lunes, 19 de mayo de 2014

Literatura Gótica.VATHEK. Autor: William Beckford.


Merecedora de un largo y cálido elogio de H. P. Lovecraft en su ensayo `El horror en la literatura` (BT 8163), esta novela de WILLIAM BECKFORD (1760-1844) narra la historia del califa VATHEK, personaje desmesurado a quien su sed de conocimiento acaba precipitando en el Palacio del Fuego Subterráneo, el Infierno, donde encuentra a otros príncipes condenados que le relatan, a su vez, sus desventuras, dando lugar a los llamados tres `Episodios`, publicados usualmente de forma exenta y desvinculados del texto original que los motivó. La presente edición de Javier Martín Lalanda corrige esta omisión histórica y reúne el texto íntegro de un relato que une al exotismo de lo maravilloso y del cuento oriental la truculencia de la narración gótica y un peculiar e irreverente sentido del humor.
Fuente:N.N.


Comentario e introducción de: STÉPHANE MALLARMÉ
                                                   VATHEK

CUENTO ÁRABE


WILLIAM BECKFORD



BRUGUERA

Título original: VATHEK, CONTE ARABE
Traducción: Manuel Serrat Crespo
1.° edición: julio, 1982
 WILLIAM BECKFORD


Nació en 1759 en Fonthill Giard (Inglaterra). Era el único hijo legítimo de sir William Beckford. Lord Mayor del reino, de quien heredó una inmensa riqueza. En 1796 comenzó a construir en Fonthill un fantástico palacio que albergaría su colección de manuscritos y obje-tos artísticos. Beckford fue un bibliófilo único en su época. Tras haber gastado buena parte de su fortuna en manuscritos e incunables, murió en Bath en 1844. Su única hija, la duquesa de Hamilton. donó una parte de la colección a la Biblioteca de Berlín. El resto se subastó en Londres, entre 1882 y 1884, alcan-zándose precios nunca pagados hasta enton-ces por una biblioteca privada.
 Prólogo a Vathek (Edición de 1876)

¿Quién no ha lamentado el fracaso de la ambición sublime del escrito en prosa más rico y más agradable, tan disfrazada de suyo como enmascarada por nosotros? Velo cubriendo,  para mejor revelarlas, las abstracciones  políticas o morales con muselinas de la India,  en el siglo XVIII, cuando imperó el cuento oriental; y ahora, según la ciencia, el tal género  levanta, de la auténtica ceniza de la historia,  las ciudades y los hombres, eternizado por el Román de la Momie y Salambô. Salvo en la Tentation de Saint Antoine, ideal que entremezcla épocas y razas en una fiesta prodigiosa,  como el relámpago de Oriente moribundo, ¡buscad! En libracos pasados de moda, cuyas hojas no conservan, de toda síntesis, más que difuminación y anacronismo, flotan los nuba-rrones de perfume que no descargaron. La cau-sa: innumerables disertaciones y, a fin de cuen-tas, según temo, el azar. Tal vez una serena ensoñación, creada por nuestra fantasía sólo para sí misma, llegue hasta los poemas; pero su ritmo la llevará más allá de los jardines, los reinos, las salas; allí donde las alas de Pairikias y Djinns fundidas al aire, no queden tras éxtasis alguno más que diseminada pureza  y diamante, como estrellas a mediodía.

Un libro que, en más de un caso, mal disimulada  al principio su ironía, mantiene el antiguo tono y, por el sentimiento y el espec-táculo auténticos, participa de la moderna novela evocatoria, me ha satisfecho algunas veces, bien como transición o bien como producto  original. La deficiencia de numerosos es-fuerzos que tienden hacia el tipo recientemen-te entrevisto no me obsesiona al leer estas ciento y pico de páginas; de las que más de una, además de preocuparse por bromear a sabiendas, revela en quien las escribió la necesidad  de satisfacer la imaginación con objetos exóticos o grandiosos. La fecha, pronto secular, colocada bajo el título es sólo, para el erudito, una cifra; pero yo quisiera previamente seducir al soñador.

La historia del califa Vathek comienza en lo más alto de una torre, desde donde se lee el firmamento, para terminar en un subterráneo encantado; cuadros graves o gozosos, y prodigios cubren el lapso de tiempo entre ambos extremos. ¡Magistral arquitectura de la fábula  y de su no menos hermoso concepto! Algo fatal, algo que parece inherente a una ley apresura  la caída, del poder a los infiernos, de un príncipe acompañado de su reino; solo, al borde del precipicio, quiso renegar de la religión oficial, en la que la omnipotencia se fatiga de ir unida a la universal genuflexión, por prácticas  mágicas aliadas a un insaciable deseo. La aventura de los antiguos imperios cabe en este drama, en el que actúan tres personajes: una madre perversa y casta, presa de ambiciones y de ritos, una amante nubil y, único digno, en su singularidad, de oponerse al déspota, un —¡ay!—, lánguido, precoz marido, ligado por retozonas bodas. Así distribuidos los papeles, y entre deliciosos enanos devotos, guhls y otros figurantes que hace concordar con el decora-do, misterioso o terrestre, surge de la ficción un insólito boato; sí, los métodos del arte de la pintura, mal conocidos antaño, como la acu-mulación de lo insólito producida sólo por su carácter único o una fealdad, una bufonería, irresistible y amplia, que sube en un crescendo casi lírico, la silueta de las pasiones o los ceremoniales,  ¿y qué no añadir? Apenas si el te-mor a detenerse en tales detalles, perdiendo de vista el objetivo de tan gran ensoñación na-cida en el pensamiento del narrador, le hace abreviar demasiado; dando un apresurado as-pecto a lo que el desarrollo hubiera puesto en evidencia. Tanta novedad y el color local, so-bre lo que se arroja, de paso, la moderna afi-ción para hacer de ello una especie de orgía, no bastarían si consideramos la grandeza de las visiones que ofrece el tema; donde se des-velan, a su vez, cien impresiones más cauti-vadoras aún que los procedimientos. ¿Es ne-cesario aislarlas en fórmulas claras y breves? Temo no decir nada anunciando la tristeza de perspectivas monumentales muy vastas, unida al mal de un destino superior; también el espanto causado por arcanos y el vértigo por la exageración oriental de los números; el remordimiento  que se advierte a causa de crí-menes vagos e imprecisos; las virginales languideces  de la inocencia y la plegaria; la blasfemia,  la maldad, la muchedumbre. Una poesía  (cuyo origen no esté en otra cosa, ni la costumbre de sentirla entre nosotros) inolvi-dablemente ligada al libro aparece en una cier-ta y extraña yuxtaposición de inocencia casi idílica con las solemnidades, enormes o va-nas, de la magia; entonces se colorea y se anima hasta el malestar, como las negras vi-braciones de un astro, el frescor de escenas naturales; pero no sin exhalar en esta aproxi-mación al sueño algo más simple y más ex-traordinario.

Bien: este cuento, tan distinto a Las mil y una noches, ¿qué es?; o ¿cuándo brilló y a cau-sa de quién?

Bajo la tutela de los lores Chatham y Littleton, ansiosos de convertirle en un destacado político, estudiaba, mimado por su madre y alejado de su lado para concluir una suntuosa educación, el hijo del difunto lord-alcalde Beckford (cuya orgullosa alocución a Jorge III puede  leerse en un monumento erigido en Guildhall). Pero bajo las bóvedas de la mansión provinciana, con el silencio, un genio, el de la fascinación de Oriente, eligió aquella juventud; exiliado de los grimorios de la biblioteca paterna y de cierto Boudoir Turco, le dominó en Suiza, durante los cursos de Derecho y Cien-cias, y le siguió a través de Holanda, Alema-nia e Italia. Conocer a los clásicos, deposita-rios de los anales civiles del mundo antiguo, encantaba al adolescente como un deber, inclu-so en lo referente a poetas como Homero, Vir-gilio; pero los escritores persas o árabes eran como una recompensa; y dominó una y otra de ambas lenguas orientales, como el latín y el griego. Advertencias, ruegos, insinuaciones e, incluso, reprimendas, amistosa confiscación de los volúmenes demasiado hojeados, ninguna maniobra de la razón podía conjurar el hechi-zo; por lo tanto, ningún otro empleo inmedia-to impidió a William Beckford, desde las pri-meras horas de su mayoría de edad, libre y en posesión del sueño, verter en el papel —tal vez a comienzos de 1781— Vathek. «Lo es-cribí en una sola sesión y en francés —contó mucho más tarde el principiante— y me cos-tó tres días y dos noches de mucho trabajo»; «ni un sólo instante me quité la ropa»; «tan rigurosa aplicación me hizo enfermar». ¡Hasta qué extremos, sobre tal proyecto, se estable-ce el imperio de una fatalidad! ¿Preexistía ya algún plan para el tema, que nosotros consi-deramos de un perfecto equilibrio?; en absoluto,  cree el autor; si omitimos la antigua adaptación  a sus instintos, todo grandeza y her-mosura, del sueño latente. ¿Dificultad en las figuras clave así como en la puesta en escena?; tampoco, pues la mirada de la infancia había convertido el primer techo en un refugio de mil visiones árabes; cada huésped, tomado del mundo real, fue adornándose también con la seducción o el horror exigidos por el cuento. «Difícilmente hallaríais algo semejante en alguna  descripción oriental [valga la cita]; fue obra de mi propia fantasía. La vieja mansión de Fonthill poseía una de las salas más vastas del reino, alta y de sonoros ecos; y numerosas puer-tas se abrían a ella desde distintas partes del edificio por oscuros, largos y sinuosos corredores.  De ahí extraje mi sala imaginaría, o de Eblis, engendrada por la de mi propia residen-cia. La imaginación la coloreó, la engrandeció y la revistió de un carácter oriental. Todas las mujeres que se mencionan en Vathek fueron el retrato de las que habitaban la morada fa-miliar del viejo Fonthill, con sus cualidades, buenas o malas, exageradas para adecuarlas a mis designios.» Confidencias de edad madura, cuando sumerge de nuevo su mirada en el curso de los primeros, transparentes años; pe-ro en exceso breves y cerradas por estas pala-bras significativas: «Lo hice todo siguiendo mi idea. Tenía que elevar, magnificar, orientalizar cada cosa. Planeaba, en mi joven fantasía, sobre  las alas del antiguo pájaro árabe Rock, por entre los genios y sus hechizos, ajeno ya al mundo de los hombres.»

¿De acuerdo con qué misteriosa influencia, conocida ya aquella que transmutaba por com-pleto una morada, el libro fue escrito en fran-cés?, paréntesis que no colma ningún vestigio de las notas dejadas o las palabras que se han conservado. Tanto como la necesidad de bu-cear en las obras de Herbelot, de Chardin o de Salé, reconocida en la anotación final (ya también en otra, no citada en absoluto, Abdallah o las Aventuras del hijo de Haniff, envia-do por el sultán de las Indias al descubrimiento  de la isla de Borico, etc., 1723), fuentes de casi todo el aparato oriental, un uso seguro de nuestra lengua, aprendida pronto en Londres y practicada en la sociedad parisina y, durante tres años, en Ginebra, explica los motivos o el don que tuvo el escritor para elegirla. Hecho fundamental éste de recurrir a un habla distinta de la natal para liberarse, por medio de un escrito, de la obsesión que reinara a lo lar-go de toda una juventud: renunciad a hallar en ello todo lo que no sea esa especie de solemnidad con que se debe emprender una tarea de carácter único, distinta a cuanto va a ser la vida .

