martes, 27 de mayo de 2014

Carlos Fuentes. Kafka. Del libro: "En esto creo".


KAFKA
«¿Has leído a Kafka?», me pregunta Milán Kundera. «Por supuesto —le contesto—. Creo que es el escritor indispensable del siglo XX.» Kundera sonríe socarronamente: «¿Lo has leído en alemán?» «No.» «Entonces no has leído a Kafka.»
La reflexión de Milán Kundera sobre la excelencia intraducibie de la lengua alemana empleada por Kafka admite ya, en castellano, una notable y muy honrosa excepción. La traducción de Miguel Sáenz (Franz Kafka, Obras completas. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona) es de tal manera espléndida que dudo mucho la afecte la ironía de mi amigo Milán.
Kafka, el escritor indispensable del terrible siglo XX.
Sin él, no entenderíamos nuestro tiempo.
Pietro Citati, con valor intelectual y moral, se atreve a pensar lo impensable: que en El proceso de Kafka, Josef K. sea culpable. Que la aparente víctima sea el posible culpable.
No obvia Citati los niveles biográficos de Kafka y su relación con el padre, el judaísmo, la vida burguesa y profesional y su ciudad, Praga, la madrecita con garras. Gregorio Samsa, después de todo, prefiere ser, nos dice Citati, un hijo sacrificado que un insecto libre. Es un Isaac cuyo sacrificio, en La metamorfosis, no lo interrumpe el Ángel de Dios.
Y el escritor mexicano Sealtiel Alatriste, en su novela El daño, nos ofrece a un Kafka en íntima relación con su madre, que sacrifica su propia vocación musical al genio literario del hijo.
Pero la propuesta de Citati, que puede parecer escandalosa —la víctima es culpable— se vuelve luminosamente rigurosa cuando nos hace entender que el poder es virtual y la víctima del poder actualiza una fuerza que, de otra manera, sería inexistente.
Nosotros vestimos al Emperador desnudo.
Nosotros convertimos al fantasma del poder en el cuerpo del poder.
Kafka lo único que hace es indicarnos la desproporción que existe entre el poder real y el relato del poder. De donde se deriva la cuestión: si el poder hace eficaz su propia ficción, ¿cómo puede la cultura hacer eficaz su propia realidad? ¿Basta la subjetividad?
Los Diarios de Kafka, indica el filósofo chileno Martín Hopenhayn, le dan a sus novelas la resonancia subjetiva de la cual éstas carecen. No hay ninguna interioridad en la ficción de Kafka. Los Diarios, en cambio, son el reclamo interior de pasiones externas. Ésta es una complementariedad angustiosa, toda vez que los protagonistas de las novelas son héroes de la razón. Sufren por estar marginados de la razón. Pero no entienden las «razones» que los marginan. Su «racionalidad», entonces, consiste en disolverse en un sistema indiferenciado y verse a sí mismos fuera de los procesos de formalización de la vida social.
De allí la extraordinaria escenificación kafkiana de la relación entre el individuo y el poder —sin duda, la más lúcida, la más inquietante y la más actual que se haya escrito en los últimos cien años.
El individuo en Kafka es un parásito, escribe Hopenhayn, que quisiera dejar de serlo pero que, a pesar suyo, revela el mundo de parásitos que el sistema requiere para ejercer el poder. El «héroe» kafkiano sólo quiere ser acogido por el poder. Pero al someterse al poder, rasga sin quererlo la máscara del poder. El «héroe» kafkiano, gracias a su torpeza, no a su inteligencia, revela el fondo arbitrario del poder. En Kafka, el Emperador no es desvestido por un crítico del Emperador. La desnudez del poder es revelada en la imposibilidad que tienen sus sujetos de descifrar los designios del poder.
El poder literario de Kafka deriva de un hecho: sus ficciones describen a un poder que hace eficaz su propia ficción. En El proceso, como en El castillo, Kafka describe un vacío de poder que se presenta como algo plenamente colmado. Conocemos la mentira que usurpa el poder pero, aun sabiéndola mentira, asistimos estupefactos ante la representación que la disimula. El poder en Kafka ejerce su dominio por pura virtualidad. Las autoridades del Castillo se mantienen siempre intactas porque son sólo potenciales. En consecuencia, la víctima del poder (Josef K, el Agrimensor) imagina un poder proporcional a la fuerza de su ausencia. La regla de la regla del poder es la incertidumbre respecto a su aplicación.
Al morir en 1924, Franz Kafka no podía predecir, con puntualidad de historiador cronológico, que diez años más tarde su infernal imaginación del poder se volvería la realidad histórica del poder. Pero al arribar de noche a arrestar sin razón ni disculpa a sus víctimas, la Gestapo o la NKVD estaban arrestando a Franz Kafka. ¿Hay algo más kafkiano que el arribo a Minsk, en 1937, del Camarada Comisario I. V. Kovalev para asumir sus funciones y encontrarse unas oficinas absolutamente vacías porque su predecesor y la totalidad de los funcionarios habían sido ejecutados como traidores a Stalin? Kovalev, fatalmente, tomó el escritorio de la siguiente víctima, él mismo. Mijail Koltsov, el corresponsal de Izvestia durante la guerra de España, declaró, kafkianamente, que si Stalin lo declaraba a él, Koltsov, un traidor, Koltsov lo creería, aunque no fuese cierto. Y en efecto, Koltsov fue encarcelado y ejecutado como parte de la cuota de detenciones que la policía secreta debía cumplir para satisfacer al dictador, a sabiendas de que ellos mismos, los verdugos, acabarían siendo las próximas víctimas de la paranoia estalinista.
Pero Kafka no es un politólogo. Es un escritor. Lo cual significa que, al contrario de lo que puede suceder en la historia política, en la historia personal y sobre todo en la imaginación personal, tiene lugar un drama de dudas, cegueras, ambivalencias y mudas heroicidades que se complementan, en el espacio de un dormitorio, de una oficina, de un lecho, con el ejercicio del poder.
Gregorio Samsa, en La metamorfosis, se convierte en escarabajo, no sólo para huir de su padre sino para huir del gerente, del comercio, de los burócratas, nos indican Félix Guattari y Gilles Deleuze en su estudio Kafka: por una literatura menor. Hopenhayn añade con perspicacia: Samsa el escarabajo no es totalmente escarabajo. Sigue pensando. La conciencia usa al cuerpo como pantalla a la vez que lo encarcela. Si en ello hay ironía, se debe a que lo propio de la ironía es sacarnos de contexto y abrir un abismo entre el mundo y el yo. El vacío se convierte en el nexo entre el mundo y yo. Quiere decir que la ironía (concluye brillantemente Hopenhayn) es ella misma metamorfosis. La ley está loca pero es la ley. Y una representación inagotable del deber impide a Samsa, a Josef K, al Agrimensor, cumplir con el deber. Serán, por ello, castigados.
Si Franz Kafka le dio un rostro a los horrores del poder en el siglo XX, es posible que también sea el profeta del poder en el siglo XXI. Aquél se hizo visible, demasiado visible, en los Auschwitz de Hitler y en el Gulag de Stalin. Hoy, el poder ha aprendido las maneras de hacerse invisible, contando, más que nunca, con que la propia víctima le otorgue poder al poder.

lunes, 26 de mayo de 2014

Intento de agotar a los mecenas Miércoles 4 de julio de 2001. Roberto Bolaño. Del libro: "Entre paréntesis".


Intento de agotar a los mecenas
Miércoles 4 de julio de 2001


Nunca tuve un mecenas. Nunca nadie me conectó con nadie para hacerme beneficiario de una beca. Nunca ningún gobierno ni ninguna institución me ofreció dinero, ni ningún caballero elegante se sacó la chequera delante mío, ni ninguna señora trémula (de pasión por la literatura) me invitó a tomar el té y se comprometió a pagarme una comida diaria. Pero con el tiempo he conocido, personalmente o a través de lecturas, a muchos mecenas.
 El más común de todos es el cuarentón homosexual que de pronto advierte que su vida está vacía y que se dedica, morosamente, a llenarla de sentido. Este tipo de mecenas lo que en el fondo quiere es ser artista y tener a su vez un mecenas, un mecenas cuarentón y violento, que a su vez también tiene un mecenas, el cual a su vez es apadrinado por otro mecenas, y así hasta el infinito. Generalmente las obras que enloquecen a este tipo de mecenas son los falsos autorretratos.
 También existe el mecenas con vínculos sanguíneos. Suele ser hermano o hermana del artista o poeta en cuestión y la relación que se establece entre ambos es como la del pájaro y el peñasco. En ese ámbito a la necesidad desesperada se la conoce con el nombre de amor. La derrota en todos los frentes está asegurada.
 Luego viene el mecenas invisible. Su apadrinado jamás lo tuteará. De hecho, en algunos casos, jamás lo verá. El mecenas invisible es capaz de violar a un escritor sin que éste se dé cuenta. El mecenas invisible no es, como podría pensarse, un ser discreto y prudente. Más bien al contrario: suele ser un patán astuto.

 De más está decir, puesto que todo el mundo lo sospecha, que los agregados culturales tienen mucho más de agregados que de culturales.

Después tenemos a la abuelita melancólica. Que no es, por supuesto, abuela, ni siquiera tía abuela, de sus apadrinados, y cuya imagen se corresponde en parte a aquellas viejas damas rusas amantes de las letras que durante una época pulularon por París, Venecia y Ginebra. Las abuelitas visten impecablemente bien. Hablan de Proust como si lo hubieran conocido. A veces evocan veladas a la luz de las velas en palacios de los que uno no ha oído hablar jamás. Tienen (por ignorancia) en alta estima a los autores que han sido traducidos a más de tres lenguas y su colección de diccionarios y enciclopedias suele ser admirable. Están en peligro de extinción.
 No están en peligro de extinción, por el contrario, los agregados culturales que en las noches de luna llena se creen mecenas. De más está decir, puesto que todo el mundo lo sospecha, que los agregados culturales tienen mucho más de agregados que de culturales. Durante sus breves reinados sus amigos medran lo que pueden, que generalmente es poco, pero que para ellos es mucho, es todo.
 Tampoco están en peligro de extinción los profesores latinoamericanos en universidades norteamericanas. Su concepción del mecenas se sustenta en la fuerza bruta y en una cobardía sin fin. La mayoría son de izquierda. Asistir a una cena con ellos y con sus favoritos es como ver, en un diorama siniestro, al jefe de un clan cavernícola comiéndose una pierna mientras sus acólitos asienten o ríen. El mecenas profesor en Illinois o Iowa o Carolina del Sur se parece a Stalin y allí radica su más curiosa originalidad.
 Después viene una masa amorfa de mecenas de distinto pelaje y de distinta desgracia. Están las vírgenes neuróticas, el hombre de las gauchadas, el que lo hace por spleen, las casadas insatisfechas, los funcionarios suicidas, el poeta que de pronto descubrió que carecía de talento, el que cree que nadie lo entiende, el borracho que recita a Salustio, el gordito al que le gustaría ser flaco, el resentido que quiere levantar un nuevo canon, el neoestructuralista que no entiende ni la mitad de lo que dice, el sacerdote que pena por el infierno, la señora que vela por las buenas costumbres, el empresario que escribe sonetos.
 Detrás de esta muchedumbre, sin embargo, se esconde el único, el verdadero mecenas. Si uno tiene la suficiente paciencia como para llegar hasta allí, tal vez lo pueda ver. Y si lo ve probablemente acabe defraudado. No es el diablo. No es el estado. No es un niño mágico. Es el vacío.

domingo, 25 de mayo de 2014

Adolfo Bioy Casares. Diarios íntimos. Mi amistad con Jorge Luis Borges.


