jueves, 28 de noviembre de 2013

Eduardo Berti


Eduardo Berti
Cronología
1964
Nace en la ciudad de Buenos Aires.
1983
Comienza a colaborar en el suplemento Cerdos y Peces de la revista El Porteño.
1984
Realiza colaboraciones para la revista El Porteño.
1987
Empieza a trabajar como periodista en Página/12. La vinculación con el diario se prolongará hasta 1992.
"Estuve cinco años en un diario y me dí cuenta de que no era ésa mi vocación, que no tengo la sangre del periodista que está ‘al pie del cañón’ como se dice en la redacción. Hay gente que la tiene y es admirable, pero a mi me gusta más el periodismo más libre, más atemporal que se toca más para la cultura, la sociedad...
Cuando edité mi primer libro de cuentos y mi primera novela para mucha gente la sorpresa fue: no hay rock. Claro, es muy fácil de poner una etiqueta a alguien, es lógico. Entré al diario y casi todos tenían diez años más que yo, entonces claro ¿que hace el joven? – o hace fútbol o hace rock. Entonces terminé especializarme más que quería en el tema del rock. Razón por la cual, cuando saqué mis primeros libros, esperaban encontrar rock. Pero la verdad es que no me interesaba eso. Me gusta la literatura que imagine que inventa, me parece mucho más interesante escribir justamente sobre lo que no conocía que sobre lo que conozco", explica Berti en una entrevista de Hedda Dunker, website caiman.de, enero de 2003.
1988
La editorial AC, de Buenos Aires, publica su libro de ensayo "Spinetta, Crónicas e iluminaciones."
Comienza a trabajar en la radio libre "El bulo de Merlín".
1990
Aparece, en Buenos Aires, su libro de ensayo "Rockología. Documentos de los '80", publicado por la editorial Beas.
1992
Hasta 1995, trabajará como guionista y realizador de los documentales sobre la historia del rock argentino "La Cueva" y "Rocanrol"
1994
Se publica su libro de relatos "Los pájaros" (editorial Beas).
"Hace ya muchos años quise releer ‘La gallina degollada’. Me impulsaba la nostalgia aunque también la intriga de averiguar si, frente al libro, hallaría al mismo niño-lector lleno de terror. Descubrí entonces que no tenía el libro y fui en busca de una nueva copia. Además de la vieja edición de Losada había otra en la librería, una edición de origen mexicano, y al verla sentí un tonto alivio… Sólo al llegar a casa vi que el libro estaba fallado. Un bloque de páginas (‘un pliego’, diría un imprentero) se repetía en reemplazo de otras tantas páginas. El cuento más perjudicado por este defecto no era otro que ‘La gallina degollada’. Pero lo que más atrajo mi atención fue la primera página del libro. Había allí una firma y una fecha: 16/11, o sea, el día de mi cumpleaños. Se trataba de una pequeña estafa, ya que me habían vendido como nuevo un libro usado… A partir de allí empezó, por algún tiempo, lo que he dado en llamar el ‘síndrome del libro fallado’. De cada veinte o treinta libros que adquiría, uno tenía algún error. Mientras ocurría todo esto, mi amigo insistía con que tenía que escribir un cuento sobre libros fallados. Si desoía sus sugerencias era, entre varios motivos, porque me parecía presuntuoso imaginar que Quiroga se había tomado la celestial molestia de averiguar la fecha de mi cumpleaños. Casi me había olvidado del libro de Quiroga y del ‘síndrome’ cuando en el suplemento cultural del diario Clarín, de Buenos Aires, tropecé con un texto de Elvio Gandolfo sobre su libro ‘Dos mujeres’, y descubrí que cierto personaje se llamaba Berti. No sé por qué me vino a la memoria, de pronto, el libro de Quiroga. Lo busqué en mi biblioteca, le pegué una rápida hojeada y me fui a dormir. Al despertar, tenía todo un cuento nuevo en la cabeza. Nunca me sucedió algo así. No sé si soñé con el cuento y ya despierto lo rememoraba, o si el cuento estaba naciendo en ese instante y por suerte me pescaba despierto, para atraparlo. El cuento se llama ‘El definitivo Benincasa’ e integra este libro, ‘Los pájaros’, junto a once relatos cuya historia secreta es aún más aburrida", escribió Berti en el Epílogo, de la reedición del libro de cuentos ‘Los pájaros’, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2003.
1995
Escribe el guión y realiza un video documental sobre Roberto Goyeneche.
Hasta 1998, trabajará como guionista y realizador de los documentales sobre la historia del tango "Mano a Mano" y "Volvertango".
1996
Escribe el guión y realiza un video documental sobre Enrique Cadícamo.
1997
La editorial Tusquets, de Barcelona, publica la novela "Agua".
"La historia y la aventura son las dos experiencias narrativas que se disputan los espacios de ‘Agua’, la primera novela de Eduardo Berti. Luis Agua, un gestor de una empresa de energía, intenta que los habitantes de un pequeño pueblo portugués instalen la luz artificial. Su arribo, celebrado por los vecinos burgueses –el bando ‘iluminista’–, será la gran oportunidad para la aldea de sumergirse en la corriente del progreso, de ingresar a la historia del siglo que comienza. Tan al margen de los nuevos tiempos como los ‘oscurantistas’ –campesinos y artesanos devotos de la iglesia, que ven en la luz eléctrica un invento demoníaco–, se encuentra el castillo medieval que domina la comarca, habitado por los Antunes Coelho, una familia de terratenientes moribunda. Cuando el apellido desaparece con la muerte del último de los Antunes, cuando la sucesión de generaciones se interrumpe, sobreviene el tiempo de la aventura: un tiempo afuera del tiempo, donde las jerarquías se reordenan, el poder se redistribuye, la herencia se reparte, la propiedad se discute. Hay aventura cuando un nombre propio -piedra fundamental de la identidad- se desprende de su portador y se pone a circular como una moneda, de mano en mano, de boca en boca. En la novela, los nombres propios se intercambian, se falsean, se duplican, se devuelven. Y no sólo circulan nombres: los personajes intercambian dinero, objetos, trabajo, títulos, servicios, alojamiento, historias, rumores, enfermedades. Esta sustitución desenfrenada tiene límites precisos: funciona dentro de espacios cerrados, la zona de exclusión impuesta por una peste o las habitaciones prohibidas de la fortaleza. Como la luz artificial que
progresivamente va revelando los secretos del castillo, la novela de aventuras es un artificio, una invención que brilla con luz propia entre las cuatro paredes del lenguaje", escribió Fermín Rodríguez, en Los Inrockuptibles, Buenos Aires, junio de 1997.
1998
Se radica en París.
"Me fui de la Argentina a fines de 1998, todavía con Menem en el poder. Ya se veían las grietas en el decorado pero no me fui por razones económicas, como está ocurriendo en líneas generales con la última oleada. En mi caso, hacía bastante que planeaba vivir por lo menos un tiempo en el extranjero, en busca de una experiencia que podría tildarse de educativa: contra la estrechez de miras del provincialismo. El hecho de estar creando lejos de mi país ha producido, además, una especie de efecto liberador que no es tan asombroso en sí pero que, en lo que a mí respecta, resulta nuevo. Nunca me interesó la literatura hiper-realista que pretende -o acaba siendo- un documento sociológico. Siempre he buscado en mis libros una cierta distancia frente al costumbrismo, ya sea por intermedio de la fantasía o la imaginación como del extrañamiento. Dos de las cualidades argentinas que más echo en falta son la calidez del trato humano y el culto de la amistad. Soy muy crítico de las relaciones humanas en Europa; y ni hablemos de París, donde reina una profunda soledad y un gravísimo individualismo. A esas cosas las extraño en mi vida cotidiana, del mismo modo que añoro -por ejemplo- el sol de los inviernos porteños. Pero no creo que esto afecte de forma especial mi proceso creativo", respondió Berti a Christian Kupchik, de la revista Elle de Buenos Aires, mayo de 2003.
1999
Aparece su novela "La mujer de Wakefield", publicada por la editorial Tusquets (Buenos Aires y Barcelona).
"Nathaniel Hawthorne escribió un relato, Wakefield, la ‘historia conjetural’ de un desterrado, considerado unánimemente, es decir, por Borges, como el más grande y perfecto artilugio narrativo de la historia, antecesor directo de los relatos de Melville y Franz Kafka… lo verdaderamente mágico, lo que por definición debía seguir siendo inexplicable, sigue en pie: ¿qué llevó a Wakefield a abandonar su casa? Nunca lo sabremos. Y si en el relato de Hawthorne el narrador abandonaba a su suerte al personaje una vez que, veinte años después, volvía a atravesar el umbral de su casa para refugiarse al lado de su mujer, junto al fuego, sin hacer referencia a su destino ulterior (Hawthorne deja adivinar que, en cierto sentido, cuando Wakefield vuelve a su casa ya está muerto) en la novela de Berti éste seguirá siendo el poseedor de un secreto que llevará consigo a la tumba. Berti se toma la libertad (¿y para qué sirve la literatura sino para tomarse libertades?) de dotar a la sumisa actriz secundaria del relato original de un papel protagónico y de modificar drástica, magistralmente, el final de la historia. Borges decía que Wakefield prefiguraba a Kafka. Si Kafka hubiera escrito esta historia, Wakefield no hubiera conseguido, jamás, volver a su casa. Hawthorne le permitía volver. Berti, discípulo declarado de los dos, también, pero su vuelta es mucho más atroz que su larga e inexplicable ausencia", escribió Guillermo Piro, en Clarín, Suplemento Cultura y Nación, Buenos Aires, domingo 8 de agosto de 1999.
2000
"La mujer de Wakefield" es considerada por el Times Literary Supplement de Inglaterra como uno de los mejores libros del año 2000.
2001
Recibe una nominación al premio francés Prix Fémina Etranger, a la Mejor Novela Extranjera por "La mujer de Wakefield".
2002
La editorial Emecé, de Barcelona, publica el libro de relatos "La vida imposible", dentro de la Colección Cruz del Sur.
"Acertadamente cita el texto de la contratapa, como antecedentes, o antepasados de este libro de Eduardo Berti, a Silvina Ocampo, Cortázar, Wilcock. Con ellos, comparte la curiosidad por la compleja trama de nuestras vidas y el abandono de la ilusión racional: por inconcebibles que parezcan algunos de sus relatos, nadie podría asegurar que en alguna parte, en algún momento, no se concreten. Y Berti consigue hacerlos verosímiles, gracias a la destreza en el manejo de un lenguaje que, sin ser del todo coloquial, se asegura, por su engañosa sencillez y su acento veraz, la complicidad del lector. (También Oscar Wilde pasó por aquí, con sus deliciosos apólogos.) Hay un reiterado mecanismo que, bajo distintas formas, produce similares resultados, las más de las veces asombrosos y casi siempre cómicos. No una comicidad explícita, estentórea, sino de una sutileza fuera de lo común, como en ‘Bovary’, o ‘Un artista y su falsario’. Este humor, no del todo negro pero sí bastante oscuro, no oculta las vetas de melancolía y de crueldad que recorren el conjunto: nada es lo que parecer ser, sospecha Berti, y la llamada realidad enmascara -bajo las apariencias del mundo de las cosas concretas- la atroz certeza de que el papel del hombre en la mecánica del universo no es de los más importantes. A la vez, el hombre es capaz de aportar a ese proceso inexorable, un ingrediente inesperado: la dimensión moral. La que no está ausente de estos cuentos, apólogos, parábolas, o como quiera denominárselos: textos a menudo mínimos pero casi siempre densos de significado", escribió Ernesto Schoo, en La Nación, Buenos Aires, 22 de mayo de 2002.
2003
"Los pájaros" es reeditado en Madrid por la Editorial Páginas de Espuma.
2004
Su novela "Todos los Funes" es finalista del Premio Herralde otorgado por la editorial Anagrama.
"Eduardo Berti va impregnando el relato de un ambiente onírico por medio de sutiles toques orientados hacia el absurdo y presenta situaciones que, sin marcar una ruptura con la realidad, sugieren la idea de un sueño. Con un asunto tan literario, en algunos pasajes la narración cede al ensayo. A los Funes de los libros se les suman otros dos bastante fantasmagóricos: un médico y un abogado que visitan al profesor en el cuarto de su hotel de Lyon. ¿Qué significan tantas coincidencias? La trama, que al principio se despliega como un road story, en esencia cuenta la vida de Funes a través de las conversaciones que éste mantiene con distintos interlocutores que le salen al paso: una pianista compañera de asiento en el tren, un cicerone ciego y una poeta chilena invitada al congreso, entre otros. Del relato de Borges se desprende el tema de la memoria y se establecen dos conjuntos opuestos entre memoria-vigilia-vida-luz-permanencia y olvido-sueño-muerte-tinieblas-fugacidad. Sin embargo, se trata de conceptos relativos porque, como advierte una frase garabateada en el bastón del ciego, ‘La bruma se torna realidad, basta con cerrar los ojos’… ‘Todos los Funes’ ofrece un final abierto que confundirá a algunos lectores deseosos de un desenlace lógico. Sin embargo, incitará a otros a releer sus páginas en busca de las claves que ayuden a su interpretación en un plano simbólico, porque ellas se dirigen más a las intuiciones del corazón que a las definiciones del cerebro" (Felipe Fernández, diario La Nación, Buenos Aires, 6 de febrero de 2005).
2005
Escribe el guión de "Nordeste", primer largometraje de Juan Solanas.
2006
Regresa a vivir a Buenos Aires.
http://www.buenosaires.gob.ar/areas/com_social/audiovideoteca/literatura/berti_bio2_es.php

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Belgrano Rawson, Eduardo

 

Belgrano Rawson, Eduardo (ss. XX-XXI).