Apartar, en un segundo movimiento, los ojos del escrito para regular, concesión también de la edad legal, la disposición de una fortuna por aquel entonces considerable (con una renta de unos dos millones quinientos mil francos) era cuanto debía hacerse. Terminado el ciclo de los viajes, uno junto a su joven y bellísima esposa, y otros solo, para pasear por todas partes la muerte y los recuerdos, llegó la hora del regre-so, pero sin la obsesión de antaño. Aquella imaginación de vastos designios, como privada de su finalidad espiritual, ya alcanzada, y sin embargo idéntica, comenzó a derribar piedra a piedra el viejo Fonthill House, que se refle-jaba en el espejo de un monótono estanque, para levantar no lejos Fonthill Abbey, entre jardines aclamados como los más bellos de Inglaterra. Resurrección de todo lugar y todo tiempo, llevada a cabo con grandes gastos, el único sueño invitado a poblar el nuevo inte-rior tuvo, como materiales, los del arte uni-versal representado allí en sus maravillas: el cielo contemplaba inmensas colecciones de flores.  Nada de falsas preocupaciones ni de bús-queda de los honores sociales: sólo tapizar, al igual que colmar, la magnífica construcción de sedas y jarrones, disponiendo cada mueble con un gusto desconocido hasta entonces, ¡eso es! Y aquel deseo, caro a todo gran espíritu, aun re-tirado, de dar fiestas; una en la que Nelson, siguiendo a la segunda lady Hamilton, aplaudió a su sirena en un trágico y escultural diverti-miento. La tranquilidad, favorable para la me-ditación de los productos puros del espíritu: no hay libro alguno perteneciente a la gran ge-neración que no pase por las manos del bibliófilo, amante de amplios márgenes donde escri-bir sus juicios. Por discreta que su aportación fuera, entonces no tomó mayor relieve al salir a la luz felices parodias del canto «fashionable» en boga: The Elegant Enthusiast y Amezia, rhapsodical, descriptive and sentimental romances, intermingled with pieces of poetry  quie-ro destacarlos de aquella vena sarcástica y per-sonal que proporcionó al muchacho de diecisiete  años una History of extraordinary painters, mixtificación para uso de los campesinos visi-tantes de la galería paterna; o produciría, en un futuro lejano todavía, un Liber veritatis (título casi cambiado por el de Book of Folly), panfleto heráldico sobre las pretensiones a una antigua nobleza de bastantes miembros del parlamento, que permaneció en manuscrito. Opúsculos privados todos ellos, pero de brillan-te verbo y hechos para ser leídos en voz alta en un círculo de familiares cuando languideciese  la conversación; caso raro en el salón de un conversador cuya vivacidad desbordaba de agu-dezas. Escuchad una frase al azar: «Las verda-des importantes, sin exceptuar una sola, fueron el resultado de esfuerzos aislados; ninguna fue descubierta por la muchedumbre y puede per-fectamente suponerse que ninguna lo será jamás; todas proceden del saber, unido a la reflexión de espíritus altamente dotados: los grandes ríos brotan de fuentes solitarias.» Podremos  convencernos de que los mágicos des-plazamientos de mansión significaron en el soñador superviviente al Cuento árabe, tantos juegos como aquellos en que la imaginación se complace en cataclismos o en ediñcios de nubes; a falta de objeto inmediato persistió también el gran don literario. Vender la misma  abadía, cuyo estilo se indicó minuciosa-mente a un arquitecto mediocre y célebre, tras algunas peregrinaciones, no fue (el día en que se produjo cierta reducción del patrimonio) más que la decisión de un instante; luego en las últimas construcciones más próximas, a la ciudad, Bath, en Lansdown dominado todavía por una torre, solitaria como un faro, ir, hasta la víspera de su muerte, a depositar mil anti-guos recuerdos en resplandecientes páginas. Italy and Sketches from Spain and Portugal, una Excursion to the Monasteries of Bathala and Alcobaga ; retened tales títulos que ya-cen en el repertorio de los más bellos escritos de una literatura. El joven heredero cosmopolita del mil setecientos y pico había, gracias a un tren principesco y al uso de recomenda-ciones casi diplomáticas, penetrado a tiempo los arcanos de la vieja Europa; pero con una visión de dilettante apta para discernir, ante todo, lo pintoresco. Aquel género, el Viaje, fue llevado de pronto al mismo grado de perfec-ción que en varios de nuestros poetas, por un estilo igual al suyo: el del coleccionista de pa-labras brillantes y auténticas, utilizadas con la misma prodigalidad y el mismo tacto que si fueran objetos preciosos, fruto de excava-ciones. Cuadernos de notas conservados y uti-lizados tardíamente: o bien, en una hoja de papel cercana al testamento, un pasado surgi-do hasta ese punto ante una memoria, la biografia  no se atreve a precisar la génesis de aquellos escritos; y su asombro crecería tanto en un caso como en el otro. De cualquier modo, semejante obra, cuya fecha secreta oscila entre el comienzo y el final de una vida, basta para honrarla por completo como si hubiera, incluso en el volumen principal correspondiente  al francés, dado vida a uno de los escritores de Inglaterra. El 2 de mayo de 1844, con sus ojos levantados a menudo de entre los tesoros del pensamiento o la hechura humana, hacia los amplios ventanales, y tras haber visto casi un cuarto de siglo y la mitad del otro llevar de nuevo al mismo paisaje sus estaciones, los cierra aquel gentleman extraordinario; a excepción del talento, figura idéntica a la de Brummel: aunque quizá el dandy fascinador de la época es vencido por el aficionado Beckford y su solita-rio fasto. A usted, lector, sin las mil rábulas y el absurdo, se muestra, ligada aquí casi por com-pleto al escrito imaginativo en cuestión como lo estuvo para la intuición de sus contemporá-neos, la existencia de aquel que se llamó, hasta  el último de sus días, el Autor de «Vathek».

Todo resplandece como excepcional, el hom-bre en su paraje y, en cuanto a él, la obra: ¡y, en principio, el empleo del francés!, causa de que no se quiera ya saber nada del Prefacio, aten-tos a conocer por uno mismo, como a mí me incumbió hace unos momentos extraer de él una muy especial poesía, el placer que ofrece en definitiva la lectura. Pese a todo yo niego ese derecho: pues el Cuento existe aquí, ¡sea!, pero tras vivir muchas peripecias que, por una loable curiosidad, deben ser conocidas. A un juicio precipitado por sus deseos, que sería tal vez la naturalización del libro, le faltarían notoriamente  algunos prolegómenos destinados a conferir fastuosidad, si ustedes no aguarda-ran. Alguien podrá advertir, incluso, que existe un misterio marginal (pero cuya constatación hay que tener en cuenta ahora): el de los epi-sodios mencionados en la página 199 : tres, sin añadirles The Story of Al Raoui, a tale from the Arabic, London, printed by Whittingham M. C. Geesweild, Pall Mall and sold by Robinsons  1799 , sesenta cuadernillos ingleses senci-llamente despojados, hacia 1782-83, del idioma oriental primitivo. Tal excedente, de nuevo en nuestra lengua y en modo alguno superior o incomparable a Vathek, será conocido; uno de los relatos al menos, fue, a partir de 1835, quemado por «demasiado extraño», dice Beckford al auditor de dos cuadernos conserva-dos. Me seduciría la tarea de obtenerlos todos; pero sólo cuando mis compatriotas hayan conocido la muestra que les fue por dos veces ofrecida: desconocida entre nosotros, ilustre en otros lugares, y que vio la luz en la lengua en que se escriben las líneas de esta reivindi-cación.

¿Por qué ignorada concurrencia de hechos este libro no fue, en el siglo pasado o en el presente, conocido por nadie? Oscuridad; que, en vez de esclarecer, yo hago más densa al citar las oportunidades de una notoriedad du-rante mucho tiempo, y como con habilidad, eludida. Anónima, apareció en París y Lausanne, en 1787, una edición simultánea del tex-to auténtico (antes de la redacción, y casado desde entonces, el autor residió a orillas del Leman): precisamente uno de los paquetes de dicha edición fue enviado, en hojas sueltas, a nuestra rue de la Harpe. Que mirada vigiló, en-tonces, todas las cosas: sucedió durante aquella excursión a Portugal iniciada para distraer el dolor de una viudez; y París sólo fue, tal vez, apresuradamente cruzado en otoño de 1786, po-cos meses después del fin de la perdida com-pañera; ¿y, por lo tanto, en una disposición de ánimo muy distinta a la de hacer imprimir una obra escrita algunos años atrás? La entrega  del manuscrito se efectuó en el anterior viaje de novios (suposición arriesgada también) y, probablemente, fue enviado desde el cas-tillo de la Tour, cercano a Vevay, después de 1783, a menos que los recuerdos hallados en Fonthill del juvenil aislamiento y de la inspi-ración no hubieren avivado en un inconsola-ble el proyecto de relacionarse con el librero de aquí, en la época situada entre su regreso de junto a los queridos restos y su huida a Portugal. Todo revela la duda en la hipótesis que pretende un acercamiento de la tardía fe-cha; y también esto, que entre tantas notas ínti-mas o empeñadas en no olvidar un solo detalle curioso (que sirven en conjunto como mate-rial para las Cartas de Viaje) alguna ilusión hubiera traicionado la llegada a los reales bosquecillos y las fiestas, en Lisboa, del volumen e tinta reciente; si no ya de las «pruebas». Este raro ejemplar que poseo, rescatado de entre los libros de saldo, ¿de dónde salió? En él se esclarecen varios puntos: sobre todo uno, el de los «Episodios»; y otro de utilidad para la conclusión de mi noticia, pues en él se indica el origen de una versión inglesa: pe-ro ni uno solo que resuelva la cuestión que se debate. Leed. «La obra que presentamos al pú-blico fue escrita en francés por el señor Beckford. La indiscreción de un literato, a quien ha-bía sido confiado el manuscrito hace tres años, permitió que fuera dada a conocer la traduc-ción inglesa antes de la publicación del origi-nal. El traductor llegó a asegurar por su cuen-ta, en el prefacio, que Vathek había sido tra-ducido del árabe. El autor denuncia la false-dad de este aserto y se compromete a no en-gañar al público en las otras obras de este género que pretende dar a conocer; las extrae-rá de la preciosa colección de manuscritos orientales dejada por el difunto señor Wortley Montague, cuyos originales se hallan en Londres, en casa del señor Palmer, administrador  del duque de Bedford.» ¡Difícil perspi-cacia! Debió producirse, entre el general en-friamiento debido a los numerosos retrasos de una publicación olvidada y pagada desde mu-cho tiempo antes, tras la aparición súbita de aquel Vathek, editado por Poincot, a espaldas del joven autor que, al pasar de nuevo por París, en 1788, no se confía a nadie en lo referente  al Cuento Árabe, bien porque el poco caso hecho a su aparición no le alienta a iden-tificarse, o bien obedeciendo a cierta suscepti-bilidad de su familia. Puede dudarse, dado el unánime silencio de los anales de la época, que hubiera enviado un ejemplar dedicado a al-gunas de las celebridades literarias. El adoles-cente, dirigiéndose a Ferney con su preceptor, saludaba, diez años antes, a Voltaire, muerto cuando apenas comenzaba a brillar, fuera de los salones paternos, la futura madame de Staël, visitada más tarde por el hombre ma-duro en Coppet. Tras escudriñar cien memoriales , estos dos son los únicos de nuestros literatos abordados por Beckford; y la socie-dad francesa que le acogió a su paso se limita a los círculos de la alta aristocracia. Muy orgullosamente tímido, tal vez aguardaba que se le hablara primero de su libro de juventud: nada prueba que lo hubiese nunca empleado con sus nobles huéspedes como objeto distintivo; ni como apoyo para sus cartas de in-troducción, tarjetas de visita o galanteo. Y no es que la persona del señor de Fonthill fuera desconocida, ni siquiera cinco o seis años más tarde, en pleno cambio político: comparsa en las primeras escenas revolucionarias, nuestros cromos muestran un inglés a caballo que asis-te curioso a todo; él. La caída de la Bastilla una vez y, también, la muerte del rey, precedieron  de cerca el regreso a Londres o a sus dominios de aquel extranjero popular; pero aun sin seguras alusiones a la gloría literaria, de la que su despreocupación privaba al país para llevársela a otro, la Comuna se sintió obliga-da a inscribir en su salvoconducto: «París le ve partir con pesadumbre.» Ninguna visita ulterior, que yo sepa, antes del momento, 1815, que corresponde a una nueva publicación, en Londres, del «original» francés: pero es tan largo, entre guerras y la ruina de un imperio, el lapso de las relaciones espirituales entre paí-ses enemigos, que el doble incidente, pese a la celebridad entre los suyos del escritor, pasa desaperbicido. Su estancia, de cierta duración, no dejó de producir la invasión, en Francia y aún más lejos, de varios de aquellos ejem-plares in octavo, encuadernados en papel tostado  cabrilleante, que contienen un grabado en dulce del mal gusto británico de aquella época y alrededor de 206 páginas de texto impreso en tipos imperiales. El volumen (que poseen diversas bibliotecas, en especial Gine-bra), es un Vathek correcto y frío, mostrán-dose mucho más ajeno a la suntuosa fantasía de bibliófilo atribuida a su autor que, antaño, el nuestro, simple y abandonado al azar. Dos palabras, por todo preliminar, confirman, abreviándolo, el prólogo ya citado: «Habiéndose hecho muy raras las ediciones de París y Lau-sanne, he permitido se volviera a publicar en Londres esta pequeña obra tal como la escri-bí. Como se sabe, la traducción apareció an-tes que el original. Es fácil creer que no era ésta mi intención; ciertas circunstancias, sin interés para el público, fueron causa de ello. He preparado algunos episodios: quedan indi-cados en la pág. 62, como continuación de Vathek; tal vez aparezcan algún día (W. Beckford).» Sólo es interesante, exista únicamente otra o haya sido seguida de varias, la edición princeps, perteneciente a Francia por el mismo  lugar de su publicación: y es de tal rareza (en una época en la que todo lo oculto se muestra) que no la menciona con exactitud catá-logo alguno de los usados en nuestra librería. Cuál fue su tirada; cuál su venta, etc.: detalles que olvidó conservar para el literato (que debe en el actual comentario, buscarlos) su ta-tarabuelo, cuyo nombre en calidad de «Syndic des libraires» acompaña la demanda del «privilège du Roy». Siguen conservándose, que yo sepa, cuatro o cinco de aquellos ejemplares franceses de 1787: dos que la Biblioteca Nacional  posee de su propio fondo o de la Biblioteca  de la reina María Antonieta, depositados en la Reserva; otro adquirido por el British Museum a la muerte de Bryan Waller Procter (seudónimo, Barry Conwall), que incluye estas  líneas trazadas por la mano del poeta, ade-más de un antiguo precio de venta: «Vathek L. 2, 10, O - Primera edición muy rara; - ja-más he visto otro ejemplar. - Septiembre de 1870»; y el mío. La edición completa tal vez fuera adquirida de nuevo por el autor, o se dispersara, aquí, en manos de indiferentes: pero  la venta de Fonthill Abbey hubiera exhu-mado algún vestigio: el nombre de algún tomo resonaría, también, en nuestras subastas. Otra sugerencia, novelesca ésta: que todo hubiera servido como material para las «franquicias» (que fueron, durante los bloqueos imperiales, el fraude de los bajeles fletados, por ejemplo, con papeles viejos, siendo arrojada la carga legal  al agua para dejar su lugar a mercancías inglesas de valor, que así quedaban liberadas de tasas). Ni en las profundidades del mar, ni tampoco en la oleada humana se hundió este libro que algún Divo funesto marcó con el sim-ple y puro olvido. Acúsese a la papelera. In-cluso a falta del poeta, que el curioso o el eru-dito no haya, desde mucho tiempo atrás, puesto  un polvoriento dedo en estos cuadernillos, con la ayuda de la locuaz y continua confesión de viejos magazines que decían que el libro había sido escrito originalmente en francés, es para mí al menos un motivo de inquietud. Sí, un hombre del más sagaz gusto, maestro en el relato (y lo constato al releerme), Mérimée, con cuyos escritos algunos fragmentos algo apresurados del comienzo de Vathek y la voluntaria  sencillez de la expresión presente hasta  el final no dejan de guardar cierta seme-janza, pensó en hacer editar, para los exquisi-tos, sus semejantes, la obra: edición comprometida por la crisis de 1870 y las de 1789 o 1815 y también por la muerte del académico.

