jueves, 25 de junio de 2015

Una cita con la historia literaria en la casa-museo de Víctor Hugo en Francia. Hemeroteca Literaria.

Una cita con la historia literaria en la casa-museo de Víctor Hugo en Francia

Miércoles, 24 de Junio 2015  |  10:25 pm
Una cita con la historia literaria en la casa-museo de Víctor Hugo en Francia
Créditos: EFE
Ubicada en la Plaza de los Vosgos donde Víctor Hugo vivió 16 años de su vida, Francia invita al mundo a una cita imprescindible con la historia literaria.
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Coloso literario y amante turbulento, Victor Hugo vivió y escribió en la muy parisiense Plaza de los Vosgos durante 16 años, un apartamento en el barrio del Marais que estos días reabre sus puertas al público.
Es esa figura que no se agota nunca, que encabeza el ilustre Panteón republicano y que, hace apenas un año, se impuso en el bullicio de Twitter con el "hashtag" #FuckHugo, la reacción de unos escolares reticentes a revisar las obras del prohombre para acceder a la universidad. En Francia, Hugo está por todas partes.
"Los franceses mantienen un vínculo complejo con su legado, a veces quizá de hartazgo o indiferencia, pero el caso es que sus textos permanecen muy vivos, muy presentes", corrobora el director de la Casa-Museo de Víctor Hugo, Gérard Audinet, quien ha supervisado la renovación del edificio.
Al margen de la escritura, el autor de "Los Miserables" fue un político controvertido, un dibujante de talento y un amante pluriempleado que alimentaba cierta vocación por la decoración de interiores, una pasión algo más prosaica que desplegó en el número 6 de la Plaza de los Vosgos.
Aquel Hugo había dejado atrás la miseria, vendía todo lo que firmaba y acabó transformando los cerca de 280 metros cuadrados de la vivienda en un particular gabinete de curiosidades donde recibía a la sociedad de la época, hasta que el golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte le condenó al exilio.
Para entonces, el novelista había logrado rediseñar el mobiliario, revestir los muros de grabados a su gusto y diseñar un pasadizo entre su cuarto y una calle adyacente para facilitar el tránsito de amantes ante el estupor de "madame Hugo". "No compartían el mismo temperamento",precisa Audinet con cierto pudor.
Rescatado por la ciudad en 1902 al poco de la muerte del escritor, el edificio funciona hoy como un templo dedicado a su obra repleto de escolares que siguen las explicaciones de los historiadores entre una red de bustos del escritor.
La visita desemboca frente a la cama adoselada donde falleció el autor, escoltada de un océano de objetos sin fin aparente -su dueño fue un acumulador patológico- y una improbable serie de mesas altas: Hugo, que padecía problemas de circulación en las piernas, escribía de pie.
LOS MISERABLES COMO PARTE DE LA HISTORIA
El genio contaba solo 30 años y un bagaje editorial más que sólido cuando se mudó junto a su mujer Adèle y los cuatro hijos de ambos a la famosa vivienda, donde residiría entre 1832 y 1848.Allí comenzó "Los Miserables" y, en paralelo, concluyó su matrimonio.
"Era un Par de Francia y gozaba de especial protección, de modo que le recomendaron encerrarse en la escritura después de que un marido despechado le sorprendiese junto a su mujer", relata Audinet para sugerir lo que parece evidente, que el escritor fue más fiel a sus amantes que a su esposa.
Ella, que le proscribió del lecho conyugal, se había enamorado antes del también literato Sainte-Beuve, amigo del propio Hugo e integrante del famoso cenáculo romántico que este impulsó en los Vosgos.
A las fiestas se sumaba el vecino y poeta Theophile Gautier, que no era romántico pero sí creía en el poder creativo del alcohol.
BALZAC, DUMAS, GAUTIER, HUGO
Eran los años efervescentes del Romanticismo y su "patrón", como apoda Audinet al novelista, reunía al propio Gautier junto a Balzac, Dumas o Mérimée en unos trajines literarios donde Hugo asumía el rol de padrino.
El asunto reside en saber si ese padrinazgo podría extenderse a la literatura gala. En su último número, el bimensual literario "Le Magazine Littéraire" zanjaba los varios y encarnizados debates que rodean a la simbólica figura del Gran Escritor Nacional para atribuir tal rango al padre de Quasimodo o Jean Valjean.
"No hay duda, se da por hecho que es nuestra referencia nacional", tercia Audinet. Después de todo, el escritor ya aspiraba a ello cuando garabateó en un cuaderno escolar aquella promesa: "Seré Chateaubriand o no seré nadie".
Los años le concedieron algo mejor: aquel adolescente se convirtió contra todo pronóstico en Victor Hugo, "primer escritor de Francia". Con gesto grave, los bustos parecen asentir.
EFE

Premio Hammett de novela 2002. José Carlos Somoza. Novela: Clara y la penumbra.


José Carlos Somoza nació en La Habana en 1959, pero desde 1960 vive en España. Es autor de las novelas Silencio de Blanca (premio La Sonrisa Vertical, 1996), La ventana pintada (premio Café Gijón, 1998), Cartas de un asesino insignificante (Debate, 1999), Dafne desvanecida (finalista premio Nadal, 2000), La caverna de las ideas (premio Gold Dagger 2002 a la mejor novela de suspense en Inglaterra), traducida a más de veinte idiomas y con una extraordinaria acogida en la crítica internacional, Clara y la penumbra (premio Fernando Lara 2001 y premio Hammett a la mejor novela policíaca 2002, elegida por la revista Lire entre los diez mejores libros publicados en Francia en 2003), La dama número trece (Areté, 2003) y La caja de marfil (Areté, 2004). Ha escrito también varios relatos, un guión de radio y varias piezas teatrales.

***
En los circuitos internacionales del arte está en auge la llamada pintura hiperdramática, que consiste en la utilización de modelos humanos como lienzos. El asesinato de Annek, una chica de catorce años que trabajaba como cuadro en la obra `Desfloración`, en Viena, pone en guardia a la policía y al Ministerio de Interior autriaco, que son presionados por la poderosa Fundación van Tysch para que no hagan público el crimen, ya que la noticia desencadenaría el pánico entre sus modelos y la desconfianza entre los compradores de pintura hiperdramática. Y mientras tanto, Clara Reyes, que trabaja como lienzo en una galería de Madrid, recibe la visita de dos hombres extranjeros que le proponen participar en una obra de carácter `duro y arriesgado`, el reto empieza en el mismo momento de la oferta, ya que la modelo debe ser esculpida también psicológicamente. De esta forma, Clara entra en una espiral de miedo y fascinación, que envuelve también al lector y lo enfrenta a un debate crucial sobre el valor del arte y el de la propia vida humana.
Dr. Enrico Pugliatti.

(Fragmento. Novela. Clara y la penumbra).