Narrador, guionista y periodista argentino, nacido en la provincia de San Luis en la segunda mitad del siglo XX. Educado desde su primera infancia con una sólida formación humanística -su padre era profesor de filosofía-, desarrolló muy pronto una acusada inclinación hacia la lectura y la escritura, hasta el extremo de convertirse, con tan sólo diez años de edad -y como irónicamente apunta él mismo- en "nada menos que presidente de la Biblioteca Infantil Sarmiento".

Al margen de esta visión tierna e irónica de esos primeros pasos en el mundo de las Letras, lo cierto es que el joven Eduardo Belgrano Rawson adquirió pronto un vivo interés humanístico que, erróneamente encauzado por sus maestros durante sus estudios de enseñanza secundaria en la escuela de su lugar natal, le condujo en los primeros compases de su juventud hasta la Facultad de Leyes de la Universidad de Buenos Aires, donde inició sin demasiada convicción una carrera de Derecho que interrumpió definitivamente cuando ya llevaba cursados la mitad de estos estudios superiores, para consagrarse de lleno a otras actividades más creativas. Fue así como se inició en el trasiego de las colaboraciones periodísticas, que le abrieron las puertas necesarias para empezar a escribir y publicar en las célebres revistas de la Editorial Columba (como El Tony, D'Artagnan o Intervalo) los guiones de algunas historietas que gozaron de gran aceptación entre los jóvenes lectores de la época. Firmados con pseudónimo, estos guiones de escaso interés literario no le granjearon ningún prestigio como escritor, pero sí le permitieron adentrarse en un espacio fecundo -el de los medios de comunicación- que le puso en contacto con otros escritores y le relacionó también con algunos personajes destacados en el ámbito del cine, modalidad artística que, a la sazón, había pasado a ocupar la mayor parte de su tiempo (llegó, incluso, a tomar clases para convertirse en director y guionista del Séptimo Arte).
Hacia mediados de la década de los años setenta, ya plenamente convencido de su falta de vocación para ejercer la abogacía, se dio a conocer como escritor por medio de la novela titulada No se turbe vuestro corazón (1974), una interesante opera prima que no pasó inadvertida para la crítica de la época, gratamente sorprendida por la personalidad apuntada por una voz nueva que sobresalía por su frescura y originalidad. Al año siguiente, el inquieto escritor dio rienda suelta a su talante aventurero y emprendió una serie de expediciones por la Tierra del Fuego que habrían de prolongarse hasta 1987, y así se convirtió en uno de los argentinos que mejor conocimiento tenían acerca de esta alejada región, cuya zona menos accesible (la Península de Mitre) llegó a recorrer a pie y a caballo, en el transcurso de uno de esos viajes, acompañando a una expedición de biólogos de su propio país. Fruto de las experiencias acumuladas a lo largo de estas intrépidas aventuras australes fue la novela que habría de granjearle su mayor reconocimiento literario, publicada a comienzos de los años noventa bajo el significativo título de Fuegia (Buenos Aires: Sudamericana, 1991). En las páginas de este bello relato, Eduardo Belgrano Rawson recrea la historia de una familia de fueguinos de comienzos del siglo XX, descendientes de los indios nativos y dedicados a ejercer como canoeros entre las frías costas del lugar.
Entre su primera narración extensa y esta incursión novelesca en la Tierra de Fuego, Belgrano Rawson dio a la imprenta una segunda novela que, publicada bajo el título de El náufrago de las estrellas (1979), le granjeó el prestigioso premio otorgado por el Club de los Trece y le consagró definitivamente como una de las voces más sólidas de la nueva narrativa argentina de finales del siglo XX. El resto de su obra de ficción se completa con una cuarta entrega novelesca titulada Noticias secretas de América (Buenos Aires: Planeta, 1998).
JRF.

Autor


Ironía sobre las versiones oficiales del pasado
La Historia también es un relato

NOTICIAS SECRETAS DE AMERICA
Por Eduardo Belgrano Rawson
(Planeta)-449 páginas-($ 20)
 
HASTA el más arduo tratadista debe apelar a ciertas artes -aunque mínimas- de narrador. Lo inverso, el narrador que se nutre del trabajo de los historiadores, también vale.
Ahora bien, este apasionante libro de Eduardo Belgrano Rawson no es historia novelada, ni es novela histórica en el sentido usual de la expresión. Noticias secretas de América carece de unidad temática, salvo que se considere como tal a la Historia misma en su riqueza, diversidad y multiplicidad de puntos de vista. No obstante, Belgrano Rawson se propuso una novela, sin lugar a dudas.
Con un estilo muy elaborado y por momentos deslumbrante, alguien que no se sabe bien quién es relata una serie virtualmente infinita de episodios a un interlocutor indefinible. Diríase que el autor teje una trama con hilos que animan cada uno la historia -verdadera, obstinadamente verdadera- que le toca, pero que no se conjugan para demostrar un sentido tal vez oculto, sino para sugerir un nuevo sentido. Además, como cada fragmento es tributario de su tiempo y toma contacto con fragmentos de otras épocas, el entramado provoca un efecto de anacronismo que ubica al discurso, de por sí, en las antípodas de la historia oficial. Para el autor de No se turbe vuestro corazón (1975), El náufrago de las estrellas (1979) y Fuegia (1991), la verdad no necesariamente demanda la revisión de lo dicho (esto es, la revisión de lo mismo) sino la dilucidación artística de todo aquello capaz de maravillar al único contemporáneo del texto, al lector.
Resultado de una investigación ardua, trabajosa y exhaustiva, esta novela es también una suerte de aluvión de relatos que tienen que ver con la gestación de una mentalidad (por eso arranca con la escuela y los horrores de una pedagogía dura, sin anestesia) y con los desenlaces y fracasos omitidos o piadosamente edulcorados. Si hubo una batalla, Belgrano Rawson se pregunta con humor y desparpajo cómo murieron los soldados que no pronunciaron palabras inolvidables. Si un general demente dejó el centro del escenario donde lo bañaron las luces de la Historia -cualquiera sabe cuándo sus actos están destinados a la posteridad-, Belgrano Rawson lo persigue para saber qué hizo después, de qué trabajó, en qué espantosa soledad y rodeado de memorias en fuga se despidió del mundo.
Desde el fusilamiento de Martín de çlzaga frente a los colegiales, que debieron estallar en aplausos luego de la descarga, o las iniciativas pedagógicas de Belgrano, de Rivadavia y de San Martín (el narrador, al evocar parcialmente los reglamentos disciplinarios del Ejército de los Andes, llega a la conclusión de que "para el propio Libertador, la brecha entre lo escolar y lo castrense no debe haber sido muy ancha"), desfilan la mayor parte de los grandes próceres de la historia argentina, además de una legión de personajes incidentales y pequeños. Y como un viento feroz la ironía los despeina.
En la novela de Belgrano Rawson se conjugan Baden Powell, el inventor de los boy-scouts, con José Martí, o el cacique Yanquetruz en una noche de ópera en el Colón con las heridas memorables del general Necochea (tal vez el militar mejor herido de la historia). Aparecen de perfil Carlos María de Alvear y la pluma insidiosa del manco Paz. Las peripecias asombrosas de Brown o de Bouchard y de otros profesionales de la guerra dan cuenta de la crisis de ese particular mercado laboral, que obligaba a transitar caminos insólitos. Y sirve de ejemplo la vida de Benigno Villanueva, que de jugar a la pelota en la calle de los Mandingas terminó como mariscal ruso y con el nombre cambiado, Benigno Villanokoff.
Novela de finales y abandonos, todo parece llegar necesariamente al recuerdo de San Martín en el exilio, a la memoria del Indio que recoge varios hilos de la trama y se deja transitar, a su vez, por la evocación de algunos episodios propicios para el amor. Pero el libro es mucho más. Es una novela de momentos fugaces, amena y compleja, que se inscribe en un proyecto literario tan original y ambicioso como logrado en su realización. Esta entrega de Eduardo Belgrano Rawson es una sólida respuesta a los principales interrogantes de la ficción actual, y abre un camino promisorio que vale la pena transitar.
Jorge Landaburu
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/BRawson/brcriln.html

martes, 26 de noviembre de 2013

Battista, Vicente

 

Battista, Vicente (1940-VVVV).

  Narrador y periodista argentino, nacido en Buenos Aires en 1940. Destacado animador cultural tanto en su lugar de origen como en España (país al que se trasladó en 1973 y en el que residió durante más de diez años), fue uno de los integrantes de la redacción de la revista literaria El escarabajo de oro, una de las publicaciones culturales más prestigiosas del hemisferio austral, que sirvió de guía y referente a varias generaciones de autores hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Consagrado, a través de las páginas de esta revista, como una de las jóvenes promesas de la cultura argentina contemporánea, acrecentó aún más su prestigio e influencia a raíz de su intervención directa en la fundación -al lado de Mario Goloboff- de Nuevos Aires, una espléndida revista de ficción, análisis crítico y pensamiento filosófico cuya dirección asumió el propio Vicente Battista. Ya era sobradamente conocido en su faceta de escritor en Argentina cuando, en 1973, cruzó el Atlántico y se afincó en España, primero en Barcelona y posteriormente en las Islas Canarias. En 1984 regresó a su país natal, donde continuó ejerciendo una poderosa influencia en los medios literarios por vía de sus colaboraciones permanentes en la sección cultural del rotativo Clarín.En dicha faceta de escritor, Vicente Battista se dio a conocer como narrador a mediados de los años sesenta con una colección de cuentos presentada bajo el título de Los muertos (1967), opera prima que, galardonada con premios tan prestigiosos en el ámbito hispanoamericano como los que conceden la Casa de las Américas (en Cuba) y el Fondo Nacional de las Artes (en Argentina), le consagró de inmediato como una de las grandes revelaciones en el cultivo del complejo género de la narrativa breve. A partir de entonces, Vicente Battista siguió escribiendo numerosos relatos que vinieron a confirmar la grata impresión causada por su primera recopilación, y dio a conocer la mayor parte de ellos en otras colecciones presentadas bajo los títulos de Esta noche reunión en casa (1973), Como tanta gente que anda por ahí (1975) y El final de la calle (1992), esta última distinguida también con un galardón de notable repercusión en el panorama literario argentino, el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires.
Al margen de estos relatos, la prosa creativa del escritor bonaerense se adentró también en los vastos dominios de la narración extensa, donde recibió los elogios unánimes de críticos y lectores por algunas novelas tan sobresalientes como El libro de todos los engaños (1984) y Siroco (1985). Pero su mayor éxito como novelista le llegó a mediados de los años noventa, en plena madurez creativa, cuando un jurado compuesto por algunos colegas tan exigentes como Abelardo Castillo, Antonio Dal Masetto, José Pablo Feinmann, Juan Forn y Vlady Kociancich otorgó la edición argentina del Premio Planeta de 1995 a su espléndida novela titulada Sucesos Argentinos. Algunas de sus obras (como la ya mencionada novela Siroco) han sido traducidas al francés.
JRF.
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=battista-vicente
Leemos un cuento policial negro.