Con una obstinación no casual, mientras nosotros dejábamos de lado uno de los escri-tos más interesantes redactados en francés, Inglaterra al menos no tenía elogios suficien-tes para la traducción producto del azar. Rea-lizado algún tiempo antes de la publicación del original, aquel trabajo (no lo ignoran ya) fue el resultado de una indiscreción; y tam-bién de un fraude, pues se presentó como tra-ducido, no del texto confiado, sino del árabe. ¿Quién?, el autor lo ignoró casi siempre; y sólo cuando la cuarta edición de su obra se hallaba en pleno éxito la perfeccionó tardía-mente, considerando con benevolencia pasa-ble la falsificación. La impresión producida sobre la generación contemporánea parece haber sido grande y haber contribuido en buena medida  al despertar imaginativo de la época. Mil citas o «ensayos» sobreviven, dispersos entre las revistas inglesas: eco del laudatorio mur-mullo que durante mucho tiempo acompañó, en sociedad, la carrera del libro. Nada de ci-tas en mi breve labor; en las que basta con elegir un volumen y preguntarse: ¿Qué pasa?, sin hojearlo realmente. La respuesta debida a Byron, en vísperas también de revelar un Orien-te, asedia de tal modo las memorias que sólo es preciso transcribirla. «Por la exactitud y corrección del vestuario, la belleza descriptiva y el poder de la imaginación, este cuento, más oriental y sublime que ningún otro, deja muy atrás cualquier imitación europea y posee tales muestras de originalidad que quienes han vi-sitado el Oriente tendrán ciertas dificultades para creer que no es sólo una simple traduc-ción.» Aquel gran genio compartía entonces la creencia común en alguna anónima imitación dé las parábolas árabes, neutro y erróneo fon-do sobre el que destacará, más tarde, la figu-ra de Beckford; implicando en ella, en un célebre  apostrofe, a su propio héroe, le hace exclamar en el primer canto de Childe Harold: «Allí [en Montferrate], también tú, Vathek, el más afortunado hijo de Albión, te hiciste antaño un paraíso, etc., habitaste y concebiste pla-nes de felicidad, allí bajo la faz siempre her-mosa de aquella montaña: pero ahora, como algo maldecido por el hombre, la mágica morada permanece tan solitaria como tú. Apenas si las gigantescas hierbas dejan un estrecho paso hacia las desiertas salas y la puerta abier-ta de par en par: nuevas lecciones al pecho que cree vanos los goces ofrecidos en la tierra; y mezclados con el naufragio por la in-clemente marea del Tiempo .» Tanto dura el asombro que el prosista causó al poeta que, via-jero uno, ve de nuevo la sombra del otro; in-cluso en lugares donde nada parecido a un pa-lacio legendario, levantado durante un paseo de algunos meses por Portugal, ha podido levantarse. ¡Eso basta!, no conozco hoy library que, lujosa y familiarmente, no ofrezca alguna de las numerosas ediciones de Vathek; como li-terato, considero que este relato es algo más que uno de los más orgullosos juegos de la na-ciente imaginación moderna.

Caso especial, único entre numerosas remi-niscencias, de una obra que Inglaterra consi-dera suya y que Francia ignora: aquí el original, allí la traducción; mientras que (para terminar de confundirlo todo) el autor, por el hecho de su nacimiento y por admirables esbozos, no pertenece a nuestras letras aun solicitando en ellas, a pitón pasado, un lugar preponderante  y casi de iniciador olvidado. En este caso el deber, como la solución intelectual, duda: inextricable.
Un extranjero eligió, antaño, nuestra lengua para escribir su obra maestra, perdida con no menor singularidad; ¿qué hacer por nuestra parte? Entre los bibliófilos, multiplicar el original y los pocos volúmenes que nos han llega-do, esmeradamente. Página a página y línea a lí-nea reconstruyendo, el elzevir del siglo XVIII, el tipo y el formato: en papel sin amarillear (si se desea) por consideración así como para no demostrar  que se han dejado transcurrir cien años. Mejor que eso, violentar el Tiempo, cuya detención se revisa, pero no se rompe en principio, estaría mal: convocar al pueblo de los lectores, interesarlo, seducirlo. Y si, una vez acogido a causa de la avidez ordinaria de emociones, incluso espirituales, el objeto cayera de nuevo en el olvido, sería esta vez consciente, irreparable, definitivo. Ni siquiera el fantas-ma de un libro puede ser turbado inoportuna-mente. A la peripecia de un nombre sacudido por vientos de gloria y sumido de pronto en el silencio, estas ocho o diez hojas ligeras de vetustez prefieren el antiguo, solitario, injusto sueño, en el que evaporan su en-canto en un absoluto cierto: sin embargo, nada de lo hermoso debe escapar a la investigación.

Sagaces buscadores de objetos raros, bi-bliófilos limitados a la propia cifra de la reim-presión (no muchos más de cien), aquellos en cuyas manos cae tienen también en ellas la suerte de la obra. Todo devuelto precisamen-te al lugar donde debió estar, como si la evocación  pareciese de la nada y no del polvo: puede conjurarse al único mal hado posible de abordar que sería no pensar una extraña indiferencia sino la pérdida material de la edición. Aunque, solitarios, tuvierais que ha-bitar sin ser abiertos, cuadernillos de Vathek en la fría envoltura del pergamino, en ilustres estantes de bibliotecas, la lámpara de la vi-gilia destacaría con recogimiento y en una especie de primer honor íntimo, vuestro tí-tulo impreso en oro. Algo más se hará entre los lectores que ambicionan abrir un libro de antaño sólo si tiene un aspecto envejecido y fue consagrado por la sanción de una hospi-talidad tranquila y rica: donde flota la ilusión de haberlo hallado por sí mismos.

Cómo aparece el lenguaje a lo largo de Vathek; cuestión esta que domina todas las demás tratadas, visto que poco basta, para en-trar en una literatura, el hecho de guardar tesoros  de determinada época o generales, con-fiados por el escrito a esta habla y no a otra; la aportación se hace en especies marcadas con el signo de la autenticidad. Ociosos o interesantes, nadie, de los especiales accidentes aquí en juego, exige en el estilo uno de aquellos flu-jos casi eternos; en los que abundan los ma-teriales preparados por varias  generaciones cuando, de siglo en siglo, se refunde el discur-so. ¡Cómo!, una fraseología correcta y de vez en cuando, igual al lujo de los cuadros o a cierta grandeza de los sentimientos; el equi-librio entre la imaginación y la factura incli-nándose preferentemente hacia aquélla como, en muchos prosistas clásicos, se inclina hacia ésta. Bien. Apenas si varios anglicismos revelan, de tarde en tarde, cierta incomodidad; evocando  otro cierto encanto. Único error cons-tatado con mayor frecuencia que en la lectura de los modelos de nuestros maestros, una con-fusión que al posesivo o el relativo, en los pronombres como son, sa, ses, y il, elle, la, lui, etcétera. ¡Perdón!, y (para concluir emejante equivocación depende de ciertas condiciones gramaticales del inglés mal olvidadas, así como  de la obediencia en exceso estricta de un extranjero a nuestras reglas empíricas. Nada disculpa la impericia demostrada en el manejo de la ilación de la frase (o ésta se difumina en la sombra y la vaguedad); pero cuántas con-quistas a costa de ese doble y nefasto error, ¡sí!, en la firme unión y la puesta en valor de las palabras: no falta un cierto preciosismo, agradable incluso, en la seguridad para elegir entre todas la exclusiva y la buena. Determi-nado pasaje, velado o intenso, calmo, melan-cólico y grande, debe su múltiple carácter a la vigilancia siempre al acecho del escritor: ¿qué destacar que no sea un simple jirón? Aplicable a la sutileza que flota entre líneas, el tratamiento que yo he seguido con toda bri-llantez no debe volverse aquí contra su propio  artífice; antes se lee el volumen que se comprenden al vuelo algunos extractos. Imi-tado Voltaire (el mejor Voltaire pero no es bueno ser perfecto a ese precio), una prosa, que con mayor frecuencia anuncia a Chateau-briand, puede también honrar otro nombre, el de Beckford. Todo fluye de manantial, con viva limpidez, con un ondulamiento amplio de periodos; y el esplendor tiende a fundirse en la pureza total del cauce, que acarrea innume-rables riquezas de dicción que pasan desaper-cibidas al comienzo: algo natural en un extran-jero inquieto que alguna expresión demasiado audaz le traicione paralizándole la mirada.
STÉPHANE MALLARMÉ

domingo, 18 de mayo de 2014

Horace Walpole. Literatura gótica.


