miércoles, 22 de enero de 2014

Del libro: En esto creo. Carlos Fuentes.





IZQUIERDA
¿Y la izquierda? ¿Tiene razón de ser después de sus terribles fracasos, oportunismos, traiciones, pasividades, a lo largo del siglo XX? Quiero recordar aquí, porque en ello creo, sus victorias también, en su lucha contra los fascismos, en Europa, en los Estados Unidos, en Latinoamérica. Pero también en su combate contra las dictaduras de izquierda. La democracia de izquierda se manifestó en gente tan diversa como el poeta Osip Mandelstam en Rusia, el periodista Carlos Franqui en Cuba, los escritores Milán Kundera, Geórgy Konrad y Leszek Kolakowski en la Europa Central...

¿Y hoy? Cayó el muro de Berlín. Se derrumbó la Unión Soviética. Lo que no se derrumbó fue la injusticia social. Lo que no cayó fue la explotación del hombre por el hombre.

Han concluido, con el siglo y el milenio, dos teorías reductivistas de la economía y la sociedad. El llamado «socialismo real», que no era ni socialismo ni real, sino la fachada totalitaria y dogmática de una economía sin libertad ni eficiencia, murió al caer el muro de Berlín en 1989. En su lugar, otro dogma, el de la libertad irrestricta del mercado, fue puesto en práctica por los gobiernos de Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en la Gran Bretaña. Supuestamente abandonadas a la mano divina del mercado, las fuerzas económicas, concentradas en la cúspide, poco a poco (trickle down) irían goteando sus beneficios hacia las mayorías. Tampoco sucedió así. La concentración en la cima se quedó en la cima y, como oportunamente —como siempre— lo indicó John Kenneth Galbraith, la ausencia del Estado se convertía en brutal presencia del Estado apenas se trataba de aumentar los gastos militares o salvar a bancos defraudadores o quebrados. Al cabo, la derecha poscomunista aumentó las distancias entre ricos y pobres, desprotegió a éstos, concentró la riqueza y consagró la filosofía neodarwinista expresada por Reagan: el que es pobre es porque es holgazán.

La gobernanza de los movimientos de centroizquierda en los países europeos representa, ciertamente, una reacción contra ambos dogmatismos. Pero todos han vivido una realidad inescapable que es la de la globalización económica y —a diferencia de la derecha thatcherista y reaganista— deploran, no el hecho de la globalización, sino el hecho de una globalización sin ley, abandonada a su capricho especulativo y superior a toda normatividad nacional o internacional.

Si algo une a la nueva izquierda europea es su decisión de sujetar la globalización a la ley y la política. El «darwinismo global» sólo genera inestabilidad, crisis financiera y desigualdades crecientes. La misión de la nueva izquierda es controlar la globalización y regular democráticamente los conflictos que de ella se derivan. Ello no significa que la izquierda tema a la globalización. Al contrario, ve en los procesos de mundialización un nuevo territorio histórico en el cual actuar.

La globalización le permite a la izquierda llamar la atención sobre la distancia creciente entre espacio económico y control político. Existe, en otras palabras, una economía veloz y una adaptación política lenta. En estas circunstancias, el control democrático se vuelve difícil, pero ello mismo obliga a la izquierda a combatir las distorsiones del mercado en la distribución de recursos, a equilibrarlo con medidas de solidaridad social, defensa del medio ambiente, creación de bienes públicos y prioridad a la política como instrumento de decisión racional. La globalización da enorme influencia a los agentes no políticos y despoja de poder a los poderes electos a favor de los no electos. El peligro no es ya el «ogro filantrópico», el Estado devorador criticado por Octavio Paz, sino el «ogro desatado», el mercado sacralizado cuando, en palabras de Milos Forman, «salimos del zoológico y entramos a la selva». Que el mercado y la política se apoyen mutuamente. Tal es el desiderátum de la nueva izquierda. «Vivimos en una economía de mercado, pero no en una sociedad de mercado.» Esta consigna de Jospin es central a la filosofía de la nueva izquierda. Pero precisamente porque han surgido nuevas desigualdades al lado de las antiguas, la izquierda reafirma el valor de la igualdad y, lejos de temerle a la globalización, ha de ver en ella un nuevo territorio histórico en el cual actuar. Norberto Bobbio no ha dejado de insistir en la centralidad del tema igualitario para definir las políticas de izquierda como valores iguales y oportunidades iguales para cada individuo. La globalización, lejos de arrumbar el concepto de la igualdad, lo debe revalorizar en un horizonte ampliado, sin dogmas deterministas, pero con políticas tan concretas como puedan serlo, en primerísimo lugar, la oportunidad educativa en todas sus dimensiones modernas: educación básica, superior y, desde ahora, vitalicia.

Quienes se oponen a la innovación, conducen a los obreros al fracaso. La nueva izquierda no puede ser un neoluddismo sino una política de oportunidades crecientes para el trabajo mediante arreglos contractuales que tomen en cuenta no sólo la flexibilidad de las empresas, sino la de los trabajadores. Han muerto el fordismo capitalista y el estajavonismo soviético. Más que políticas de pleno empleo, la izquierda debe definirse a favor del empleo satisfactorio que puede conducir a un creciente empleo con más trabajos temporales, de duración limitada y movilidad mayor, lo cual, para regresar a la base misma del proyecto, implica contar con sistemas de educación y entrenamiento continuos. El gobierno francés de Jospin es el que más rápidamente se dio cuenta de que la economía moderna multiplica el destino del trabajo e implica mejor salario con menos horas en más ocupaciones.

Más crecimiento con más igualdad. Ello requiere medidas tan concretas como la modernización de la infraestructura regulatoria de la economía, reformas fiscales, reformas de los mercados financieros, del sector bancario y de las empresas. Ello requiere una constante negociación social para combatir la inflación aumentando los ingresos reales de los trabajadores. La DS italiana hace notar que entre 1996 y 1998, la izquierda italiana logró un aumento del ingreso real del trabajo del 3 por ciento sin inflación, en tanto que los precedentes gobiernos tecnocráticos permitieron un gran deterioro del salario.

La izquierda puede atestiguar que la globalización no es ni un monstruo ni un valor en sí. No se trata de sujetarla a un juicio de valor, sino de someterla a poderes políticos responsables y elegidos. Hace falta, como insiste Massimo d’Alema, crear una dimensión política supranacional para gobernar a la globalización. Gobernada, la globalidad es una oportunidad para todos. Sin gobierno, redunda en la anarquía y desigualdad para todos. Hoy, globalidad e irresponsabilidad fraternizan en exceso. La izquierda deberá insistir en la necesidad de un ordenamiento político internacional que «regule la expansión y la haga conciliable con los valores de la democracia, de la libertad individual y colectiva, así como la justa distribución de la riqueza» (D’Alema).

El futuro de la izquierda, ha dicho el ex primer ministro italiano, es idéntico a su capacidad de proponer y transformarse. No hay izquierda que no sepa proyectar el futuro sin sacrificar valores permanentes de igualdad (no igualitarismo o nivelación) junto con valores de libertad para escoger; junto con valores que nos liberen de la necesidad. El capitalismo propone las razones de la economía. Pero la democracia propone los valores del consenso político. En el compromiso entre ambos, la izquierda es el espacio político en el que los más débiles de la sociedad y del mercado pueden combatir y negociar sus conquistas.

El desafío, por supuesto, es muy grande. Otra parte, más radical, de la izquierda italiana argumenta que el capitalismo global ha dejado de buscar consensos y vive en constante contradicción con su propio Estado de derecho y sus propias declaraciones de derechos humanos. No hay derechos del hombre. Hay derechos del mercado.

Esta crítica radical no excluye, al cabo, las metas de primacía política y gobernanza de la globalidad que propone la izquierda reformista. Pensar lo contrario, es darle todas las ventajas al statu quo y animar, incluso, el desaliento ante lo supuestamente inevitable. En Italia, Walter Veltroni y la democracia de izquierda ofrecen, en cambio, múltiples pautas para seguir distinguiendo, como nos lo pide Bobbio, a derecha de izquierda, otorgándole a ésta el proyecto de más crecimiento con más igualdad.

No paso por alto, sin embargo, la saludable actitud de mi amiga Rossana Rosanda: Es preferible tener más dudas que razonables certezas. Ello, quizás, también es parte de una nueva izquierda que abandona los terribles lastres de los dogmatismos que han conducido, una y otra vez, a su fragmentación, ayuno propositivo y, al cabo, derrotas. Duele admitir que el caso de la izquierda mexicana es particularmente ilustrativo en este respecto.

Después de las elecciones democráticas del 2 de julio de 2000, que pusieron fin a setenta y un años de gobierno por un partido único (el PRI o Partido Revolucionario Institucional), la vida partidista mexicana reveló su anacrónica insuficiencia. El PRI vivía de su simbiosis con el Presidente de la República. PRI sin presidente es como huevo sin sal: una gallina descabezada corriendo a tontas y a locas por un corral cercado de nopales. El PRD (Partido de la Revolución Democrática) representó la oposición de izquierda al PRI pero, como éste, da muestras de desfallecimiento interno. Sus consignas contra el PRI ya no tienen sentido: ambos son partidos de oposición. Pero las propuestas del PRD se parecen demasiado a las de la vieja izquierda nacionalista, hambrienta de un macroestado, grande por su tamaño aunque pequeño por su eficacia. Renuente a aprovechar las ventajas del mundo moderno e inclinada a condenarlas en bloque como parte de un complot contra la nación, exonerante de las dictaduras extranjeras si se dicen de izquierda, la izquierda mexicana requiere una puesta al día que la conduzca por el camino de la socialdemocracia. Hay una parte del viejo PRI sin redención: son los llamados dinosaurios incapaces de abandonar sus añoradas prácticas del fraude electoral.

Pero hay otra parte de talante socialdemócrata que preserva las mejores tradiciones de la Revolución Mexicana pero las pone al día en un país abierto al mundo, a la modernidad crítica y a las oportunidades de construir globalidad y modernidad a partir de la localidad.

Escribo en el 2001. El centroderecha (el Partido Acción Nacional del presidente Vicente Fox) está en el poder. Frente a él, la única oposición viable es la socialdemocracia de centroizquierda.

La transición democrática española ha sido el gran ejemplo del paso de una dictadura mucho más dura que la del PRI a un Estado democrático. Cuatro décadas de guerra civil y dictadura franquista impusieron obligaciones a España que sus actores políticos supieron cumplir con el ánimo de servir al país y a la democracia, no a sus intereses partidistas. El rey Juan Carlos fue el gran mediador de todas las tendencias, el fiel de la balanza.