La adolescente está desnuda sobre un podio. El vientre liso y la elipse oscura del ombligo quedan a la altura de nuestra mirada. Mantiene el rostro ladeado, los ojos bajos, una mano frente al pubis, la otra en la cadera, las rodillas juntas y algo flexionadas. Está pintada de siena natural y ocre. Sombras en siena tostado realzan los pechos y perfilan las ingles y la rajita. No deberíamos decir «rajita» porque hablamos de una obra de arte, pero al verla no se nos ocurre otra cosa. Es una hendidura nimia y vertical, sin rastro de vello. Damos la vuelta al podio y contemplamos la figura de espaldas. Las atezadas nalgas reflejan grumos de luz. Si nos alejamos, su anatomía nos parece más inocente. Pequeñas flores blancas le tapizan el pelo. Hay más flores a sus pies —un charco de leche—. Incluso a esta distancia seguimos percibiendo el olor tan peculiar que desprende, como a bosque perfumado de lluvia. Junto al cordón de seguridad, un atril con el título en tres idiomas: Desfloración.
Dos notas musicales de altavoz quiebran el trance del público: el museo está cerrando. Lo dice una señorita en alemán, después en inglés y francés. Por lo general, todo el mundo la entiende, o al menos capta el mensaje implícito. La profesora del selecto colegio vienés reúne a sus ovejitas uniformadas y las cuenta para que no falte ninguna. Ha llevado a los niños a ver la exposición, aunque es de desnudos. No importa, son obras de arte. A los japoneses lo que les importa es que no les hayan dejado hacer fotos, por eso no sonríen cuando salen. Se consuelan a la entrada, donde venden catálogos al precio de cincuenta euros con fotografías a todo color. Un bonito recuerdo que llevarse de Viena.
Diez minutos después —la sala vacía de público— ocurre algo inesperado. Llegan varios hombres con tarjetas prendidas de las solapas de sus trajes. Uno de ellos se dirige al podio de la adolescente y dice en voz alta:
—Annek.
No sucede nada.
—Annek —repite.
Un parpadeo, el giro del cuello, la boca se abre, el cuerpo se estremece, los pechos en cierne se proyectan con la respiración.
—¿Puedes bajar sola?
Asiente, pero vacila un poco. El hombre le tiende la mano.
Por fin, la adolescente desciende del podio arrastrando con el pie una polvareda de pétalos.


Annek Hollech abrió la llave del primer frasco conectado a la ducha de metal cromado y el agua se hizo verde. Después abrió la segunda y se restregó con agua roja. Luego se dejó inundar por agua azul y violeta. Los líquidos de los frascos limpiaban uno solo de los cuatro productos adheridos a su piel: pinturas, aceites, fijadores del pelo, aromas artificiales. Los frascos estaban numerados y teñían el agua de un color distinto para que pudiera identificarlos. La pintura y los fijadores fueron los primeros en desprenderse entre un estrépito de gotas. Lo que más se resistía siempre era el aroma a tierra húmeda. El cubículo se llenó de vaho y su cuerpo se perdió tras una cortina de arco iris líquido. Había otros veinte cubículos en la sala, cada uno ocupado por una silueta difuminada. Se oía el zumbido de las duchas.
Diez minutos después, envuelta en toallas y niebla, caminó descalza hasta el vestuario, se secó, se peinó, se untó una crema hidratante y otra protectora por todo el cuerpo, empleando una esponja de mango largo para la espalda, y resguardó su rostro sin cejas bajo dos capas de productos cosméticos. Luego abrió su taquilla y descolgó la ropa. Era nueva, recién comprada en tiendas de Judengasse, Kohlmarkt, la Haas Haus y la lujosa calle Kärntner. Le gustaba comprar ropa y complementos en las ciudades donde se exhibía. También había adquirido, durante las siete semanas que llevaba en Viena, porcelana y cristalería de Ausgarten y dulces de Demel para su madre, así como pequeños adornos para su amiga Emma van Snell, que era obra de arte como ella pero se exponía en Amsterdam.
Aquel miércoles 21 de junio de 2006, Annek había ido al museo con blusa rosada, chaleco militar y pantalón holgado con multibolsillos. Sacó todas esas prendas de la taquilla y se las puso. No usaba ropa interior porque no es aconsejable si uno debe exhibirse completamente desnudo (deja marcas). Se calzó unos zapatos de peluche con la forma de dos pequeños osos, se abrochó el reloj de brazalete negro sin esfera y cogió el bolso.
En el asiento contiguo al suyo en la sala de etiquetado estaba Sally, la obra del podio número ocho. Vestía una blusa malva sin mangas y vaqueros. Se saludaron y Sally comentó:
—Hoffmann opina que estoy perdiendo el púrpura como un Van Gogh perdería los amarillos. Quiere probar con un color más intenso, pero en Conservación creen que eso podría estropearme la piel. ¿Qué te parece? La misma contradicción de siempre: unos quieren crearte y otros conservarte.
—Es verdad —dijo Annek.
Un empleado se acercó con dos cajas de etiquetas. Sally abrió la suya y cogió una de las etiquetas.
—Estoy soñando con la cama —dijo—. No creo que me duerma pronto, pero me quedaré acostada mirando al techo y disfrutando de la posición horizontal. ¿Y tú?
—Tengo que llamar antes a mi madre. La llamo cada semana.
—¿Dónde está ahora? Viaja mucho, ¿no?
—Sí. En Borneo, fotografiando monos. —Annek se colocó una de las etiquetas en el cuello y cerró el broche—. De vez en cuando me envía la foto de una pareja de monos por correo electrónico.
—¿En serio?
—En serio. No sé si trata de decirme que me case.
Sally soltó una risa contenida a través de su perfecta dentadura blanca.
—Al menos, ella te envía algo. Mi neoyorquino papá ni siquiera me escanea la foto de un par de perritos calientes. Nunca le gustó que su hija se convirtiera en un cuadro valioso.
Un silencio. Annek se abrochó la última etiqueta en el tobillo. Su cuello, muñeca y tobillo derechos mostraban tres cartulinas rectangulares de ocho por cuatro centímetros y color amarillo intenso atadas por cordones negros. Sally también había terminado de abrocharse las suyas. Por el espejo observaron cómo se marchaban las primeras obras: Laura, Cathy, David, Estefanía, Celia. Un desfile de figuras atléticas y etiquetadas.
—He perdido la regla otra vez —dijo Annek en tono indiferente—. Se me va y se me viene desde Hamburgo.
Sally la miró un instante.
—No tiene importancia, nos pasa a todas. Lena dice que su menstruación parece un paraguas: la tiene y la pierde, y luego vuelve a tenerla y la vuelve a perder. Es una consecuencia más de ser cuadro, ya lo sabes.
—Sí, ya lo sé. —Annek seguía mirando hacia el espejo—. Además, me siento mejor cuando no la tengo —concluyó.
—Oye, ¿tenías pensado hacer algo el próximo lunes?
Le intrigó la pregunta. Nunca planeaba nada para el día en que cerraba el museo, salvo aquellas frenéticas orgías de compras con su inacabable tarjeta de crédito. Todo lo demás, los solitarios paseos por el Hofburg, Schönbrunn, Belvedere (en realidad, no tan solitarios porque la acompañaban los agentes), o las visitas al museo de Arte Histórico o a la catedral de San Esteban, incluso los ballets y espectáculos del festival vienés de junio, todo la aburría y empalagaba hasta la náusea. Se preguntaba qué podía hacer una obra de arte como ella en aquella ciudad, donde todo era arte. Estaba deseando proseguir la gira fuera de Europa. Para el año siguiente, 2007, la Fundación les había prometido que viajarían por América y Australia. Quizás allí encontrara verdaderas diversiones.
—Nada —contestó—. ¿Por qué?
—Laura, Lena y yo habíamos pensado ir al Prater a pasar todo el día. ¿Te apuntarías?
—Bueno.
Y de repente sintió cómo la invadía una cálida oleada de gratitud hacia Sally. Con catorce años de edad, Annek Hollech era el cuadro más joven de la exposición (Sally, por ejemplo, tenía diez años más que ella). Cuando llegaba el día de descanso, el resto de las obras se marchaba por su cuenta. Nadie se preocupaba por ella. Para cualquier chica que no fuera Annek —habituada a la soledad y al silencio de museos, galerías y casas particulares—, aquella situación se hubiera hecho insoportable. De modo que el gesto de Sally la había emocionado. Pero hubiera sido muy difícil percibirlo, porque su rostro sólo expresaba las emociones que un pintor le hacía expresar.
—Gracias —dijo simplemente, depositando en ella una mirada azul verdosa.
—No me lo agradezcas —contestó Sally—. Lo hago porque me apetece estar contigo.
Y aquella frase tan amable volvió a emocionarla.