Diarios íntimos.

PREFACIO

Aun a los narradores de relatos fantásticos  les llega la
hora de entender  que la primera obligación  del  escritor
consiste en conmemorar  [...] más que nada, a las pocas
personas que el destino mezcló [...] a su vida o siquiera a
sus recuerdos.
BIOY CASARES,
«El héroe de las mujeres»

Escritos a lo largo de más de cincuenta años, los diarios de Bioy Casa­
res —de los que procede este libro— conforman un vasto universo donde
los apuntes de las conversaciones con Borges conviven con el testimonio
de la vida cotidiana y el frecuente examen de cuestiones de conducta.
Porque representan la madurez estilística de su autor y presuponen la
adopción de un ideal de perfección para maestros, que «acoge lo superfluo y
la digresión», no es casual que comiencen en 1947. Durante la década an­
terior, las severidades de la literatura deliberada habían impuesto a las fic­
ciones de Bioy un estudiado distanciamiento ajeno a la confidencia; sus
diarios, en cambio, corresponden al impulso que aparece en los últimos
cuentos de La trama celeste y en El sueño de los héroes donde, seguro de ha­
ber «aprendido lo suficiente en la profesión de escritor», presta atención
creciente a la caracterización psicológica, abunda en digresiones y alcanza
en la prosa su fluidez coloquial definitiva.
Las primeras entradas ya contienen anotaciones que Borges incluye:
en un mismo movimiento, las tendencias que consentían y propiciaban
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la actividad del diarista, también la volvían, desde una mirada nada disci­
pular, hacia el interlocutor inmediato. A este impulso, propio del pro­
greso de su estilo, contribuía, sin duda, el ejemplo de la Vida de Samuel
Johnson de Boswell, especialmente después de la edición de una Suma de
Johnson, prologada y anotada por Bioy entre 1944 y 1946, destinada a
una colección, luego frustrada, de antologías de autores clásicos proyec­
tada junto a Borges.
En septiembre de 1946 terminó Bioy su prólogo a la Suma; en 1947
empezó a registrar las «interminables, exaltadas conversaciones» con
Borges, afanes en los que perseveró, calladamente, durante casi cuarenta
años. Desde 1987 publicó fragmentos de esas charlas, que aspiraba a reu­
nir, según anunció en 1990, en un libro donde Borges aparecería «rién­
dose de las cosas que él mismo respetaba, hablando como un amigo ín­
timo». En 1996, dentro de nuestro plan de edición de sus papeles privados,
acordamos realizarlo: examiné sus diarios, sus cuadernos de apuntes, sus
libretas y su correspondencia, y, durante 1997 y 1998 revisamos, organi­
zamos y corregimos el texto, que leímos íntegramente en su versión final
no menos de dos veces antes del adverso milagro de 1999.
«Lo que podría hacer —explicó alguna vez Bioy— es sólo contar có­
mo lo vi yo, cómo fue conmigo. Corregir algunos errores que se come­
tieron sobre él, defender a Borges y, sobre todo, defender la verdad.»
Ojalá esta edición sea fiel a ese propósito.
DANIEL MARTINO

viernes, 23 de mayo de 2014

Charles Robert Maturin. Novela. Melmoth; una especie de Fausto y Mefistófeles.Literatura gótica.


Charles Robert Maturin, también conocido como C. R. Maturin (Dublín, 25 de septiembre de 1782 - 30 de octubre de 1824, Dublín) fue un predicador protestante anglo-irlandés (ordenado por la Iglesia de Irlanda), dramaturgo y escritor de novela gótica.

Descendiente de una familia hugonote francesa, nació en Dublín (1782) y se educó en el Trinity College de esa misma ciudad. Sus tres primeras obras fueron publicadas bajo el pseudónimo de Dennis Jasper Murphy y resultaron rotundos fracasos. Lograron captar la atención, sin embargo, del novelista Sir Walter Scott, quien recomendaría el trabajo de Maturin a Lord Byron, y entre ambos lograron que Maturin viera representados algunos de sus dramas. La consagración definitiva le llegaría con la publicación en 1820 de la novela Melmoth el errabundo, obra inspirada en parte en la leyenda del Judío Errante.

Maturin murió en Dublín en 1824.

Honoré de Balzac, quien, apiadado del protagonista de la gran obra de Maturin, escribiría su ensayo Melmoth réconcilié (`Melmoth reconciliado`) y otros grandes escritores como Thackeray, Dante Gabriel Rossetti y Charles Baudelaire, expresarían en su día gran estima por las obras de Maturin, muy especialmente por la ya citada Melmoth, el errabundo, (`Melmoth the Wanderer`). Con esta obra monumental culmina y se cierra la tradición gótica de terror. Melmoth es el personaje romántico por excelencia, fáustico y byroniano, que ha llevado a cabo un pacto con el diablo. Llega a vivir doscientos años y, cansado de su existencia desarraigada, no busca más que a otro pobre infeliz a quien traspasarle esa cruel carga de eternidad a cambio de su alma. La finura de trazo a la hora de describir los sufrimientos de los sucesivos personajes prefigura los terrores psicológicos que años más tarde remataría el genio de Edgar Allan Poe.

Se da la circunstancia de que Maturin se casó con Henrietta Kingsbury, hija de Sarah Kingsbury, que fue madre de Jane Wilde, madre a su vez de Oscar Wilde, y que éste adoptó el pseudónimo de Sebastián Melmoth con motivo del proceso judicial a que fue sometido en los últimos años del siglo XIX.
***
 Prologo


Melmoth el errabundo, publicada en 1820, lleva a una cima la representación de la
concepción gótica de la existencia. En esta obra se subrayan los aspectos terribles y
problemáticos de la vida humana, sin concesiones. Su protagonista, una especie de
Fausto y Mefistófeles, simboliza una visión oscura y angustiosa de la experiencia del
hombre en su deambular por la tierra. Melmoth, después de haber sellado un pacto con
el diablo, logra que su vida se prolongue en el tiempo por encima de lo que cabría
esperar en un hombre ordinario; el resultado de semejante imaginación sirve para
presentar ante la mirada del lector la condición del hombre con más claridad y nitidez.
El haber prolongado la extensión de la vida no conduce al villano, que por ello se hace
también víctima, a un aumento de su felicidad; al contrario, le arrastra de un modo más
evidente a la esencia de la existencia: el dolor, el sufrimiento, la desesperación. Sólo
podrá liberarse de la condena cuando encuentre a alguien que esté dispuesto a asumir su
destino. Esta búsqueda es el hilo argumental de la novela, cuyos episodios están unidos
y encajados unos dentro de otros, logrando su unidad por la aparición del errabundo en
su búsqueda incesante de almas tan desesperadas como él. Su errancia le conduce a los
lugares más siniestros creados por los hombres: cárceles, manicomios, los tribunales de
la Inquisición; en todos ellos se revelan la crueldad y la persecución a la que unos
hombres someten a otros. El curso de la vida humana se presenta a la mirada del lector
como una repetición obsesiva del sufrimiento, la tortura física y moral, como un
deslizarse irremediable hacia la catástrofe. Los diversos episodios que componen la
novela vuelven siempre a la realidad única de la tragedia humana, en la que los
personajes se muestran como víctimas sin posibilidad de redención. Vivir se resuelve,
así, en sufrir, en soportar la persecución, en hundirse en el abismo de la desesperación,
y, para que esta concepción paranoica de la vida impresione más la sensibilidad del
lector, Maturin adorna muchas de estas escenas con descripciones detalladas de torturas
de toda clase.
Los laberintos subterráneos y lúgubres, donde a veces se desarrolla la acción, tienen su
correspondencia en la descripción de los estados mentales y emociones a los que las
situaciones insoportables precipitan a los personajes del drama. Su irremediable caída
permite al autor sondear los profundidades abismales de la subjetividad, los espacios sin
luz donde anidan los fantasmas del miedo, el delirio, la locura.
El episodio central de la novela narra los amores de Melmoth que, como demonio
enamorado, persigue a la inocente Immalee. El amor tampoco se muestra como un
remedio a la existencia y, como no podía ser de otra forma, termina también de forma
trágica. Si al principio Melmoth siente cierto alivio con la pasión amorosa, enseguida
cae presa de su odio por la existencia y tortura a la muchacha educada en la naturaleza.
El amor se hace también tormento, que se erige en el verdadero límite de la
peregrinación humana. Todo cae bajo la sombra del tormento interior del errabundo, de
modo que el dolor no se alimenta de causas exteriores sino de la propia constitución
subjetiva del villano. De esta manera, concibiendo el mal como algo interior, como la
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propia constitución psicológica del personaje central, difícilmente es posible hallar una
salida a la situación tormentosa en que todo movimiento del alma acaba por
desembocar. Melmoth el errabundo se levanta como un monumento a una visión
infernal del destino humano, en el que sólo existe un acto eternamente repetido: el
descenso y hundimiento en el abismo.
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La idea de esta novela (o relato) está sacada de un pasaje de uno de mis sermones, el
cual (como es de suponer que lo han leído muy pocos) me tomo la libertad de citar. El
pasaje es éste:
«¿Hay en este momento alguno entre los presentes - aunque nos hayamos apartado del
Señor, hayamos desobedecido su voluntad y desoído su palabra -, hay alguno entre
nosotros que estaría dispuesto a aceptar, en este momento, todo cuanto el hombre pueda
otorgar o la tierra producir, a cambio de renunciar a la esperanza de su salvación? No;
no hay nadie... ¡no existe un loco semejante en toda la tierra, por mucho que el enemigo
del hombre la recorra con este ofrecimiento!»
Este pasaje me sugirió la idea de Melmoth el Errabundo. El lector encontrará dicha idea
desarrollada en las páginas que siguen; a él le corresponde juzgar con qué fuerza o
éxito.
El «Relato del Español» ha sido criticado por un amigo a quien se lo he leído, quien
afirma que hay en él demasiado empeño en revivir los horrores de la novela gótica a lo
Radcliffe, de las persecuciones de los conventos y los terrores de la Inquisición.
Yo me defendí, tratando de explicar a mi amigo que había hecho depender la desventura
de la vida conventual menos de las espantosas aventuras que uno encuentra en las
novelas, que de la irritante serie de pequeños tormentos que constituyen el suplicio de la
vida en general, y que, en medio del estancamiento de la existencia monástica, la
soledad proporciona a sus huéspedes ocio para inventar, y poder mezclado de
malignidad, con la plena disposición para llevarlos a la práctica. Confío en que esta
defensa convenza al lector más de lo que convenció a mi amigo.
En cuanto al resto de la novela, hay algunas partes que he tomado de la vida misma.
La historia de John Sandal y Elinor Mortimer está basada en la realidad.
El original, del que la esposa de Walberg es un bosquejo imperfecto, es una mujer viva,
y aún puede que siga viviendo mucho tiempo.
No puedo aparecer nuevamente ante el público bajo la tan inapropiada imagen de
escritor de novelas sin lamentar la necesidad que me impulsa a ello. De proporcionarme
mi profesión medios de subsistencia, me consideraría culpable, efectivamente, de
valerme de otra; pero ¿acaso puedo elegir?
Dublín, 31 de agosto, 1820

Fuente:N.N.





jueves, 22 de mayo de 2014

Eunice Odio: El agata de fuego. Por Raúl Henao.

