongo a la cuca,
    Fieltro de catite, rapada la nuca,
    El habla rijosa, la ceja un breñal.
    Cantador de jota, tirador de barra,
    Bebe en la taberna, tañe la guitarra.
    La faja violeta esconde un puñal.
   
   
    Crepúsculo malva. Puerta de la villa
    Sobre los batanes. Bajan a la orilla
    Del Ebro, las recuas. Lento tolondrón.
    Templa la guitarra el gañán avieso,
    Y el agudo galgo roe sobre un hueso
    En la laureada puerta del figón.
   
   
    Al coime que pone vino en las corambres
    Enseña las ligas de azules estambres
    La moza encorvada sobre el fogaril.
    Y por amarillos vanos de pajares
    Los mozos de mulas llevan sus cantares,
    Disputas por naipes y gay moceril.
   
   
    El jaque merienda con dos bigardones
    De fusta, zamarro, roñosos zajones
    Y gorra orejera de pelo de can.
    Hecha la merienda juegan al boliche,
    En medio del juego hablan sonsoniche,
    Demandan el gasto, pagan y se van.
   
   
    Tejados haldudos de lejana villa,
    Que en el horizonte es toda amarilla
    Sobre la desnuda corva de un alcor...
    En el campanario la flaca cigüeña
    Esconde una pata y el misterio enseña:
    La villa amarilla toda, es resplandor.
   
   
    Figón del Camino: Votos arrieros,
    Piensos de cebada, corral con luceros,
    Por los corredores la luz de un candil.
    Lejanas estrellas hacen gorgoritos
    En el cielo zarco. En los monolitos
    Del camino, fuma la Guardia, Civil.

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