Bajaban en el ascensor. Dos Anneks de cabello lacio y rubio, espigadas, con sendas etiquetas amarillas atadas al cuello, se reflejaban en los cristales oscuros de las gafas de Díaz. Óscar Díaz era el agente de turno que la custodiaba de regreso al hotel. Siempre la obsequiaba con una sonrisa amable y una frase banal de cortesía. Aquel miércoles, sin embargo, se hallaba inusualmente lacónico. A ella le hubiera gustado iniciar la conversación, porque se sentía muy relajada después de hablar con Sally, pero recordó que no era conveniente que las obras de arte charlaran con el personal de custodia y decidió olvidarse del mutismo de Díaz. Tenía otras cosas en que pensar.
Llevaba dos años siendo Desfloración, una de las obras maestras de Bruno van Tysch, e ignoraba cuánto tiempo le quedaba antes de que el pintor decidiera sustituirla. ¿Un mes? ¿Cuatro? ¿Doce? ¿Veinte? Todo dependía de lo rápido que madurara su cuerpo. Por las noches, desnuda en las espaciosas camas de los hoteles donde dormía, se dedicaba a pasar el dedo por el borde de las etiquetas atadas a su cuello o muñeca, o llevaba la mano hasta la firma tatuada en su tobillo izquierdo (BvT en azul índigo), y pedía en silencio al remoto Dios del Arte y de la Vida que su anatomía se mantuviera en calma, que no se removiera en secreto, por favor, que no granaran sus pechos, que sus piernas no se elevaran como el barro en el torno, que las manos que pintaban sus caderas no recorrieran, cada día, un trayecto más amplio, más curvilíneo.
No quería dejar de ser Desfloración.
Le había costado seis años de esfuerzos llegar a convertirse en una obra maestra. Todo se lo debía a su madre, que había descubierto sus posibilidades como lienzo y la había llevado a la Fundación con sólo ocho años de edad. Su padre se hubiera negado, por supuesto, pero no pudo evitarlo porque ya no vivía con ellas: el matrimonio llevaba roto casi cinco años y Annek apenas lo había conocido. Sabía que era un hombre brutal, alcohólico y desequilibrado, un pintor anticuado de lienzos de tela que insistía en querer vivir de su oficio y se resistía a admitir que los lienzos no humanos ya habían pasado de moda. Desde que la madre de Annek obtuviera su custodia, pero sobre todo desde que Annek comenzara a estudiaren Amsterdam para convertirse en lienzo profesional, aquel hombre irascible y desconocido no había cesado de molestarlas salvo durante sus frecuentes ingresos en hospitales y cárceles. En el año 2001, cuando Annek se exhibía en el museo Stedelijk de Amsterdam como Intimidad, la primera obra que Van Tysch había pintado con ella, su padre se plantó de improviso en la sala. Annek reconoció las facciones desencajadas y terribles y los ojos enrojecidos que la contemplaban a diez pasos de distancia, junto al cordón de seguridad, y supo lo que iba a pasar un instante antes de que sucediera. «¡Es mi hija! —gritaba aquel hombre, fuera de sí—. ¡Se exhibe desnuda en un museo y sólo tiene nueve años de edad!» Se precisó la intervención de un equipo completo de agentes de Seguridad. Hubo un escándalo y un juicio muy breve, y su padre terminó en la cárcel de nuevo. Annek no quería recordar aquel desagradable episodio.
Aparte de Intimidad, el Maestro había pintado otros dos cuadros con ella: Confesiones y Desfloración. Esta última, de 2004, estaba considerada una de las más grandes obras de Bruno van Tysch; parte de la crítica especializada se atrevía a calificarla, incluso, como una de las más importantes de la pintura de todos los tiempos. Annek había pasado a la historia del arte con letras de oro y su madre estaba muy orgullosa de ella. Solía decirle: «Esto no es nada. Tienes toda la vida por delante, Annek». Pero ella odiaba tener «toda la vida por delante», no quería crecer, le angustiaba la posibilidad de abandonar Desfloración, de ser sustituida por otra adolescente.
La menstruación había irrumpido como una mancha roja sobre un lienzo puro, o como una señal de peligro. «Cuidado, Annek, estás madurando, Annek, pronto serás demasiado mayor para la obra», le advertía aquella señal. ¡Vaya si se alegraba de perderla, al menos por una temporada! Le rezaba al Dios del Arte (el de la Vida la odiaba), pero el Dios del Arte era el Maestro, que no iba a hacer nada salvo decirle, algún día: «Debemos sustituirte para que el cuadro perdure».
Intentó apartar la angustia de su mente. En vano: allí seguía.
El aparcamiento estaba oscuro y embrujado de ecos de motores. Un inmigrante turco llamado Ismail lo vigilaba aquella noche. Saludó a Díaz con la mano. Al sonreír, su bigote negro se alzó por las puntas. Díaz le devolvió el saludo mientras abría la puerta trasera de la furgoneta. Ismail vio el cuerpo de Annek inclinándose al entrar en el vehículo y la tiniebla ocre del interior tachando gradualmente su figura: la espalda, el contorno de sus caderas, el trasero, la longitud de sus piernas, un zapato de peluche, el otro. La puerta se cerró, la furgoneta arrancó, maniobró para salir, se alejó. El hotel Vienna Marriott se encontraba en la Ringstrasse, a pocas manzanas del complejo artístico del Museumsquartier, y el trayecto era breve y seguro, de modo que Ismail carecía de motivos para sospechar que pudiera suceder algo malo o incluso algo distinto de lo habitual.
No imaginaba que era la última vez que veía a Annek Hollech con vida.

miércoles, 24 de junio de 2015

Premio Herralde de novela 1991. Javier García Sánchez.


Javier García Sánchez nació en Barcelona el 7 de abril de 1955. Es uno de los autores con más influencia en el proceso evolutivo de la novela en los últimos años, aunque se inició en la publicación a los veintinueve años con el libro de poesías La ira de la luz, y después aparecieron ensayos y relatos, como Teoría de la eternidad o Mutantes de invierno. Pero su obra fue realmente conocida a raíz de la publicación de La dama del viento sur, que le valió el Premio Pío Baroja de Novela y la aparición de Última carta de amor de Carolina von Gunderrode a Bettina Brentano, que fue finalista del Premio de la Crítica, ambas obras lo situaron entre los autores más destacados de la nueva narrativa española.

Javier García Sánchez publicado artículos en Cuadernos Hispanoamericanos, El viejo Topo, Destino, Camp de l'arpa, Tiempo de Historia y Historia 16. Durante dos años fue redactor jefe de la revista Quimera y trabajó en la sección cultural de La Voz de Euskadi.

El 4 de noviembre de 1991 obtuvo el Premio Herralde de Novela por la obra La historia más triste y en 2003 el Premio Azorín de novela.
En los últimos años ha publicado cuatro novelas: Ella, Drácula, K2, Júrame que no fue un sueño y Robespierre.
El escritor confiesa ser un integrista del arte, un fundamentalista de lo maravilloso.



BIBLIOGRAFÍA
Novela:
El otro amor
Mutantes de invierno (1984)
Teoría de la eternidad (1984)
La dama del viento sur (1985)
Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano (1987)
El mecanógrafo (1989)
La hija del emperador (1990)
El amor secreto de Luca Signorelli (1990)
Recuerda (1990)
Crítica de la Razón Impura (1991)
La historia más triste (1992)
Continúa el misterio de los ojos verdes (1995)
Óscar. La aventura de correr (1997)
Los otros (1998)
La mujer de ninguna parte (2000)
Falta alma (2001)
Dios se ha ido (2003)
El alpe d'Huez (2004)
Ella, Drácula (2005)
K2 (2006)
Júrame que no fue un sueño (2009)
Robespierre (2013)
Relato:
Teoría de la identidad (1984)
Crítica de la razón impura (1991)

Poesía:

La ira de la luz (1980)
Biografía:
Indurain, una pasión templada (1997)


PREMIOS
Premio Pío Baroja (1985)
Premio El Ojo Crítico de RNE (1989)
Premio Herralde de Novela (1991)
Premio Azorín de Novela (2003)

https://www.escritores.org/biografias/2989-garcia-sanchez-javier

martes, 23 de junio de 2015

Premio Hugo, 1965. Autor: Fritz Leiber.