Eunice Odio
EUNICE ODIO: EL AGATA DE FUEGO
Por Raúl Henao
Sorprende que la poeta costarricense  Eunice Odio (San José 1919-México1974)señalada por del poeta chileno Humberto Díaz Casanueva como “uno de los más puros, más trascendentales talentos poéticos demujer de la América Latina” y su libro,El Tránsito de Fuego, como “una de las obras poéticas másvastas de América, una enciclopedia de hechicería lúcida”  Sea, al momento presente, tan patéticamente desconocida en el ámbito latinoamericano como lo fuera en vida.
Otras poetas, en sus comienzos  desconocidas y poco leídas en sus respectivos países,como Olga Orozco, Alejandra Pizarnik o Marosa di Giorgio han ido ganando lentamente  el favor de los  lectores de poesía y su obra circula actualmente  en México, Argentina, Perú o Venezuela…pero que sepamos, Eunice en el lapso de tiempo transcurrido desde su muerte, hace exactamente 37 años, sólo cuenta con una  reediciónde su obra completa, que no corresponde a la importancia y el fervor rayano en el culto,  que goza entre una elite escogida y difícil, que no ignora que la poetisa costarricense encarna,  a  la par quizás de Sor Juana Inés de la Cruz, el modelo o arquetipo mágico-religioso de verdadera MUSA o poetisa inspirada, de la que nos habla Robert Graves en su estudio monumental sobre el mito poético:
“La mujer que se interesa por la poesía debería en mi opinión ser una Musa silenciosa e inspirar a los poetas con su presencia femenina (…) o bien debería ser la Musa en un sentido completo: debería ser por turnos Arianrhod, Blodeuwedd y la vieja cerda de Manawr que devora a sus lechones y debería escribir, en cada uno de esos aspectos, con autoridad antigua. Debería ser la luna visible, imparcial, amorosa, severa y juiciosa” (La Diosa Blanca. Editorial Losada. Buenos Aires, Página 580)
En  un documento excepcional sobre su vida titulado Eunice Odio/Antología que aparte de su poesía  incluye una selección –expurgada es cierto- de la “correspondencia” que la escritora sostuviera desde México con el poeta venezolano Juan Liscano, autory  editor  del libro; se transparenta de manera explícita su “altacalidad estética y humana” (Pedro Guillén) su “ser amoroso”(José León Sánchez), su”ternurailimitada” (Otto Raúl González) su extrañeza y singularidad que la distingue entre otras muchas poetas de lengua española “Eunice no era de este mundo”(Juan Bañuelos)…Hasta el punto de merecer el dictamen siguiente de uno de los poetas actuales más importantes de su país de origen:
“Su obra pertenece desde siempre a nuestra cultura por derecho propio. Por vocación creativa sus poemas, cuentos, ensayos son patrimonio estimable de nuestra literatura. De allí venimos quienes pergeñamos un poema o escribimos un texto. Son parte fundamental de  nuestra historia literaria aunque no se conozcan o no se critiquen o no se lean ennuestras universidades y colegios”(Alfonso Chase, Nuestra Eunice, Territorio del alba y otros poemas. Página 247)
Pero aunque en la publicación  antológica atrás mencionada, que incluye poemas de su primer libro Los Elementos Terrestres (Premio Centroamericano de Poesía.Guatemala,1947) deTerritorio del alba, de El Tránsito de Fuego y la correspondencia con Liscano, puede corroborarse la atmósfera supernaturalista que rodeaba su vida cotidiana,  también se hace  evidente su extrema pobreza material,la soledad abrumadora a la que la redujera su temperamento soberbio e independiente, ajenoal oportunismo arribista, que suele caracterizar a los círculos intelectuales latinoamericanos; a su “apartamiento absoluto” de la política de izquierda en la que había militado en su juventud durante su estadía en El salvador, Guatemala y México,ahora subordinada a los intereses pro-soviéticosdelestalinismo internacional, y del movimientofeminista(1) que sólo busca la igualdad laboral y política con el hombre, cuando ella reivindicaba la “diferencia” de asumirsecomo mujer total, consciente de la importancia que esto reviste en el contexto de una culturatradicional o ancestral.
Su obra misma,quese inicia  como un cántico erótico-espiritual, cercano al Cantarde los Cantares salomónico oalCántico Espiritual de San Juan de la Cruz, donde se celebra por igual el cuerpo y el espíritu en un sentido que rebasala concepción dualista judeocristinana occidental, toma en la madurez un rumbo polifónicoy dramático que nos recuerda el elevado lirismo del teatro griego antiguo, o los dramas poético- metafísicos de T.S. Eliot o Paul Claudel… A la par que conjuga en sus metáforas e imágenes poéticasla revelación y la invención surrealista y creacionista, lo que en ocasiones la vuelve difícil para la generalidad de los lectores modernos, incapaces de seguirla en ese camino trazado por el ejercicio de lo que ella llamara“el intelecto activo”aquel que reviste la agudeza de un cuchillo o el filo de una navaja y  donde “laabstracción” - al decir de Díaz Casanueva-  “no se resuelven en  formulaciones intelectuales sino en prefiguraciones míticas”.
Hay en ella, por otra parte, la afinidad electiva de adentrarse enaquellos senderos perdidos en el emblemático“bosque de símbolos”(2) del que nos hablara Baudelaire y que la emparenta con poetas como Blake, Novalis, Nerval, Rimbaud, Yeats, Breton, LubiczMilosz  o Pessoa,  que a menudo transitan las vías de lo oculto o esotérico. Pero no será el vínculo que la relaciona con la “doctrina secreta” de la enigmática Madame Blavatsky lo que la separe de los lectores modernos,  sino la naturaleza auroral, resplandeciente  (o resplandiciente, al decir de ella misma) luminosa,angélica, de su obra poética… más cercana a la experiencia del nacimiento  (¿de una nueva era o edad de oro?) que de la muerte y la decadencia que se avisora en todo el ámbito de la cultura global actual.
Ya Díaz Casanueva anotaba que El Tránsito de Fuego era una de las pocas obras poéticas que en Hispanoamérica puede abiertamente contraponerse al impacto o novedad tanático- depresiva, que a comienzos del siglo pasado produce la lectura deResidencia en la Tierrade Pablo Neruda…Porque no hay en ella ninguna atmósfera o tiempo nublado que vele a nuestros ojosla luz del sol…Con la consiguiente ceguera o deslumbramientoque esto produce necesariamente en el entorno de los coterráneos del poeta, aquello que la autora denomina“la inidentificación metafísica”:
“La poesía y el poeta,se ven afligidos, también por el problema de la inidentificación. Todo aquel que crea se ve, en menor grado oen mayor grado, afectado por él, ya sea en alguna parte o en todas partes. El creador extraordinario,el arquetípico es el más inidentificado de todos -a mayor poesía mayor luz, por lo tanto mayor deslumbramientoy ceguera general- Nadie cree que es lo que es y por lo mismola identificación es imposible (…) Y como a Elías, el profeta,  al poeta lo tienen “en nada” y lo hacen padecer. Y  muchas veces, como a Cristo, lo matan. ¿Qué en estos tiempos ya no sucede? Yo he visto morir a más de uno, sin contar a César Vallejo. Murieron de abandono y de dolor espiritual, como Vallejo que es un caso extremo(Antología. Página 111)
Terminemos, pues, de rescatar para las letras en español la obra de esta gran poeta e imaginera centroamericana,  que ha sabido hablarnos, en la oscuridad  presente,  de la aurora por venir… cuando los planos espirituales vuelvan a ser accesibles para la humanidad. Sabemos que en vida ella ha invocado como su santo patrono al arcángel Miguel que en la sabiduría cabalística es homologable a Hod, la octava sephirah…el Thotegipcio, señor de la magia y la palabra escrita,“la inteligencia absoluta o perfecta” que nos concede como dádiva o experiencia espiritual,  lavisión del esplendor de los mundos… reales e imaginarios.
Notas
(1)   Eunice que vive en los EE.UU. cerca de tres años, de “agosto de 1959 a marzo de 1962” atribuye la crisis de valores en ese país a la inversión que se ha dado en el papel social que juegan el hombre y la mujer. “¡La mujer igual al hombre! Pero es que no hay nada igual a nada. Punto. Si no hay un hombre igual, imagínate si podría haber una mujer igual al hombre”  Le escribe a Liscano. (Antología. Página 124)                                                                                                                                                                                                                                        

(2)   En una reseña de El Tránsito de Fuego de Eunice, publicada en La Nación, en mayo de 1989, nos dice Peggy von  Mayer (editora de sus Obras completas. Editorial Universidad de Costa Rica.San José. 1996) “El universo poético del poema es predominantementesimbólico. Los símbolos no son sólo un tenue velo metafórico que manifiesta de modo concreto las realidades inefables e invisibles, sino que resultan el instrumento idóneo para expresar los infinito con lo finito, lo inmaterial con lo material, lo divino con lo humano, que únicamente se descubre al lector sensitivo que ha sabido penetrar en el secreto de lo sagrado”


Eunice odio / Correspondencia con Juan Liscano/
Selección de Raúl Henao.

“¿Para qué quiero ser rica si puedo ser poeta? Dios sabe que preferiría pedir limosna, si fuera preciso, antes que me fuera negado el gran “don carismático”. Si me dieran a elegir, entre formar parte de los poderosos de la Tierra y ser parte de los que pueden dar vida nueva a la palabra, ni un momento vacilaría. Y si me dijeran que me dan un gran poema a cambio de la miseria extrema, y que sólo un poema grande, elijo el poema grande, aunque sólo sea Uno. Así ha sido desde que descubrí que la poesía no era en mi una “afición” sino “un destino implacable”. No hay cosa que no dé por la Belleza que es una forma de Dios; la más próxima a su Naturaleza. Y por eso la cuido a ella y a mis actos, más que a mi físico. Hay que hacer de modo que Ella no huya.”

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“… La mayoría de los poetas operamos  con un lenguaje que es una vestidura resplandeciente o para mejor decir, resplandiciente. De tal manera brilla y resplandice,que los sensibles de todas las categorías, desde la más alta hasta la mas baja, tienen por fuerza que mirarnos y “fijarse” en nosotros, sintiéndose hechizados. Somos seductores espirituales “profesionales”.
Por lo que a mi  toca, en cuanto tengo tiempo lápiz y papel, bien sé cómo hacer para decir cosas de tal modo, que cualquier persona, con un mínimo de sensibilidad, o un máximo de hipersensibilidad, tiene por fuerza que quedar atrapada dentro del círculo mágico. Es una especie de “atraco a mano armada, con alevosía y ventaja”, aunque sin premeditación, porque es verdad que no tenemos más remedio que hacer así las cosas; porque no es que deliberadamente busquemos que las palabras se agrupen en un orden brillante sino que ellas así llegan  y nos asaltan: agrupadas como quieren. Y se necesitaría ser un santo laico, para resistir al encantamiento a que nos someten –primero que a nadie-”

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“Los poetas tenemos que ser más humildes y sacrificar ESO: detenernos menos en nosotros y mirar atentamente todo lo que nos circunda.
En “El Tránsito de fuego” inventé una palabra: Pluránimo. Si un poeta no es la suma de todas las ánimas, va mal. ¿Y cómo se puede ser eso, si te dedicas a las grandes abstracciones, que te alejan de la carne dolorida de Adán, y te llevan, sólo a ti, a los planos de la Divinidad?
El poeta tiene el secreto del ser del hombre y le dice al hombre como es él, y cómo es Dios. Pero sólo tiene ese secreto cuando, literalmente, entra en el hombre, calla, cuando llega a poseerlo, cuando es el más VERDADERO y amante prójimo –o próximo-  del hombre. Y cuando eres dueño de esos secretos es que estás en Dios. Y se acabó. Si el Nirvana está en el camino de la poesía, el poeta lo halla sin buscarlo”.