 
Un día después
de Vicente Battista


    Miré una vez más la foto: un rostro juvenil, de ojos grandes, labios sensuales y pelo agresivamente negro. Era una belleza insolente, a mitad de camino entre la inocencia y la perversidad.
    - ­Se llama Mercedes Gasset y va a estar en el hotel Los Faraones, el sábado, al mediodía.
    Asentí con un movimiento de cabeza. Me entregaron el cincuenta por ciento de lo pactado y el pasaje de ida y vuelta. Dijeron que confiaban en mi, que el resto lo recibiría al final del trabajo. Asentí otra vez y pregunté si habían pensado en un sitio en especial. Uno de ellos dijo que la Cueva de los Verdes podría ser el lugar adecuado y agregó que no me costaría mucho llevarla hasta ahí. Realmente me tenían confianza. Supe que era hora de despedirse. En un par de días tendría que volar a Lanzarote para encontrarme con Mercedes Gasset.
    El vuelo fue tranquilo, debí soportar un compañero de asiento que había resuelto mitigar su soledad, o el miedo a las alturas, contándome el encanto de las Islas Canarias. Le concedí un par de aprobaciones y simulé un sueño reparador. No me interesaban las islas y jamás había estado en Lanzarote, sólo tenía una vaga referencia por un cuento, o cierto capítulo de novela, en donde un hombre se encontraba con una mujer joven, para disfrutar del fin de semana. También yo iba a encontrarme con una mujer joven, pero no iba a disfrutar del fin de semana; iba a matarla.
    La vi en el lobby del hotel. Se paseaba de un lado a otro, indecisa; aunque no parecía buscar a nadie. Finalmente se acercó a la barra y pidió un vaso de leche fría. El azabache de su pelo resultaba más inquietante que en la fotografía.
   -  ­No es el mejor modo de combatir la ansiedad ­dije.
    Me miró; sonrió levemente.
    ­- ¿Quién le ha dicho que estoy ansiosa?
     - ­No hay más que verte.
    ­- ¿Psicólogo?
     - ­Curioso.
    Habíamos roto las barreras. Dijo que se llamaba Patricia; por alguna razón ocultaba su nombre, debía cuidarme. Dijo que era madrileña.
    ­Uruguayo­mentí.
    Establecidas las reglas del juego, entretuvimos la tarde hablando tonterías.
    ­- Si me prometés cambiar la leche por un Rioja digno de nosotros -dije-, esta noche cenamos juntos.
     - ­¿Y si no?­- preguntó.
     - ­Nos encontraríamos para el café.
    ­ -Ya no tengo ansiedad ­dijo y volvió a sonreír­. A las nueve, aquí mismo.
    La vi marcharse. Esa muchacha me gustaba más de la cuenta; mi oficio prohíbe ese tipo de gustos. Pensé que un whisky doble expulsaría el mal sentimiento, lo bebí de un trago, pero la muchacha me seguía gustando. Miré la hora, faltaban unos minutos para las siete. Acaso dormir ayudaría. Pedí la llave de mi habitación y ordené que me llamaran a las ocho y media.
    Fue puntual, virtud infrecuente en las mujeres jóvenes y bonitas. Caminaba con estudiada despreocupación, usaba un vestido de tela liviana que le acentuaba las formas. Tuve la fantasía de que algunas horas después se lo iba a quitar.
    ­- Magnífica­ - dije por todo saludo y llamé al barman. Dijo que no iba a beber. Le recordé la promesa; agregó que sólo bebería vino, durante la comida. Parecía una niña obediente; fuimos hacia la mesa.
    Elegimos una exquisita carne de ternera, rociada con salsa de champiñones y acompañada de arroz blanco. Supe que en la bodega del hotel había Vega Sicilia y no vacilé: iba a ser su última cena; merecía el mejor de los vinos. Lo gozamos hasta la última gota y sirvió para recrear nuestras mentiras. Dijo que estaba en la isla con el propósito de recoger material para un futuro trabajo acerca de la identidad canaria. Quiso saber de mí. Me inventé una profesión liberal y un desengaño amoroso, dije que no quería hablar ni de una cosa ni de la otra. A la hora del café y el coñac, le confesé que me gustaba más de la cuenta y por primera vez, a lo largo de la noche, estaba diciendo la verdad.
    Decidimos que fuese en mi cuarto. Estábamos de pie, junto a la cama y sólo nos iluminaba la luna; se oía el ruido del mar, pero ni la luna ni el mar me importaron: toda mi atención estaba en ese cuerpo magnífico, sin una sola mentira. La comencé a desnudar, con la devoción que se pone en los grandes ritos. Me detuve en sus pechos, pequeños y armoniosos, y los besé lentamente; un imperceptible quejido y el minúsculo vibrar de su piel me hicieron comprender que no había errado el camino. Ahí me quedé. Buscó mi sexo y al rato estábamos desnudos sobre la cama. Cada vez me gustaba más y ella se encargaba de fomentarlo: se acostó sobre mí y me cubrió con una ternura indescriptible, hasta que llegó el momento de las palabras entrecortadas y los pequeños gritos. Era una pena quitar al mundo a una muchacha así; la abracé casi con cariño. Se quedó dormida de inmediato. Estuve mucho tiempo mirando el techo y pensando en esas desarmonías, ajenas a uno, que lamentablemente no tienen arreglo. Recordé a De Quincey: "Si alguien empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente".
    Un par de horas más tarde ella abrió los ojos y me dijo algunas cosas que ahora prefiero olvidar. Le pregunté si conocía la Cueva de los Verdes y le propuse una excursión a la mañana siguiente. Dijo que sí. No sabía que estaba firmando su sentencia de muerte.
    Un simple estuche de máquina fotográfica fue el refugio ideal para la Beretta 7,65, con silenciador incluido. Tomé un café sin azúcar, de camino a la cueva de los verdes. Habíamos decidido encontrarnos ahí a las diez de la mañana. La descubrí mezclada con un contingente turístico. Seguimos al guía y nos enteramos de que estábamos ingresando en una cueva que, trescientos años atrás, había construido la lava volcánica. Era un túnel que se prolongaba por kilómetros y kilómetros y del que apenas se habían explorado algunos miles de metros.
    -  ­Alguna vez fue refugio de los guanches -­ dijo Mercedes  a media voz.
    ­- ¿Los guanches?
    ­- Los primeros habitantes de la isla-­ completó.
    "Y ahora será tu tumba", pensé, con dolor. Conseguí que cerrásemos la marcha de los entusiasmados turistas y así anduvimos entre las tinieblas. Algunos temas de Pink Floyd y unas pocas luces de colores, astutamente distribuidas, le daban el toque fantasmagórico que el sitio precisaba. Los hijos de puta de mis clientes habían sabido elegir el lugar: un cadáver podría permanecer ahí por largo tiempo, hasta que el mal olor de su putrefacción lo delatase. Pensé que ese cadáver iba a ser el de Mercedes y sentí un ligero malestar. Decidí terminar el trabajo de una vez por todas y me detuve, con la excusa de ver algo. El contingente siguió su marcha, ignorándonos. Abrí el estuche fotográfico.
    ­ -Aquí no se pueden sacar fotos -­bromeó.
     - ­No pienso sacar fotos - ­dije.
    La Beretta en mi mano obvió cualquier otro comentario.
     - ­No entiendo- ­dijo y había  espanto en su sorprensa.
    ­- No es necesario que entiendas -­dije y alcé el arma.
    ­- Hay un error ­-dijo, casi suplicante­-. Tiene que haber un error.
    Dije que en estos casos nunca hay errores y apreté el gatillo. Se oyó un sonido corto y seco. Mercedes intentó decir algo, pero todo quedó reducido a un gesto de dolor y desconcierto. En mitad de su frente, casi a la altura de sus cejas, comenzó a bajar un hilo de sangre. Di un paso atrás y vi cómo su bello cuerpo se derrumbaba para siempre. Con ternura la llevé hasta el rincón más escondido de la cueva y la cubrí con cenizas de lava. Me sacudí las manos y la ropa, comprobé que no había señales delatorias y caminé rápido hacia donde estaba el contingente. Habían pasado menos de diez minutos. Nadie reparó en su ausencia: estaban encantados jugando con el eco, una de las maravillas de esa cueva de la muerte.
    Los pasos siguientes serían de pura rutina: debía desprenderme del arma y de la documentación fraguada. En Barcelona tendría tiempo de afeitar mi barba tirar a la basura los anteojos de falso documento. Entré en el hotel pensando en una ducha fría. Iba a pedir la llave de mi cuarto, cuando una voz femenina, sus palabras, me enmudecieron.
     - ­Me llamo Mercedes Gasset - dijo-­, hay una reserva a mi nombre. Tenía que haber llegado ayer.
    Giré la cabeza y la vi. Ojos grandes, labios sensuales y pelo agresivamente negro: era mi víctima, la real, que llegaba con un día de atraso. Pidió un whisky. Pensé en Patricia, sola en la Cueva de los Verdes, cubierta de ceniza de lava; sentí un odio feroz por esta impostora e imaginé para ella un final innoble e inmediato. Diga lo que diga De Quincey, no hay que dejar las cosas para el día siguiente. Me acerqué y le dije que ése no era el mejor modo de combatir la ansiedad. Sonrió.


del libro "El final de la calle", de Vicente Battista. © 1992 Emecé

domingo, 24 de noviembre de 2013

Juan-Jacobo Bajarlía


Juan-Jacobo Bajarlía es poeta, cuentista, ensayista, novelista y dramaturgo. Nació en Buenos Aires el 5 de octubre de 1914, pero por un error en las anotaciones del Registro Civil aparece como nacido el 5 de octubre de 1912-2005.
A los 9 años le dio por la poesía, y los 14, siendo estudiante secundario escribió un novelón de capa y espada con el título de La cruz de la espada, que un falso editor se llevó para publicar, y nunca más se supo del original. Fue el mayor de 5 hermanos, hijo de padres de gran posición económica, venidos a menos, a raíz de lo cual, el niño que entonces tenía 12 años, vendió medias por los bares para contribuir al sustento de la casa. A los 17 años ingresó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, y luego se trasladó a La Plata donde completó sus estudios.
   Fue uno de los introductores del vanguardismo en la Argentina. Entre 1948 y 1956 dirigió la revista Contemporánea y formó parte, en 1944, del Movimiento de Arte Concreto-Invención, junto con Gyula Kosice, Edgar Bayley, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado, entre otros. También, en 1983, dirigió la revista Referente/el Ojo que mira.
   Sus primeros libros que datan de los años 40, Prohombres de la argentinidad y Romances de la guerra, fueron excluidos de su bibliografía.
   Obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores el mismo año en el que se la adjudicaron a Adolfo Bioy Casares (1962). Luego se sucedieron los grandes premios: el del Instituto del Nuevo Mundo de la Facultad de Filosofía y Humanidades de Córdoba, dirigida por Juan Larrea acerca de César Vallejo (1963), el Mystery Magazine Ellery Queen's (1964), el Konex de Platino (1984), el Premio Municipal de Teatro (1962), el Premio del Fondo Nacional de las Artes (1962), Premio Municipal de Narrativa (1969), Premio Boris Vian (1996), Premio Leopoldo Alas ("Clarín") (1971).
   Sus cuentos, una estructura en la que se mezclan lo fantástico, la ciencia-ficción y la metafísica, integran varias antologías.
   Como dramaturgo escribió y estrenó La Esfinge en el Teatro Mariano Moreno, en 1955; Pierrot, en La Plata, en 1956; Las troyanas, sobre el texto de Eurípides, en el Teatro de la Reconquista, en 1956; La billetera del Diablo, en el Teatro LYF, en 1969; Telésfora en Radio Nacional, en 1972. Su drama Monteagudo (1962) obtuvo cuatro distinciones: el de la Selección Municipal para las Jornadas de Teatro Leído, el Premio Municipal a la mejor obra no representada, el del Fondo Nacional de las Artes, y la Faja de Honor de la SADE.
    Realizó numerosas traducciones del francés, italiano e inglés, incluyendo autores como el Aretino, el marqués de Sade, Kandinsky y Jean Tardieu, entre otros. También tradujo La lección, de Ionesco, que Francisco Javier puso en el Festival de Arte Dramático de Mar del Plata, en 1956. En 1963 fue leído, en el Teatro Los Andes, su drama de ciencia-ficción Los robots, en un acto auspiciado por la Municipalidad (Secretaría de Acción Cultural). Este drama, tragedia mecánica, como lo llama el autor, data de 1955.
    Escribe novelas policiales con el seudónimo de John J. Batharly, entre las que debemos mencionar Los números de la muerte (1972), reeditada con nombre propio en 1978. Esta última y El endemoniado Sr. Rosetti, también se publicaron en México con los títulos de Vudú, secta asesina, y Hombre Lobo: El endemoniado Sr. Rosetti.
    Entre sus antologías publicadas, Cuentos de crimen y misterio (1964), posee un estudio preliminar sobre lo fantástico y policíaco en las literaturas universal y argentina.
    Considerado en su calidad de narrador, Leopoldo Marechal llamó a Bajarlía "zoólogo de la monstruosidad". Hopkins, desde Berkeley, dijo que "sus máquinas del tiempo dejan de ser instrumentos mecánicos para convertirse en dimensiones metafísicas". Antonio de Undurraga consideró que la dimensión metafísica de Bajarlía introducía en el cuento fantástico una línea mas allá de "lo metafísico, lo fantástico y la ciencia-ficción".
    Dentro de su obra poética, su libro La Gorgona (1953) fue traducido al alemán por Ilse Lustig, en 1953, sobre cuya traducción Esteban Eitler compuso Música Dodecafónica, cuyo estreno se realizó en Bruselas, en 1954.
    Entre sus numerosos ensayos, La polémica Reverdy-Huidobro/El origen del ultraísmo (1964) fue publicada previamente en francés por el Centre International d’Etudes Poétiques (Bruselas, 1962), con prólogo de Fernanad Verhesen; y Existencialismo y abstracción de César Vallejo (1967), se publicó en Córdoba en 1967 en tres volúmenes de Aula Vallejo (5, 6 y 7).
    Fue colaborador del diario Clarín y director interino de suplementos literarios. Actualmente colabora en La Nación, La Gaceta de Tucumán, La Prensa y otros diarios de la Argentina.
    Fue pionero en la investigación parapsicológica en la Argentina, participando de las primeras experiencias en parapsicología científica. Sus conocimientos en fenómenos paranormales lo llevaron a presidir varios congresos y dar cátedra en diferentes instituciones. Además es asesor en temas afines.
    Es vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). También forma parte de la Asociación de Artistas Premiados Argentinos "Alfonsina Storni" (APA), de cuya revista es redactor exclusivo.