Premio Hugo, 1965.
Autor: Fritz Leiber.
El planeta errante es una novela larga, ambiciosa y de lectura fácil y amena.
Comienza con un eclipse de Luna. En todo el mundo la gente mira al cielo, y en rápida sucesión aparece una docena de personajes: astrónomos aficionados, fanáticos de ciencia ficción, entusiastas de los platillos voladores, y otros, todos brillantemente descritos. Es una narración con muchas tramas. La principal concierne a Paul Hagbolt, Margo Gelhorn, y a su gato Miau, durante un viaje nocturno en California del Sur. Se encuentran con una reunión, al aire libre, de observadores de ovnis. Repentinamente, las estrellas se desplazan hacia el lado oscuro de la Luna y un nuevo planeta se hace visible. Es el Errante, cuatro veces más grande que la Luna, en la cara visible tiene la forma del símbolo Yin?Yang, mitad oro, mitad púrpura: un enorme objeto no identificado que supera la imaginación de los fanáticos de los platillos voladores, un mundo artificial que ha viajado a través del hiperespacio y se ha detenido en nuestro sistema solar para reabastecerse en la Luna.
El planeta errante es en parte una novela de desastre, en parte una ópera espacial. Leiber enriquece el libro con incontables referencias a la mitología, la religión, las artes y la ciencia ficción.

Fuente: Título original: The wanderer. Traducción de Rubén Masera. Portada de Ripoll Arias.  1964; Fritz Leiber. 1988, EDHASA. Colección Clásicos Nebulae. Edición digital de Bizien.

Nota: como dato curioso  a esta novela en el año 2012, se publicó una noticia que señaló la existencia de un planeta errante o vagabundo en nuestra galaxia.
He aquí la noticia.

Un mundo errante vaga por el espacio. El insólito objeto cósmico, detectado por el Observatorio Austral Europeo (ESO, por sus siglas en inglés), flota libremente por el Universo sin estrella anfitriona. Este cuerpo es el mejor candidato descubierto hasta ahora que podría clasificarse como planeta errante y el objeto de este tipo más cercano al Sistema Solar, ya que se encuentra a una distancia de unos 100 años luz.
Los planetas errantes son objetos de masa planetaria que vagabundean por el espacio sin estar atados a ninguna estrella. Ya se han encontrado antes posibles ejemplos de este tipo de objetos, pero, al no conocer sus edades, los astrónomos no podían saber si se trataba de planetas o de enanas marrones — estrellas 'fallidas' que perdieron la masa necesaria para desencadenar las reacciones que hacen brillar a las estrellas.
Pero ahora los astrónomos han descubierto un objeto, denominado CFBDSIR2149, que parece formar parte de un grupo cercano de estrellas jóvenes conocido como Asociación estelar de AB Doradus. Los investigadores encontraron el objeto en unas observaciones realizadas con el telescopio CFHT (Canada France Hawaii Telescope) y han aprovechado las capacidades del VLT (Very Large Telescope) de ESO para examinar en profundidad sus propiedades.
El lazo entre el nuevo objeto y la asociación estelar es la clave que permitirá a los astrónomos deducir la edad del nuevo objeto descubierto. Si el objeto está asociado a este grupo en movimiento -y por tanto es un objeto joven— es posible deducir aún más cosas sobre él, incluyendo su temperatura, su masa, y de qué está compuesta su atmósfera. Se trata del primer objeto de masa planetaria aislado identificado en una asociación estelar, y su relación con este grupo lo convierte en elcandidato a planeta errante más interesante de los identificados hasta el momento.
"Buscar planetas alrededor de sus estrellas es similar a estudiar una mosca sentada a un centímetro de un distante y potente faro de coche", afirma Philippe Delorme (Instituto de planetología y astrofísica de Grenoble), investigador principal del nuevo estudio. "Este objeto errante cercano nos da la oportunidad de estudiar la mosca con detalle sin la deslumbrante luz del faro estorbándonos".
Se cree que objetos como este se pueden crear de dos modos, ambos intrigantes: como planetas normales que han sido expulsados del sistema que los albergaba, o bien como objetos solitarios como las estrellas más pequeñas o enanas marrones.
Este tipo de planetas pueden ser una ventana a multitud de conocimientos sobre el Universo. "Estos objetos son importantes, ya que pueden ayudarnos tanto a comprender más sobre cómo pueden eyectarse planetas de sistemas planetarios, como a entender cómo objetos muy ligeros pueden resultar del proceso de formación de una estrella", afirma Philippe Delorme. "Si este pequeño objeto es un planeta que ha sido eyectado de su sistema original, saca de la nada la asombrosa imagen de mundos huérfanos, a la deriva en el vacío del espacio".
Sin embargo, las investigaciones aún deben continuar para certificar si este objeto es definitivamente un planeta errante.

lunes, 22 de junio de 2015

ERNESTO SABATO Un hombre atormentado. Hemeroteca Literaria.


ERNESTO SABATO


ERNESTO SABATO
Un hombre atormentado

El famoso escritor argentino, autor de "Sobres Héroes y Tumbas" y de "El Túnel" es un hombre perdido en su laberinto interior, un ángel-demonio que no conoce la felicidad y que admira por sobre todas las cosas el coraje y la lealtad.
Aunque siempre está rodeado de mujeres que lo siguen boquiabiertas, niega ser un Don Juan, pero confiesa que ha habido tres o cuatro mujeres fundamentales en su vida. Dice que Alejandra, la inmortal heroína de su libro, es el personaje que mejor lo representa a él mismo.
Sábato odia escribir, se ríe del "boom de la literatura latinoamericana" y teme por sobre todo que sus ideas se vulgaricen y se mal interpreten.