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“Y luego resulta que yo nunca creí en serio, eso de que tenía que morirme… ¿Sabes quien si está seguro de eso? O, Paz. Un día me dijo en el colmo de la solemnidad y la seriedad: “Tú, querida, eres de la línea de poetas que inventan una mitología propia, como Blake, como Saint John Perse, como EzraPound; y que están fregados, porque nadie los entiende hasta que tienen años o aún siglos de muertos”. ¡Qué consolador! Y ahora se va a dar un quemón. Como profeta es una pantufla, quizás porque no es cierto que yo haya “inventado una mitología” Todos esos personajes son arquetipos de la vida; seres vivientes y padecientes, no dioses semejantes a los hombres, sino elegidos parecidas a los dioses.
Todo esto no tendría que explicártelo si leyeras o, menor dicho, hubieras leído, el ultimo libro que he publicado, o sea El Tránsito de Fuego. Entonces verías que ese libro lo escribió un intelecto activo.
Un intelecto activo es el que puede andar en el filo de la navaja, uno pasivo es el que cae, a un lado o al otro. (Tengo un ensayo que escribiré cuando tenga tiempo, sobre este hermoso problema del intelecto activo o el pasivo, en relación con la poesía).

No me resbalo ni confundo nada; hay dos compartimientos: uno es el plano  de la cotidianeidad, en que trabajo, me hago guisos, me compro trajes; tengo un perro chiquito, negro, con carita de bulldog; pero con alzada de zarigüeya, que es simpatiquísimo y dulce y es de los dueños del edificio de Neva 16; y un Gran Danés imponente, con una línea perfecta y una casta intachable, que es de unos señores de casa rica que viven enfrente. Otra cosa, completamente distinta, es el plano de las cosas extrañas a la tierra, o al reino del hombre común, en el cual estoy.
Si te asomas  a la ventana y ves que entre el firmamento y tú, todo está lleno de cuerpos luminosos como diamantes en vuelo; si abres el refrigerador, y ves que una rama de tomillo, no sólo ha echado hijos, sino que ha crecido; si te das cuenta de que, ahora, la belleza de un cuadro que tienes en tu casa, es algo que puedes penetrar hasta sus últimos pigmentos, en forma que antes era vedada; si tu casa se vuelve un palacio lleno de reflejos que antes no veías, es fácil perder el equilibrio, SI NO SEPARAS LOS COMPARTIMIENTOS.
Pero, si yo no pudiera separarlos, y mantenerlos rígidamente separados, a estas horas sería incapaz, siquiera de escribirle esta carta. Es así de simple.
Estas situaciones tienen que manejarse radicalmente o desintegran a cualquiera. Para no desintegrarme en la nada absoluta, tengo que darme cuenta, ABSOLUTA Y TOTALMENTE, que algo está incidiendo en mi porción terrena; pero que ese algo incide solamente y no es  lo mismo que mi tarea terrestre. Una cosa es el cuerpo con que leo el periódico, y otra, muy diferente, el cuerpo con que veo pequeños astros resplandecientes; así como son cosas muy diferentes el cuerpo con que amo al gran danés y el rarísimo y dulce buldog, como míos, siendo ajenos –porque no puedo tener un perro “personal” y entonces tengo muchos-, y el cuerpo con que me entero de que el oro bajó de precio. Todo tiene su lugar y hasta su tiempo. Y es necesario situar a cada cosa en su sitio espacial, temporal, emocional, porque, de lo contrario, uno está perdido. ¿No estas de acuerdo?”

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“(…) Pero, ¿es que solamente los inmensos poetas y los enormes pintores, tienen derecho a expresarse? Siempre he creído que no. Me parece que la poesía (y todas las artes), son una sinfonía inmensa, en la que cada cual da sus notas: unas apagadas, otras sordas, otras brillantes, otras altas, otras pianísimas.  En siendomúsica, todas son necesarias, todas contribuyen a la inmensa sinfonía que estamos cantando... por los siglos de los siglos. Todos los instrumentos tienen sus grados de belleza. Entre las diferentes calidades de talento, hay una cuestión de grados; y entre el talento y el genio, también hay una cuestión de grados; entre las diversas calidades de genio, también hay una cuestión de grados, pero desde que alguien tiene talento – y creo que es el caso de Beatriz-, su trabajo es respetable. Beatriz me conmueve porque se puede decir que toda su vida – desde la infancia-, es una cadena de pesares y, sin embargo, cuando se pone frente al caballete, todo lo que sale al lienzo o al papel es un mundo de poesía dulce que  relata las mejores, y más puras cosas de la vida. Ahí, en su lienzo, no hay amargura, ni rencor, sino ternura, agradecimiento por la vida, comprensión de las flores y de los animales.  Su mundo es un mundo bendecido, poético, en una palabra”.

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“Tal vez hacía dos horas que permanecía en ese delirio doloroso; tal vez más (en esos estados nadie es muy consciente del transcurso del tiempo) y, repentinamente, vi una mariposa blanca que iba pasando muy cerca de la ventana, afuera, al aire de la noche despejada y fría. Abrí deprisa y pude verla ascendiendo por el muro de los tres pisos que hay después del mío (el cuarto), hasta que se perdió.
¿Una mariposa blanca a medianoche? No, Juan. Las mariposas blancas o de colores luminosos, duermen de noche, como los pájaros. Desde el crepúsculo, se tienden a dormir (con las alas en posición vertical o semihorizontal, según sea su espacie) y despiertan y se levantan con el alba. Las que andan en la noche tienen pigmentación oscura y cuesta verlas. Esta era dulcemente blanca como la flor del cardo, visible y densa y leve; sus alas como de seis centímetros, agitándose.
¿Fui víctima de una alucinación? Puede ser. ¿Hay alguien que pudiera asegurarme que eso fue lo que ocurrió? Sí, un ángel del cielo. Y ellos, como sabemos, no se meten con cristianos tan desventurados como yo... y, en general, no se ven involucrados en estas cosas. La verdad es que nunca sabremos si vi una mariposa que existe en algún plano distinto del nuestro, que incidió entre nosotros colándose por una rendija; o si lo que presencié fue el producto de mi alucinación particular.  En todo caso fue hermosísimo y confortante, aunque por siempre ignoremos lo que fue. ¡Qué inquietante es verse metida en esto y no saber nada de nada!”

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“El problema de las inidentificación metafísica tiene su raíz en al falta de fe. Si los judíos hubieran “creído” que era verdad lo que veían, hubieran identificado correctamente al Cristo por lo que era: Cristo el Mesías y nootro; Elías el profeta, y no otro.  Como no creyeron, porque es cierto que la verdad obvia es difícil de creer – talvez porque es la luz, y ésta ciega a los que no la merecen, para que no la vean y no tenga vida eterna-, toda identificación era absolutamente imposible.    Sostengo que la vida de la Biblia le habla al poeta y, a la vez, habla de él. (Por poeta entiendo a todo el que crea, aunque nunca escriba ni un poema).
La poesía y el poeta, se ven afligidos, también por le problema de lainidentificación.  Todo aquel que crea se ve, en menor grado, o en mayor grado, afectado por él, ya sea en alguna parte o en todas partes. El creador extraordinario, el arquetípico, es el más inidentificado de todos – a mayor poesía mayor luz; por lo tanto deslumbramiento y ceguera general-. Nadie cree que es lo que es y, por lo mismo, la identificación es imposible.  Se acostumbran demasiado a verlo, porque parece igual a todos los hombres.
“¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estas maravillas? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María?, ¿y sus hermanos Jacobo y José, y Simón y Judas? ¿Y no están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas?
Y se escandalizaron en él. Mas Jesús les dijo: No hay profeta sin honra sino en su casa y en su tierra. Y no hizo allí muchas maravillas, a causa de la incredulidad deellos” S. Mateo 1, 54-55-56-57-58.
Y como a Elías, el profeta, al poeta lo tienen “en nada” y lo hacen padecer. Y, muchas veces, como a Cristo, lo matan. ¿Qué en estos tiempos ya no sucede? Yo he visto morir a más de uno, sin contar a César Vallejo. Murieron de abandono y de dolor espiritual, como Vallejo, que es un caso extremo”.

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“En serio, lo único temible es la vida. Es tan hermosa esa criatura que es nosotros y que somos ella, que muchas veces arrastra a los vivientes, nos arrastra hasta “sus” últimas consecuencias que son las nuestras, porque somos inseparables. ¡Qué criatura embriagadora, y peligrosa, e infinitamente poderosa! Con poco que nos descuidemos nos lleva por donde quiere y no por donde queremos. Sí, sí, es la vida a la que debemos temer mucho, por su bondad y su belleza sin fin que son seducción absoluta y enajenante.  Viéndola y siendo uno ella misma en alguna de sus partes y en ciertos de sus momentos, vive ebrio, sabiéndote inserto en el prodigio mismo. ¡Todo esto es tan extraordinario que no lo parece! Témele a la vida o domestícala. A la muerte no la esperes, porque vendrá sin eso. Claro que no se puede domesticar a la vida, sino al trozo que nos toca o que somos y siempre que formulemos la gran abstracción que se llama “mi vida”. Hay que saberse manejar en la vida; pero no se necesita ninguna sabiduría ni ningún aprendizaje para la muerte. He ahí la gran diferencia. Morir es simple, vivir, en cambio, es la complicación de la simplicidad que es crecer hasta el fin”.

(Eunice Odio /Antología- Monte Ávila Editores. Caracas 1975)

miércoles, 21 de mayo de 2014

Udolfo. Novela gótica. Ann Radcliffe.


Ann Radcliffe (1764-1823) fue la hija de William y Ann Oates Ward. Su padre trabajó como representante de una compañía familiar. Durante su infancia visitó con cierta asiduidad a su tío, Thomas Bentley,
un hombre de cultura, entre cuyas amistades figuraban hombres de letras y científicos de la época, como el doctor Daniel Solander, que acompañó al capitán Cook en su vuelta al mundo. Recibió la educación
típica de su tiempo: algo de arte y de música. No obstante, sus amplias lecturas cimentaron su espíritu creador; sus obras preferidas, como Macheth de Shakespeare y Los Bandidos de Schiller, ejercieron una
poderosa influencia en su producción literaria. Cuando Ann fue a vivir a Bath, Sophia y Harriet Lee abrieron una escuela para «jovencitas», que probablemente frecuentó Ann. La novela The Recess, publicada
por Sophia Lee en 1785, causó un gran impacto en nuestra autora.
En 1787 se casó con William Radcliffe, un estudiante de derecho que nunca llegó a finalizar sus estudios; posteriormente se dedicó al periodismo y llegó a ser el propietario del English Chronicle. William
animó siempre a escribir a su mujer, y leía con entusiasmo sus manuscritos. Aunque en las novelas de Radcliffe abundan las descripciones de Italia, sólo salió una vez de Inglaterra para visitar Francia y Alemania;
las impresiones de este viaje fueron editadas en un diario. Tras la publicación de su quinta novela, El italiano, o el confesionario de los penitentes negros, Radcliffe se sumió en la melancolía, debido a la
muerte de sus padres y a la enfermedad de su marido; este cambio anímico provocó que abandonara su inclinación por la escritura. Al final de sus días trabajó en una última novela ambientada en la Edad Media:
Gastón de Blondeville, publicada póstumamente.
Radcliffe es una escritora emblemática de la imaginación gótica, y, a pesar de que a veces ha sido poco estimada, sus novelas son obras muy logradas y fueron punto de referencia para numerosos autores,
como Austen, Coleridge, Byron, Keats, Scott, etc. La acción de Los Misterios de Udolfo se desarrolla en el siglo  XVI y está ubicada en Francia e Italia. Emily, como todas las heroínas de Radcliffe, se enfrenta
a los desastres y adversidades provocados por el malvado italiano Montoni con fuerza y racionalidad, después de haber sucumbido momentáneamente a la superstición, debido a que su persecución tiene lugar
en el castillo de Udolfo, que da cabida a múltiples fenómenos sobrenaturales: vagas figuras extrañas, un fantasma en las almenas, sepulcrales voces misteriosas, que finalmente se resuelven en causas naturales.
Sin embargo, el acontecimiento sobrenatural más célebre de la novela es sin duda el protagonizado por el velo negro: Emily había oído hablar de él y, movida por la curiosidad lo descorre; tras él aparece un
horror sin nombre. La imagen del velo se convierte en un tema recurrente a lo largo de la novela. La descripción del paisaje, que juega un papel esencial para transmitir el estado emocional de los personajes,
alcanza momentos de esplendor, y lo sobrenatural es tratado con dominio y maestría. Los Misterios de Udolfo, junto con El Italiano, se hallan en la cumbre del arte romántico; los horrores aquí descritos
provocan una intensidad emocional no superada en la novela gótica.
A Izquierdo.

martes, 20 de mayo de 2014

Semblanza al tomo I de la narrativa completa de Lovecraft por Juan Antonio Molina Foix.