La izquierda posfranquista sólo llegó al poder en 1982 con un político excepcional, Felipe González, a la cabeza. Durante trece años, González y el Partido Socialista en el poder enfrentaron y resolvieron el gran problema del posfranquismo: equiparar las estructuras políticas al desarrollo económico y social, adecuando las tres fúerzas —política, economía y sociedad— a la Europa que se preparaba para dejar atrás tanto los simplismos maniqueos de la guerra fría como las fórmulas vencidas del llamado socialismo real al este del río Elba.

El gobierno de Felipe González animó el desarrollo del mercado interno español, pero siempre acompañado de políticas sociales a favor del empleo, el salario, la producción y la salud. Demostró que la izquierda moderna puede satisfacer las demandas del crecimiento junto con las de la justicia, allí donde la derecha recalcitrante sólo contempla, sea la restauración de añejos privilegios, sea la exclusión pura y llana de las demandas sociales. Al integrar a España en la Comunidad Económica Europea, González obtuvo para su país ventajas enormes a fin de equiparar cuanto antes los retrasos de la Península Ibérica en materia de comunicaciones, modernización de la planta industrial y capitalización, a los adelantos del occidente europeo. La España socialista no perdió soberanía: ganó cooperación.

Como toda obra política, la de Felipe González y sus compañeros del PSOE fue imperfecta, tuvo altibajos y sufrió la usura del tiempo. Pero yo veo en González y el socialismo español los perfiles de una izquierda democrática para el siglo XXI, una izquierda que no satanice ni a la empresa privada ni al Estado, sino que a ambos les dé sus funciones propias y éstas se sostengan sobre el vigor y pluralidad de la sociedad civil, la vida partidista y el ejercicio efectivo y vigilante de los procesos democráticos.

América Latina, donde los estragos del estatismo excesivo por una parte y del mercado salvaje por la otra, han demostrado sus respectivas insuficiencias para atender la pavorosa miseria y desigualdad de un continente de cuatrocientos millones de seres donde doscientos millones se encuentran sumidos en la pobreza, tiene el derecho de confiar en una izquierda democrática postsoviética que le devuelva poder a la gente en un marco de atención a las prioridades del orden social: salud, educación, techo, trabajo, salarios, infraestructuras, derechos de la mujer, cuidado para la tercera edad, respeto a las minorías sexuales y a la libertad de expresión, protección a las etnias, combate al crimen, seguridad ciudadana. Una izquierda menos ideológica y más temática.

La izquierda añorante de lo que ya no fue no puede ser una izquierda constructiva de lo que debe ser. Pero la izquierda en el poder debe admitir siempre la existencia de otra izquierda fuera del poder: la que resiste al poder, hasta cuando (incluso cuando) es el poder de izquierda. Éste será el desafío para la izquierda del siglo XXI. Aprender a oponerse a sí misma para nunca más caer en los dogmas, falsificaciones y arbitrariedades que la mancillaron durante el siglo XX.

lunes, 20 de enero de 2014

Las 10 razones del por qué debemos de leer el Fausto de Marlowe.



LAS 10 RAZONES del por qué leer el Fausto de Marlowe. -J.Méndez-Limbrick.

  1. 1.Antecedente importante del teatro inglés.
  2. 2.No es un teatro clásico por el contrario rompe con la: unidad de acción, existen variedad de tiempos y lugares en la obra, característica del teatro Isabelino.
  3. 3.Precursor del mito o leyenda del Fausto moderno.
  4. 4.Con Marlowe y su Fausto, la literatura Moderna se enriquece y el mito del Fausto pasó luego a Goethe y Thomas Mann respectivamente.
  5. 5.Precursor del verso blanco otorgándole una mayor felxibilidad al diálogo. El verso blanco (pentámetro yámbico carente de rima). Asimismo existen episodios de la pieza dramática que están escritos en prosa, no rigiéndose entonces a cánones establecidos de su época.
  6. Iniciador del teatro Isabelino o es uno de sus grandes representantes junto con Shakespeare.
  7. Su fuerza dramática es más equilibrada que la de Shakespeare.
  8. No padece de la grandilocuencia dramática como posteriormente tendrá el teatro de Shakespeare.
  9. Se le considera un dramaturgo precoz tan grande como Shakespeare.
  10. Es una obra moralizante de justo equilibro con lo filosófico y a la vez no religiosa.
J. Méndez-Limbrick

jueves, 16 de enero de 2014

Xavier Villaurrutia habla de los Contemporáneos.Claudia Macías de Yoon.

Resumen: Existen numerosos estudios de los miembros y del grupo de Contemporáneos, poetas mexicanos que renovaron la lírica en la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, la importancia de la crítica que entre ellos mismos ejercieron sobre sus propias obras nos mueve ahora para mirar a los Contemporáneos desde la perspectiva de uno de sus más destacados miembros, Xavier Villaurrutia, en un ejercicio que se ha continuado en la concesión del premio que lleva su nombre: escritores bajo el juicio de sus colegas contemporáneos.
Palabras clave: crítica, sueño, vigilia, poesía mexicana, Contemporáneos

Introducción
Xavier Villaurrutia puso fin a su vida por propia mano en 1950. Uno de los mayores poetas del grupo de los Contemporáneos cuya obra reúne excelencia y universalidad, ejerció como poeta, dramaturgo y agudo crítico. En el mismo año de su fallecimiento, Francisco Zendejas propuso honrar su memoria con la creación del “Premio Xavier Villaurrutia” que concede anualmente la Sociedad Alfonsina Internacional y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Instituto Nacional de Bellas Artes de México. Este premio tiene la peculiaridad de que son los propios escritores quienes lo otorgan a sus colegas, por lo cual los triunfadores de una convocatoria constituyen el jurado del siguiente año. Juan Rulfo inauguró una larga lista de autores que constituyen lo más granado de las letras mexicanas, como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Elena Garro, Juan José Arreola, Jaime Sabines, Sergio Pitol, Augusto Monterroso, Inés Arredondo, Juan Villoro, que han sido distinguidos con este galardón. El homenaje no podía haber sido menos acertado. Xavier Villaurrutia fue, ciertamente, un escritor que desde temprana edad publicó ensayos donde demostraba serios estudios sobre sus maestros, Luis G. Urbina, Juan José Tablada, Ramón López Velarde, André Gide, Jean Cocteau, Paul Valéry, pero también sobre sus amigos y compañeros de generación a la par que no dejaba nunca de producir.
En 1924, Xavier Villaurrutia toma la palabra para hablar formalmente de los Contemporáneos, presentando su visión sobre la historia de la poesía mexicana en la conferencia La poesía de los jóvenes de México, [1] publicada después como un extenso ensayo que ha llegado a nuestras manos en la recopilación de su obra completa en Fondo de Cultura Económica, y que será el punto de partida para nuestro estudio. Con solo veintiún años de edad habla de jóvenes que se distinguen “por la seriedad y conciencia artística de su labor; porque sintetizan, en su porción máxima, las primeras realizaciones de un tiempo nuevo” (1924: 828). En el “grupo sin grupo”, con cursivas del autor, Xavier Villaurrutia incluye en ese temprano ensayo, por orden de aparición, a Jaime Torres Bodet, a Enrique González Rojo, a Bernardo Ortiz de Montellano, a Carlos Pellicer, a Salvador Novo, a Ignacio Barajas Lozano y a José Gorostiza. Como afirmó Luis Mario Schneider, la inclusión de Ignacio Barajas Lozano y la ausencia de Jorge Cuesta, de Gilberto Owen y de Elías Nandino significaba que para esa fecha aún no tenían plena conciencia de quiénes eran los que conformaban el grupo de los Contemporáneos.
Existen numerosos estudios de los miembros o del grupo, sin embargo, la importancia que guarda la revisión de la crítica que entre ellos mismos ejercieron sobre sus propias obras nos mueve ahora para mirar a los Contemporáneos desde la perspectiva de Xavier Villaurrutia, en un ejercicio que se ha continuado en la concesión del premio que lleva su nombre: escritores bajo el juicio de sus colegas contemporáneos. Villaurrutia afirmó: “Cultivo la debilidad de no sentirme completo cuando no puedo hablar de mis amigos en presente. Siempre he evitado que se me vuelvan recuerdo, cifra, moneda”. [2] En esta afirmación se encuentra la justificación de Xavier Villaurrutia en relación con los comentarios y juicios sobre sus compañeros escritos y publicados entre 1923 y 1942; hablar de ellos “en presente” en dos sentidos, cuando podían responder a sus críticas y porque su vida -sus amigos y compañeros- giró siempre en torno a un presente y a una poética que dominaron toda su escritura.