por Isabel Allende
Para cualquier periodista que viaja a Buenos Aires, es casi una obligación procurar hacerle una entrevista a alguno de los jerarcas de la literatura argentina, lo que no resulta fácil porque se defienden como pueden de los preguntones y los curiosos. Creo que, por una vez, me sirvió de algo mi apellido (Allende) y gracias a él conseguí que Sábato me recibiera en su casa, santuario raras veces pisado por los que no llevan una muy buena justificación.
-Yo quiero mucho a Chile y algunas veces en mi vida he pensado irme para allá- fue lo primero que me dijo Ernesto Sábato mientras me invitaba a pasar.
... No sé por qué imaginaba su casa totalmente diferente. Me encontré en un caserón hecho como de parches, completamente loco, una casa-laberinto, con escalas inútiles, piezas distribuidas en fantástica geografía y una rara vegetación de árboles viejos y plantas apolilladas. Un frío casi glacial y una chimenea encendida en un living tapizado de libros donde el teléfono sonaba cada cuatro minutos, como en cualquier oficina pública. Todo esto a una hora y media de Buenos Aires. Estaba solo y me imagno que un poco triste, porque la entrevista, que debía durar 30 minutos, se convirtió en una conversación de horas en la que se me olvidó el frío, el tiempo y hasta el motivo por el cual estaba allí: un reportaje.
NI YO MISMO SE QUIEN SOY
... Ernesto Sábato me exigió las preguntas escritas y luego contestó (por escrito también) sólo algunas y en forma tan escueta que parecen aforismos. Cuando empezó a hablar, recostado en un diván raído del living de su casa, yo saqué papel y lápiz, pero me los arrebató de las manos.
... -No quiero que publique nada más que lo que le he dado escrito -dijo-. Me ha costado muchos años llegar a ciertas conclusiones y he necesitado muchas páginas para expresar mis ideas. No quiero que por resumirlas en tres líneas se desvirtúen o vulgaricen. O escribo un ensayo que puede resultar tan gordo como una enciclopedia, o mejor me callo y no digo nada.
... Sintiéndome frustrada como periodista, pero fascinada como mujer, abrí entonces las orejas y los ojos mientras él hablaba y hablaba, haciendo de cualquier pequeñez todo un monumento. (Entonces es cuando uno desea tener uno de esos aparatitos a lo James Bond que se disimulan en un prendedor y pueden grabar desde el vuelo de una mosca hasta el rugido de un cohete y con mayor razón las ideas de un hombre como Sábato).
... Desde las primeras frases el escritor me dio la impresión de ser un hombre terriblemente atormentado que busca incansablemente una realidad que se le escapa en laberintos de sueños.
... -Usted me pregunta quién soy... ¡Ojalá lo supiera!... Ignoro quién soy así como todavía ignoro cuál es mi Dios.
... Sábato es de los menores de una familia de ocho hermanos hombres. Y se crió en un ambiente disciplinado, severo, masculino, al que le atribuye su aspereza ante la vida tanto como su admiración por los caracteres viriles, por la lealtad, la amistad entre hombres, el coraje.
... En este momento se está presentando en Buenos Aires una obra teatral de Sábato "Romance a la Muerte de Juan Lavalle", que es un canto a la lealtad de 170 hombres que siguen a su general hasta que él encuentra la muerte inevitable. Los soldados, entonces, unidos por el juramento de que el enemigo no tendrá nunca la cabeza del general, huyen hacia la frontera boliviana y durante días y noches, a pleno sol o al intenso frío, galopan con el cadáver en descomposición, hasta que, finalmente, deciden descarnarlo y llevarse con ellos solamente los huesos envueltos en un poncho celeste y el corazón en un jarro con aguardiente. Esa loca aventura, que 170 hombres realizan de puro valientes y leales, inspiró a Ernesto Sábato y sobre eso habló mucho. Explicó que para él nada es más conmovedor e impresionante que el coraje y la amistad de los hombres. Piensa que no hay más puro que el amor viril y cree que difícilmente eso puede conseguirse con una mujer, porque siempre en el amor entre un hombre y una mujer entran a jugar factores que ensucian las cosas, el tira y afloja de la posesión, la lucha por demostrar quién es más poderoso, el sexo, el amor propio y otras exigencias. Tampoco cree que las mujeres entre ellas sean capaces de sentimientos tan nobles, aunque admite que hay mujeres extraordinarias. Sin ser "machista" Sábato contesta sin vacilaciones que lo que más le atrae en una mujer es que sea femenina. Le causa espanto la mujer masculinizada y deplora que en la lucha por igualdad de derechos se pierda la noción fundamental de que hombres y mujeres son diferentes "¡y viva la diferencia!"
SOBRE HEROES Y TUMBAS
... Hablando sobre su obra, Sábato dice que considera que el libro más logrado es "Sobre Héroes y Tumbas".
... -Es la obra en que intento dar una versión total de mi realidad. De toda mi realidad. Sobre héroes y tumbas, sobre esperanzas y desesperanzas, sobre la vida y la muerte, sobre el bien y el mal.
... A pesar de que muchas partes del libro son bastantes oscuras y rebuscadas, se han editado 200.000 ejemplares. El autor piensa que su mensaje ha llegado a todo el mundo.
... -Creo que el gran público puede entenderla, aunque en diferentes planos y profundidades.
... Alejandra, la heroína del libro, que ya puede considerarse un personaje clásico de la literatura, es un engendro de la realidad y la fantasía. Sábato la copió de ninguna mujer en especial y de todas en general.
... -Ibsen decía que todos los personajes habían salido de su corazón. Flaubert dijo "Madame de Bovary soy yo mismo". Todos los personajes centrales de una novela son más caras de diversos fantasmas que viven en lo más profundo de nuestro ser. El adolescente, el viejo, el intelectual, el artista, el ángel, el demonio. Todo sale de allí. También Alejandra. Sobre todo Alejandra. Es uno de los personajes que quizás más me representa.
... -¿Y Bruno y Fernando Vidal?
... -También, claro. Pero Bruno es apenas el emanado de mis mejores sentimientos, que son los menos.
... Sábato (que, sin embargo, no me pareció un hombre falsamente modesto), confiesa tener muchos más defectos que virtudes. Se reprocha especialmente tener un carácter difícil, que hace desgraciados a los seres que lo rodean y a quienes él quisiera darles felicidad. Pero es un hombre incapacitado para la felicidad, permanentemente torturado y tironeado por los diversos personajes que viven dentro de él mismo. Un hombre multifacético, que aunque tiene un solo matrimonio, confiesa haber tenido varias mujeres importantes en su vida y en su obra, que han satisfecho los diversos aspectos de su personalidad. A pesar de todo, la dedicatoria de su libro es muy decidora: "Dedico esta novela a la mujer que tenazmente me alentó en los momentos de descreimiento, que son los más. Sin ella, nunca habría tenido fuerzas para llevarla a cabo. Y aunque habría merecido algo mejor, aun así, con todas sus imperfecciones, a ella le pertenece". Esa mujer es su esposa.
ODIA SER ESCRITOR
... Ernesto Sábato no se considera encasillado dentro de una "escuela" determinada.
... -No. Soy un francotirador. Tengo con la literatura la misma relación que puede tener un guerrilero con el ejército regular. No soy un escritor profesional. Detesto la literatura y los literatos.
... Si no fuera escritor ¿qué le gustaría ser?
... -No me gusta ser escritor. Me gustaría ser arqueólogo, lingüísta. O tener un pequeño taller mecánico en un barrio desconocido.
... Hablando de política, de la realidad argentina y de la chilena, opina que no se puede estar al margen de los procesos de cambio que tienen que enfrentar los países subdesarrollados.
... -Ningún hombre lúcido, digno y generoso puede apoyar la injusticia en ninguna de sus formas. Soy partidario de la transformación social. Pero quiero justicia social con libertad. No quiero que se reemplace la esclavitud economica por la esclavitud política. Todas las esclavitudes me repugnan.
... -¿Cree en el hombre?
... -Sí, a pesar de ser el animal más siniestro de la creación. Si no creyera en el hombre ¿cómo podría seguir viviendo?
... Durante la conversación en el living-escritorio de Sábato muchas veces noté el desprecio del escritor por las vacas sagradas de la literatura latinoamericana, por lo que considera una moda en la que hay muchos vivos que se han inflado sin tener verdadero talento y en cambio hay otros, como Juan Rulfo, que son verdaderos genios, pero que tienen mucho menos renombre.
... -No creo en el "boom" de la literatura latinoamericana. Las modas nada tienen que ver con la historia profunda de una literatura. Kafka no formó pate de ningún boom de literatura checa.
... -¿Qué opina del lector?
... -Para él escribo, responde lacónicamente.
... -¿Logró expresar a través de su obra todo lo que quería?
... -Cada obra es un borrador de algo que uno intenta decir. Las obras sucesivas se acercan o se deberían acercar, cada vez más, a ese misterioso enigma de uno mismo. La preocupación fundamental de mi obra soy yo mismo, es decir, el hombre. Decía Kierkegaard que en la medida en que ahondamos en nuestro propio corazón ahondamos en el corazón de los demás.
... Pero, para ahondar en el corazón de Sábato tal vez el único camino sea tratar de desenredar su "Informe Sobre Ciegos" que termina con esta frase simbólica: "La astucia, el deseo de vivir, la desesperación, me han hecho imaginar mil fugas, mil formas de escapar a la fatalidad. Pero ¿cómo puede nadie escapar a su propia fatalidad?
http://www.letras.s5.com/sabato130303.htm 

Premio Hammett de novela 2003. Novela: El pecado o algo parecido.


Premio Hammett de novela 2003. Novela: El pecado o algo parecido.