«Toda certeza está en los sueños», solía decir Edgar Allan Poe que, no por casualidad, dedicó su última obra, el deslumbrante poema cosmogónico Eureka, «a los que sienten más que a los que piensan, a los soñadores y a los que depositan su fe en los sueños como únicas realidades». Hasta Poe nunca nadie había revelado con tanta precisión la vida interior de las pesadillas que atormentan implacablemente a todo aquél que se aventura con audacia, sin reservas, en el proceloso e ilógico país de los sueños, en el cual él se desenvolvía completamente a sus anchas, cual si se tratara de un iniciado de épocas pretéritas, alguien que almacenara reminiscencias inmemoriales y atisbos de sabidurías herméticas hace tiempo desaparecidas, o que hubiese vislumbrado cosas que únicamente se pueden percibir vagamente «en las brumas del éxtasis... en el reino místico y en los imperios de la sombra» (en palabras de Rubén Darío).
Al igual que el autor de "El cuervo", Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) fue un ave nocturna y un cazador de sueños. Para este recluso que por voluntad propia vivió en perpetuo exilio interior, perversamente orgulloso de su total carencia de sentido práctico y de su autosuficiencia, la noche no sólo constituía el marco idóneo para sus escapadas al abrigo de los curiosos y el escenario privilegiado de sus aficiones favoritas: contemplar las estrellas, leer con avidez cuanto caía en sus manos y, sobre todo, escribir (poesía, ensayo, relatos y especialmente sus más de cien mil cartas acreditadas, sucedáneo de su casi inexistente vida social), sino que le posibilitaba el acceso al paradisíaco reino de los sueños. Al refugiarse en su hermético mundo onírico, Lovecraft se embarcó en un viaje sin retomo hacia una nueva dimensión: el miedo cósmico, el «terror de los espacios infinitos», que estremecía a Pascal. Su deslumbrante visión fantástica alumbró un universo totalmente autónomo mediante el cual la imaginación lograba acceder a regiones donde hasta entonces nadie había osado aventurarse, demostrando que los sueños constituyen una puerta de entrada a otras dimensiones más allá de la cuarta, inalcanzables para los seres humanos.
Como Poe, Lovecraft abandona definitivamente las invenciones mágicas o legendarias de los góticos y, en su lugar, los terrores del alma, la enfermedad, la perversidad o la decadencia, se convierten en verdaderos protagonistas, culminando con ello la mutación del cuento de miedo anunciada por el primero con su renuncia a seguir utilizando temas y personajes del repertorio romántico (castillo encantado, fantasma, vampiro, pacto diabólico, brujería, etc.) para materializar sus propias fobias y temores infantiles, mostrando así «el terror lívido de los sueños, terror de muerte, de juicio final, meteórico, inexplicable», en palabras del insigne vate criollo antes mencionado. Los tímidos intentos de finales del siglo XIX de racionalizar los mitos antiguos, dotándolos de una base más realista y cercana a nosotros, sustentada en nuevas hipótesis seudocientíficas, cristalizaron en la obra alucinatoria de Lovecraft, cima indiscutible del llamado «cuento materialista de miedo» y punto de inflexión hacia la moderna ciencia-ficción.
En la nueva mitología fantástica propuesta por el introvertido soñador de Providence ya no hay Dios ni Diablo, ni monstruos de origen sobrenatural, tan sólo híbridos semihumanos y seres extrarerrestres o extradimensionales, cuyos pretendidos poderes específicos se basan exclusivamente en la suposición de que todavía subsisten ancestrales secretos científicos, procedentes de desaparecidas civilizaciones prehumanas y hoy perdidos por nuestro saber mecanicista. A partir de él, la pura magia de antaño puede explicarse racionalmente mediante simples fórmulas matemáticas no euclidianas, lo mismo que el descenso al mundo onírico se troca en fascinante periplo a otras dimensiones o a los abismos del tiempo. El terror se desplaza así del plano físico al mental, del consciente al inconsciente, y el miedo se convierte en horror cósmico.
Desde su más tierna infancia Lovecraft padeció violentos sueños y pesadillas. La posterior transcripción de esas aflicciones nocturnas nutrió buena parte de su obra, en la que es bien patente la constante preocupación por los sueños: muchos de los personajes de sus relatos están dominados por ellos. Su alter ego Randolph Cárter es un soñador nato y "La declaración de Randolph Cárter", primer eslabón del ciclo de aventuras oníricas dedicado a este personaje emblemático, deriva de un sueño del propio Lovecraft. La novela corta La búsqueda en sueños de la ignota Kadath penetra a fondo en el fabuloso orbe de los sueños de Cárter, y los relatos "La llave de plata" y su continuación "A través de las puertas de la llave de plata" hacen hincapié en las fantasías nocturnas de este mismo personaje.
Una de las primeras creaciones de la imaginación fantástica de Lovecraft fueron precisamente esas extrañas criaturas producto de sus sueños a las que llamó «noctivagos demacrados» y describió con tanto vigor (incluidos los corchetes) en sus cartas. «Cuando tenía seis o siete años solía sentirme constantemente atormentado por un extraño tipo de pesadilla recurrente en la que una monstruosa especie de entidades (a las que yo llamaba "noctivagos demacrados": no sé cómo se me ocurrió el nombre) solían agarrarme por el estómago [¿mala digestión?] y llevarme por los aires a través de infinitas leguas de oscuridad por encima de las torres de horribles ciudades muertas. Finalmente me introducían en un sombrío vacío desde donde podía ver millas más abajo las puntiagudas cimas de enormes montañas. Entonces me dejaban caer... y mientras adquiría velocidad en mi caída digna de Ícaro, empezaba a despertar en tal estado de pánico que detestaba la sola idea de volver a dormirme. Los "noctivagos demacrados" eran unas criaturas negras, flacas, viscosas, con cuernos, rabos de púas, alas de murciélago y sin ningún tipo de rostro. Indudablemente saqué la imagen de una mezcla de recuerdos de dibujos de Doré (en gran parte ilustraciones de El Paraíso perdido) que me fascinaban en mis horas de vigilia. No tenían voz y su única forma de tortura real era su costumbre de hacerme cosquillas en el estómago [otra vez la digestión] antes de agarrarme y huir conmigo a toda prisa».
La más memorable aparición de estas criaturas tiene lugar en La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, donde forman parte del variopinto bestiario imaginario que puebla la singular geografía fantástica del país de los sueños, desplegada con tanta brillantez en el texto. Años más tarde Lovecraft las describiría sucintamente en el soneto “Night Gaunts”, incluido en su colección de poemas Fungi from Yuggow (1929-30): «De qué cripta salen a rastras no sabría decir, / pero cada noche veo a esas viscosas criaturas, / negras, cornudas y enjutas, de alas membranosas / y colas que ostentan el dardo bífído del infierno. / Llegan por legiones traídas por el viento del norte, / y con sus obscenas garras que cosquillean y escuecen / en monstruosos viajes me arrebatan / hasta mundos sombríos ocultos en la más honda pesadilla».
Al igual que el narrador de "Al otro lado de la barrera del sueño" que se pregunta si la gente «se detiene alguna vez a reflexionar sobre la inmensa importancia que de vez en cuando tienen los sueños», Lovecraft vivía por y para sus sueños. En ellos experimentaba «una extraña sensación de expectación y de aventura, relacionada con el paisaje, con la arquitectura y con ciertos efectos de las nubes en el cielo». Esos continuos viajes imaginarios, que en un principio constituían para él una simple evasión de la realidad, se convirtieron rápidamente en parte esencial de su obra: a nivel metafórico constituían un espacio para la experiencia transformadora, el descubrimiento personal. A través del sueño y el vuelo de la fantasía compensó su escasa movilidad física y viajó más lejos que nadie. «El deportado que he sido ha comprendido también que esa ruta de evasión existe, y que lleva muy lejos, mucho más allá de las alambradas de púas». Los puntos de vista de Lovecraft sobre la realidad y los sueños están expuestos admirablemente en "Hipno" y en especial en "La llave de plata", que más que un relato es una alegoría o apólogo filosófico, la auténtica autobiografía espiritual del literato.
En todos sus relatos los sueños están descritos «con la minuciosa precisión de la paranoia», como certeramente apunta Angela Carter. Pero incluso los más disparatados conservan los rasgos esenciales de su carácter: el rigor científico y la lógica. Lovecraft era perfectamente consciente de que el papel del sueño, como el del mito, consiste en asimilar el conocimiento consciente y la experiencia hasta un nivel más profundo en el que residen nuestros instintos. Sabía que nada mejor que el laberinto, representación emblemática de la angustia existencial, podría simbolizar ese camino hacia dentro, ese atormentado trayecto al centro del inconsciente en el que uno debe perderse para encontrarse a sí mismo.
Mientras que la mayor parte de los cultivadores de la fantasía se muestran incapaces de describir los detalles físicos de los mundos que imaginan, la Nueva Inglaterra descrita por Lovecraft llega al lector tan vívidamente como el Dublín de Joyce. Sus ciudades soñadas, pintorescas construcciones en el espacio y el tiempo que básicamente son una proyección de estados mentales, a menudo empiezan por ser bellas visiones para convertirse bien pronto en algo desapacible, inquietante. La alucinación se transforma en delirio. Son ciudades para ser vistas, no para ser habitadas. Pues como escribió Peter Cannon, para él «contemplar desde una elevación, idealmente a la caída de la tarde, una magnifica ciudad o un paisaje, podría decirse que constituía la suprema experiencia emocional de su vida». Mas el idílico refugio buscado en los sueños, una vez alcanzado resulta bastante tedioso. Y no deja de ser curioso que en esa desolada arquitectura laberíntica en la que todas las ciudades son intercambiables, un sonido de flautas anuncie invariablemente la transformación del sueño en pavor. Lovecraft se sirve de ese aflautado sonido, inquietantemente parecido a la atroz nota aguda y sostenida del violín en el cuarteto de cuerda n° 1 en mi menor de Smetana (titulado "De mi vida" y compuesto cuando el músico ya se había quedado sordo), como preludio del horror. No hay que olvidar que entre los siete y los nueve años el futuro escritor tomó clases de violín e incluso dio un recital público en 1898. Que no abandonó del todo esta afición lo demuestra, además de uno de sus relatos preferidos "La música de Erich Zann" (homenaje a su abuelo materno Whipple Phillips, símbolo para él del saber oculto), el hecho de que de adolescente formó parte de varios grupos de canto, así como su asombrosa memoria para recordar las letras y fechas de publicación de innumerables canciones populares.
Comparado a menudo con Poe por la calidad de su arte (extraño, brillante, inspirado y original, aunque frecuentemente estereotipado y repetitivo), sus preocupaciones temáticas (la obsesiva descripción de la desintegración física) y la fría acogida crítica y comercial que ambos tuvieron en vida, es indudable que presenta bastantes similitudes con él. Ambos nacieron en Nueva Inglaterra, se quedaron huérfanos de padre a corta edad y tuvieron una infancia traumática marcada por una desmedida influencia de signo femenino. Asimismo les unió su vasto enciclopedismo y erudición, su prodigiosa memoria, su inmarcesible afinidad por la poesía y la cultura clásica, su profunda admiración por la vieja Inglaterra imperial, su amplio conocimiento de lenguas extranjeras (Lovecraft conocía incluso varias africanas, como el swahili y el zulú, aparte del latín y el griego), su arraigado interés por la ciencia, su ferviente devoción por los gatos (la gata Catherine, favorita de Poe, tuvo su correspondencia en Nigger-Man, mascota juvenil de HPL que más tarde protagonizaría uno de sus relatos), sus arcaísmos de estilo y excentricidades personales conscientemente cultivadas y, por supuesto, su anormal comportamiento sexual, melindroso y cohibido, resultante de la aprensiva educación materna. En sus escritos el amor y el sexo brillan por su ausencia y no hay «un solo pasaje en que se refiera a la lujuria, ni siquiera a los goces carnales» (en palabras de Baudelaire referidas al bostoniano). Y aunque ambos se casaron, sus respectivos matrimonios fueron edipianos: la verdadera esposa de Lovecraft, en opinión de Sprague de Camp, fue la ciudad de Providence, en la que vivió oculto la mayor parte de su vida, curiosamente muy cerca de la casa que fuera de la poetisa y espiritista Sarah Helen Whitman, último amor de Poe, el cual la frecuentó en 1848 poco antes de su trágica muerte.
«Cuando escribo relatos, Edgar Allan Poe es mi modelo. [...] Probablemente Poe me ha influido más que cualquier otro escritor». Poe fue sin lugar a dudas su autor predilecto desde que se topara con él siendo apenas un niño. «¡¡Descubrí a EDGARD ALLAN POE!! [...] Fue mi perdición: ¡a la edad de ocho años vi oscurecerse el firmamento azul de Argos y Sicilia [referencia a la mitología grecorromana que, por aquel entonces, le fascinaba tras su entusiástica etapa "arabista" a raíz de la lectura de Las mil y una noches] por las fétidas emanaciones de la tumba!» Y a los trece años fundó una Agencia de Detectives, aunque el hecho de que adoptara el seudónimo S. H. indica que más que del Auguste Dupin de Poe el influjo procedía del Sherlock Holmes de Conan Doyle. No obstante las veleidades de sus gustos literarios, la devoción de Lovecraft por el poeta bostoniano se mantendría a lo largo de toda su vida. Además de su «poderoso e innato sentido de lo espectral, lo morboso y lo horrible que imprime en su obra la marca imborrable del genio», o de «su profundo conocimiento analítico de las verdaderas fuentes del terror», Lovecraft alababa en Poe su habilidad para «conferir a su prosa un sesgo ricamente poético [...] que duplica su fuerza».