Horace Walpole
(Gran Bretaña, 1717-1797)
Cuarto conde de Oxford, novelista inglés nacido en Londres. Tras estudiar en el Eton College y la Universidad de Cambridge, viajó por Francia e Italia con el poeta inglés Thomas Gray. Walpole se convirtió en Parlamentario en 1741, actividad que desempeñó hasta su jubilación, en 1768. Su carrera política se limitó al ejercicio de cargos menores, a los que accedió inicialmente gracias a la influencia de su padre, el primer ministro Sir Robert Walpole. En 1748, Walpole compró la villa de Strawberry Hill, en Twickenham, una zona residencial situada al oeste de Londres. Esta finca se convirtió en un lugar de interés público por su arquitectura pseudogótica, su espléndida biblioteca y sus colecciones de arte y curiosidades. Walpole instaló allí una imprenta en 1757 y editó libros exquisitos que influyeron en el desarrollo de la impresión y la producción editorial en Inglaterra. Se interesó esporádicamente por todas las artes literarias y realizó una importante aportación a la historia del arte con su estudio en cuatro volúmenes Anécdotas de los pintores ingleses (1762-1771). Sin embargo, Walpole es conocido ante todo por su novela El castillo de Otranto (1764), repleta de elementos sobrenaturales, es una de las primeras obras del género conocido como relato gótico. Escribió también La madre misteriosa (1768), una tragedia sobre el tema del incesto. Su fama literaria reside igualmente en sus cartas, que contienen ingeniosos e incisivos comentarios sobre las costumbres de la época.
***
El principal personaje de EL CASTILLO DE OTRANTO es el castillo mismo, omnipresente durante toda la obra. En él y en una iglesia cercana se desarrolla toda la intriga, protagonizada por el usurpador del principado, Manfredo, para que no se cumpla una profecía que vaticina que será desposeído del castillo y su linaje será castigado. Este argumento supone la defensa de una concepción del mundo que se resiste a morir con la llegada de la Ilustración. Esa sociedad medieval de territorios dominados por reyes o príncipes que disponen a su voluntad de criados y vasallos se había extinguido en realidad hacía algunos siglos. Pero la ideología que la sostiene quiere seguir viva para perpetuar una situación insostenible en la que los reyes del siglo XVIII y la nobleza que los apoya (no hay que olvidar que Walpole era conde) controlan el poder y se reparten la tierra.
Fuente: N.N.

sábado, 17 de mayo de 2014

Sobre la novela policíaca. Diana Cerqueiro


Sobre la novela policíaca.
Diana Cerqueiro
Resumen
Este artículo pretende acercar al lector a algunos elementos básicos que caracterizan la novela policíaca clásica, intentando diferenciar el género en función de los elementos espaciales, temporales y el uso del lenguaje. A partir de estos elementos y de la estructura de la trama, el género se diversifica teniendo en la posmodernidad fuertes implicaciones sociales y psicológicas.
Palabras clave: novela policíaca, novela negra, géneros literarios, crimen.

Title: About crime fiction
Abstract
This paper pretends to bring the reader closer to some basic elements that characterize classic crime fiction, trying to differentiate the gender according to spatial, time, and language elements. From these elements and the plot of the gender it diversifies having strong social and psychological implications in postmodernity.
Keywords: crime fiction, detective fiction, literary genders, crime.

Índice
1. Origen y evolución del género policíaco
2. Estructura y características
2.1. Componentes estructurales
2.2. Características de novela clásica y novela negra


1. Origen y evolución del género policíaco
A finales del siglo XVIII y principios del XIX la novela sufre un cambio fundamental: deja de ser didáctica y se convierte en literatura de entretenimiento. A esto se une una serie de adelantos técnicos en los medios de producción de esta literatura: mejores máquinas impresoras que hacen posible grandes tiradas. Por otro lado, hay un aumento de población, las ciudades se convierten ya en grandes urbes en proceso de industrialización; ciudades donde aumentará la criminalidad de forma significativa, creándose, en consecuencia, los primeros cuerpos de policía en el siglo XIX.

El hombre mejora su nivel de vida en algunos casos y empieza a disponer de tiempo libre, creándose lo que se ha denominado literatura de ocio. Los periódicos sufren una notable transformación, se multiplican por toda Europa, y a partir de 1830 aumentarán sensiblemente su tirada con la aparición de la prensa amarilla e incluyendo entre sus páginas novelas o folletines para entretenimiento de esa gran masa de público ocioso. Es en ese contexto y rodeado de todas esas características, a las que se une la ideología positivista y racionalista imperante en esta época, como surge la novela policíaca.

Varios son los nombres que se manejan entre los diferentes especialistas a la hora de denominar el género: novela enigma, novela problema, policíaca, de detectives, criminal, etc. En la actualidad, el consenso está en afirmar que existen dos tendencias fundamentales:

En primer lugar la llamada novela policíaca clásica, novela enigma, novela problema o novela de investigación racional; estas novelas presentan el hecho criminal como un enigma para la razón. Según Narcejac (1986), la novela policíaca clásica no evolucionará de manera uniforme, sino que señala tres líneas en su evolución: a) la línea puramente racionalista (Dupin, Poirot): la razón será la única fuente de verdad; b) la línea más moralista (Maigret, Padre Brown, Ms. Marple), donde a la razón se unen los conocimientos de la psicología de los personajes; y c) la línea más empírica (Holmes, Perry Mason), donde la interpretación de los hechos se sustenta en medios técnicos y conceptos científicos.

En segundo lugar, se encuentra lo que tradicionalmente conocemos como novela negra, que aunque nace en Estados Unidos será bautizada en Europa a partir de 1945, cuando la editorial Gallimard (Francia) inicie la publicación de obras de esta clase bajo el título de Sèrie Noire.

Las diferencias entre la novela policíaca clásica y la novela negra son muy notables aunque ambas sean ramas de un mismo tronco: el relato criminal. El delito será su temática básica, y este se concebirá como enfrentamiento entre crimen y justicia. Funcionarán con el siguiente esquema:

Novela policíaca clásica: enigma (crimen) > indagación racional (búsqueda) > solución (localización).

Novela negra: crimen > búsqueda > localización.

Vallés Calatrava (1990) ha definido el género, que él llama novela criminal, como: "género narrativo que aglutina un conjunto de relatos caracterizados principalmente por situar como tema básico el hecho delictivo concebido como enfrentamiento entre justicia y crimen (y sus representantes)". Continúa diciendo que novela enigma y novela negra serán los términos utilizados para referirse a las dos tendencias principales de la misma que, con mayor presencia de unos u otros elementos (misterio, psicología, realismo, violencia, etc.) según cada obra concreta, se organizan en ambos casos en las dos posibles modalidades narrativas de historia de detective y criminal.

Si nos atenemos a los elementos que han contribuido a dar forma al género policíaco veremos que estos componentes provienen de la poética romántica, de las novelas de aventuras criminales, de la novela gótica de suspense y terror y del roman feuilleton, máxima expresión del suspense y de la lucha entre el bien y el mal, entre el policía y el ladrón, aunque estas narraciones se apartan, finalmente, de la novela policíaca por su manifiesta irracionalidad e inverosimilitud.

Estudiando el origen de la novela policíaca, dos serán las posiciones que se ofrecen en cuanto al nacimiento del género. Una posición, apoyada por Hoveyda, Boileau y Narcejac (1986), dice que hay precedentes desde las primeras manifestaciones literarias de la historia; y así, estos autores nos remiten a Las mil y una noches, a Arquímedes, al Edipo de Sófocles y al Hamlet de Shakespeare, para terminar aludiendo, ya en el siglo XVIII, al anónimo chino Tres casos criminales resueltos por el Juez Ti. Esta postura ha sido rebatida por autores que, como Rodríguez Pequeño (1995), la definen como anecdótica, ya que "todo parecido de estas obras con las policíacas es mera coincidencia" (Rodríguez Pequeño 1995).

La segunda postura, la que atribuye a Edgar Allan Poe la paternidad del género, será la que tenga mayor calado entre los estudiosos del tema policíaco en nuestros días. En los años 40 del siglo XIX se publicarán Los crímenes de la calle Morgue, El Misterio de Marie Rogêt y La carta robada, esta trilogía protagonizada por el detective Dupin será la que fije la esencia del género: la resolución del misterio producido por un crimen mediante una investigación racional. Las tres obras de E. A. Poe ofrecerán los que serán los rasgos propios del género en su primera etapa:

    Un detective aficionado, no perteneciente a la policía ni a ningún cuerpo organizado, poseedor de unas extraordinarias cualidades deductivas y de observación, excéntrico, narcisista, frío, que se muestra despectivo con respecto a la capacidad de la policía y sus métodos.
    Un narrador coprotagonista amigo del detective, a quien auxilia en sus labores investigadoras, marcando, además, la superioridad del detective sobre él mismo y sobre el lector.
    Creación de personajes sospechosos de haber cometido el crimen y de los testigos, con cuyos testimonios y las pistas presentes en el lugar del crimen se resolverá el misterio.
    La razón como medio para esclarecer el crimen, que siempre supone un misterio, un enigma. Los modos de conocimiento y la técnica de la investigación son también materia de la narración.
    Predominio de la razón sobre la acción.

La estructura de la novela policíaca quedará así fijada, desde Poe hasta nuestros días. En primer lugar hay un "hecho criminal" (asesinato o delito), una "investigación subsiguiente" y el "desvelamiento del hecho criminal".

En la obra policíaca de Poe podemos apreciar otros elementos que aparecerán posteriormente en muchas obras del género, como serán la narración basada en hechos reales, la resolución del caso a distancia, la importancia del análisis del carácter de los sospechosos, la conveniencia de ponerse en el lugar del criminal, el desciframiento de claves, etc.

Con el paso de los años se producirá el desgaste de la fórmula tradicional, solo una pequeña parte del gran público estará dispuesta a leer este tipo de libro en su versión más pura, y pocos autores estarán inclinados a escribirlo. En los primeros años del siglo XX surgirán nuevos modelos:

    La historia invertida: un misterio que comienza cuando vemos al asesino en el momento de cometer el crimen, y cuyo interés radica en cómo éste es incapaz de salirse con la suya.
    La historia plana o de vuelta al escenario: el interés es el mismo tanto con respecto al marco ambiental como a la historia detectivesca en sí.
    El howdunit o "cómo lo hizo": novela donde se hará evidente quién es el asesino, pero será imposible arrestarlo hasta que finalmente se dé con un método agudo e ingenioso para descubrirlo y probar su culpabilidad.
    El whydunit o "por qué lo hizo": novela cuyo interés radica en mostrar que alguien que podría haber cometido un asesinato, pero cuya autoría parecía claramente imposible por falta de medios, era visto como psicológicamente capaz después de todo.
    La novela detectivesca: el factor rompecabezas se reduce, los personajes son mucho más vívidos y reales que los que se necesitaban para la historia, y sus características y comportamientos son tratados con mucho más peso.
    La novela criminal: novela que otorga mayor énfasis a los personajes y, sobre todo y especialmente, a su medio, a todo aquello que los rodea. Pese a seguir manteniendo el crimen como uno de sus elementos esenciales y estando también concebidas como entretenimiento, este tipo de novelas no consideraban el elemento rompecabezas como un factor principal.

Poco a poco, la novela policíaca clásica perderá fuerza por su falta de originalidad; así pues, la novela dejará de interesar cuando deje de ofrecer al lector algo nuevo y sorprendente, y dará paso a la novela negra, donde el crimen pasará de ser algo anecdótico pero imprescindible a ser una pieza activa, importante y decisiva del género. El crimen pasó al callejón, realizado por personas que lo cometen por algún motivo, y no por dar un cadáver al escritor, personas descritas tal y como son en la vida real, que piensan y hablan en un lenguaje real.