Roberto Arlt: un escritor actual.

 
Vigencia de R. Arlt

Roberto Arlt: un escritor actual

Por Rita Gnutzmann
Roberto Arlt, por Jaime NietoRoberto Arlt, por Jaime Nieto
Roberto Arlt nace el 26 de abril de 1900 en Buenos Aires (barrio de Flores), hijo del inmigrante alemán Karl Arlt y de la triestina Ekatherine Iobstraibitzer, familia de recursos precarios.
Es un niño imaginativo que sueña con ser pirata e inventor (Aguafuerte del 20 de julio de 1930) y que pronto se convierte en fervoroso lector (al igual que el joven personaje Silvio Astier de su primera novela, El juguete rabioso), cuyos autores favoritos son Baudelaire, Dostoievski, Baroja y todos los escritores de novelas de aventuras, al estilo de Rocambole. Deja la escuela después de haber cursado quinto grado y, en 1916, abandona la casa paterna por las disputas con su padre, empleándose a continuación en diversos oficios: dependiente de librería, aprendiz de mecánico, hojalatero, corredor de mercancía, etc.
En 1918 publica su primer cuento, Jehová y, acto seguido, comienza la escritura de El juguete rabioso, novela que termina y publica en 1926 bajo los auspicios del poeta y novelista Ricardo Güiraldes. En ella retrata la vida de un adolescente, desde los catorce a los diecisiete años, cuyas experiencias lo llevan al fracaso en vez de a la integración social como solía ocurrir en la novela de aprendizaje tradicional. En 1920 aparece su ensayo «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires» (en Tribuna Libre) y el joven escritor se traslada a Córdoba (1921) para cumplir el servicio militar, servicio que al parecer no fue muy duro «por virtud y gracia de algunas recomendaciones», puesto que «tomaba mate con el sargento», mientras que los pobres reclutas «se deslomaban bajo el sol». En Córdoba conoce a Carmen Antinucci con la que se casa al año siguiente; en esa ciudad, además, nace su única hija, Mirta. De vuelta en Buenos Aires, publica en la revista Proa (1925) dos capítulos de El juguete rabioso y, al año siguiente, inicia su colaboración en la revista humorística Don Goyo, cuyo director era su amigo Conrado Nalé Roxlo. En 1927 comienza a trabajar para Crítica, diario de masas al estilo de la prensa norteamericana de Hearst, dirigido por Natalio Botana; Arlt se encarga de la columna policíaca o «nota carnicera y truculenta» como la llamaba el propio autor, todo por «necesidad del puchero» (Aguafuertes porteñas, 1950).
Al año siguiente, en mayo de 1928, ingresa como columnista de las Aguafuertes porteñas en el diario El Mundo, periódico propiedad de Alberto Haynes, en el que colabora hasta su muerte y donde aparecerán varios de sus cuentos, como el primero «Insolente jorobadito» que daría el título a la antología El jorobadito (1933).
En 1929 publica su segunda novela, considerada la más importante, Los siete locos y, dos años más tarde, la continuación de ésta, Los lanzallamas.
El Coloso. Avenida Corrientes (detalle). 1937El Coloso. Avenida Corrientes (detalle). 1937
El argumento de ambas novelas es sencillo: el cobrador de una empresa azucarera, Remo Erdosain, es acusado de estafa. Para devolver el dinero sustraído acude al farmacéutico loco Ergueta y al chulo Haffner (el «Rufián Melancólico») y entra en la Sociedad Secreta del Astrólogo Alberto Lezin, quien proyecta fundar una nueva sociedad, basada en la subyugación de la mayoría.
Erdosain estará encargado de destruir la vieja sociedad mediante gases letales y el chulo Haffner de financiar la nueva mediante la explotación de prostíbulos. Erdosain, angustiado y abandonado por su mujer Elsa, se traslada a una pensión sucia, donde entabla relación con la hija de la patrona, la Bizca. Termina la novela con la huida del Astrólogo con la mujer del loco Ergueta —la prostituta Hipólita—, el incendio de la quinta donde se tramaba la revolución, el asesinato de la Bizca por parte de Erdosain y el posterior suicidio de éste. Como los críticos han mostrado, la novela contiene ingredientes de la situación socio-política tanto argentina como internacional: los fascismos y el comunismo, las aspiraciones revolucionarias y el poder capitalista, la amenaza de las dictaduras militares, el Ku-Klux-Klan, la angustia de entreguerras («la zona de la angustia»)… Sin embargo, a pesar de que el argumento esté repleto de acciones, al autor le interesaba sobre todo la «vida interior dislocada, intensa, angustiosa» (Obra completa, 1981:11, 255) de sus personajes y, en una lectura profunda, se descubre una temática existencialista: ¿qué sentido tiene la vida? ¿son posibles el amor y la comunicación? ¿no está el hombre condenado eternamente al fracaso? Erdosain es el hombre «que sufre, soñando, con el cuerpo hundido hasta los sobacos en el barro» (Los lanzallamas) y que se «revuelca en la porquería con anhelo de pureza» (El amor brujo). El crítico Masotta (1982:49) ve a los personajes arltianos como «apestados» que testimonian «una sociedad putrefacta».
Banquete de la editorial Claridad, 1925 Banquete de la editorial Claridad, 1925

viernes, 22 de noviembre de 2013

Carlos O. Antognazzi


Carlos O. Antognazzi nació en Santa Fe (Argentina) el 14 de mayo de 1963.

Publicó los libros Historias de hombres solos (Cuentos, 1983), Punto muerto (Cuentos, 1987), Ciudad (Novela, 1988), El décimo círculo (Cuentos, 1991), Llanura azul (Novela, 1992), Narradores santafesinos (Ensayo, 1994), Apuntes de literatura (Ensayos y entrevistas, 1995), Cinco historias (Relatos, 1996), Mare nostrum (Cuentos, 1997), Zig zag (Cuentos, 1997), Road movie (Cuentos, 1998), Inside (Poesías, 1998); Al sol (Cuentos, 2002); Arte mayor (Poesías, 2003), Los puertos grises (Novela, 2003); riverrun (Poesías, 2005); Señas mortales (Novela; Castalia, Madrid, 2005).
Obtuvo los primeros premios «Diego Oxley» 1984; «Mateo Booz» 1985; «Nacional de cuento» 1986; Nacional de cuento inédito «Más Allá» 1987; «Anual de novela» 1987; «Trayectoria destacada» 1988; provincial trienal «Alcides Greca» 1992; internacional «Felisberto Hernández» 1993; «Los destacados» 1994; «Santo Tomás de Aquino» 1997; nacional «Juana Manuela Gorriti» 1997; «Instituto Argentino de la Excelencia, IADE» 1997; nacional «Olegario Víctor Andrade» 2000; provincial «Mutual de los integrantes del Poder Judicial de Santa Fe» 2001, ASDE-Lux 2002; «Instituto Argentino de la Excelencia, IADE» 2003; XII Premio «Ciudad de Huelva» (España, 2003); VII Premio «Tiflos» Novela (España, 2004); Premio SATO 2005 (Rotary Club).

Fue finalista del Premio Nacional de Literatura de la Secretaría de Cultura de la Nación, promoción 1993-1996, por Narradores santafesinos, rubro “Ensayo Literario y Crítica Literaria”, y del premio de novela fantástica “Tristana” (Ayuntamiento de Santander, España, 2004). Obtuvo, además, numerosas menciones.

En 2004 fue declarado «Santafesino Destacado» por el Honorable Concejo Municipal de la ciudad de Santa Fe.

Fue becario del Fondo Nacional de las Artes (1988, beca interna), la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe (1991/’93/’95/’96), del Gobierno de España (CEULAJ 1993, para asistir al Primer Encuentro Iberoamericano de Escritores Jóvenes, en Mollina, Málaga) y del Gobierno de Venezuela (CONAC 1994, para asistir al Primer Taller Internacional de Jóvenes Escritores Latinoamericanos, en Barquisimeto). En 1997 obtuvo, también por concurso, el “Subsidio a la Creación Artística”, de la Fundación Antorchas, para editar Road movie.

Cuentos suyos fueron traducidos al italiano y al inglés. Algunos circulan en Internet. Integra antologías en España, Estados Unidos, Italia, México y Argentina. Ha dado conferencias y presentado ponencias en congresos y encuentros de escritores.

Es coordinador de talleres literarios en Santo Tomé, y de la librería Mauro Yardin (Santa Fe). Es columnista del mensuario “El Tábano” (Rafaela, Santa Fe). Sus artículos se editan en el portal de «Mundo Cultural Hispano» en Internet, y en los portales de «Isla negra» y «Argentina Transparente».

En 1997 fue incluido en la Site de «Literatura Argentina Contemporánea» que preparan la Universidad de Minnesota (Estados Unidos), la Ludwig Maximilians Universität München (Alemania) y la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

En 2005 fue invitado a participar como conferencista al Congreso de Literatura "Ana Arenas Saavedra" organizado por la Universidad del Zulia (Maracaibo, Venezuela).
FUENTE:

jueves, 21 de noviembre de 2013

Federico Andahazi


Federico Andahazi es hijo de Béla Andahazi, poeta y psicoanalista húngaro radicado en la Argentina, y de Juana Merlín.
Nació el 6 de junio de 1963 en Buenos Aires, Argentina, en el céntrico barrio de Congreso. Durante su adolescencia comenzó a leer los clásicos argentinos y universales. Se escapaba del colegio y se reunía con amigos de su edad en librerías y bares de la avenida Corrientes, calle emblemática de la cultura porteña. Fue en esta época cuando incursionó en la escritura de los primeros relatos propios.
Obtuvo la licenciatura en Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Ejerció como psicoanalista algunos años, mientras trabajaba en sus cuentos.
En 1989 terminó su primera novela, obra que permanece inédita por voluntad del autor.
En el año 1996 ganó el Primer Premio de Cuentos de la Segunda Bienal de Arte Joven de Buenos Aires con su relato Almas misericordiosas.
Ese mismo año recibió el Primer Premio del Concurso Anual Literario Desde la Gente por su cuento El sueño de los justos. Hacia fines del ’96 fue distinguido con el Premio CAMED por su cuento Por encargo.
En 1996, a la vez que era finalista del Premio Planeta, su novela El anatomista ganó el Primer Premio de la Fundación Fortabat. Sin embargo, la mentora del concurso, Amalia Lacroze de Fortabat, dio a conocer su disconformidad con dicho premio, a través de una solicitada publicada en todos los diarios de Buenos Aires, en la cual expresaba que la obra “no contribuye a exaltar los más altos valores del espíritu humano”.
Finalmente, El anatomista fue publicada por la editorial Planeta en 1997, traducido a más de treinta idiomas y ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo.