Aunque, a diferencia de la mayoría de la crítica, Lovecraft siempre consideró la prosa de Poe más importante que su poesía, la influencia de esta última puede rastrearse no sólo en los primeros pinitos líricos de aquél, como el poema "Némesis" (1918), probablemente inspirado en el "Ulalume" poesco, sino en composiciones posteriores como "Nathicana" (1927), donde se observa un indubitable eco del "Para Annie" de Poe. Igualmente sus poemas en prosa, como "Nyarlathotep", "Ex Oblivione" o "Lo que trae la luna", todos ellos escritos en 1919 aunque publicados años después, muestran el influjo del Poe de "Sombra , "Conversación de Eiros y Charmion" o "Silencio".
Sin embargo, donde el magisterio del bostoniano aparece en toda su plenitud es en la abundante obra narrativa lovecraftiana, en especial su primera época, gótica y plenamente poesca, y más sutilmente en el ciclo, dominado por el terror macabro y ambientado en Nueva Inglaterra, que forma parte, junto al luego conocido como ciclo de Cthulhu, de la etapa «realista» de nuestro escritor. Su influjo era ya evidente en los primeros cuentos de HPL que se conservan, como "La bestia en la cueva" (fechado el 1 de abril de 1905, cuando todavía no había cumplido quince años) o "El alquimista" (1908). Salvados milagrosamente de la purga de 1908 que dio al traste con su primeriza producción adolescente, estos relatos muestran ya algunas características literarias de la madurez del literato. Pero sobre todo revelan el gran predicamento de Poe, del que constituyen una especie de pastiche a nivel argumental y estilístico: su premeditado uso de un lenguaje arcaizante y recargado, repleto de repeticiones cuasi bíblicas, estribillos recurrentes y retorcidas construcciones sintácticas y semánticas, plagadas de ambiguos adverbios y adjetivos; su inveterada manía de inventarse libros eruditos de títulos rimbombantes y sugestivos con el fin de reforzar la verosimilitud del relato; o su ingenua incursión en los mismos excesos de aquél, como la profusa utilización de ampulosas excentricidades tipográficas (versales, cursivas y múltiples signos de exclamación).
Sugerido, al parecer, por "El retorno" de Walter de la Mare, "La tumba", primer relato adulto de Lovecraft (escrito en 1917 y no publicado hasta 1923), es ya decididamente poesco, tanto por su espíritu de «lúcido delirio y arrebatada obsesión» como por el hecho de constituir el primer intento serio de convertir lo fantástico y lo terrorífico, como su maestro, en «un lenguaje transparente de su angustia subterránea» (en palabras de Mario Praz referidas a Poe). La influencia de "La verdad sobre el caso del señor Valdemar", uno de los relatos favoritos de Lovecraft (inmediatamente después de "La caída de la casa Usher" y "Ligeia", por este orden), es evidente (por su racionalización científica de un muerto vivo) en "Aire frío" (1926), pese a su ligero tono de ciencia-ficción. Pero el relato lovecraftiano que, a mi juicio, más debe al solitario devorado por el ansia que fue Poe, es "El extraño" (1921), unánimemente considerado como uno de los más logrados suyos y, sin duda alguna, de contenido simbólicamente autobiográfico. «Representa mi literal aunque inconsciente imitación de Poe», admite Lovecraft .
Aunque sus párrafos iniciales sean casi una paráfrasis de los de "Berenice", las fuentes poescas de este singular relato hay que buscarlas más bien en "La máscara de la Muerte Roja" —del que asimismo pueden encontrarse ecos en "La maldición que cayó sobre Sarnath"— y, sobre todo, en el mencionado poema en prosa "Silencio".
Según refirió por carta a su amigo Clark Ashton Smith, en el invierno de 1919-1920 Lovecraft cayó repentinamente bajo la férula de un nuevo maestro que le iba a abrir las puertas de otra etapa de su obra. Se trataba del aristócrata irlandés lord Dunsany, el hombre que siempre había deseado ser, tan opuesto a él (temperamental y mujeriego, deportista, cazador, militar, trotamundos, etc.) como similar era Poe, pero que tenía algo en común con ambos: su poder de ensoñación que le convertía en «talismán y llave que abre ricas reservas de sueños y recuerdos fragmentarios a los verdaderamente imaginativos» (en palabras del propio HPL.
En septiembre de 1919 había llegado accidentalmente a sus manos un ejemplar de Cuentos de un soñador (1910), recomendado por un amigo cuya opinión no tenía en demasiada buena estima. Con semejantes recelos abrió el libro y leyó el primer cuento denominado "Poltarnees, la que mira al mar". «El primer párrafo me paralizó como una descarga eléctrica —confesaría años después al mismo Ashron Smith en otra carta- y con sólo leer dos páginas me convertí de por vida en devoto de Dunsany». Poco después, su entusiasmo se acrecentaría al enterarse de que el propio Dunsany iba a dar una conferencia en un hotel de Boston. No sólo no se la perdió, sino que acudió con bastante anterioridad para conseguir un asiento en primera fila. Terminada la conferencia, y no atreviéndose a pedirle personalmente un autógrafo, su colega Alice Hamlet, que le acompañó en tan histórica ocasión, hizo llegar a Dunsany una nota admirativa adjuntando algunos presentes, entre ellos un ejemplar de la revista The Tryout en donde acababa de aparecer el poema "A Edward John Moreton Drax Plunkett, décimo barón Dunsany" bajo el seudónimo de Lewis Theobald, que ocultaba la identidad de HPL. La respuesta del irlandés («escrita con pluma de ganso», se jactaba Lovecraft) no se hizo esperar: «Debo dar las gracias al autor de ese poema por su cálido y generoso entusiasmo, cristalizado en verso». A partir de entonces Lovecraft se convertiría en un fiel e incondicional discípulo de ese «estilista mayor», de «obra altiva y singular, desdeñosa de lo contemporáneo en la misma medida en que apeló a las raíces últimas de lo mítico», en feliz expresión de Pere Gimferrer.
El impacto en Lovecraft de la magia verbal —su pintoresca y arcaica dicción o su majestuosa repetición de palabras dentro de una misma frase— y de la cosmogonía con resonancias bíblicas inventada por Dunsany -con sus hipotéticos panteones de divinidades, sus osadas geografías fantásticas de extraños y sugerentes nombres, su personificación de fuerzas elementales tales como la fiebre, la sed o el manantial, su sorprendente y exótico folklore, e incluso sus olvidados cultos malignos- impulsó considerablemente su obra, iniciando quizás el periodo más fecundo de la misma. Entre 1917 y 1921 escribió casi una veintena de relatos «oníricos» de recio sabor dunsaniano, por más que, en realidad, algunos de sus primeros escritos —como "Dagón" (1917), "Polaris" (1918), "Memoria" o "Al otro lado de la barrera del sueño" (1919)— anticiparan ya, sin conocerlo, la textura y el color típicos de la prosa del gran bardo celta.
Títulos como "La nave blanca" (1919), "La maldición que cayó sobre Sarnath" y "Celephaïs" (ambos de 1920), "La ciudad sin nombre", "Los otros dioses" y "La búsqueda de Iranon" (todos ellos de 1921) son ya netamente dunsanianos. Otros como "El ceremonial" (1923), "La extraña casa elevada entre la niebla" (1926) o La búsqueda en sueños de la ignota Kadatb (1926-7), evocan todavía al maestro irlandés en cuanto a estilo y lenguaje, aunque con esta última (que mezcla a Poe y Dunsany en sus escenas náuticas, en las que hay ecos tanto de "Manuscrito encontrado en una botella" o de la Narración de Arthur Gordon Pym como de "Días de ocio en el país del Yann"), en realidad exorcizó su ascendiente («fue mi canto de cisne como dunsaniano»). Pero el solitario de Providence nunca alcanzaría la ironía, el humor socarrón y la sofisticación de su maestro, el cual —según acabaría por reconocer él mismo a Frank Belknap Long— «está más cerca de mi propia personalidad y comprensión [que ningún otro autor fantástico] [...] Es como yo mismo, pero con un estilo y una cultura infinitamente mayores. Su mundo cósmico es el mundo en el que yo vivo; sus visiones, distantes y carentes de emoción, de la belleza de un claro de luna sobre viejos y pintorescos tejados son las visiones que yo conozco y amo». Y poco después confirmaba este entusiasmo a Ashton Smith: «Verdaderamente, Dunsany ha influido en mí más que cualquier otro a excepción de Poe. Su rico lenguaje, su punto de vista cósmico, su remoto mundo de ensueño y su exquisito sentido de lo fantástico, me atraen más que cualquier otra cosa de la literatura moderna. Mi primer encuentro con él [...] me proporcionó un inmenso ímpetu para escribir; tal vez el mayor que jamás he tenido».
Su admiración sin reservas por Dunsany fue compensada con creces cuando, inesperadamente, encontró entre sus ancestros un lazo de parentesco con él. En efecto, rebuscando en su complicada genealogía la parte de herencia celta, halló en el escudo de armas de los Fulford (rama de la abuela paterna de su padre) una referencia a la estirpe de los Moreton. Alborozado por el hallazgo, se complacía en afirmar: «¡Los Moreton siempre fuimos aficionados a la fantasía!», y desde entonces se refirió cariñosamente a su maestro como el «primo Ned».
Otro ilustre creador celta en el ámbito fantástico, el galés Arthur Llewellyn Machen, del que Lovecraft se ufana también en proclamar su parentesco espiritual («los Phillips provienen de la zona fronteriza de galés»), gozó asimismo de su incondicional estima y puede considerarse con toda justicia como uno de los eslabones básicos en el desenvolvimiento de su literatura, especialmente en la gestación de su monumental ciclo de madurez conocido después de su muerte como los Mitos de Cthulhu. Lo que más apreciaba HPL de su nuevo mentor, al que igualmente se sentía vinculado por inciertos lazos de sangre (a través de la tatarabuela de la tatarabuela de su abuela, una tal Margaret Jenkins de Machynlleth [Machen-lleth]), era ese sentido místico de la realidad de lo mágico y lo sobrenatural que, a menudo, se experimenta en la niñez a través de visiones y ruidos, y que el galés tan bien supo trasladar al papel en su notable novelita La colina de los sueños (1904). También ese «éxtasis del miedo que el resto de los mortales son demasiado torpes o tímidos para captar, y que incluso Poe no logró concebir en toda su anormalidad»; esos «elementos de horror oculto y de espanto soterrado» que en sus mejores cuentos «llegan a adquirir una sustancia y una agudeza realista casi incomparables». Y aunque reconociera que Machen «tiene una intensidad histérica que yo nunca he experimentado ni entendido, una seriedad que es una limitación filosófica», y admitiera que «a su prosa le falta la incesante fuerza y el carácter impresionante que convierten cualquier obra de Poe en un delirio concentrado», no dudó en considerarlo un «titán, tal vez el más grande autor vivo» , cuyo estilo —confesaría humildemente— «posee un ritmo y una música que yo nunca he podido lograr, y que ni siquiera puedo imitar sin parecer afectado».
Aparte de enriquecer su onirismo de raíz dunsaniana, la aportación de Machen al orbe lovecraftiano fue más decisiva de lo que a menudo se suele admitir. Las principales preocupaciones de Machen parecían un anticipo de las inquietudes típicamente lovecraftianas, y su tema clave —la pervivencia de fuerzas del pasado- ya estaba presente en algunos cuentos suyos, como "Polaris", "La ciudad sin nombre" o, en cierta medida, el primerizo "La tumba", antes de que lo descubriera en 1923. En cualquier caso, las coincidencias temáticas entre uno y otro son bastante abundantes para ser consideradas meramente casuales: insólitos artículos en pequeños periódicos que proporcionan preocupantes pistas acerca de antiguas supervivencias y razas que vuelven a salir a la superficie para atacar a los humanos; misteriosos grupos endogámicos de campesinos que saben más de lo que dicen; inquietantes vestigios del periclitado mundo pagano; siniestros cultos escondidos con extraños ceremoniales precristianos. Lo cierto es que ambos tuvieron una educación similar y los escritos del místico soñador galés exudan una manifiesta sexualidad reprimida: "La novela del polvo blanco" (1895) ha sido interpretada como una fantasía onanista.
La influencia del imaginativo Machen es particularmente evidente en "El horror de Red Hook" (1925), con su epígrafe extraído de "The Red Hand" (1895), su referencia a la magia de los turanios (el cuento macheniano "The Turanians" se había publicado un año antes), su detective de la policía de Nueva York Thomas F. Malone cuyo incuestionable modelo es el propio escritor gales, y la inclusión de expresiones del tipo de «la sensación de misterio latente siempre presente en la existencia» o «la oculta belleza y el éxtasis de las cosas». Igualmente "Aire frío" (1926), que se anticipa a las modernas investigaciones criogénicas, se inspira vagamente en "La novela del polvo blanco", pese a ser en apariencia una palmaria imitación de Poe. Asimismo el sello de Machen parece indiscutible en las evocaciones topográficas de Marble- head (camuflada de Kingsport) en "El ceremonial" o "La extraña casa elevada entre la niebla", de Providence en "La casa evitada" (1924), o de Nueva York en "El horror de Red Hook" y "Él" (1925). Y es probable que las referencias a la antigüedad romana que aparecen en "Las ratas de las paredes" (1923) sean también deudoras del autor galés, a quien por aquellas fechas ya leía con fruición.