I

1. Jaime Torres Bodet
El primero al que le dedica un artículo y quien encabeza la lista del “grupo sin grupo” es Jaime Torres Bodet (1902-1974). Al hablar del poemario Los días en un ensayo de 1923, Villaurrutia reconoce a Torres Bodet como “poeta completo y diverso, reaccionando frente a la vida que nos hiere diariamente sin que nos detengamos a expresarla en palabras”. Villaurrutia destaca que el valor de la poesía de Torres Bodet está en la capacidad de poder hablar de “todo aquello que a fuerza de tenerlo muy cerca no lo podemos ver, o no lo queremos ver”. Además de su visión de la vida, Villaurrutia pone de relieve la cualidad musical de los versos: “el acompañamiento de la melodía simple, constante” está acorde con “el sentimiento color de lluvia, de la melodía abierta, casi nunca concluida” (1923: 842). Sobre la sección titulada “Los sentidos”, Villaurrutia destaca que el poeta “afina su sensibilidad y la muestra. Se dejan los asuntos. Y el canto se levanta de sí mismo” (844). Ahora bien, el crítico descubre que el verso “se ha agrandado y enriquecido [...] de formas y figuras plásticas, más que decorativas, psicológicas”, llegando a un punto en que la poesía se materializa de manera que “ya todo lo miramos; es más, lo tocamos con la mirada” (843).
Un año después, en La poesía de los jóvenes de México (1924), Villaurrutia se refiere a Torres Bodet como “un poeta formado”. Su pensamiento “conciso, contenido” le sirve de argumento para demostrar la filiación del grupo a la tradición poética. Y siguiendo la línea marcada en su crítica anterior atenderá, principalmente, a los recursos musicales de la poesía de Torres Bodet para presentarlo en la línea de la poesía joven de México como un escritor cuya “voz tiene un diapasón que suena grato y familiar, canciones hechas para todas las almas, desde todos los labios, con una música delgada” (1924: 828). En dos párrafos y cuatro líneas más concentra una serie adjetivada que muestran la admiración del crítico por el poeta que cierra su comentario con la inclusión de un bello poema de Torres Bodet , “Tu boca”, como prueba de su valoración.
2. Enrique González Rojo
A los ojos de Villaurrutia, Enrique González Rojo (1899-1939) es un “poeta de pensamiento firme, de pasión ordenada. Amante despacioso de la técnica tradicional” (1924: 829). Sin embargo, sus elogios carecen de la espontaneidad que lo caracteriza cuando habla de otros compañeros. Los aciertos que van desde “el movimiento de su poesía” hasta el “abrir de los sentidos a nuestro paisaje real” se mueven en un tono más convencional que privativo de las cualidades personales de este poeta. Xavier Villaurrutia cuidaba que las apreciaciones críticas sobre la obra de sus compañeros no se influyeran con la relación personal. Muestra de ello es el comentario que hace sobre González Rojo en una de sus cartas a Salvador Novo, cuando Villaurrutia estudiaba en la Universidad de Yale:
Me entristece lo de Enrique, a quien le tengo un verdadero afecto. Pienso que él no sabe o no quiere saber nada acerca de su propio destino y que por eso se adhiere a cualquier cosa, y sigue un camino cualquiera, como un sonámbulo, prefiriendo esa mediocridad a la lucidez de un gesto heroico más elegante sin duda pero también más doloroso. Yo no lo juzgo. Me lo explico. [3]
La preocupación por el compañero es evidente y sincera, Villaurrutia trata el asunto con suma discreción de manera que el lector no destinatario de la carta nunca sabrá a qué tipo de crisis o problema se refiere. No obstante, en esta carta de 1936 el juicio es lapidario y la frase sobre la preferencia de una postura de “mediocridad” de González Rojo revela el criterio exigente de Villaurrutia que comprende los límites del genio creador de su contemporáneo.
3. Bernardo Ortiz de Montellano
La cualidad que Xavier Villaurrutia destaca de Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1949) respecto de los demás miembros del grupo es el haber asumido los “tonos más característicos del espíritu mexicano”. Villaurrutia agrega a esa afirmación dos comentarios, uno sobre la capacidad del poeta para lograr la combinación de “un espíritu delicado, de resonancias infantiles y de un espíritu adulto, con observaciones humanas, precisas”, y otro sobre la forma de sus versos que “oscila entre la regla y el descuido” (Villaurrutia 1924: 830). Los juicios anteriores tienen el mismo tono pero tal vez no la misma intención. Nueve años después, luego de agradecer y alegrarse por la confianza que Ortiz de Montellano, “tan desconfiado habitualmente” como subraya en la carta, deposita en él al pedirle su opinión sobre su libro Sueños, Villaurrutia emprende una de las críticas más duras que hiciera a sus compañeros, en el ensayo “Una botella al mar” (1933b). Comienza elogiando la poesía de Sueños que consigue instalarlo durante la lectura “en un clima nuevo”, señalando como cualidad el haber hecho “del mutismo su lenguaje más elocuente” y destacando que los “fragmentos más ciertos” son aquellos que responden a una especie de “poética de la angustia” heredada de los antiguos (1933b: 838). La última de las tres partes de la obra Sueños es la que más le gusta a Villaurrutia, “la más abundante y la mejor” donde “su inteligencia se adueña de todos los medios a su alcance”. Sin embargo, Villaurrutia le señala: “si no todas las raíces del fuego de la poesía se entierran en su intimidad es porque usted unas veces juega con las palabras y porque, otras veces, las palabras, que no desean otra cosa, juegan con usted” (ídem).
En la cita anterior, Villaurrutia se pronuncia en contra de “una escritura poética automática” y a favor de la vigilia en el sueño, siguiendo la propuesta de Albert Béguin: “no siempre, como parece haber sido su propósito, se ha mantenido usted, aun en pleno sueño, completamente despierto, que unas veces se ha dormido usted sobre las palabras; que, otras veces, las palabras narcóticas han triunfado sobre su vigilia” (1933b: 838-839). [4] Villaurrutia afirma que cuando la mano del poeta no logra mantenerse despierta “surgen en su poema huecos, lagunas, pasajes oscuros o puntos muertos de gran valor documental, si usted quiere, pero sin valor artístico” (1933b: 839). En esta carta, el crítico dice a propósito de su propia poética: “¿Me creerá usted si le digo que no se hallará en mis poesías un juego de palabras inmotivado o gratuito?” (1933b: 840-841), pero olvida en este escrito su propia postura ante la escritura automática surrealista, “automatismo poético”, presente en el ensayo sobre Aurelia, de Nerval (1940d: 896). Al final de su carta a Ortiz de Montellano, Villaurrutia insiste sobre los juegos de palabras aunque matiza para señalar que no está en contra de ellos, siempre y cuando estén “al servicio de la voluntad poética” (1933b: 841).
4. Carlos Pellicer
Villaurrutia define a Carlos Pellicer (1897-1977) como el poeta de la sensualidad y “el único artista que está capacitado para fundir los elementos de todas las artes...” (Villaurrutia 1924: 831). Pellicer es el renovador de imágenes y “la mayor fuerza de su poesía reside en su expresión del paisaje” (832). Estas dos características son justamente las que utiliza Villaurrutia en el poema “Cézanne”, dedicado a Carlos Pellicer. El poema trata de ajustarse a la poética de Pellicer, un mes de julio lleno de colorido y la naturaleza en plena madurez bajo el efecto plástico acorde con el título que da vida al poema: el bodegón de frutas que por el calor se transforma y se ofrece en un delicioso jugo de “naturaleza muerta” que Villaurrutia desea beber (1925b: 31).
En este poema “Cézanne”, Villaurrutia inserta parte del verso que López Velarde más le elogiara: “las peras pecosas”. El crítico y poeta recuerda: “debajo de una línea de uno de mis manuscritos, subrayando entre todos, y repasándolo varias veces, un verso: bruñe cada racimo, cada pecosa pera.” Este verso pertenece al poema “Tarde” (1974: 16), recopilado en los Primeros poemas, que le valió un especial reconocimiento de Ramón López Velarde, quien le dijo: “Es extranordinario cómoha captado usted estas dos cosas. En efecto, el sol bruñe, ésa es la palabra, los racimos. [...] Eso es: las peras son pecosas” (1940b: 643). Con Carlos Pellicer, Villaurrutia no puede menos que reconocer el carácter dionisíaco de su poesía por “el goce del color y su embriaguez y su culto” (1924: 832). La comparación con el impresionismo pictórico de Cézanne no le pareció suficientemente justo y su crítica derivó en una creación como un homenaje.
5. Salvador Novo
Para Villaurrutia, Salvador Novo (1904-1974) representa “el triunfo de las conquistas nuevas en la poesía”, Novo es “el poeta que sustantiva las sugestiones más fugaces e inasibles” (1924: 832-833), y vislumbra ya en él al poeta que llegará siempre más lejos que los demás. En el ensayo que le dedica especialmente Villaurrutia señala: “Salvador Novo es, entre nosotros todos, el humorista [...] dueño de una agilidad mental envidiable y temible”. Novo era implacable con todos por su ironía, incluso consigo mismo, “es difícil y peligroso juzgar a quien tanto mal dice de la crítica [...] difícil y peligroso sería hablar de cualquier asunto delante de Salvador, a quien más de una vez hemos imaginado solo, frente a un espejo, diciendo cosas terribles de sí mismo” (1925a: 850).
En Ensayos, primer libro de prosa y verso del “enfant terrible”, Villaurrutia nota una desviación técnica y estilística que llama “irónica” por lo cual no puede menos que inventar una denominación para ello, “son ensayos de poemas”. Y respecto de los ensayos propiamente dichos señala que “están escritos en una prosa lanzada a cincuenta kilómetros por hora” (1925a: 850). Nuestro crítico destaca la personalidad de Novo que le permite aventurarse sin límites: “tiene un gran temperamento balanceado, refrenado y a menudo oscurecido por el humorismo”, esa nota humorística es la que hace contrastar y brillar “el puro arranque lírico, acentuándolo y confirmándolo. Es entonces cuando Salvador Novo se muestra todo un poeta” (1925a: 851).
Durante la estancia de Xavier Villaurrutia en los Estados Unidos, de 1935 a 1936, mantiene una profusa correspondencia con su amigo que pone de relieve el grado de afectividad que los unía. Dice Villaurrutia: “nuestra amistad no se ha basado nunca en la razón ni en la inteligencia” (1966: 18). En dichas cartas, Villaurrutia habla mucho más de sí mismo y de sus experiencias como estudiante en la Universidad de Yale que de su interlocutor. Sin embargo, los datos que revela de Novo son más significativos porque se muestran bajo el tono confidencial del que carecen los textos pensados para publicación, aunque Villaurrutia fue siempre muy discreto y cuidaba sus respuestas cuando Novo le hacía confidencias: “por fin reconoces que soy capaz de guardar secretos. El que me confías es interesantísimo” (1966: 37); lo previene de artistas conflictivos: “no te metas con Siqueiros: es capaz de todo. Toréalo y déjalo pasar” (1966: 43), y le infunde ánimo, “ya sé que eres persona de recursos y que el mundo tampoco se te cierra fácilmente” (1966: 59). Así pues, reitera cuando puede el prestigio de Novo como escritor, incluso en tono de broma: “ya veo, querido Salvador, que llevas el camino de Gertrude Stein y que pronto pagarán tus monosílabos a precio de oro. Me alegro” (1966: 42).
Villaurrutia confesó que regularmente solo escribía a Salvador Novo, a Agustín Lazo, a Elías Nandino y a Carlos Pellicer, deja entrever con su selección a sus amigos preferidos y de ahí que se permita decir a Novo a favor de la convivencia del grupo: “no puedo entender siquiera las diferencias entre gentes como Agustín Lazo y tú [...] Espero que esas diferencias habrán desaparecido a mi regreso” (1966: 79). Xavier Villaurrutia regresa a México transformado de su único viaje al extranjero, más maduro y seguro de sí mismo y de la dirección que debía tomar su escritura. “Nocturno mar” escrito a un año de su regreso de Yale y dedicado a Salvador Novo tiene un tono confesional, de vuelta al origen de sí mismo: “cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo, / cuando alguien respiraba por mí que aún no nacía” [...] Nocturno mar amargo [...] lo llevo en mí como un remordimiento [...] y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto” (1937: 59-60). Si alguien conocía a Xavier Villaurrutia era precisamente Salvador Novo con quien compartía sus anhelos, sus pesares y su descubrimiento de los misterios que encierra la poesía.
6. Ignacio Barajas Lozano
Villaurrutia incluye a Ignacio Barajas Lozano (1898-1952) en la primera lista presentada del “grupo sin grupo” en 1924. Antes, apareció también en la antología Ocho poetas (Porrúa, 1923) junto a Bernardo Ortiz de Montellano y Jaime Torres Bodet. Villaurrutia se refiere a Barajas Lozano como un poeta que “trae consigo un medio tono de voz grato a los oídos y una fina vibración espiritual”. El rasgo más destacado, según el joven crítico es un “ruido personal producido por una sintaxis curiosa que lo diferencia y aparta” (1924: 834), comentario muy superficial que no tendrá seguimiento en los escritos de Xavier Villaurrutia. Los estudios más recientes sobre los Contemporáneos se refieren a este poeta como “el olvidado Ignacio Barajas Lozano con su tardío modernismo provinciano” (García 2001: 243).
7. José Gorostiza
José Gorostiza (1901-1973) es el poeta más admirado por Villaurrutia: “es, entre todos, el de más fina y contenida emoción” (1924: 834). En “La poesía de los jóvenes de México” reserva calificativos para su obra por su “pureza y perfección definitiva, laboriosa decantación” (834). José Gorostiza somete “su expresión a una música menos de los oídos que del espíritu” (834), cualidad que luego cristalizaría en Muerte sin fin. Villaurrutia señala que “Gorostiza sabe -como Juan Ramón Jiménez- tocar su poema hasta la rosa, y dejarlo de tocar, precisamente, cuando ya es la rosa” (834), elogio que nos recuerda el brevísimo pero profundo verso de Juan Ramón Jiménez titulado “El poema”: ¡No le toques ya más, / que así es la rosa! (Jiménez 1959: 695). [5] La rosa como metáfora de la admiración de Villaurrutia por su poesía de aparecerá de nuevo en “Nocturno rosa”, dedicado a José Gorostiza (1939: 57-58). En dicho poema, la rosa de todos los sentidos se deshace en humo y ceniza para transformarse en “carbón diamante” que se pierde al final en las tinieblas, en el vacío. Este poema, como en el caso del dedicado a Pellicer, es un homenaje al estilo de la poesía de José Gorostiza. Villaurrutia aprovecha cuanta oportunidad se presenta para exaltarlo, por ejemplo: “Pepe Gorostiza me escribió una carta que vale lo que uno de sus poemas”, le dice a Novo con emoción (1966: 64). Finalmente, citaremos un elogio que no ocupa más de una línea aunque con cuatro adjetivos que sintetizan su admiración: “Celestino Gorostiza, hermano del pulido, lento, agudo y fino poeta José Gorostiza” (1930: 23).