El anatomista de Federico Andahazi:

El héroe de esta novela es Mateo Colón, un anatomista del Renacimiento que al enamorarse de una prostituta veneciana, Mona Sofía, emprende la búsqueda de algún tipo de pócima que le permita conseguir su amor. El anatomista da comienzo así, nada más ni nada menos, a la ardua exploración de la misteriosa naturaleza de las mujeres. Es nuestro héroe un hombre avanzado a su tiempo, y en su audacia decide experimentar con prostitutas y, algo totalmente prohibido en la época, con la disección de cadáveres. Lo que descubre Mateo Colón en pleno siglo XVI es, tal como lo fuera América para su homónimo, una *dulce tierra hallada+: el Amor Veneris, equivalente anatómico del kleitoris, hasta entonces desconocido en Occidente. Pero al intentar hacerlo público, Colón debe hacer frente al despiadado poder de la Inquisición, lo cual le supone verse envuelto en un proceso vertiginoso. Federico Andahazi ha construido una novela apasionante y ha recreado la época renacentista no sólo en sus costumbres sino en su sistema de pensamiento. El autor le imprime un ritmo sostenido al relato así como al impecable manejo de la intriga --sin soslayar el humor y la ironía-- que convierten a El anatomista, y a su autor, en una impactante revelación.
Fuente: Lecturalia.

Obras

Es uno de los autores argentinos cuyas obras fueron traducidas a mayor número de idiomas en todo el mundo.
Listado de sus obras:
  • 1997: El anatomista
  • 1997: Las piadosas
  • 2000: El príncipe
  • 2002: El secreto de los flamencos
  • 2004: Errante en la sombra
  • 2005: La ciudad de los herejes
  • 2006: El conquistador
  • 2008: Pecar como Dios manda. Historia sexual de los argentinos
  • 2009: Argentina con Pecado Concebida. Historia sexual de los argentinos 2
  • 2010: Pecadores y pecadoras
  • http://www.elresumen.com/biografias/federico_andahazi.htm 

 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

César Aira

 
Entrevista a César Aira
Por Ernesto Escobar Ulloa
César Aira es posiblemente el escritor argentino más importante de su generación. Autor de una treintena de novelas, además de cuentos, ensayos y obras de teatro, y traductor de Jan Potocki o Saint-Exupéry, entre otros.
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Las noches de Flores (Mondadori, 2004)
Véase la reseña
Su obra le ha merecido el reconocimiento del público dentro y fuera de su país. La crítica le ha dedicado diversos adjetivos a lo largo de su carrera: inteligente, original, descreído, chocante, divertido, imprevisible.
Lo cierto es que su estilo es inconfundible. Nunca le hubiera preguntado a nadie qué es la novela excepto a este escritor que, a sus cincuenta y pico años, descubre que se le multiplican los lectores tanto como las ediciones de sus libros.
 
CA: Nunca me ha preocupado mucho la cuestión de los géneros. Lo mío es la narración, y trato de llegar a una extensión que permita hacer un libro, eso es todo. No me gusta que haya más de una historia en un libro, no sé bien por qué. Mis historias se han ido haciendo más breves con el tiempo; ya me cuesta pasar de las cien páginas, y me da trabajo convencer a los editores de que hagan un libro con eso. Me resisto a las recopilaciones que me proponen. No entiendo qué tiene de malo un libro de pocas páginas. Como lector, son mis favoritos.
TBR: Cierto que tus libros son de pocas páginas pero en ellos se cuentan a veces varias historias, El Bautismo, por ejemplo, las historias son como un pretexto para reflexionar sobre infinidad de cosas.
CA: Yo no hablaría de pretexto, sino de un juego de transformaciones, que es lo que hace la dimensión temporal del trabajo de la novela. Por breve que sea, una novela lleva un tiempo para ser escrita, y las huellas visibles de ese lapso son esos cambios de nivel entre lo escrito y su escritura. Me gusta dejar bien visibles esas huellas, y de ahí debe de venir la mala fama que me he hecho de autor de "metaficciones" y todo eso. Una huella principal del tiempo es el desvarío de las intenciones originales. El Bautismo salió de una anécdota que me contó un cura, como hecho real: un colega suyo se negó a bautizar a un recién nacido por encontrarlo demasiado poco humano. El modo de hacer un libro con esa anécdota era olvidarla, para fecundar la historia con su olvido. Y el cura mismo, en la segunda parte de la novela, la ha olvidado. Y ahora que pienso en el olvido, me acuerdo de una cosa. Yo conocía al recién nacido protagonista de la historia, era un compañero de estudios, al que después perdí de vista. Pues bien, hace poco abrí el diario y lo vi: es obispo, y jerarca principalísimo del Opus Dei. Si eso no es desviarse de las intenciones originales...
TBR: ¿Prefieres la literatura que se deja llevar por la improvisación que aquella que lo tiene todo previsto, medido y estudiado? CA: Quizás las dos opciones no son excluyentes. Yo siempre creí practicar la improvisación más descarada e irresponsable, cercana a la escritura automática. Pero siempre mantuve una saludable desconfianza hacia ese "fondo salvaje" del pensamiento, del que al fin de cuentas no pueden salir más que los trillados lugares comunes que nos dictan las determinaciones sociales, históricas y familiares que nos han formado. Así que trato de que la improvisación corra por vías trazadas por la inteligencia.
TBR: ¿Esa "escritura automática"bretoniana te convierte también en un escritor prolífico? Por la frecuencia con que se publican tus libros se diría que escribes mucho.
CA: Ya se me ha vuelto un hábito aclarar que no escribo mucho sino poco, y hasta poquísimo. Nunca paso de una página por día, negociada muy lentamente y con toda clase de preparativos. Y no todos los días. Es cierto que publico dos novelas por año, pero son novelitas de menos de cien páginas. Y es cierto que vengo haciéndolo así desde hace treinta años. El surrealismo era algo muy vivo y estimulante en la Argentina de los años sesenta, los años de mi formación, que sucedió entre poetas. Todos mis amigos y maestros fueron poetas, incluidos de un modo u otro en la estela del surrealismo. De ellos tomé el procedimiento y los gestos. Nunca fui de esos novelistas que se sientan a la máquina de escribir y escriben en extenso. Lo mío fue, y sigue siendo, el dibujo laborioso de una escena, y al día siguiente otra, como los collages de Max Ernst o las cajas de Joseph Cornell.
TBR: ¿Esto te lo permite más la novela que otros géneros?
CA:La palabra "novela" ha ampliado tanto su significación que es ideal en términos de libertad. Ni se me ocurre escribir otra cosa. El cuento no me gusta porque depende demasiado de la calidad; si no es bueno, no funciona. De la novela en cambio pueden apreciarse otras cosas además del virtuosismo del autor; es un formato más relajado, que permite cambios de idea, arrepentimientos, asimetrías, y unos recorridos sinuosos que creo que se adaptan más a mi imaginación. La poesía nunca la he intentado, porque no tengo el sentimiento de la materialidad de la lengua. Las piezas de teatro que he escrito son experimentos de novelita dialogada. Y en cuanto a ensayos o artículos, me he obligado a escribirlos para alivianar un poco a mis novelas de una carga reflexiva que amenazaba con crecer. Me da trabajo escribirlos porque siento todo el tiempo a un guardián de la verdad vigilando sobre mi hombro. Pero tienen la ventaja de que cuando termino uno, con indescriptible alivio, disfruto más la vuelta a la novela.
TBR: ¿De qué manera plasmas en la novela tu visión de la realidad?
CA: Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que hacen los otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera. Supongo que esa distancia debe darle un tono especial a lo que escribo, quizás un matiz de extrañeza, quizás (ojalá) de libertad. Pero debo decir que a mis libros, más que como reflejo o representación, los pienso como instrumentos o herramientas, para operar sobre la realidad, precisamente.

''Lo mío fue, y sigue siendo, el dibujo laborioso de una escena, y al día siguiente otra, como los collages de Max Ernst o las cajas de Joseph Cornell"

TBR: ¿Dónde entran el lector y los personajes?
CA: Me temo que ni el personaje ni el lector son prioridades para mí. Me ocupo más bien del verosímil, de la visibilidad de las escenas, de la continuidad. Por supuesto que el lector debe de estar presente en algún rincón de mi conciencia, pero creo que cumple una función más bien instrumental, de "control de calidad". Y respecto de los personajes, prefiero los estereotipos o marionetas, sin psicología ni profundidad. El personaje es un mal necesario para la clase de novelista que soy.
TBR: Tienes atracción por personajes que no son precisamente estereotipos, enanos, monjas, curas, ignorantes, travestidos, delincuentes de poca monta.
CA: Me parece que estamos usando definiciones distintas de la palabra "estereotipo". Para mí, no hay nada más estereotipado que un enano, una monja, un travesti o un asesino serial. La literatura popular, la televisión, la imaginación colectiva, se han encargado de tipificarlos hasta la caricatura, y ahí es donde los tomo yo. Todos los mitos de la profundidad y la psicología se concentran en el hombre común, cuyos misterios insondables me asustan y desalientan.
TBR: En la literatura latinoamericana no abundan tales estereotipos, quizás pensaba yo en esos, en el personaje escritor, el revolucionario, el dictador, el cacique, el indio, el señorito.
CA: Depende de la literatura latinoamericana que uno lea. No hay revolucionarios ni caciques en los libros de Borges o de Felisberto Hernández o de Elena Garro o de Adolfo Couve o de Machado de Assis. Reducir lo latinoamericano a Rulfo y Ciro Alegría es difamatorio.
TBR: Ahora que dices esto, recuerdo que Ignacio Echevarría dijo algo así como que el efecto del Realismo Mágico había sido tan invasivo, que de Rulfo se podían reclamar deudores"desde Sergio Pitol hasta César Aira".
CA: Contextualizar está bien, pero hay que tener en cuenta que una parte importante del trabajo del novelista es descontextualizar. Por lo pronto, se descontextualiza a sí mismo; su educación casi no es otra cosa. Que uno sea latinoamericano no significa que sus lecturas o influencias sean necesariamente latinoamericanas.
TBR: ¿En todo caso qué te permiten los estereotipos?
CA: Llego más rápido al relato, y puedo hacerlo marchar más rápido, sin el lastre de la causalidad psicológica. Puedo permitirme otras causalidades, las de la fábula.
TBR: "Imaginativo, sorprendente, no llega a convencer, tal vez por una excesiva pretenciosidad y cierto descuido formal barojiano, aunque no lo haya leído, como cabe suponer." Comentario de Joaquín Marco sobre Las noches de flores.
CA: Le doy la razón, y creo que se queda corto. Las reseñas negativas siempre me parecen provenir de una lectura más inteligente y más atenta que las positivas. De hecho, siempre que me elogian tengo la sospecha de que no han leído el libro.
TBR: Qué piensas de que muchos escritores jóvenes te consideren una de sus principales influencias.
CA: No creo que sean muchos. No creo que ningún escritor joven se proponga escribir libros como los míos, y por cierto que no se lo deseo. En cambio, sí me gustaría llegar a ser un buen ejemplo de vocación, de compromiso con la literatura, y de empeño en la busca de libertad.
© The Barcelona Review, 2004.
Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
BIO: César Aira (Coronel Pringles, 1949): Entre sus últimos libros publicados en España se encuentran Emma, la cautiva (Mondadori, 1997), Cómo me hice monja (Mondadori, 1998), La mendiga (Mondadori, 2002), Canto castrado (mondadori, 2003), Una novela china (DeBolsillo, 2004), El bautismo (DeBolsillo, 2004) y Las noches de Flores (Mondadori, 2004).
Fuente:http://www.barcelonareview.com/44/s_ca.htm

martes, 19 de noviembre de 2013

Los celos en Proust y Shakespeare: un caso de voyeurismo narrativo . Luz Aurora Pimentel.



Los celos en Proust y Shakespeare: un caso de voyeurismo narrativo



Luz Aurora Pimentel

Universidad Nacional Autónoma de México
Abstract

Breve ensayo comparativo de un tratamiento virtual de los celos en la imaginación del celoso, a partir de una instigación puramente narrativa, con altísimo grado de iconicidad que convierte al celoso en un voyeur. Es interesante que en autores de otro modo tan disímiles como Shakespeare y Proust se dé una exploración tan sofocante y claustrofóbica de los celos por medios y pruebas "oculares" puramente narrativos.