Así como Machen se enfrentó al gran misterio de la emergencia de una conciencia maligna que produce horror y causa daño, sin poder disimular ni su secreta atracción ni su nostalgia por el prohibido mundo mágico de las tradiciones que había mamado en su infancia (mitos celtas, hadas, etc.), Algernon Blackwood, otro de los grandes maestros modernos del terror según Lovecraft, lo contempló desde sus propios temores y ambigüedades y su reacción fue la huida. Aun admitiendo que es «menos intenso que Machen a la hora de describir el paroxismo del puro terror», Lovecraft, que empezó a leerlo en 1924, reconoce estar «infinitamente más identificado [que él] con la idea de que sobre nuestro mundo gravita constantemente otro mundo irreal que nos hostiga». Y aunque no se privó de formular algunas objeciones a su voluminosa e irregular obra —su «afán didáctico», «alguna que otra extravagancia», «cierto abuso de la jerga ocultista», «lo difuso e interminable de algunos de sus textos debido a su excesiva elaboración y a su estilo algo periodístico y descarnado, carente de esa magia y esa vitalidad capaces de suscitar sensaciones concretas y matices excepcionalmente sugerentes» — jamás dudó de su genio, «ya que -en su opinión- nadie ha conseguido igualar esa habilidad, seriedad y minuciosa fidelidad con que alude a extraños matices en los seres y en las experiencias ordinarias, o esa intuición preternatural con que construye detalladamente las impresiones y percepciones que conducen de la realidad a una visión o una vida supranormal». De él tomó, pues, «la convincente y sobrecogedora sensación de inminencia de extrañas regiones o entidades espirituales» que «evocan como ninguna otra sus principales obras» . Esa fascinación casi mística de sus personajes por la vida secreta del cosmos, poblado de entes vagos e indefinidos, seres primordiales que han sobrevivido hasta nuestros días, o divinidades incorpóreas, elementales y terribles, que personifican las fuerzas naturales (espíritus del bosque, de las aguas, del valle, de la nieve, de la noche, etc.) y nos retrotraen a un pasado, largo tiempo olvidado, en que nos sentíamos fundidos con el universo circundante.
Por ejemplo, en "La llamada de Cthulhu" (1926), pieza básica e inicio del ciclo de Cthulhu, escrita nada más abandonar Nueva York y regresar a Providence, Lovecraft utiliza como lema introductorio o exordio una cita de Blackwood, extraída de su novela The Centaur (1911), para justificar que atribuya a sus monstruos un origen extraterrestre y no sobrenatural: «Es posible que tales poderes o seres sean una supervivencia [...] la supervivencia de una época enormemente remota en la que [...] la conciencia debía manifestarse a través de formas y figuras que desaparecieron hace ya mucho tiempo ante la ascendente marea de la humanidad [...], formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo bajo la denominación de dioses, monstruos, seres míticos de todas clases y especies». Un año después, en "El color de más allá del espacio" (1927), Lovecraft expresaría un tipo de amenaza cósmica similar a la del imperecedero cuento de Blackwood "Los sauces" (1907), aunque más que de un influjo concreto podría hablarse de una afinidad esencial. Y uno de los más conocidos entes salidos de la pluma de Blackwood, "El Wendigo" (1910) -reminiscencia de olvidadas supersticiones indias que, apelando al mágico recuerdo de una época feliz y venturosa hace mucho periclitada (la nostalgia del Paraíso), cobran existencia real con la sana intención de conseguir una «ampliación de la conciencia»-, pasó pronto a formar parte del panteón de los Grandes Antiguos bajo el apelativo de Ithaqua, «El que camina en el viento», aunque tal incorporación la llevara a cabo en realidad el discípulo predilecto de HPL, August Derleth, quien, a la muerte de aquél, ordenó, completó y sistematizó el creciente cuerpo doctrinal sobre Cthulhu que fue acumulándose gracias al llamado «círculo de Lovecraft».
Una influencia similar si no mayor que la de los anteriores en la obra de madurez de Lovecraft, a la que me referiré más extensamente en el segundo tomo de su obra narrativa completa, fue la que desempeñó el británico William Hope Hodgson, en cuya práctica totalidad de relatos y novelas la idea central es el terror cósmico. O sea, el miedo como experiencia emocional ante la presencia de sobrecogedoras e incomprensibles fuerzas elementales, encarnadas en multitud de pesadillescas formas semihumanas, «nauseabundas e impías» (singular adjetivación que Lovecraft hará suya y ampliará con especial complacencia), que surgen de los abismos del mundo. Aparte de la innegable similitud de los parámetros estilísticos y conceptuales de los futuros relatos del ciclo de Cthulhu con las turbadoras novelas de Hodgson, de marcada índole profética y apocalíptica, existen otros factores recurrentes en la obra hodgsoniana que influyeron palpablemente en Lovecraft. Por ejemplo, el tipo de sensaciones y percepciones descritas, sugeridas más bien mediante alusiones casuales y detalles aparentemente insignificantes y ominosamente conectadas con parajes o edificios; y, en especial, el prodigioso despliegue de extrañas y amenazadoras entidades al acecho, como las insólitas y viscosas formas de vida o las innominables abyecciones surgidas del mar en sus primerizos relatos marítimos, o las espantosas potencias del trasmundo y las híbridas y «blasfemas» anormalidades (la calificación es, por supuesto, de Lovecraft) que pululan en la atmósfera deprimente de sus novelas visionarias. Y finalmente el hallazgo más imitado por el cine de terror de los últimos cincuenta años, aunque erróneamente atribuido casi en exclusividad a Lovecraft: la existencia de puertas místicas que permiten el acceso a otras dimensiones paralelas.
Finalmente habría que mencionar al reverendo M. R. James, el máximo cultivador del cuento de fantasmas victoriano, considerado por Lovecraft como uno de los cuatro maestros modernos del terror por su innovador planteamiento del mismo desde un punto de vista prosaico basado en los detalles de la vida cotidiana, presentados de manera ligera y coloquial, con pinceladas de malignidad humorística. Aparte de seguir a rajatabla sus tres reglas de oro (el escenario debe ser moderno y conocido; la aparición, malévola; hay que evitar a toda costa la convencional terminología del ocultismo y la seudociencia), de él obtuvo un sinfín de sugerencias que luego convertiría en ingredientes indispensables de sus relatos: manuscritos esotéricos, perversos libros imaginarios, amenazadores jardines o lagos mefíticos, informes abominaciones casi invisibles aunque perfectamente tangibles, y hasta oscuros supervivientes de otras razas que salen de noche a devorar a sus vecinos.
En el ensayo "In Defence of Dagon" (1921), Lovecraft establece tres tipos de literatura: romántica, realista e imaginativa, y coloca a la «ficción sobrenatural» en la última categoría, pero alineándola con el realismo en cuanto a su tratamiento de la psicología y la emoción humanas. Según él, «un cuento, aunque sea extraño, debe ser plausible, excepto en los pasajes en los que esté implicado un elemento sobrenatural». Aunque no niega que toda ficción es deliberadamente irreal, considera que «la fantasía es algo completamente diferente. Se trata de (un arte basado en la vida imaginativa de la mente humana francamente reconocida como tal; y a su manera tan natural y científico, tan verdaderamente emparentado con los procesos psicológicos naturales aunque sean poco corrientes y sutiles) como el más crudo realismo fotográfico. Para Lovecraft- la ficción fantástica sólo sería posible en esa época que ha dejado de creer colectivamente en lo sobrenatural en la medida en que conserve el instinto primitivo para seguir haciéndolo de una manera excéntrica y atomizada. Y, por tanto, el realismo fantástico era el único realismo digno de la magnitud del universo, «Esa rama de la literatura -escribía- que ha sido cultivada por grandes escritores como Lord Dunsany y por fracasados como yo, es el único realismo verdadero, la única torna de posición del hombre frente al universo».
Sin embargo, la realidad aun presentada como simulacro o «simulación deliberada» (como afirma Joyce Carol Oates), aparece en sus relatos como algo bastante horrendo y hostil. S. T. Johi compara, por ejemplo, la espléndida ciudad ficticia de "Al otro lado de la barrera del sueño" con la pesadillesca realidad descrita en "El más allá": «Un mundo espantoso en el que prácticamente estamos desvalidos». Para Lovecraft el realismo no era, pues, una meta sino un propósito, y no dudaba en declararse realista: «Estoy plenamente convencido de que, en esencia, toda mente creadora es fruto que crece del humus de su propia tierra natal, y de que ningún material creativo se adapta a aquélla tan perfectamente como el rico colorido y los antecedentes históricos de ésta. Ya habrán observado ustedes que en mis cuentos he puesto mucho de mi propia Nueva Inglaterra». En toda su ficción la realidad produce una conmoción en el protagonista. Su técnica consiste precisamente, como él mismo ha explicado muy bien, en «tomar la realidad como es, aceptando todas las limitaciones de la ciencia más ortodoxa». Sus relatos más evocadores están situados en lugares que parecen bastante «reales» al principio, pero sus escenarios, cual fotografías que poco a poco fueran difuminándose, insinúan un trascendentalismo simulado en el que en todas partes se percibe vitalidad excepto posiblemente en los seres humanos. Por más que están estrictamente ambientados en época moderna, podrían estar escritos -según conjetura J. Vernon Shea— «en tiempos de Walpole o de Maturin», y en ellos tanto los sentimientos como el ambiente que se respira parecen indefectiblemente del siglo XVIII.
«El conflicto con el tiempo me parece el tema más eficaz y provechoso de toda expresión humana», comentó una vez Lovecraft. No en balde pensaba que Proust (otro navegante en el tiempo que compartió con él la costumbre de enclaustrarse para trabajar, la omnímoda influencia materna y la habilidad para transmutar ciudades: Illiers/Combray y Providence/Arkham) era el más grande escritor contemporáneo, al que prefería por encima de Poe, Dunsany, Machen, Blackwood o Ambrose Bierce, debido a la sutileza y belleza de su tratamiento del tiempo. Desde que era niño Lovecraft se dio cuenta de que el tiempo era su mayor enemigo, y siempre habló de su arte como de una «derrota del tiempo». En sus Notes On Writing Weird Fiction (publicadas póstumamente en junio de 1937 en Amateur Correspondent) lo dejaba bien claro: «La razón por la que el tiempo desempeña un papel tan importante en muchos de mis relatos se debe a que este elemento surge en mi mente como la cosa más profunda, dramática, espantosa y terrible del universo». A desarrollar este tema dedicó lo mejor de sí mismo. Evitar los estragos del tiempo, abandonar este mundo inestable, suponía buscar un refugio, un lugar estable: de ahí la febril búsqueda de muchos de los protagonistas de sus relatos de una ciudad intemporal donde no se produzcan cambios; algo sólo posible en los sueños. Otra forma de escapar a las garras del tiempo, y con ello a la corrupción de la carne, podía consistir en deshacerse del «vulgar cuerpo», como ocurre en "Al otro lado de la barrera del sueño". Pero en su intento de derrotar al tiempo muchos de sus personajes son vencidos por él: pueden llegar a descubrir, para su horror o su loco júbilo, que de hecho están emparentados genéticamente con sus monstruosos antepasados y que éstos viven en ellos.
La gran variedad de temas que abarcan los relatos de Lovecraft constituye un auténtico compendio de los propios miedos del autor, ya sean del pasado o del futuro: la degeneración en todas sus formas incluyendo la mutación degenerativa ("El extraño", "El miedo que acecha", "Las ratas de las paredes", "La sombra sobre Innsmouth"), el bestialismo y el mestizaje ("Arthur Jermyn", "La llamada de Cthulhu", "El horror de Dunwich"), la decadencia ("Él", "El horror de Red Hook"), la regresión ("Las ratas de las paredes", "El ceremonial") y hasta el racismo más simplista ("La calle", "Él", "Red Hook"). Lo más característico de todos ellos es que, por lo general, a excepción del narrador y algún ocasional amigo, no aparecen otros personajes, y si los hombres suelen ser meras «marionetas», las mujeres prácticamente no existen. El hipersensible y exangüe héroe lovecraftiano suele ser casi invariablemente un neurasténico y solitario erudito, un tanto desequilibrado y algo ridículo, con una viva imaginación pero escasa energía, desprovisto del menor sentido de la realidad y por lo general depositario de conocimientos prohibidos, que se siente continuamente espiado y a quien nadie cree ni toma en serio. Nunca siente necesidad de comer ni de beber, ni menos aún de tener contactos sexuales; más que desplazarse, parece flotar, como en un travelín cinematográfico; su movilidad es siempre desconcertante y su comportamiento abstracto, imprevisible. El descubrimiento de alguna anomalía o violación de las leyes naturales no altera la pasividad que le caracteriza: muestra una cautelosa tendencia a expresar innumerables reservas irracionales a los fantásticos hechos que ha observado de manera tan convincente y objetiva, hasta que, sin ningún género de duda, se le revela la terrible verdad pero, incapaz de afrontarla, enloquece o pierde el conocimiento. Su búsqueda está siempre orientada hacia el pasado, es una vuelta a lo mis profundo de sí mismo. En realidad su aventura aparente consiste en un auténtico periplo interior que le conducirá a enfrentarse con su propia imagen, y. rompiendo todos los tabúes, a hacer resurgir los monstruos del pasado. O sea, nada que ver con los personajes de la «era del jazz» o la Gran Depresión que nutren las novelas de sus coetáneos: son más bien una versión idealizada del escritor, que sin embargo no vaciló en autoparodiarse en “Herbert West, reanimador” (1921) o “El sabueso” (1922). Pues, como afirmó Vincent Starrett, «el propio Lovecraft fue su más fantástica creación». Y aunque Robert Bloch insista en que «el cuadro del hombre retraído y solitario que persigue sombras y pasea de noche en antiguos cementerios no es completo», no es menos cierto que este «Epicuro de lo terrible» (en palabras de Joshi) se inventó a sí mismo y se encargó de fomentar su propia leyenda hasta convertirse en un escritor de culto, cuya «rareza -si es que hubo tal rareza- residió en que su torre de marfil estaba mejor construida y era más bella que la mayoría, y que invitaba al mundo entero a visitarla y a compartir sus riquezas».
 ESTA EDICIÓN