Francisco González Ledesma (Barcelona, 17 de marzo de 1927), escritor y periodista español especializado en género policiaco. Junto a Manuel Vázquez Montalbán y el pequeño grupo, reunido en torno a la Semana Negra de Gijón, es considerado como uno de los principales impulsores de la novela negra de corte social en España.
Novelista precoz, se inició escribiendo guiones de cómics para la editorial Bruguera y novelas del Oeste que entrega a un ritmo de una a la semana, bajo el pseudónimo Silver Kane, lo que le proporciona oficio y recursos literarios, además de permitirle costearse la carrera de Derecho. Obtuvo en 1948, con solo 21 años, el Premio Internacional de Novela instituido por el editor José Janés por su novela Sombras viejas y en cuyo jurado se encontraba Somerset Maugham y Walter Starkie. Sin embargo, la censura franquista prohibió su publicación, tildando a su autor de `rojo` y `pornógrafo`, lo que le sumió en el silencio como novelista y le llevó a dedicarse primero a la abogacía y después al periodismo, en el Correo Catalán y, durante 25 años, en La Vanguardia, donde llegó a ser redactor jefe. Ambas profesiones le proporcionaron un buen conocimiento de la sociedad, de las calles de Barcelona, de los políticos y del mundo de las finanzas, que utilizaría en sus futuras novelas. En su tiempo libre, escribió Los napoleones (que también fue prohibida), Las calles de nuestros padres y Expediente Barcelona (finalista del Premio Ciutat de València, en 1983), que solo pudieron ser publicadas con la transición política a la democracia. En 1984 recibió el Premio Planeta por Crónica sentimental en rojo lo que le supuso notable popularidad y muchos ánimos para seguir escribiendo.
Su novela Expediente Barcelona fue traducida y publicada por la prestigiosa editorial francesa Gallimard, lo cual le proporcionó un prestigio y éxito editorial en Francia muy superior del que goza en España, hasta el punto de que sus nuevas novelas aparecen publicadas antes en el país vecino. El protagonista de sus novelas, el comisario Ricardo Méndez, mezcla de escepticismo y pundonor, sigue los cánones del relato criminal. Méndez aparece por vez primera precisamente en Expediente Barcelona e inagura una serie novelística que, junto a la propia ciudad de Barcelona, constituye el nexo central de sus novelas.

Fuente: N.N.

***
Un nuevo caso del detective Méndez. Una señora contempla como unos hombres vestidos de cura cargan el cadáver de un hombre que estaba en el banco de la plaza. Éste no es un caso cualquiera para Méndez, que deberá ocultar la muerte y la desaparición del cadáver de Paco Rivera, finado en un prostíbulo que frecuentan personajes muy poderosos.

(Fragmento de novela).

Francisco González Ledesma
El pecado o algo parecido
Comisario Méndez 6
Título original: El pecado o algo parecido
Francisco González Ledesma, 2002

 
  1. UNA CUESTIÓN DE SOTANAS

Habrase visto, milady —dijo la señora Robles, que a sus setenta y cinco años estaba aprendiendo inglés—, habráse visto, my teacher, usted, que lleva tan poco tiempo en Madrid, lo que pensará de esta ciudad chingona. Ahora mismo, aquí, al otro lado de la plaza, ¿no ve usted? ¿No diría que aquel caballero tan respetable, aquel gentleman, of course, está muerto? ¿No le parece su postura un poco extraña para uno que está tomando el suri?
  —Speak english, only english —susurró con paciencia la jovencísima profesora de jubilados (estudiante a la vez en la Complutense) mientras pensaba que todos sus alumnos jubilados machos no querían aprender inglés, sino tocarle paternalmente el culo—. Only english, if you want learn quickly. ¿Quién quiere decir usted?
  —Aquél de enfrente, justo enfrente, my baby, ¿no ve usted? See you just in front, please. Para mí que aquel caballero está jodido, está dead. No se mueve: he is very quiet, demasiado quiet. Y lleva así casi cinco minutos, me he fijado bien. El sombrero le tapa la cara, pero tiene la cabeza demasiado hundida, the head is underground, o como se diga, lady my teacher, ya sabe usted, ya sabe you. Y otra cosa asombrosa: usted no se ha fijado, pero yo sí. ¿Sabe quién lo ha puesto en ese banco? Pues dos putitas. Con toda la delicadeza del mundo, eso sí, haciendo ver que todavía andaba, pero dos putitas.
  —Only english —dijo pacientemente la jovencísima profesora, que esperaba cobrar muy pronto las clases del mes.
—Tiene razón: dos foqui-foqui girls. —¿Pero qué dice?
—Pues claro que sí, yo lo he visto. I see it with the eyes of me, lady teacher. Y oiga… ¿pero qué otra cosa asombrosa está sucediendo? Mire: do you means? ¿No ve esos dos curas que se están llevando al muerto? Y sin demasiados disimulos, oiga, joder, que hablar en castellano descansa. Que yo a los muertos no les rezo en only english, oiga. Se lo llevan como si estuviese enfermo, o borracho, o sidado en fase terminal, y aquí nadie chista. No sé qué va a pensar usted, hija, con el poco tiempo que lleva aquí, de esta ciudad del ande yo caliente, el kiss me y el chollo putañero. Ah… ¿no me entiende? Claro, ya sé cómo se dice: putañero business. Pues no sé qué va a pensar, hija, es lo que yo digo. Claro que como van vestidos de cura quizá nadie se atreve. Mire qué solemnes: parecen deanes de Toledo, ésa es la verdad. Yo estuve en Toledo de recién casada, pero entonces los curas eran más santos y más gordos, parecían todos en estado de buena esperanza. En fin, ya lo han metido en aquel coche tan bonito, Dios sabe lo que van a hacer con él. Y con tanta desvergüenza… Vestidos como curas de los de antes, curas de verdad, curas de canto gregoriano después de cenar, aunque mi difunto marido decía que eran de canto gastronómico. Si al menos hubieran venido vestidos como Dios manda, es decir, como obreros de la Renfe… Se ve que no tienen un street wardrobe. O al menos, digo yo, podrían haber venido en clergyman. Qué escándalo.

domingo, 21 de junio de 2015

Jorge Luis Borges: Entrevista por César Hildebrandt. HEMEROTECA LITERARIA.




Jorge Luis Borges: Entrevista por César Hildebrandt. Revista Caretas 19 de diciembre de 1978