This is a short comparative essay a virtual treatment of jealousy in the imagination of the jealous lover from a purely narrative instigation, which, nonetheless, has a very high degree of iconicity that turns the jealous lover into a voyeur. It is interesting to note that otherwise dissimilar authors such as Shakespeare and Proust make use of the same suffocating and claustrophobic devices such as "ocular" proofs that are purely narrative.

Ponencia leída en el Primer Simposio Nacional de Filosofía y Psicoanálisis "Las pasiones del alma". Facultad de Filosofía y Letras, septiembre 13, 2005. Trabajo ampliado y publicado en el Anuario de Letras Modernas 14

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Los celos en Proust y Shakespeare: un caso de voyeurismo narrativo1
Iago: O, beware, my lord, of jealousy; It is the green-eyed monster which doth mock The meat it feeds on; that cuckold lives in bliss Who, certain of his fate, loves not his wronger; But, O, what damned minutes tells he o'er Who dotes, yet doubts, suspects, yet strongly loves!
(III, iii, 169-74)
Othello: No, Iago; I'll see before I doubt; when I doubt, prove; And on the proof, there is no more but this,-- Away at once with love or jealousy! (III, iii, 193-96)
(…) I had been happy, if the general camp, Pioners and all, had tasted her sweet body, So I had nothing known. O, now, for ever Farewell the tranquil mind! farewell content!
(III, iii, 351-54)
(…)give me the ocular proof (…)
Make me to see't; or, at the least, so prove it, That the probation bear no hinge nor loop To hang a doubt on; or woe upon thy life!
(III, iii, 366-372) 2





Curiosa caracterización de los celos y del cornudo feliz la que hace Yago; ingenua la pauta que Otelo le ofrece al gran manipulador para armar, conjuntamente, el simulacro
1 Ponencia leída en el Primer Simposio Nacional de Filosofía y Psicoanálisis "Las pasiones del alma". Facultad de Filosofía y Letras, septiembre 13, 2005. Trabajo ampliado y aceptado para su publicación en el Anuario de Letras Modernas 1

2 William Shakespeare, Othello. "The Arden Shakespeare", Methuen, London, 1965. Las referencias en inglés son a esta edición.

Yago: ... cuidado con los celos. Es el monstruo de ojos verdes que se burla de lo que se alimenta. Feliz el cornudo que, en la certidumbre de su destino, no ama a su ofensor. Mas, ay, malditos los minutos que cuenta el que idolatra pero duda, sospecha y, con todo, ama profundamente ...

Otelo: No, Yago; he de ver antes de dudar, cuando dude, lo he de probar, y sobre la prueba no más que esto: al diablo con el amor y con los celos ....



Habría sido feliz, aunque el campamento entero, cavadores y mineros hubieran disfrutado de su dulce cuerpo, con tal de no saberlo. Ahora, adiós tranquilidad, adiós contento (...) ¡dame la prueba ocular! (...) Házmelo ver, o, al menos pruébalo de tal manera que la prueba no deje ni gozne ni lazo donde pueda colgarse la duda. (III, iii)
Shakespeare, Otelo. La versión al español es de Luis Astrana Marín, en la edición de Aguilar, Madrid, 1960. Las referencias son a esta edición

2

pasional que será el vía crucis del moro: una prueba ocular. No me detendré en el color de los ojos de los celos—que bastante tinta ha corrido ya por su causa—pero sí me detendré, y largamente, en sus ojos, pues los celos son, ante todo, una representación para la mirada. Y es que, como bien lo dice Proust, "las cosas y los seres sólo [empiezan] a existir para mí cuando [asumen] en mi imaginación una existencia individual" (Plaza & Janés, II, 1069-70).3 Es por ello que aquellas zonas de la vida de la amada o del amado que desconocemos son incoloras, informes, no estimulan la imaginación y, por lo tanto, no nos preocupan mayormente: "Habría sido feliz—dice Otelo—, aunque el campamento entero, cavadores y mineros hubieran disfrutado de su dulce cuerpo, con tal de no saberlo."4 Para Swann, como para Otelo, la vida de la amada es un vacío sin sobresaltos, vacío que el amante sólo puede llenar con la representación de escenas similares a las que ha vivido con ella; de ahí que, cuando no la ve,

3 Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. (Trad.) Pedro Salinas y José María Quiroga Pla, vol. I, Fernando Gutiérrez, vol. II. Plaza & Janés, Barcelona, 1975. Las referencias en español, entre paréntesis, son a esta edición.



Les choses, les êtres ne commençaient à exister pour moi que quand ils prenaient dans mon imagination une existence individuelle. (Pléiade, III, 513)
Marcel Proust À la recherche du temps perdu. 3 vols. Gallimard, « Bibliothèque de la Pléiade ». Paris, 1954. Las referencias en francés, entre paréntesis, son a esta edición.

4 I had been happy, if the general camp,/ Pioners and all, had tasted her sweet body,/ So I had nothing known" (III, iii, 351-53)

5 Y así como no conocía otra cosa de la vida de Odette, su existencia se le aparecía en innumerables sonrisas sobre un fondo neutro y sin color, igual que una de esas hojas de estudio de Watteau, sembradas de bocas que sonríen, dibujadas con lápices de tres colores en papel agamuzado. (Plaza & Janés, I, 239)
(...) la vie d’Odette pendant le reste du temps, comme il n’en connaissait rien, lui apparaissait, avec son fond neutre et sans couleurs semblable à ces feuilles d’études de Watteau où on voit çà et là, à toutes les places, dans tous les sens, dessinés aux trois crayons sur le papier chamois, d’innombrables sourires. 5 (Pléiade, I, 240)



Con la aparición del rival, la imaginación se llena de representaciones derivadas del propio material pasional del celoso—con las sonrisas que Swann ve cuando está con Odette
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6 Vaya, esto no es una merced. Es como si os rogara que llevarais guantes, que os alimentarais bien (...) que hicieses un servicio particular a vuestra propia persona (III,iii)


llena el espacio-tiempo de la ausencia y es así como ve en el otro al mismo. Pero el escenario no es sólo una construcción especular; el espejo, además, se refracta en un tercero: rival odiado o ideal añorado. Los celos: un retrato del celoso pero también un deseo triangular.
Recorramos primeramente el camino del espejo. En el caso de Otelo, se trata de un espejo que le devuelve una especie de negativo de sí mismo: Casio, su yo ideal. No es arbitraria, por ello, la elección que hace Yago del rival imaginario. ¿Por qué no Rodrigo, rival real? Justamente por eso, porque Rodrigo, en su infinita mediocridad, jamás podría ser el ideal de Otelo, y, por lo tanto, jamás podría estar a la altura de un verdadero rival. Casio, en cambio, es como su otro yo: un alter ego idealizado. Por extrañas razones, al cortejar a Desdémona, Otelo elige al amigo como intermediario—sin necesidad real, como lo veremos más adelante. Pero elegir a Casio para estos menesteres implica, necesariamente, hacerlo que ocupe su lugar. En varias ocasiones se nos ofrecen referencias a su pasado celestino: Casio cortejaba a Desdémona en nombre y a petición de Otelo; la cercanía de ambos ha sido tal que la propia Desdémona ve en él un hermano espiritual, parte indisoluble de la identidad de su amado. En el conflicto entre Casio y Otelo, Desdémona asume, irónicamente y en simetría invertida, el papel de intermediaria. Al interceder por Casio, Desdémona pone de manifiesto no sólo la cercanía, sino una identidad ideal: lo que Otelo haga por Casio es como si lo hiciera por sí mismo.6
Des: Why, this is not a boon; 'Tis as I should entreat you wear your gloves, Or feed on nourishing dishes, or keep you warm,

4

7 Cf. René Girard, Mensonge romantique et vérité romanesque. Grasset, Paris, 1960. Ver en especial el primer capítulo en el que Girard expone su teoría de la "triangularidad del deseo".
Or sue to you to do a peculiar profit To your own person (…) (III, iii, 77-81)


Casio: el alma gemela, el otro deseado que se quisiera el mismo.
Interpolemos ahora una reflexión sobre los caminos de la indirección del deseo. De acuerdo con la teoría del deseo triangular o mediado de René Girard,7 el sujeto nunca desea al objeto por el valor intrínseco del objeto mismo; la línea que une al sujeto con el objeto del deseo nunca es directa sino refractada por un tercero que le confiere valor, "deseabilidad", al objeto. Esa mediación puede ser externa o interna; en el primer caso la relación que el sujeto del deseo establece con el mediador es de emulación. El mediador externo puede ser, a su vez, otro sujeto, o bien una construcción cultural, una idea, un ideal. Tal es la relación que establece don Quijote con Amadís, relación que construye el objeto-aventura deseada—yelmo de Mambrino, por ejemplo—a partir de la luz que emite el mediador, actuando el Caballero de la Triste Figura, más que para obtener el yelmo, para emular a Amadís. De la misma manera, para Otelo, Desdémona y Casio están iluminados por el ideal de la cultura veneciana a la que el moro querría pertenecer; ideal al que ha dedicado toda su vida, con un éxito político y militar innegable, pero cuestionable en el terreno de lo social. No obstante, si la relación del sujeto con el mediador externo es de emulación, con el mediador interno es de rivalidad, pues el rival es también un sujeto que desea y reclama posesión del objeto deseado. Como bien observa Girard con respecto al rol del intermediario:
Las mismas cualidades que le convierten [a Casio] en un excelente intermediario hacen de él también un excelente rival, o, mejor dicho, el peor

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8 René Girard, Shakespeare. Los fuegos de la envidia. Trad. Joaquín Jordá. Anagrama, Barcelona, 1995, 371. Girard hace aquí referencia a los celos en dos obras: Tanto para nada y Otelo. He excluido la referencia a Don Juan, el villano equivalente a Yago, en Tanto para nada.

9 Conozco bien el carácter de nuestro país: en Venecia las mujeres dejan ver al cielo las tretas que no se atreven a mostrar a sus maridos. Toda su conciencia estriba, no en no hacer, sino en tener oculto

10 Desdemona: That I did love the Moor, to live with him, / My downright violence, and scorn of fortunes / May trumpet to the world: my heart’s subdued / Even to the utmost pleasure of my lord: / I saw Othello’s visage in his mind… (I,iii, 248-52). El subrayado es mío.

Desdémona: Que he amado al moro lo suficiente para pasar con él mi vida: el estrépito franco de mi conducta y la tempestad afrontada de mi suerte lo proclaman a son de trompeta en el mundo. Mi corazón está sometido a las condiciones mismas de la profesión militar de mi esposo. En su alma es donde he visto el semblante de Otelo…

Curioso pudor, incluso reticencia, el de Astrana Marín que no puede concebir que una mujer sea capaz de sentir una pasión violenta por su hombre ni que desee—con todo el placer que el gozo mismo de la sintaxis indica—el placer de su hombre: "even to the utmost pleasure of my lord". Pero, ¡así corren las traducciones que luego generan interpretaciones!
de todos. Conocemos muy bien esta ambivalencia. Los celos [del protagonista] no arrancan de las palabras (…) de Yago; tienen su origen en una debilidad interna que hace que (…) [el protagonista] se sienta invadido por el pánico tanto si prescinde de intermediarios como si no lo hace.8

Más aún, en los celos, la trama infernal se complica debido a que ese "objeto" del deseo es, a su vez, otro sujeto "deseante" que podría entrar en relación amorosa con el rival, posibilidad que Yago actualiza aprovechando las zonas débiles en el aprendizaje cultural de Otelo:9
Iago: I know our country disposition well; In Venice they do let heaven see the pranks They dare not show their husbands; their best conscience Is not to leave't undone, but keep't unknown. (III, iii, 205-208)

Desdémona, sin embargo, no es un objeto pasivo—muy a pesar de las representaciones que la han convertido en eso—ella es también, y fuertemente, un sujeto del deseo; para ella también opera la refracción: el deseo por Otelo—que ella misma llama "violento"10—está mediado por el ideal del exotismo, de la aventura. Desdémona, "espíritu

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11 "Ya he dicho que lo que Desdémona desea no es el "verdadero Otelo", sino una imagen mimética nacida de los cautivadores relatos escuchados detrás de la puerta de su padre: es su Amadís de Gaula: A diferencia de las heroínas de las comedias que se ceban con golosinas líricas, Desdémona tiene una mente épica." (Girard, 1995, 374)

12 Quizá porque soy negro y no tengo la fluidez en la conversación como los cortesanos, o porque desciendo la pendiente de los años—aunque eso no importa tanto—se ha ido. Quedo engañado y mi único consuelo es detestarla

épico" más que romántico, a decir de Girard,11 se enamora del Otelo narrado, de aquello que ella quisiera ser: "she wish’d / That heaven had made her such a man" (I, iii, 162)—maravillosa ambigüedad sintáctica que vacila entre una interpretación de "her" como complemento directo o indirecto: que el cielo la o le hubiera hecho un hombre así. Por esta ambigüedad, Desdémona se descubre como una mujer que quisiera ser otro (que no, subrayo, otra), que quisiera ser hombre, encarnar, específicamente, al Otelo aventurero y épico de sus relatos. De este modo, cada sujeto deseante ve en el otro, como en un espejo, la imagen de sus propios deseos. De ahí que el moro no necesite, en realidad, de la intermediación de Casio, puesto que ambos, Otelo y Desdémona, sintonizan la misma frecuencia del deseo: un deseo de aventura generado narrativamente. Almas gemelas también: espíritus épicos los dos. Pero el gran general tiene la mirada puesta en su otro yo, el ideal: joven, blanco, guapo, elegante, refinado, culto... en fin, el epítome de esa cultura a la que Otelo querría pertenecer. Por eso, frente a Casio, se siente en desventaja:12
Othello: Haply, for I am black And have not those soft parts of conversation That chamberers have, or for I am declined Into the vale of years,--yet that's not much-- She's gone. I am abused; and my relief Must be to loathe her. O curse of marriage, That we can call these delicate creatures ours, And not their appetites! I had rather be a toad, And live upon the vapour of a dungeon, Than keep a corner in the thing I love For others' uses. (III, iii, 267-77)

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13 El subrayado es mío.