Durante las primeras décadas del siglo XX tendrán lugar una serie de fenómenos políticos y sociales de gran importancia: la Primera Guerra Mundial con el reparto imperialista de Europa, la Revolución Comunista y su triunfo en Rusia; la adquisición de protagonismo del proletariado y el triundo en Estados Unidos de las ideologías anticapitalistas y el comunismo utópico.

Hay coincidencia entre todos los autores en situar el nacimiento de la novela negra en los Estados Unidos en torno a los años 20 del siglo XX con Hammet, Chandler y todo el grupo de autores ligados a los diferentes pulps. El consenso no está tan claro en cuanto a las causas. Unos dicen que sería producto de las condiciones socioeconómicas norteamericanas de este periodo histórico, unos desajustes que llevarían a la crisis del 29. Además, la corrupción política unida al aumento de la delincuencia y del crimen organizado a partir de la entrada en vigor de la "ley seca" en 1920, darán como consecuencia la aparición de una novela con grandes rasgos de realismo y de denuncia social. Otros harán énfasis en los antecedentes literarios; Narcejac (1986) la entenderá como una prolongación de la novela inglesa de terror del siglo XIX; Joulia (Narcejac 1986) la explica como una derivación de la antigua novela de gánsteres; Tortel (Narcejac 1986) dice que es una combinación de novela popular y novela policíaca.

En 1920 las ciudades se triplican en Europa y Estados Unidos. Aparece la cultura de masas, la prensa moderna y revistas como los pulp en América, muy populares y llenas de relatos de aventuras. Una de ellas, llamada Black Mask, será la precursora de un nuevo tipo de relato policíaco, donde el enigma deja de tener la importancia que tenía en el relato clásico

De pronto, aquellas novelas que solo pretendían jugar a las adivinanzas habían dado lugar a la creación de otras, muy próximas a ellas en intención pero que contenían una profunda crítica sobre el funcionamiento de la sociedad en su aspecto más epidérmico, más próximo al ciudadano de a pie: el referido precisamente a la seguridad ciudadana, a la amenaza que aguarda cada día al volver una esquina o al dejar el coche aparcado en la calle. (Madrid 1989)

La revista Black Mask introducirá como política editorial el realismo en las narraciones policíacas, un realismo que impregnará toda la literatura norteamericana, lo mismo que la crítica a una sociedad corrupta. La novela negra supondrá un cambio en los protagonistas, el papel principal pasará del investigador al criminal o incluso a la víctima; pondrá el énfasis en el crimen y sus elementos derivados, a diferencia de la novela policíaca clásica que privilegiaba la investigación, siendo el crimen, el criminal y la víctima solo piezas necesarias.

Segregada desde la ideología romántica, la novela negra surge con unas características propias entre las que destacan el realismo, la crítica social, el escenario urbano, el culto a la violencia, el empleo de un nuevo lenguaje y un planteamiento distinto del binomio crimen/justicia. Será así testigo de su época: la sociedad americana de los años veinte, los gángsteres, la ley seca, el crac de la bolsa, la delincuencia urbana... La novela negra añade testimonio y crítica social a la novela policíaca, será la nueva novela social; aunque aquí se tratará de antiepopeyas que no plantean ningún tipo de solución social.

Se escribe desde entonces con una nueva prosa directa, concisa, clara y transparente, influenciada sin duda por el cine, por los guiones que muchos de estos autores escriben para este nuevo medio de comunicación y por la prosa periodística. Las elipsis del cine pasan a la prosa literaria, del mismo modo que los cambios de plano. Aparece la forma objetiva de contar historias. Se empiezan a contar como si estuvieran ocurriendo ante los ojos del lector. En esta nueva novela existe el misterio y hay solución del caso, pero esto ya no es lo importante. Sobre ellas planea un cierto individualismo romántico, muy pesimista. Esta novela negra muere en América con Ross MacDonal. Pero el fenómeno cruzó el charco y llegó a Europa.

En Europa será Simenon quien inicie en Francia, alrededor de 1930, una literatura policial diferente, más costumbrista, pero sin llegar a las cotas de denuncia social de sus coetáneos americanos. Habrá que esperar a las revueltas de 1968 para que en Francia comience el "polar" (policíaco + popular) en la línea inaugurada por Hammet en 1930.

El fenómeno tiene características generales. En todas partes -Hispanoamérica, Brasil, Portugal...- una literatura urbana, realista, de factura policial, que refleja el estado actual de degradación de la sociedad capitalista contemporánea, emerge con una pujanza imparable. Esta literatura es también la alternativa al callejón sin salida que había llevado a la novela al realismo social tradicional por una parte, y por otra, a las experimentaciones con el lenguaje del nouveau roman. Esta nueva novela realista y urbana desvela los entresijos de una sociedad basada en la explotación, el consumo y en la marginalidad, como antiguamente la novela policíaca clásica se dedicaba a desvelar el asesino.

A modo de conclusión hay que decir que la novela policíaca surgida en la primera Revolución Industrial europea ha reflejado, a lo largo del tiempo y hasta nuestros días, las contradicciones, los anhelos y angustias, miedos y mitos del público al que va dirigido.


2. Estructura y características
Una vez estudiado el origen y la evolución del género policíaco, haremos referencia a sus componentes estructurales y a sus características.

2.1. Componentes estructurales
En tanto que texto narrativo, en toda novela policíaca aparecen una serie de elementos en torno a los que se organiza el discurso:

El narrador no ofrece características especiales con respecto a otras narraciones. En cuanto a la posición, puede situarse dentro o fuera de la acción y contarla así, normalmente en pasado, en primera o tercera persona. Su conocimiento de los hechos puede ser mayor, menor o igual al de los personajes y dispone el discurso situando normalmente al detective como protagonista del relato. El narrador, además, presenta generalmente una historia que tiene unidad de acción y suele contarla de forma retrospectiva y sucesiva, siendo perfectamente admisibles los saltos temporales y los flash-backs. La novela policíaca ofrece dos aspectos destacables: en este sentido:

    El narrador puede organizar la trama "con trampa" para no desvelar el misterio racional hasta el final, como El asesinato de Rogelio Ackroyd de Agatha Christie.
    También es propio del género presentar un narrador que no conoce la entera realidad de lo sucedido hasta que el investigador-protagonista lo aclara o explica, como es el caso de Sherlock Holmes y el doctor Watson. Este será un recurso muy útil, porque permite al autor, en la medida que él quiera, contar al lector lo que está pasando por la mente del detective. Watson puede proporcionar al lector todas las claves que son necesarias para la resolución del misterio, pero sin tener que explicar ni su importancia ni su significado.

En cuanto al marco espacial y temporal, en un sentido amplio, puede decirse que la acción de la novela policíaca suele situarse en las sociedades occidentales contemporáneas, sobre todo en los países anglosajones y en Francia hasta las últimas décadas del siglo XX, cuando comienzan a aparecer novelas ambientadas en muchos otros lugares: Asia, África, países nórdicos, Italia, España, Grecia, etc.

En lo referente al espacio, frente a la preferencia por los lugares cerrados y de carácter privado (como la casa, e incluso espacios aislados, en el campo) de la novela clásica, relato de índole más bien psicológica y que pretende reducir el elenco de personajes sospechosos, el realismo de la novela negra demanda, sin embargo, sitios públicos que retratar: la calle, y más ampliamente la ciudad, pues es aquí donde se encuentran la mayor parte de las contradicciones sociales del mundo actual.

Aunque lo habitual es que la historia transcurra en la contemporaneidad, no faltan ejemplos de ruptura de esa localización y se situará la trama en el pasado, como en la obra de Lidsey Davis ambientada en la Roma Imperial, Umberto Eco y El nombre de la Rosa en la Edad Media, etc.

En lo que se refiere a personajes y acción, a la hora de establecer una tipología de los personajes característicos de la literatura criminal, hay que contar con una doble categorización: la funcional, que los caracteriza según su importancia y su papel en la trama, y la técnica, que los define en relación con su denominación y función jurídica. Entre los personajes principales encontramos al protagonista, que suele ser un investigador, ya tenga una función pública -juez, fiscal, policía, forense- o privada -detective, periodista, médico, abogado-; al antagonista, que puede ser profesional o no profesional, y conocido o no desde el principio, y al relacionante o víctima. Entre los personajes secundarios están los ayudantes del protagonista -colaboradores, policías, peritos, testigos, confidentes- y los oponentes -cómplices, otros delincuentes, etc.

La acción en la novela policíaca está conformada por distintos acontecimientos relativos a la comisión de uno o varios hechos criminales. Su planteamiento será distinto dependiendo de si se trata de una novela clásica o una novela negra, esta última con un ritmo mucho más ágil y trepidante.

2.2. Características de novela clásica y novela negra
El uso del lenguaje en la novela clásica se corresponde con un registro culto y más o menos elaborado, lleno a veces incluso de tecnicismos correspondientes a los lenguajes científico-técnicos relacionados con el género, criminología, medicina forense, abogacía, etc. Por el contrario, el relato negro intentará llevar a sus máximas consecuencias su planteamiento realista e intentará reproducir, sobre todo en los diálogos, el lenguaje coloquial o hablado norteamericano, incluso introduciendo determinadas palabras en argot, lo que tenía precedentes literarios en los escritores de la llamada generación perdida: Hemingway, Dos Passos, Scott Fitzgerald. También tendrá importancia el humor, la ironía, el sarcasmo hiperbólico, la presentación de situaciones absurdas, recursos utilizados para dar una perspectiva crítica y de denuncia, común a las obras de este tipo.

El carácter urbano del decorado ya era la pauta normal en la novela policíaca clásica, que solo en raros casos localizaba en el campo sus historias. Pero la importancia de la ciudad es más significativa en el relato negro, que por su dimensión realista convierte a muchas de estas obras en verdaderos retratos de ambientes, lugares y tipos de diferentes ciudades. En la novela negra la presencia de lo urbano juega un doble papel:

a) Como decorado o marco de la acción, puesto que en la ciudad hay una enorme variedad de personajes, sitios y ambientes, y se da además la mayor tasa de criminalidad, con delitos frecuentes y variados.

b) Como determinación social, porque como forma narrativa contemporánea el relato negro no se puede sustraer a la presencia del componente urbano que es, en las sociedades modernas, la pieza básica de la organización vital y social.

El aspecto lúdico es un rasgo de la novela policíaca relacionado con la medición de inteligencias entre autor-lector, su enfrentamiento para plantear e intentar solucionar un problema de índole lógica. Algunos autores han resaltado su parecido con la resolución de un crucigrama, un juego de ajedrez, un rompecabezas o un juego matemático. Este rasgo tendrá como consecuencia la tendencia a la complicación de la trama; el autor buscará la proeza, sin preocuparse de la verosimilitud, y el lector exigirá crímenes cada vez más raros. La técnica del juego limpio (fair play) fue propuesta para subsanar la mala costumbre de retar al lector a un duelo sin ofrecerle toda la información necesaria. El juego limpio, de obligado cumplimiento según el Detection Club, nacido en 1929 y presidido por Chesterton, establece que el lector ha de estar en igualdad de condiciones que el investigador de la narración. Esta idea gobierna gran parte de la literatura policíaca del período de entreguerras y fue reglamentada por Van Dine, quien publicará en el American Magazine lo que se ha llamado las "veinte reglas de la novela policíaca". Pero, aun así, las reglas se rompen con artimañas del novelista que quiere "extraviar al lector". Las veinte reglas de Van Dine (1928) son las siguientes:

    El lector y el detective deben tener las mismas posibilidades de resolver el problema.
    El autor no tiene derecho a emplear, ante el lector, trucos y tretas distintos de los que el propio culpable emplea ante el detective.
    La verdadera novela policíaca debe de estar exenta de toda intriga amorosa.
    El culpable nunca se debe descubrir bajo los rasgos del propio detective ni de ningún miembro de la policía.
    El culpable debe encontrarse mediante una serie de deducciones y no por accidente, por azar ni por confesión espontánea.
    Por definición, en toda novela policíaca es necesario un policía.
    Una novela policíaca sin cadáver no es novela policíaca.
    El problema policíaco debe resolverse con ayuda de medios estrictamente realistas.
    En una novela policíaca digna de ese nombre no debe haber más que un verdadero detective.
    El culpable debe ser siempre una persona que haya desempeñado un papel más o menos importante en la historia, es decir, alguien a quien el lector conozca y le interese.
    El autor nunca debe escoger al criminal entre el personal doméstico como el criado, el lacayo, y así por el estilo.
    No debe haber más que un culpable, independientemente del número de asesinatos cometidos.
    Las sociedades secretas, las mafias no tienen cabida en la novela policíaca.
    La manera en que se comete el crimen y los medios que han de llevar al descubrimiento del culpable deben de ser racionales y científicos.
    La palabra clave del enigma debe ser aparente a todo lo largo de la novela.
    En la novela policíaca no debe de haber largos pasajes descriptivos, como tampoco análisis sutiles o preocupaciones de "atmósfera".
    El escritor debe abstenerse de escoger al culpable entre los profesionales del crimen.
    Lo que se ha presentado como un crimen no se puede mostrar al final de la novela como un accidente ni un suicidio.
    El motivo del crimen debe de ser estrictamente personal.
    Finalmente, quisiera enumerar a lo que el autor no puede recurrir: descubrir la identidad del culpable con una colilla; o con una sesión de espiritismo; las huellas digitales falsas; la coartada con un maniquí; el perro que no ladra; el culpable gemelo del sospechoso; la jeringa hipodérmica y el suero de la verdad; el asesinato cometido en una habitación cerrada; el desciframiento de un criptograma por el detective, etc.