A excepción de “El horror de Red Hook” -que en 1927 fue incluido en una antología inglesa de Christine Campbell titulada You’ll Need a Night Light y un año después en la versión estadounidense de Herbert Ashbury Not at Night- y de "La sombra sobre Innsmouth", del que una pequeña editorial de Pennsylvania (Visionary Press) imprimió en forma privada ciento cincuenta ejemplares ilustrados por Frank Utpatel, Lovecraft nunca llegó a ver editados sus relatos en forma de libro. Después de su muerte, sus amigos y admiradores se dedicaron a recopilar sus relatos dispersos o inéditos y a publicarlos poco a poco. Esta póstuma resurrección tuvo sus adalides en Donald Wandrei y August Derleth, que crearon la editorial Arkham House, cuyo nombre alude a la fabulosa ciudad de Massachusetts donde están situados varios de sus relatos. A partir de los años cuarenta Arkham House fue publicando toda su obra: relatos, poemas, ensayos y correspondencia, iniciándose así la naciente leyenda de Lovecraft, que posibilitó en las siguientes décadas su traducción al francés, español, alemán, italiano, holandés, japonés y lenguas escandinavas, y sus primeras ediciones de bolsillo en la década de los setenta. No obstante, estas ediciones por desgracia reprodujeron (y a veces aumentaron) las inevitables erratas tipográficas inherentes a toda publicación en revistas pulp y no restituyeron las múltiples e improcedentes supresiones a que fueron sometidas en su día. Hasta que la propia Arkham House encargó al máximo lovecraftólogo actual, S. T. Joshi (autor de su más reciente y fiable biografía), la meticulosa corrección de los textos a partir sobre todo de los manuscritos originales del escritor (o copias mecanografiadas de los mismos), que gracias a R. H. Barlow se conservan en la John Hay Library de la Brown University, o recurriendo a sus mismas rectificaciones anotadas a mano sobre los propios ejemplares de las respectivas publicaciones en revistas. De esta manera se restituía al verdadero Lovecraft en su total integridad, respetando su estilo, ortografía y sintaxis, e incluso incorporando posteriores retoques que el autor realizó en algunos relatos.
Esta versión española, que hoy ofrece la editorial Valdemar en dos tomos, ha seguido escrupulosamente la susodicha edición definitiva, publicada por Arkham House en tres volúmenes entre 1963 y 1965 (más un cuarto, Miscellaneous Writings, aparecido en 1995), que no incluye los relatos escritos en colaboración con otros autores, a excepción de "A través de las puertas de la llave de plata", clausura del ciclo onírico de Randolph Carter que indudablemente no podía faltar. A diferencia de aquella edición se ha respetado el orden cronológico de los relatos, establecido por el propio Joshi con la ayuda de David E. Schultz, con la salvedad que se especifica pertinentemente.
Ahora que acaba de alcanzar la suprema consagración de los literatos estadounidenses: entrar a formar parte de la selecta y restringida colección de clásicos de Library of America (equivalente de La Pléiade francesa) es el momento oportuno para que Lovecraft disponga, por fin, de la definitiva edición en castellano que tanto se ha hecho esperar, por primera vez completa, prolijamente anotada y rigurosamente fiel a los originales.
Juan Antonio Molina Foix

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