Yo mismo, con la ayuda de mi amor por las mujeres, y aunque no debiesen haber sido lo mismo para Albertine, podía imaginar levemente lo que ella experimentaba. Y ciertamente era ya un principio de sufrimiento representármela deseando como tan a menudo yo había deseado, mintiéndome como con tanta frecuencia le había mentido, preocupada por tal a cual muchacha, gastando en ella, como yo en la señorita Stermaria, en tantas otras (...) Sí, todos mis deseos me ayudaban a comprender en cierta medida los suyos; era ya un gran sufrimiento en el que todos los deseos mientras más vivos se convertían en tormentos más crueles; como si en esta álgebra de la sensibilidad reaparecieran con el mismo coeficiente, pero con el signo de menos en lugar del de más. (Plaza & Janés II, 1074)

Ahora bien, si Casio es un alter ego luminoso, por la grieta de la no pertenencia se colará el otro yo oscuro de Otelo, el que ahonda su inseguridad, sus miedos más profundos: Yago, ese segundo alter ego que activa la dimensión bestial de su vida; su propia imagen vista ahora a través de un vidrio oscuro—"By heaven, he echoes me" (III, iii, 110)



La representación de los escenarios del celoso corre por caminos paralelos en Proust, otro gran explorador del monstruo de los ojos verdes que no es otra cosa que la proyección del yo, porque, desde su perspectiva, casi podría afirmarse que no hay celos más que de sí mismo. Así, por la vía de un análisis especular de los celos, Proust constata que sus propios deseos eróticos le permiten representarse los de Albertine por las mujeres:
Moi même à l’aide de mon amour des femmes et quoiqu’elles ne dussent pas avoir été pour Albertine la même chose, je pouvais un peu imaginer ce qu’elle éprouvait. Et certes c’était un commencement de souffrance que de me la représenter désirant comme j’avais si souvent désiré, me mentant comme je lui avais si souvent menti, préoccupé par telle ou telle jeune fille, faisant des frais pour elle, comme moi pour Mlle de Stermaria, pour tant d’autres, ou pour les paysannes que je rencontrais dans la campagne. Oui, tous mes désirs m’aidaient dans une certaine mesure à comprendre les siens ; c’était déjà une grande souffrance où tous les désirs, plus ils avaient été vifs, étaient changés en tourments d’autant plus cruels; comme si dans cette algèbre de la sensibilité ils reparaissaient avec le même coefficient mais avec le signe moins au lieu du signe plus. 13 (Pléaide, III, 419)



Aquí el narrador se desdobla de manera interesante: es, a un tiempo, el celoso y el lúcido que analiza sus celos en términos de sus propios deseos. No obstante, el celoso que
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14 A menos que se indique otra cosa, la traducción de los textos teóricos y críticos es mía.

15 El subrayado es mío

se mira en el espejo de sus propios deseos nunca cree que mira un espejo, sino una escena que él cree firmemente estar afuera pero que existe fija como una obsesión en su interior: la detestable escena del engaño en la que se unen el rival y la amada. En el penetrante análisis semiótico de Greimas y Fontanille,
(…) el espectáculo fundamental de los celos es el de la conjunción modalizada del rival y del objeto; el celoso, en tanto que observador, está excluido de esa relación (...) él mismo se presenta, en relación con su propio simulacro pasional, como un sujeto virtualizado, un sujeto sin cuerpo que no puede acceder a la escena. (1991, 200).14

El sentimiento de exclusión está en la base de los celos. En palabras de Roberto Mangabeira Unger, "estar verdadera y desquiciadamente celoso es creer, al mismo tiempo, que la persona deseada tiene un alma y que ésta no puede ser alcanzada jamás" (1984, 208). El alma que se adivina en el (la) amado (a) está animada por deseos de los que el amante se cree siempre excluido, a pesar de que sólo pueda imaginarlos a partir de lo conocido: sus propios deseos. De ahí que en el universo de En busca del tiempo perdido, la mujer sea siempre un "ser de fuga" (être de fuite).
(…) cette beauté (…) consistait en ce que mon amie se développait sur tant de plans et contenait tant de jours écoulés, cette beauté prenait pour moi quelque chose de déchirant. Alors sous ce visage rosissant je sentais se réserver comme un gouffre l’inexhaustible espace des soirs où je n'avais pas connu Albertine. Je pouvais bien prendre Albertine sur mes genoux, tenir sa tête dans mes mains, je pouvais la caresser, passer longuement mes mains sur elle, mais, comme si j'eusse manié une pierre qui enferme la salure des océans immémoriaux ou le rayon d'une étoile, je sentais que je touchais seulement 1'enveloppe close d’un être qui par 1'intérieur accédait à 1'infini. Combien je souffrais de cette position où nous a réduits 1'oubli de la nature qui, en instituant la division des corps, n'a pas songé à rendre possible l'interpénétration des âmes ! (…) (car si son corps était au pouvoir du mien, sa pensée échappait aux prises de ma pensée).15 (Pléiade, III, 386)

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(…) esa belleza (…) que consistía en que mi amiga se desarrollaba en tantos planos y contenía tantos días transcurridos, esa belleza adquiría para mí algo desgarrador. Entonces me daba que cuenta que bajo ese rostro que roseaba se cavaba una especie de abismo, el inagotable espacio de las noches en las que no había conocido a Albertine. Podía perfectamente tomar a Albertine sobre mis rodillas, tomar su cabeza entre mis manos; podía acariciarla, pasar largamente mis manos por ella, pero como si hubiese manejado una piedra que encierra la salina de los océanos inmemoriales o el rayo de una estrella, sentía que tocaba solamente la envoltura cerrada de un ser que, por el interior, tenía acceso al infinito. Cuánto sufría por esa posición a la que nos ha reducido el olvido de la naturaleza que, al instituir la división entre los cuerpos, no ha pensado en hacer posible la interpenetración de las almas (porque si su cuerpo estaba en poder del mío, su pensamiento escapaba del alcance de mi pensamiento). (Plaza & Janés, II, 944.


Si el alma de la amada es de por sí inalcanzable, aun cuando su cuerpo esté prisionero, la imaginaria satisfacción de sus deseos con el rival deja al celoso fuera. La amada es así doblemente inalcanzable; para el celoso, no hay más que una "prisión exterior", por así decirlo. Pero esa exterioridad no sólo radica en el cuerpo de la amada con respecto a su alma, sino que el celoso instaura una exterioridad al interior mismo de su imaginación celosa: en ese escenario interior él queda "fuera", excluido de la escena de amor entre la amada y el rival que él mismo ha construido. Ahora bien, debido a esta virtualización y exclusión del sujeto de su propio simulacro, el espectáculo tiene todas las características del voyeurismo. Por principio de cuentas, las condiciones de visibilidad son semejantes, sólo que interiorizadas: el celoso mira la escena "interior" desde un "exterior" intolerable ("exterior" que, insisto, no deja de ser por ello la interioridad del celoso donde se desarrolla y desdobla la escena imaginaria). Separado de ella, sin posibilidad de intervenir, los deseos y conjunciones ahí proyectados son los suyos, pero él se siente fatalmente excluido del goce, convencido de que eso es privilegio de los otros, los que lo han engañado. Entre el celoso y el objeto de su deseo se interpone su propia proyección de la que está por siempre excluido.
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16 Hace poco, estaba yo acostado con Casio, y como tenía un dolor de muelas terrible, no podía dormir. Hay ciertos hombres tan indiscretos de alma, que hablan en sueños de sus asuntos. Uno de esos es Casio. Le oí decir en sueños: «¡Querida Desdémona, seamos prudentes, ocultemos nuestros amores!» Y entonces, señor, me tomaba la mano y me la apretaba, diciendo: «¡Dulce criatura!» Y luego me besaba con fuerza, como si

Sin embargo, y a pesar del fuerte componente narcisista, los celos no son una proyección puramente individual, pues como bien lo observan Greimas y Fontanille, "los dispositivos modales sensibilizados no son propiedades intrínsecas de los sujetos sino simulacros que se intercambian en auténticos sintagmas intersubjetivos" (289). La naturaleza intersubjetiva del deseo se hace más evidente en su estructura refractada, mediada por el deseo de otros, sujetos, objetos, agentes culturales, etc. En esta proyección en red de triángulos virtualmente superpuestos, surge otra mediación posible que Shakespeare y Proust representan magistralmente: la mediación/manipulación narrativa; de tal suerte que al voyeurismo imaginario, fundamental y fundador de los celos, se añade una mediación más, y no menos imaginaria, una suerte de voyeurismo narrativo.

El sutil proceso de instigación que inicia Yago para vengarse del moro, comienza con la pista que el propio Otelo le ofrece: la prueba ocular solicitada. Pero Yago trama la "ocularización" de los celos desde su fase virtual—el sueño narrado—hasta la tangible—el pañuelo y la escena en la que Casio y Bianca lo intercambian en una depreciación creciente. De la narración a la dramatización. Y es que Yago es un "semiótico intuitivo", como sugieren Greimas y Fontanille; en su astucia, no ofrece en primera instancia una prueba tangible—que, en su materialidad, se desmoronaría ante el peso de la fabricación y la falsedad—no, Yago virtualiza esa "prueba" en una escena narrada, pero con un grado de iconización suficiente para iniciar el proceso de ocularización de los celos que en este momento está apenas en su fase incoativa. He aquí el relato de Yago:16

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quisiera arrancar por la raíz besos que brotaran de mis labios. Después pasó su pierna sobre mi muslo, suspiró y me besó. Y luego gritó: «¡Maldito sea el destino que te ha entregado al Moro!»
I lay with Cassio lately; And, being troubled with a raging tooth, I could not sleep. There are a kind of men so loose of soul, That in their sleeps will mutter their affairs: One of this kind is Cassio: In sleep I heard him say 'Sweet Desdemona, Let us be wary, let us hide our loves;' And then, sir, would he gripe and wring my hand, Cry 'O sweet creature!' and then kiss me hard, As if he pluck'd up kisses by the roots That grew upon my lips: then laid his leg Over my thigh, and sigh'd, and kiss'd; and then Cried 'Cursed fate that gave thee to the Moor!' (III,iii, 419-32)