El enigma y el suspense están relacionados con una de las características destacadas por la crítica en la novela policíaca: el planteamiento de un misterio lógico que parece recorrer y construir todo el texto, convirtiéndose -en palabras de Roman Gubern- en la "arquitectura de lo enigmático". De acuerdo con Borges, para quien el enigma no es un hecho inexplicable sino confuso, podríamos definirlo como el conjunto de hechos misteriosos y confusos de índole criminal que constituyen una dificultad para la razón del investigador y que finalmente son ordenados y explicados mediante procedimientos lógicos.

Las claves sobre las que se organiza el enigma y que debe desvelar el detective han sido perfectamente analizadas por Roger Caillois (apud Vallés Calatrava 1990): se trata de los interrogantes fundamentales del quién, el cómo y el por qué, agente, forma y motivo.

El enigma es el elemento antagónico de la razón y, por tanto, solo puede aclararse racionalmente. Para Vallés Calatrava (1990), la novela-enigma, como su propio nombre indica, plantea un enigma; no lo hace, sin embargo, la novela negra, porque no hay razón de individuo alguno que se aplique a desvelar nada. Lo que sí existe en toda esta clase de obras es un procedimiento de construcción de la intriga que se apoya en el juego entre énfasis y reticencia, el destacar primero un aspecto y retrasar luego su revelación.

En cuanto al realismo y la psicología, quizá sea precisamente el realismo, la pintura verosímil que pretende reflejar fielmente las diversas facetas de la sociedad, el rasgo más acusado de la novela negra. Muchos críticos la consideran como el factor más importante de diferenciación con respecto a la novela-enigma. Chandler, por ejemplo, hacía del realismo su enseña, llegando incluso a denominarla "novela policíaca realista". Otros autores opinan que el secreto de Hammett consistió en inventar personajes de carne y hueso, seres humanos que piensan, actúan y se expresan como sucede en la realidad. Diversos autores dicen que la principal innovación de la serie negra fue hacer del relato policíaco un instrumento de representación realista y, principalmente, de denuncia social, entendiendo por realismo la descripción de determinados aspectos de la sociedad contemporánea.

En cualquier caso, la pintura de las costumbres americanas de McCoy, el objetivismo y la denuncia social soterrada de Hammett, la crítica de la corrupción y la deshumanización de Chandler o el retrato de la criminalidad de Burke o Henderson Clarke tienen mucho que ver con la realidad social norteamericana de su época. El realismo será entonces la principal característica de la novela negra frente a la tendencia de la novela clásica mucho más cercana al planteamiento psicologista, que convierte en objeto de atención a los personajes antes que al marco en que se encuadra la acción.

El conservadurismo o l crítica social son también elementos importantes. Aunque no cuestionen generalmente el modo de producción en el que surgen, lo cierto, en cualquier caso, es que muchos de los relatos negros critican en mayor o menor medida, con mayor o menor profundidad, algunas facetas negativas de la sociedad en la que nacen, o al menos las ponen de manifiesto. La novela clásica, frente a esto, tiene sin duda una posición más conservadora que muy raramente alude de forma negativa al universo novelesco, reflejo de la realidad exterior.


Bibliografía
BOLÍVAR GALIANO, Victor (2007): Autopsia de la novela negra. Córdoba: Berenice.

KEATING, H. R. (2003): Escribir novela negra. Barcelona: Paidós.

MADRID, Juan (1989): "Sociedad urbana y novela policiaca", en VV AA, La novela policiaca española. Granada: Servicio de Publicaciones Universidad de Granada.

MARTÍN CEREZO, I. (2006): Poética del Relato Policíaco. Murcia: Universidad de Murcia.

NARCEJAC, T. (ed.) (1986): Una máquina de leer: la novela policíaca. México: Fondo de Cultura Económica.

RPDRÍGUEZ PEQUEÑO, Javier (1995): Ficción y géneros literarios. Madrid: Universidad Autónoma.

VALLÉS CALATRAVA, J. R. (1990): La novela criminal. Almería: Instituto de Estudios Almerienses.

WELLERSHOFF, D. (1976): Literatura y principio de placer. Madrid: Guadarrama.

viernes, 16 de mayo de 2014

Realismo crítico y novela negra. Angel Gregorio Cabello.

por Ángel Gregorio Cabello
Artículo publicado el 23/11/2007

En su libro “Crimen delicioso. Historia social del relato policíaco”. UNAM. México. 1986, Ernest Mandel realiza una muy interesante reflexión acerca del origen y del consumo masivo de esta nueva forma del género policial, efectuando una lectura, especialmente, sociológica del mismo.
Desde luego, no se encuentra solo en esta posición. Antes y después de él, diversos estudiosos del tema han arribado a las mismas o muy similares conclusiones. (Cf. Bogomil Rainov: “La novela negra”. Editorial Arte y Literatura. La Habana. 1978; Javier Coma: “La novela negra”. Ediciones EI Viejo Topo. Barcelona. 1980; en­tre otros)
Sin embargo, debemos tener en cuenta que la crítica sociológica presenta – en muchos casos – excesos y maniobras abusivas y riesgosas en sus exámenes literarios. Así, notamos que otros analistas que no aprueban – por lo menos en su totalidad – estas concepciones nos permiten lograr una interpretación más abarcativa del género. Véase, por ejemplo, el excelente trabajo de Frank McShane: “La vida de Raymond Chandler”. Bruguera. Barcelona. 1977. Y también, muy especialmente, el estudio de Juan José Saer “El largo adiós”, 1965 y 1973; publicado nuevamente en “El concepto de ficción”. Ariel. Bs. As. 1998.
Es interesante, además, advertir la multiplicidad de juicios que florecen en torno de la novela negra. Ponderados autores despliegan un abanico de asertos alimentando la polémica interpretativa y registrando contribuciones sumamente útiles para la mejor comprensión del género. Para esto cotéjese: “La novela criminal”, Roman Gusbern. Tusquets. Barcelona. 1982.
Ahora bien, si tomamos en cuenta – y creemos que debemos hacerlo – que esta narrativa se vio enriquecida por muchos factores, entre los cuales señalaremos los que, pensamos, son de mayor envergadura, a saber:
1)La presencia vigente y sostenida del género durante los últimos ochenta años.
2)La extraordinaria calidad literaria de muchos de sus cultores tanto constantes (Hammett, Chandler, Cain, Go­odis, McCoy,etc.) cuanto esporádicos (Faulkner, Heming­way, Greene, Capote, Mailer, entre otros).
3) La proliferación de escritores que toman contacto y son influidos por la novelatough y no sólo ya en lengua inglesa sino también en otros idiomas.
4) La amplísima aceptación obtenida por estas obras de parte de millones de lectores – en especial – de América y Europa.
5) La persistente expansión del género lograda a través de la radio y el cine, en un primer momento, y de la te­levisión más tarde:
notaremos que esto ha permitido transponer, afortunadamente, la tipología de la clásica novela policial.
Esto es así dado que los vaivenes y la mentalidad del si­glo XX obligan a dejar lugar a una estética más verosí­mil. Es decir que “ de una literatura de la deducción y el razonamiento positivista decimonónico se pasa a una literatura de la acción”(Narcejac), Román Gusbern. (Op. cit).
Por su parte, también la psicología cumple un papel importante. Y el lector – inmerso en una realidad social, complicada, grosera y atroz – no permite que el género se aparte de ese mundo hostil que le ha tocado en suerte. Surge así – quizás sin proponérselo, pero con singular fuerza – una narrativa realista y censuradora del medio y las costumbres sociales.
Entendemos que esta conexión entre evolución sociopolítica (y también económica) y literatura se manifiesta acabadamente en Estados Unidos, durante los veinte años que se extienden entre ambas guerras mundiales.
Es por eso que tomaremos – entre muchas – la definición que del género negro nos brinda Coma por considerarla la más apropiada a nuestros propósitos. Así, estipula éste que la novela : “Se trata de una literatura narrati­va, con origen en los Estados Unidos durante los años “20, y con desarrollo típico y primordialmente nortea­mericano, ceñida al enfoque realista y sociopolítico de la contemporánea temática del crimen, encausada paulatinamente como un género determinado, y practicada mayoritariamente por especialistas” (Op. cit.)
Es de hacer notar también que en este completísimo ensayo Coma separa al género negro de lo que él llama “ paraliteratura policíaca” o sea aquella que intenta por medio de misterios distraer al lector. (Poe, Conan Doyle, Leblanc, Leroux, Wallace, Chesterton, Queen, Christie). A su vez Coma integra el concepto de Rainov, quien sos­tiene que: “… es indispensable una lectura ideológica de la literatura policíaca norteamericana (pues en ella ) se encuentran todas las explicaciones al individualismo y a la delincuencia propias del régimen capitalista ” (Op. cit.)
Si bien en plena globalización este aserto del búlgaro puede parecer fundamentalista, no debemos olvidar que, todavía en su momento, la Guerra Fría dominaba las relaciones mundiales .
El policial clásico o de enigma – antecesor de la novela negra – es fruto de la época contemporánea (mediados del siglo XIX aparecido en los países de economía capitalista Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia). Allí, el maquinismo, la afluencia de la población rural a las ciudades – dando paso a la formación del proletariado urbano- con sus principales consecuencias: aumento del de­lito, organización de la policía, advenimiento de la criminología y la aparición de la prensa amarilla favorecen, en literatura, al realismo crítico; dado que es en las grandes concentraciones donde la corrupción se generaliza y donde mejor se materializan las instituciones que éste trata de considerar y censurar. Es decir: el género coloca su accionar en una sociedad clasista. (Cf. R. Gusbern. Op. cit). Por su parte la cotidianeidad en los conglomerados urbanos (fundamentalmente norteamericanos) se tiñe de violencia dando lugar a una sensibilidad colectiva acerca del origen de las actividades delictivas insertas, obviamente, en un estado de descomposición y corrupción generalizadas: ley seca (Enmienda 18), mafia, protección, por un lado, y la terrible crisis de 1929 con sus secuelas de desocupación, éxodo y marginación -a lo largo de los “30 – por el otro.
Esta realidad sale a la luz de la mano del periodismo sensacionalista y trae consigo malos presagios para la narrativa policial clásica, cuyo interés para editores, lectores y Online casinospelers maken gebruik van hun webcam om deel te nemen aan de live dealer casinospelletjes in een veilige spelomgeving. escritores prácticamente desaparece.
Así que en 1922 brota en Estados Unidos la hardboiled school , debida a los relatos de Carrol John Daly publicados en la revista “Black Mask” , anticipando los nuevos rasgos y formas del género. O sea: aparecen los tough writers y sobreviene un cambio revolucionario – de fondo y estilo – con Dashiell Hammett y Raymond Chandler, especialmente.
Es decir: se da una ruptura frontal con la clásica novela de enigma sustentada, generalmente, en motivos privados e irrumpen al centro de la narración la desvalorización de lo institucional, el crimen organizado, la indiferencia y la brutalidad de una sociedad cada vez más individualista y corrupta, cuyas costumbres emergen de los valores de la Gran Guerra , afianzados en los twenties . En síntesis: cambio de ambiente y escenario.
A su vez, el afianzamiento de las mutaciones del status social – iniciado entre 1930 y 1940 – en el mundo laboral norteamericano, probado por el arrollador avance del capitalismo, permite la posterior expansión y éxito de esta nueva narrativa policial.
Pero esta corriente tough - realista y crítica – no se avoca solamente al crimen organizado sino que también posa su mirada sobre el hombre común y sobre su exterioridad que, en muchos casos, lo rodea y condiciona.
El transgresor deviene en delincuente ocasional aunque el delito no se encuentre ínsito en él. Y la narración refleja con veracidad el cambio y la alteración del protagonista, que pasa a ser juguete de los caprichos del contexto social que lo oprime.
Este clima lo agobia y desespera. Y cuando, atormentado y vital, se revela contra la arbitrariedad, contra la soledad y el desamparo de su condición, cuando quiere igualarse a los “ demás ”, es hostigado y destruido por “ otros ” hombres que, generalmente, arrastran su misma problemática psíquica y social.
Notamos, entonces, que la importancia del ambiente es capital en este tipo de narrativa. Ambiente- por lo común- enigmático, despiadado, lóbrego e injusto, habitado por marginados que sobrellevan su opaca existencia en ciudades populosas y mezquinas. No casualmente la psicología y la sociología serán las grandes integrantes de la novela negra.
Llegados aquí comprealslot.net entendemos que, para una mejor comprensión, no sería ocioso transcribir algunos fragmentos tanto de cultores del género, cuanto de críticos del mismo. Utilizaremos para este fin la excelente obra de Fereydoun Hoveyda “ Historia de la novela policíaca ”. Alianza Editorial. Madrid. 1967; de la que tomaremos los textos reproducidos abajo con el sólo objeto de graficar lo expresado; excepto las citas de Sergei Eisntein y de Javier Coma que fueron elegidas de la obra de este último citada anteriormente.
Así, acerca del tono y la acción, leemos que:
“Quien busque enigmas a lo Sherlock Holmes no se verá complacido muy a menudo. La inmoralidad, gene­ralmente admitida en este tipo de obras con el único fin de servir de contraste a la moralidad convencional, encuentra aquí las puertas abiertas de par en par, así co­mo las grandes virtudes o incluso la amoralidad pura y simple. Su tono es raras veces conformista. En ellas se ven policías más corrompidos que los bandidos a los que persiguen. EI simpático detective no siempre resuelve el misterio. A veces no hay misterio; otras, ni siquiera hay detective. Pero ¿entonces qué?
Entonces, queda la acción, la angustia, la violencia…, las brutalidades y las carnicerías… También podemos encontrar el amor, con preferencia bestial, las pasiones desordenadas, los odios despiadados, sentimientos estos que, en una sociedad civilizada, son considerados como excepcionales, pero que aquí son absolutamente corrientes y se expresan a veces en un lenguaje muy poco académico”. Marcel Duhamel
Referente al deterioro moral y la corrupción:
“La novela policíaca realista habla de un mundo en el que unos bandidos pueden gobernar naciones y casi gobiernan ciudades; en el que los hoteles, los edificios de apartamentos, los restaurantes famosos están en manos de hombres que han hecho su fortuna con los prostíbulos. Un mundo donde un juez cuya bodega esta llena de licores puede condenar a un hombre por tener una botella en el bolsillo. Es un mundo que no huele bien, pero es el mundo en el que usted vive”. Raymond Chandler
“Marlowe y yo no despreciamos alas clases altas porque se bañen y tengan dinero, las despreciamos por hi­pócritas”. Raymond Chandler
Sobre sus recursos expresivos, eficacia comunicativa y caracteres:
“EI secreto de Hammett reside en su método. Relata fábulas modernas con un lenguaje realista. Une y mezcla estrechamente el romanticismo del tema y el realismo de los caracteres; la historia está urdida sobre una trama imaginaria, en tanto que los caracteres son de carne y hueso… y los seres humanos piensan hablan y actúan como seres perfectamente reales. Su lenguaje es rudo y breve; sus deseos, sus humores, sus desilusiones, son puestos de manifiesto, desnudados con dureza. Implacablemente.
Hammett rechaza violentamente la todo poderosa influencia de los escritores ingleses… No inventó una nueva clase de historias policíacas, sino una nueva manera de contarlas” . Ellery Queen
“EI género policiaco es el medio mas eficazmente comunicativo, el más puro y elaborado entre todos los géneros literarios. Es el género en que los medios de comunicación sobresalen al máximo “. Sergei Eisenstein
Ellery Queen
En lo que atañe al hampa y la cotidianeidad:

“Una transformación tan radical, tan rápida, del ambiente secular del hombre no puede realizarse sin una conmoción general de la conciencia y un desarreglo íntimo de los sentidos y del corazón… EI hampa desciende a los Campos Elíseos: se empuja una puerta estrecha, creyendo entrar en un sitio familiar, y, apenas situado en la cancela de esa puerta giratoria, uno se da cuenta a través de los brillantes cristales de que está penetrando en un mundo desconocido. Por esa puerta han entrado también las “gangs”. Las bandas de malhechores de gorra gris, los apaches armados de cuchillos, han sido sustituidos por “gangsters” con sombrero de fieltro, vestidos de “smoking” 0 de elegantes trajes de ciudad. EI hampa ya no está aislada, está en todas partes, es nuestro mundo cotidiano. Ya no existe una poesía del hampa: en este campo cualquier romanticismo literario está periclitado”. Blaise Cendrars
Tocante al dinero y al poder.
“No se pueden hacer cien millones de mangos en forma limpia -dijo Ohls-. Quizá el jefe crea que sus manos están limpias pero en alguna parte, a lo largo de la cadena, hay tipos que son arrinconados en la pared, pequeños y agradables negocios se vienen al suelo y tienen que liquidar y vender todo por unos centavos, gente decente pierde sus empleos, las acciones suben en el mercado, los apoderados son comprados como una pepita de oro antiguo y se paga a los grandes estudios de abogados cientos de miles de dó1ares para que combatan ciertas leyes que la gente quiere obtener, pero no los tipos ricos debido a que interfieren sus ganancias ”. Raymond Chandler
“El dinero en gran escala significa poder en gran escala y el poder en gran escala es usado erróneamente. Es el sistema. Tal vez sea el mejor que podamos obtener, pero no es lo ideal”. Raymond Chandler
Respecto de la seguridad-inseguridad:
“Las primeras obras de este género, por ejemplo de Conan Doyle, se basaban en una ideología de la seguridad; ponían de relieve la omnisciencia de los personajes encargados de proteger la vida burguesa. Por el contrario, la atmósfera de las novelas actuales es de miedo, es la atmósfera del peligro que se cierne constantemente sobre una vida que parece protegida y que, sin embargo, sólo puede librarse de él merced a una feliz casualidad” . Georg Lukács
Para concluir: Es evidente que la novela negra ejerce el carácter de firme testimonio de la época en que nos ha tocado vivir. Testimonio sumamente poderoso que – con su estilo conciso, rápido, simple y violento – remite al lector a los problemas de su tiempo. Constituye -sin duda – un reflejo de parte de la sociedad actual, algunos (¡muchos!) de cuyos estratos sufrieron y sufren el terrible impacto proletarizador y tensionante que produce en ello el vertiginoso y ríspido cambio en las costumbres – laborales y socioculturales – que trae aparejado el obedecer a las reglas del nuevo orden impuesto. Para estos estamentos la nueva vertiente policial constituye, además, una evasión de la monotonía y de la inseguridad en las que se encuentran sumidos.
Altamente significativa (y muy actual y globalizadora, agregaríamos) es la hipótesis que desarrolla Mandel. Citando a F. Bloch apunta: “¿acaso toda la sociedad burguesa no está operando como un gran misterio?”.
Sin duda da en el clavo: a pesar del enorme esfuerzo y la total aceptación de las reglas impuestas, de pronto y sin saber cómo ni por qué, el hombre de esta nueva sociedad se siente (y está) al borde del abismo. Recesión, desempleo, depresión, marginación y -finalmente- exclusión. Ahora: ¿quiénes son los responsables que manejan esta realidad?
Creemos que Mandel nos da una pista cierta: “ Misteriosos conspiradores, tras bambalinas seguro, tendrán algo que ver en el asunto. Habrá que esperar que algunos de los misterios se aclaren para sentirse menos enajenado”.
Bibliografía:
Aparte de la citada en el texto, reviste suma autoridad – entre otras – la siguiente:
1) Boileau, Pierre y Narcejac, Thomas: “La novela policial”. Paidós. Bs. As. 1968.
2) Coma, Javier: “Diccionario de la novela negra norteamericana”. Anagrama. Barcelona. 1986.
3) Palmer, Jerry: “La novela de misterio”. F. C. E. México. 1981.
4) Link, Daniel: (Comp ). El juego de los cautos”. La literatura policial: de Poe al caso Giubileo”. Marca Editora. Bs. As. 1992.
5) Todorov, Tzvetan: “ Lo verosímil”. Ed. Tiempo Contemporáneo. Bs. As. 1968.

Sir Arthur Conan Doyle.


Conan Doyle nació el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo y estudió en las universidades de Stonyhurst y de Edimburgo. De 1882 a 1890 ejerció la medicina en Southsea (Inglaterra). Estudio en Escarlata, el primero de los 68 relatos en los que aparece Sherlock Holmes, se publicó en 1887. El autor se basó en un profesor que conoció en la universidad para crear al personaje de Holmes con su ingeniosa habilidad para el razonamiento deductivo. Igualmente brillantes son las creaciones de los personajes que le acompañan: su amigo bondadoso y torpe, el doctor Watson, que es el narrador de los cuentos, y el archicriminal profesor Moriarty. Conan Doyle tuvo tanto éxito al principio de su carrera literaria que en cinco años abandonó la práctica de la medicina y se dedicó por entero a escribir. Los mejores relatos de Holmes son El signo de los cuatro (1890), Las aventuras de Sherlock Holmes (1892), El sabueso de Baskerville (1902) y Su último saludo en el escenario (1917), gracias a los cuales se hizo mundialmente famoso y popularizó el género de la novela policiaca. Surgió, y todavía pervive, el culto al detective Holmes. Gracias a su versatilidad literaria, Conan Doyle tuvo el mismo éxito con sus novelas históricas, como Micah Clarke (1888), La compañía blanca (1890), Rodney Stone (1896) y Sir Nigel (1906), así como con su obra de teatro Historia de Waterloo (1894). Durante la guerra de los bóers fue médico militar y a su regreso a Inglaterra escribió La guerra de los Bóers (1900) y La guerra en Suráfrica (1902), justificando la participación de su país. Por estas obras se le concedió el título de Sir en 1902. Durante la I Guerra Mundial escribió La campaña británica en Francia y Flandes (6 volúmenes, 1916-1920) en homenaje a la valentía británica. La muerte en la guerra de su hijo mayor le convirtió en defensor del espiritismo, dedicándose a dar conferencias y a escribir ampliamente sobre el tema. Su autobiografía, Memorias y aventuras, se publicó en 1924. Murió el 7 de julio de 1930 en Crowborough (Sussex).