II
Aunque no incluidos en el primer enlistado del grupo de Xavier Villaurrutia, los seis siguientes se integraron al grupo Contemporáneos y les dedicó atención en sus ensayos y hasta algún poema. José Luis Martínez (2000: 60-61) propone a nueve en un sentido estricto del grupo en el que se incluyen todos los anteriores menos Barajas Lozano más Jorge Cuesta y Gilberto Owen, ausentes los dos últimos en la conferencia de 1924 del joven Villaurrutia. En “torno a ellos”, según señala, incluye a Elías Nandino, Celestino Gorostiza y a Agustín Lazo; Manuel Rodríguez Lozano, el último que hemos agregado por nuestra parte, es un pintor que gozaba de la amistad y compartía el trabajo en el ámbito dramático, otro de los géneros en donde Villaurrutia descuella con gran éxito.
8. Jorge Cuesta
Sobre Jorge Cuesta (1903-1942) Villaurrutia afirma: “El rigor que Jorge Cuesta exige en los demás y que ha exigido siempre a sí mismo” (1928c: 845), en defensa de la Antología de la poesía mexicana moderna que editara Cuesta. El rigor y la agudeza crítica son las principales cualidades que Villaurrutia subraya en el poeta, cuando señala “Jorge Cuesta, con dedos de crítico”, y más adelante, Jorge Cuesta y sus “juicios depurados” (1928c: 846). En la carta dirigida por Villaurrutia a Manuel Horta por la mediana crítica que hiciera sobre la Antología, pone en primer plano la amistad que lo une con Cuesta y no duda en enfrentarse a Horta y a los críticos que censuraron la Antología en menoscabo del prestigio del amigo. Villaurrutia reconoce en Cuesta a “una figura singular y compleja”, autor de una “obra lúcida y conceptuosa, personalísima en la poesía y en el ensayo libres” (1942: 847) que, sin embargo, espera tiempos futuros para que se hable de ella.
Jorge Cuesta es el primer suicida del grupo y en el artículo escrito en su memoria Villaurrutia se deshace en elogios: “Era como yo y más que yo, autodidacto” (1942: 847), señalando que “su vocación de químico lo llevó a establecer entre la literatura y la ciencia sutiles y peligrosos vasos comunicantes” por lo cual le llamaron “El Alquimista” (847). [6] La “inteligencia vigilante y la cortesía natural” de Jorge Cuesta en combinación con “las armas afiladas de su cultura y de su inteligencia”, hicieron que demostrara en su obra “la flexibilidad de su curiosidad, la avidez de su crítica y, sobre todo, el caudal de conocimientos que lo definían como el más 'universalmente' armado de todos los escritores del grupo” (848). Villaurrutia señala que “todo le servía para poner en juego la destreza de su ingenio, su facilidad de argumentación, su capacidad para asociar y analizar conceptos” (848). La gran cercanía entre Villaurrutia y Cuesta nos la podemos explicar por la frase que el primero recuerda de Novo: “Salvador Novo me acusó sonriendo de haber descubierto a dos escritores jóvenes tan delgados como inteligentes: Jorge Cuesta y Gilberto Owen” ( 848). Y al fin, Villaurrutia destaca la conjunción literatura-ciencia que llevará a cabo Cuesta, innovación que influirá en generaciones como la del Crack: “este raro espíritu, cuando no se vio absorto en otras formas de alquimia, consagró su tiempo a la secreta alquimia del verbo” (848).
9. Gilberto Owen
Salvador Novo escribe a Villaurrutia rememorando cuando recibieron “a dos inteligencias jóvenes descubiertas y estimuladas” por “el espíritu siempre central” del propio Villaurrutia, y al presentarlos los clasifica como “el poeta” a Gilberto Owen, y como “el demoledor” a Jorge Cuesta (1966: 10). Sin embargo, la relación de Villaurrutia con Gilberto Owen (1905-Filadelfia, 1952) no fue preferencial. Solo podemos encontrar un breve y superficial comentario sobre él: “no menos delgado y fino entonces”, recordando el momento en que Villaurrutia conoció a la pareja de amigos (1942: 847). Más tarde, Villaurrutia escribe de nuevo sobre Gilberto Owen, pero más que destacarlo como poeta, hablará de sus logros como actor en el teatro de experimentación Ulises.
10. Elías Nandino
La preferencia de Villaurrutia por Elías Nandino (1900-1993) es evidente. En el prólogo a Eco, dice: “este hombre que arde y se consume en los ejercicios más diversos, que halla equilibrios momentáneos de la razón y del instinto [...] este hombre que, en una palabra, vive y, sin tener una conciencia lúcida de su deseo, quiere verse vivir, se llama ahora Elías Nandino” (1934: 852). Elías Nandino era el médico poeta capaz de “escribir con fiebre y operar con frialdad”, a juicio de nuestro crítico. Cuando Villaurrutia habla de Nandino parece estar hablando en ocasiones de sí mismo: “ya lo imagino el día más pensado, desprenderse de sí mismo y con precauciones infinitas, lúcido y frío, auscultar su propio tronco ardiente [...] para extraer del interior [...] los ligeros pájaros y los seres marinos que el hombre ha ido ocultando en el hombre” (853).
En prólogo a Eco (1934), Xavier Villaurrutia escribe estas líneas donde se muestra el conocimiento que tiene sobre la vida y la obra de su amigo, incluye una larga introducción antes de hablar de Nandino en donde utiliza la analogía entre el poeta y el cirujano, recurso que se adelanta a la conferencia que dictaría Paul Valéry en octubre de 1938, “Un discurso a los cirujanos”, también comentado por Villaurrutia (1940c: 704). En 1934, Villaurrutia dice: “la intuición luminosa y certera, la razón clara y fría, la mirada rápida y profunda, la mano firme y delicada de un cirujano salvan y prolongan la vida de un cuerpo enfermo, pero anestesiado, sumido en una muerte provisional. Solo el poeta opera en un cuerpo sensible. Solo el poeta corta en carne viva. Ese cuerpo sensible, esa carne viva son los suyos” (1934: 852). Nandino era médico de profesión y gracias a él Villaurrutia verá de frente a la muerte real por las visitas que le permitía durante las cirugías y en el anfiteatro, [7] de ahí que el reconocimiento de los valores de Nandino como poeta se sumara en Villaurrutia con el afecto personal, según le comenta a Novo: “Elías me escribe con frecuencia y con ese cariño que pone en todas las cosas, un cariño rápido y como distraído: un cariño de médico que receta cariño” (1966: 47).
11. Celestino Gorostiza
Celestino Gorostiza (1901-1973) entra en contacto con Villaurrutia a través del teatro experimental Ulises, donde Gorostiza “hizo sus primeras armas como director y como actor” (1933a: 738). En este momento, Villaurrutia toma en cuenta las cualidades que permitirán a Celestino Gorostiza llegar a ser una gran figura en el teatro mexicano: “si no es dueño de un temperamento fogoso, cuenta con una cabeza lógica”, “diez obras dirigió en solo un año, logrando siempre versiones correctísimas, y, a veces, indudables aciertos” (738, 739). Esta experiencia del teatro Ulises “fue de ascetismos, de entrenamiento deportivo” (1930: 21), a los que Gorostiza se sometió con disciplina. Dos años después, Villaurrutia dirá: “Celestino Gorostiza ha logrado ligarse por medios más intelectuales a una tradición dramática, pero no por ello menos sino más precisos” (1935: 734). Por ello, el crítico afirmará que con las obras de Gorostiza, Ser o no ser y La escuela del amor, “el teatro mexicano contemporáneo logra colocarse en un plano de universalidad sin perder por ello el contenido que la personalidad de su autor, mexicano selecto, ha sabido vaciar en un continente que tiene validez en cualquier latitud espiritual” (734).
En su análisis sobre Ser o no ser de Celestino Gorostiza, Villaurrutia muestra preferencia por el segundo acto, ya que se trata de “una prueba de que el autor sabe respirar y [hacer] respirar a sus personajes en una atmósfera poética: la del sueño” (1935: 735), sin duda el tema de principal interés en el crítico y poeta. En la correspondencia que Villaurrutia sostiene con Celestino Gorostiza desde los Estados Unidos se revela mayor confianza que cuando trabajaban en los experimentos teatrales. Algunas confesiones que se encuentran en las cartas a Novo son también para Celestino Gorostiza, tales como su tormento por no poder escribir y su fastidio por estar estudiando entre “bestias” en la Universidad de Yale.
12. Agustín Lazo
Para Villaurrutia, Agustín Lazo (1896-1971) es ejemplo de la conjunción del mundo de la pintura con el de la poesía: “Agustín Lazo pinta, casi siempre, sin modelo, consonancia perfecta, intelectualista, que produce la misma impresión que una rima justa en un poema” (1926: 1042), y del mundo de la pintura con el teatro, y agrega, “con un sentido notable de lo que es el teatro, Agustín Lazo realiza en el escenario del Teatro de Orientación, escenificaciones perfectas”. Villaurrutia admira en Lazo la disciplina en su tarea y la habilidad para vencer obstáculos, “todas las limitaciones de un escenario pequeño e inadecuado le sirven de estímulo en vez de cohibirlo”, logrando escenografías magníficas que el crítico elogia por resolver los problemas plásticos “con la precisión que da el equilibrio del temperamento y el gusto” (1933a: 739).
Villaurrutia señala que dos viajes por Europa le sirvieron a Agustín Lazo “para enriquecer y acendrar las entrañas de su espíritu en que la pasión de la inteligencia se enlaza con una sensibilidad poética singular en la nueva pintura mexicana” (1926: 1041). Su admiración reside especialmente en la habilidad que Lazo posee para hacer que sus cuadros dejen de ser “objetos plásticos” y que sean “seres acabados y vivientes” (1042). Su personalidad inspira a Villaurrutia una serie de aforismos que titula “Fichas sin sobre para Lazo”, de las que destacamos las tres siguientes: 1) “Lazo alarga los sentidos y roba un par de manos, un trozo de piso, una cortina, un niño. Luego, en su taller, con ayuda de todo esto, inventa un cuadro” (1928a: 1044). 2) “Lazo hace entrar en una tela la alcoba de un sueño que parece que acaba de salir de un espejo, una escalera imprevista [...] Pero el público no ha soñado nunca, o cuando ha estado a punto de soñar, ha cerrado los ojos” (1045). 3) “La pintura de Lazo es tan clara como dos y dos son tres” (1046).
El “Nocturno de la estatua” (1928b: 46-47) está dedicado a Agustín Lazo. La fecha de composición del poema, 1928, coincide con la de los dos artículos dedicados al pintor. El poema se corresponde con el estilo de la obra de Lazo: el movimiento de lo estático y el logro de plasmar plásticamente un sueño; esto es, el poema como un objeto plástico que cobra vida propia. La relación de Villaurrutia con Lazo era profunda, así lo revelan las palabras de Novo: “Agustín Lazo. Tú lograste sacarlo [a Villaurrutia] de la concha a que tu muerte lo ha restituido” (1966: 11).
13. Manuel Rodríguez Lozano
Villaurrutia dedica el “Nocturno amor” (1933c: 52-53) a Manuel Rodríguez Lozano (1896-1971). Este poema refleja un suceso trágico en la vida del artista: la muerte de Gabriel Ángel, joven pintor con quien Rodríguez Lozano llevaba una íntima amistad. El tema del poema es el binomio amor/muerte, en un tono de rebeldía por la imposibilidad de amar en esta vida. Se refleja la “angustia” del poeta ante el “crimen” y estalla en un ánimo en que maldice, se encoleriza y llega a un estado nihilista que pretende llegar más allá de la muerte: “porque la ausencia de tu sueño ha matado a la muerte”. Como con Agustín Lazo, lo unía a Rodríguez Lozano el interés por el teatro, especialmente durante el tiempo que trabajaron junto con Antonieta Rivas Mercado para la fundación del Ulises. Manuel Rodríguez Lozano es recordado por su famosa frase sobre la pareja que formaron Villaurrutia y Lazo: “Agustín pinta los poemas de Villaurrutia cuando Xavier no escribe los cuadros de Lazo” (Ocampo 1997: 279).
Xavier Villaurrutia
Xavier Villaurrutia (1903-1950) en el prólogo a Textos y pretextos afirmó que “la crítica es siempre una forma de autocrítica” (1940a: 639), y Novo lo recuerda como un “espíritu riguroso, crítico, debatido”. Espíritu crítico que juzgaba bajo su visión poética a todo el que incursionara en el mundo del arte. Dominio de la inteligencia, búsqueda del equilibrio de las pasiones, la vigilia durante el sueño son algunas de las constantes en la crítica de Villaurrutia. Dueño de una curiosidad que no sabe si lo alimentaba o lo consumía, se complacía en repetir: “Elogiar con moderación es signo de mediocridad” (1933b: 838). La dureza de sus juicios llevaba siempre como justificante la intención artística y así parece haberlo heredado Jorge Cuesta de su joven maestro. Los elogios más nutridos los merecieron José Gorostiza, Jorge Cuesta y Elías Nandino. La amistad más profunda, Salvador Novo y Agustín Lazo. Y en todos sus escritos estaba presente siempre un afán por la novedad que le sirvió para protegerse de “la costumbre, madre de todas las virtudes domésticas, de todas las virtudes abominables”.
Al hablar de sus compañeros de generación, Xavier Villaurrutia describía su propia naturaleza y su gran interés por el grupo de Contemporáneos. Luis Mario Schenider señalaba que es el único que toca a todos los Contemporáneos, es el que más completa el cuadro, el mayor propagandista y el mayor defensor del grupo. En 1924 esboza la primera lista de sus compañeros y, a partir de entonces, siguió la trayectoria personal de cada uno con una visión rigurosa desde el ámbito de la poesía o en el plano intelectual. La crítica incluida en su reconocido trabajo como ensayista merece atención especial por haber sido el más interesado en mantener los lazos de comunicación y la permanencia del “grupo sin grupo” como el mismo Villaurrutia lo denominó con un acierto que ha perdurado hasta el presente.