La respuesta de Otelo—" O monstrous! monstrous!"—no es sino signo del poder del simulacro: el monstruo de ojos verdes ha sido exitosamente inoculado y comienza a cobrar forma dramática. Pero hay más: un excedente icónico que rebasa el supuesto propósito de "mostrar". La (de)mostración se cumpliría a cabalidad en las solas palabras masculladas en el sueño de Casio; habría sido suficiente para despertar los celos del moro. Pero Yago va más allá; en el relato se aprecia un exceso: los tintes claramente homosexuales de la escena imaginaria. En el relato de Yago, Casio, en un curioso y significativo sonambulismo, escenifica la supuesta relación sexual con Desdémona sobre el cuerpo de Yago; lo besa en los labios apasionadamente; incluso le pone la pierna sobre el muslo. Este exceso de detalles, además de constituir la prueba ocular que "dramatiza", en la virtualidad del sueño y del relato, la supuesta relación amorosa entre Casio y Desdémona, se irradia, necesariamente, al propio Yago como otro posible sujeto del deseo. Porque la mediación narrativa no es neutra; Yago, en tanto que narrador, está implicado en esta red de deseos refractados—lo que el excedente icónico nos retrata es, ni más ni menos, el deseo de

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17 de ser yo el Moro, no quisiera ser Yago

18 « Al principio la pequeña lavandera no quiso decirme nada; aseguró que la señorita Albertine no había hecho más que pellizcarle el brazo. Pero, para hacerla hablar, la llevé a comer y le hice beber. Me contó entonces que la señorita Albertine se encontraba a menudo con ella a orillas del Loira, cuando iba a bañarse; que la señorita Albertine, que tenía la costumbre de levantarse muy temprano para ir a bañarse, solía encontrarla a orillas del río, en un lugar en que los árboles son tan tupidos que nadie puede ver, y que,

Yago por Casio que, en el límite de los relevos pasionales de esta obra, se extendería hasta el propio Otelo: "Were I the Moor, I would not be Iago" (I, i, 57).17

Algo semejante ocurre en Proust. En La Fugitiva, el narrador, atacado de celos postmortem, envía a un sirviente, Amado, a que averigüe si, cuando vivía, Albertine se acostaba con mujeres o no. El diligente Amado, a quien ya conocemos desde Balbec por su poca probidad moral y su gusto desmedido por las propinas, envía desde Touraine la siguiente misiva:
« D'abord la petite blanchisseuse n'a rien voulu me dire, elle assurait que Mlle Albertine n’avait jamais fait que lu pincer le bras. Mais pour la faire parler je l'ai emmenée dîner, je l'ai fait boire. Alors elle m’a raconté que Mlle Albertine la rencontrait souvent au bord de la mer, quand elle allait se baigner: que Mlle Albertine, qui avait l'habitude de se lever de grand matin pour aller se baigner, avait l'habitude de la retrouver au bord de la mer, à un endroit où les arbres sont si épais que personne ne peut vous voir, el d'ailleurs il n’y a personne qui peut vous voir à cette heure-là. Puis la blanchisseuse amenait ses petites amies el elles se baignaient, et après, comme il fait très chaud déjà là-bas et que ça tape dur même sous les arbres, restaient dans l'herbe à se sécher, à se caresser, à se chatouiller, à jouer. La petite blanchisseuse m'a avoué qu'elle aimait beaucoup à s'amuser avec ses petites amies, et que voyant Mlle Albertine qui se frottait toujours contre elle dans son peignoir, elle le lui avait fait enlever et lui faisait des caresses avec sa langue le long du cou et des bras, même sur la plante des pieds que Mlle Albertine lui tendait. La blanchisseuse se déshabillait aussi, et elles jouaient à se pousser dans l'eau. Ce soir-là elle ne m'a rien dit de plus. Mais tout dévoué à vos ordres et voulant faire n'importe quoi pour vous faire plaisir, j'ai emmené coucher avec moi la petite blanchisseuse. Elle m'a demandé si je voulais qu'elle me fît ce qu'elle faisait à Mlle Albertine quand celle-ci ôtait son costume de bain. Et elle m'a dit :(Si vous aviez vu comme elle frétillait, cette demoiselle, elle me disait :(Ah! tu me mets aux anges) et elle était si énervée qu'elle ne pouvait s'empêcher de me mordre.) J'ai vu encore la trace sur le bras de la petite blanchisseuse. Et je comprends le plaisir de Mlle Albertine car cette petite-là est vraiment très habile. » (III, 524-25) 18

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además, nadie había allí a esas horas que pudiera verla. Luego la lavandera llevaba allí a sus amiguitas y se bañaban, y después, como hacía mucho calor y no se podía soportar ni siquiera bajo los árboles, se quedaban en la yerba secándose, jugando y acariciándose. La lavandera me confesó que le gustaba mucho divertirse con sus amiguitas y que al ver que la señorita Albertine se rozaba siempre contra ella con su peinador, se lo hizo quitar y la acarició con la lengua a lo largo del cuello y los brazos, incluso en la planta de los pies que le ofrecía la señorita Albertine. La lavandera se desnudaba también y jugaban a lanzarse al agua; después ya no me dijo nada, pero completamente obligado a sus órdenes y deseando hacer cualquier cosa para complacerlo, me llevé a la lavandera para que se acostara conmigo. Me preguntó si quería que me hiciera lo que había hecho a la señorita Albertine cuando ésta se quitaba su traje de baño. Y me dijo (si usted hubiese visto cómo se estremecía esa señorita); me decía esa señorita: (¡Ah, me vuelves loca!) y se ponía tan nerviosa que no podía evitar morderme.) He visto aún la señal en el brazo de la pequeña lavandera. Y comprendo el placer de la señorita Albertine porque esta pequeña es realmente muy hábil.» (Plaza & Janés, II, 1081)
Nótese que, como en el caso del relato de Yago, hay una clara progresión de lo abstracto a lo particular, al detalle que es lo que genera la forma de significación icónica. En ambos relatos la escena de voyeurismo se construye en tres tiempos. En la narración de Yago, pasamos de generalizaciones sobre la naturaleza de los durmientes, a las palabras pronunciadas por Casio; de ahí, en crescendo, a la mano estrujada, luego a la avidez de los besos, culminando con el encuentro de los muslos. La última etapa nos regresa al discurso; de tal suerte que el "cuadro" que le ofrece al espectador es la copulación de los amantes, delegada en el cuerpo de Yago y enmarcada en el diálogo doblemente imaginario entre Casio y Desdémona. En Proust se aprecia un proceso semejante, también en crescendo: al principio la lavandera no dice nada, luego, bajo la influencia del alcohol, y en una suerte de cajas chinas narrativas, la lavandera le cuenta a Amado, quien a su vez le cuenta a Marcel, lo que hacían ella y sus amigas con Albertine. En una tercera fase Amado, servicial como pocos, se acuesta con la lavandera para que su cuerpo delegado experimente el placer que debe haber sentido Albertine. El espacio en la escena narrada por la lavandera, re-narrada por Amado, tiene una composición claramente voyeurística: se describe cuidadosa y detalladamente un lugar apartado donde "los árboles son tan tupidos que nadie puede ver",

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tan temprano que no hay nadie; el calor, la yerba, los escarceos amorosos, los juegos. La insistencia en las condiciones de visibilidad es evidente, y, en efecto, no hay nadie que pueda ver, excepto el voyeur virtual que lee, en otro tiempo y en otro espacio, la carta: Marcel, el celoso narrador. De tal suerte que estamos no sólo frente a un caso de voyeurismo narrativo sino epistolar. No obstante, la multiplicación de instancias de mediación no disminuye el grado de iconicidad de la escena. De hecho la composición de lugar funge como un cuadro que prepara para el clímax de esta segunda etapa del relato de Amado: la escena erótica en la que la lavandera desnuda a Albertine y la acaricia. También en Proust hay un fuerte proceso de "ocularización" de los celos. Es interesante observar hasta qué punto Marcel no sólo se apropia de la escena narrada sino que la proyecta a su propia experiencia estética, cotejando la escena interiorizada con un cuadro de Elstir, el pintor ficcional de En busca del tiempo perdido. Habría que notar, incidentalmente, que la escena descrita es casi una ecfrasis de algún cuadro de Renoir. Pero esta estetización de los celos no lo salva de su atroz mordedura; a tal grado se apropia de la escena que, al imaginar cómo, si viviera, le reclamaría a Albertine que lo hubiera engañado, y, con el placer de que ella supiera que él sabe, le diría "Yo vi la mordida", cuando que fue Amado quien, supuestamente, vio esa mordida. De este modo, el relato, doblemente mediado, puesto que Amado le cuenta a Marcel que la lavandera le contó..., al ser interiorizado—casi podríamos decir introyectado—se convierte en una experiencia vivida, en algo presente: el amor, los celos y la necesidad de saber siguen estando presentes aun después de la muerte. "Yo vi la mordida".



Hemos dicho que la mediación narrativa no es neutra o inocente sino interesada. Lo que es más perturbador, si no es que enigmático, es ese narrador que construye una escena
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de voyeurismo o bien para plantar la semilla de los celos, como Yago, o bien para satisfacer la necesidad malsana que tiene el celoso de saber, como Amado. ¿Qué desean? ¿Qué obtienen con este acto de narración voyeurística. En cuanto a Yago, el relato es una fase en un proceso cuidadosamente tramado para atrapar a Otelo. ¡Una prueba ocular onírica! La falacia es enorme, pero el poder del relato lo es más, y más todavía al estar construido no con materiales tomados al azar sino con el material psíquico del propio Otelo, lo cual viene a reforzar la idea de Greimas y Fontanille, de que la naturaleza del simulacro pasional es esencialmente intersubjetiva. Al construir Yago su relato con el material psíquico del propio Otelo, el simulacro se presenta como un espejo: el monstruo de los ojos verdes lo mira a los ojos. Pero hemos visto cómo el relato voyeurista se vuelve en contra de Yago, exhibiendo su deseo inconsciente, virtual, por Casio. Su propia maquinación lo desenmascara—hasta donde esto pueda ser posible en el personaje más enigmático de la literatura.

Amado, sin embargo, no es Yago; sus deseos son más humildes y mezquinos—quiere la propina, quiere justificar los gastos del viaje que ha pagado su amo—pero las consecuencias se dejan sentir en el sujeto del deseo, Marcel, quien con tan poca visión y cordura ha escogido semejante enviado. Por una parte, la calidad moral de Amado frustra la satisfacción de saber con certeza si Albertine lo engañaba o no, porque siempre queda la posibilidad de que el sirviente haya fabricado toda esta escena para darle gusto a su amo. Por otra, la cadena de relevos pone al descubierto una zona del deseo de Marcel mucho más oscura. Por principio de cuentas está el problema de la doble delegación: en vez de averiguar él, directamente, manda al sirviente—que en un sentido profundo es, literalmente, el delegado del yo, su representante. A su vez, Amado monta un escenario amoroso en el

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que su cuerpo ocupa el de Albertine; en esta ficción Amado abandona su propio cuerpo masculino para asumir, en el simulacro, el cuerpo femenino, la posición de Albertine. Toda esta cadena de relevos y delegaciones pone al descubierto la feminización de los deseos de Marcel; en última instancia es él quien ocupa el lugar de Albertine en esta etapa final de la escena de voyeurismo narrada por Amado—"todos mis deseos me ayudaban a comprender en cierta medida los suyos". La multiplicidad de relevos y mediaciones interpone una distancia psíquica que permite penetrar en estas zonas oscuras del deseo, cuya representación más directa sería intolerable. De este modo, tanto en Shakespeare como en Proust la multiplicación de mediaciones narrativas construye un escenario de voyeurismo que, en primera instancia excluye al celoso del goce de los otros, aunque, de manera más profunda, le permite representar deseos inconfesados e inconfesables: para el narrador proustiano, la feminización de su deseo; para Yago, el deseo por Casio.



Obras citadas
Girard, René, Shakespeare. Los fuegos de la envidia. Trad. Joaquín Jordá. Anagrama, Barcelona, 1995
_________, Mensonge romantique et vérité romanesque. Grasset, Paris, 1960
Greimas, A. J. y J. Fontanille, Sémiotique des passions. Des états de choses aux états d’âme. Seuil, Paris, 1991
Mangabeira Unger, Roberto, Passion. An Essay on Personality. Collier Macmillan, London, 1984
Textos literarios
William Shakespeare, Othello. "The Arden Shakespeare", Methuen, London, 1965
______________, Otelo, en Obras completas. Trad. Luis Astrana Aguilar, Madrid, 1960

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Marcel Proust, À la recherche du temps perdu. 3 vols. Gallimard, « Bibliothèque de la Pléiade ». Paris, 1954

__________, En busca del tiempo perdido. (Trad.) Pedro Salinas y José María Quiroga Pla, vol. I, Fernando Gutiérrez, vol. II. Plaza & Janés, Barcelona, 1975
http://www.lpimentel.filos.unam.mx/sites/default/files/textos/celos.pdf

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