***
Novela: "Estudio en escarlata". 
Es ésta la novela ?un relato inspirado en un suceso real: la misteriosa desaparición del panadero alemán Urban N. Stanger en Londres? en que Conan Doyle dio a conocer al inmortal detective Sherlock Holmes, y al doctor Watson, su no menos genial narrador.
Un cadáver hallado en extrañas circunstancias pone en marcha los reflejos deductivos de Holmes, mientras la policía oficial se pierde en divagaciones equivocadas o arresta a inocentes ciudadanos. Un nuevo asesinato parece complicar la historia, pero a Holmes se la aclara. Nuestro detective no sólo encuentra al asesino, sino que intuye la historia turbulenta que lo motiva: la de otros asesinatos ocurridos treinta años atrás y cuyos ecos llegan al presente, historia que constituye una segunda novela tan apasionante como la primera.
Fuente: N.N.

jueves, 15 de mayo de 2014

Maugham William S . De la novela policíaca y la novela negra.(Semana de la novela policíaca y novela negra),


 Maugham William S
(París, 25 de enero de 1874 - Niza, 16 de diciembre de 1965) fue novelista, dramaturgo, ensayista, espía y escritor de cuentos en lengua inglesa. Durante la década de 1930 fue considerado el escritor más exitoso y rico del mundo.A lo largo de 60 años escribió más de 100 historias cortas y 21 novelas, además de gran número de piezas teatrales, biografías, libros de viajes y ensayos.

***
Para el joven inglés Charley Mason, la estancia de cinco días en París que le han regalado sus padres no será la celebración que él esperaba, sino un interludio inquietante en su vida, una experiencia reveladora que desestabilizará su corazón y su privilegiada vida familiar en el marco histórico de la Europa de entreguerras.
Charley se reúne en París con Simon, periodista y amigo de la infancia. En el cabaret Sérail, Charley conoce a la Princesa Olga, mote de una enigmática joven rusa llamada Lydia, quien lo conmueve con la historia de su vida, su orfandad, su pobreza y su irracional devoción a un marido convicto. Por un breve tiempo, la segura, respetable y cómoda existencia de Charley se verá afectada por la de aquellos que no han disfrutado de tales bendiciones. Sus «vacaciones» en París harán que cambie para siempre.
 Fuente:n.n.
(Fragmento).
 1


     CHARLEY Mason salía aquella mañana de viaje. Por este motivo, su madre deseaba que tomara un buen desayuno; pero él estaba demasiado nervioso para poder comer tranquilamente. Era la víspera de Navidad, y salía hacia París. Hacía ya tres días que había terminado su trabajo en la oficina, y su padre, que no tenía obligación de ir a ningún despacho, lo llevó en su coche hasta la estación Victoria. Cuando se detuvieron unos minutos en los jardines de Grosvenor a causa del tránsito, Charley, temiendo perder el tren, palideció de inquietud. Su padre le sonrió con una expresión de malicia.
     —Te queda casi media hora.
     No obstante, sintieron un gran alivio al llegar.
     —Bien. Hasta la vuelta, muchacho —le dijo su padre—. Que te diviertas, y no te molestes ni te preocupes por nada.
     Cuando el barco llegó a Calais, la vista de las casas grises, altas y sucias lo llenó de alegría. Era un día frío y húmedo. El viento soplaba con furia. Cruzó el andén con rápidos pasos, como si volara. Potente, lujoso, impresionante, el Flecha de Oro se encontraba allí, aguardándolo. No era un tren como los demás, sino un símbolo de aventura. Se asomó por la ventanilla mientras hubo luz, alegrándose interiormente a medida que reconocía en los paisajes los temas de los cuadros que había visto en los museos: colinas y prados grises bajo un cielo plomizo, sucesivas aldeas de casas humildes con techos de pizarra, y, más allá, un triste y extenso panorama con campos roturados y árboles desnudos. Pero el día parecía tener prisa por dejar atrás el lúgubre paisaje y cuando miró afuera sólo pudo ver su propio reflejo y, a sus espaldas, la brillante madera caoba de su compartimiento. Le hubiese gustado viajar en avión. Ése habría sido su deseo más vivo, pero su madre no se lo permitió. Ella había convencido a su padre de que en los comienzos del invierno era muy arriesgado efectuar una excursión de tal naturaleza, y éste, como siempre tan razonable, había autorizado el viaje a condición de que lo efectuara en tren.
     Naturalmente, Charley ya había estado en París al menos una docena de veces, pero aquélla era la primera ocasión en que iba solo. Se trataba de un regalo especial, que su padre le había hecho por un motivo también especial. Se había cumplido un año de su ingreso en la oficina paterna y había obtenido buenas notas en los exámenes. Esto le permitía seguir con gran provecho la profesión que había elegido. Hasta donde podía recordar, tanto su padre como su madre, su hermana Patsy y él habían pasado siempre la Navidad en Godalming, en compañía de sus primos, los Terry-Mason; y nos vemos obligados a retroceder un poco para explicar la razón en virtud de la cual Leslie Mason, después de discutir el asunto con su esposa, había preguntado una tarde a su hijo, siempre con rostro bondadoso y sonriente, si en vez de estar con ellos, como de costumbre, le gustaría pasar algunos días en París, solo. Evidentemente, tenemos que retroceder hasta mediados del siglo XIX. Un hombre industrioso e inteligente llamado Sibert Mason, que había sido jardinero mayor de una gran casa en Sussex y se había casado con la cocinera, compró con sus ahorros y los de su mujer algunas hectáreas al norte de Londres para establecerse como horticultor. Aunque por entonces tenía ya cuarenta años y su esposa sólo algunos menos, tuvieron ocho hijos. Él prosperó, y con el dinero ganado compró algunas parcelas más de terreno en lo que, todavía, era campo raso. La ciudad fue creciendo y la huerta alcanzó el valor de un terreno edificable. Con el crédito de un banco, levantó una serie de casas y no tardó en alquilarlas todas. Sería prolijo dar cuenta de los pormenores de su progreso. Basta indicar que cuando murió, a los ochenta y cuatro años, las pocas hectáreas que había comprado para cultivar hortalizas con que abastecer a Covent Garden, junto con las tierras que había adquirido paulatinamente, a medida que se le presentaba la ocasión, estaban cubiertas de ladrillos y hormigón. Sibert Mason se había preocupado de que sus hijos recibieran la educación que él no había podido tener. Ellos elevaron su nivel social. El Residencial Mason, como lo había llamado con cierta pompa, se convirtió en una sociedad privada. A su muerte, cada hijo recibió como herencia una parte de las acciones.
     El Residencial Mason fue muy bien administrado. Aunque no podía compararse en importancia con las casas de Westminster o Portman, ya que su situación era modesta y desde hacía algún tiempo había dejado de poseer valor como barrio urbanizado, las tiendas, bodegas y fábricas, los tugurios y las largas hileras de sucias casas de dos pisos producían unas rentas que permitían a sus propietarios, sin gran mérito y con poco esfuerzo, vivir como caballeros y damas, con arreglo a su nueva posición social.
     En efecto, el jefe de familia era muy rico. Era el único hijo superviviente del primogénito del viejo Sibert, ya que su hermano había muerto en la guerra y su hermana había fallecido a causa de una fatal caída. Además, era miembro del Parlamento, y cuando el jubileo de Jorge V le fue concedido el título de baronet. Con este motivo añadió al suyo el nombre de su esposa, llamándose desde entonces sir Wilfred Terry-Mason. La familia tenía la esperanza de que su inquebrantable adhesión al partido tory y su sólida posición social y financiera harían que se le concediera el nombramiento de par del reino.
     El menor de los numerosos nietos de Sibert, Leslie Mason, se educó primeramente en un colegio privado y luego en Cambridge. La parte que le correspondía del Residencial le proporcionaba una renta de dos mil libras anuales, y a esta cantidad había que añadir otras mil que percibía en calidad de secretario de la sociedad. Una vez al año se reunían todos los familiares que se encontraban en Inglaterra durante esas fechas, pues algunos miembros de la tercera generación servían a su país en lejanas regiones del imperio y otros eran unos afortunados caballeros que con frecuencia pasaban temporadas en el extranjero. Sir Wilfred, como presidente de la entidad, presentaba balances sumamente satisfactorios que los contables habían preparado.
     Leslie Mason era un hombre de múltiples facetas. Frisaba los cincuenta años. Era alto, apuesto, tenía unos bellos ojos azules, un hermoso cabello entrecano poco recortado y un saludable color, todo lo cual le daba un aspecto muy agradable. Parecía un militar o un gobernador de las colonias en uso de licencia, en vez del administrador de una sociedad. Nadie hubiese imaginado que su abuelo había sido jardinero y su abuela cocinera. Jugaba muy bien al golf, y disponía de bastante tiempo para este deporte. Pero Leslie Mason era algo más que un simple deportista. Le interesaba mucho el arte. Los restantes miembros de la familia carecían de semejantes debilidades y aceptaban con condescendencia sus predilecciones, pues en cierto modo les divertía. Sin embargo, cuando por una u otra razón alguno de ellos quería comprar un mueble o un cuadro, buscaban su consejo y lo seguían fielmente. No era de extrañar que tuviera ciertos conocimientos artísticos, pues se había casado con la hija de un pintor. John Peron, su suegro, pertenecía a la Real Academia, y durante mucho tiempo, en los últimos veinte años del siglo, había adquirido cierta celebridad pintando retratos de mujeres jóvenes vestidas con trajes del siglo XVIII rodeadas de caballeros ataviados según la misma moda. Los fondos eran generalmente jardines repletos de flores tradicionales, glorietas frondosas y salones amueblados correctamente con mesas y sillas de la época. Pero ahora los cuadros se vendían en Christie’s al precio de treinta chelines o dos libras. A la muerte de su padre, Venetia Mason había heredado numerosas pinturas que durante bastante tiempo permanecieron arrinconadas en el desván, vueltas contra la pared. Ni todo el cariño que ella había sentido por su padre podía convencerla de que aquellos cuadros no eran horrendos. Al matrimonio no le avergonzaba lo más mínimo que la abuela de Leslie hubiese sido cocinera. Algunas veces les agradaba hacer chistes con sus amigos sobre el particular. Pero, en cambio, cuando se hablaba de John Peron como pintor se sentían todos un poco turbados. Algunas obras suyas se exhibían colgadas en las paredes de los Mason, lo que se había convertido en motivo de mortificación para Venetia.
     —¡Por Dios! ¿Todavía insistes en tener colgado el cuadro de papá? —decía ella—. ¿No te parece que está ya anticuado? ¿Por qué no lo cuelgas en la pared de alguna de las habitaciones que no se utilizan?
     —Mi suegro era un agradable anciano —comentaba Leslie—. Poseía unos correctos modales, pero sospecho que no era un pintor excelente.
     —Mi administrador pagó una buena suma por este cuadro. Me parece absurdo arrinconar en el desván una pintura que ha costado trescientas libras. Ahora bien, si te parece, me das ciento cincuenta y te lo venderé sin ningún inconveniente.
     Aunque en el curso de tres generaciones los Mason se habían convertido en nobles, no habían perdido su espíritu comercial.
     Desde su matrimonio, los Leslie Mason habían progresado bastante en gusto estético. De las paredes de la hermosa residencia que poseían en Porchester Close pendían cuadros de Wilson Steer, Augustus John, Duncan Grant y Vanessa Bell. Poseían además un Utrillo y un Vuillard, comprados ambos cuando estos dos maestros vendían sus cuadros a precios relativamente módicos. También tenían un Derain, un Marquet y un Chirico. Era imposible entrar en aquella casa, bastante poco amueblada, sin advertir al momento que sus dueños estaban muy al tanto de las corrientes pictóricas. Raras veces dejaban de acudir a las exposiciones, y cuando iban a París no faltaban nunca a las de Rosenberg ni dejaban de dar un vistazo a las galerías de la Rue de Seine. Realmente les gustaban los cuadros y si aguardaban a que se publicaran las opiniones de los críticos y a que éstos estuviesen de acuerdo sobre sus méritos, se debía en parte a una modesta confianza en su propio juicio, y en parte al temor de hacer un mal negocio. Al fin y al cabo, los cuadros de John Peron habían sido elogiados en su tiempo por los críticos más importantes, y se habían vendido en varios centenares de libras. ¿Y cuánto valían ahora? Dos o tres libras. Esto les hacía proceder con cautela.

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