Notas
[1] Xavier Villaurrutia presentó este ensayo como conferencia en la Biblioteca “Cervantes” en 1924, y fue publicado después en Antena. Utilizo la versión publicada en Villaurrutia 1924: 819-835.
[2] Xavier Villaurrutia, “Carta a Celestino Gorostiza” fechada en enero de 1936 (Villautturia 1988: 37).
[3] Carta fechada el 18 de noviembre de 1935 (Villaurrutia 1966: 45).
[4] Villaurrutia conocía a fondo la propuesta teórica de Béguin: “Albert Béguin, en la primera página de su admirable libro El alma romántica y el sueño”, de donde toma la idea de la vigilia como tiempo que debe desarrollarse en la poesía (Villaurrutia 1940d: 895).
[5] Juan Ramón Jiménez, “El poema”, en Eternidades (1911-1917), recopilado en Libros de poesía, ed. Agustín Caballero, Aguilar, Madrid, 1959.
[6] Jorge Cuesta es de los autores más admirados por los miembros del Crack. Jorge Volpi trabajó sobre la vida del poeta Jorge Cuesta para su tesis de literatura y realizó una interpretación alquímica del poema Canto a un dios mineral, el último que escribiera Cuesta antes de su suicidio. El resultado de su investigación fue el ensayo El magisterio de Jorge Cuesta que le valió a Volpi el Premio Vuelta de ensayo en 1991, magisterio que se ha reflejado en la trayectoria de Volpi en su idea de conjuntar la literatura con la ciencia.
[7] Gerardo Bustamante señala: “don Elías refirió en varias entrevistas la importancia de que Villaurrutia tuviera acceso a las operaciones que realizaba su amigo en el Hospital Juárez de México, pues fue ahí donde Villaurrutia encontró los verdaderos encuentros con la muerte.” (Bustamante : 79, n. 4).