jorge luis borgesPrimera pregunta: ¿va a hacer usted conmigo lo que sue¬le hacer con todos los periodistas?
—¿Y qué hago?
Tomarles el pelo sin ninguna misericordia.
—Jamás he hecho eso en mi vida. Sucede que yo siempre he contestado sinceramente. Y todo el mundo prefiere suponer que esas contestaciones mías son bromas o ironías. Yo soy una persona educada, no le tomo el pelo a nadie. Y espero que no me lo tomen, tampoco.
¿Sigue insistiendo en esa delicia de frase: la democracia es un espejismo de la estadística?
—Es un abuso de la estadística. Eso es verdad, es evidente.
¿Por qué evidente?
—Porque si se tratara de un problema matemático nadie su¬pondría que la mayoría de la gente puede resolverlo. En polí¬tica, sin embargo, sí se supone que la mayoría tiene la razón. Eso se vio en mi país, cuando el que sabemos obtuvo nueve millones de votos…
El que sabemos… ¿Perón, verdad?
—Sí.
Su odiado Perón… Borges, usted lo llamó cobarde y rufián.
—Bueno, podría haber empleado palabras más duras…
¿Pero le parece justo eso? ¿Ahora que él está muerto y han pasado algunos años?
—Un rufián muerto sigue siendo un rufián. Y un cobarde muer¬to no es un valiente. La muerte no beneficia tanto. Aunque yo en una milonga digo: no hay cosa como la muerte para mejorar la gente.
Usted dijo alguna vez: «Yo siempre le pido a Dios —que no existe— el privilegio de dudar hasta que muera». ¿Sigue us¬ted dudando, Borges?
—No. Yo ahora estoy seguro de que no hay otra vida y que no hay Dios. Es una certidumbre que me satisface, me tranqui¬liza. Saber que todo esto pasará, que yo me olvidaré, que seré olvidado… Yo soy un hombre ético pero no religioso.
Ha dicho también, Borges, que considera un bochorno vi¬vir tanto y que quisiera morirse. ¿Esa proximidad a la muerte no lo conduce a Dios?
—No. Me conduce a la esperanza de que no haya Dios y que no haya otra vida. Desde luego, las Sagradas Escrituras, lla¬mémoslas así, aconsejan vivir hasta los 70 años. Yo he cumplido 79. Recuerdo cuando mi madre cumplió 98 años —ella murió a los 99— y me dijo: «¡Caramba, se me fue la mano!».
Usted es para muchas gentes tan edípico, Borges…
—¿Por qué?
Su relación con su madre fue siempre tan intensa, tan ob¬sesiva… ¿No cree que había algo de edípico en ello?
—Bueno, como dijo Chesterton lo único que sabemos de Edi¬po es que no padecía del complejo… Yo tengo un recuerdo tan puro y tan grato de mi madre. Ella ha muerto hace tres años. Yo no he querido cambiar nada de su pieza. Y cada vez que vuel¬vo a casa me asombro de que ella no esté esperándome. A la sirvienta, que es mujer del pueblo y que habla guaraní aparte del castellano, le pregunto: ¿Usted no la siente a madre? Y ella me dice: «Pero claro que la siento. La señora está aquí». No me lo dijo para alarmarme sino, al contrario, para tranquilizarme. Y entonces le hice otra pregunta: ¿Si usted la viera a mi madre en su cuarto, sentiría miedo? Y esta muchacha, la correntina, me dice: «¿Por qué miedo? Si no le tenía miedo cuando vivía, ¿por qué ahora habría de sentir miedo?».
Borges, usted ha cultivado una sorprendente modestia en torno a la estimación de su propia obra…
—Bueno, es que yo quiero ser olvidado…
Pero usted sabe que es un gran escritor.
—No creo. Yo no tengo obra. Mi obra es…
Una miscelánea…
—Una miscelánea, una ilusión óptica lograda por la tipografía.
Me está tomando el pelo, Borges. Usted no puede pensar eso de su obra.
—Claro que sí. Lo que me parece raro es que la gente sea tan indulgente conmigo. A mí no me gusta tanto lo que yo escri¬bo. Claro que eso le pasa a todo escritor. Se han escrito libros sobre mí y yo no he leído ninguno. Alicia Jurado escribió un libro sobre mí, que me aseguran que es muy bueno, y yo le dije: «Alicia, tú sabes que leo todo lo que escribes pero en este caso no voy a leer tu libro porque se trata de un tema que no me in¬teresa o que, quizá, me interesa demasiado».
Como se lo recordó un periodista hace algún tiempo, Car¬pentier dice de usted que sus opiniones políticas son incalifica¬bles…
—No conozco a Carpentier. En cuanto a mis opiniones políticas, no creo que tengan importancia. Cuando escribo trato de prescindir de mis opiniones. La literatura es una operación mis¬teriosa. Recuerdo aquí algo que dijo uno de mis autores preferidos, Kipling: «A un escritor le está permitido componer fábulas, pero no puede saber cuál es la moraleja». Es decir, un escritor no puede sa¬ber cuál será el resultado de lo que escribe en la mente de otros. Y eso le sucedió al propio Kipling, que, a pesar de ser inglés, demues¬tra en sus obras una evidente simpatía por la India y cuya casa na¬tal, en Bombay, es ahora un museo. Las opiniones son generalmente superficiales, cambian…
Y usted ha cambiado ¿verdad? Fue comunista, fue radical, hoy es conservador.
—Sí, pero ser conservador es una forma de ser escéptico. Cuando me afilié al partido conservador dije algo que molestó…
Que solo los caballeros siguen las causas perdidas.
—Sí. Porque me preguntaron: «¿Usted va a afiliarse? Pero es¬ta es una causa perdida». Y yo dije: «A un caballero solo le in¬teresan las causas perdidas». Y después dije otra cosa que los molestó: que el partido conservador tenía la ventaja de no poder provocar ningún fanatismo.
¿Nunca se ha sentido irresponsable cuando habla de polí¬tica?
—Yo tengo mi conciencia clara. Nadie puede tomarme por comunista, por fascista, por nacionalista…
Usted fue condecorado por Pinochet…
—Sí. Yo creo que Pinochet es un buen gobernante. Ese es el único Gobierno posible, así como el de Videla es el único Gobier¬no posible en Argentina. Estoy hablando de determinados países en determinadas épocas. ¿Pero por qué importan tanto mis opinio¬nes políticas?
Porque usted es, aunque no lo quiera, un líder de opinión y lo que usted dice se toma con respeto…
—Pero no tiene por qué aceptarse. Yo mismo no estoy muy seguro de lo que digo.
Claro que no tiene por qué aceptarse. A mí me parece inaceptable lo que dice. Estamos de acuerdo.
—Si estamos de acuerdo, podemos cambiar de tema… Yo tengo mi conciencia cívica limpia. Por ejemplo, yo era director de la Biblioteca Nacional, que es un cargo no bien rentado pero muy visible. Cuando supe el resultado de ciertas elecciones, renuncié. Mi madre me dijo: «No podés servir a Perón decorosa¬mente». Claro que no, le dije yo.
¿Esa fue la última vez, verdad? Porque la primera…
—La primera vez yo era simplemente bibliotecario…
¿Y es cierto que los peronistas lo nombraron inspector de precios?
—No, no. Me nombraron inspector para la venta de aves y huevos, para que yo renunciara. Yo comprendí e inmediatamen¬te renuncié. ¿Qué sabía yo de venta de aves y huevos en los mer¬cados? No poseía la erudición necesaria. Y la verdad es que les agradezco a los peronistas. Porque si esto no sucede yo hubiera seguido en esa pequeña biblioteca de barrio, ganando 240 pesos mensuales. Dos o tres meses antes de que ocurriera aquello yo fui a una reunión con unas señoras inglesas. Y había una de ellas que leía el porvenir en las hojas de té. Me dijo que iba a hablar mucho, que iba a viajar, que iba a ganar dinero hablando. Yo nunca había hablado antes en público. Pero así sucedió. Me echaron de ese cargo y tuve que resignarme a dar conferencias, cosa que me aterraba.
Usted ha dicho que de sus obras tal vez se puedan resca¬tar seis o siete páginas. ¿Cuáles?
—Es que si nombro una quizá me dé cuenta de que no es res¬catable… A ver… Hay un poema que se titula «Otro poema de los dones»…
¿Es posterior a «Elogio de la sombra», verdad?
—No recuerdo bien la cronología de mis obras… Hay un poe¬ma sobre mi bisabuelo, el coronel Suárez, que comandó la carga de caballería peruana en la batalla de Junín. Tenía 26 años.
Y el prólogo a Lugones…
—¡Ah, sí! Yo creo que eso es lo mejor que he escrito. Vamos a condenar todo lo demás y vamos a salvar ese prólogo, ¿qué le parece?