Bibliografía
Bustamante Bermúdez, Gerardo: “Elías Nandino, el enamorado de la muerte”, Casa del Tiempo, 2009, núm. 18, pp. 76-79.
García Gutiérrez, Rosa: “Acerca del «Archipiélago de soledades» y otros tópicos sobre los Contemporáneos: lo mexicano según Cuesta”, en La isla posible : III Congreso de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos. Biblioteca Virtual Universal-Biblioteca Cervantes Virtual, 2001, pp. 243-258, http://www.cervantesvirtual.com/s3/BVMC_OBRAS/ff3/ea9/1c8/2b1/11d/fac/c70/021/85c/e60/64/mimes/ff3ea91c-82b1-11df-acc7-002185ce6064_118.htm [citado el 6 de junio de 2011].
Jiménez, Juan Ramón (1959): Eternidades (1911-1917), en Libros de poesía, ed. Agustín Caballero. Aguilar, Madrid.
Martínez, José Luis: “El momento literario de los Contemporáneos”, Letras Libres, 2000, año 2, núm. 15, pp. 60-62.
Ocampo, Aurora M. (1997): “Agustín Lazo”, en Diccionario de escritores mexicanos. UNAM, México, pp. 279-281.
Villaurrutia, Xavier (1974): Obras. Poesía, teatro, prosas varias, crítica, eds. Miguel Capistrán, Alí Chumacero y Luis Mario Schneider. Fondo de Cultura Económica, México.
Villaurrutia, Xavier (1920): “Tarde”, en Obras..., p. 16.
Villaurrutia, Xavier (1923): “Los días de Jaime Torres Bodet”, en Obras..., pp. 842-844.
Villaurrutia, Xavier (1924): “La poesía de los jóvenes de México”, en Obras..., pp. 819-835.
Villaurrutia, Xavier (1925a): “Salvador Novo”, en Obras..., pp. 850-851.
Villaurrutia, Xavier (1925b): “Cézanne”, en Obras..., p. 31.
Villaurrutia, Xavier (1926): “Tres notas sobre Agustín Lazo”, en Obras..., pp. 1041-1043.
Villaurrutia, Xavier (1928a): “Fichas sin sobre para Lazo”, en Obras..., pp. 1044-1046.
Villaurrutia, Xavier (1928b): “Nocturo de la estatua”, en Obras..., pp. 46-47.
Villaurrutia, Xavier (1928c): “Carta a Manuel Horta. A propósito del artículo de Vereo Guzmán: ‘Una antología que vale lo que cuesta’”, en Obras..., pp. 845-846.
Villaurrutia, Xavier (1930): “Nuevas ilustraciones a El nuevo paraíso de Celestino Gorostiza”, El Espectador, núm 3, 6 de febrero, pp. 21-23.
Villaurrutia, Xavier (1933a): “El teatro es así”, en Obras..., pp. 736-739.
Villaurrutia, Xavier (1933b): “Una botella al mar”, en Obras..., pp. 837-841.
Villaurrutia, Xavier (1933c): “Nocturno amor”, en Obras..., pp. 49-50.
Villaurrutia, Xavier (1934): “Elías Nandino”, en Obras..., pp. 852-853.
Villaurrutia, Xavier (1935): “Un nuevo autor dramático”, en Obras..., pp. 733-735.
Villaurrutia, Xavier (1937): “Nocturno mar”, en Obras..., pp. 59-60.
Villaurrutia, Xavier (1939): “Nocturna rosa”, en Obras..., pp. 57-58.
Villaurrutia, Xavier (1940a): “Prólogo a Textos y pretextos”, en Obras..., pp. 639-640.
Villaurrutia, Xavier (1940b): “Ramón López Velarde. Encuentro”, en Obras..., pp. 641-643.
Villaurrutia, Xavier (1940c): “Paul Valéry. Un discurso a los cirujanos”, en Obras..., pp. 701-704.
Villaurrutia, Xavier (1940d): “La poesía de Nerval”, en Obras..., pp. 894-903.
Villaurrutia, Xavier (1942): “In memoriam: Jorge Cuesta”, en Obras..., pp. 847-849.
Villaurrutia, Xavier (1966): Cartas de Villaurrutia a Novo. 1935-1936, pról. Salvador Novo. INBA, México.
Villaurrutia, Xavier (1988): Cartas a Celestino Gorostiza, pról. Gabriel Zaid. El Equilibrista, México.

© Claudia Macías de Yoon 2011
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero48/villaurru.html

miércoles, 15 de enero de 2014

Gilberto Owen. Poeta del grupo "Los contemporáneos".

 

A más de 100 años, la fecha de nacimiento de Gilberto Owen aún causa confusión

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Comunicado No. 217/2012
03 de febrero de 2012
***Algunos manejan que el poeta, maestro y diplomático nació 4 de febrero de 1905
***Javier Velázquez, autor de La llave de su reino, libro de ensayos sobre la obra de Owen publicado por Conaculta, señala que nació el 13 de mayo de 1904
Gilberto Owen se distinguió como poeta, ensayista y viajero incesante, y también por su mística entre lo que escribía y lo que dejaba ver de su vida personal en sus obras. Según fuentes como el sitio oficial del Gobierno de Sinaloa, el autor originario de El Rosario, nació el 4 de febrero de 1905. Sin embargo, voces como la de Javier Velázquez, autor del libro La llave de su reino, publicado por Fondo Editorial Tierra Adentro, manifiestan que Owen nació realmente el 13 de mayo de 1904.
Las dudas sobre la fecha de nacimiento de este poeta no han sido motivo para restar valor a su obra. Por eso Conaculta recuerda al autor de Novela como nube, destacado integrante del grupo de Los Contemporáneos y quien dejó una onda impronta en el panorama artístico mexicano del pasado siglo.
Javier Velázquez aclara que fue Francisco Javier Beltrán Cabrera quien propuso esta otra fecha, tras hallar un comprobante del registro en Toluca, mismo que dio a conocer en su artículo “Gilberto Owen, datos para una biografía” en la revista Castálida (núm. 7, 1996).
A partir de Perseo Vencido, obra más representativa de Owen, Javier Velázquez traza una nueva línea sobre la comprensión de la poética del escritor sinaloense: “sin duda la vida de Owen debió ser fascinante, la de un aventurero que supo conjugar su pasión intelectual con la sed del viaje. Pero yo creo que, a pesar de que algunos rastros de su vida se hallen en su obra, esta debe interpretarse sobre todo a partir de su propio universo”.
¿Considera que La llave de su reino, puede ser la llave para conocer más a Gilberto Owen?
“Nada me daría más gusto. Mi propuesta es simple y trató de poner el acento en un elemento que no había sido advertido: la parálisis que comparten los personajes owenianos: Sindbad, Jacob y Perseo; se trata de un elemento que articula y le da unidad al Perseo vencido. Se trata de una parálisis poética, una postura que asume el poeta ante la poesía: en su lucha contra el lenguaje es derrotado, pero lo importante de esto es la actitud en la lucha, el porte heroico ante la muerte. En una de las versiones superfluas Owen puso la palabra Clave y Segovia interpretó que se trataba de una llave para leer su poesía, pero si bien esto es cierto, la lectura que hizo el crítico no señaló lo medular (puso atención en las comillas de los versos), pues lo que ahí dice Owen es su mensaje: la conciliación de los contrarios en la poesía, como el arco y la lira que señalaba Heráclito”.
En La llave de su reino se hace referencia a interpretaciones por parte de diversos literatos sobre la obra y figura de Owen. ¿Cuál es el motivo principal que inspira a escritores a tratar de descifrar los posibles mensajes de la vida y la obra de otros autores?
“Los intereses pueden ser diversos, pero creo que el común denominador es la curiosidad por hallar los andamiajes secretos de una obra original. Es mi caso por lo menos, aunque también fue un reto que me impuse al leer las más variadas interpretaciones que se han hecho y preguntarme si esta obra podía admitir una lectura más. ¿Qué era lo que no había sido estudiado? La parálisis poética, recordándome el cuento de la carta robada de Allan Poe, por ser obvio no había sido vista. De hecho creo que podrían seguirse haciendo otras elucidaciones, lo cual no sería raro, y mucho menos que contraríen la que yo realizo”.
¿Por qué considera que Perseo vencido es una referencia clave para describir  la obra de Gilberto Owen?
“Sin duda es una summa poética. Sería simplista de mi parte señalar que su obra anterior ―en un sentido evolutivo― desembocó en el magnífico poema Sindbad el varado que se incluye en Perseo vencido, no obstante creo que es aquí donde Owen ya es dueño absoluto no solo de una técnica, sino de un lenguaje y un universo propio. Quizá sí pueda decirse que las experimentaciones, y no les llamaría tanto así, realizadas en sus novelas y en el libro Línea, e incluso en sus cartas, lo convirtieron en el poeta excepcional de Perseo vencido. Todo poeta, me parece, busca escribir una obra que sintetice su poética y, más allá de esto, formular un universo donde su voz resuene. Owen lo logró, dándonos una obra de la estatura del Cementerio marino o de la Tierra baldía.”
¿Cree que la influencia estética de Owen exista hasta nuestros días, en la obra de otros autores mexicanos o incluso extranjeros?
“Esta es una pregunta difícil de responder porque, en primer lugar, pocos poetas muestran tácitamente sus influencias; más bien, como señala Bloom, buscan deshacerse de ellas de diversos modos, ocultándolas, transgrediéndolas, etcétera. Lo que sí podemos admitir, al menos los mexicanos, es que tanto Owen como el resto de los Contemporáneos renovaron la poesía escrita en el país y le dieron un carácter universal; no por medio de la aspiración nacionalista de una poesía mexicana, sino a partir de anclarla en la tradición poética de la lengua española y retomando de otras latitudes lo que les era más propicio. En todo caso se trata más que de una influencia estética”.
A partir de la investigación literaria. ¿Qué le deja al poeta Javier Velázquez la poesía de Gilberto Owen?
“Una gran lección. Owen fue alguien que supo arder en la escritura; es decir, hace saber que el oficio demanda un compromiso total e irrenunciable. Además, la enseñanza de que el verso libre no lo es tanto: la musicalidad de su poesía se basa en una magistral combinación de metros. Y finalmente, que la pasión y el intelecto no son elementos contrarios en el proceso creador, sino que se debe buscar una armonía, la transparencia del agua. Se trata, pues, de una lección que me esfuerzo por practicar, no sé con qué tan buenos resultados”.
Gilberto Owen fue poeta, novelista, ensayista y diplomático mexicano, quien murió en Filadelfia, Estados Unidos, en 1952 cuando fungía como cónsul. Se distinguió por una original forma de escribir y por una ambición por explorar nuevas tendencias. La poética, el teatro y la cultura de nuestro país lo catalogan como un referente innegable del arte mexicano del siglo XX.
VHV
México / Distrito Federal

http://www.conaculta.gob.mx/detalle-nota/?id=18633#.Utdsb0ajnIU

martes, 14 de enero de 2014

Una familia lejana. Novela. Carlos Fuentes. Por: Alina Camacho-Gingerich.

 
"Es una de mis obras preferidas, porque quizá resume mis obsesiones mejor que ninguna otra.
Una familia lejana es una parábola narrativa. La herencia de los Heredia es una novela inacabada. Nadie recuerda toda la historia: ésta es su frase final; condena al lector a continuar la historia, es decir, a convertirse en el narrador. Además, en este libro digo que como el origen de toda novela es múltiple, su destino también lo es. Me gusta el personaje del Heredia francés. Es el Diablo que quiere la unidad perfecta y el dominio absoluto. No lo logra, porque el lector es libre de continuar la historia. Pero de cierto modo, todos estamos poseídos por otros, el autor o el lector".
Carlos Fuentes.
 
Inti: Revista de literatura hispánica



Volume 1 | Number 28 Article 7

1988
La historia como ruptura trágica y fusión erótica en

Una familia lejana de Carlos Fuentes



Alina Camacho-Gingerich

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Citas recomendadas
Camacho-Gingerich, Alina (Otoño 1988) "La historia como ruptura trágica y fusión erótica en Una

familia lejana de Carlos Fuentes," Inti: Revista de literatura hispánica: No. 28, Article 7.


Available at: http://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss28/7
LA HISTORIA COMO RUPTURA TRAGICA Y FUSION EROTICA EN

UNA FAMILIA LEJANA DE CARLOS FUENTES



Alina Camacho-Gingerich


St. John's University


En Una familia lejana Carlos Fuentes expone su poética, que es a la vez



su visión de la realidad. Para el escritor mexicano, como para otros

novelistas modernos, la imaginación narrativa (poética) es por muy

incompleta que sea, la única verdad posible. Para ellos, América es mucho



más que lo que nos ofrece su historia y su geografía; es, también, un tiempo

del arte, de la imaginación. Branly, una de las principales voces narrativas

de esta novela, le dice a su amigo Carlos Fuentes, personaje, narrador y

autor, ya casi al final de la obra, lo siguiente:

Escuché entonces mi voz narrar la de Heredia (Hugo) esta tarde reciente de

octubre en Xochicalco; se trata de una figura creada por la imaginación

narrativa, pues sólo ella es capaz de reproducir algo verbalmente, así sea

incompleto, así sea aproximativo. Esa proximidad incompleta sería, de todos

modos, la única verdad posible. (156-157)

Para Carlos Fuentes la realidad es una invención del escritor. El

significante, discurso narrativo o realidad textual imaginada, reemplaza la

60 INTI No 28
realidad extratextual. Su obra parte de lo inmediato y se uni versaliza por

medio de los símbolos, la mitología, los arquetipos. En su caso, claro está,

la imaginación del autor se alimenta de la historia y de la realidad

mexicanas:

Es que siempre he pensado que en México hay subterráneos — de la

memoria, de la imaginación, de la realidad. Y de repente, resulta que es

cierto, que es verídico en el sentido de la exactitud, porque yo creo que la

verdad es la verdad de la Imaginación, no sólo la verdad de lo que se puede

medir y contar. (Espejo, 83)



Fuentes pasa gran parte de su infancia fuera de su patria; regresa del

extranjero a México a los dieciséis años, a un país, como él mismo admite,

que él había imaginado más que vivido: Y esto ha sido fundamental para mi




literatura, porque yo hablo de un México que yo imagino, no de un México

real: no es un México mensurable, no es un México exacto, pero es un


México verídico (88). En Cervantes o la crítica de la lectura Fuentes



observa que el genio del autor del Quijote, la primera novela moderna,

consistió en hacer del lenguaje la realidad central de la novela:

Sólo mediante los recursos del lenguaje puede librarse el tenso e intenso

combate entre el pasado y el presente, entre la renovación y el tributo debido

a la forma precedente. Cervantes no sólo encara este problema en Don

Quijote: lo resuelve y supera sus contradicciones porque es el primer



novelista que radica la crítica de la creación dentro de las páginas de su

propia creación. (32-33)

En Una familia lejana Fuentes continúa examinando el fenómeno del



colonialismo y de la independencia, las relaciones entre México y Francia,

entre el Nuevo y el Viejo Mundo. La novela comienza cuando el Conde Branly

le propone a su amigo "Carlos Fuentes" almozar juntos en el Automobile

Club de France en la Place de la Concorde para contarle la historia de los

Heredia. En México el verano anterior, en una excursión a Xochicalco,

organizada por un amigo francés mutuo, Jean, el conde conoce al arqueólogo

mexicano Hugo Heredia y a su hijo Víctor, quienes poco después viajan a

Francia con el pretexto de participar en un congreso arqueológico. Los

Heredia, padre e hijo, se hospedan en la casa de su nuevo amigo, Branly.

Siguiendo las reglas de un juego en el que ya hace algún tiempo participan

ambos, Hugo y Víctor Heredia buscan en el anuario telefónico el homónimo

de uno de ellos y terminan por encontrar el del hijo. Branly accede a la

petición del joven mexicano de visitar al señor francés con su mismo

nombre. Es con esta visita al francés Víctor Heredia en Le Clos des Renards

que la historia empieza a enredarse, con ramificaciones casi infinitas. A un

primer nivel, entonces, esta novela es la historia de los Heredia.

ALINA CAMACHO-GINGERICH 61


En un ambiente en el que los sueños y la imaginación predominan, se nos

cuentan otras historias, todas ellas entrelazadas: las del Víctor francés y

sus antepasados, el cruel Francisco Luis de Heredia y sus dos esposas,

Mademoiselle Lange, la francesa enajenada en el Nuevo Mundo, su primera

mujer, y la burda segunda mujer, madre de Víctor, a quien éste rechaza; la

historia de los dos niños, Víctor Heredia, el mexicano, y André, el hijo del

Heredia francés. Víctor Heredia sugiere la posibilidad de que el padre de

Branly le haya hecho el amor a Mademoiselle Lange, a quien el francés

prefiere considerar su madre, en Cuba. Branly también revive ciertas

escenas de su infancia en el Parc Monceau. En Le Clos de Renards los

jóvenes son sorprendidos en un acto de sodomía, cada uno con la mitad de un

objeto brillante y de una belleza perfecta. Hugo Heredia les dice a las

autoridades que su hijo se ha ahogado. Branly, insatisfecho, regresa a

México en búsqueda de respuestas. Hugo Heredia le explica en Xochicalco

durante la Vigilia de Todos los Santos la historia de su vida, el encuentro

con la figura diabólica de Víctor Heredia en Venezuela y el lazo o nexo

especial que existe entre los jóvenes. Después de contarle la historia a

Fuentes, a pesar de que Hugo Heredia le había rogado que no se la contara a

nadie por temor a su vida, Branly casi se ahoga en la piscina del Club. Unos

días después, cuando Fuentes va a visitar a Branly a su casa, ve en una de

las habitaciones de la casa al fantasma de Lucie, la esposa de Hugo Heredia.

Al morir Branly, se nos dice, Lucie vivirá, y Branly se convertirá en el

fantasma de ella.

En Una familia lejana las historias se entrelazan, los personajes se



metamorfosean, el uno es el otro. Las generaciones, se nos dice, son

infinitas, todos somos padres de los padres e hijos de los hijos (138). Yo,



tú, él, todos somos Heredia. Compartimos el mismo pasado, la misma

historia. El autor/narrador/personaje de la novela se pregunta:

Branly: ¿sólo en él resucitaban todos los tiempos de la mujer de Hugo Heredia

que fue la novia de los parques infantiles de mi amigo, que fue la mamasel

gabacha, la niña que hace ciento ochenta años fue vista por otro espectro de

Branly en el mismo parque, a la misma hora, en la misma luz?

Hay en la novela, una confluencia de personajes, espacios y de tiempos.

Todos los lugares que hemos recorrido, se nos dice en esta novela, no son,

al cabo, sino la búsqueda de un solo lugar que ya conocemos y que contiene

toda nuestra emoción, toda nuestra memoria (132).

Una familia lejana es una "carta hidrográfica" en la que los personajes



son ríos de una cuenca cuyos orígenes, multiplicidad de afluentes y destino

final se desconocen (157). Al concluir Branly su historia sobre los Heredia,

Fuentes se convierte, sin haberlo pedido ni quererlo, en el nuevo narrador

de lo que Branly le ha contado. Pero la historia no ha concluído porque la


62 INTI No 28
naturaleza de lo narrado es que sea incompleto y sea contiguo (155).



Siempre existe otra narración paralela, contigua, invisible, a la contada.

¿Quién, entonces, se pregunta en la novela misma, ha escrito la novela de

los Heredia? ¿Hugo Heredia en Xochicalco, el Víctor Heredia del Clos de

Renards, Branly o Fuentes? Se nos sugiere otra posibilidad más: Alejandro

Dumas, como el autor de esta novela de fanstamas inédita. El escritor no es

el autor tradicional sino el momento de convergencia de todas las voces que

concluyen en el texto.1

Fuentes en Una familia lejana crea un mundo fantasmagórico, sobrenatural,



en el que por medio de la imaginación, la memoria selectiva y

creadora — la memoria es como un témpano flotante; sólo muestra lo que

quiere decir (113) —, y el sueño, el pasado converge en el presente, y la



irrealidad se hace indistinguible de la realidad. Lo onírico es parte integral

de la realidad presentada. Como lo expresa Branly en Una familia


lejana: lo fantástico de mi sueño era estas observaciones cotidianas; la



racionalidad de mi sueño era su fantástica identificación, abrupta e


indiscutible, con la realidad total del mundo (120). Se rechaza el tiempo



muerto de la historiografía y se entra, metafórica, mítica y

simultáneamente, al tiempo total del presente. La presencia del pasado en el

presente, se nos dice en Una familia lejana, es la única vida, el olvido es la

única muerte. En efecto, Hugo le dice a Branly, tuviste un pasado y no lo




recuerdas. Trata de identificarlo en el poco tiempo que te queda o perderás


tu futuro (187). La profesión arqueológica de Heredia tiene la función de



suplir en algo a esa amnesia de nuestra historia, ese olvido de nuestro

pasado, de nuestras raíces. La misión de los fantasmas como Lucie va a ser

la de reparar los olvidos de los vivos, su injusticia para con los muertos



(166). El poema "La chambre voisine" de Jules Supervielle, varios versos

del cual sirven de epígrafe al capítulo XX de la novela, se convierte en el

leit-motif de la historia que se nos cuenta. Lucie, la esposa francesa del



Heredia mexicano, quien después de su muerte se convierte en su

conciencia, creía en la buena lección de las piedras: la presencia del pasado



en el presente, pues sin aquél el presente es incomprensible. Se oponía a lo

que ella acabó por llamar la mala lección de las piedras: la convicción de que



pertenecíamos a una casta superior con privilegios innatos, con el derecho

de reclamar una autoridad que nos había sido usurpada por otros inferiores

a nosotros (164).

Para Fuentes (como para Cervantes y Balzac, Proust, Dostoievsky y

Lezama Lima, entre otros) el arte y especialmente el arte de narrar es,

como se nos dice en Una familia lejana, un desesperado intento por

restablecer la analogía sin sacrificar la diferenciación (191). El hombre



moderno ha perdido el poder de analogía entre las cosas, como lo reconoce

el mismo Branly: Quizás algún antepasado mío, en el siglo catorce, podía


entender sin pena la homologación entre Dios, un ciervo de astas nacientes
ALINA CAMACHO-GINGERICH 63


y la aureola de una luna roja. Mi antepasado del siglo diecisiete ya no sabía


esto; nada se parecía entre sí (191).