Ese texto es absolutamente magistral pero no puedo estar de acuerdo en que sea lo único salvable… Es extraño, sin em¬bargo, oír de usted palabras generosas sobre algo de su obra.
—Hay también un poema que se titula «El otro tigre». Es lin¬do también, la verdad… Mis amigos me dicen que soy un in¬truso en la poesía. Yo creo que no. En todo caso, mi poesía es más inmediata y más íntima que mi prosa. La prosa siempre ha sido un objeto que yo he fabricado. Pero tengo la impresión que la poesía es algo que sale directamente de mí. Ahora, ¿qué haríamos sobre ese prólogo a Lugones? ¿A usted qué le parece? ¿Es poesía o es prosa? Creo que la diferencia es formal. De al¬guna manera es poesía también, ¿no?
Eso creo yo también… Sin embargo, usted tiene una ima¬gen, digamos pública, de escritor cerebral, casi glacial a veces.
—No soy frío. Desgraciadamente, soy incapaz de pensamien¬tos abstractos. He leído a los filósofos, pero me dejo llevar por la belleza de una frase. «Peregrina paloma imaginaria / que enar¬deces los últimos amores / alma de luz, de música y de flores / peregrina paloma imaginaria…». Que no quiere decir absoluta¬mente nada, pero que es muy linda… El otro día encontré esta metáfora, que es tan hermosa: «Si no me hubieran dicho que era el amor yo habría creído que era una espada desnuda». ¿No es lindo y terrible? «Si no me hubieran dicho que era el amor yo habría creído que era una espada desnuda».
¿Dónde la halló?
—En una página de Kipling. ¿Increíble, verdad? No parece de Kipling. Cuando un verso es muy bueno ya no pertenece a nadie ¿no? Se diría que cuando un verso es característico del au¬tor ya no es excelente.
¿Alguna vez ha sentido el impulso de plagiar?
—Continuamente… Aunque, en verdad, la palabra plagio es errónea. El idioma es una serie de plagios, de convenciones. En la escultura, por ejemplo, todas las estatuas ecuestres serían pla¬gios de la primera estatua ecuestre. Todos los cuadros de la Vir¬gen y el Niño se parecen. Y en literatura hay tan pocos temas.
Borges, usted ha dicho varias veces de sí mismo que es un desdichado. ¿Pero sabe una cosa? Ni en su obra ni en su ros¬tro hay desdicha.
—Sí es cierto… Creo que nuestro deber es no ser desdicha¬dos. Yo he escrito muchas letras de milongas y en una de ellas, que trata de un compadrito al que lo mataron, digo: «Entre otras cosas hay una, de la que no se arrepiente nadie en la Tierra; esa cosa es haber sido valiente. Siempre el coraje es mejor, nunca la esperanza es vana. Vaya pues esta milonga para Jacinto Chi¬clana». Jacinto Chiclana se llamaba el compadrito. Tengo otra sobre otro compadrito que se llamaba Alejandro Albornoz, que peleó contra muchos y entre muchos lo mataron a puñaladas. La milonga concluye así: «Un acero entró en el pecho: ni se le movió la cara; Alejo Albornoz murió como si no le importara»… Yo estaba buscando una frase para que él la dijera. Pero creo que así quedó mejor, ¿no?
Usted admira la valentía pero siempre ha dicho que no ha sido valiente.
—Que lo diga mi dentista… La verdad es que en cualquier destino uno puede ser valiente o puede ser cobarde. Un hom¬bre, por ejemplo, que acepta que una mujer no lo quiere es valiente a su manera.
Usted dijo alguna vez algo que me pareció terrible: que tanto su padre como su abuelo virtualmente buscaron la muerte, por valientes; y que usted no se atrevería a hacer lo mismo…
—Sí, mi abuelo, el coronel Borges, se hizo matar en la bata¬lla de Laverde, en 1864, durante una revolución que organizó Mitre y que fracasó. Por razones políticas, mi abuelo decidió ha¬cerse matar. Se puso un poncho blanco, montó un caballo tordi¬llo, avanzó al trote hasta las trincheras enemigas y le metieron dos balazos. Mi padre sufría de hemiplejía y él me dijo: «Yo me hubiera debido meter un balazo. No te voy a pedir a ti que lo hagas, pero me las voy a arreglar, no te aflijas». Efectivamente, rehusó todo alimento, toda medicación, solo tomaba agua y se dejó morir. Fue un suicidio poco escénico. Yo escribí un soneto sobre eso: «Te hemos visto morir con el tranquilo ánimo de tu padre ante las balas…».
Borges, usted no lee desde 1955…
—Sí, pero tengo amigos que me leen. Seis o siete amigos buenos que me visitan siempre y que me leen…
Así conoció a García Márquez…
—Claro, un gran escritor, aunque creo que el principio de Cien años de soledad es mejor que el final. Pero es normal. Al final el autor se cansa.
García Márquez es casi el único escritor latinoamericano de hoy sobre el que usted emite una opinión…
—No. Hablando de argentinos, por ejemplo, le diría que Ma¬llea es un excelente escritor…
¿Cortázar?
—No. Cortázar se ha perdido en juegos formales.
¿Por qué sigue comprando libros, tantos libros?
—¡Qué raro! Es un poco de superstición, ¿eh? Acabo de ad¬quirir una enciclopedia alemana que quería tener desde hace muchos años. No puedo leerla pero sé que está ahí y es esa presen¬cia lo que importa.
Quizá, Borges, si hubiera leído a Sartre, como no lo ha he¬cho…
—No, lo he leído…
…Se habría sentido tan próximo cuando él habla en Las palabras de ese fetichismo por los libros que sintió desde niño. Porque es eso, ¿no?
—Es el objeto del libro, sí… Si me hablan de un libro sagra¬do, lo entiendo. Pero si me hablan de una revista sagrada, o de un disco sagrado, ya no. Quizá dentro de 500 años se hable de discos sagrados y de periódicos sagrados.
Hablando de discos y periódicos sagrados, ¿por qué fue us¬ted tan duro con Estados Unidos?
—Es que viví cuatro meses ahí. Y me encontré con un gran país hecho de individuos muy mediocres. En la Universidad de Michigan hay un curso, para estudiantes que tienen de 25 a 30 años, de conversación en inglés. Y yo le digo a la profesora: ¿Qué les enseña? Y me dice: «Bueno, yo les digo que un buen método para agilizar el diálogo es hablar del tiempo: se puede decir que ha nevado, que ha dejado de nevar, que nieva o que va a ne¬var». Bueno, los estudiantes tienen que aprender esa miseria y tomar notas… ¿No le parece triste? Otro día hablaba con unos estudiantes a los que solo les faltaba la tesis para ser doctores en letras. Yo cometí el error de mencionar a George Bernard Shaw. «¿Who’s he?», me preguntaron. ¿Qué les parece? Es espan¬toso.
¿Sigue pensando que la literatura española no existe?
—Creo que fuera de tres o cuatro libros podría prescindir de la literatura española. La literatura española comenzó admirable¬mente. El romancero es admirable. Fray Luis de León es un gran poeta. San Juan de la Cruz también. Y luego… Garcilaso repite lo que había hecho en Italia. Y con Quevedo y Góngora todo se vuelve rígido, ya empieza lo barroco. De todo esto se salva El Quijote, sobre todo su segunda parte. Lo demás de Cervantes es horroroso.
Borges, de su desdén por las multitudes…
—No es que las desdeñe, es que no existen, son abstracciones…
Bueno, de ese desdén surge su convicción de que el fútbol o el tango son algo estúpido ¿verdad?
—A mí me gustan algunos tangos. Me gusta «El choclo», por ejemplo. Me gustan los tangos viejos. Lo que pasa es que con Gardel se inicia la decadencia. Ahí empieza el sentimiento. El tango no puede ser sentimental. Nace en los prostíbulos y las pri¬meras letras son muy obscenas.
¿Por qué no ha escrito una novela, Borges?
—Yo no soy lector de novelas. ¿Por qué voy a ser escritor de novelas? La novela no me gusta, es un género que me desagrada.
¿Por qué?
—Porque está lleno de ripio. En un cuento de Kipling, o un cuento de Henry James, todo es esencial. En las novelas hay mucho de inservible. Tienen que ponerle paisajes, digresiones, intervienen las opiniones del autor.
¿Y la poesía?
—Sigue siendo lo más importante. Esa convicción la tengo con toda el alma y con todo el cuerpo. Es mi mayor necesidad…
Borges, lo está llamando su secretaria…
—Bueno, lo siento, tenemos que terminar, lo siento… Discre¬pamos de muchas cosas, ¿verdad? Pero eso está bien. Porque entenderse es una miseria.

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