El hombre contemporáneo ha perdido la imagen unificadora del mundo,

vive en un mundo fragmentado. Esta ruptura o desmembramiento de la

realidad está representada en el origen antiguo de México por la imagen de

Coyolxauhqui, hermana de Huitzilopochtli, esa imagen de la diosa

descuartizada que encontraron en el área del Templo Mayor cuando se

hacían excavaciones cerca del zócalo de la Ciudad de México. Coyolxauhqui,

imagen de los derrotados, simboliza el grupo vencido.2 El arte del escritor



mexicano contemporáneo significa una toma de conciencia de esa

separación, de esa fragmentación, un intento de reunir lo que fue separado.

La imaginación poética es, entonces, para Fuentes, como para su

compatriota Octavio Paz, el descubrimiento de la presencia de la imagen del

mundo en lo que surge como fragmento y dispersión, percibir en lo uno lo

otro. El poeta desaparece detrás de su voz que es la de todos y la de nadie:

es siempre la voz de la "otredad" (Paz, Los hijos del limo, 207).



Tanto Paz como Fuentes reciben el legado de su pasado indígena, del

pensamiento oriental, y de los parnasianos y simbolistas franceses.

Basándonos en el principio de la correspondencia universal de los

contrarios, se concibe que esto vive en función de aquello, lo uno de lo otro,

y que llegado el momento los contrarios se funden. En Nicolás de Cusa el

autor mexicano también encuentra la idea de una síntesis armoniosa de la

realidad. La idea de Dios como coincidentia oppositorum: la síntesis de



opuestos en un ser infinito y único, Dios, que trasciende y al mismo tiempo

incluye las diferencias de las criaturas. La influencia del surrealismo en

nuestros escritores contemporáneos es evidente y lo es especialmente en la

obra de Fuentes. Breton, acordémonos, había manifestado su creencia en la

existencia de un cierto punto del espíritu desde el cual la vida y la muerte,

lo imaginario y lo real, el pasado y el futuro, lo incomunicable y lo

comunicable, dejan de ser percibidos contradictoriamente. Nuestros

escritores rechazan los límites impuestos por el tiempo cronológico y

consagran el instante: cada momento es todo momento. Es el presente

perpetuo de la poesía. Como tan bien lo expresa Paz: Poesía, momentánea




reconciliación: ayer, hoy, mañana, aquí y allá; tú, yo, él, nosotros. Todo


está presente: será presente (El arco y la lira, 284).

En Una familia lejana, la fragmentación, la unidad y la metamorfosis



buscan integrarse en una unidad, es un ir hacia una totalidad. Se busca un

tiempo completo, una contigüidad espacial y temporal. La contigüidad

espacial y temporal es, como el arqueólogo Hugo tan bien lo comprende, la

lección más profunda de la antigüedad mexicana: todo está relacionado, nada




está aislado, todas las cosas están acompañadas de la totalidad de sus

atributos espaciales, temporales, físicos, oníricos, visibles e invisibles


(176). En las ruinas de la civilización precolombina lo que se creía muerto,

64 INTI No 28
o lo que pensábamos que solamente soñábamos, adquiere vida. En Tiempo

mexicano ya Fuentes nos había ofrecido esta interpretación de la historia



mexicana:

La historia de México indígena es la historia de una ausencia y de una espera:

la de un principio de unión, es decir, de libertad original. Cada piedra, cada

templo, cada escultura de México antiguo son algo más que el signo

pragmático de una sociedad teocrática: son los recipientes de esa espera

desesperada; el regreso de Quetzalcoátl, un retorno al origen sin separación,

idéntico al encuentro con un futuro bienhechor. (22)

Cuando el joven mexicano Víctor guiado por un odio invencible, parte

por la mitad ese objeto precolombino de una unidad de tal manera excelente,

sin fisuras, como una poderosa gota de oro cóncavo, que él había encontrado



en un templo tolteca, y se deshace de ambas mitades del objeto, el joven lo

despoja de una belleza que era sinónima de su unidad. Al partir ese objeto

por la mitad Víctor había aprendido los usos del poder arbitrario pero había

perdido, de paso, la memoria de la unidad del tiempo (175). La novela es una



búsqueda de esa unidad (en el arte, la historia, la cultura) simbolizada por

la pieza precolombina. Hugo Heredia así se da cuenta, y sacrifica a su hijo

con el fin de lograr esa totalidad perdida. Víctor encontraría una de las

mitades de ese objeto en Xochicalco: será la prenda para recobrar, más

tarde, la otra mitad y reconstituir el objeto. La cópula de Víctor y Andrés

en el asiento del Citröen de Branly simboliza ese intento de rescatar el

pasado y lograr la unidad primigencia del ser andrógino.3 Con la unión de los



adolescentes, el francés y el mexicano, se quiere lograr un pasado vivo,

actual, irrenunciable. La cópula de los niños quiere recuperar la imaginación

perdida del hombre, anterior a su separación.

Por medio de la narración de la historia de los Heredia, gracias a la

libertad que nos ofrece la imaginación narrativa, los personajes de la

novela logran modificar la historia, cambiar el curso de las cosas, trazar

sus pasos una vez más y hacer todo eso que lamentaron no haber hecho en el

pasado. La imaginación narrativa les ofrece una oportunidad más, les ofrece

eso que pudo haber sido. El narrador se pregunta:

No sé si relatar lo que pertenece al tiempo — una memoria, una premonición o

el sueño que se inserta entre ambas y es nuestro presente — suponga

encarnarlo y representarlo con el fervor que, súbitamente, se había

apoderado de mi amigo, como si a través de esta lejana historia de otro lugar

y edad remota cumpliese muchas de las acciones inminentes que, en su vida

consciente, dejó pasar por alto. (109)

Los crímenes de esta historia, si los hay, se nos dice, son de omisión.

Ahora, gracias a la historia narrativa, pueden ser corregidos. Ese niño en el

ALINA CAMACHO-GINGERICH 65


Parc Monceau que se llamaba André, a quien nunca Branly llegó a darle la

mano, ahora es niño, por haber invitado Branly a los Heredia a su residencia

en París, por seguir el juego de la homonimia en el anuario telefónico, por

haber llevado a Víctor al Clos des Renards y porque en el acto final no

interrumpió ese encuentro o confluencia de las cosas; ahora ese niño ya

nunca estará solo pues siempre gozará de la compañía de Víctor. Gracias al

sacrificio de Víctor, Hugo podrá reunirse con su esposa Lucie e hijo

Antonio, muertos hace algún tiempo, pues la unión simbólica de los

adolescentes ha querido crear un espacio perfecto, original.

Una familia lejana termina en una nota algo fatalista y trágica. La última

frase, Nadie recuerda toda la historia, nos recuerda que estamos destinados



al olvido, que, al fin y al cabo, no podemos recuperar todo el pasado, toda la

historia. Cuando Carlos Fuentes/Heredia regresa, ya al final de la novela, al

Club Automovilístico de la France, ve, en la piscina donde antes se había

bañado Branly, en el centro de una "nata" color esperma: Dos fetos




doblados sobre sí mismos y abrazados como siameses, atados por los

ombligos, flotando con una placidez que desmiente todo pasado, toda

historia, todo arrepentimiento ... Sus caras son viejas ... Son fetos muy

viejos, como si hubiese durado nueve siglos en el vientre de su madre


(213). Aunque llega a ver en esos dos fetos flotantes las caras de dos niños

que se volvieron viejos, no los reconoce porque nunca los conoció. Pero si

no sabe quiénes son ellos, sí sabe, gracias al fantasma de Heredia que de

ahora en adelante siempre lo acompañará, quién es él: Fuentes es Heredia y

todos nosotros, y a la vez, nadie; es la voz del lenguaje.

NOTAS

1 A la pregunta de quién es el "verdadero" autor Michel Foucault responde que

no importa quién es el que habla y Roland Barthes afirma que darle un autor a un texto

es imponerle un límite a ese texto; el lector empieza a existir en el momento en que

muere el lector. Jacques Lacan nos dice que el niño se descubre por primera vez en

una imagen externa y, por lo tanto, llega a confundir esta imagen de sí mismo con las

imágenes de los otros que lo rodean. Así empieza la "dialéctica social". La confusión lo

lleva a identificarse con el otro. Una vez que el ego se identifica con el otro (el objeto

del deseo del hombre es un objeto deseado por otro) el deseo regula el conocimiento y

hace posible la comparación y el intercambio de objetos: un objeto equivale a otro.

66 INTI No 28
2 El conocido arqueólogo e historiador Eduardo Matos explica el simbolismo de

esta diosa de la siguiente manera: Su presencia se integra al prólogo final que enfrenta




el cautivo al ser condenado a la cima del templo para ser sacrificado. Coyolxauhqui,

magníficamente representada, cumple su cometido al servicio no solamente de un

pueblo triunfal, sino del grupo que dirige sus destinos con la inclemente lógica impuesta


por la necesidad de conservar su poderío (83).

3 Este concepto del amor es, claro, platónico. En el Simposio (Banquete) o de la

erótica se nos dice que cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que

ha sido separada de su todo como se divide una hoja en dos. El amor platónico es la



búsqueda de ese estado andrógino, representado por la Venus Urania. Véase el estudio

de Gloria Durán, "Carlos Fuentes y el andrógino" donde se examina el tema del

personaje andrógino en la obra de Fuentes anterior a Una familia lejana.




OBRAS CITADAS


Barthes, Roland. "The Death of the Author". Images/Music/Text. New York: Hill and



Wang, 1977.

Durán, Gloria. "Carlos Fuentes y el andrógino". Simposio: Carlos Fuentes, Actas.



Hispanic Studies, 2. Columbia: University of South Carolina, 1978, 45-58.

Foucault, Michel. Language, Counter-Memory, Practice. Cornell University Press,



1977.

Fuentes, Carlos. Cervantes o la crítica de la lectura. México: Joaquín Mortiz, 1976.

. Tiempo Mexicano. México: Joaquín Mortiz, 1971.

. Una familia lejana. México: Biblioteca Era, 1980.

Matos, Eduardo y Felipe Ehrenberg. Coyolxauqhi, 2a ed. México: Secretaría de



Educación Pública, 1980.

Muller, John P. and William Richardson. Lacan and Language. New York: International



University Press, 1982.

Paz, Octavio. Los hijos del limo. Barcelona: Seix Barral, 1974.

. "Los signos en rotación", El arco y la lira, 3a ed. México: FCE, 1973, pp. 261-



270.

Roffé, Reina, ed. Espejo de escritores. Hanover: Ediciones del Norte, 1985

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